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FOGWILL Vivir afuera EDITORIAL SUDAMERICANA BUENOS AIRES DiseRo de tapa: Maria L de Cl Para Karina Duarte ined IMPRESO EN LA ARGEN: Queda hc dept gue previen © 1996, Ector’ § Humberto te 501, ©1998, Reili E ISBN 950 07-2485 x | | | Aigo raro: estaban en el Florida, eran como las once de ja noche, se oyé sonar el timbre del teléfono del mostrador, th empleado atendié y el cajero les hizo ans sefial: soste- ia el receptor con la mano en alto indicando que querian hablar con ellos. Llamaba Bioy: TRaro a esas horas. El, antes cle que empezaran a apareccr Jas chicas del instituto de pintura, solia despedirse diciendo: Me voy a recoger. Y todos sabian que a las diez ya estaba durmiendo, 0 tendido en a cama, con los ojos cerrados quietos y casi sin ofr, pensando, o fantaseando: Ia mayoria de las noches fanta- seando. Seguramente se armaba fantasias heroicas. Por ejemplo, ésa en la que se imaginaba Envuelto en su_perfamus blanco “Ge comandos en la Quinta Presidencial dirigiendo una accién Desde et comedor del departamentito de tarto piso de Avenida Mai una amet sgetacta por circ La metralla i inaria la zona 5 concentrarse en el sector que et & coches”. Al desde la costa de Olivas, tres unidailes de morte- ros eniplasudas entre las casas det barrio bajo y os fondos balios de Tos recreos y campings de la Avenida del Libertador, bon intervatos el sector este, Ia zona del jar de In residencia pal, Alguna de Ins piezas est je en Los teja- dos. Otras, menos certeras, hari oles, ent las fuentes y en los chalets del personal, s iguens ¥ es ‘ruendos servirian para disuadir a cualquiera qug lablecer una linea armada de defersa. 9 remem Segundos después los dos hombres infiltrados en ta guardia ya hhabriay inutilizado Ia central eléctrica y las conexiones de emergen- cia y aprovecharian los intervalos progra metratla para bajar a guarecerse en el refugio subterréneo, confun- sdiénddose allf con el personal de servicio y Ia tropa de seguridad que, a esa altura, ya estaria ganada por et panico. Enfonces, al cuario to de ta primera descarga, el cansién tanque de la Shell supera- ria el portén enfilando hacia el frente de ta residencia, El hombre empuja hacia el costado las blindajes de ta puerta derecha y, tras ellos, se deja caer accionando con su peso la cuerda Jijada a los volantes del magneto que activard los explosives. matia antibalas bajo el uniforme de bombero de la Poli- cfa de Buenos Aires. Se supone que el casco de fibra, las botas y la ropa de amvianto y cuero amortiguardn el golpe contra el piso que corre a més de cuarenta kilémetros por hora ¥ lo protegerin de los fragmentes de metralla y mamposteria que hian de estar arrasando esa parte del jardin y de los chorras de combustible ardiendo que la explosin de la cabina difundira en un radio de cincuenta o sesenta metros. El hombre, aquel polista que rechazé ta medalla olinpica como repudio al régimen, etigié esa misién jactindose de costar con ocho posibilidastes en diez de sobrevivir y, de que si el objetivo de panico buscado con las cargas de mortero y las réfagas de amctralladora se cumpléa eabalmente, tendria a su favor seis chances sobre diez de ebrir Tos pocos motes que lo sepaaban del crcoy ganar la ave ida, Sélo después del estallido del camiin, de la huida a salvo del chofer y de la diseminacién del incendio que habria avarzado hacia la residencia, entraba el Pontine blindado que lo conducia junto a sus hombres de confianza, vestidos con uniformes de comandos y armados con las granadas y las autonsiticns livianas elegidas para reducir a eventuales defensores y guardaespaldas y, una vez al- canzado el refugio subtervinea, abrirse paso hacia el bunker de Pe- v6n, donde terminarfan con él de una vez por todas. punnceiGtban planos detallados de los accesos al refugio y al phr, En caso de que la confusién impidiese identifica al hontbe, Ins voces de mando larganiente ensnyndas y ut martja hb de lar maine wtdlites y las linternas conseguirian que en menos de cinco Paponce dese tutlasen concentrades abajo, ben al alearce de tos "2d que empezarian a brotar de los bidones que los 10 téenicos de la usina habia emplazado en el depésito de co 4 lubricantes contiguo al refugio. Los reactives precipitarian entre el ctuarto y ef décimo m de los primeros estallides. Para entonces, tos comaridos que infltrado en la guardia se habrian sumado al grupo reforzando su ance hacia el jardin. De lo contrario, corrertan la ns que Perdn y los quince o veinte boludos de su corte, que, mi antonsindose en el refugio. Tiene atin fresca la imagen del cajero Rafael levantando el brazo derecho, el tubo negro del teléfono colgando de su mano como un péndulo, y el micréfono y el auricular apu tando hacia su mesa del bar Florida, que por entonces no estaba sobre Florida sino en Viamonte, casi Martin, junto a la libreria Verbum, frente a la en ja manzana que hacia cruz con la de la Universidad y los dos edificios de renta de las Ocampo. Tiene la sensacién de que todos estaban como clavados en [as sillas, de que fue el inico que obedecié Ia sefal de Rafael, y de que, con las piernas entumecidas y un molesto hormigueo a cada lado de los mustos, fue caminando hacia la caja mientras por los bordes de su campo visual el ptblico del bar flotaba en el humo y se desplazaba como para librarse de esa luz amarilla y pegajosa que era un emblema del Florida: una suerte de marca de distincién que lo emparentaba con el Queen Bess de Santa Fe y Suipacha Tiene Ia sensacién de que de todo aquello apenas le He- gaba un rumor vago como un magma de voces o de ecos de ‘Voces murmuradas simulténeamente en varias lenguas desco- nocidas. El trayecto de no mas de seis metros hacia la caja debié haberse prolongado infinitamente. Una cabellera rubia, con ondulaciones artificiales y reflejos dorados a la moda, subié flotando hacia él: tras ella descubrié la imagen invertida de unos ojos azules que conocia, y después la nariz, la boca y el cuello de la onujer que se extendieron més allé del respaldo de la sila, en Jo que debié ser una manera de saludarlo, Desde otra mesa, a su izquierda, la calva de un cuaren~ t6n giraba lentamente hacia él y recién se detuvo cuando el n mentén superd el limite de su hombro derecho y ya ni el cuello obeso, ni su torso atrapado en la silla estrecha, permi- tieron esa mejor perspectiva que la voluntad del hombre ha- bria estado buscando. Casi al mismo tiempo, alguien —quizés el mismo hom- bre— lanz6 una espesa bocanada de humo de cigarro. A tra- vés de esa bruma azuilina llegé a reconocer sobre la mesa un paquete de cigartillos americanos sin sello fiscal, una Parker de baquelita, un block de papel de bocetar y Ja portada de una edicién de La Pleiade, que —supone ahora—, debié ser un Racine. Por esa zona cercana a la barra del cajero el olor a cigarto abano se disipaba dando lugar a una atmésfera de mezclas de perfume de mujer, tabaco americano y cerveza. Pero nadie bebia cerveza en el Florida. Sobre el mostra- dor, en fila, brillaban esas bandejas de zinc, dispuestas con botellas de Martini, sifoncitos de medio litro, platillos de acei- tunas, cubos de queso y rodajas descascaradas de limén. Bl espejo detras de la barra duplicaba esa imagen nublindola y distorsionandola. Siempre se dijo que los gallegos tendrian que cambiar el espejo. Por entonces ya estaba surcado por un trazo en zigzag, del que partian unos meandros caprichosos, pruebas del vesquebrajamiento de su fondo de papel azogado, en los pun- tos donde la descomposicién del adhesivo le permitia librarse del cristal en busca de su estado originario: aquel rolio de papel envuelto alrededor de sie intacto que alguna vez debié Raber sido y que, en la intimidad de la materia, sus fibras intentaban recuperar. Rafael le pasé el tubo del teléfono, y —raro a esas ho- ras— reconoci6 la voz de Bioy preguatando: —

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