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of © GSc0l Machado de Assis El alienista Vhrulo original: O aiemita 1+ edicibn en Coleccidn Marginal 1974 1 edicin en Pébul: septiembre 1997 de esta edicidn en lengua espatolay de la traduecisn, Tuarquets Editores, Bi 1974 Traduecisn: Martine y Casilas Disefio de ls coleceiin: Pierluigi Ceett Tustracién de fa eubierta:ilustracion de Ronda Hoelaer, © Ronda Hoelees, 1997. Derechos reservados Reservados codos los derechos de esta edicion para “Tusquets Editores, SA. - Cesare Cant, 8 - 08023 Barcelona ISBN: 84.8310-539-% Depésito legal: B.11.144-1997, Impresin y encuadernacidn: GRAFOS, 8.A, Arte sobre papel Sector C, Callé D, n.° 36, Zona Franca - 08040 Barcelona Fmnpreso en Espata Il. Il. Iv. . El terror Vi. VIL. VIL. IX. . La restauracién . El asombro de Itagual XIL. XIII. Nota preliminar El alienista . De como Itaguaf consiguié tener. una casa de Orates Torrente de locos Dios sabe lo que hace Una nueva teoria La rebelién Lo inesperado Las angustias del farmacéutico Dos bonitos casos El final del pérrafo 4.° iPlus ultra! ner viva la atencidn del lector, golpes de efecto, etc.), que su talento era ajeno a tales preocupa- ciones, Es un/cuentd, de los mas extensos que escribié, pero cuénto a pesar de todo, pues el mimero de paginas ¢s un pormenor secundario para clasificar la obra. Dentro del cuento, es posible que Machado de Assis haya escrito. otros mds movidos, mas «faciles» de leer y de entender, dado su tono le- vemente propenso a la anécdota cargada de mo- tivos para la risa del espiritu o, incluso, para la sonrisa fisica, pero en_ninguno, como.en éste, estan reunidas tan flagrantemente sus cualidades de prosista ¢, ‘igualmente, de ho: ions Podria decirse que El alienista es para el cuento machadiano lo que Don Casmurro es para la novela. Si en esta ultima sus posibilidades de no- velista y de prosista se realizaron plenamente, gracias al empleo equilibrado de sus ingredientes predilectos, en El alienista ocurre algo semejante respecto al cuento. No sabemos qué apreciar més en él, si el lenguaje depurado hasta el limite de fluidificarse y simplificarse en sus elementos sintdcticos e incluso de vocabulario, o si Ja in- cidencia de ironia y humor en una historia que nos hace esbozar esa sonrisa. de alegria intelec- tual y nos hace, simulténeamente, tener pensa- mientos graves acerca de la Humanidad y sus 12 tendencias cémicas 0 tragicémicas. Lo cierto es que el cuento nos despeja la mente y la sensi- bilidad como si un golpe de viento nog diera de lleno en el rostro, obligindonos a recomponer el pelo revuelto y, a la vez, nos da una sensacion irreprimible de ridiculo, pues no podemos dejar de vernos retratados en los personajes que pa- sean su locura pacifica a lo largo del cuento. Rei- mos y sentimos cierto malestar, pues acabamos por vernos en aquellos que, en determinados momentos, parecian ser criaturas de un mundo ausente o muy distante del nuestro. Sentimos ganas de decir a nuestra conciencia: es una fic- cién; pero no alcanzamos a hacerlo justamen- te porque nos Io impide un incierto sentimiento de verdad tenebrosa, independientemente de que sea una obra de arte o un relato vivo de acontecimientos «reales». El cuento hace pensar, reflexionar, lo que significa que su contenido si- gue vibrando después de la ultima pagina, dando la impresion de revolvernos los sentimientos a propésito de nuestros semejantes y de la Hu- manidad en general. Es dificil, en suma, quedar ajeno al efecto de E/ alienista sobre nuestros hé- bitos y convenciones, Ilevandonos a ver, en la Itaguai perdida en un Estado de un pais que po- dria ser. cualquiera, perennemente, el hombre mismo en su camino por la vida. Més que una 13 historia es una interpretacién condensada de la angustia del hombre frente a su condicion de alienado en la tierra donde vive su prisién sola- mente deshecha por ia muerte o por la locura despiadada. Es el problema del hombre de siem- pre frente a los mismos interrogantes: équé es lo cierto2, équé no lo es?, équé es la verdad?, équién estd exento?, équé es lo que vale?, qué es lo que no vale? De esta forma, si el Simon Bacamarte —en cuyo nombre ya se refleja mucho de su tempe- ramento y espiritu, donde lo bombastico del apellido contrasta con una modestia enfermiza— invierte, al final, los papeles recogiéndose en la Casa Verde a fin de curar su locura, sentimos la profunda ironia del gesto, que guarda una in- terrogacion: équién, a fin de cuentas, estd exento de alguna alienacién, por pequefia que sea? le—: debemos la total extincién de la dinastfa de los Bacamarte. Pero la Ciencia tiene Ja inefable propiedad de curar todas las penas; nuestro médico se su- mergid enteramente en el estudio y en la prdc- tica de la Medicina. Fue entonces cuando uno de los recovecos de ésta le llamé especialmente la atencién: el recoveco psicoldégico, el examen de Ja patologia cerebral. No habia en la colonia, ni aun en el reino, una sola autoridad en tal ma- teria, mal explorada o casi inexplorada. Simén Bacamarte comprendié que la ciencia lusitana, y particularmente la’ brasilefia, podia cubrirse de «laureles inmarchitables» —expresién usada por él mismo, pero en un arrebato de intimidad do- méstica; exteriormente era modesto, como con- viene a los sabios. —La salud del alma —clamé-—, es la ocupa- cién més digna del médico. Del verdadero médico —rectified Crispin Soares, farmacéutico de la ville y uno de sus amigos y comensales. EI Ayuntamiento de Itaguai, entre otros pe- cados de que le acusan los cronistas, tenfa el de no hacer caso de los dementes. Asi es que cada loco furioso era encerrado en una habitacién, en su misma casa, y no era curado, sino «descu- 25 rado», hasta que la muerte le venia a robar el beneficio de la vida; los mansos andaban sueltos por la calle. Simén Bacamarte intenté inmedia- tamente reformar tan ruin costumbre, Pidid per miso al Ayuntamiento para agasajar y tatar, en el edificio que iba a construir, a todos los locos de Itaguaf y de las demas villas y ciudades, me- diante un etipendio que.el Ayuntamiento le da- ria, cuando la familia del enfermo no pudiese hacerlo. La propuesta excité la curiosidad de toda la villa y encontré una gran resistencia, po- niendo de manifiesto lo dificil que es desartaigar costumbres absurdas 0 incluso malas. La idea de meter a los locos en la misma casa, viviendo en comuin, parecié en si misma un sintoma de de- mencia y no falté quien lo insinuara a la misma mujer del médico, —Oiga, Dojfia Evarista —le dijo el Padre Lo- pes, parroco del lugar—, mire a ver si su marido se da una vuelta por Rio de Janeiro. Eso de es- tudiar siempre, siempre, no es bueno, trastorna el juicio, Dofia Evarista se quedé aterrada, Fue a ver a su marido; le dijo que «tenia deseos», uno prin- cipalmente: el de ir a Rio de Janeiro y comer todo lo que él creyese adecuado para determi- nado fin. Pero aquel gran hombre, con la rara sagacidad que lo distinguia, penetré en la inten- 26 cién de su esposa y le dijo sonriends que no tuviera miedo. De alli se fue al Ayuntamiento, donde los concejales debatian la propuesta, y la defendié con tanta elocuencia que por mayoria se decidiéd concederle lo que habia pedido, vo- tando al mismo tiempo un impuesto destinado a subvencionar el tratamiento, alojamiento y manutencién de los locos pobres. La materia del impuesto no fue facil hallarla; todo estaba tri- butado en Itaguai. Después de largos estudios, acordaron permitir el uso de dos penachos en Jos caballos de los entierros. Quien quisiera em- plumar los caballos de un coche mortuorio, pa- gatia dos céntimos al Ayuntamiento, repitién- dose esta cuantia tantas veces cuantas fuesen las horas transcurridas entre el fallecimiento y la tl- tima bendicién en la sepultura. El escribano se petdid en los calculos aritméticos del rendi- miento posible de la nueva tasa; y uno de los coneejales, que no crefa en la empresa del mé- divo, pidié que se relevase al esctibano de un trabajo inutil. —Los calculos no son necesarios —dijo—, porque el Dr. Bacamarte no soluciona nada. ..? Pero unos conocian el odio del sacerdote y otros pensaban que esto era una oracién en latin, 3. nla boce sollews dal fiero pasto Grelpeccatore..» GLa boca levanté del ero alimento quel pecador..») Por fiero alimento» entiéndase que fa figura encontrada por Dante en el Inficmo, on este fragmento Ugolino della Gherardesca, hebiends muerto de hambre, tenia ahora, como alimento, un exineo humano, 66 VI La rebelion Cerca de treinta personas se unieron al bar- bero; redactaron y Ilevaron una representacién al Ayuntamiento, EL Ayuntamiento rehusd aceptarla, decla- rando que la Casa Verde era una institucion pt- blica, y que la Ciencia no podia ser corregida por votacién administrativa y menos atin por agitaciones callejeras. ~Volved al trabajo —concluyé el presi dente~, es el consejo que os damos. Eg La irritacién de los agitadores fue enorme. Eli...’ barbero declaré que iban a enarbolar la bandera - de la rebelién y a destruir la Casa Verde; ‘que. Itaguai no podia continuar sirviendo de cadaver para los estudios y experiencias de un déspota;., que muchas personas estimables, algunas distin guidas, otras humildes, pero dignas de estimaci6n, yacian en los cubiculos de la Casa, Verde; que . el despotismo cientifico del alienista se unia al afan de lucro, ya que los locos, 0 stpuestos lo- * 67 cos, no eran aterididos de balde: las familias y, ‘a falta de ellas, el Ayuntamiento pagaban al alie- nista... ~iEs falso! —interrumpié el presidente. —éFalso? —Hace cerca de dos semanas recibimos un informe del ilustre médico en el que declara que, al tratar de hacer experimentos de alto valor psi- coldgico, renuncia al estipendio votado por el Ayuntamiento, as{ como a los honorarios de las familias de.los enfermos. La noticia de este gesto tan noble, tan puro, aplacé un poco el dnimo de los rebeldes. Segu- ramente el alienista podia estar en un error, pero ningtin interés ajeno a la Ciencia le instigaba; y para demostrar su error es necesario algo més que alborotos y clamores. Esto dijo el presidente, con el aplauso de todo el Ayuntamiento. El barbero, después de al- gunos instantes de concentracién, declard. que estaba investido de un mandato ptblico y no restituiria la paz a Itaguai antes de ver por tierra ja Casa Verde —«esa Bastilla de la razén hu- mana>~ expresion que habia ofdo a un poeta lo- cal, y que repitié con mucho énfasis. Dicho esto y.a una sefial, todos salieron con él. Imaginese la situacién de los concejales; ur- gia impedir las concentraciones, Ja rebelidn, Ja 68 ‘ lucha, la sangre. Para empeorar la situacién, uno de-los concejales, que habia apoyado al presi- dente, al ofr al barbero lamar a la Casa Verde «Bastilla de la raz6n humana», encontré la ex- presin tan elegante que cambid de parecer. De- claré que creia aconsejable decretar alguna me- dida que redujese’ la Casa Verde; y como el presidente, indignado, manifestara en términos enérgicos su asombro, el concejal hizo esta re- flexion: ~Nada tengo contra la Ciencia; pero si tan- tos honibres, que suponfamos en su sano juicio, estan recluidos por dementes, équién nos ase- gura que el alienado no es el alienista? Sebastidn Freitas, el concejal disidente, tenia el don de la palabra y hablé atin por algin tiempo con prudencia, pero con firmeza. Sus co- legas estaban aténitos;’el presidente le pidid que, por lo menos, diese ejemplo de orden y de tes- peto a la ley, no airease sus ideas en la calle para no dar cuerpo y alma a la rebelién, que, por ahora, era un torbellino de Atomos dispersos. Esta figura corrid un poco el efecto de la otra: Sebastién Freitas prometié suspender cualquier accidn, reservandose el derecho de pedir por medios legales la reduccién dela Casa Verde. Y repetia para si mismo, entusiasmado: «iBastilla de Ia razén humanal», 69 Entre tanto crecia el alboroto. Ya no eran treinta, sino trescientas personas las que acom- pafiaban al barbero, cuyo apodo familiar debe ser mencionado, porque dio nombre a la re- vuelta: le amaban el Canjica, y el movimiento se hizo célebre con el nombre de rebelién de los Canjicas. La accién podia ser limitada (ya que mucha gente, 0 por miedo o por habitos de edu- cacién, no bajaba a la calle), pero el sentimiento era undnime, o casi undnime, y los trescientos que caminaban hacia la Casa Verde —conservan- do las distancias entre Paris e Itaguai— podian ser comparados a los que tomaron la Bastilla. Dofia Evarista tuvo noticia de la rebelién an- tes de que llegase; vino a darsela uno de sus cria- dos. Estaba probandose en aquel momento un vestido de seda —uno de los treinta y siete que habia traido de Rio de Janeiro— y no quiso creerlo. Sera alguna juerga —decia, cambiando la posicién de un alfiler—, Benedicta, mira a ver si el borde est bien. —Si, sefiora —respondfa la doncella de cucli- las en el suelo—, esta bien. Dése una vueltecita, sefiora. Asi. Esta muy bien. —No es una juerga, no, sefiora; estan gri- tando: iMuera el Dr, Bacamarte, el tirano!» —decia el criado asustado. 70 —iCallate, bobo! Benedicta, mira ahi por el lado izquierdo, ino parece que la costura esta un. poco torcida? La raya azul no sigue hasta abajo;, esta muy feo asf; hay que descoserla para que quede igualito —iMuera ef Dr. Bacamarte! iMuera el tirano! ~aullaron afuera trescientas voces. Era la rebe- lidn que desembocaba en la Calle Nueva. Doiia Evarista se quedé sin una gota de san- gre. En el primer momento no dio ni un paso, ni hizo un gesto; el terror la petrificd. La criada cortié instintivamente hacia la puerta del fondo. En cuanto al criado, a quien Dofia Evarista no habia dado crédito, tuvo un instante de stibito triunfo, imperceptible, intimo, de satisfatcién moral, al ver que la realidad confirmaba su no- ticia, cerca. Dojia Evarista, si no resistia facilmente las emociones placenteras, sabia afrontar, én cam- bio, los momentos de peligro. No se desmayé; © cortié a la habitacién interior donde su marido estudiaba. Cuando entré alli, precipitadimen- te, el ilustre médico investigaba un texto de Averroes; sus ojos, empajiados por la medita- ciés, subfan del libro al techo y bajaban del te- cho al libro, ciegos a la realidad exterior, viden- 71 ~iMuera el alienista! —gritaban las voces mas eneaaeneehaneaneeei tes para los profundos trabajos de la mente. Dojia Evarista llamé a su marido dos veces, sin que él le prestase atencidn: a la tercera, oyd y Je preguntd qué le ocurria, si estaba enferma, —iNo oyes.es0s gritos? —pregunté la digna esposa, llorando. Sélo entonces el alienista oyd; los gritos se aproximaban, terribles, amenazadores; compren- did todo. Se levanté de a silla con respaldo en ‘a que estaba sentado, cerré el libro y, con paso firme y tranquilo, lo colocé en la estanteria. Como la introduccién del volumen desnivelaba un poco la altura de los dos tomos contiguos, Simon Bacamarte se cuidé de corregir este defec- to minimo y, por otra parte, interesante. Después dijo a su mujer que se retirara, que no hiciese nada. No, no —imploraba la digna sefiora—, quiero morir a tu lado... Simén Bacamiarte insistié en que no, que no era un caso de muerte; y, aunque lo fuese, la intimaba, en nombre de la vida, para que se que- dase. La desdichada dama inclind la cabeza, obediente y Ilorosa. —lAbajo la Casa Verde! —gritaban los Can- jicas. El alienista caminé hacia el balcén frontal al que llegs en’ el momento en que la rebelién 72 también Ilegaba y se detenfa frente a él, con sus trescientas cabezas rutilantes de civismo y som- brias de desesperacién. «iMuera, mueral», grita- ban de todos lados, apenas la figura del alienista se asomné al balcén. Simén Bacamarte hizo una sefial pidiendo la palabra; los revoltosos le cu- brieron la voz con gritos de indignacién. Enton- ces el barbero, agitando el sombrero a fin de im- poner silencio a la’ turba, consiguié aquietar a sus amigos y declaré al alienista que podia ha- blar, pero afiadié que no abusase de la paciencia del pueblo como habia hecho hasta entonces. —Diré poco, ¢ incluso no disé nada, si es pre- ciso. Deseo saber primero lo que pedis. —No pedimos nada —replicd agitadamente el barbero—; ordenamos que la Casa Verde sea de- molida 0 por lo menos desalojada por los infe- lices que estén en ella, —No entiendo. —Lo entiendes muy bien, tirano; queremos dar libertad a las victimas de tu odio, capricho, ganancia... El alienista sonrid, pero la sonrisa de aquel gran hombre no era visible a los ojos de la mul- titud; era una leve contraccién de dos o tres misculos, nada mds. Sonrié y respondid: —Sefiores mios, la Ciencia es algo muy serio, y merece ser tratada con seriedad. No doy razon 73 de mis actos de alienista a nadie salvo a los Maestros y a Dios. Si queréis reformar la admi- nistracién de la Casa Verde, estoy dispuesto a ofras; pero si exigis que me niegue a mi mismo, no ganaréis nada. Podria invitar a uno de voso- tros, en representacién de todos, a que me acom- pafie a visitar a los locos recluidos; pero no lo hago porque seria daros cuenta de mi sistema, lo que no haré ni a conservadores ni a rebeldes. Esto dijo el alienista y la multitud quedo até- nita; estaba claro que no esperaba tanta energia y, menos atin, tal seriedad. Pero el asombro cul- min6 cuando el alienista, saludando a la multi- tud con mucha gravedad, le volvid la espalda y se retird lentamente hacia dentro. El barbero volvid en si agitando el sombrero, invité a sus amigos a la demolicién de la Casa Verde: pocas y débiles voces le respondieron. Fue en ese mo- mento decisivo cuando el barbero sintié nacer en él la ambicién de mando; le parecid entonces que, demoliendo la Casa Verde y derribando la influencia del alienista, llegaria a apoderarse del Ayuntamiento, a dominar a las demas autorida- des y constituirse en sefior de Itaguai. Desde ha- cfa afios forcejeaba por ver su nombre incluido en las listas para el sorteo de concejales, pero era rechazadq por no tener una posicién compatible con tan importante cargo. La ocasin era ahora 74 © nunca. Ademas, habia ido tan lejos en el al- boroto que la derrota seria la prision, o tal vez la violencia, o el destierro. Desgraciadamente la respuesta del alienista habia disminuido el furor de sus seguidores, El barbero, apenas lo percibis, sintié un arrebato de indignacién y quiso gritar- les: «iCanallas, cobardes!». Pero se contuvo y rompid a hablar de este modo: ~iAmigos mfos, luchemos hasta el fin! La salvacion de Itaguaf esta en vuestras dignas y he- roicas manos. Destruyamos la carcel de vuestros hijos y padres, de vuestras madres y hermanas, de vuestros parientes y amigos y de vosotros mismos. De lo contrario, moriréis a pan y agua, tal vez a latigazos, en la mazmorra de ese hom- bre indigno. Y la multitud se agité, murmurd, grité, ame- nazé y se congregé en bloque alrededor del bar- bero. Era la revuelta que volvia en si del ligero sincope y amenazaba arrasar le Casa Verde. —iVamos! —grit6 Porfirio agitando ¢l som- breto. : —iVamos! —repitieron todas. Los detuvo un incidente: era un cuerpo de dragones que, a marchas forzadas, entraba en la Calle Nueva. 75 ¢ oe o e e e e 3 i e © e e e e e e e as Vil Lo inesperado Llegados los dragones frente a los Canjicas, hubo un momento de estupefaccién: los Canji- cas no querian creer que la fuerza publica fuera enviada contra ellos; pero el batbero compren- did ‘todo y esperd. Los dragones se detuvie- ron, el capitan conmind a la multitud a que se dispersase; pero, aunque una parte se sintiera in- clinada a hacerlo, Ja otra apoyé fuertemente al barbero, cuya respuesta consistid en estos ele- vados términos: —No nos dispersaremos. Si queréis nuestros cadaveres, podéis tomarlos; pero sdlo los cada- veres; no os llevaréis nuestra honra, nuestras cteencias, nuestros derechos y, con ellos, la sal- vacion de Itaguai. Nada mas imprudente que aquella respuesta del barbero; y nada més natural. Era el vértigo de las grandes crisis. Tal vez fuese también un exceso de confianza en la abstencién de armas por parte de los dragones; confianza que el ca- 77 pitin disip inmediatamente, mandando cargar sobre los Canjicas. El momento fue indescripti- ble. La multitud rugié furiosa; algunos, trepando a las ventanas de las casas 0 corriendo por la ca- lle, consiguieron escapar, peto la mayoria se quedo bufando de cdlera, indignada, animada por la exhortacién del barbero. La derrota de los Canjicas era inminente, cuando un tercio de los dragones —fuese cual fuese' el motivo, las créni- cas no lo declaran— se pasé suibitamente al lado de la rebelién. Este inesperado refuerzo dio animo a los Canjicas, al mismo tiempo. que sem- bré el desdnimo en las filas de Ja legalidad. Los soldados fieles no tuvieron valor para atacar a sus propios camaradas y, uno'a uno, fueron pa- sando al otro lado, de modo que, al cabo de unos minutos, la situacién habfa cambiado por completo. El capitan estaba de un lado con al- gunos, contra una masa compacta que lo ame- nazaba de muerte, No tuvo mds remedio: se de- . claré vencido y entregé la espada al barbeio. La revolucién triunfante no perdid un solo minuto; Ilevé a los heridos a las casas cercanas y se dirigid hacia el Ayuntamiento. Pueblo y tropa fraternizaban, daban vivas al rey, al virrey, a Itaguai, al «ilustre Porfirio». Este iba al frente, empufiando tan diestramente la espada como si se tratara‘de una navaja un poco més larga. 78 La victoria le cifié Ja frente con un nimbo © misterioso. La dignidad del gobierno comenzaba’ a fortalecerle los hombros. : Los concejales, en las ventanas, viendo a la * multitud y a las tropas, creyeron que fa tropa hab{a capturado a la multitud y, sin mas exa- men, entraron y votaron una peticidn al ‘virrey para que concediera un mes de paga extra a los dragones, «cuyo denuedo salvo a Itaguai del” abismo al que lo habia lanzado una caterva de rebeldes». Esta frase fue propuesta por Sebastiin Freitas, el concejal disidente cuya deferisa de los’ Canjicas tanto, habia escandalizado a sus cole~’ gas. Pero muy pronto la ilusién ‘se desvaneti Los vivas al barbero, los muera a los concejales y al alienista les anunciaron la triste realidad: El presidente no se desanimé: «Sea cual sea nuestra suerte, dijo, recordemos que estamos al servicio de Su Majestad.y del pueblo». Sebastién. Freitas insinud que mejor podian servir a la corona y a la vida saliendo por la puerta de atras-y yendo a conferenciar con el juez, pero todos los miem- bros del Ayuntamiento rechazaron esta’ hipé- tesis. Poco después, el barbero, acompafiado por algunos de sus tenientes, entraba en la sala e in- timaba al Ayuntamiento a su rendicién. El Ayuntamiento no se resistid, se entregé y fue di- 79. rectamente a.la carcel. Entonces los amigos del barbero le propusieron que asumiese el gobierno de la villa en nombre de Su Majestad. Porfirio acepté el encargo, aunque no ignoraba (afiadid) las espinas que ello suponia; dijo mas: que no “podia ignorar la ayuda de los amigos presentes, a lo que ellos asintieron con prontitud. El bar- bero fue a la ventana y comunicé al pueblo estas resoluciones, que el pueblo ratificé aclamando al barbero. Este tomé la denominacién de «Pro- tector de la villa en nombre de Su Majestad y del pueblo». Se expidicron inmediatamente va- rias érdenes importantes,comunicaciones ofi- ciales del nuevo gobierno, un informe minucic- so al virrey, con muchas protestas de obediencia a las ordenes de Su Majestad; finalmente, una proclamacién al pueblo, corta pero enérgica: iTtaguaienses! Un Ayuntamiento corrupto y violento cons- pitaba contra los intereses de Su Majestad y del pueblo, La opinién publica lo habla condenada; un pufiado de ciudadanos, fuertemente apoya- dos por los valientes dragones de Su Majestad, acaba de disolverlo ignominiosamente y, con cl uninime asentimiento de la villa; me ha sido confiado el mando supremo, hasta que Su Ma- jestad se sirva ordenar lo que mejor le parezca 80 para su real servicio. iItaguaienses! No os pido sino que me entreguéis vuestra confianza, que me auxiligis en la restauracién de la paz y la ha- cienda ptiblica, tan desbaratada por el ‘Ayunta- miento que cayé ahora en vuestras manos, Con- tad con mi sacrificio y estad seguros de que la corona sera para nosotros. El Protector de la villa, en nombre de Su Majestad y del pueblo Porfirio Caetano das Neves Todos advirtieron el absoluto silencio de esta proclamacién sobre la Casa Verde; y, segiin al- gunos, no podia haber mayor indicio de los pro- ~yectos tenebrosos del barbero. El peligro era tanto mayor cuanto que, en medio mismo de estos graves sucesos, el alienista habia metido en la Casa Verde a unas siete u ocho personas, en- tre ellas a dos sefioras y a uno de los hombres, pariente del Protector. No era un reto, un acto intencionado; pero todos lo interpretaron de esta manera, y Ia villa respird con la esperanza de que el alienista estaria en veinticuatro horas entre réjas, y la terrible cArcel destruida. El dia acabé alegremente. Mientras el he- raldo de la matraca iba recitando de esquina en esquina la proclamacién, el pueblo se desperdi- gaba por las calles y juraba morir en defensa del 81 34 ilustre Porfirio. Se ofan pocos gritos contra la Casa Verde, prueba de confianza en Ia accién del gobierno. El barbero hizo expedir un decreto declarando festivo aquel dia y entablé negocia- ciones con el cura para la celebracién de un Te Deum, tan conveniente era a sus ojos la conjun- cién del poder temporal con el espiritual; pero el Padre Lopes rehusé abiertamente su colabo- racion. —En todo caso, éVuestra Reverencia no se alistard entre los enemigos del gobierno? —le dijo el barbero, dando a su fisonomia un aspecto te- nebroso. A lo que el Padre Lopes respondid, sin res- ponder: —éCémo alistarme, si el nuevo gobierno no tiene enemigos? El barbero sonrid: era la pura verdad, Salvo el capitan, los concejales y los principales de la villa, todo el mundo le aclamaba. Los mismos principales, si no le aclamaban, no habjan salido contra él. Ninguno de los funcionarios dejé de venir a recibir sus érdenes. En general, las fa- milias bendecian el nombre del que iba por fin a liberar Itaguai de la Casa Verde y del terrible Siméon Bacamarte, 82 . VI Las angustias del farmacéutico Veinticuatro horas después, de los sucesos nattados en el capitulo anterior, el. barbero salié del Palacio del Gobierno —fue la denominacién dada al edificio del Ayuntamiento— con dos - funcionarios y se dirigié a la residencia de Si- mén Bacamarte. No ignoraba que era mds de- coroso para el gobierno mandarlo llamar; sin embargo, el recelo de que el alienista no obe- deciese, le obligé a parecer tolerante'y mode- rado, No describo el terror del farmacéutico al oft decir que el barbero iba a casa del alienista. «Va a encarcelarlo», pensd. Y se redoblaban sus an- gustias. En efecto, la tortura moral del farmacéu- tico en aquellos dias de revolucién excede a toda descripcién posible. Nunca un hombre se en? contro en situacién mas apurada: su intimidad con el alienista le lamaba a su lado; la victoria del barbero le. atraia hacia éste. Ya la simple no- ticia de la sublevacién le habfa-sacudido fuerte- 83 RRAMAAAD OD OORAMAROORORRALORE ER OARM AS mente el alma, porque sabia que el odio hacia el alienista era undnime; pero [a victoria final fue también el golpe final. La esposa, sefiora viril y amiga particular de Dofia Evarista, le decia que su lugar era al lado de Simén Bacamarte. Por otra.parte, el corazdn le gritaba que. no, que la causa del alienista estaba perdida y que nadic, por voluntad propia, se une a un cadaver. «Lo hizo Catén, es cierto, sed victa Catanin,* pensaba, recordando algunas charlas habituales del Padre Lopes; «pero Catén no se unié a una causa ven- cida, él. era la propia causa vencida, la causa de la Republica; su acto, por lo tanto, fue el ce un egoista, el de un miserable egoista; mi situa- cidn es otra.» Sin embargo, como su mujer in- sistia, no encontrd. Crispin Soares otra salida en tal crisis que ponerse enfermo; se declaré indis- puesto y se metid en la cama. —Allé va Porfirio a casa del. Dr. Bacamarte dijo-su mujer al dia siguiente, a la cabecera de la cama—; va acompajiado de otros. «Va a encarcelarlo», pensé el farmacéutico. Una idea trae otra; el farmacéutico imagind que, una vez preso el alienista, vendrian también a ouscarle a él, en calidad de cémplice. Esta idea fue el mejor de los lavativos. Crispin Soares se 4. Sed victa Catoni, «Peto para Catén la causa estaba perdiday 84 levanté, dijo que estaba bueno, que iba a salir; y, a pesar de todos los esfuerzos y las protestas de su consorte, se vistid y salid. Los viejos cro- nistas son undnimes en decir que Ja cetteza de que su marido iba a ponerse noblemente al lado del alienista consolé grandemente a la esposa del farmacéutico; y subrayan, con mucha perspica~ cia, el inmenso poder moral de una ilusién; por- que el farmacéutico se encamind resueltamente al Palacio del Gobierno y no a [a casa del alie- nista. Llegado alli, se mostré extrafiado por no ver al barbero, a quien iba a presentar su adhe: sién, no habiéndolo hecho la vispera por estar enfermo. Y tosia con esfuerzo. Los altos funcio- narios que ofan su declaracién, sabedores de la intimidad. del farmacéutico con el alienista, comprendieron toda la importancia de la nueva . adhesion y trataron a Crispin Soares con espe- cial consideracién; le aseguraron que el barbero no tardaria; Su Sefioria habia ido a la Casa Verde Para un asunto importante, pero no ‘tardaria. Le dieron una silla, refrescos, elogios; le dijeron que la causa del ilustre Porfirio era la de todos los patriotas; a lo que el farmactutico iba repi- tiendo que si, que nunca habia pensado otra cosa, que eso mismo mandaria declarar a Su Ma- jestad. 24 a Dos bonitos casos No tardo el alienista en recibir al barbero; le dijo que no tenia medios pata resistir y por lo tanto estaba dispuesto a obedecer. Pedia sdlo una cosa: que no le obligaran a asistir personal: . mente a la destruccion de la Casa Verde. ~Se engafia Vuestra Sefioria —dijo el bar- bero, después de una ligera pausa—, se engafia al_ atribuir al gobierno intenciones vandalicas. Con razin o sin ella, la opinidn cree que la mayor parte de los locos alli recluidos estén en su per- fecto juicio, pero el gobierno reconoce que la cuestién es puramente cientifica, y no piensa resolver con sus actos las cuestiones cientifi- cas. Ademds, la Casa Verde es una institucién publica; asi la aceptamos del Ayuntamiento disuelto. Hay, sin embargo, por fuerza ha de ha- ber, una hipotesis intermedia que restituya el so- siego al espiritu publico. : El alienista mal podia disimular su asombro} confesé que esperaba otra cosa, el arrasamiento del hospicio, la pris nos... —El asombro de Vuestra Sefioria —atajé gra- vemente el barbero—, proviene de no tener en cuenta la grave responsabilidad del gobictno. £] pueblo, levado por una ciega piedad que le da en este caso legitima indignacién, puede exigir del gobierno cierta clase de actos; pero éste, con la responsabilidad que le incumbe, no debe Ile- varlos a la practica, al menos integralmente; y tal es nuestra situacién. La generosa revolucion que ayer derribé un Ayuntamiento. despreciado y corrupto, pidis a gritos el arrasamiento de la Casa Verde; pero, épuede caber en el animo del gobiei no eliminar la Jocura? No. Y si el gobierno no la puede eliminar, desta al menos capacitado para discriminarla, para reconocerla?. Tampoco.. Es asunto de la Ciencia. Luego, en asunto tan deli- cado, el gobierno no puede, no quiere prescindir de la cooperacién de Vuestra Sefioria. Lo que le pide es que de alguna manera demos alguna satis- faccion al pueblo. Undmonos, y el pueblo sabra obedecer. Una de las hipdtesis aceptables, si Vuestra Sefiorfa no indica otra, seria hacer retivar de la Casa Verde a aquellos enfermos que estuvie- sen casi curados y también a los maniacos de poca importancia, etc. De este modo, sin gran riesgo, mostraremos alguna tolerancia y benignidad. n, el destierro, todo me- 88 —iCudntos muertos y heridos hubo ayer en la colisién? —preguntd Simén Bacamarte, des- pués de unos tres minutos. El barbero se quedé asombrado dé la pre- gunta, pero respondié inmediatamente que once muertos y veinticinco heridos. ~—iOnce muertos y veinticinco heridos! —re- pitid dos o tres veces el alienista. Y a continuacién declaré que la hipétesis no le parecla buena pero que iba a buscar alguna otra y dentro de algunos dias le daria la res- puesta. Le hizo varias preguntas acerca de los su- ceso de la vispera: ataque, defensa, adhesion de los dragones, resistencia del Ayuntamiento, etc., a lo que el barbero iba respondiendo con. gran amplitud, insistiendo principalmente en el des- crédito en que el Ayuntamiento hab{a caido. El barbero confess que el nuevo gobierno no tenia atin de su parte la ‘confianza de los principales de la villa, pero el alienista podia hacer mucho en ese aspecto. El gobierno, concluyé el bar- bero, se alegrarfa si pudiese contar no ya con la simpatia, sino con la benevolencia del mas ele- vado espiritu de Itaguai y seguramente del rei- no. Pero nada de todo esto alteraba la noble y austera fisonomia de aquel gran hombre, que escuchaba caliado, sin orgullo ni modestia, pero impasible como un dios de piedra. 89 —Once muertos y veinticinco heridos —re- pitié el alienista, después de acompafiar al bar- bero hasta la puerta—. He aqui dos bonitos casos de afeccién cerebral. Los sintomas de duplicidad y descaro de este barbero son positivos. En cuanto a la gonterfa de los que le aclamaron, no es necesaria otra prueba, aparte de los once muer- tos y veinticinco heridos. iDos bonitos casos! —iViva el ilustre Porfirio! —gritaron unas treinta personas que esperaban al barbero en la puerta. EI alienista espid por la ventana y atin oyd este fragmento de un pequefio discurso del bat- bero a las treinta personas que le aclamaban: —..porque yo velo, podéis estar seguros de ello, velo por la ejecucién de los deseos del pue- blo. Confiad en mi; y todo se hara de la mejor manera. Sdlo os recomiendo orden. Y orden, amigos mios es la base del gobierno. —iViva el ilustre Porfirio! —gritaron las treinta voces, agitando los sombreros. ~iDos bonitos casos! ~murmuré el alienista. 90 La restauracién... Iin el transcurso de cinco dias, el alienista . metié en la Casa Verde a cerca de cincuenta aclamadores del nuevo gobierno. El pueblo se indignd. El gobierno, aturdido, no sabla cémo reaccionar, Juan Pina, otro barbero, ‘decia abier- tamente en las calles, que Porfitio estaba «ven- dido al oro de Simon Bacamarte», frase que con- gregé en torno a Juan Pina a la gente més resuelta de la villa. Porfirio, viendo a su antiguo rival de Ja navaja a la cabeza de la insurreccién, comprendié que su perdida era irremediable si no daba un gran golpe; expidid dos decretos, uno aboliendo la Casa Verde y otro desterrando al alienista, Juan Pina demostré claramente, con grandes frases, que el acto de Porfirio era simple aparato, un cebo en que el pueblo no debia creer, Dos horas después, caia Porfirio ignomi- niosamente y Juan Pina asumia‘la dificil tarea ~ del gobierno. Como encontrase en-los cajones los borradores de la proclamacién, de la expo- 91° sicién al virrey y de otros actos inaugurales del gobierno anterior, se dio prisa en hacerlos copiar y expedir; afiaden los cronistas, y por otra parte se sobreentiende, que les cambié los nombres y donde el otro barbero habfa hablado de un Ayuritamiento corrompido, éste hablé de «un in- truso contaminado de las perniciosas doctrinas francesas y contrario a los sacrosantos intereses de Su Majestad», etc. En esto, entré en la villa una tropa enviada per el virrey y restablecié el orden. El alienista exigid inmediatamente la entrega del barbero Porfirio asi como de unos cincuenta y tantos in- dividuos a los que declard mentecatos; y no sdlo le dieron. éstos, sino que le aseguraron ia entrega de diecinueve seguidores més del barbero, que conyalecian de las heridas producidas en la pri- mera rebelién. Este momento de’ la crisis de Itaguaf marca también el grado maximo de la influencia de Si- mén Bacamarte. Todo cuanto quiso se le dio; y una de las mds vivas pruebas del poder del ilus- tre médico, la encontramos en la prontitud con que los concejales, restituidos'a sus Ppuestos, con- sintieron en que Sebastian Freitas fuese también recogido en el hospicio. El alienista, al saber la extraordinaria incoherencia de las opiniones de este concejal, comprendié que era un caso pa- 92 ‘Wg toldgico y lo pidid. Lo mismo le ocurrié al far- macéutico.’ El alienista, desde el momento en que le hablaron de la momentdnea adhgsién de Crispin Soares a la rebelién de los Canjicas, la compar6 con la aprobacion que siempre habia recibido de éi incluso la vispera, y lo mandé capturar, Crispin Soares no negé el hecho, pero lo explicé diciendo que hab{a cedido a un mo- vimiento de terror al ver la rebelién triunfante y dio como prueba la ausencia de cualquier otro acto suyo, afiadiendo que habia vuelto inmedia- tamente a la cama, enfermo. Simdén Bacamarte no le contrarid; dijo, sin embargo, a los presen- tes que el terror también es padre de la locura y que el caso de Crispin Soares le parecia de los mis caracterizados. Pero la prueba mds evidente de la influencia de Simén Bacamarte fue !a docilidad con que el Ayuntamiento le entregé al propio presidente. Este digno magistrado habfa declarado, en plena sesion, que no se contentaba para lavarla de la afrenta de los Canjicas, con menos de treinta al- mudes de sangre; palabras que Ilegaron a ofdos del alienista por boca del secretario del Ayun- tamiento, entusiasmado de tamafia’ energfa. Si- mon Bacamarte comenz6 por me‘er al secretario. en la Casa Verde y se fue al Ayuntamiento, al que declard que el presidente estaba padeciendo 93 de «la demencia de los toros», un caso que él pretendia estudiar, con gran ventaja para los pue- blos. El Ayuntamiento, al principio, dudé, pero acabé cediendo. De ahi en adelante fue una colecta desenfre- nada. Un hombre no podia originar o propalar la mds simple mentira del mundo, aun de aque- Las que benefician al inventor o divulgador, sin que fuese metido inmediatamente en la Ca- sa Verde. Todo era locura. Los cultivadores de enigmas, los fabricantes de charadas, de anagra- mas, los difamadores, los curiosos de la vida ajena, los que ponen todo su cuidado en su aci- calamiento, algiin que otro funcionario en- greido: nadie escapaba a los comisarios del alic- nista, Respetaba.a las enamoradas, pero no dejaba a las enamoradizas, afirmando que las primeras cedfan a un impulso natural y las se gundas a un vicio. Si un hombre era avaro o prodigo iba igualmente a la Casa Verde; de ahi la alegacién de que no habia una norma para la completa sanidad mental. Algunos cronistas creen que Simén Bacamarte no siempre proce- dia con llaneza y citan, en apoyo de su afirma- cién (que no sé si puede ser aceptada), el hecho de haber obtenido del Ayuntamiento un de- creto autgrizando el uso de un anillo. de plata en el dedo pulgar de la mano izquierda, a toda 94 persona que, sin otra prueba documental 0 tta- dicional, declarase tener en sus venas.dos 0 tres onzas de sangre goda. Dicen estos cronistas que la finalidad secreta de la insinuacién al Ayun- tamiento fue enriquecer a un otfebre amigo y. conipadre suyo; pero, aunque sea cierto que el orfebre vio prosperar el negocio después de la nueva ordenanza municipal, no es menos cier- to que aquel decreto dio a la Casa Verde una multitud de inquilinos; por lo que no'se puede definir, sin témeridad, la verdadera :finalidad del ilustre médico. En cuanto a la razén deter- minante de la captura y el alojamiento en la Casa Verde de todos cuantos usaran el anillo, es uno de los puntos mas oscuros de la historia de Itaguai; la opinion més verosimil es que fue- ron recogidos por andar gesticulando, a lo tonto, en las calles, en casa, en la iglesia. Nadie ignora que los locos gesticulan mucho. En todo caso, es una simple conjetura; de positivo na- da hay. —éDénde ira a parar este hombre? —decian Jos principales de la tierra—. iAy! si hubiéramos apoyado a los Canjicas... Un dia por la mafiana —dia en que.el Ayun- tamiento debja dar un gtan baile— la villa-entera se qued6 estremecida con la noticia de que la propia esposa del alienista habia sido metida en 95 Ja Casa Verde. Nadie lo creyé; debia ser inven- cién de algtin crio. Pero no Io era: era la pura verdad. Dofia Evarista habia sido recogida a las dos de la madrugada. El Padre Lopes corris donde el alienista y le preguntd discretamente acerca del hecho. —Hace’ya algiin tiempo que yo desconfiaba —dijo gravemente el marido—. La modestia cou que ella habia vivido en ambos matrimonios no podia conciliarse con Ja pasién por las sedas, los terciopelos, los. encajes y las piedras preciosas que manifesté desde que volvid de Rio de Ja- ticiro. Desde entonces empecé a observarla. Sus conversaciones eran todas sobre aquellos obje- tes; si yo le hablaba de las antiguas cortes, pre- guntaba inmediatamente por la forma de los vestidos de las damas, si una sefiora la visitaba en mi ausencia, antes de decirme el objeto de su visita, me describia su vestido, aprobando unas cosas y censurando otras. Un dia, creo que Vues- tra Reverencia se acordar4, se propuso hacer anualmente’un vestido para la imagen de Nues- tra Sefiora de la iglesia parroquial. Todo esto eran sintomas graves; esta noche, sin embargo, se'declaré la‘demencia total.. Habia escogido, preparado, adornado, el vestuario que llevaria sl baile del Ayuntamiento; sélo dudaba entre un collar de granates y otro de zafiros. Anteayer me % pregunté cudl'de ellos Llevaria; le respond{ que cualquiera de los dos le quedaba bien. Ayer re- pitid' la pregunta durante la comida; Pgco des- pués de la cena, la encontré callada y pensativa; «CQué te pasa?» le pregunté. Queria Ievar el collar de granates, pero «encuentro el de zafiros tan bonito!», «Pues lleva el de zafiros.» «iAh!, épero dénde queda el de granates®» En fin, pasd la tarde sin novedad. Cenamos y nos fuimos a la cama. Ya avanzada la noche, serian las nueve y media, me despierto y no la veo; me levanto, voy al cuarto de vestir, la encuentro delante de los dos collares, probéndoselos ante el espejo, ora uno ora el otro. Era evidente la demencia; la reclui inmediatamente. 1 Padre Lopes no quedé satisfecho con la respuesta, pero no objetd nada. El alienista, sin embargo, lo percibié y le explicé que el caso de Dofia Evarista era de «manja suntuaria», no in- curable y en todo caso digno de estudio. —Cuento con curarla en el plazo de seis: me- ses ~concluyd La abnegacién del ilustre médico le dio gran relieve. Conjeturas, invenciones, desconfian- zas, todo cayé por tierra desde el momento en que no dudé en recluir en Ia’ Casa Verde a su propia mujer a quien amaba con todas las fuer- zas de su alma. Nadie més tenfa derecho a re- 4s - sisti (in a atribuirle fines ajenos a - pCi eal iE EI asombro de'Itaguai a Ciencia. ee / Era un gran hombre austero, Hipdcrates forrado de Catén. Y ahora preparese el lector para el mismo asombro en que quedé la villa al saber un dia que los locos de la Casa Verde iban a ser puestos | todos en Ia calle. | ~ soy yo. Retino en mi mismo la teorfa y la préc- tica. ~iSimén! iSimén, amor mio! —le ,decia su esposa con el rostro bafiado en Idgrimas. Pero el ilustre médico, con Jos ojos ilumi- nados de conviccidn cientifica, ceré los ofdos a la nostalgia de la mujer y suavemeate la rechaz6. Cerrada la puerta de la Casa Verde se entregé al estudio y a su propia curacién. Dicen los cro- nistas que murid a los diecisiete meses, en el mismo estado en que entrd, sin haber podido alcanzar nada. Algunos dejan incluso suponer que nunca hubo otro loco més que él en Itaguai; pero esta opinién, fundada en un rumor que corrié desde el momento en que el alienista ex- pird, no tiene otra prueba sino. la del rumor; y rumor dudoso, pues se le atribuye‘al Padre Lopes que, con tanto fuego, habfa realzado las cualida- des del gran hombre. Sea como fuese se efectud el entierro con mucha pompa y rara solemnidad. ST 121

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