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Car_os S. NINO Derecho, moral y politica. II Fundamentos del liberalismo politico. Derechos humanos y democracia deliberativa gedisa LAS CONCEPCIONES FUNDAMENTALES DEL LIBERALISMO* Introduccién, Es casi un lugar comin decir que la expresi6n ‘liberalismo’ es notablemente ambigua, tanto en el lenguaje coloquial como cuando es usada en el contexto de Ia filosofia politica. Sin embargo, cuando se mencionan las diferentes posturas li- berales, no siempre se tiene presente algunas de las concepciones fundamentales que ‘liberalismo’ denota, asociéndose, en cambio, a esta expresién con posicio- nes mds especificas que parecen derivarse de tales concepciones fundamentales. a)ladefensaide losillamado: los\‘derechos civiles fundamentales’ o ‘garantias in- dividuales’, tales como la libertad de expresi6n, la libertad de culto, el derecho de reunién y de asociacién, el derecho a un ‘debido proceso legal’, etc. b)dJa.defensa:de:la:forma:democrdtica de gobierno; que implita, basicamen- te, la existencia de procedimientos para la eleccién de los 6rganos estatales supe- riores y para controlar su actuacién, en los que los destinatarios de las normas dictadas por tales érganos tienen una participaci6n decisiva. sc)la defensaide procedimientos:para la asignacién e intercambio de bienes y recursos econémicos entre los miembros de lasociedad que no dependen de pau- tas relacionadas con la satisfacci6n de ciertos presuntos objetivos sociales (tales como los de retribuir méritos o satisfacer necesidades) sino del reconocimiento de ciertos tftulos hist6ricos sobre tales bienes y recursos y del libre consentimien- to para transferirlos. Estas tres posiciones generalmente asociadas con el liberalismo son concep- tualmente distinguibles y son, en ocasiones, defendidas en forma independiente; atin més, uno podria imaginar situaciones hipotéticas (ya que la legitimidad de * [N. del E,] Publicado originalmente en Revista Latinoamericana de Filosofia, 1V, (1978/2), Chi- le, pp. 141-150. 19 algunos ejemplos reales podria ser controvertida) en que alguna de estas postu- ras sea satisfecha en los hechos sin que ocurra lo mismo con las restantes, Sin em- bargo, hay argumentos bien conocidos en favor de la necesaria dependencia em- pirica entre la satisfaccién de estas distintas posiciones. Se sostiene, por ejemplo, que la efectiva vigencia de los derechos civiles fundamentales, tales como la liber- tad de expresi6n, es un prerrequisito para el ejercicio genuino de una forma de- mocritica de gobierno. O, a la inversa, que un gobierno con participacién y con- trol popular es el tinico que garantiza la preservacién de las libertades ptiblicas. Se afirma también que el reconocimiento de los derechos civiles basicos contri- buye al respeto por los titulos histéricos sobre los bienes y recursos econémicos y a que su transferencia se haga sobre la base del libre consentimiento de sus ti- tulares. O se sostiene, atin con mas frecuencia, que la disponibilidad individual de tales bienes y recursos es una condicién necesaria para el ejercicio efectivo de los derechos civiles y de la forma democratica de gobierno. Noes el propésito de este trabajo encarar la tarea improba de discutir los al- cances de estas posiciones liberales y de analizar sus posibles relaciones recipro- cas, sino Hamar la atencién sobre la existencia de dos concepciones adicionales de indole mas general que expresan el punto de vista liberal, y que, atin resultan- do familiares a todos nosotros (hasta el punto de estar consagradas directa o in- directamente en nuestra Constitucién Nacional), no siempre son tomadas cen- tralmente en cuenta en la exposici6n, ataque y defensa del liberalismo. Creo que estas dos concepciones se encuentran en un nivel mas profundo que las posi- ciones anteriormente mencionadas en el pensamiento liberal debidamente ar- ticulado, ya que la justificacién de tales posiciones suele presuponer la defen- sa de aquellas concepciones. Més atin, el esclarecimiento de estas concepciones fundamentales puede ayudar a entender por qué pensadores sinceramente libe- rales pueden diferir acerca de algunas de las posiciones especificas referidas y de sus relaciones reciprocas. 2. Inviolabilidad y autonomfa de la persona a) La primera concepcién fundamental que quiero exponer del liberalismo, es la que sucle denominarse ‘individualismo’, Por supuesto, esta expresiOn es tam- bién notoriamente ambigua: puede usarse con un significado cercano a ‘egoismo’ © puede aludir a algiin tipo de anarquismo; puede identificarse con la defensa de la propiedad privada y del mercado libre o puede estar asociada con el principio democratico ‘un hombre, un voto’; puede también hacer referencia a la exigen- cia de ciertos derechos fundamentales como los relacionados con la privacidad y la libertad de opinién. Pero cualquiera sea la relaci6n que exista, en tiltima ins- tancia, entre estas ideas y la concepcién a que quiero referirme bajo el rétulo ‘in- 20 re dividualismo’, esta concepcién aparece en principio como claramente distinta a todas ellas. praindividual como el Estado, una naci6n, una raza, una clase social, o la mayo- ria de la poblaci6n. La idea es, para decirlo bruscamente, que estas categorias no hacen referencia a especies de organismos cuyo bienestar y florecimiento sea al- go bueno en si mismo con independencia de la prosperidad de cada uno de los individuos que los integran. Esta concepcién se opone a que se justifiquen insti- tuciones o medidas que imponen sacrificios y cargas no compensables a ciertos individuos que integran una sociedad, sin contar con su consentimiento efectivo, sobre la base de que ello redunda en beneficio—incluso en un grado comparable- mente mayor al perjuicio causado a aquellos individuos— de la mayoria de la po- blacién (o del Estado, la ‘raza superior’, una cierta clase social, etc.). En definiti- va, ivi Esto es lo que se suele llamar ‘el principio de la inviolabilidad de la persona humana’, cuya expresin mas clara esta dada por la célebre conde-- Esta concepcién ha sido, recientemente, puesta de manifiesto en forma ex- plicita por varios fildsofos, como John Rawls y Robert Nozick, que han iniciado un movimiento de ofensiva en contra del utifitarismo desde, la, perspectiva libe- ral (a pesar de las notables diferencias que hay entre ellos acerca de las implica- ciones del liberalismo en materia econémica). Conviene citar algunos parrafos de estos autores que ilustran con mucha claridad los alcances de esta tesis individua- lista. Rawls dice: “La caracteristica llamativa de la concepci6n utilitarista de la jus- ticia es que no tiene importancia, excepto indirectamente, de qué forma [la] suma de las satisfacciones se distribuye entre los individuos, del mismo modo que no im- porta, excepto indirectamente, como un hombre distribuye sus satisfacciones en el tiempo. En ambos casos la distribucién correcta es la que produce mayor satisfac- cién global... D modo, no hay, en principio, raz6n algur smayo- 21 sensible. El utilitarismo no toma en serio la distincién entre personas... [U]no pue- de arribar a un principio de decisién social mediante la mera extensi6n del princi- pio, de prudencia racional para el caso de la decisién de un solo hombre al sistema de deseos construidos por el observador imparcial. Hacer ésto es no tomar en se- id ... Aqui tenemos una anomalia cu- riosa, Es costumbre concebir al utilitarismo como individualista, y hay, por cierto, buenas razones para ello. Los utilitaristas fueron firmes defensores de la libertad y del derecho de pensar sin restricciones y sostuvieron que el bien de la sociedad e¢- ta constituido por las ventajas de que gozan los individuos. Sin e ,el utili (6n de un solo hombre”!, A su vez, Robert Nozick expone todavia més explicitamente la misma con- cepcién cuando sostiene: “[SJupongamos que alguna condicién acerca de la mi- nimizacién de la violacién de derechos fuera incluida en el estado final a ser al- canzado como objetivo [como lo podria hacer el utilitarismo si definiera el bien intrinseco en relacién a la preservacién de ciertos derechos)... Esto todavia po- dria obligarnos a violar ciertos derechos cuando el hacerlo minimiza la suma to- tal (mensurada) de violacién de derechos en la sociedad... En contraste con la in- corporacién de los derechos en el Estado final a ser alcanzado, uno los puede ubicar como ‘restricciones laterales’ a las acciones que se realicen... La concep- Pero gpor qué no se podria infringir la inviolabilidad de una persona para alcanzar un bien social ma- yor? Individualmente, cada uno de nosotros elige a veces soportar algun dolor 0 sacrificio para alcanzar un beneficio mayor o evitar un mal mayor... :Por qué no sostener similarmente que algunas personas deben soportar algunas cargas, que benefician en mayor medida a otros, en aras del bien social global? Pero no hay tuna entidad social, alguno de cuyos bienes se sacrifica en su propio beneficio, Hay solamente personas individuales, diferentes personas individuales, con sus pro- pias vidas individuales... Las restricciones laterales sobre lo que podemos hacer refleja el hecho de nuestras existencias separadas”?, Creo que es esta concepcién fundamental del liberalismo la que se oponeadoc- trinas denominadas, en forma suficientemente ilustrativa, ‘totalitarias’. Como ve- 3 John Rawls, A Theory of Justice, Oxford, 1972, pags. 26 y 27. Robert Nozick, Anarchy, State and Utopia, Oxford, 1974, pags. 28, 31, 32, 33. 22 remos luego, la expresion ‘totalitarismo’ puede también ser apropiada para hacer , referencia al punto de vista opuesto a la otra concepcién fundamental del liberalis- mio que Vamos a examinar; pero, en este contexto, parece claro por qué es totalita- eden inner rgeaneeri mapa cel aie se alegue que esa totalidad esté simplemente intearada por la mayoria de Ia poblacién) Obvia- tamos ae el bien- estar de sus miembros individuales en forma agregativa o en forma distributiva (en este tiltimo caso no diremos que el bienestar de una entidad colectiva se incremen- taaconsecuencia de una medida que aumenta el buen pasar de una mayoria de sus miembros a costa del sacrificio de una minoria). Una vez. que se tiene en claro esta concepcién bisica del pensamiento liberal, se puede percibir su vinculacién con las posiciones especificas que mencionamos al comienzo como inmediatamente asociadas con el liberalismo, y las razones por las cuales sinceros liberales (dejo aqui de lado posturas hipécritas) pueden disen- tir acerca de la naturaleza de esa vinculacion. © parece no presentar mayores problemas. Como se advierte en los parrafos de Nozick citados, es precisamente el reconocimiento de determinados derechos co- jetivos. Ronald Dworkin sostiene? que el concepto mismo de derecho (subjetivo) implica, en contraste con la nocién de objetivo social colectivo, su carécter distri- butivo, y también que la nocién de derecho presupone un limite o umbral en con- tra de la aplicacién de medidas justificadas sobre la base de la satisfaccién de obje- tivos colectivos (no seria considerado un derecho genuino aquel que cediera -segtin lateoria politica que lo define— ante cualquier objetivo social plausible) su relacién con\b) yer “ble diay cin. Pero una vez que esta defensa se hace explicita, se advierte inmediatamente cual puede ser la obvia réplica; que la democracia, dependiendo como debe hacerlo de iE i limi ente diseii 3. Taking Rights Seriously, Harvard, 1977, pags. 90 y ss. sacrificar a las minorias en aras de los intereses de la mayoria de la poblacion, Esto muestra por qué los que defienden a la democracia sobre la base de la concepcién individualista deben recurrir a la idea de que su funcionamiento esta limitado por el teconocimiento de derechos individuales no sometidos al voto mayoritario. “a Obviamente la vinculaci6n entre la concepcién individualista y la tesis libe- ral en materia econémica es objeto de controversias todavia més profundas. Pok®) un lado, se alega que la inviolabilidad de la persona humana exige, para su pro- tecci6n efectiva, que cada individuo pueda controlar libremente al menos un mi- nimo de bienes y recursos econémicos, sin depender de la decision de érganos centralizados (decisi6n que, en el mejor de los casos, estaria determinada por pre- ferencias mayoritarias). Por el otro lado, se aduce que la falta de una distribucién equitativa de ese control sobre recursos econémicos provoca la sujecién de cier- tos individuos a los intereses de otros, Jo que determina la necesidad de que el control este radicado en érganos imparciales. | b) La segunda concepcién basica del liberalismo que quiero distinguir es la \ ) que se opone corrientemente al punto de vista que se suele denominar ‘perfeccio- nista’ o ‘platonista’. Esa concepcién sostiene, en lo sustancial, que el estado de- be permanecer neutral respecto de planes de vida individuales 0 ideales de exce- lencia humana, limitandose a disefiar instituciones y adoptar medidas para facilitar la persecucién individual de esos planes de vida y la satisfacci6n de los ideales de excelencia que cada uno sustente, y para impedir la interferencia mu- tua enel curso deal persecucién. Esta concepci6n distingue entre una ‘moral pii- blica’, constituida por pautas que vedan acciones que perjudican a otras perso- nas interfiriendo con sus intereses, y una ‘moral privada’ qué proscribe acciones que autodegradan al propio agente que las realiza en relacién a ciertos ideales de excelencia. El estado, se sostiene, debe s6lo ocuparse de homologar o hacer efec- tivas las reglas de la moral piblica, absteniéndose de adoptar medidas que su- Pongan discriminar entre la gente por sus virtudes morales la calidad desus pla nes de vida. De ahi la conocida postura liberal de que el derecho debe solo Ocuparse de reprimir acciones que perjudiquen a terceros, proscribiéndose, en consecuencia, leyes de indole paternalista. John Stuart Mill decia al respecto: “(El] nico fin por el cual la sociedad estd autorizada a interferir con la libertad de algunos de sus miembros es su autoproteccién, El tinico propésito por el cual el poder puede ser legitimamente ejercido sobre un miembro de la comunidad ci- vilizada, contra su voluntad, es para prevenir el dafio a otros; su propio bien, sea fisico o moral, no es suficiente fundamento; él no puede ser compelido a actuar womitir porque eso lo beneficiaria o lo harfa més feliz, 0 porque, en la opinion de otros, es lo mas prudente o lo que debe moralmente hacer”4, 4 Three Essays, Oxford, 1975, “On Liberty”, pags. 14 y 15. | : La justificacién de esta concepcién liberal tiene muchas variantes distintas y todos estamos familiarizados con la mayor‘a de ellas. Algunos la sustentan sobre la base de ciertas ideas sobre la legitimidad del Estado y sobre el origen de la so- berania politica. Otros, como Mill, justifican esta concepcién antiperfeccionista aduciendo el valor de la libre experimentacién en materia de moral individual y de planes personales de vida, y en la ineficacia e impropiedad de imponer coac- tivamente ideales de excelencia humana, que deben dejarse librados a la persua- sién y al debate critico. Aun otros autores, como Rawls, recurren a cierta con- cepcién de la persona moral que no esté ligada a la satisfaccién de ciertos fines sino a la libertad para elegirlos, y a cierta teoria ética sobre lo bueno que depen- de de la satisfaccién de cualquier plan racional de vida que las personas se pro- pongan (con la obvia restriccién de que no interfieran con planes ajenos). Tam- bién se suele justificar este punto de vista liberal sobre la base de una posicién relativista en materia ética (que, paradéjicamente, se vincula con la defensa de la tolerancia como principio moral). Es interesante sefialar que la expresi6n ‘totalitarismo’ parece también apro- piada para calificar a la postura que se opone a esta otra concepcién fundamen- tal del liberalismo. La posicién p 1 Si examinamos répidamente ahora las relaciones entre esta segunda concep- cién basica del liberalismo y las posiciones especificas mencionadas al comienzo, curiosamente las conclusiones no difieren sustancialmente de las que sugerimos en el caso de la doctrina individualista. expresi6n, de culto y de asociacin son indispensables para la persecuci6n de pla- nes de vida individuales sin interferencia por parte del poder estatal y por otros individuos. Sin embargo, es posible que los derechos que se derivan de esta con- cepci6n difieran parcialmente de los derechos que la concepcién individualista pueden ser privados y con ciertos procedimientos (como el ‘debido proceso le- En relaci6n con la defensa de la democracia como forma de gobierno comien- zan a aparecer algunas dificultades. Por un lado, parece claro que la descentrali- zacién de los procedimientos de eleccién de las autoridades y de control sobre su actuacién favorece la adopcién de cursos de accién para impedir que prosperen medidas que pueden afectar la persecucién de proyectos individuales. Es més, el a5 que las medidas piiblicas adoptadas sean el resultado de cierta expresién mayo- ritaria que implica hacer compatibles intereses parcialmente conffictivos, genera una tendencia a que esas medidas se circunscriban a una especie de ‘minimo co- miin denominador’ entre diversos intereses, dejando margen para su satisfaccién reciproca (por ejemplo, el que diversos grupos religiosos deban, tal vez, unirse Para constituir una mayoria puede hacer que en lugar de propiciar medidas que favorezcan a una u otra religién decidan propiciar en conjunto la libertad de cul. tos). Pero, por otra parte, en Ja medida en que las preferencias que la gente ex. Presa a través del voto no son solamente preferencias acerca de sus propios pla- nes de vida sino también acerca de modelos de conducta que los demas deberian Satisfacer, se corre el riesgo de que la suma de esas preferencias referidas a la con. ducta ajena determine la consagracién de un cierto ideal de excelencia humana (curiosamente, la limitaci6n de las preferencias que pueden ser expresadas poli- ticamente a preferencias acerca de los propios intereses puede conducir a un tipo de representacién “funcional” considerado, sin duda por razones valederas, co- mo antiliberal). Por esta raz6n, i Como en el caso de la concepcién individualista, la relaci6n entre el punto de vista antiperfeccionista y la doctrina econémica liberal es una cuestién am. pliamente controvertida. Se puede sostener, producir, por ejemplo, més televisores en lugar de mas libros podria perjudicar severamente a quienes han elegido dedicar su vida a la actividad intelectual); y se puede alegar, ademés, que el mercado'és un instrumen. A = or : : dos libremente expresados. Pero, por otro lado, también se aduce que la libertad” 1 de bier s del m asimismo, que el modelo econémico liberal tiende a generar preferencias por ciertas formas de vi- da sobre otras y a exaltar determinadas virtudes personales, en detrimento de vie, tudes que no son funcionales en relacién a ese modelo. 26 Cw) 3. La combinacién de las dos concepciones La coincidencia entre las consecuencias del enfoque individualista y de la concepcién antiperfeccionista en relacién a las tres posiciones especificas comtin- mente asociadas con el liberalismo podria hacer pensar que ambas concepciones fundamentales estan estrechamente conectadas entre si. Sin embargo, esto no pa- rece ser asf. Es concebible un perfeccionista individualista que busque el floreci- miento bajo cierto ideal de excelencia humana de cada uno de los miembros de la sociedad. e icié i ifique a algunos te af I an penados en be- Es mas, aun cuando es posible una concepcién perfeccionista no individualista (como lo es, por ejemplo, el nazismo con su idea del perfeccionamiento de una raza superior), el perfeccionismo asume generalmente un enfoque de indole individualista, so- bre todo en sus variantes conectadas con doctrinas religiosas. Por otra parte, es también concebible un antiperfeccionismo no individualis- ta. El ejemplo mds claro de esta posicién lo constituye el utilitarismo. Esta doc- trina, como vimos en el caso de Mill, adopta firmemente la idea de la neutrali- dad del Estado respecto de planes de vida ¢ ideales de excelencia humana, y sostiene, como su tesis central, que el bien de cada uno depende de la satisfaccién de sus propias preferencias individuales y no de la materializacién de cierto mo- delo privilegiado de vida; pero también conduce a que se admita como legitimo el sacrificio de minorias en aras de que la mayorfa pueda alcanzar una felicidad mayor, satisfaciendo sus propios planes de vida. que, no hay otros titulares de bienes que los individuos; para el tiltimo enfoque, el bien de los individuos esta dado por los fines que ellos mismos se proponen. Creo que ambos enfoques son independientes. Es interesante preguntarse si es plausible concebir como liberal a una posi- cién que adopta una de estas dos concepciones fundamentales con exclusion de la otra. El perfeccionismo, atin en sus variantes individualistas, es generalmente considerado una postura antiliberal. Es més dificil aceptar la misma conclusin respecto de la posicién antiperfeccionista no individualista; casi resulta una blas- femia tachar de antiliberales a los utilitaristas, quienes se han contado, hist6rica- mente, entre los mas decididos e influyentes defensores de la libertad humana. En 27 definitiva, esta es una cuestién de palabras, agravada por la aureola emotiva del término ‘liberal’, pero tal vez no resulte del todo injusto decir que los utilitaris- tas clasicos no advirtieron con la debida claridad que su doctrina implica conse- cuencias respecto de la inviolabilidad de la persona que no se compadecen con su sincera defensa de la libertad (el propio Bentham critica, con contundente iro- nia, la visién organicista de la sociedad, con lo que muestra no ser del todo cons- ciente de que su teorfa tiene algunas implicaciones similares a las de aquélla). Si esto fuera asf, quiz4 resulte apropiado decir que el liberalismo implica las dos concepciones fundamentales que he mencionado; que implica tanto la tesis de que el hombre es inviolable y no puede ser usado exclusivamente en beneficio de otros, como la tesis de que cada hombre debe tener autonomfa para formar y sa- tisfacer sus propias preferencias y planes de vida; que recoge y combina elemen- tos de la tradicién utilitarista y de la tradicién kantiana, anulando cada uno de los elementos, aspectos insatisfactorios de la otra tradicién. 4, Conclusién Ver al liberalismo a la luz de estas concepciones fundamentales permite su- gerir algunas ideas para encarar la polémica en torno a esta doctrina, que quiero s6lo mencionar a modo de conclusion: En primer lugar, que tal vez la expresién ‘liberalismo’ no es, al fin y al cabo, tan ambigua como al principio supuse, puesto que, En segundo término que ante la frecuente critica de que ia, los liberales podrfan, quiz, replicar que a, sus concepciones fundamentales subyace un principio de igualdad; un principio. que Rawls y Dworkin$ formulan como estipulando que cada hombre tiene dere- cho a ser objeto de igual preocupacién y respeto por parte de las autoridades. Yo. > Jeremy Bentham, An Introduction to the Principles of Morals and Legislation, cap. 1, 4. § John Rawls, “A Kantian conception of equality”, 96 Cambridge Review 94 (1975), pag. 261; Ronald Dworkin, ob. cit., pag. 180 y pags. 272 y ss. 28 DISCURSO MORAL Y DERECHOS LIBERALES* Me propongo presentar cierta formulaci6n del principio, discutir brevemen. U te algunas de las posibles objeciones que puedan hacerse en contra de ella y ofre- cer algunos indicios acerca de cémo podria justificarselo a la luz de una concep- cién constructivista metaética. Esta concepcién, que utiliza ideas elaboradse implicita o explicitamente por autores como J. Rawls, T. Scanlon, J. Habermas, T. Nagel, K.O. Apel, K. Baine, etc. asi como también por sus Precursores, v. gr. Hobbes y Kant, sostiene que los principios morales no son validados en un va- cio, sino en el contexto de una practica social. Esta practica es la del discurso mo. ral: Ia actividad de argumentar a favor y en contra de un cierto curso de accién © institucién sobre la base de principios, * La practica del discurso moral satisface las funciones sociales latentes de so- lucionar el conflicto y lograr cooperacién a través de la convergencia de accién ¥ actitudes, esto se logra cuando los participantes terminan por aceptar volunta. tiamente los mismos principios para guiar y juzgar su conducta, La préctica incluye algunas reglas y criterios subyacentes que llevan a lograr el consenso. Algunos de ellos son restricciones formales en los principios, como los requerimientos de universalidad, generalidad, publicidad, finalidad, Algunos ope- ran como una definicién de la verdad que nos permite filtrar algunos posibles can didatos a ser principios justificatorioss por ejemplo, este es el criterio elaborads por los denominados “contractualistas” que sostiene que un principio moral valide es tuno que seria aceptado, 0 al menos no rechazado, bajo algunas condiciones idea. “ALN, del E.] Publicado originalmente en inglés con el titulo “Moral Discourse and Liberal Rights”, 69 Neil MacCormick & Zenon Bankowky (eds), Enlightenment, Rights and Revolutions, Essays in Philosophy of Law and Social Philosophy, Aberdeen, Aberdeen University Press, (1988), Traduccién de Marfa Luisa Piqué. 2 Este trabajo es un extracto de otro mas extenso, que trata toda la serie de principios de los que sostengo que constituyen la base de una concepcién liberal de la sociedad. 30 respeto, € . Como dice Dworkin, este principio mas que exigir que todos reciban un tratamiento igual Por tiltimo, la identificaci6n del liberalismo con las concepciones fundamenta- les que he mencionado hace posible desviar la controversia acerca de su validez de las tesis de cardcter més instrumental con las que generalmente es asociado; al fin yal cabo, son aquellas concepciones y no estas tiltimas tesis las que hacen del libe- ralismo una doctrina tan atractiva para‘algunos y tan repulsiva para otros. Tanto la defensa como el ataque al liberalismo pueden resultar fortalecidas si se concen- tran en sus concepciones bésicas del hombre y de la sociedad. El objeto de este bre- ye trabajo fue contribuir minimamente a esclarecer qué merece ser defendido o ata- cado en la doctrina liberal y no asumir tal defensa 0 ataque. ag. el rétulo de “cualquier trabajo o industria” o “habitos personales”. Esto sugiére que, tal vez, estos derechos derivan de un principio general que veda la interfe- rencia con cualquier actividad que no interfiera con la actividad de terceros. Pero es facil ver que esta clase de principio no es un principio basico en una concepcién de filosofia politica. Tal como esté expuesto, no se advierte su cone- xi6n con algdn valor o bien fundamental cuya preservacién justifique tal extre- ma abstencidn por parte del poder puiblico y de los particulares respecto de cier- os actos. {Cudl puede ser el valor de permitir realizar a un individuo alguna conducta anodina, cuando podrfa haber razones muy fuertes de interés ptiblico “tazones no traducibles en la necesidad de prevenir dafios a terceros~ para impe- dir tal conducta? Para percibir qué es lo que esta en juego detrds de este principio, conviene hacer una breve alusién a un tema al que me he referido de manera més comple- ta en otra ocasién3: > inter . Esta controver- ( 2, como es bien sabido, ha dado lugar a extensos debates (las més relevantes fueron los protagonizados por J. $. Mill y J. E Stephen en el siglo pasado y entre H. L. A. Hart y Lord Devlin a mediados del presente siglo). Hay dos formas co- rrientes de presentar la cuestiOn, una de las cuales tiene el efecto de favorecer de antemano a la posicién conservadora, y Ia otra a la liberal. La que favorece a la Esto hace que la posicién conservadora aparezca su- mamente endeble ya que, como dice Hart5, las pautas de la moral convencional pueden llegar a ser tan excesivamente aberrantes que seria irrazonable nega que el derecho deberfa desconocerlas. La presentacién de la cuestion debatida que fa- vorece a la posicién conservadora afirma que el debate versa sobre si el hecho de que un acto esté prohibido por una moral critica o ideal que consideramos vali- da es o no es una raz6n para justificar que el derecho interfiera en tal acto. Esta Presentacién va en detrimento de la posicién liberal, puesto que aun um utilita- rista como Mill debe reconocer que el que un acto sea inmoral segiin el sistema moral que se considera vélido (que en este caso estd determinado por la nocivi. dad del acto respecto de terceros), es una 'razén para justificar moralmente una interferencia juridica en ese acto. En realidad, la cuestién més interesante y compleja que subyace a esta con- ‘roversia, por mas que no siempre haya sido identificada correctamente por los 3 Véase Los Limites de la Responsabilidad Penal (Buenos Aires, 1980) cap. 4. § Méase Nino “Los Limites..” y H. L.A. Hart Law, Liberty and Morality (Oxford, 1963). $ Hart, Law, Liberty and Morality. 32 les (de imparcialidad, racionalidad y conocimiento o de razonabilidad o cualquier otro que defina la posicién original). Aparte de esto, la prictica del discurso moral puede tener algunos valores inherentes que estarian conectados intrinsecamente con sus funciones y operaciones latentes. La validacién de los juicios morales yace so- bre esos presupuestos y esté dirigida a demostrar que la negacién de alguno de ellos implicarfa una inconsistencia con respecto a estos presupuestos. syacentes, es un producto hist6rico contingente. La que forma parte de 1a cultura en la que estoy inmerso es, principalmente, un producto del Iuminis- mo, aunque muchos de sus elementos ya estaban vigentes en el mundo clasico. Su rasgo més distintivo, ademas de los ya mencionados, es la idea de que la mo- En lo que sigue, intentaré conectar —ligera y programaticamente— algunos as- pectos estructurales de nuestra préctica del discurso moral con el principio libe- ién y a los der s zen de él y Para detectar esta conexién entre los rasgos estructurales subyacentes del dis- curso moral y los principios liberales haré algunos juicios sustantivos intuitivos sobre los derechos, no porque les asigne un status epistémico privilegiado a esos juicios sino porque, generalmente, son un buen, aunque revocable, indicio de la aplicabilidad de reglas y criterios que subyaceii al discurso moral. L-Liberalismo y reconocimiento juridico de la moral positiva? Si repasamos cualquiera de los catélogos actuales de derechos fundamenta- les, a sar 0 no un culto religioso, a expresar ideas de distinta indole, a ejercer cualquier trabajo o industria, a asociarse con otros, a trasladarse de un lugar a otro, a ele- gir practicas sexuales 0 habitos personales que pueden ser practicados, etc. Pue- de advertirse que estos derechos a hacer algunas cosas son especialmente amplios — _y genéricos. Obsérvese la inmensa variedad de actividades que se encubren bajo 2 [N. de la T] El subtitulo original es “Liberalism and the Legal Enforcment of Positive Mora~ lity”. Si bien “enforcement” no significa, exactamente, “reconocimiento juridico”, en el libro Etica y Derecho Humanos. Un Ensayo de Fundamentacién (ed. Astrea, Buenos Aires, edicién de 1998), Capitulo V apartado 2, el autor ineluy6 un texto cuyo contenido es muy similar al presente articulo. El apartado fue denominado “Liberalismo y Reconocimiento Juridico de la Moral Positiva”. Por tal motivo, se respetaré el subtirulo empleado por el autor en su libro ya mencionado. 3r mutua en el curso de tal persecuci6n, Este es el principio que subyace al mas e- pecifico y menos fundamental “principio de dafio”, que veda la interferencia es- t n la conducta que no perjudica a terceros. Tal interferencia es objetable ep excelencia per delante, es- to ocurre en casi todos los casos de criminalizacién de “actos sin victima”, ya que se suele asumir que esos actos suponen una autodegradacién por parte del agen- te, segiin algiin ideal de virtud personal). I.- gPuede haber un perfeccionismo liberal? La concepcién opuesta al principio de autonomfa personal se suele denominar “perfeccionismo”. E Recientemente algunos filésofos han intentado defender una concepcién de filosofia politica perfeccionista, asumiendo, explicita o implicitamente, que ella es compatible con el liberalismo. Por ejemplo, stiene que el perfeccionismo no s6lo es compati- blecon una concepcion liberal de la sociedad sino que también es requerido por ella, El sostiene que s6lo si asumimos que hay formas de vida superiores a otras, pode- mos afirmar, sar intenta mostrar cémo fallan las justificaciones de este principio que prescinden del hecho de que la vida humana es intrinsecamente valiosa por contar con la posi- bilidad de proponerse y desarrollar en forma aut6nomamente planes de vida. Sostiene que Rawls fracasa en su intento de fundamentar una posicién libe- ral igualitaria prescindiendo de presupuestos perfeccionistas. De hecho, su valo- raci6n de la autonomia como una parte esencial del bienestar humano es un tipo de perfeccionismo. planes d ba los individuos. Esto implica que otros planes de vida tienen un status inferior en una sociedad liberal, aunque de aqui no se sigue que aquellos que eligen esos planes de vida sean inferiores o merezcan un menor respeto. Te g e s planes 0 a igual respeto de cada uno y seria, co- mo sostuvo Mill, contraproducente. Pero el Estado puede abstenerse de facilitar 7 V.Haksar, Liberty, Equality and Perfectionism (Oxford, 1979). Mo Y tado puede hacer cumplir justificadamente principios de la moral “intersub- jetiva” publica, la cual evaltia las acciones de acuerdo con sus efectos en los inte- reses de los demés, la cuestién se centra en si el Estado puede también hacer va- Ronald Dworkin sostiene6 que ambas posiciones asignan una interpretacion diferente del principio de que los hombres deben ser tratados como iguales (lo que, segiin él, no siempre supone que los hombres deben ser tratados de igual mo- do). En palabras de Dworkin: “La primera teorfa de la igualdad supone que las decisiones politicas deben ser, en la medida de lo posible, independientes de cualquier concepcién particu- lar sobre la vida buena, o sobre lo que da valor a la vida. Desde que los ciudada- nos de una sociedad difieren en sus concepciones, el gobierno no los trata como iguales si prefiere a una concepcién a otra, sea porque los funcionarios piensan que una de ellas es intrinsecamente superior, o porque ella es sostenida por el gru- po social mas numeroso,o més poderoso. La segunda teorfa arguye, por el coi trario, que el contenido del tratamiento igualitario no puede ser independiente de alguna concepcién de lo bueno para el hombre o de lo que es bueno en Ia vi- da, ya que tratar a una persona como a un igual significa tratarla de la forma en que la persona buena y sabia desearia ser tratada. El buen gobierno consiste en tratar a cada persona como si ella estuviese deseosa de materializar la vida que ¢s realmente buena, al menos en la medida en que esto es posible”. El principio liberal que esta aqui en juego es el que puede denominarse 6 Véase su articulo “Liberalismo” en S. Hampshire, ed., Public and Private Morality (Cambridge, 1980), pp. 1434f. 33 son tales que uno esté comprendido por el otro, y el dominio del diltimo es mas amplio que el primero. El iltimo, empleado por Kant y que puede ser considera- do como autonomia moral, se refiere a la libre adopcién, como guia de acciones y actitudes, de cualquier principio moral. El primero, que es el que est incorpo- rado al principio liberal de la autonomia personal, se refiere s6lo a la libre elec- cién de pautas y modelos correspondientes a la moral personal 0 autorreferente (que es la que determina los planes de vida de los individuos). Va de suyo que si se prueba que la autonomfa moral es valiosa, entonces resulta demostrado el va- or de la autonomia personal incorporado en el principio liberal. La autonomia moral en sentido kantiano est estrechamente conectada con un rasgo fundamental del discurso moral; el hecho de que éste no opera a través de la coaccién, el engaiio, ol condicionamiento, sino a través del consenso. O sea que el discurso moral, a diferencia de, por ejemplo, el derecho, aspira a obte- ner una convergencia de acciones y actitudes a través de la libre aceptacién de los mismos principios iiltimos y generales para guiar la conducta. Si éste es el objetivo del discurso moral, entonces cuando participamos en él honestamente, valoramos positivamente la autonomia de las personas que se ma- nifiesta en acciones que estdn determinadas por la libre elecci6n de principios mo- rales. No importa que valoremos la autonomia como un fin en si mismo 0 éomo un medio para otro propésito autointeresado o colectivo, como la evitacién de con- flictos y alcanzar la cooperacién que son las funciones tiltimas de la practica del dis- curso moral. Lo que importa es que la participaci6n genuina y sincera en esa prac- tica implica que se valora la libre adopcién de principios morales. ca del dis noral, que constituye el acuerdo minimo que suscribimos en forma tacita cuando participa se de este modo: a presunci6n de que nuestros interlocutores comparten con nos- otros la adhesion a esta regla basica ~por més radicalmente que difieran de nosotros en sus ideas morales sustantivas— es lo que le da sentido a nuestra preocupacion de convencerlos acerca de la validez de ciertos principios morales. Si ellos no estuvie~ ran dispuestos a guiar sus conductas y actitudes por los principios que honestamen- te consideren validos sino por otros factores, o si no estuvieran dispuestos a refle- xionar sobre qué principios aceptarfan si fueran plenarente racionales, tuvieran en cuenta por igual el interés de todos los individuos afectados etc., el diélogo con ellos seria superfluo e ineficaz como técnica de coordinacién de acciones y actitudes, Por Supuesto que no podemos extraer de los demés el compromiso de que van a guiar sus acciones no por los principios que, después de la debida reflexién, ellos consi- deren validos sino por los principios que son realmente validos. Este seria un com- promiso inoperante, puesto que cada uno interpretarfa que ha sido cumplido 0 vio- 40 da o provision pablica reduce las posibilidades de elegir o materializar otros, y , por lo tanto menoscaba la autonomia de las personas). , en ver de que los valorese idea-_ 1s preferencias. Pero no es verdad que bajo una concepcién objetivista de lo bueno, uno no desearia que se lo ayude a satisfacer una preferen- cia si el ideal en el que est’ basada fuera falso!1. Precisamente, la idea de la auto- nomia personal implica que, como veremos en la préxima seccién, es valioso y, por lo tanto, cada uno de nosotros deberia tener la oportunidad de satisfacer sus pre- ferencias aun si resulta que, desafortunadamente, estan basados en ideales invali- dos. Quien adhiere al principio de autonomia preferirfa, por supuesto, que sus pre~ ferencias estuvieran basadas en ideales vélidos, pero prefiere todavia més tener la capacidad individual de satisfacer cualquier preferencia que llegue a tener (que fue- ran compatibles con el propio principio de autonomfa), mAs alld de la validez de los ideales sobre los cuales se basan. Esta preferencia de segundo orden no est, por supuesto, basada en el valor que fundamenta las preferencias de primer orden, que pueden ser inexistentes, ni en el valor de satisfacer las preferencias cualquiera fue- ran los ideales sobre los cuales eszdn fundamentadas, sino que se basa en el ideal IIL.- El discurso moral y la justificacién del principio de autonomia. que sostuvimos y defendimos en las asignaci6n de un valor positivo a la libre eleccién de planes de vida. Es facil advertir que esta autonomia personal que el principio valora positi- vamente es sdlo una parte de la autonomfa en sentido kantiano. Esta tiltima se manifiesta en la libre eleccién no sdlo de pautas de la moral autorreferente, sino también de cualquier otra pauta moral, incluyendo aquellas que corresponden a la moral intersubjetiva. O sea que aqui tenemos dos sentidos de “autonomia” que 11 Op. cit., p. 166 39 mo veremos mas adelante, todos los liberales, aceptarfan, por supuesto, la des calificacién de aquellos planes de vida incompatibles con el principio de autono- mia. Harfan esto porque menoscaba la autonomfa de otra gente por fuera de los limites impuestos por los principios de distribucién de la autonomia, tales como los que presentaré més abajo. ¢Existen otras formas de vida que estos “liberales perfeccionistas” ansfan excluir? Si existen, probablemente dudariamos del com- ponente liberal de su posicién. Si no existieren, gen qué sentido serian perfeccio- nistas y se diferenciarian de otros liberales que se identifican a si mismos como antiperfeccionistas? Lo anterior, se coneéta con un segundo foco de dudas que se centra en lo que estos autores entienden por concepciones de lo bueno ¢ ideales de vida. Muchos de sus argumentos estén basados en la asuncién de que la autonomia en si mis- ma es un ideal y forma parte de una concepcién de lo bueno y que, por lo tanto, el Estado no es neutral acerca de ideales y concepciones de !o bueno cuando pro- mueye autonomia. Dworkin menciona dos acusaciones a la concepcién liberal de la sociedad que son, aparentemente, incompatibles entre si una es que el liberalismo es escéptico respecto de concepciones de lo bueno; la otra.es que es autocontradictorio porque él mismo incluye una concepcién de lo bueno. Para evaluar estas objeciones hay que distinguir entre, por un lado, concepciones o ideales de virtud personal o de lo bueno en una vida o lo que es una vida buena y, por el otro, concepciones 0 idea- Jes de un orden social bueno 0 justo, Es verdad, como dice Raz®, que aquélla es una distincién dificil ya que muchos ideales de vida personal se refieren a aspectos de la organizacién social el contexto en el que uno vive. Sin embargo, pienso que algo puede decirse a fin de darle algin contenido a la distincién. Para entender lo que él llama principio de neutralidad, Raz dice ida. Sin embargo, uno puede recurrir a este tipo de aproxi- macién después de asignar algiin contenido inicial a lo que es una concepcién de la buena vida: tomemos la noci6n intuitiva de que consiste en ideales que valoran po- 9 Op. cit., cap. 5. 36 planes de vida degradantes. Deberia propagar los mejores planes de vida entre los adultos y la juventud que quieren ser protegidos paternalisticamente. Deberia to- mar en cuenta tales planes de vida mejores al hacer proyectos id del bienes- tar de las generaciones futuras. ta vision es relevantemente similar a la de Joseph Raz en The Morality of Freedom’, Raz sos a tros. Raz agrega que es imposible ser neutral acerca de ideales de lo bueno o excluirlos completamen- te como razones para la accién politica. Una base para esta posicion es que es im- posible distinguir entre lo que antes hemos llamado “moral autorreferente” y “moral intersubjetiva”: los ideales de virtud o las concepciones del bien pueden tener un amplio espectro, expandiéndose ellos hacia aspectos de organizacién so- cial y ambas tienen, en el fondo, la misma fuente come Eee de moral intersub- fier is neutralidad deben entender por “concepciones de lo bueno” to- da la moral excepto el propio principio de neutralidad. Otra raz6n por la cual es imposible excluir los ideales como razones para la acci6n politica es que el Esta- do no puede basar sus directrices politicas en las preferencias de los individuos, como lo prescribe la politica de bienestar, ya que aquellas preferencias se funda- mentan en creencias acerca de ideales, y uno no desearfa que sus preferencias se satisficieran si dichas ereencias fueran falsas porque estan basadas en ideales in- Aunque estos argumentos sacan a la luz serias cuestiones que requeritfan una discusién mas extensa que la que puede ser llevada aqui, pueden adelantarse, sin embargo, algunas dudas sobre su validez. 8 Oxford, 1986, parte II. 35 de perfeccionismo, no es correcta. Creo que hay cierta confusién cuando se su. pone que la autonomia es una propiedad de algunos planes de vida, en lugar de una capacidad de elegir entre la mas amplia variedad posible de planes de vi- da. Esto hace que se deslice imperceptiblemente del presupuesto del valor de la autonomfa a la conclusién de que algunos planes de vida son mejores que otros y que esto es relevante para la actuacién estatal. de! c ala favor de los s de vida pri Cuando los pen- sadores liberales se oponen al perfeccionismo, lo conciben como una concepcién de filosofia politica que amplia las funciones del Estado de modo que éste se con- vierte en arbitro de ideales de excelencia humana en competencia o entre planes de vida basados en ellos. No lo interpretan como una concepcién segiin la cual existen formas de vida mejores que otras. Esta posici6n sera, por supuesto, en- dosada por muchos liberales que no son escépticos o relativistas respecto de la validez de ideales humanos; su discrepancia es s6lo acerca de la relevancia juri- dica de esa validez. Por esa raz6n, es desconcertante que Haksar haga suyos los argumentos de Mill para defender la abstencién del Estado en favor de ciertas formas de vida, aunque luego defienda una injerencia tenue en esa materia, No es de ningiin modo claro que los argumentos a favor y en contra del intervencio- nismo estatal en el campo de los ideales personales puedan convergir en una po- sicién ecléctica. Si es admisible que el Estado aliente ciertas formas de vida, ¢por qué no hacerlo a través de la pena, una vez que ésta es concebida como una me- ra técnica de disuasién? ¢Es ése el estimulo estatal que Haksar, apoya, y que de- beria implicar un considerable despliegue propagandistico, compatible con la li- bre discusién de estilos de vida? En el caso de Raz, el uso de la coercién esté limitado a desalentar las acciones que menoscaban la autonomia de la gente, aceptando el principio de daiio que veda la coercién ejercida sobre acciones que no tienen ese efecto ya que reduciria la autonomia de las personas. Pero Raz tam- bién acepta que el Estado pueda adoptar medidas no coercitivas para promover 0 desalentar acciones que respondan a planes de vida que son repugnantes, Esto. siblemente esto sea cierto, (en primer lugar, los impuestos y similares implican tuna coercién indirecta y esto disminuye la autonomia de algunos sin expandir la de étros; en segundo lugar, la promocién de planes de vida a través de propagan- 38 sitivamente las acciones y actitudes de una persona segiin su contribucién al valor ’ de su vida y en cémo reflejan un car4cter moral virtuoso. Si le agregamos a este principio los principios que gobiernan la distribucién de las condiciones de autonomia que serdn vistas més adelante en es- te capitulo y consideramos también todos estos otros posibles principios los cuales son incompatibles con ellos, tenemos ante nosotros el campo de la moral intersub- jetiva o social, hacia la cual el Estado no puede ser neutral. delante, el principio de autonomia cipios sociales liberales o bien seria incompatible con ellos y podria, en conse- cuencia, ser excluida por invalida. Un ideal personal que no esta implicito en los principios liberales y que no es incompatible con ellos puede ser tanto valido co- mo invélido. La visién liberal, a diferencia de la perfeccionista, no necesita tomar postura acerca de la validez de aquellos ideales personales en la discusién sobre principios de la organizacién social, ya que estos principios no dependen de tal validez. Raz parece argitir que su concepcién es perfeccionista porque sostiene que el Estado sélo deberia permitir la persecucién de ideales validos. No demues- tra, sin embargo, que todos los ideales que son compatibles con el principio de autonomia son vlidos; bien podria haber otros fundamentos que los tornaren en invélidos. Si se asume que, ms alld de dicha invalidez, el Estado no deberia, segtin el principio de autonomia, interferis, esto no es lo que suele tomarse como una posicién perfeccionista. 3 a s perrnees, Esta adopcién de una concepcién de una buena sociedad no pue- le ser etiquetada como “perfeccionista” sin quitarle a este término toda rele- ia; usualmente esté ligada a la adopcion de concepciones in- compatibles con la anterior y que conciben como valiosas las interferencias con Ja adopcién libre de algunos ideales que interfieren con una correcta distribu- cién de la autonomfa personal. Por esta razén la asercién de Haksar!® de que Rawls introduce el perfeccionismo por la puerta de atrds, porque la idea de que una vida auténoma es una parte esencial del bienestar humano es una especie 10 Op. cit., p. 166. 37 Como los principios de la moral intersubjetiva estan dirigidos precisamente a preservar la autonomia de los individuos frente a actos de terceros que la me- noscaben, entonces hay razones para que el Estado y otros individuos hagan va- ler tales principios aun contra quienes no los adoptan libremente. Si bien ello in- fringe el principio de autonomia al impedir la ejecucién de de acciones auténomas, esta interferencia puede ser prestripta por el mismo principio de ait- tonomfa, puesto que se trata de hacer posible otras acciones auténomas. El ba- lance entre la autonomia que se pierde y la que se gana debe ser hecho seguin los principios de distribucién discutidos en otra parte. En suma, del principio de autonomia moral podemos derivar una serie de principios de moral intersubjetiva que vedan acciones como matar, dafiar, violar, etc. y aun normas permisivas que nos permiten usar la coercién, a fin dé hacer valer aquellos principios de moral intersubjetiva. Es de esta manera que, bajo una concepcién liberal, el valor de la satisfaccién de pautas morales vélidas, aun a través de la coercién, deriva del valor de la autonomia en la eleccién de pautas morales, vélidas o invalidas, y no al revés. Pasemos ahora al segundo aspecto del principio de autonomia de la personia: la prohibicién de que el Estado y los particulates interfieran la libre eleccién y ma- terializacion de ideales y concepciones de la buena vida, que son parte de la moral autorreferente. Inmediatamente es obvio que los argumentos que dimos con res- pecto a los principios intersubjetivos no se aplican aqui. No se puede apelar al pro- pio principio de autonomia moral a fin de justificar la necesidad de restringir la au- tonomia de algunos individuos para proteger la de los otros, ya que en el caso de los ideales personales que no violan las pautas de moral intersubjétiva estamos tra- tando con acciones que no afectan la autonomfa de terceros. Una cuestién distinta es si es posible prohibir acciones que afectan la autonom/a del propio agente, que es el tema del paternalismo16. En consecuencia, en la medida en que los argumen- 16 No puedo hacer aqui un andlisis del complejo tema del paternalismo (véase, por ejemplo, mi li- bro “Los Limites...”, capitulo 4). En lo que sigue, asumo que es posible distinguir una directriz polf- tica, medida o visién paternalistas de otra perfeccionista. Mientras que estas tiltimas contradicen el Principio de autonomia ya que favorecen la imposicién coercitiva de concepciones de lo bueno 0 de modelos de excelencia humana, las primeras son compatibles con ese principio, dado que sdlo tien- den a facilitar el logro de los individuos de su propia concepcién de lo bueno, esto es, la concepcién a la que él o ella ha adherido subjetivamente. Es discutible si puede haber medidas coercitivas pater- nalistas. Un individuo puede actuar en contra de su propio interés subjetivo 0 deseos por ignorancia, coercién, debilidad de la voluntad 0 problemas de coordinacién tales como aquellos del dilema del Prisionero. Los primeros dos casos de autolesién no son tratados de la mejor manera a través del re- curso ala coerci6n, pero en relacién con los dos tiltimos podria haber otra manera de sobrellevarlos. Se dice a veces que casos tales como la omisi6n de usar cinturon de seguridad son casos de debilidad de la voluntad que justifican medidas paternalistas coercitivas (véase G. Dworkin, “Paternalism”, en R. Wasserstrom, ed., Morality and the Law, Belmont, Cal., 1971). De nuevo, casos tales como aque- los generados por la provision de salud o de la seguridad social, regulaciones laborales e importan- 44 No cuenta como una propuesta que puede ser considerada, en ese contexto, so- bre la base de sus propios méritos. s Este es un tipo de justificacién sobre la base de la inconsistencia pragmitica, andloga a la que John Finnis!5 ha ensayado para fundamentar el valor del conoci~ miento, llamando a este tipo de argumentos “retorsivos”. De la misma manera, hay analogias al tipo de argumento que Gewirth ha presentado para demostrar el va- lor de la libertad y del bienestar que hacen posible cualquier accién. Sin embargo, en estos tiltimos casos la argumentacién presenta dificultades, puesto que ella apa- renta apoyar una conclusién mucho més restringida que la que se pretende justifi- car. Me parece que, en el mejor de los casos, Finnis sélo muestra que quien se pre- gunta por el valor del conocimiento presupone el valor del conocimiento de esa proposicion, pero no de otras. En el caso de Gewirth, creo similarmente que lo que, alo sumo, se podria concluir es que quien acti intencionalmente presupone mien- tras acttia el valor de las condiciones que hacen posible esa accién, pero no el de aquellas que posibilitan cualquier accién. En cambio, me parece que el mismo pro- blema no se plantea en la presente argumentacién, puesto que ella se apoya en el hecho de que la formulacién de un juicio que niega el principio de autonomia es in- consistente con la regla general que tal formulacién debe aceptar a fin de que sea vista como un caso de la practica general del discurso moral. Sino hay posibilidad de defender, en el contexto del discurso moral, un piin- cipio que niegue el valor de la autonomia moral, esto significa que ese valor es in- herente a la estructura del discurso moral. De ahi que la autonomia que se mani- fiesta en la eleccién de principios morales para guiar las propias acciones y actitudes tenga un valor moral prima facie. Este valor prima facie de la autonomia rioral se transmite @ las acciones que manifiestan esa autonomia, 0 sea las acciones que estn determinadas por la libre eleccién de principios morales que prescriben tales acciones. Cualquiera que sea la validez de los principios morales en cuestién, las acciones que estin determinadas por la adopcién de tales principios tienen algiin valor prima facie. Esto refleja lo que suele calificarse como el valor de la autenticidad moral y hace eco a la idea que aun en las acciones de un nazi convencido podria haber algiin valor. Pero como lo demuestra este tiltimo ejemplo, ese valor es s6lo prima facie y puede verse amplia y contundentemente contrarrestado por otros aspectos dé la accién, de modo que el juicio final puede ser que la accién es, todas las cosas con- sideradas, abominable. En especial, y tal vez exclusivamente, esto es asi cuando los efectos de la accién auténoma afectan la autonomfa de terceros. Un indivi- duo muerto, violado, engafiado, etc. tiene menos capacidad de elegir y materia lizar sus pautas morales. 15 J.M. Finis, Natural Law and Natural Rights, (Oxford, 1980), pp. 64ff. 43 lado segiin sus propias pautas de moral sustantiva, y no constituirfa, entonces, ust punto de partida apto para que el discurso moral se ponga en marcha con miras a convergir en acciones y actitudes que son, ab initio, divergentes. Por eso, el com- promiso minimo que permite llevar adelante el discurso moral consiste en guiar las propias acciones y actitudes por los principios que uno juzgue validos, luego de so- pesar de una manera reflexiva las consideraciones a favor de o en contra de ellos desde un punto de vista moral. (La regla basica del discurso moral contiene tam- bién una condicién de preeminencia ~acciones que son moralmente relevantes de- ben estar determinadas por la aceptacién libre de principios morales por sobre otras consideraciones ~y una condicién de operatividad todos los principios morales que se consideren validos deberfan ser tomados en cuenta para guiar las acciones a las cuales son aplicables.) 12, Es obvio que ajustar nuestra conducta a principios morales validos es al- Pane valioso, de hecho es tan valioso que, como veremos en breve, podria aun jus- tificar bajo determinadas condiciones la imposicién forzosa de aquellos principios: Pero el punto crucial es si este valor es originario o si deriva, como ve- remos en breve, del valor de la autonomia que se manifiesta en la oportunidad de elegir tanto principios validos como invalidos. Si la primera alternativa fuera el caso, como sostiene una de las variantes del perfeccionismo, estarfa justificada la supresién de la autonomia de la gente y todos los bienes basados en ella, en aras de satisfacer principios que son asumidos como validos indepehdientemente del valor de la autonomia. Si, en cambio, la autonomfa es la fuente de casi todos los valores sociales, como veremos en breve, el valor de satisfacer principios validos debe derivar del valor de la capacidad de elegir principios validos o invalidos. Dije al final de la tiltima secci6n que la autonomia personal fundamenta la pre- ferencia de ser capaz de elegir pautas autoreferentes aun bajo riesgo de elegir las in- correctas. Esta preferencia, extendida a abarcar no sélo las pautas morales auto- sreferentes sino también las intersubjetivas, es lo que yace a nuestra participacin honesta en el discurso moral. Por este motivo, no recurrimos a otras técnicas que quizés, 0, en realidad, muy posiblemente, son mas eficaces para hacer que otras per- sonas actien segtin principios que, desde nuestro punto de vista, son validos. Cuan- do recurrimos a la ardua tarea de discutir los méritos morales de una solucién, en lugar de valernos de medios propagandisticos, manipuladores, o coercitivos para promover su adopcién, es porque valoramos la libre adopcion de principios mora- les por parte de todos, aun bajo el riesgo de que los otros terminaran por adoptar 12 Debo esta sugerencia a Marcelo Alegre. 41 los principios que consideramos incorrectos, por sobre la mera satisfaccién de prin cipios morales validos. Es ésta la preferencia que esta reflejada en la regla basica del discurso moral que s6lo requiere que uno adopte los principios que, después de la debida reflexién y deliberaci6n, considere validos. Si esta es una reconstruccién plausible de la regla que expresa el compromi- so minimo que se asume cuando participamos genuinamente en la practica social del discurso moral, es pragmdticamente inconsistente defender, en el contexto del discurso moral, una posicién que implique no desear, aun prima facie, que los de- més acepten libremente, después de la debida reflexi6n y deliberacién, principios que nosotros, pero no ellos, consideramos invalidos. Para entender mejor este punto, es conveniente advertir que la participacién en la practica del discurso moral es una accién intencional, que no tiene lugar por el mero hecho de que se arguya en favor de cierta posicién moral, sino que exige adem la comunicacién de la intencién de presentas, explicita o implicitamente, un principio para que el interlocutor lo acepte sobre la base de buenas razones. Esa intencién, para ser admisible, debe derivar de la adopcién de la regla basica de que es deseable que la gente guie su conducta por los principios que juzgue v- lidos. Es, en consecuencia, inconsistente cuando ella se dirige a la adopci6n de un principio incompatible con esa regla basica. Esto supone que, como dice Alan Gewirth’3, las acciones tienen cierta estruc- tura normativa. Tal estructura se esclarece si adoptamos la tesis de Davidson'# de que la expresién de la intencién con que se realiza una accién es un juicio valorati- Vo 0 normativo del tipo “es deseable tal y tal estado de cosas”. Siesto es asi, y si la intencién que hace que la participaci6n en el discurso moral sea honesta y genuina deriva de la adopcién de la regla basica de ese discurso, esa intencidn es expresable a través de un juicio del tipo: “dado que es deseable actuar sobre la base principios libremente aceptados después de la debida reflexién y dado que, si reflexionamos sobre el principio x advertiremos que est basado en buenas razones, es deseable que uno actiie sobre la base de la libre adopcién del principio x”. Cuando el principio que esta siendo defendido es uno que niega todo valor prima facie a la autonomia de las personas en Ia eleccién de principios morales para guiar sus acciones, entonces, la intencién de quien fuera que asumiera su de- fensa, necesariamente se expresaré en un juicio que padezca algiin tipo de autoin- consistencia. Implica la intencién de participar honestamente en el discurso mo- ral para negar el valor de la autonomia en la eleccin de pautas morales. Dada la inconsistencia de la intencién con que se lleva a cabo, la formulacién de un jui- cio de esa indole no es una movida permitida en el contexto del discurso moral. 13 Véase Razén y Moral, Chicago, 1978, p. 48. 44 Véase “Intending” en Actions and Events (Oxford, 1982). 42. chos sin que sean adoptados espontaneamente. Es parte de lo que requiere el mismo contenido del ideal, que la persona se adhiera a él. Puede satisfacerse el principio que prohibe matar impidiendo que alguien mate, aun cuando el indi- viduo no haya adoptado libremente el principio en cuestién. En cambio, el ideal de un buen patriota no puede materializarse en un individuo si él no lo acepta libre y conscientemente. Lo mas que puede obtenerse a través de la coercién y la presién es un comportamiento externo como levantarse cuando tocan el him- no nacional, que, cuando no estd acompagiado de las actitudes subjetivas ade- cuadas, constituye sélo una parodia de conformidad que no satisface el ideal en cuestin. Son inherentemente inconsisten- ‘ia humana cuan nte los abré siempre dudas acerca de estos ideales cuando el contexto social no ofrece oportunidades de contrastarlos con otros o cuando el Estado asu- me una actitud propagandistica a su favo En consecuencia, el argumento derivado del cardcter autofrustrante del per- c s dea- les personales. Mas atin, el primero asume que la gente los discute en el contex- to del discurso moral, ya que de lo contrario la regla basica del discurso moral no se referiria a ellos sino s6lo a la adopcién de pautas intersubjetivas y la auto- noma moral no incluiria la autonomia personal. IV.- El contenido de los derechos humanos y el principio hedonista. Aunque el principio liberal de la autonomia de la persona es perfectamente compatible con una visin objetivista de las concepciones de la buena vida, no requiere tal visién objetivista, También puede ser acomodado con una vision ub- jetivista sobre tales concepciones, segiin la cual en la esfera de la vida individual, el valor depende dela preferencia y no al revés. Aqui, el argumento sobre las pre. ferencias es explicado por una suerte de teoria del error. Sin embargo, tal como hemos visto en la tltima subseccién, la concepcién Pende de las preferencias de los individuos. Esto implica que la evaluacién de los bienes que son instrumentales para la prese rvacion y expansién de la auto- 46 i) i i i 10s, basados en el propio principio de autonomfa moral, para interferir en la auto- ” noma de algunos individuos no se aplican al caso de la libre eleccién de ideales au-’ roreferentes compatibles con las pautas intersubjetivas derivadas del principio de autonomia moral, la libre eleccién de adoptar estos ideales preserva su valor prima facie original. De esta manera pode stivar del principio de autonomia moral, Por cierto, puede haber otras razones para impedir la ejecucién de estas ac- ciones auténomas (autorreferentes). Pero esto es sumamente improbable, debi- doa dos consideraciones. En primer lugar, porque si esa interferencia no est jus- tificada sobre la base del propio principio de autonomia, probablemente lo esté sobre la base de un principio que sea incompatible con él (dado el hecho de que el principio y sus derivaciones ocupan un espacio importante en la esfera de la moral social), y por lo tanto la defensa de tal interferencia en el contexto del dis- curso moral envolverfa el tipo de inconsistencia practica a la que aludi antes. En segundo lugar, tal interferencia con las acciones auténomas autorrefe- rentes dificilmente sea justificada por una razén que apoya independientemen- te al principio de autonomia personal. La imposicién de ideales personales au- torreferentes es autofrustrante cualquiera que sea el principio con que se la quiera justificar. Ello es asi por la propia naturaleza de estos ideales, ya que ellos, a diferencia de las pautas de moral intersubjetiva, no pueden ser satisfe- ces electorales pueden ejemplificar problemas de coordinacién que slo podrian ser resueltos recu- rriendo a obligaciones paternalistas coercitivas (en lo que concierne al voto obligatorio, véase mi ar- ticulo en Reforma Constitucional: Segundo Dictamen del Consejo para la Consolidacién de la De- ‘mocracia, Buenos Aires, 1987). Los argumentos y las medidas paternalistas y perfeccionistas frecuentemente estén entremezcladas, como sucede por ejemplo en aquellos que favorecen Ia interfe- rencia estatal en la tenencia de drogas para consumo personal (véase Nino, Etica y Derechos Huma- ‘nos, Buenos Aires, 1984, cap. 9). A veces, el perfeccionismo determina una directriz politica o medi- da de una manera muy sutil, como cuando las defensas y excusas penales y la medida de las penas son construidas de tal manera que reflejan una evaluacién del cardcter del agente vis-d-vis algain ideal de excelencia humana o virtud (véase Nino, Los Lémites.... Nino, “Enforcement of Morality through the Criminal Law” en J. J. C. Garcia et al, eds., Philosophical Analysis in Latin American, Dordrecht, 1984, pp. 93-113). Por supuesto, el paternalismo se convierte en paternalismo legitimo cuando el dividuo consiente con pertenecer a una organizacién social “total” que aspira a regular todos los as- pectos de la vida individual. Tal consenso no es generalmente genuino con respecto a la membresia a un Estado, pero puede ser asi en relacién con otros grupos, como un kibbutz. Sin embargo, este no ¢€s el caso de los nifios que crecen dentro de tales grupos. Por lo tanto, el principio de autonomfa mo- ral requiere que el Estado provea a toda la sociedad una educacién liberal que ponga a los menores, ‘en contacto con las més diversas concepciones de lo bueno a fin de capacitarlos a hacer elecciones li- bres cuando alcancen la “edad de la razén” y, tal vez, opten por salir de las comunidades dentro de las cuales crecieron. as 45 Frente a este dilema, casi todos los pensadores liberales como Rawls!’, Dwor- Kini y Ackerman’®, se pronuncian por jerarquizar el valor de la capacidad de op- tar por diversos planes de vida sobre el valor de la capacidad de satisfacer las pre- ferencias adoptadas. Ellos sostienen que en una concepcién liberal de la sociedad los individuos son responsables por sus elecciones de planes de vida y la adopcidn de preferencias. Esa eleccién o adopcién no deberia ser vista como un accidente del gue fueron victimas y por el que el Estado u otros individuos deben compensar con recursos adicionales como si fueran discapacitados fisicos o mentales. No me interesan aqui los principios que efectivamente descalifican la con- cepcién de las preferencias como si fueran accidentales. Por el momento, basta sugerir que si bien la capacidad de satisfacer planes de vida elegidos posee un va- lor endosado por el principio de autonomfa personal (ya que esta autonom(a se restringe cuando hay planes de vida imposibles de satisfacer), segiin ese princi- Pio, la capacidad de optar entre diversos planes de vida es atin més valiosa. Esto quiere decir que, si bien es justo (contra lo que dice Ackerman20) que los recur- 508 no utilizados por los individuos con preferencias més baratas sean no desper- diciados sino redistribuidos para aquéllos con preferencias mas caras, esta asig- nacién debe ser provisional y revertirse tan pronto ocurra un cambio en las preferencias de los primeros. Todo esto todavia deja sin resolver un conjunto abrumador de problemas y complicaciones que deben ser resueltos, muchos de los cuales no pueden ser tra tados aqui. Pero aun cuando la formulacién del principio de autonomia perso- nal es todavia considerablemente vaga, ella permite, sin embargo, inferir el con- tenido de algunos derechos individuales basiéos, que esta dado por los bienes 0 intereses que esos derechos protegen. Estos bienes son los necesarios para la elec- cién y materializacién de planes de vida de los individuos. El bien mas genérico que est4 protegido por el principio de la autonomia per- sonal es la libertad de realizar cualquier conducta que no dafie a otras personas. Esta es la libertad consagrada por los articulos 4 y 5 de la Declaracién de los De. rechos del Hombre y del Ciudadano de Francia de 1789, defendida por J. S. Mill en On Liberty? y recogida por algunos textos constitucionales, como el articu- 'o 19 de la Constitucién argentina®2, Conviene destacar que muchos de los otros 17 Véase J. Rawls, “Social Unity and Primary Goods” en Utilitarianism and Beyond, Cambridge, 1982, p. 165. 18 Véase R. M. Dworkin “What is Equality?” Philosophy and Public Affairs 10 (1981), partes 3 y 4. 1B. Ackerman, Social Justice and the Liberal ‘State, New Haven, 1980, pp. 61f. 20 Id., cap. $. 21 Véase J. 8, Mill, On Liberty. 2 El primer parrafo del articulo 19 dice: “Las acciones privadas de los hombres que de ningtin modo ofendan al orden ya la moral publica, ni perjudiquen aun tercero, estén s6lo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados”. 48 nomia personal en la eleccién y materializacién de planes de vida es también 4 objetiva. requiere maximizar la satisfacci6n delas preeeari o planes de vida que la gen- te ha elegido o exige s6lo maximizar la capacidad de eleccién de planes de vida o preferencias? En verdad, la alternativa no es facil de discerns, puesto que si un individuo no tiene los medios para satisfacer un plan de vida que ha elegido, mal puede decirse que tenfa la capacidad de elegirlo. Su elecci6n fue completamente inoperante. Sin embargo, la diferencia se advierte si comparamos las posibilidades que Jos individuos tienen de satisfacer sus planes de vida con los mismos recursos ex ante y ex post de la eleccidn; después de la eleccién, el individuo que ha elegido el plan que requiere ms recursos tiene menos posibilidad de satisfacerlo o de atender otras preferencias. ‘Aqui no nos interesa la cuesti6n de una supuesta igualdad en el goce de au- tonomia, sino la cuestién del grado de antonomia de los individuos.

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