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Triunfo Arciniegas

LA NEGRA
Y EL DIABLO
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la negra Bocaflor la persigue el diablo. Dice que

todas las noches sueña que el diablo la alcanza y la besa

debajo del limonero. La negra escupe sus besos agrios.

–No es mi culpa, Bariloche –dice–. Corro como una loca y no me sirve de

nada.

–¿No será que te dejas alcanzar? –dice Bariloche, medio celoso.

–Ay, Bariloche, qué cosas dices. Sueño que me quedo dormida y entonces

el diablo aprovecha.

Bariloche se golpea con los nudillos la dureza de la frente.

–¿Será que van a salirme cachos?

–Ay, Bariloche, qué cosas dices –reniega la negra–. Aparte de que huele a

chivo, ese diablo pretende rascarme toda con su barba de alfileres.

–Ya estás grandecita.

–Ya sé que soy una negra grandota, sobre todo al lado tuyo, mi copito de

algodón, pero tengo corazón de niña.

–¿No será que ese diablo te gusta?

–Ay, Bariloche, qué cosas dices –protesta Bocaflor–. Tiene rabo de vaca y

tú sabes que a mí las vacas me dan un miedo espantoso.

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La negra corre más

que el diablo y se queda

dormida de fatiga en el

bosque. El viento sediento

bebe sus gotas de sudor y

escapa alborozado. El diablo,

que no descansa, con su olfato

de perro encuentra a la negra

y la despierta a besos.

Enamorado, le murmura al

oído cosas que la ponen

colorada de vergüenza. "Esas

barbaridades no se dicen ni a la luz de la luna", le reprocha la negra en el sopor

del mediodía. Se levanta y corre como si la persiguiera un enjambre de abejas.

Pero el diablo vuelve a alcanzarla.

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El corazón de la negra cuelga de un hilo. No quiere irse a vivir al infierno,

no soporta el calor, no se acostumbrará nunca a las barbas de alfileres, los rabos

de vaca y los cuernos de diablo. Además, se casó con Bariloche y no quiere

dejarlo solo.

–Tienes que hacer algo, para eso eres mi marido –dice la negra,

desesperada–. Qué suerte la mía, toda la vida soñé con un príncipe azul y ahora se

me aparece un diablo rojo.

Bariloche alega que no puede meterse a sus sueños a pelear con el diablo,

y la negra de inmediato encuentra la

solución:

–Si tú no vas, entonces que

venga el diablo.

–Pues que venga –dice

Bariloche, y se le seca la garganta. El

viento del espanto le agita los

pantalones y el sudor le moja la

espalda.

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Una mañana la negra no amanece en la cama.

–Se la llevó el diablo –dice Bariloche.

Sale de la cama de un brinco. La grita por

toda la casa. Se asoma a la ventana y la grita.

Sale a la calle y la grita. Al fin la ve,

despelucada y tambaleándose.

–Ahora te emborrachas para espantar al

diablo.

–Vino a llevarme y ni te diste cuenta, menso. Rompió el encanto de

nuestro abrazo y me sacó de entre las cobijas. Ya íbamos en el monte cuando me

desperté toda y le mordí el rabo. Por allá quedó quejándose.

–Esta noche te voy a cuidar como un policía –promete Bariloche.

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El diablo vuelve en la noche. Entra despacio, con el tenedor en la mano y

el rabo remendado. Bariloche le estrella una silla en los cuernos y el diablo se

pone a llorar.

–Así no se puede –dice el pobre diablo–. Primero me muerden el rabo y

luego me quieren partir los cachos. Soy Federico García.

–Soy Bocaflor –dijo la negra, pero no ofrece su mano.

–Lo sé.

–Soy Bariloche –dijo el viejo, y tampoco ofrece la mano al visitante–.

Conocí un bandido con ese nombre.

–¿Otro Bariloche?

–Otro Federico García, pero era más chiquito, con orejas de murciélago y

dientes de ratón. No tenía rabo y se volvió azul.

–Con este bronceado mío, no me pueden confundir con ese Federico. ¿Y

por qué se volvió azul?

–Experimentó con una crema desaparecedora de la bruja Mavé. El enano

quería volverse invisible para asaltar el Banco de la República.

–¿Se volvió de sangre azul?

–Lo atraparon por las orejas y todavía sigue en la cárcel –replica

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Bariloche–. ¿Qué es lo que tú quieres con mi mujer, Federico?

–¿Quieres que sea tu mujer, Federico García? –dice la negra, temblorosa–.

¿Quieres que me vaya contigo y nos amemos y nos respetemos en la prosperidad

y la pobreza, en la salud y las enfermedades, en las dichas y las desdichas, hasta

que la muerte nos separe?

–No –solloza el diablo.

–Menos mal porque

eso ya nos lo prometimos

los dos –dice Bariloche, y

abraza a su negra.

–Todo eso se lo

prometí a este que tú ves

aquí –dice la negra–. ¿Pero

qué es lo que tú quieres?

–Sí, ¿qué es lo que

quieres de mi mujer?

–Arroz con coco.

Al fin, limpiándose con

el brazo el chorro de lágrimas, el diablo confiesa que se muere de ganas por

probar el arroz con coco de la negra Bocaflor. Le han dicho que es para chuparse

los dedos. Promete que se come el arroz y no vuelve más.

–Lo juro por mi madrecita.

–¿Tienes madre? –dice Bariloche, asombrado.

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–Es una santa.

–Pero tú eres un diablo.

–Mi madrecita no tiene la culpa de mi profesión, caballero –dice el diablo,

todo ofendido–. Algo tengo que hacer para ganarme la vida. ¿O no?

–Deja de chillar que me mojas el piso –dice la negra–. Tengo el arroz pero

no tengo el coco.

–Pongo el coco –dice el diablo.

Da media vuelta y desaparece.

Apenas queda un pozo de humo.

–Otra vez se nos fue –dice Bariloche.

–Y ni siquiera le mordí el rabo –se queja la negra.

–Ya se lo mordiste una vez. ¿Te quedó gustando?

–No digas bobadas.

–Me pregunto qué tan cierto será ese cuento del arroz con coco –dice

Bariloche–. ¿Federico García? ¿De cuáles García? ¿Tú crees que vuelva?

–Tal vez algún día vuelva por el tenedor, que se le quedó detrás de la

puerta.

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De inmediato aparece el diablo con el coco en la mano y la sonrisa de

oreja a oreja, embutido en un largo abrigo negro de botones dorados. "Aquí

estoy", dice, todo feliz, perfumado desde la punta de los cachos hasta la punta del

rabo. Ceremonioso, pide permiso para quitarse el abrigo. Luce camisa blanca de

manga larga, tirantes y corbatín de pepitas.

–Necesito que me peles el

coco, Federico –dice la negra, y

sube la olla al fogón.

Sentado en un pequeño banco,

el diablo hace la tarea como si

toda la vida hubiese pelado cocos,

procurando que las pelusas no le

salten al finísimo pantalón de

paño inglés, reservado para

ocasiones especiales. Bariloche

cabecea de sueño. La negra le

propone que se vaya a dormir si quiere y ella sola atenderá al señor. Bariloche,

celoso del todo, no cree que sea buena idea. Se espanta el sueño con manotadas de

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agua fría y espera el arroz. Tanta emoción lo pone hambriento.

–Necesito que me partas el coco, Federico –dice la negra Bocaflor–. Y

mucho cuidado con el agua.

El diablo abre un agujero y extrae el agua en una taza de barro cocido.

Luego parte el coco con extrema delicadeza.

–Necesito que me ralles el coco, Federico.

El diablo ralla el coco con precisión de relojero. Se retuerce de la dicha.

Atormentado por las ganas de cantar, se muerde la lengua. Se pasea de la cocina

al comedor como fiera enjaulada, hasta que la negra hace un gesto. Entonces pasa

a la mesa brincando, guarda el corbatín en un bolsillo y se arremanga la camisa.

Saborea el festín, se menea en la silla y se lanza al ataque. Cuenta historias que la

negra celebra con risas. El aroma del arroz inunda la casa y escapa por las

ventanas. Sudoroso, el diablo se chupa los dedos y lame el plato sin pena. La

negra se entusiasma.

–Trae el vino que nos quedó de la otra noche, Bariloche.

De mala gana Bariloche trae el vino, que apenas alcanza para tres copas.

La negra bebe y se pone contenta, se acuerda de la copa contorsionista que se

bebía el vino y cuenta la historia. El diablo ríe con ganas.

–¿Otro poquito? –ofrece la negra, con el cucharón iluminado de arroz.

–Todo el que tú quieras, negra linda.

A Bariloche no le gusta eso de "negra linda", pero se calla porque es

educado con las visitas. En el colmo de la pureza y la exaltación, sin darle pausa a

la muela, el diablo habla del agua, cuyas virtudes descubrió el año anterior. Qué

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barbaridad, el diablo se baña casi todos los meses.

–El agua no lo desgasta a uno –dice con asombro–. No le desprende la

sombra a nadie.

Se siente sabio y feliz al afirmar:

–Agua y jabón combinan como diablo y candela.

Parpadea y toma el último grano de arroz con la misma delicadeza que

cinco caballeros repartirían en el desierto la última gota de agua. Traga y pasa

saliva.

–Oh, señora mía.

Vuelve a lamerse los dedos. Seca el sudor de la frente con la pelusera de

los brazos. Todo colorado, se toca la barriga con satisfacción y eructa, en un

estado de felicidad perfecta.

–Muchísimas gracias, mi querida señora –dice, y se levanta para ponerse el

abrigo–. No volveré a perturbar la paz de este hogar. Estoy profundamente

agradecido, pero les evitaré pedir los tres deseos. En los últimos años mi clientela

sólo ha tenido problemas.

El diablo acaricia los dorados botones del abrigo y continúa el discurso:

–Una señora de cuyo nombre no quiero acordarme dijo que hay más

lágrimas derramadas por los deseos concedidos que por los negados. Detesto

ponerme filosófico. En fin, queridos amigos, supongo que conocen las tristes

historias de los tres deseos que circulan por todo el mundo.

–Sí, señor –dice Bariloche, impaciente porque el diablo desaparezca.

–Vuelve cuando quieras –dice la negra–. Te acompaño a la puerta.

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–¿Puedo darte un beso? –dice el diablo.

–Como quieras, Federico.

La negra ofrece la mejilla. El diablo le estampa un beso de fuego, toma el

tenedor con calculada elegancia y desaparece.

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La negra Bocaflor suspira.

–Ahora vamos a aparecer en las

revistas de vanidades –bromea–. El

distinguido caballero nos considera

amigos suyos.

–No necesitabas ser tan amable –dice

Bariloche–. "Vuelve cuando quieras" –

dice con la voz de la negra. Le da un beso

al aire y dice–: "¿Puedo darte un beso,

negra linda?"

Bariloche se menea, bate un tenedor invisible, le da vueltas a la negra

Bocaflor, se lame los dedos.

–No lo puedo creer –observa la negra, llena de risa–. Estás celoso.

–Sólo un poquito –admite Bariloche–. La próxima vez que venga...

–Le preparo un viudo de pescado –interrumpe la negra.

–La próxima vez lo mato –dice Bariloche con firmeza.

–O me dejas viuda –se ríe la negra.

–¿Cuál hubiera sido tu primer deseo?

–Que me quieras siempre –dice la negra de sopetón–. ¿Y el tuyo?

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–Tú eres mi mayor deseo –dice Bariloche con rabia y ternura–. Somos dos

deseos que se juntaron para siempre.

–Mi arroz con coco.

–Mi noche espesa.

–Viejo cascarrabias.

–Niña traviesa.

–Somos felices.

–A pesar de las visitas –señala Bariloche–. La próxima vez le digo al

caballero unas cuantas verdades.

–Ya tenemos dos deseos y, qué curioso, sólo dependen de nosotros. ¿Cuál

sería el último?

–No lo digamos –dice Bariloche.

Va al dormitorio y vuelve con una botella de vino sin destapar. La negra

pasa saliva y se ilumina toda.

–Bariloche, eres un diablo –dice y lo abraza–. Tú sabías que el invitado

estaba sediento.

–Le dejaremos un sorbo –anuncia Bariloche.

Pero el diablo no vuelve más.

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Triunfo Arciniegas

Escritor colombiano, nacido en Málaga. Magíster


en Literatura (Pontifica Universidad Javeriana) y
Especialista en Traducción (Universidad de Pamplona). Ha
publicado El jardín del unicornio y otros lugares para
hombres solos (2002), Noticias de la niebla (2003) y
Mujeres muertas de amor (2008). Para niños, La silla que
perdió un pata y otras historias (1988), El león que
escribía cartas de amor (1989), La media perdida (1989),
La lagartija y el sol (1989), Las batallas de Rosalino
(1989), Los casibandidos que casi roban el sol (1991),
Caperucita roja y otras historias perversas (1991), La
muchacha de Transilvania y otras historias de amor (1993),
La pluma más bonita (1994), Serafín es un diablo (1998),
El Superburro y otros héroes (1999), El vampiro y otras
visitas (2000), La sirena de agua dulce (2001), Los besos
de María (2001), Pecas (2002), Mamá no es una gallina
(2002), La gota de agua (2003), La verdadera historia del
gato con botas (2003), Tres tristes tigres (2004), Carmela
toda la vida (2004), La caja de las lágrimas (2004), Roberto está loco (2005), Los
olvidos de Alejandra (2005), El árbol triste (2005), La hija del vampiro (2006) Yo,
Claudia (2006) Señoras y señores (2007) y Bocaflor (2008), María Pepitas (2008), El
papá de los tres cerditos (2009), La casa de chocolate (2009) y las siguientes obras de
teatro: La vaca de Octavio, La araña sube al monte, El pirata de la pata de palo, Lucy es
pecosa, Mambrú se fue a la guerra, Después de la lluvia, Torcuato es un león viejo,
Amores eternos, La ventana y la bruja, El amor y otras materias.

Obtuvo el VII Premio Enka de Literatura Infantil en 1989, el Premio Comfamiliar


del Atlántico en 1991, el Premio Nacional de Literatura de Colcultura en 1993, el Premio
Nacional de Dramaturgia para la Niñez en 1998, el Premio de Literatura Infantil Parker
en 2003 y el Premio Nacional de Cuento Jorge Gaitán Durán 2007.

Su obra hace parte de las antologías Colombia à chœr ouvert (París, 1991), Und
träumten vom Leben: Erzählungen aus Kolumbien (Zürich, 2001), Hören wie die
Hennen Krähen (Zürich, 2003), Cuentos de esto y de aquello (San José, Costa Rica,
1993), Antología de los mejores relatos infantiles (Bogotá, Presidencia de la República,
1977), Cuentos breves latinoamericanos (Buenos Aires, Coedición Latinoamericana,
1998), Poesía de América Latina para niños (Sâo Paulo, Coedición Latinoamericana,
2000), Cuentos sin cuenta/Relatos de Escritores de la Generación del 50 (Cali,
Universidad del Valle, 2003), Cuentos breves de América y España (Buenos Aires,
2004), Historias para girar (México, SM, 2004), Historias para habitar (México, SM,
2004), Cuentos y relatos de la literatura colombiana (Bogotá, Fondo de Cultura
Económica, 2005) y Antología del microrrelato hispánico (España, Menoscuarto, 2005).

e-mail: triunfoarciniegas@yahoo.com

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