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L. S. MÁRQUEZ
Adolfo me sonríe.
-Qué peo.
-Yo no pensé que iba a ser así.
Adolfo trata de disimular su intranquilidad y le pide al dueño que le traiga
un refresco.
-Salvador, no les pares bola –dice Adolfo aclarando un poco su tez.
-Siempre es así, es más yo lo veía venir.
-Que no les pares bola. Esos son unos pobres pendejos. Quién sabe si es
más que odio lo que te tiene la Marina esa.
-Nojoda zape gato. Dios me libre de ese engendro.
-¿Cuál dios si tu no crees en eso?
-Los dioses pues, al estilo griego.
Adolfo se ríe.
El dueño de la cantina se mete también a la cocina.
-Y entonces vemos a la caraja detrás de ti, como un chinche.
-Nojoda qué va.
-Eso espero porque tú, hecho el que no fui, le tiras lengua a todo; es decir,
te conviertes en una especie de ultraman caribeño.
Me río.
La calma nos sobreviene, la clama y la jodedera.
-Nojoda marico ni que me llamaran Adolfo. Vamos, paga y larguémonos de
aquí. Recuerda que tenemos que pasar por la casa de Rebeca primero.
Olvidémoslo todo, no vale la pena pasar un mal momento por gente como esta,
es como tú dices. No le paremos bola.
-Exacto.
-Apúrate pues.
-Sí, porque se hacer tarde y…
-¿Y qué?
-Te van a joder
-¡Ja!, no me diga.
Adolfo deja unos billetes sobre la mesa.
Salimos.
-No te pongas rebelde mira que a ti te llaman Palomino.
-Sí, Palomino es éste que está aquí –le digo señalándome las bolas.
Ambos reímos.
Veo que Adolfo apura el paso, coño deben ser las diez y algo. El toque de
queda no prescrito, el impuesto por la barbarie de la calle, por las sombras sin
remordimiento con babas de sal y sangre de trena.
Hay que apurarse.
Agarramos entonces camino en dirección al Pérez Bonalde ya que no pasan
más nuestras odiadas camioneticas y no hay ni un alma por las calles, nos vemos
en la obligación de cortar camino.
Vamos en silencio.
Yo miro un poco la hilera de casas pobres alzadas a un lado, desde algunas
observo el reflejo del televisor sobre las paredes de la calle, en un azul que cambia
a naranja y verde de amarillo a violeta, imagino a la gente sentadas en sus
muebles, enmudecidas por la pantalla mágica de todos los días, amándose,
destruyéndose sin saber por qué. También escuchamos clarito las voces de los
actores de la telenovela.
¡Santo pecado!
Casi corremos. Adolfo admira al gigante que duerme, sus años de estudiante
le pasan por la memoria. Era tan solo un chico silencioso y terco. Amante del
esoterismo y el budismo zen. Mal estudiante por escritor. También tuvo que
sufrir, como yo, de la represión hogareña. Los poetas y los novelistas son una
especie rara, rara y molesta para muchos.
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Pasa una moto con dos bichitos. Nos miran raro pero siguen, menos mal.