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R, 60.776 Ai LOY ~953 MANUEL GONZALEZ DE MOLINA y JOAN MARTINEZ ALIER (eds.) NATURALEZA TRANSFORMADA ESTUDIOS DE HISTORIA AMBIENTAL EN ESPANA Al Icaria® Ka.bn Neto. ECOLOGIA HUMANA I. QUE ES LA HISTORIA ECOLOGICA* Rolf Peter Sieferle La nueva historia ecolégica ha entrado en escena con la fuerza draméti- ca de una reclamacién pionera. Promete llevar a la historiografla por un terreno nuevo e inexplorado y espera,’a su vez, que estos nuevos derroteros sean reconocidos como una parcela sélida y profunda de la 1 realidad histérica. Recuerda en esto a la aparicién hace unas décadas de | la historia social y de la vida cotidiana, que presencaba también una narracién original, Con anterioridad, la historiografia se habja ocupado tinicamente de los hechos de los grandes hombres, de artimafias diplo- miticas, intrigas palaciegas, expediciones militares, acuerdos de paz y diversos «acontecimientos». Se trataria ahora, en contraste, de recons- truir estructuras sociales, mentales, de cultura material y relaciones de sgénero, en resumen, de reconstruir procesos en lugar de acciones. Sin embargo, una observacién mds atenta muestra que las rafces de la historia social estan situadas en la historia cultural del siglo-XVIMl. El programa de una historia de las costumbres («moeurs»)," de la sociedad Civil («civil society»)*0 de la cultura («Kultur»)? es tan viejo como la his- totia de los acontecimientos politicos, procede de la Ilustracién y tiene ! una tradicién ininterrumpida, aunque irregular. No es de extrafiar que f la historia ecoldgica tenga también una profunda tradicién. La «Histo- ria», como intento de dar a conocer la diferencia de culturas extrafias y * Traduccisn de Nines Alvaes y Alberto Sabo, revsiin de Joan Marines Ali 1. Woltir, Eisai sur histoire genéale sur ler moc etUepri des mations dope Charlemagne jut 0s jour, 1756 i 2A. Feiguson, An Ey onthe History of Ciil Soir, 1767}. Millar, Obrervtions Concerning the Distinction of Ranks in Socezy. 177% 3. I. G. Herder, Ideon sur Philosophie der Gecichre der Memehbit, 1784-1791 31 bo pasadas (0 también recientes), genera a menudo unos modelos de na- tracién elementales a los que también pertenece la historia del medio ambiente. Desde la Antigtiedad clésica nos encontramos con un flujo continuo de informaciones que reduce la vida exotica de algunos pueblos a las diferentes condiciones ambientales bajo las cuales es. tos pueblos viven o han vivido, La influencia del medio natural en la formacién de culturas es un antiguo modelo explicativo, arquetipico, para entender las diferencias entre culeuras. Esta tradicién redujo la diferencia entre los pueblos a reacciones cspecificas a condiciones distintas del medio natural. El clima, la cali. dad del suelo, las estructuras paisajisticas, la flora y fauna, ast como las costumbres de alimentacién derivadas de elas, contextualizan el desplie. gue de formas culturales diversas. Segiin la explicacién de la teorfa hi pocritica de los humores, se produce un «equilibrio» entre interior y exterior, entre los humores del organismo y los influjos del clima.> Este equilibrio funcionarfa de acuerdo con una norma complementaria: donde hace calor, reacciona el organismo con frfo, de ahi la lentitud de los Trépicos. Donde hace frio, reacciona con calor, de lo que se deducta la brucalidad de los bérbaros del Norte. El cardcter de los pueblos y el medio ambiente estaban de ese modo interrelacionados. Este viejo modelo de determinismo ambiental se ha presentado historiogréficamente con numerosas variantes, en las que han desempe- fiado un papel importante sobre todo el suelo como fuente de alimen- tacién y también el entorno geomorfoldgico, de tal manera que puede hablarse de una sconcepcién geogréfica de la historian. Hay elementos de ello ya desde la Ancigtiedad, y desde Bodin, Montesquieu 0 Buffon, pasando por Buckle o Ratzel, y hasta Febvre o Braudel.“ Los caracteres humanos y los estilos culturaies son moldeados por el clima y por el medio natural. En esa Ifnea, la enaturalezan incluso actuarla de modo causal sobre la «cultura». Especialmente, la relacién entre clima ¢ histo. ria culeural constituyé durante largo tiempo un objeto de investigacién histérica,” 4. Un filén abundant de estos cexcos se agtupa en T. Glacken, Traces on the Rhodian ‘Shore. Nature and Culture ii Western Thought from Ancient Times to the End ofthe 18th Century, Berkeley/Los Angeles, 1967, 5. Véase J. W. Johnson, «Of differing ages and climates», in Journ, Hitt Idea, 12, 1960, pp. 465-480. 6. Un punto algido de esta visién es el primer capitulo de F. Braudel, La Médi- verrande et le monde Méditerranden 2 fpoque de Philippe II, Pari, 1949. 7, E: Huncington, Civilization and Climate, New Haven, 1915; vgl. N. Steht, Trust and Climate, in Climate Research, 8, 1997, pp. 163-69, 32 En la biisqueda de las condiciones naturales de la historia humana, se identificé junto a la naturaleza exterior, esto es, paisaje, suelo, clima, flora y fauna, también la naturaleza de las personas. Se concibié enton- ces, sobre todo en el siglo XIX y primeros afios del XX, un escenario antropoldgico o una composicién de los diversos pueblos en términos sistematicos de razas o bien como capacidades vitales distintas las po- blaciones.* Esta interpretacién antropoldgica o de tazas operaba con la hipétesis de competencias diferentes entre los pueblos, por rasgos gené- ticos a partir de mezclas tempranas? favorecidos por los diferentes medios naturales o por selecciones por las instituciones sociales."® Estas teorias tuvieron su apogeo desde finales del siglo XIX hasta los afios cuarenta, no solamente en Alemania; no obstante, perdieron su legiti- midad y plausibilidad, puesto que apenas resulta posible diferenciar entre lo cientifico y Ia pura Fantasia cargada de resentimientos. Al margen de unas pocas excepciones, que se alejan explicitamente de la instru- mentalizacién racista,"' esta tradicién quedé truncada por completo."? Frente a las propuestas explicativas ligadas a la «naturaleza material», se impuso en la segunda micad del siglo XX una interpretacién que atri- buye las diferentes fases de la historia y las diversas culeuras exclusiva- mente a procesos sociales, econdmicos o simbélico-espirituales. En el marco de estas ideas, que ya expresaron Locke, Turgot, Ferguson pa- sando por Hegel, Marx, Spencer y Weber, hasta llegar a los modelos de antropologia cultural més comunes en la actualidad, el medio natural ocupa un papel marginal. Esto es perfectamente comprensible, Como el peso debe recaer sobre la explicacién de los diferentes estadios de desarrollo humano, entendidos de modo evolucionisca y progresivo, entonces una «Naturaleza» pensada siempre como pasiva e inmutable, no podia ser un factor causal. Por consiguiente, cuando Marx llama la acencién sobre la determinacién natural de la produccién ssubjetivas y 8, Véase sobre esto la exposicién de N. Stepan, The Idea of Race in Science. Great Britain, 1800-1960, London, 1982; R. P. Sieferle, Die Krse der menschlichen Natur. Zur Geschichte eines Konsepts, Frankfurt /M, 1989. 9. Véase M. A. de Gobineau, Bisai sur lindgaliré der races humaines, Pacis, 18531 1855, 10, Véase G. V. de Lapouge, Ler sélections sociale, Paris, 1896, 0 L. Woltmann, Polittche Anthropologie, Eisenach /Lepizig, 1903. 11, Vid. J. Bernard, Das Blut und die Geschichte. Neue Wege sur Erforschung biorircher Prozese, Scatcgare, 1987; L. Cavali-Sforza/P. MenozzilA. Piazza, The History and Geography of Human Genes, Princeton, 1994, 12. Véase J. Diamond, Guns, Germs and Stel. The Fates of Human Societies, Lone don, 1997. 33 cobjetiva,® no tiene en la mente un factor causal, sino mas bien una condicién marginal con cuya ayuda poder explicar por qué se origina una cierta dindmica social en el marco de determinadas formas mate- riales. Con todo, K. A. Wittfogel" present6, desde dentro del pensamien- to marxista, un intento de historia econémica orientada hacia lo natu- ral que pronto se alejarfa de la ortodoxia, pues la ampliacién del concepto de «modo de produccién asitico» a una teorfa amplia de la sociedad chidréulica»" ya no resultaba compatible con los presupuestos teéricos del marxismo. En los trabajos de Wicefogel encontramos planteamien- tos de historiograffa «ecoldgica», que vienen motivados por la propia interaccién de la interprecacién histérico-materialista de atenerse ple- namente a los hechos. En la antropologfa cultural y en la etnologia, donde los debates al- rededor de la naturaleza, raza y cultura alcanzaron su mayor intensidad desde el siglo xX y donde una mirada «desde el exterior» resultaba més facil que la observacién sociolégica de la propia sociedad, la cuestién de la determinacién ambiental fue uno de los temas centrales.'® Desde 1920 se torné dominante una posicién més bien culturalista, como se hace patente con claridad en el posibilismo de Franz Boas 0 en el estructura- lismo de Levi-Strauss, aunque encontramos también sobre todo en Es- tados Unidos una tradicién «materialista cultural» que se remonca a Julian Steward,” Leslie A. White'* o Marvin Harris.” Esta escuela de pensamiento, que ha cjercido una influencia considerable sobre los fun- damentos conceptuales de la environmental history americana,” intenta reconstruir una relacién interactiva y sistemética entre cultura y condi- ciones naturales, sin degenerar por ello en reduccionismo. Las investigaciones sobre historia del medio ambiente en los iltimos veinte afios han logrado un cambio de perspectiva fundamental frente a la vieja posicién materialista sobre la nacuraleza. El peligro de una crisis 13. K. Mant, Grunrise der Kriih der poltschen Okonomi, Berlin, 1953, p. 30. 14. KA, Wictfogel, Die natirlichen Unsachen der Wirschaftsgeschichte, in Archi fir Sosialwisienschaft und Sexialpliit, 67, 1932, pp. 466-492, pp. 579-603, pp. 711- 731 15. K. A. Wittfogel, Oriental Depotion, New Haven, 1957 16. Véase M. Harris, The Rise of Anshropological Theory, New York, 1968, 17. J. Steward, Theory of Culture Change, Urbana, 1955, 18, L.A. White, The Evolution of Culsure, New York, 1959. 19. M. Harris, Cultural Materialism. The Struggle fora Science of Culture, New York, 1979, 20, Véase D. Worster, Doing Environmental History, in The Ends of the Earth, Catn- bridge, 1988, pp. 289-307. 34 una sina ate ien- acu spo dad icos ien- spia ple- al- mas ide 920 ace ara Es- aa adi- tea isis 30, hiv nL ork, ecolégica, que mueve a la opinién puiblica en Estados Unidos, Alema- nia y otros paises industrializados desde hace més 0 menos esos veinte afios, provocé un desafio para unas cuantas ciencias, al que han respon- dido con cierta rapidez y con ideas més 0 menos convincentes, En pri- ‘met lugar, se le planteé la cuestidn a las ciencias naturales, que debian responder a preguntas urgentes sobre los valores limite o las relaciones causales. Los economistas habfan de enfrentarse al conflicto tantas ve- ces evocado entre «economia y ecologias; por su parte, los juristas de- bieron desarrollar un nuevo derecho ambiental, la ciencia politica debfa clarificar las condiciones institucionales para la proteccién del medio ambiente y a los fil6sofos y tedlogos se les exigié la formulacién de una nueva ética ecolégica. Sin embargo, en los cfrculos de la historiografia académica la cuestién ecoldgica liegé con timidez y muchas vacilacio- nes, al menos en Alemania. Eso sf, no faltaron preguntas que venfan desde fuera, desde la opinién piiblica inceresada: zhubo ya problemas ambientales en tiempos pretéritos?, chay ejemplos exitosos de la relacién mantenida con su medio natural por parte de culturas pasadas? Y final- mente: :cudles son las rafces histéricas de nuestra ctisis ecol6gica? La nueva historia ecoldgica, que ha surgido de este reto, se diferen- cia del antiguo determinismo ambiental en que le da un giro a la pers- pectiva. No sélo se pregunta sobre la influencia de la dindmica propia del medio natural sobre la cultura, sino que, a la vez, quiere saber de qué modo la cultura material afecta a las relaciones naturales. Sus pri- meros resultados conforman la visién actual de una crisis ecolégica amenazadora, una visién en la que la naturaleza se manifesta como un organismo herido, como una maquina que puede estropearse por un uso inadecuado. Esta nueva historia ecolégica reconoce sus origenes en la crisis medioambiental, sobte todo porque la mayoria de las investiga ciones buscan «precedentes» de los actuales problemas. En el pasado se vislumbran por regla general los problemas y los campos de estudio. Por esa razén, en esos trabajos ocupan un lugar central los clasicos «medios» del ambiente, es decir, agua, aire y tierra, peto también ener- gia y salud. Conforme a ello, se investiga la contaminacién histérica de las aguas," las condiciones de vida en las ciudades,” se recopilan infor- 21. Por ejemplo, T. Kluge/E. Schramm, Wasserndte. Umwelt und Sosialgerchichte des Trinkwassers, Aachen, 1986; J. Biischenfeld, Fliise und Kloaken. Umuelsiagen im Zeitalter der ndustrialisierung, Scucegast, 1997. 22, J. Sydow (Hg.). Stadvsche Versorgung und Ensorgung im Wandel der Geschichte, Sigmaringen, 1981; J. V. Simson, Kanalisazion und Stadeebygicne im 19 Jabrhunders, Dasseldoct, 1983: U. Dirlmeies, Zu den Lebensbedingungen in der mistelalterlichen Stade 35 maciones histéricas sobre suciedad del aire, sobre erosién del suelo,?* falta de combustibles,” o sobre emisiones de ciertas industrias.™ Es ésta una puerta de entrada al tema que a mime gustaria denominar shigie- nizacién del medio ambientes.” Parte de un ideal de limpieza del agua y del aire, asi como de espacios vitales mds saludables y mejor conserva- dos, ya partir de abi identifica aquellos factores humanos que han con- ducido a la contaminacién o a la escasez de estos medios. Este plantea- miento «higienistay dentro de la historia ambiental resulta un auténtico Trinkwasserverorgung und Abfallbesecigung, en B. Hleremann (Hg.): Mensch und Umwelt im Miteelater, eaxgare, 1986, pp. 236-241; R. J. Evans: Death in Hamburg. Sociesy and Polis in the Cholera Years, 1830-1910, Oxford, 1987: G. Hésel: Unser Abfll aller Zeiten, Eine Ruleurgeschichte der Seideercnigung, Misnchen, 1990. 23. Por ejemplo, G. Spelsberg: Rauchplage. Hundert Jabre Saurer Regen, Aachen, 1984; AAndersen / R. Ort / E, Schrsmm: Der Freiberger Hustencauch, 1849-1865. Umwelrauswirkungen, ihre Wahenehmung und Verarbeitung, en Technilgechicht, p 53, 1986, pp. 169-200; P. Brimblecombe: The Big Smoke. A History of Air Pollsion in London Since Medieval Times, London, 1987. 24, E. Schramm: Zu einer Umweligeschichte des Bodens, en FJ. Briggemeier/T. Rommelpacher (Hg): Besegre Narur, Minchen, 1987, pp. 86-105: P. Blaikie / H. Brookfield (eds): Land degradation and society, London, 1987; V. Winiwarter: Biden in Agrargesllschaften, Wahrnchmung, Behandlung und Theorie von Caro bis Palladius, cen R.P, Sieferle / H. Breuninger (eds.): Natur-Bilder, FrankfurM., 1999, pp. 181-222. 25. D. Lohrmann: Energieprobleme im Mittelalter, Zur Verknappung von Wasserkraft und Holz in Westeuropa bis zum Ende des 12. Jahrhunderts, en VSWG, n® 6, 1979, pp. 297-317: R. J. Gleitsmann: Rohstoffmangel und Lésungsstracegien. Das Problem vorindustrieller Holaknappheit, en Technologie und Politik, n° 16, 1980, pp. 104-154; J. Radkau: Holzverknappung und KrisenbewuBtsein im 18. Jahrhundert, en Gechichte und Gesellichafi, 0° 9, 1983, pp. 513-543; D. Marek: Der Weg zum fossilen Energiesystem. Ressourcengeschichte der Kohle am Beispiel der Schweia, 1850-1910, en W. Abelshauser (ed.): Umwelegescichte, Gatingen, 1994, pp. 57-75: M. Grabes, Krisenbewaltigung oder Modernisierungsblockade? Die Rolle des Staates bei det ‘Uberwindung des sHolamangels» zu Beginn der Industriellen Revolution in Deutschland, en Jahrbuch fr europaische Verwaltungrgeihichte, n° 7, 1995, p. 43 fF J. Radka, Das i der stidrischen Brennholzversorgung im sholeernen Zeitalters, en Dieser Schott (ed.): Energie und Stade in Europa, Seategart, 1997, pp. 43-75; H. Harnisch: Die Energiekrise des 18. Jahshunderss als Problem der preuBischen Staatswirschafi, en H. J. Gethard (ed.): Sorktur und Dimension, Bd. 1, Stutrgare, 1997, pp. 489-510 26. Entre otros estudios, G. Bayerl: Vorindustielles Gewerbe und Uraweltbelasung das Beispiel der Handpapiermacherei, en Technilgechichte, n® 48, 1981, pp. 206-238; AE, Dingle, «The Monster Nuisance of Alis, Landowners, Alkali Manufactures and Air Pollution, 1828-1864, en Economic History Review, n° 35, 1982, pp. 529-548; E. Schramm: Soda-Industrie und Urnwelt im 19. Jahthundert, en Technikgeihichte, 51, 1984, pp. 190-216; A. Andetsen, Historische Technikfalgenabschaeumg am Beispiel der Metaltbittenwerens und der Chemicindustrie, 1850-1933, Seutrgare, 1996. 27. Estas cuestiones cayeron tradicionalmente en el terreno de la higiene. Véase, por ejemplo, T. Weyl: Zur Geschichte der Sozialen Hygiene, en Handbuch der Hygiene, Ba, 4, Suppl. Jena 1904, pp. 791-1046. 36 | éxito porque, de un lado, se nutre de ideas familiares y cotidianas sobre el mundo humano y, de otro, porque permite emplear la metodologta més usual en historia econémica y social.* Esta orientacién posibilica una primera aproximacién a la historia ambiental, tropezando con es- casa resistencia de los paradigmas convencionales. Lo expresado en el pérrafo anterior se nota en que los modelos de explicacién habituales de la perspectiva shigienista» siguen de cerca for- mas de argumentacién muy comunes en historia social. Asi, se intenta identificar actores sociales e incereses localizados en la sociedad, El esta- do del medio ambiente es resultado de determinadas estrategias soci les, Las pautas incerpretativas vienen dadas de antemano por la historia social y solamente deben ser rellenadas con material ehistérico-ambien- tal, Ese método de investigacién desde lo social tiene la ventaja de que al historiador no se le exige demasiado de golpe. Su investigacién puede discurrir por vias familiares, emplear un lenguaje conocido, y moverse ya bregado en el, nuevo terreno, No supone ninguna ruptura con la in- vestigacién tradicional en historia social y cultural cuando al abordar los problemas derivados de los asentamientos industriales, esto es, sus repercusiones sobre las condiciones de habitabilidad y de trabajo, sobre la estratificacién social y los diferentes habitos de consumo y también lbs efectos sobre las aguas locales o sobre las disputas con los vecinos acerca de las emisiones nocivas. El planteamiento higiénico-ambiental ha conducido a unos resulta- dos considerables, aunque pocas veces contra-intuitivos, y amenaza con pararse en los limites que le imponen sus presupuestos cientifico-soci les, No es invulnerable al reduccionismo sociolégico, consistente en pensar que se ha comprendido la esencia de la relacién entre los huma- nos y el ambiente cuando, en realidad, sélo se ha conseguido identificar la estructura social y el juego de intereses de los distintos participantes. Se presenta entonces el relato de siempre sobre explotadores y explota- dos, sobre beneficiados y victimas, sélo que esta vez. utilizando «nacura- leza» en lugar de «produccién». La relacién humanos-medio ambiente se convierte asi en un campo de accién social més para cuya descrip- cién y andlisis son validas las mismas reglas utilizadas hasta el momento con éxito en la sociologfa y ciencias afines. Puede objetarse, sin embargo, que este discurso sencillo subestima Ja complejidad y Ia autonomia del sistema natural, tanto como sobreva- 28 Como muestrz de esta visi6n orientada por la eradicién de higiene social y del trabajo, véanse las aportaciones compiladas en A. Andersen (Hg.): Umweligeschichte, Das Beisel Hamburg, Hamburg, 1990. 37 lora la direccién «morals del sistema social. Las condiciones naturales de las acciones humanas se nos muestran como un simple apéndice, como un objeto formal y contingente de una realidad social estructura- da simbélicamente que sigue sus reglas internas. Esta realidad social se entiende como resultado de cambios estratégicos sociales, mientras la naturaleza se concibe como una mera construccién social més.” Por eso, esta orientacién histérico-social se centra en la ruptura mental causada por la crisis ecoldgica. Junto al reduccionismo sociolégico existe también el peligro de un reduccionismo ambiental, presente en algunos trabajos de especialistas en ciencias naturales, sobre todo bidlogos que escriben sobre problemas medioambientales. La perspectiva etoldgico-evolucionista entiende a la humanidad como una unidad inseparable de su telacién con el ecosis- tema, dentro del cual vive, e intenta explicar los problemas y las estrue- turas desde las propiedades antropoldgicas del ser humano natural.” Con este enfoque se ignora, sin embargo, que el ser humano se encuentra inmerso en un contexto sociocultural especifico que sigue una légica evolutiva propia y que para los individuos resulta tan «natural» como el medio fisico externo. La tarea de una historia ambiental que sea ecolégicamente convin- cente sin dejar atrés algunas perspectivas fundamentales de las ciencias sociales, consiste en comprender la interaccién de sistemas naturales y socioculturales.2" Puede unirse asi a las nuevas cortientes de la sociolo- gfa ambiental y de la ecologfa humana, que intentan evitar tanto el re- duccionismo sociolégico como natural y que desarrollan razonamientos interdisciplinares e integradores.*? Esta labor es hoy urgente pues los acontecimientos naturales ya no pueden ser comprendidos como un telén de fondo para una historia en 29. Para un debete sobre esta problemética, véase M. Grossheim: Atmosphiien in der Natur: Phinomene oder Konstrukte?, en R. P. Sieferle/H. Breuninger (eds): Natur- Bilder. Wabrnelmungen von Natur und Umwelt in der Geschichte, FrankfurM., 1999. pp. 325-365, 30. Un anilisis sobre esto en K. Lorena: Die acht Todsinden der sivilsierten ‘Menschbeit, 1973; una aproximacign sinilar en P. R. Ehslich/A. H. Ehrlich/). P. Holdren: ‘Humandkologic, Berlin! Heidelberg, 1975, ‘31. Vease S. Boyden: Weszern Civilizarion in Biological Perspective, Oxford, 1987: R. P, Sieferle, Kulturelle Evolution des Gesellschafi-Natur-Vethalensses, en M. Fischer- Kowalski (Hg): Geselichafiicher Stoffwechiel und Kolonisierung von Natur, Amsterdam, 1997, pp. 37-53. 32. Véase M. Fischet-Kowalski: Society's metabolism, On the childhood and adolescence of a rising conceptual star, en M. RedclifG. Woodgate (eds.): The International Handbook of Environmental Sociology, Cheltenham, 1997, pp. 119-137. 38 raturales 2éndice, ructura- social se intras la Por eso, causada > de un cialistas »blemas ade a la estruc- 2» Con cuentra légica como el onvin- iencias rales y seiolo- vel re- ientos ya no vria en Natur 1999, oleser 1987; ischer- vedam, dand 1 The 137. movimiento, sino que se estd en condiciones de abordarlos en su diné- mica especifica. En realidad, este punto de vista no es tan nuevo. Desde el siglo XIX la geologia sabe que la corteza terrestre est4 permanente- ‘mente en movimiento, y la tesis de las placas tecténicas ha sido plena- mente admitida en el siglo XX. Algo parecido sucede obviamente con la biologia donde, a lo mds tardar con Charles Darwin, se transforms la nocién tipoldgica de especie en un concepto estocistico de poblacién. En las tiltimas décadas se ha evidenciado que multiples factores na- turales han variado dentro de las dimensiones del tiempo histérico, de modo que parece fuera de duda una interaccién de las dindmicas culeu- ray material. Se ha rehabilitado, pues, ala naturaleza como agente activo en la historia. La vieja confrontacién entre una naturaleza estable y equilibrada frente a una historia humana dindmica ya no existe, ya no se puede partir de la existencia de unos «equilibtios ecoldgicos», que son interferidos desde el exterior por las actividades humanas, sino que se discute sobre los lazos reciprocos entre naturaleza y cultura en los dife- rentes sistemas.” Estos desarrollos han conducido en algunos campos a nuevos resultados dignos de atencién: —Clima: Sabemos hoy, en contraposicién a la vieja tradicién adap- tativa, que las condiciones climéticas son altamente variables. El cam- bio climético puede desarrollarse con rapidez, en décadas, También se producen grandes mutaciones que provocan situaciones de alerta en la sociedad. Ast pues, se convierte en plausible la idea de cambio climdtico auténomo —es decir, no antropégeno— como agente histérico. Puede establecerse, por ejemplo, una relacién entre la crisis agraria del siglo XIV 0 la del siglo XVIT y la existencia de un clima frio y hiimedo. De hecho, la reconstruccién del clima y de los eventos climdticos extremos se ha introducido desde hace algunos afios en el terreno de la investiga- cién histérica.* 33. D. Botkin: Discordant Harmonics. A New Ecology for the 21 st, Century, New York, 1990; D. Worstes, The Ecology of Order and Chaos, en The Wealth of Nature, New York, 1993, pp. 153-170. 34, Véase E. Le Roy Laurie: Times of Feast, Times of Famine, A History of Climate since the Year 1000, Garden City, 1971; T. M. Wigley/M. J. Ingraim/G. Farmer Hg.) Climate and Hisory. Scudies in Past Climates and their Impact on Man, Cambridge, 1981; R. I. Rotberg/T. K. Rabb (Hg,): Climace and History, Princeton, 1981; H. Hl. Lamb: imate, History and the Modern Wordl, London, 1982; Ch. Pfister: Klimageschichte der Schweis 1525-1660, Bern/Stuttgart, 1984; Ch. Pfister: Werrernachbersage. 500 Jahre Klimavariationen und Naturkarastrophen, Bera, 1998. 39 —Acontecimientos extremos: En los tiltimos afios se discute cada vez ms sobre la incidencia de las catdstrofes nacurales en el desatrollo cul- tural. De ahi que se aborde el estudio de terremotos, erupciones vol- cénicas, impactos ambientales, maremotos, plagas de insectos como langostas, incendios, sequias, inundaciones, avalanchas, desprendimien- tos, etc. Por encima de todo, se analizan las diferentes repercusiones de acontecimientos extremos en espacios distintos, que provocan reaccio- nes también diferenciadas. No se trata sélo de atender a las catéstrofes, sino también a la Variabilidad de determinados fenémenos 0 a la estabi- lidad con que son esperados.* Cuanto més alto es el riesgo de catéistro- fes naturales, mds elevados resultan los «gastos de seguridad, es decir, tuna parte més grande de los recursos disponibles debe reservarse para la superacién de los dafios. Aunque también se desarrollan estracegias de previsién con el fin de protegerse de la inseguridad. Todo esto tiene su. precio, que puede variar mucho de regién a regién.** —Enfermedades/epidemias: Una orientacién nueva de la historia de las epidemias se ocupa de la interaccién en el pasado de microorganis- ‘mos pardsitos y portadores humanos. Se trata de un juego evolutivo en el que han de valorarse tanto la competencia como la adapracién. Esta- ‘mos, por una parte, ante un proceso auténomo o exégeno que procede de los virus (mutacién, migracién) y, por otra, ante un proceso endége- no 0 antrépico que influye en el ciclo vital de los pardsitos y en la reac- cidn de los hombres a sus efectos.” Estos problemas resultan especial- mente controvertidos y discutidos en relacién con la colonizacién de ‘América y la consecuente alta mortalidad de sus habitantes originarios.>* ‘A continuacién querrfa detenerme en las bases energéticas del desa- rrollo histérico, que constituye un campo importante en historia ecolé- gica. Desde hace ya més de cien afios se debate sobre a importancia de 35. U. Milller-Herold: «Risk Management Stracegies-Before Hominization and Afters, en Journal of Risk Research, n° 3, 2000, pp. 19-30. 36, Véase E, L. Jones: The European Miracle. Environments, Economies and Geopolitics in the History of Europe and Asia, Cambridge, 1987. 37, Vid. E, Le Roy Ladurie: «Un concept: L’unification microbienne du monde CUV-XVIIe sidcles)s, en Schueizerche Zeichrifi fir Gechiehte, n° 23, 1973, pp. 627- 696; W. Me, Neill: Plagues and Peoples. Garden City, 1976: P. Ewald: The Evolution Infections Diseares, Oxford, 1994. 38. A. W. Crosby: The Columbian Exchange. Biological and culsaral consequences of | 1492, Westport, 1972: A. W. Crosby: Germs, Seeds and Animals. Studies in ecological history, Aemonk, 1994; D. E. Stannard: American Holocaust. Columbus and the Conquest af the New Wordh, New York, 1992; K. F. KiplelS. V. Beck (Hg.): Biological Consequences af the European Expansion, 1450-1800, Aldershot, 1997. 40 los sistemas energéticos para la economia;” es més, una corriente inves- tigadora relaciona de manera especifica los modos de aprovechamiento energético con las formaciones sociales. En el contexto de la crisis ener- gética de la década de 1970 y del debate en tomo a la energia nuclear, comenz6 a introducirse en la investigacién la importancia de la energfa como base metabélica de los procesos sociales.*' Hoy es posible pregun- tar con mds precisién por las condiciones energéticas de los modos de produccién, por las potencialidades o por las restricciones que imponen al desarrollo social y cultural y que definen sus margenes de innovacién, A la base material de un determinado modo de produccién se la puede designar como «régimen social-metabélico», esto es, la forma predominante que adopta el intercambio material entre una sociedad humana y su medio fisico. Este metabolismo —o sea, el conjunto de produccién, consumo, técnica y movimientos de poblacién— viene de- terminado finalmente por la disponibilidad de energia. El flujo de energia dentro de una sociedad define su radio de accién material y, atin mds alld, su perfil fisico, su estructura y los efectos sobre el medio ambiente externo. Historicamente, sélo han existido tres regimenes «social-metabélicos» iferentes, que estén marcados por tres flujos de energia: 1. Bl régimen de energia solar incontrolada de las sociedades caza- doras y recolectoras. 2. El régimen de energfa solar controlada de las sociedades agrarias. 3. El régimen de energia fosil, que caracteriza la actualidad. No voy a entrar detalladamente en el primero de estos tres regime- nes. Las sociedades cazadoras y recolectoras intervienen en los flujos de energfa solar, pero apenas los modifican, no més que lo hacen otras especies."*La tinica excepcién serfa el uso del fuego, que se remonta muy 39. Una sintesis en J. Martinez Alier: Ecological Economics. Energy, Environment and Sociesy, Oxford, 1987. 40. L.A. White: «Energy and the Evolution of Cultures, en American Anthropologist, n° 45, 1943, pp. 335-356: F. Cottrell: Energy and Socier, New York, 1955; R. N. Adams: Energy and Seructure, Austin, 1975, 41, B. Thomas: Towards an Energy Interpretation of the Industrial Revolution, en Atlantic Economic Journal, n° 8, 1980, pp. 1-13; R. P. Sieferle: Der unterirdsche Wald. Energiekrise und Industrielle Revolurion, Miinchen, 1982 (Neuausgabe: The Subterranean Forest. Cambridge 2001}; V. Smil: Energy in World History, Boulder, 1994, 42. W. B. Kemp: The flow of energy in a hunting society, en Energy and Power, San Francisco, 1971, pp. 55-65. 4 Figura 1. Estructura del sistema agrario basado en energia solar Energia nuclear del sol q Radiacién | cleccromagnética | Calentamiento de la atmésfera Fotosintesis de las plantas (energfa eérmica) (energia quimica) Bosques|Pastos | Cultivos ¥ [Animales (energia metabélica) ¥ Aire | {Fuerza del agua] | Lefia Trabajo Humanos (c. mecdnica)}| (e. mecdnica) | |(e. térmica)||(e. mecénica)| |(c. metabélica) lejos en el pasado filogenético del hombre.* Sin embargo, resulta de gran interés el aprovechamiento energético en las sociedades agrarias, pues no en vano han escrito la parte mds extensa de la historia transmitida. La estrategia bésica del modo de produccién agrario consiste en el control de los flujos de energia solar metabilica sobre la base de la bio- tecnologia. La energia irradiada por el sol se toma, en primer lugar, a través de la fotosintesis de las plantas y se combina quimicamente, Iue- go ¢s transformada por los animales y finalmente adquiere una forma aprovechable para el hombre. El sistema agrario nos proporciona sobre todo materias primas que sirven como alimento, como herramientas, ‘como materiales de construccién, como fuerza mecdnica y como medios de transporte. También se utiliza como nutriente la energ(a quimica que existe en la biomasa vegetal o animal. Los animales sirven como bioconvertidores, transformando la energia quimica de su alimentacién 43. J. Goudsblom: Fire and Civilizariom, London, 1992; 8. J. Pyne: World Fire, The Culture of Fire on Earth, New York, 1995. 42 aos 6lica) an ses el va te na re os 10 Sn en trabajo mecénico. Finalmente, se aprovechan las plantas, sobre todo Ja madera para calentar. Para todos estos fines se intenta tener bajo control el proceso vital de los organismos titiles: el hombre roura bosques, siembra terrenos de labor, los deja descansar y vuelve a plantarlos, riega y drena, incendia y cultiva, cria y arranca de rafz, propaga y protege a las especies benefi- ciosas y se enfrenta a los pardsitos, a las malas hierbas, a los insectos perjudiciales y a los animales dafiinos. La estrategia bdsica de la agricul- ura consiste, pues, en climinar el ecosistema «natural» originario, sobre todo la vegetacién, y en ordenar y monopolizar las tierras ganadas con cultivos titiles propios. Tiene pleno sentido diferenciar tres tipos de superficies que en las sociedades agrarias cumplen diversas finalidades técnico-metabélicas: los cerrenos de cultivo se destinan de modo prioritario a la produccién de alimentos y estimulantes para el hombre, ademés de a la obtencién de plantas industriales. Los prados sirven de alimento al ganado em- pleado como fuerza de trabajo mecénica (caballos, mulas, asnos, etc.) 0 como productor de alimentos. El bosque, finalmente, produce madera, que se utiliza como material de construccién, como combustible y como. calefaccién. La superficie total dil de una sociedad agraria se divide en tierras de labor, pastos y bosques; cada una de estas formas de aprove- chamiento puede ser ampliada hasta la explotacién integra del ecosiste- ‘ma natural, pero siempre a costa de las otras. Junto a la utilidad biolégica de la energfa solar se percibe también cn las sociedades agrarias un aprovechamiento mecénico directa de ésta las diferencias de temperatura en la atmésfera ponen en movimiento el aire, y el viento propulsa barcos de vela y molinos. El agua del mar se evapora, cae sobre las cumbres, fluye hacia el valle y pone en movimiento los molinos de agua. El viento y la fuerza motria del agua se convierten, pues, en otras fuentes de energfa mecdnica junto a la conversién meta- bélica obtenida gracias al trabajo animal y humano. De estas formas de aprovechamiento se puede deducir la estructura del sistema agrario ba- sado en energia solar: A través de la estructura del régimen energético solar pueden expli- carse algunas caracteristicas de la sociedad agraria. El «sistema» agrario presenta los siguientes rasgos: —Dependencia del certitorio. —Descentralizacién, —Escasez inherente de energla y de materias primas importantes. —Tendencia a situaciones estacionarias, 43 Las sociedades agratias son, desde el punto de vista energético, sos- tenibles, por la sencilla razén de que no hay grandes reservas energéti- cas que puedan consumir. Los cultivos agrarios mds importantes se re- cogen una vez al afio. Y, tras la cosecha, se acumula otra vex energla derivada del rendimiento de la fotosintesis en el préximo afio. La vida del ganado dura algo més, aunque casi nunca més de veinte afios. El agua y al viento han de ser aprovechados en el momento, mientras ¢s- tan disponibles. No hay précticamente ninguna posibilidad de acumu- lacién. El mayor depésito de energia de que disponen las sociedades agrarias es el bosque. Como terreno virgen puede alcanzar una edad de hasta 300 afios, pero sélo puede ser aprovechado como tal una tinica ver, la primera, Por el contrario, un bosque explotado regularmente dura por término medio unos 50 afios, y éste es el tope energético, Estas reservas energécicas mimisculas marcan la primera caracteristi- cade un sistema agrario basado tinicamente en energia solar: como no hay reservas, los hombres intervienen en los sfos. Pero estos rfos son pequefios, de modo que la energfa es, en principio, escasa. Y sila ener- gia es escasa, rodo es escaso. Por eso las sociedades agrarias se han di tinguido siempre por las carencias y la pobreza. La mayorfa de la pobla- cién vivfa en un nivel de subsistencia y las hambrunas aparecian regularmente.* Habrd que afiadir que los rayos del sol caen sobre la superficie te- rrestre muy repartidos. Un sistema fundado en energfa solar se basa por eso en una concentracién de energia escasa en origen, de ahf que sea necesario concentrar la energla para poder aprovecharla. Para lograr este objetivo se exigen inversiones y esfuerzos cuantiosos. Donde més élaro se ve esto es en el transporte: si a los cereales o a la madera se los en- tiende como portadores de energia, es evidente que el gasto de energia en su transporte no puede ser més alto que el contenido energético de la materia transportada. El balance energético de la cosecha ha de ser positivo incluyendo transporte, lo que implica que las rutas no pueden set muy largas y, por tanto, las sociedades agrarias han de repartirse siem- pre sobre una vasta superficie. Las grandes concentraciones de poblacién 6 de industrias constituyen la excepcién y sélo pueden ser alimentadas, sobre la base de unas relaciones de poder especificas. Una consecuencia importante de lo anterior radica en el hecho de que resultan irrelevantes para las sociedades agrarias los valores medios 44, Véase E. A. Wrigley: «Why poverty was inevitable in traditional societies», en. JA. Halll. C. Jarvie (eds): Transition 20 Modernity. Essays on power, wealth and belief, Cambridge, 1992, pp. 91-110. 4s de los grandes espacios, 0 lo que es lo mismo éstas no pueden desarro- llar ninguna tendencia a la homogencizacién espacial. Las sociedades agrarias forman, por as{ decirlo, un archipiélago con un intercambio relativamente pequefo entre «islas de escasez», de manera que se perci- ben grandes diferencias entre distintas regiones, lo que vale también en un sentido cultural, econémico y técnico. La capacidad metabdlica de un sistema basado en energia solar ex- plica que en las sociedades agrarias no exista crecimiento econémico continuado. Esto puede sonar raro viniendo de una cultura que tiene al «crecimiento» por una suerte de ley natural, pero una reflexidn ofrecida por David Landes aclara lo que queremos decir.** Si se extrapola hacia atrés el ritmo de «crecimiento natural» de la época de la industrializa- cidn, tal como calculan los historiadores econémicos, entonces llega rfamos 2 unos niveles de partida que se situarfan durante mucho tiem- po por debajo de la subsistencia, Por eso algo tiene que haber cambiado hiseéricamente. Lo podemos ilustrar con un ejemplo: si aceptamos un 1,5% de cre- cimiento anual durante un perfodo de 100 afios, obtenemos un multi- plicador de 4,4, es decir, un divisor de 0,22. Bl nivel de partida es en- tonces en torno a un 22% del valor final. A lo largo de un periodo de 500 afios obtenemos un multiplicador de 1.710, es deci, un divisor de 0,0005. Asi pues, el umbral de partida estaria situado en torno a un 0,05% del valor final. Si la produccién industrial de Gran Bretafia en 1800 hubiera sido resultado de un crecimiento econémico a un «ritmo naturaly del 1,5%, entonces el nivel de produccién de cinco siglos an- tes, hacia 1300, deberfa estar situado en un 0,005% del de 1800. In- cluso teniendo en cuenta que en ese perfodo la poblacién se ha multi- plicado por diez, la produccidn per capita alrededor de 1300 ascenderia sdlo aun 0,5% de la de 1800. Algo que cs absurdo. Evidentemente, el crecimiento ha comenzado mds tarde, es decir, es un fenémeno hist6ri- co singular. Las sociedades agrarias no conocieron ningtin crecimiento continua- do, sino que se movieron de un estado de equilibrio a otro. Es cierto que hubo innovaciones técnicas, pero no existié ningtin proceso de in- novacién continuo y acoplado. Las diversas «invenciones» no se acu mulaban; mds bien permanecian como acontecimientos a dos que 45. D. Landes: The Wealth and Poverry of Nations, New York, 1998, p. 193. 46. La tasa de crecimiento media anual de la economla eusoper ascendid durante los iltimos 200 afios a un 1,7%. Véase C. Buchheim: Industrielle Revolusionen. Langfrittge Wirschafisentwicklung in Groftbritannien, Europa und in Ubersee, Miinchen, 1994, p. 16. 45 incluso podfan ser olvidados, Con frecuencia, las novedades técnicas y econémicas, que puhtualmente reaparecfan, quedaron frenadas por la escasez de energfa y de combustible, De ahi que el sistema agrario ten- diera hacia un estado estacionario que, no obstante, podta oscilar entre niveles metabélicos diferentes. Nuestra cesis fundamental considera que la utilizacién de energias fésiles resulta una precondicién necesaria para la transformacién del sistema agrario y que, con la superacién de sus barreras energéticas, emergié un nuevo régimen social-metabélico. La sociedad transforma. da, en la cual hoy vivimos, depende energéticamente del aprovechamien- to y del alcance de las existencias fésiles, muchos de sus rasgos vienen ‘marcados por las caracterfsticas de estas nuevas energias. Las sociedades europeas de los siglos XVIII y XIX hubieran seguido siendo agrarias, como hasta el siglo XVIII, de no haber sido por el aprovechamiento de las nuevas fuentes de energfa, incluso si hubieran explotado mucho més el potencial de innovacién que por principio tienen todas las sociedades agrarias, Este énfasis en los condicionantes ecolégicos y energéticos no debe ser entendido como reduccionismo naturalista. Para que puedan obte- nerse consecuencias econdmicas es preciso que concurran, desde una perspectiva ecolégico-natural, dos elementos distinguibles: 1. Un recurso, un material © un portador de energia. 2. Una forma de proceder orientada a su aprovechamiento en sentido amplio, asi como un instrumencal técnico, una demanda social, una aceptacién cultural, una estructura econémica y un marco politico. Esta diferenciacién puede parecer trivial, pero sus consecuencias deben aprehenderse en un contexto histérico, Sélo la coincidencia de recursos y de actuaciones produce un resultado, y para esto se revela imprescindible que ambos elementos estén disponibles. La mera exis- tencia de un recurso (por ejemplo, carbén mineral o petréleo) no revis- te consecuencias si no puede ser aprovechado. Pero, del mismo modo, la existencia de una demanda o de una intencién es improductiva si falea el recurso 0 acaso ha sido ya consumido. Esto es valido especialmente para las sociedades agrarias, en las que numerosos recursos (o fuentes de energia) tenfan un carécter cualitativo, es decir, no podian ser con- |) vertidos uno en otro. La hipétesis tan extendida en la economia actual, | en la que se sustituye todo por todo, no se confirma en un contexto agrario. 46 vas y ork ten- ntre glas del cas, ien- na on 20 La existencia de un procedimiento técnico adecuado se presupone en el aprovechamiento de un recurso. A lo largo del siglo XVII tuvie- ron lugar algunas innovaciones técnicas fundamentales que posibilita- ron la puesta en funcionamiento de energias fésiles. Las rupturas al- canzaron un significado extraordinario en la metalurgia. Pudo set introducido el carbén en el aprovechamiento del hierro, una condicién previa para que la vieja base orgénica de la econom/a pudiera ser susti- tuida por una nueva base mineral. La segunda innovacién clave fue el desarrollo de la méquina de vapor, que logré obtener energia mecénica del aprovechamiento de materias fésiles y, asi, no depender ya de la conversién animal y de las agudas restricciones de localizacién geografi- a presentes en las viejas técnicas de aprovechamiento solar (molinos de agua y de viento, veleros).*” Estas dos rupturas técnicas, que no han de entendefse como «inven- ciones aisladas» sino como un proceso complejo de innovacién, posibi- liaron el desarrollo de un nuevo régimen social-metabélico. Mas arriba mostrdbamos que el sistema de aprovechamiento solar dependia de los usos del suelo, o sea, que la cantidad de energia disponible venta deter- ida finalmente por las superficies sobre las que se irradiaba energia Usos del suelo en Inglaterra y Gales (en % con respecto a la superficie total)® EEE EE 1700 1800 1850 SS ee Arable (arable) 29,0 30,1 39,1 Pastos (pasture, meadows) 26,3 54 42.8 Bosques y matorral (woods, coppices) 79 40 40 Parques, comunes y baldfos (foresis, ‘parks, commons, waste) 34,2 168 8,0 Edificios, aguas, carreteras (buildings, water, roads) 2.6 Some oe ee eee Total 100 99,6 99.7 $A T 47. Véase Siefecle: Der unterirdische Wald; E. A. Wrigley: Consinnity and Change. The Character of the Industrial Revolution in England, Cambridge, 1988. 48. Calculado segiin las cifras de R. Allen: «Agriculture during the industrial revolution», en R. Floud/D. McCloskey (eds.): The Economie History of Brisain Since 1700, vol. 1, 1700-1860, Cambridge, 1994, p. 104. 47 solar. En este sentido, podemos observar con mds detalle la evolucién de los usos del suelo en Gran Bretafia. Pueden diferenciarse con claridad tres tipos de espacios agrarios (te- rrenos de labor, pastos y bosques), a los cuales se afade una categorfa residual en la que estdn mezcladas superficies forestales y de pasto, «Commons» es una categorfa legals «waste», un criterio técnico-agrario; aparks», estético; y «forest, una concepto dificil de diferenciar de «woods» y «coppices». A pesar de esta dificultad conceptual, se percibe la siguiente tendencia histérica: hacia 1700 los «coppices» alcanzaban un 7,9% de la superficie, y en 1800 su porcentaje de participacidn se habla visto reducido casi a la mitad. En 1700, «forests», «parks», scommons» y «wastes consticufan aproximadamente un tercio de la su- perficie total, en 1800 legaban todavia a un 16,8% y en 1850 sdlo a lun escaso 8%. Como de estas superficies se obtenfan también combus- tibles, el porcentaje total de superficies forestales cayé con fuerza, tal y como se observa en la disminucién de «woods» y «coppices». Si, por el contrario, nos fijamos en que «arable», «pasture/meadows» y «woods/coppices» son las superficies agrarias més intensivas, resulta evidente que la intervencién colonizadora aumenté de manera dréstica: en 1700 eran el 63%, en 1800 casi el 80% y en 1850 més del 87% de la superficie coral podia ser aprovechada agricolamente, mientras al mismo tiempo los terrenos destinados a la obtencién de combustible se vieron reducidos dramdticamente: de un 12,5% en 1700 a un 5,2% en 1800 y a sélo un 4,69% en 1800. Esto puede ser interpretado en el sen- tido de que las superficies forestales quedaron liberadas gracias a la uti- lizacién de combustibles fésiles y, por tanto, pudieron ser reorieritadas hacia otros usos. Si no hubiera aparecido el carbén mineral, deberfa con- tarse con que la demanda de lefia habria crecido y eso hubiera conlleva- do otras formas de aprovechamiento del terreno. Si se siguen las reflexio- nes bésicas de Thiinen, entonces cabria esperar incluso que la parte de «coppices» hubiera crecido con més fuerza, mientras retrocedfan los te- rrenos de cereal. Importa, a este respecto, que los costes de transporte de los cereales sean més bajos que los de la madera para quemar. De no haber sido asf, y dada la escasez de combustible, se hubiera repoblado de Arboles con mis fuerza y se hubiera importado de ultramar més bien cereales en lugar de madera, ‘Asf pues, una condicién previa y esencial para el retroceso de los «coppices» fue la introduccién del carbén como combustible. Puede decirse, por tanto, que gracias a la sustitucién de madera por carbén se ganaron superficies para aprovechamientos alternativos, lo que permi- tid un nivel de abastecimiento y de productividad més alto. Cuando las 48 cién (te- vorfa asto. ario; 1 de scibe aban in se rks», a su- loa vbus- aly ows» sulta stica: % de as al ale se % en I sen- a uti- itadas tcon- lleva- lexio- te de os te- sporte Deno blado s bien de los Puede oén se yermi- ido las demandas energéticas pudieron ser cubiertas a través del carbén, las superficies agrarias destinadas a «plantas-combustible» —asi podemos denominar a las plantas silvestres bajas— ya no eran necesarias en la misma proporcidn. Lo que esto significaba desde un punto de vista eco- légico lo ilustran las siguientes cifras: la madera tiene un valor calorifi- co de alrededor de 12 Mj/ kg, mientras que el valor calorifico del car- bén alcanza los 30 Mj/ kg. El peso medio de la madera es de 0,5 g/ cm3, es decir, que el valor calorifico de una tonelada de carbén corres- ponde a unos 5 mde madera, lo cual equivale al rendimiento anual sostenible de una hectérea de bosque.® Estas cifras permiten una esti- macidn de las consecuencias que tuvo el triunfo del carbén mineral desde la perspectiva de un sistema de energfa solar tradicional. Consideremos las cantidades de energfa f6sil y consumida como si fueran produccién vegetal actual. Los datos conocidos sobre cantidad de carbén extraido pueden ser equiparados a las superficies hipotéticas que habrian sido necesarias para obtener la misma cantidad de energfa con madera. Estas cifras las podemos contrastar con las de superficies agrarias. La superficie total de Inglaterra, Gales y Escocia asciende a unos 228.000 km?, Y en la década de 1820 la produccién briténica de carbén liberd ya una extensién que correspondia a la superficie total (!). El panorama se presenta todavia més dréstico si nos fijamos solamente en Inglaterra y Gales. Escocia abarca aproximadamente un tercio de la superficie to- tal, pero la extraccién de carbén escocés se cifraba en aquella época en sélo un 15-20% del coral britdnico. La produccién de carbén en Ingla- terra y Gales aleanz6 ya en 1810 los 15 millones de toneladas, lo que equivalia por as{ decir a la superficie de Inglaterra y Gales (150.000 km), Por tanto, y reniendo en cuenta sélo la energia térmica, la capaci- dad energética del sistema agrario basado en energia solar fue rebasada yaa principios del siglo XIX en el pais central de la industrializacién. La disponibilidad de energfa fésil creé en Gran Bretafia las bases para un nuevo régimen energético, El nuevo sistema energético se desvinculé por principio del uso del territorio, cuyo aprovechamiento habia definido el anterior sistema. Con otras palabras: ya en 1800 habia canta energia disponible como si la superficie del pais se hubiera duplicado, y los desartollos posteriores alejaron cada vez mds al sistema energético de las restricciones que le habia impuesto la vieja dependencia de las super- ficies. Si afiadimos las superficies virtuales que fueron ganadas gracias 49. Segiin V. Smil: General Energetics. Energy in che Bigphere and Civilization, New York, 1991, p. 323. Figura 2. Equivalente de la produccién de carbén en superficie” al aprovechamiento del carbén en Inglaterra y Gales, se obtiene la fi- gura 3. Este proceso de transformacién del sistema energético se cerré con la mecanizacién y la introduccién de quimica en la agriculeura. La agri- cultura cambié éntonces su cardcter de manera radical. A diferencia de Ja agriculeura tradicional, la moderna agricultura puede operar con un balance energético negativo, esto es, consumiendo més energia en for- ma de combustible, abonos o pesticidas de la que contienen los alimen- tos producidos. Ha dejado de ser una parte del sistema energético y se ha transformado en un negocio de conversién de materiales que estd supeditado a la disponibilidad de energias fosiles.** Las nuevas energias fésiles crearon unas condiciones que permitie- ron una revolucién profunda de todos los pardmetros fisicos esenciales. 50. Cifras tomadas de N.K. Buxton: The Economic Development ofthe Britch Coal Industry, London, 1978, p. 86; S. Pollard: «A New Estimate of British Coal Production, 1750-1850, en Economic History Review, p. 33, G. Stanbll (ed.): Energy and Agriculture Berlin, 1984; P. Conforci/M. Giampietro: «Fossil Energy Use in Agriculture, An International Comparisons, en Agriculture, Eeosstems and Environment, n° 65, 1997, pp. 231-243; M, Giampiccro/D. Pimentel: eAssessment of the Energetics of Human La- bors, en Ecology of Food and Nutrition, n° 28, 1992, 11-321980, p. 229 50 Figura 3. Usos del suelo en Inglaterra y Gales, incluidas superficies ue i : TN a i i Hi i i a a bed Se produjo entonces un crecimiento global de la poblacién, que se multiplicé por diez 0 por quince, poblacién que podfa ser alimentada con el nuevo sistema agrario. Al mismo tiempo se incrementé la circu- lacién de materiales a través del sistema social, lo cual se tradujo en un aumento del nivel de vida. Literalmente, todo se movilizé, Los hom- bres, los materiales y finalmente los grandes ecosistemas y sus varieda- des entraron en movimiento. Desde el punto de vista energético, pue- den sefialarse algunas caracteristicas de esta gran transformacién: —Los portadores primarios de energia (carbén, petréleo, gas natu- ral) no estén repartidos de manera uniforme sobre la superficie terrestre —mis bien han de aproximarse al consumidor con unos elevados gas- tos de transporte—, sino que se concentran desde un principio en los pozos mineros y en los lugares de extraccién. Por eso el sistema basado en energias fésiles fomenta concentraciones industriales con alto consu- mo energético en determinados lugares. Y esto es as{ a partir del desa- ollo del transporte ferroviario, gracias al cual las aglomeraciones de po- blacién, materiales y energia fueron conectadas unas con otras. Justamente por eso se pudieron formar distritos industriales caracterts- ticos'en los que se concentraban la produccién y la destruccién del medio ambiente. —Las energfas fisiles han posibilitado una répida expansién de la produccién y del consumo. El principio estacionario de la sostenibili- dad ha sido vencido (al menos, de forma provisional). Las innovaciones 51 cécnicas ¢ industriales ya no quedan entorpecidas por la escasez de ener- gia, sino que pueden desarrollarse sin tener en cuenta las restricciones fisicas, —Entramos en una situacién nueva, en una fase de sensacional «cre- cimiento» de 1a econom(a y de los pardmetros fisicos a ella ligados como poblacién, consumo per cépita, flujo de materiales y emisiones al me- dio ambiente. —Esta evolucién favorecié un adiés mental al principio tradicional de suma cero, en cuyo lugar se colocé una sélida esperanza de progreso material, que cristalizé en ideas muy extendidas durante este periodo de transformaciones como las de «desarrollo» y «modernizacién» del mun- do segiin leyes naturales, —La combustién de energias fésiles, previamente depositadas en la corteza terrestre, activa grandes cantidades de carbono que son desps das ala atmésfera. La consiguiente cransformacién en la composicién gaseosa de la atmésfera terrestre originé problemas ambientales nuevos y.no del todo comprendidos hasta el momento: alteracién de la radia- cidn, efecto invernadero (calentamiento), modificacién de las condicio- nes de seleccién para microorganismos. —Finalmente, el sistema basado en energias fésiles se sitvia ante el horizonce histérico de lo finito. Puesto que con el carbén, el petréleo y el gas se consume una cantidad dada, prefijada y limitada de recursos, a este sistema no se le asigna un nivel determinado de duracién, sino que se le fuerza a una shuida hacia adelante», hacia una espiral de agota- miento, sustitucién e innovacién. Esto conduce hacia una dindmica sin precedentes, pero obliga también a no poder truncar esa dindmica. El consumo global de energias fsiles se ha multiplicado casi por mil desde comienzos del siglo XIX, 1o que supone una tasa de crecimiento anual calculada en un 3,5%. A escala mundial, hoy se consumen tantos combustibles fésiles a lo largo de un afio como durante todo e! siglo XIX completo. Desde el punto de vista energético, la industrializacién se basé en dos hechos estrechamente relacionados entre st: crecieron de ‘manera enorme las reservas disponibles, pero el acceso a estas reservas crecié todavia més, a una casa exponencial. Si observamos mds de cerca la estructura temporal del sistema basa- do en energias fésiles, se percibe claramente, desde un doble enfoque, un contraste con respecto a la estructura del sistema fundado en ener efa solar. Por un lado, el sistema energético fésil muestra en sus prime- 0s estadios una expansién potente en un corto espacio de tiempo. Per- mite un incremento en el consumo de energias infinitamente mayor del 52 ener- iones «cre- ‘omo ional reso lode aun- ina vedi- cién evos dia xed roy rsa que ota sin mil ato tos que hubiera sido posible nunca sobre la base de cualquier incentivo téc- 0 en el siscema preindustrial basado en energia solar. Se ha logrado en los tiltimos doscientos afios un crecimiento sensacional en el consu- mo de energfa. Pero, por otro lado, la curva de consumo tiene que re- tornar en algiin momento a la linea cero, cuando se agoten las existen- cias totales. El sistema basado en energias fésiles es muy considerable, pero finito. La cantidad de energia disponible explica la fase de crecimiento del sistema, en la cual nos encontramos todavia hoy, sobrepasando de lejos los margenes que hubieran podido ser alcanzados bajo las condiciones del sistema energético solar. Sin embargo, la cantidad total de energia fsil tarda en restablecerse largos periodos de tiempo, al contrario que en el sistema basado en energfa solar, en tltima instancia también fini- to. Por es0 no es posible que el sistema mantenga de modo permanente un determinado nivel de consumo energético. Mas bien se encuentra incluso ante un horizonte de transformacién. En este sentido, la revo- lucién industrial constituye una singularidad histérica a causa del ca- ricter provisional de su base energética. Resulta extraotdinario sobre todo que el siglo XX haya desarrollado una tendencia, en verdad esbozada durante el XIX pero apenas expresa- da: un aumento de la poblacién junto a un crecimiento simulténeo del nivel de vida material. Para todo esto deviene obligatorio también que los intercambios materiales crezean de manera sobre-exponencial, es decir, que cada consumo de mercancias esté forzosamente ligado a la movilizacién de energia y de macerias primas. La vieja trampa malthu- siana salté por los aires: el consumo per capita se increment6 y también el mimero de personas. Y este hecho vuelve a mostrar que nos encon- tramos ante una singularidad histérica que no es posible continuar a la larga, indefinidamente, Parece claro que la reflexién wenergético-metabélica» arroja nueva luz sobre el proceso de transformacién que denominamos industrializacién. No se trata sdlo de un simple ajuste de unas tendencias que ya eran inherentes a las sociedades agrarias o comerciales de la temprasia Edad Moderna. Ms bien tiene que ver con un cambio de fase del régimen social-metabélico, con una transformacién singular cuyo fin se encuen- tra todavia abierto. Desde este punto de vista, la industrializacién debe- mos entenderla como ruptura con respecto a un viejo modelo, y no como un simple continuacién lineal de un «desarrollo» que prosigue desde hace tiempo. La historia ecoldgica, que aborda planteamientos como los mencio- rnados, no es ningtin terreno exético ni ninguna especialidad marginal 53 que se coloca junto a la historia propiamente dicha, Mas bien debe ocupar un sitio como clave interpretativa en el centro de la historia, con tal de que sea una historia estructural y apunte a una decerminacién de la situacién histérica del presente. Naturalmente, no tiene pretensiones de monopolio, pero tampoco deberia ser demasiado modesta, Entre sus cometidos estaria el de incegrar los factores naturales en la explicacién y en el conocimiento histérico, y aqui hay una inmensa tarea para el fu- turo.

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