INTRODUGCION 25
Tiempo después, en una entrevista mantenida con Perry An-
derson, editor del New Left Review, para hablar de Ja conclusién de
la History of Soviet Russia, Carry modificé nuevamente sus opiniones
sobre este punto. En el caso de haber vivido, insistié, Lenin ha-
bria lanzado a la Unién Soviética de cabeza a la industrializaci6n
y a la colectivizacién. Sin embargo, jamds habria falseado la his-
toria hasta el punto que lo hizo Stalin y habria watado de «mini
mizar y mitigar el elemento cocrcitivo», a diferencia de Stalin,
que lo maximiz6. Esta podria ser una visién demasiado optimista
de Lenin, Pero equivalfa a admitir que la personalidad ejercia
cierta influencia en el modo en que sucedian las cosas, aunque
Carr segufa insistiendo en que se trataba de una minima influen-
cia en la corriente global de su desarrollo."
El concepto de Carr de causalidad también result6 poco satis-
factorio en otros érdenes. W. H. Walsh, autor de un manual de fi-
losofia de la historia muy utilizado, comenté que «lo que desvirtia
alidad es que le falta pre
guntarse si la biisqueda de las causas en la historia es prictica 0 te6-
rica»,"! Esto obedecia fundamentalmente a que Carr no pasé sus
anos de formaci6n intelectual en una torre de marfil académica,
sino en el pragmatico mundo del servicio diplomatico y el Foreign
Office, donde todo carecia de interés inmediato, a menos que con-
tribuyese a la formacién de la politica. Carr nunca logré liberarse
de la presuposicion de que la historia se diseié ante todo como
guia politica. Pero, como se preguntaba A. J. P. Taylor: por qué ra-
z6n el saber de dénde vengo me va a decir adénde voy?"* El me-
dievalista Geoffrey Barraclough, cuyos anos de servicio durante la
guerra le convencieron de que el estudio de la historia contempo-
ranea cra més importante, insistié6 cn este punto con mayor dete-
nimiento:
todo su razonamiento acerca de la cau
A veces parece que Carr se halla peligrosamente cerea de la doc-
tina de que la
asi, confunde historia y mito. Lo que la soci
inda frecuencia obtiene— no es histori
toria existe para colmar una necesidad social. De ser
dad quiere —y con de-
sino mito, el cemento
30. E. H. Carr, From Napoleon fo Stalin, Londres, 1980, pp. 262-263,
31. W.H. Walsh, en English Historical Review, julio de 1964 (adjunto a los docur
mentos de Carr, Caja 28); véase también idem, An Iusoduction to Philosophy of History,
3. ed., Londres, 1967.
32, A. J.P. Taylor, «Moving with the Times», The Observer, 22 de octubre de 19