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‘TTULO ORIGINAL: TABALLENA VARADA © ‘De temo: 194, Oca Collazon 1984, Boral Snulann, S.A. Deena tn “ae 194 atl ain 6.4. Catton aa ‘ak 3800 San Boge: Ceo «eld is 3. fa Ae 2 acl Ba Sau ‘ews Gets ts at ‘Sat suns ly Ale 27 Ge ee Oa “Suan ‘Se, Lin ‘ela Sein 3. ‘at Ral cap Scene Eta cance Isanzossscovss pois oa Pw tin vibe e198 ‘ose epee 057 Espa Argent “Mexico + EEUU» Pe» Portal Puc Rio» Venezels ‘Unpay + Guiemal » cane Repblica Dominica +B Salvador Honduras «Panna «Paraguay Dine de sales ‘ost Caza, Rosh MAR, sts Sz Tstraci cube eieterios: Jae Cons erin de reac, en a Seinre gina sre ‘nga eqns proper mn eects, Fengaane chown magica sce, prrloemipaoclqerve. se pre Capitulo primero Seebastn se tevants ese dfa con una extraia sensacidn en el cuerpo. El recuerdo del sueito tenido aquella madrugada era atin mas extrafio. Se veia na- dando con dificultad en un estrecho rio pantanoso, bra- ceando desesperadamente hacia la orilla. Trataba de aferrarse a las raices de un drbol, pero cuando crefa tenerlas al aleance de sus manos, las rafces se alejaban como en un espejismo, Mité el viejo reloj que reposaba en la mesita de noche y vio que faltaban cinco minutos para las seis. Yano podria dormir, como era su costumbre, hasta las siete de la mafiana. Con el temor de verse nueva- mente en el suelo, nadando sobre una superficie gela- tinosa, decidié levantarse de la cama. Y aunque tenia la impresin de haberse despertado con el cuerpo im- pregnado de fango, no se dedics al acostumbrado aseo personal. La inquietud aumentaba a medida que cami- haba pot el cuarto y se restregaba los ojos, como si (quisiera deshacerse de una molesta cortina de legatias. Algo desconocido le estaba sucediendo. En fas normales, Sebastidn se bafaba y, mientras lo ha- fa, recordaba viejas canciones. A medida que las te- cordaba empezaba a tararearlas, hasta que conseguia que la melodia lo evara a la exactitud de las palabras. Entonces cantaba con la voz infantil mas hermosa de 2 Babfa, Cantaba, primero en vor baja, como si susurra- ra, Poco a poco, cuando crefa que no harfa el ridiculo, levantaba el tono, Todo ser vivo que lo escuchara —pensaba— interrumpirfa en aquellos momentos sus ‘quehaceres para dedicarse a escuchar al nifio que can- taba canciones que sOlo los viejos recordaban ‘Aquella mafiana, sin embargo, no le vino a la memoria ninguna cancién ni el retazo de melodia al- guna, Tal era su inguietud, que ni siquiera dese6 esca- parse para tomar un baflo debajo de las chorreras de ‘agua cristalinarque bajaban desde las montafias hacia 1a orilla del mar, Nada le hacfa sentirse més limpio y libre que el batio debajo de una chorrera o bajo la ti- bieza de los aguaceros. El estruendo de la Iavia sobre Jos techos de cin le parecfa otra clase de misica, muy distinta a la que erefa ofr cuando el mar se embravecta y él se dormia con la impresién de estar acompafiado porla fuerza indomable de las marejadas. I Se visti6 apresuradamente con un pantalén caqui y una cams floreada, pero siguidsintiendo la inguietud, metda en su cuerpo y su concienca, Algo distito al sueiio debia de ser a causa de su estado, algo que nunca antes habfa sentido en sus pocos aiios, de vida, Sali al corredordelantero de Ia casa y detu- vo la mirada en el horizonte, pero sentia ante sus ojos uina espesa telaraia que le imped identfiar a las embarcaciones que naveguban en ln bahia, Séloaleanz6 aenireverel bote desu padre por los colores vivos que lo adomaban. "Se que ese es el bote por los colores se reptié—. Si no lo conociera, no pode distin- auto" La barea, pimada a semana anterior, navega- ba porel costado Izquierdo de la bahia, Sebasidn sa- ‘aque aquel eral lugar peferido por su padre porque Jas aguas eran all mds profundas y la pesca més abun- dante. Para un pescador aficionado como don Carlos, la pesca se habia convertdo en una diversi6n produc: diva, en una disciplina diaria, diferente al trabajo que To ocupaba durante ocho horas en el aserradero de su propiedad. Sebastdn seguiainmévil y pensativo en el corredor, tratando de limpiar la vista. "Hoy almorza- 4 remos pargo frito —pensé—. Arroz con coco, patacones y pargo frito”. El placer que le producia comer algo pescado 0 cazado por su padre, condujo al muchacho a sentir un gran orgullo de hijo, a admirar silenciosamente a aquel hombre de cuarenta y cinco ‘afios, recto en sus costumbres y siempre generoso con familiares y amigos. Y el orgullo del hijo empez6 a hacerse més grande cuando todos aceptaron que, sin tratarse de un profesional de 1a mar, era el més habil pescador de pargos y r6balos de Baha Solano. Cuan- do la pesca era abundante, don Carlos era objeto de admiraciGn y en ocasiones de agasajos. Para celebrar $1 éxito, invitaba a los amigos a una ronda de cerveza ylles hablaba del esfuerzo que habia represemtado una pesca como aquella. —No me feliciten —les decia—. En la pesca hay un poguito de esfuerzo y mucho de suerte Es cierto, don Carlos —le replicaba algiin amigo— Pero sucede que la suerte siempre decide po- nerse de su parte, E] padre de Sebastidn callaba. Lo hacia por humildad. Crefa que su deber era pescar y no envane- cerse por haber cumplido con su deber. Bebia su cer~ ‘vezaa sorbos lentos y represaba a casa después de haber vendido parte del pescado, de haberlo vendido o fiado sin importarie si maflana o algdn dia le pagarian —Usted es muy bobo, don Carlos —Ie decta algiin amigo—. Solo deberia fiar a los que le pagan. —Prefiero fiar a regalar —respondia—. Asi 1no se sienten humillados, —Hoy almorzaremos...—iba a decir Sebas- tidn en voz baja cuando sintié la presencia de su ma- dre en el corredor. —iQué raro! —dijo ella a sus espaldas —{Raro qué, mama? —Se levanté més temprano y no lo of cantar. 15 —Me desperté un inal suetio —explicé el nifio—Por eso no pude recordar ninguna cancién bit Sebastién incliné el cuerpo sobre la veranda el corredor. Se restregé los ojos con los nudillos de Jos dedos y volvi6 a sentirse sucio, como sie! lodo del sueiio lo hubiera baftado por completo. Si lloviera —se dijo—. correria bajo la lluvia para quitarse de encima las pesadas consecuencias de la pesacilla Pero al mirar el cielo, supo que no lloveria, Harfa un dia de sol, tal vez lloviznara por la tarde. ‘A sus ocho afios cumplidos, ya sabia leer y escribir. Conocta las operaciones aritméticas y se ereia buen alumno de geografis¢ historia; escribfa con co- rreceién y se dedicaba a redactar cartas de compromi- so a cuanto extrafio se lo solicitara. Lo hacia con elegante caligrafia, adornada en las primeras letras por arabescos que daban un sello personal a su eseritura. Lo que nadie sabfa era que Sebastidn copiaba en un ‘cuademo de tapas azules las canciones aprendidas y que destinaba el de tapas rojas, todavia limpio, para escribir alli las canciones que algun dia compondtria Por eso lidiaba desde hacia dos semanas con los pri- ‘meros versos de la que serfa su primera eancicn, de Ja que apenas imaginabs su sentido: una joven hermosa. Hegeda en un navio de bandera desconocida, ahogebe sus penas de amor en el mar. Seria una eancién digna de cantar y recordar 7 {No serfa ésta la causa de su inquietud, afiadi- daa Jas impresiones todavia vivas de la pesadilla? En la noche anterior, al no poder conciliar el suefo, habia encontrado el primer verso y lo habia grabado en su memoria, Ahogaré mis penas en e mar —me dijo cra Ja primera frase concebida. Creia que era un buen comienzo. Vela a la mujer de cabeliera rubia y con expresién triste fijando la vista en la luminosidad agnica de un atardecer marino. Sélo é! podia decir ‘cuanto habia lidiado para encontrar aquellas image nies v Tas pocas palabras que empezaban a expresarlas, ccudintas hojas de papel habia emborronado. Las euar- daba con tachaduras y enmiendas para saber cudinto esfuerzo significaba escribir algo tan sencillo. Y alli. de pie en el corredor de su casa, volvié a recordar la frase, Sentia que la vista se despejaba y que la inguie- ud se apoderaba nuevamente de sus sentidos. No era por la cancién, Tal vez ni siguiera fuera por el mal suefio de la madrugada, Prefiné seguir mirando hacia el horizonte mientras trataba de separarse de la estruendosa misica emitida por el radio de un vecino. Y fue entonces. en ese instante. cuando el ni distin- guid una gigantesca mole oscura que se levantaba en Ta playa, —iQué cosa més rara! —se dijo. Sin esperar mis. salt6 del corredor hacia 1a calle La carrera emprendida lo dejé sin aliento. Y ‘menos respiracién tuvo cuando se encontré frente al cuerpo descomunal, himedo y brillante del animal. No pudo evitar un profundo suspiro de admiracién. —Una ballena! —exclamé al recuperar el aliento Recordé al instante lo que los mayores decian y repetian en Bahia. En distintas épocas, recalaban en 18 <1 lugar ballenas de todos los tamatios y especies, Se trataba de cetdceos extraviados en su petegrinar por el ‘océano Pacifico. Se decfa que, al separarse de la ma- nada, perdian el instinto que las guiaba, como si el radar que las comunicaba entre si no emitieramas que sefiles confuas, Se lo habia escuchado referir a su ‘padte en un viaje de regreso de la ensenada de Utria, a donde las ballenas se dirigian a parir sus crias y don- de, durante algunos dias, enseflaban alos ballenatos a ser independientes y libres. —{Un radar? —habia preguntado Sebastian asombrado. —Si, como seiiales de radio —habia explica- do don Carlos—. Cuando se les dafia el aparato, se extravian. Esto recordaba el nifio, sin salir de la emo- ci6n y el asombro, Jamds habfa imaginado la presen- cia de semejante bestia marina. ¥ alli a tenfa ante sus ‘ojos, varada en la plays, con casi la mitad del cuerpo sumergida en el agua. Era como un barco de gran ca- lado, incapaz de moverse porque la profundidad de las aguas era insuficiente para hacerlo flota. —|Dios mio! —volvié a exclamar Sebastisn. Estaba a escasos metros de la ballena, encima del serraplén de cemento, y 1a bestia aleteaba con des- esperacién. Como si tatara de ahorrar fuerzas después de tan initiles movimientos, se quedaba quieta por un rato. Y eraen esas largas pausas cuando el nifio pensa- baen la magnitud del dolor que experimentaria el ani- mal, quizé mds grande que la grandiosa pesadez de su Le parecfa extrafio que ninguno de los pesca- dores 1a hubiera visto llegar a la playa, Quiza se ha- ban hecho a la mar antes del amanecer, era probable que Ia ballena hubiera encallado cuando ya se encom: traban faenando, Era posible que, todavia adormilados, 19 pescadores no hubieran notado su Ilegada a la ori- la La ballena se removi6 con una fuerza capaz de destrozar lo que encontrara a su lado. ¥ al terrible aletazo le siguid de nuevo la inmovilidad, como si asi repusiera fuerzas para sacudirse después con mayor brio, Pero a medida que trataba de arrastrarse con la barriga aplastada en la arena, lo Unico que conseguia era encallarse més y més. El suave oleaje de la marea baja apenas aleanzaba a cubrirle la mitad posterior del cuerpo. La inmensa cola flotante daba la impresién de no pertenecer al resto de la bestia. Vv Eisotempez6 a salir detras de las montatas. La llovizna, inesperada, humedecié el rostro del nifio y la luz, que aparecia normalmente en su plenitud ‘quemante, parecia pasar a través de débiles cupas de Iluvia, como silo hiciera por un fino cristal de niebla Dentro de poco —calculé el nifio—, todo el pueblo estaria despierto y en pie, Nativos y forasteros de paso se acercarfan a la playa a ver la presencia fas- cinante de Ia ballena varada, Otro animal de Dios que se despisté —ijo una voz de mujer a espaldas de Sebastian, ‘Sin volver la vista atrés, el nito reconocié la vor cantarina de Eudosia, Era una mujer de edad incalculable. La madre dde Sebastidn la habia recibido en casa como un miem- bro mds de la familia y ella pagaba esta hospitalidad haciendo toda clase de oficios. Imponia su presencia y autoridad con Ja dulzura de una abuela. Se murmura- ba que estaba loca, pero su locura era de todas mane- as inofensiva, Nadie se atrevia a molestarla, excepto algunos nifios que le lanzaban palabras de provoca- cién para verla rabiar. Solo querian escuchar las ame- nazas que ella devolvia y que los condenaba a asarse como jureles en las pailas ardientes de los profundos infiernos, a Eudosia habia envejecido haciendo oda clase de servicios a la gente. Mas de uno de aquellos nifios, los mismos que Ia provocaban a su paso, habia sido curado por ella. Los habia sanado de mal de ojo, de fiebres paltidicas, de vémitos y de diarreas; los habia sacado con sus propias manos del vientre materno, cortindoles el ombligo con los dientes, y habia hecho deun insignificante montén de came y huesos una cria- tura dispuesta a vivir en el mundo por sus propios medios. ¥ los habfa curado con sus seeretos de yerbas yy ofaciones incomprensibles, musitadas con el acento musical de unas erres salidas de la garganta. Después de haberles cortado ¢1 ombligo o haberlos curado de enfermedades que el médico desconocta, los olvida- a, como olvidaba recibir las recompensas que sus padres le oftectan ese ala seriedad evidente de las curaciones, muchos seguian tomandola en broma. —Parece que Ilegé hace muy poco —dijo Sebastian con pesat—. Nadie la vio llegar. —Ni modo de hacer nada por ella —dijo la negra, A Sebastidn no le gust6 tanto pesimismo en boca de Eudosia. —No se moleste, niiio Sebas —explicé ella—. Se to digo porque, segin dicen, las ballenas sufren mucho mas estando en estas condiciones que muriéndose. Estaba acostumbrada a ver la Wegada de ba- Ienas despistadas a esas costas. Pocas veces se conse- guia salvarlas. O nadie se interesaba en hacerlo. Por el contrario: desde el dia en que se supo que los japone- ‘ses pagaban a precio de oro la carne de los cetticeos, a algunas natives se les metié en el alma la codicia y esperaron la legada providencial de las ballenas para atacarlas a arponazos y descuartizarlas mientras cal- 2 culaban el peso de una earne poco apetecida en el pue- blo. No era ésta una costumbre antigua. Empe76 a mponerse cuando los pesqueros japoneses decidieron arrimarse con mayor frecuencia aesas costas. A nadie cabia en la cabeza que pudiera disfrutarse comiendo aquella carne con dureza de suela de zapato, came que s6lo sabfa aalgo si era secada al solo ahumada duran- te horas y dias. Eudosia lo recordaba con indiferencia, Y mien- tras veia el rostro desconcertado del niio, pensaba que salvar aun animal de tamaio sobrenatural, en caso de ‘que se deseara salvarlo, no serfa nada facil, Arrastrar- Jo hacia aguas mas profundas exigia el concurso de ‘ivchos hombres, acaso de fuerzas distintas ala de los hombres. En ocasiones habfa presenciado la agonia Jenta y desesperada de la bestia, por la que nadie mos- ‘raba una sola mirada de compasion, Y fue precisamente compasién lo que ley en el rostro del nifio. —Vamos, muchachén, que ver a esa ballena me pone enferma —dijo la negra—. No por ella sino por usted. ‘Nunca lo habia visto tan desconcertado, Trat6 de consolarlo y sorprenderlo gratamente. —Le voy a decir una cosa; ese primer verso desu cancidn es precioso, Sebastidn la miré abriendo los ojos de sorpre- sa. — {De qué verso me habla? ,De cual eancién’ —Del verso que compuso anoche —dijo ella —2Y usted cémo lo sabe? —Se muchas cosas que los. dems ignoran —dijo a manera de sentencia. Medio bruja, medio loca, Sebastién records Jo que todos decfan de Eudosia, lo que se decfa de la 23 madre ya muerta, una anciana que nunca pudo hablar Ja lengua de los demas mortales y que murié, segtin cuentas bien hechas, sofiando con regresar ala isla de donde habfa llegado siendo joven, después de haber trabajado como mula en los pantanos donde se cons- truia el canal de Panama. —jAdivina la suerte? —le pregunt6 el nifio, todavia perplejo. “No, la suerte no —dijo—. Adivino a veces eldestino de los cristianos, aunque no me gusta hacer- lo. —Sies verdad que laballena y yo la ponemos, enferma —cambis de tema—, deberiamos hacer algo para salvarla. La idea se le habfa ocurtido de repente. —;Salvarla? ; Qué puede hacer una pobre loca como yo? Lo dijo con el acento mas melancélico que el niffo le hubiera escuchado jamés. —i,Qué se puede hacer? Sebastin no lo sabia, Por ello su pregunta provocd nuevas preguntas en su mente. De pie, bajo la llovizna, el nino y la mujer parecfan hablarse en silencio. Miraban,al cielo, donde el sol se asomaba con timidez, pronosticando una ma- jana incierta Eudosia, callada, miraba el balanceo de las ‘aguas. Estaba a punto de decir que no valia la pena seguir mojdndose pero la posiblidad de una lluvia mis intensa le hizo decir algo esperanzador: —Ojala no salga el sol, ojalé caiga un agua- cero de verdad. No pretendia iusionar a su niflo. Sino saliael sol —penisaba—, si llovia como llovia en aquellas cos- tas, la ballena tendria al menos la posibilidad de no asfixiarse en pocas horas. 4 No se haga ilusiones, nifio Sebas —afia- iG, Usted sabe que los japoneses que vienen a sa- ‘quear nuestras aguas con sis barcos del demonio estan pagando muy bien por la carne de ballena. Tomé al nifio de una mano y le informé lo mds terrible que él podia escuchar en esos instantes. —04 decir que hoy llegaba un barco japonés. —;Un barco japonés? —Si, nifio Sebas: un pesquero del diablo. —Yo me quedo —dijo el nifio al ver que Eudosia giraba el cuerpo dispuesta @ regresar al pue~ blo. ‘Caminaba de regreso a casa con el bamboleo parsimonioso de sus caderas. Iba vestida con una lar- {ga falda floreada, heredada de la madre del nifio. Te- nia, por lo visto, cosas mas importantes que hacer: preparar el almuerzo, barrer la casa, tender las camas, encerrarse a musitar sus extrafas oraciones. —Le diré a sumamé que venga.a ver la balle- ‘na —grit6 Ja negra sin miraratrés ‘Nada podia hacer ella. Conocfa muy bien la cconducta de los hombres, siempre dispuestos a acabar con lo que encontraran a su paso, mucho ms dispues- tos a destruir que a salvar aquello que podfa salvarse. No vefan més alld de sus narices ni pensaban en otra cosa que no fuera la cavidad de sus estémagos. No lo pensaiba por la suerte que correria la ballena. Selo decta por los bosques talados a hachazos, ‘pros ros que recibfan euanta porquerfa sobraba. Esos rmismos rios, antes caudalosos y limpios, tenfan ahora ‘un caudal de légrima. La selva era penetrada por los buld6zeres, sometida ala voracidad humana. Algunos hombres pescaban con dinamitay ala playa eran arro- jados miles de peces diminutos. El aceite de los moto- res flotaba en la superficie de las aguas como un horri- ble arcoiristéxico, Los forasteros compraban por nada 25 Ja tierra donde habfan vivido desde siempre natives y ccolonos, y en poco tiempo los antiguos duefios se con- vertian en sirvientes de los recién llegados. No, no podia hacer nada, Sebastidin habia acompafiado con la vista el regreso de Eudosia. Se alejaba lentamente, Sabia que ella informaria a todo el pueblo y a quien deseara es- ‘cucharla sobre la presencia de la ballena en la playa. El nitio desvié los ojos hacia la bahia, La bar- ca de su padre regresaba por el costado izquierdo, Scbastién se habia entregado a los més si- niestros pensamientos. La tristeza que lo embargaba tenfa sobre su cuerpo el efecto de un ancla pesadisi- ima, adherida al suelo asi como las rocas se adhieren 2 otras roeas. Eran tanas las preguntas que se hacia y tan pocas las respuestas que podia darles, que la in- auietudregresé con mis fuerza sus senidos, Por mo- tentos, volviantroz0s del mal suefio pero no ereia que el origen de su malestar estuviera en aquel recuer- do. No sabia cudntas horas podia vivir una balle- na antes de asfixiarseen tierra firme. ,En cuintas ho- ras mis sera un montGn de care expuesta a la venta? {Vendrfan los japoneses en sus modemos barcos pesqueros? ;Podra la ballena sacar fuerzas y sacudinse de tal forma que le fuera posible regresar a aguas mas profundas? Sebastian le daba vueltas y vueltas a sus preguntas. Y devolvia la mirada piadosa al cuerpo del cetacen, ;Qué portentoso cuerpo! {Qué aspera deberia ser su pel! Se le ocurrié imaginar que la ballena era tuna visitante venida de lejanfas que nunca jams el hombre aleanzara; se le ocurié pensar que el animal trafa en su piel as huellas de profundidades marinas y superficies insoportablemente tempestuosas. Ningu: ‘no de esos lugares pertenecfa a la geograffa que é! ha- n bia aprendido a querer porque le servia para creerse en tierras desconocidas y remotas. Y recordé de pron~ to la explicacién que le habfa dado un dia su padre. Las palabras 0 sonidos con que las ballenas se comu- nicaban, trazaban rutas ocednicas y se registraban en ‘mapas imaginarios, De pronto, sintié 1a humedad de sus propias ligrimas en los pomulos. Llorden silencio imagindindo- se a una ballena solitaria, omando un rumbo distinto aldel seguido por el grupo. La imagind alejandose ain mis. Yael cetdceo habja trazado su ruta, la wagica ruta que lo condenaria, ‘Asi debiade ser la soledad. Asi también, como una separacién de los demés, deberia de ser lo que los mayores lamaban soledad. Con las manos en los bolsillos del pantalén ‘escuch6 voces proximas. Eran muchas y de tons di- ‘versos. No quiso por ello volverse a mirar. Las voces le parecfan amenazantes. No importaba que fueran voces conocidas. Al escucharlas, habia empezado a temer lo peor. Don Carlos tlegs a casa respirando con la dificultad del cansancio, Deposits en la cocina los pes- caos y le sorprendié no encontrar anadiea quien mos- trar el mejor trofeo del dia, un pargo que debia pesar mis de cinco kilos. Ya veo que usted no se ha dado cuenta de nada —dijo Eudosia a espaldas de don Carlos. Habiallegado ala cocina sgilosamente, como de puntills, sin hacerse sentir. A menudo, esta mane- ra de caminar por la casa, de aparecer donde menos se le esperaba, provocabe mis de un susto, Semejaba una aparicin. Sura en cualquier lugar, en la sala, en el corredor, en los cuartos, como si saliefa de la nada. Cuando la hacfan perdi en el pueblo, resutaba que no se habia movido de la casa. De qué tengo que darme cuenta, Eudosia? —Hiace como una hora hay una ballena des- pistada en la playa —dijo—. Usted debe estar ciego. —Asi que todo ese bochinche de la calle es por una benditaballena varada, —Bochinche el que vaaarmar su hijo—dijo. Cada ver que Euidosia querfa hablar con do- ble itencisn,torfa los labios. on Carlos supo asi que Sebastin se resistia ‘ abandonar la playa, La negra no podia precisale las 2 intenciones del nino, pero, por su actitud, podia dedu- cir que trataba de salvar a la ballena. Ignoraba, sin embargo, que antes de acercar- se ala orilla y al escuchar que una ballena reposaba encallada en el costado derecho, cerca a la desembo- cadura del rio, eran ya muchos los que hablaban de preparar el sacrificio. Se disputaban la direccidn de Jas operaciones, como si se tratara de una guerra en la cual su general encabezaria el avance hacia el objeti- vo. Empezaba a estar claro que la direccién de las ope- raciones deberfa asignarse a don Jacinto, Era un hombre rico y con capacidad de mando, eapaz de con vertir en plata todo lo que tocara. Eudosia ignoraba lo que sucedia en la casa de ese viejo avaro, pero su pen- Samiento'se dirigi6 hacia la casona de aquel hombre in escripulos, + a. Ein oli aie ape amen se empez6 aregar la bola de que esta tarde llega un pesquero japonés Y qué tiene que ver ese pesquero con la ballena? , Eudosia se rid de Ja pregunta, que enconte6 ingenua. —No sabe usted acaso que esos chinitos com pran la came de ballena a precios de pavo? Inclinado frente a una mesa sobre la cual des cansaba un platén leno de agua, don Carlos se lavaba Jos brazos y el torso con jabén, Encima del fogén de lea apagado, e! pargo de al menos cinco kilos no de- {jaba de llamar Ja atencién de la negra. Si de ella de- pendiera, si no fuera una decisién exclusiva de dofia Francisca, la madre de Sebastisn, aquel gran pescado hhubiera empezado ya a asarse sobre las brasas. —Iré a ver qué pasa —dijo don Carlos al ter- minar de asearse 33 ‘Dofia Francisca salié a buscar al ni —informé Eudosia Como habia Ilegado, sin que don Carlos sin- tiera sus pasos, asi se iba ella, dejéndolo con las pala- bras en la boca. Iba a pedirle en ese instante que le sacara una camisa limpia del ropero. Pero al darse cuen. ta de la desaparicidn de la negra, se dijo que lo mejor serfa no ponerle misterio a un asunto tan corriente. Estaba por creer que habia algo indescifrable en la conducta de Eudosia, incomprensible para los dems pero perfectamente explicable en la vida de la mujer. Posiblemente fuera cierto lo que se decfa en Bahia Solano: que Eudosia tenfa poderes sobrenatura- les, que los tenia como los habia tenido su madre, a Quien los viejos de su mismo tiempo llamaron siem- pre Tante Luise; tia Luisa. Para todos, la curandera me- dio loca habia heredado las malas costumbres de la Vieja, No queria creer en esta clase de habladurtas, pero ran tantas las personas que lo decfan y tantos los mo- tivos que ella daba para seguir creyéndolo, que don Carlos aceptaba como un hecho las murmuraciones, Recordaba un episodio que habia lenado de asombro a todo el pueblo. Eudosia habia dicho con gran naturalidad que uno de los muertos enterrados el tmes pasado habia sido sepultado vivo. Lo habfa dicho tuna hora después del cepelio y todos se habfan reido de ella. Solo la hija del difunto le hizo caso. Sin que nadie la viera, regres6 al cementerio, buscé la ayuda de un ocioso y, a la luz de una espléndida luna flena, ordené que abrieran la fosa. Y cudnta no serta su sor. Presa al encontrar que, en efecto, el difunto no estaba muerto sino asfixidndose dentro de la caja mortuoria, Con todas las fuerzas que le infundia la desesperacién, la mujer sacé al padre del ristico ataud de madera, Ante el asombro y el espanto de quienes la vieron re- sgresar acompafiada por el difunto, se dirigié a darle las gracias a la negra, quien le dijo que ese sinvergtienza 10 Sebas 34 rno-mereca estar vivo. Si haba dicho lo que dijo para salvarlo, lo decfa para verlo sufrir un poco més en ‘este mundo. No olvidaba los insultos que le habia di- rigido alguna vez, llamindola bruja, loca, engendro del demonio, aborto de Ja naturaleza. —Vaya, don Carlos, vaya-a consolar a su ‘miichacho —dijo lanegra, Pero la voz que el padre de Sebastién estaba escuchando no era una vor: cercana sino las palabras de alguien que ya no estaba ante sus ois. I Lis muittitad de curiosos creefa en la playa, Habianllegado sin que Sebastintuviera tempo de pre- ‘guntarles a qué venian o si Io hacfan porque una pobre ballena se moria de asfixia en un rinedn del mundo aque ella no habia deseado, Acompafiado por doita Francisca, el nifio te- nfa otra clase de inguietud. Era como si la sensacién de la mafiana se hubiese borrado para dar paso & una inguietud que €l mismo no alcanzaba a desciftat. Em- pezaba a preguntarse por la suerte del animal y no era la mejor de las sueres lo que le deseaba el grupo de curiosos que se agrupaba en la playa. Aunque conocta sus carasy los veta a diario en el poblado, muy pocos de aquellos hombres le inspiraba confianza. {Qué dicen? —pregunté el niffo a la ma- dre, Dofia Francisca, que habfa escuchado retazos de conversacién, se guardé la respuesta, Si le decia a Su hijo lo que habia escuchado camino de la playa, aladirfa més desazén a a evidente preocupaci6n de su hijo, Prefirid decirle que esa ballena era el mis grande y.conmovedor ejemplar que ella habia conocido en su Vida. ‘Sebastién avept fas palabras de la madre como lun consuelo, Peto aquellos que hablaban a gritos so- 36 bre la legada del pesquero japanés, no Io hacfan en ‘érminos consoladores. Hablaban y gesticulaban, dan- do a atender sus intenciones. Por fortuna, oy6 que un ‘grupo de mujeres manifestaba su preocupacin por la Suerte de Ia ballena, Discutian sobre lo que pasaria a Ja bestia si seguta alli dando aletazos desesperados, sumergida apenas en el agua. Una de aquellas mujeres dijo en vor alta una frase que Sebastin recibi6 con interés. —Puede que pida auxilio y vengan a soco- rrerla, , 5 tra de las mujeres hablo para el nifio y doa Francisca Matilde dice que vendran otras ballenas a socorrer a la que se qued6 encallada 0 es cierto —dijo don Carlos, que acaba- ‘bade llegar al lado de su familia, YY explies que las seflales emitidas por los cetdceos podian ser escuchadas a millas y millas de distancia, Era posible que se acercaran. Tal vez. no pudieran hacer nada: darian yueltas por la bahfa, se facercarian hasta donde les fuera posible y en el gesto cde desesperacion y solidaridad podia suceder que otra de las ballenas del grupo se acerara demasiado y en- callara —{Dénde anda Eudosia? —pregunté Sebastin adon Carlos. —Se pertlié —

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