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Me gustaba sentarme al borde de la cama, todo estaba oscuro.

El ejercicio era
ver en la oscuridad; las sombras de los objetos, escuchar; la madera crujir, los
carros; pasar, el movimiento de la noche. Encontraba en palitos doblarse las
maravillas de hacer parte de la noche, de camuflarme entre el silencio y el
sigilo. Nada puede sorprender lo que no puede ser visto. Nada atenta contra el
medio que lo contiene. Como si los villanos como artificio usaran un voto de
silencio contra sus enemigos o que no usaran ni el lenguaje, ni la razn, ni el
tiempo, para odiarlos, los odia porque se diferencian dentro del mismo medio.
En esta esquina me senta como en un acantilado, un desfiladero para las
pulgas saltan al vaci -la falda unos zapatos- y que si tienen suerte, la ropa del
da amortiguara las osadas cadas.
Pensaba en los fantasmas de los ciegos, sern presencias que sienten?, qu
les atemoriza en la oscuridad y el silencio, ser que el silencio absoluto
preceder la llegada de los ngeles para un ciego?. A tientas buscaba las
almohadas y el dobles de las cobijas, me escurr hasta que me encontraba en
posicin, hasta la maana que me revel mi complacencia por el sueo, sino la
incertidumbre de qu habr pasado durante la noche, contra qu habr
arremetido y con qu desfachatez me habr acomodado en diferentes
posturas. Los ancestros decan que si la mitad de mi vida dormitaba, sera
como si la otra mitad donde vigilo, es para garantizar de manera unvoca que
en las noches cuando los muertos bailan y el ladrn trabaja, reposar en la
pasividad y en la imaginacin, sueos, deseos, descansos y atrevimientos;
yazca sobre el lecho mi existencia, y por ocasiones la razn de mi existir atada
en un escudo que por las noches se forja, en esta misma esquina.

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