El hombre
ll TAURUS8. CENSURA YLIBERTAD DE EXPRESION
P Sai muy decepcionado de la exposicién «Censuras»,
organizada por el Beaubourg hace ya algunos anos. Me
_ senti sorprendido: creia que mi pasado totalitario habia
hecho de mi un defensor incondicional de la libertad
de expresién. No podia, sin embargo, dejar de pensar
_ que la organizacion de dicha exposicion habia estado
_ presidida por la amalgama, y que la autocomplacencia,
y no la reflexion, era su verdadero objetivo. Todo se
mezclaba: censura de lo imaginario y censura de los he-
_ chos, censura textual y censura visual (los libros para ni-
thos de Agnés Rosenstiehl y de Leila Sebbar estaban en
una vitrina al lado del New Looky del Penthouse), prohibi-
ciones para ninos y prohibiciones para adultos. Los ene-
migos de la censura adoptaban en suma la misma acti-
tud asimilatoria que la de los propios censores: la
denuncia de las torturas infligidas en Argelia es tan no-
ble (0 tan innoble) como la pornografia. La conclusi6n
final era que el pasado fue un océano de oscurantismo y
que podiamos felicitarnos de habernos librado de él.
Hermosas frases embriagaban al espectador. La li-
bertad nunca se asfixia: Diderot. Pese a la Inquisicion,
la tierra gira: Galileo. El catalogo de la exposicién, con
un prefacio firmado por Robert Badinter, enunciabaEL HOMBRE DESPLAZADO
ya la tonica de la misma: la censura es siempre y tinica-
mente «la expresi6n del miedo y de la intolerancia», el
combate asumido por el «amante del orden y de la uni-
formidad» contra «el pensamiento». «Bienvenida sea la
tolerancia que otorga al pensamiento ajeno su plena li-
bertad.»
Una misma mezcolanza de buenas intenciones y de
dudosas amalgamas habia tenido lugar pocos meses an-
tes, con motivo de la «exposici6n Pasqua», dedicada a la
violencia y a la pornografia por el ministro de Interior. El
diario Libération aproveché la ocasion a fondo para afir-
mar que dicha muestra cercenaba las libertades esenciales
del ciudadano. Afortunadamente, la censura condené
en 1857 Las flores del mal, nos sugeria Daniel Filipacchi,
porque ello nos prueba la injusticia de la prohibicion
que pesa hoy por hoy sobre L écho des savanes (El eco de las
savanas). Su sociedad publicaba ese periddico y otros por
el estilo (que nada tenian en comin, desde luego no el
genio, aunque si la misoginia, con Baudelaire).
Frank Ténot, vicepresidente de la misma sociedad,
iba atin ms lejos: afirmaba que perseguir actualmente
a los pornégrafos era equivalente a haber perseguido
ayer a los judios (Pasqua le recordaba en ese sentido a
Darquier de Pellepoix, comisario de asuntos judios del
gobierno de Pétain). Unos y otros eran posibles victi-
mas sin capacidad de defensa (no entendemos la equi-
valencia, :qué beneficios, a diferencia de los jugosos
emolumentos obtenidos por los editores de ese tipo de
publicaciones, obtenian los judios?). Jack Lang, minis-
tro socialista de Cultura, evocaba a Rabelais, la catedral
de Bourges y la obra de Picasso, para justificar las prac-
ticas de la prensa Filipacchi (célebre, zno es cierto?,
178
‘Tzveran Toporov
por su desinteresada accion a favor del arte puro y la
estética de vanguardia), olvidando que pueden existir
diferencias entre el arte y el comercio; si New Look
apuesta hoy por un tipo mas blando de imagenes no lo
hace en nombre de la exigencia artistica, sino porque
un estudio de mercado ha demostrado que sus ventas
mejoran con tal cambio de orientaci6n.
LIBERTAD Y PODER
Una imagen, no obstante, de la exposicién «Censu-
ras» incitaba a plantearse una pregunta. Mostraba a
unos jévenes quemando diarios y carteles de la OAS du-
rante una manifestaci6n en Paris, en el afio 1962. Lo ex-
trafio es que figuraba (a causa de la amalgama) en me-
dio de una serie de imagenes que mostraban la quema
de libros, desde los autos de fe de la Inquisici6n hasta los
incendios p&blicos organizados por los nazis. Sin em-
bargo, el significado no podia aqui ser el mismo, puesto
que quemar, en este caso, equivalia a una liberacién, no
aun acto de opresi6n. El catalogo de la exposicion mos-
traba, por lo demas, otra serie de fotos similares: unas fo-
tos tomadas en el Budapest de 1956, donde puede verse
aun grupo de hombres quemando libros de Lenin y re-
tratos de Stalin en medio de algunas banderas soviéti-
cas. 2De qué lado esta, en este caso, aquel que, siguien-
do la formula de Badinter, «no le otorga al pensamiento
ajeno su plena libertad»? ¢Era Stalin el «otro» para los
obreros hingaros?
«¢Cual es el poder que los censores de lo escrito, te-
rreno de lo imaginario, suponen por lo que respecta al
179EL HOMBRE
paso emprendido hacia la realidad?», afirmaba, mas
que inquiria, el texto de una de las vitrinas de la expo-
sicin. Mas los censores no son los tinicos en presupo-
ner ese poder: todos los que escribimos lo hacemos, al
menos en nuestros momentos de euforia, y también lo
hacen asi muchos de nuestros lectores. Por otra parte,
los vasos comunicantes entre lo imaginario y la reali-
dad son miiltiples. La palabra es un acto y como tal
puede servir para lo mejor o para lo peor. Bajo la acep-
cién del término de propaganda (de Estado 0 de parti-
do) puede inducir a la violencia y a la esclavitud; en su
acepcion de divertimento 0 de publicidad puede levar-
nos al embrutecimiento. Defenderse contra este tipo de
actos es legitimo, aunque el fuego no sea el mejor me-
dio para ello: esta es la explicacion de ese tipo de autos
de fe que se produjeron en las calles de Budapest y en
las de Paris.
éY cémo podria haber sido de otro modo? Sélo un
analfabeto politico o un demagogo pueden pretender
que la libertad de todos sea un principio suficiente para
regular la vida social. Como vivimos en comunidad, has-
ta los actos solitarios tienen una repercusi6n sobre los
demas: si nada reglamenta nuestra existencia, slo con-
tara la fuerza. Mas la libertad del mas fuerte entrana la
falta de libertad de los mas débiles: siempre la historia
del zorro en libertad dentro del gallinero, La libertad
de los violadores equivale al sometimiento de las viola-
das. O, por poner otro ejemplo: si mi vecino tiene liber-
tad para calumniarme, yo ya no tendré libertad para sa-
lir a la calle sin avergonzarme. Si los anunciantes de las
redes de prostituci6n por el Minitel gozan de la libertad
de cubrir los muros de mi ciudad con carteles mostran-
180
Tzveran Toporov
do mujeres atadas, o simplemente expuestas como me-
ros objetos de consumo, yo ya no poseo la de pasearme
sin verlos, o la de impedir a mis hijos que interioricen di-
chas imagenes. La democracia implica la existencia de
una voluntad general, que limitala libertad de cada cual
para hacer lo que le parezca, mientras sus actos no con-
ciernan a los otros; es aberrante erigir ese limite en prin-
cipio exclusivo.
Afirmar que el rechazo a ciertos textos y a determina-
das imagenes es en si misma una actitud reaccionaria y
de «derechas» es encerrarse en el malentendido. Una
periodista del Evénement du jeudi imaginaba este tipo de
reacciones frente a «la exposicion Pasqua»: «1). Hacerme
pasar por una mujer de izquierdas, clamar que se trata
de algo escandaloso, con tufo a Gestapo, e irme de in-
mediato a firmar una peticion sangrante sobre los Dere-
chos Humanos. 2). Admitir mi lado “derechoso” y dor-
mido, admitir que lo que acabo de ver es repugnante.»
{Qué extrafio regalo ofrecido a la «derecha»: nada
menos que la defensa exclusiva de los valores democra-
ticos! ;Acaso colocarse del lado del derecho contra la
fuerza —en este caso los millones del grupo Filipacchi—
no es algo digno de ser defendido? Y por lo que se refie-
re a los derechos del hombre (y, podemos suponerlo,
de las mujeres), ¢c6mo se los defiende? ¢Protestando
contra los ultrajes que las mujeres han sufrir constante-
mente, 0 firmando peticiones para que los mercaderes
puedan gozar de la «libertad» de llenarse los bolsillos a
sus expensas?
Un episodio imprevisto vino a perturbar las buenas
intenciones de los organizadores de la exposicion con-
tra la censura: un grupo de negacionistas (se trata de
181EL HOMBRE DESPLAZADO
aquellos que niegan la existencia de las camaras de gas
y de la «soluci6n final» aplicada a los judios) pegaron
sus carteles y sus panfletos sobre los muros de la expo-
sicion, Lejos de aplaudir esta irrupci6n de la margina-
lidad, esta manifestacion €spontanea del pensamiento
Ajeno, el director de la biblioteca —ayudado por su
Rergonal y por algunos visitantes de la exposicién— se
apresuro a arrancar esos pasquines. Hubo una pelea y
la denuncia fue depositada en el juzgado, no en nom-
bre de «la intolerancia y el miedo», como sugeria Ba-
dinter, sino por «incitacion al odio racial». Esta reacci6én
(que los organi res de la exposicién no habian pre-
visto) me parece algo muy natural: esos carteles y esos
Pasquines constituian un acto —como tantas otras pa-
labras—, y era por lo tanto natural que se lo combatie-
se. No soy proclive, empero, a la censura de ese tipo de
publicaciones, porque temo que se produzca el «efec-
to Baudelaire» (esta prohibido, luego es bueno); y pa-
rece que algo semejante ha empezado ya.
LA LIBERTAD DE LOS ARTISTAS
Sefiala Philip Roth, en una autoentrevista, que mu-
chos occidentales envidian secretamente las persecucio-
nes que sufren los escritores en el Este, «como si lejos de
un contexto autoritario disminuyesen las posibilidades
de la imaginacion y la credibilidad de la literatura se viese
puesta en tela de juicio», Anade que «una amenaza pla-
nea sobre América: la insidiosa banalizacion en una socie-
dad donde no se puede realmente decir que la libertad
de expresi6n se halle en peligro». Por su parte, Kasimierz
182
‘Tzvetan Toporov
Brandys, escritor polaco residente en Paris, afirma: «La
opresion te vuelve loco, pero la libertad te vuelve idiota».
¢De qué se trata? ¢Acaso la libertad de expresion oculta
algun secreto defecto?
Incluso si dejamos a un lado la incitacion —que re-
presenta toda prohibicion— de expresarse via metafo-
ras y alegorias, a través de sobreentendidos y alusiones
(la persecucion afina el arte de escribir, proclamaba
Leo Strauss), advertimos el tema de fondo. En las de-
mocracias occidentales, los escritores tienen, cierta-
mente, libertad para escribir sobre lo que se les antoje
—si bien no esta claro que este hecho suscite una ale-
gria exenta de reservas: es la consecuencia del desinte-
rés de la sociedad hacia el contenido de sus escritos; el
individuo ha adquirido su autonomia; el reverso de esta
autonomia es que ya no cuenta a ojos de su sociedad, y
que ésta no lo toma en consideracion; puede decir lo
que quiera, nadie lo escucha. Por el contrario, en un
pais totalitario la existencia misma de la censura de-
muestra que el contenido de las obras de los escritores
tiene su importancia. Estos gozaban, por otra parte, de
una popularidad incomparable (la comparaci6n de las
tiradas de los libros de poesia aqui y alla podia volver
melancélico al poeta occidental mas enamorado de la
libertad).
Ahondemos un poco en la situaci6n. En los paises del
Este, el escritor podia elegir entre tres papeles, por su-
puesto con cierto numero de posturas intermedias.
Estaba, en primer lugar, el papel oficial. La relacién
entre el Estado y el autor era muy fuerte, pero la impo-
nia el primero. Este concedia muchas dadivas (los escri-
tores eran unos privilegiados: sus honorarios eran ele-
183EL HOMBRE DESPLAZADO
vados, y se beneficiaban de sinecuras y de estancias en
casas de reposo privadas; los jefes del Estado solian ad-
mitirlos en su circulo intimo, sus ideas eran escucha-
das), pero exigia, a su vez, mucho a cambio (obligando-
los no s6lo a no decir lo que no habia que decir, sino,
peor atin, a decir aquello que si habia que decir).
El segundo papel era el de disidente; la relacién con
el mundo de alrededor era asimismo muy fuerte, pero
en este — el escritor no se comprometia con el Estado,
sino con la sociedad civil, invisible y sin em! extre-
madamente real. Nada de recompensas i aun-
que si el sentimiento, muy reconfortante, de haberse
convertido en la voz del pueblo.
| Y finalmente, el tercer papel le correspondia al ar-
tista puro. Este, al igual que el disidente, no cantaba
loas al Estado; pero, al igual que el escritor oficial, evi-
taba denigrarlo, y se definia en otros términos. Escri-
bia para si mismo, para el arte y para la eternidad; por
lo general, solia escribir sobre el pasado y/o sobre la
intimidad. Solia estar por ello marginado, aunque a la
larga la honestidad cosecha sus frutos, y gozaba al cabo
de la admiraci6n general. Por lo que a mi respecta, era
muy joven cuando todavia vivia en Bulgaria, y no de-
sempené ninguno de los tres papeles. Pienso, sin em-
bargo, que me hubiese seducido mas la tercera via, la
del escritor retirado.
Frente a este «triangulo» podemos sefialar que la si-
tacion en el Oeste no se reduce tampoco a una sola
via, la del escritor aislado que forja su obra sin que a
nadie le importe. Es cierto que cuando las leyes del
mercado son las tnicas en reinar sobre la cultura, la so-
ciedad expresa muy imperfectamente sus exigencias
184
‘Tzveran Toporov
con respecto a los artistas. Pero ése no es exactamente
el caso francés, y, por otra parte, los paises occidentales
no estan tan atomizados, ni tan desprovistos de valores
colectivos, como gustan de esgrimir los nihilistas mo-
dernos. Estos valores son, sin embargo, de una clase
peculiar. Mientras que en las ideocracias (con este tér-
mino designaremos al unisono las antiguas teocracias y
los modernos estados totalitarios) reina el adagio: el
acierto es tinico y el error multiple, en las democracias
sucede exactamente al revés. En ellas, tan s6lo el cri-
men es objeto de un reprobatorio consenso (el crimen
que las leyes reprueban). Por lo que al bien se refiere,
cada individuo es libre de buscarlo a su guisa: que lo
busque en el alcohol o en la heroina no choca ni per-
turbaa nadie. Lo que se codifica es pues la forma, no la
sustancia: los limites del reino de lo privado. Asimismo,
no se prohibe ninguna doctrina a causa de su conteni-
do, salvo aquellas que imposibilitarian la libre circula-
cion de las doctrinas, o que reemplazarian el debate por
la violencia. Esas han de ser combatidas: si asi lo hubie-
se hecho la repablica de Weimar quiz hubiera podido
evitarse la subida del nazismo.
En las democracias occidentales, el escritor no es, al
igual que el resto de los individuos, un ser totalmente
aislado y por lo tanto carente de responsabilidades; vive
més bien en la tensién entre ambos polos, la soledad
(que necesita para ejercer su tarea) y la solidaridad (sur-
gida de su necesidad de dirigirse a otros). Dicha linea
tensional es preferible al «triangulo» del Este (més vale
que el Estado emane de la sociedad, siempre es preferi-
ble a que esté en constante conflicto con ésta). Algunas
noches, suele decir mi amigo Adam Zagajewski, uno se
185EL, HOMBRE DESPLAZADO
encuentra ante un verdadero dilema: :Qué
Brahms 0 la BBC? O, dicho de otro hese —
Pparticipar en un proyecto politico o escribir una alsoaiaa
Probablemente lo més satisfactorio sea poder alternar
ambas posturas, sin renunciar nia una nia otra. Sentirme
miemiro de mi comunidad me libera de mis ilusiones
egocéntricas; refugiarme en mi interior y en mi arte me
permite librarme de los clichés que circulan a mi alrede-
dor. La alternancia viene a veces dictada por el ritmo de la
Historia. Dostoievski imaginaba que al dia siguiente mis-
mo del terremoto de Lisboa, entre los escombros atin
humeantes)un poeta escribia un poema que hablaba tini-
cimente de,los trinos del ruisefior y del murmullo de los
riachuelos, un poema sin un solo verbo. Imaginaba un
destino poco envidiable para ese poeta, imaginaba que
los habitantes de la ciudad lo ejecutaban in situ, y afirma-
ba no poder criticarles por ello... aunque eso no le impi-
diese admirar el poema en cuestién. Pero, felizmente, la
tierra no tiembla a diario, ni siquiera en Lisboa. ‘
LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD
éSeria deseable una libertad atin mayor, una libertad
total? Si los escritores exigiesen poder decirlo todo en
cualquier circunstancia ello significaria que estarian re-
clamando para su palabra una irresponsabilidad total
= decir que a la vez asumirian que la sociedad no les hi,
wiese-en absoluto en cuenta. Mas sabemos que en la me-
dida en que los escritores se convierten en «intelectua-
les», es decir en gentes que se sienten afectadas por la
marcha del bien piiblico, aspiran a poder dirigirse a sus
186
‘Tzvetan TopoRov
conciudadanos, no sélo a dejarse admirar por ellos. Lo
que significa que el derecho ala libertad ha de ser equi-
librado por un deber de responsabilidad. Nada debe
entorpecer la bisqueda de la verdad, ciertamente, pero
la palabra piblica es un acto y una incitaci6n a la ac-
cion; como tal se halla sometida, al igual que todos los
demas actos, a las leyes de la polis.
En los afios que precedieron a la II Guerra Mundial
y muy en especial en los de la guerra, Simmone Weil
abordé este tema en muchas ocasiones, asumiendo una
postura extrema que tenia el mérito, por esa razon, de
ser particularmente clara. Al principio del pequeno vo-
lumen L enracinement (El arraigo), reflexiona acerca de si
la idea de censura no estaria en abierta contradiccion
con el principio de la libertad de expresion esgrimido
por los Estados modernos. Responde en sustancia: no
se puede tener a la vez la mantequilla y el dinero de su
venta. Es imposible que un escritor reivindique el papel
de maestro de conciencias y preconice la «sacralizacion
del escritor» y exija, al tiempo, la irresponsabilidad del
artista que piensa poder decir lo que le place simple-
mente porque puede jugar con los resortes de nuestro
imaginario.
Por esas fechas, Simmone Weil envia una carta a
Gahiers du Sud (sera publicada tinicamente después de
la guerra), donde lama la atencion acerca de la res-
ponsabilidad de los surrealistas, dadaistas y otros escri-
tores de la preguerra en el hundimiento de Francia
ante la amenaza hitleriana. He aqui un pasaje muy sig-
nificativo: «Creo en la responsabilidad de los escritores
de la época recién periclitada por lo que se refiere a las
desgracias de nuestro tiempo. La caracteristica esencial
1R7EL HOMBRE DEsPLAZADO
de la primera mitad del siglo xx es el debilitamiento y
casi la desaparici6n de la nocion de valor. El dadaismo,
el surrealismo, han exaltado embriagadoramente la li-
cencia total, exaltaci6n en que se abisma la mente cuan-
do, negandose a toda consideracién de valor, se entrega
a lo inmediato. Los escritores no tienen, desde luego,
por qué convertirse en profesores de moral, pero han
de expresar la condicién humana, ynada le es tan esen-
cial a ésta, y a todos los hombres yen todos los momen-
tos, como el bien y el mal. Cuando la literatura se tor-
na, por Principio, indiferente a la oposicién existente
entre el bien y el mal, traiciona su funcion y no puede
aspirar a la excelencia».
En Lenracinement, Simmone Weil afirma una idea si-
milar a propésito de Gide. «Sin lugar a dudas, Gide, por
ejemplo, ha sabido siempre que libros como Les nourri-
tures terrestres (Los alimentos terrenales) 0 Les caves du Vati-
can (Los sétanos del Vaticano) han tenido una influencia
practica en las vidas de cientos de jOvenes, y se ha senti-
do orgulloso. No hay pues ningtn motivo para colocar
esos libros detras de la intocable barrera del concepto
del arte por el arte y a la vez encarcelar a un muchacho
que ha arrojado a alguien de un tren en marcha.»
Laidea de que haya que considerar al escritor respon-
sable de un acto ajeno se me figura excesiva: Simmone
Weil argumenta como si ese muchacho en cuestiOn, que
ha cometido un crimen, hubiese estado enteramente de-
terminado a ello por la lectura de Gide, como si carecie-
se por completo de una voluntad propia, de una libertad
personal. En el plano legal hay una solucién de continui-
dad, que debe mantenerse, a mi juicio, entre la expre-
sién de un fantasma y la acometida de un crimen. Eso no
188
‘TzveTAN Toporov
significa que en otro plano, el que corresponde al debate
publico y no a las salas de tribunales, no debamos inte-
rrogarnos acerca de si tal obra ha podido motivar un
acto criminal (y muchos ejemplos nos permiten estable-
cer este tipo de relacién). No hay que censurar esas
obras, ni detener a sus autores, pero es legitimo el poder
expresar pablicamente nuestro desacuerdo con.ellas, en
nombre del bien comun de la sociedad en que vivimos, y
el negarles, por ejemplo, una subvencién estatal. Ello no
quiere decir que se le esté dictando a un artista el conte-
nido de sus obras, ni que se esté intentando transformar
el arte en propaganda de Estado, sino simplemente que
se reconoce que ciertos valores, aun si son transmitidos
por obras de arte, pueden, en ciertas circunstancias, fa-
vorecer el mal. Una vez mas, el artista no podria reivindi-
car al unisono su independencia total y la benevolente
solicitud de la comunidad.
2Es la responsabilidad —moral y no legal— de los es-
i i 2
critores y artistas igual a la de cualquier otro ciudadano?
En el ensayo que Hannah Arendt escribio sobre el desti-
no politico de Bertolt Brecht hallamos la siguiente refle-
xion acerca de los deberes de un escritor en el seno de
una sociedad comunista, luego de la mencién de una
cita de Goethe (donde éste concede a los artistas el de-
recho de ir un poco mas lejos que el resto de los ae:
les) que reza asi: «Los poetas nunca pecan demasiado
gravemente». Arendt retoma por su cuenta dicha cita y
escribe «