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Stephen Jay Gould Dientes de gallina y dedos de caballo Mas reflexiones acerca de la Historia Natural 19. La evolucion como hecho y como teoria* Kirtley Mather, que mutié el afio pasado a los noventa afios de edad, era un pilar tanto de Ia ciencie como de la reli sxidn cristiana en América, y uno de mis amigos més queridos. La diferencia, de casi medio siglo, de edades, se evaporaba frente a nuestros intereses comunes. La cosa més curiosa que com- partiamos era una batalla que combatimos cada uno de nos- otros a la misma edad. Ya que Kirtley habia ido a Tennessee con Clarence Darrow para testificar en favor de la evolucién en el caso Scopes de 1925. Cuando pienso que estamos de nuevo enzarzados en la misma lucha por uno de los conceptos mejor documentados, més convincentes y excitantes de toda la ciencia, no sé si reir o lorar. De acuerdo con los principios idealizados del discurso cientifico, el despertar de tejidos durmientes deberia represen- tar la aparicién de datos frescos, capaces de dar una vida reno- vada a ideas abandonadas. Aquellos que se encuentran fuera del debate actual pueden, por lo tanto, ser perdonados por pen- sar que los creacionistas han aparecido con algo nuevo, o que los evolucionistas se enfrentan a algiin grave problema interno. Pero nada ha cambiado; los creacionistas no han presentado ni tun solo dato o argumento més, Darrow y Bryan, al menos, re- sultaban més entretenidos que nosotros, pobres antagonistas de hoy. El ascenso del creacionismo no es més que, pura y simple- © Aparecido en Discover Magazine, mayo de 1981. 272 mente, politica; representa un punto (y ni mucho menos Ia principal preocupacién) de la resurgente derecha evangélica. Las ‘argumentaciones que hace tan s6lo una década parecfan tonte- fas, han vuelto a incorporarse a la corriente principal El principal ataque de los creacionistas se descompone por dos motives generales, antes siquiera de que Ileguemos a su- puestos detalles factuales de su ataque a Ia evolucién. En pri- ‘mer lugar, atacen a través de una malinterpretacién vernécula de la palabra «teorfa» para transmitir Ia falsa impresi6n de que nosotros, los evolucionistas, estamos encubriendo el podrido niicleo de nuestro edificio, En segundo lugar, hacen mal uso de una filosofia popular de la ciencia para argumentar que se compottan cientificamente al enfrentarse a Ia evolucién, Y, no obstante, esa misma filosofia demuestra que su propia creencia no es ciencia, y que «cteacionismo cientifico» es una frase carente de sig en sf misma, En vernéculo ame- ricano, «teoria> significa «dato imperfecto» —parte de una jerarquia de confianza que va, en sentido descendente, de los hechos a la teoria, de ahi a las hipstesis, y a la suposicion. Ast, los creacionistas pueden argumentar (y lo hacen): Ia evolucién s «sélo» una teorfa, y hoy existen intensos debates en torn a multitud de aspectos de esa teorfa. Si Ia evolucién es algo menos que un hecho y los cientificos ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo acerca de Ta teorfa, entonces geSmo vamos a tener confianza en ella? De hecho, el presidente Reagan se hizo eco de esta argumentacién ante un grupo de evangélicos de Dallas cuando dijo (en lo que espero que sélo fuera retGrica de campafia): «Bueno, es una teorfa. Es sélo una teor‘a cientifica y en los ‘iltimos afios ha sido puesta en tela de juicio en el mundo de la ciencia —esto es, la comunidad cientifica no piensa que sea tan infalible como en tiempos.» Bueno, le evolucién es una teoria. Es también un hecho. Y los hechos y las teorfas son cosas diferentes, no escalones de una jerarqufa de certidumbre creciente. Los hechos son los datos del mundo. Las teorfes son estructuras de ideas que ex- plican e interpretan los hechos. Los hechos no se marchan mien- tras Jos cientificos debaten teorias rivales para explicarlos. La teoria de la gravitacién de Einstein reemplaz6 a la de Newton, pero las manzanas no se quedaron colgadas en medio del aire pendientes de este resultado, Y los seres humanos evolucionaron, a partir de antecesores simiescos, ya fuera por medio del meca- 273 nismo propuesto por Darwin o por algin otro, atin por des- cubrir, Miés atin, «hecho» no significa «certidumbre absoluta». Las pruebas finales de la Igica de las mateméticas fluyen deduct vamente a partir de premisas planteadas, y alcanzan la cert dumbre, tan s6lo porque no tratan el mundo empirico. Los evo- lucionistas no afirman estar en posesién de la verdad perpetua, aunque Jos ereacionistas lo hacen a menudo (y después nos ata. can por un tipo de argumentaciones que a ellos mismos favore- cen). En ciencia, «hecho» s6lo puede significar «confirmado hhasta tal punto que seria perverso no ofrecer nuestro asenti- miento provisional», Supongo que es posible que las manzanas empiecen a flotar hacia arriba mafiana, pero semejante posibi- lidad no amerita igualdad de tiempos en las clases de fisica. Los evolucionistas han tenido clara esta distincién, entre hechos y teoria, desde el principio, aunque sdlo sea porque siem- pre hemos reconocido cuén lejos estamos de comprender com- pletamente los mecenismos (teoria) por medio de los cuales la evolucién (hecho) se ha producido, Darwin destacaba conti- nuamente la diferencia entre sus dos grandes y diferentes logros: el establecimiento de la evolucién como un hecho, y Ia propo- sicién de una teorfa —la seleccién natural— para explicar el mecanismo de la evolucién. En The Descent of Man escribi6: «Tenia dos objetivos distintos en mente; en primer lugar, mos- trar que las especies no habjan sido creadas por separado, y en segundo lugar, que la seleccién natural habia sido el principal agente del cambio... Por consiguiente, si he errado en... haber exagerado su poder (el de la seleccién natural)..., espero al menos que habré hecho un buen servicio al ayudar a desbancar el dogma de las cteaciones separadas.» Asi, Darwin reconocfa la naturaleza provisional de la se- leceién natural, mientras afirmaba el hecho de Ia evolucién. El fructifero debate teérico que Darwin no ha cesado en ningiin momento. Desde los afios cuarenta a los sesenta, la teoria de Darwin de Ia seleccién natural logré de hecho una hegemonfa de la que jamés disfruté en vide suya. Pero nuestra década viene caracterizada por la renovacién de los debates y, mientras que ningtin bidlogo pone en cuestién Ia importancia de la seleccién natural, muchos dudan hoy de su ubicuidad. En particular, hay muchos evolucionistas que argumentan que exis- ten cantidades sustanciales de cambio genético que pueden no 274 estar sometidas a la seleccién natural y que pueden extenderse al azar a través de las poblaciones. Otros estén poniendo en tela de juicio la ligazén que Darwin establecié entre la seleccién natural y el cambio natural e imperceptible, a través de todos los grados intermedios: argumentan que la mayor parte de los sucesos evolutivos pueden ocurrir mucho més répidamente de Jo qué suponia Darwin. Los cientificos consideran los debates acerca de cuestiones fundamentales de la teorfa como un signo de salud intelectual y como una fuente de emociones. La ciencia es —iy de qué tro modo podria decirlo?— més divertida cuando juega con ‘ideas interesantes, examina sus implicaciones y reconoce que la informacién anterior podria ser explicada de formas sorpren- dentemente nuevas. La teorfa evolutiva disfruta ahora de este infrecuente vigor. No obstante, entre todo este bullicio, ni un solo bidlogo se ha visto levado a dudar del hecho de que la evolucién se ha producido; estamos debatiendo cémo ocurri ‘Todos estamos intentando explicar la misma cosa: el érbol evo. lutivo que enlaza a todos los organismos por medio de la genea- logéa. Los creacionistas pervierten y caricaturizan este debate, olvidando convenientemente la conviccién comiin que le sub- yyace, y sugiriendo falsamente que dudamos del fenémeno mismo ‘que intentamos comprender. En segundo lugar, los cteacionistas afirman que «el dogma de las creaciones separadas», como fo caracteriz6é Darwin hace tun siglo, es una teoria cientifica merecedora de igual tiempo que la evolucién en los planes de estudio de biologia de las escuelas superiores. Pero un punto de vista popular entre los fil6sofos de la ciencia pone en su lugar esta argumentacién crea- cionista. El filésofo Karl Popper leva manteniendo desde hace décadas que el principal criterio de la ciencia es Ia refutabilidad de sus teorfas. Nunca podemos demostrar absolutamente, pero podemos refutar. Una serie de ideas que no pueden, por prin- cipio, ser refutadas, no son ciencia Todo programa cteacionista incluye poco més que un intento retorico de refutar 1a evolucién, presentando supuestas contradicciones entre sus defensores. Su modelo de creacionis- mo, segiin ellos, es «cientifico» porque sigue el modelo poppe- riano, al intentar demoler ta evolucién. Y no obstante, la argu- mentacién de Popper debe aplicarse en las dos direcciones. Uno no se convierte en un cientifico por el simple acto de intentar 275 refutar un sistema rival y verdaderamente cientifico; uno debe presentar tn sistema alternativo que también se ajuste al criterio de Popper —también él debe ser refutable por principio. «Creacionismo cientifico» es tna frase que se contradice a sf misma; sin sentido, precisamente porque no puede ser re- futada. Puedo imaginarme observaciones y experimentos capaces de refutar cualquier teorfa evolutiva de las que conozco, pero no puedo imaginar qué datos potenciales podrian llevar’ a los creacionistas a abandonar sus creencias. Los sistemas imbati- bles son dogma, no ciencia. En caso de que pueda parecer brutal 9 ret6rico, cito al principal intelectual del creacionismo, Duane Gish, Ph. D., en su reciente libro (1978), Evolution? The Fossils Say No!: «Por creacién entendemos el dar existencia, por parte de un cteador sobrenatural, a los tipos bésicos de plantas y animales por el proceso de creacién repentina o fiat. No sabemos cmo creé el Creador, qué procesos utiliz6, ya que EI hizo uso de procesos que no operan hoy en ningtin lugar del universo natural (subrayado de Gish). Es por esto por lo que nos referimos a la Creacién denominéndola creacién especial. No podemos descubrir, por medio de investigaciones cientificas, nada acerca de los procesos creativos utilizados por el Creador.» Diganos, por favor, doctor Gish, a Ta Tuz de su ditima frase, qué es entonces el creacionisme «cientifico»? Nuestra confianza en que la evolucién tuvo lugar se cen- tra en tres argumentaciones generales. En primer luger, tenemos evidencias ditectas abundantes, procedentes de Ia observacién, de la evolucién en accidn, tanto en el campo como en el Iabora- toric. Esta evidencia va desde incontables experimentos acerca del cambio, en casi cualquier cosa, en las moscas del vinagre sometidas a seleccién artificial en el laboratorio, hasta las fa- ‘mosas poblaciones de polillas briténicas que se volvieron negras cuando el hollin industrial oscureci6 los arboles sobre los que descansan. (Las polillas obtienen proteccién contra las aves depredadoras confundiéndase con el fondo.) Los creacionistas no niegan estas observaciones: Ze6mo iban a hacerlo? Los crea- cionistas han reajustado su actuacién. Argumentan que Dios sélo creé atipos bésicos», dejando un margen para un limitado vagabundeo evolutivo en su seno. Ast, los perritos falderos y los grandes daneses proceden del tipo perro y las polillas pueden cambiar de color, pero la naturaleza no puede convertir un perro en un gato, ni un mono en un hombre, 276 EI segundo y tercer argumentos en favor de la evolucién el caso en favor de los grandes cambios— no implica una observacién directa de la evolucién en acci6n. Descansan sobre la inferencia, pero no por ello son menos seguros. Los grandes cambios evolutives requieren demasiado tiempo para observacién directa, ya sea a la escala de la historia registrada 0 no. Todas las ciencias hist6ricas reposan sobre la inferencia, y Ia evolucién no difiere de la geologta, 12 cosmologia o la historia humana en este aspecto. Por principio, no podemos observar procesos que operaron en el pasado. Debemos inferirlos a partir de los re- sultados que atin nos rodean: organismos vivientes y fsiles, en el caso de In evolucién; documentos y artefactos, en el de la historia humana; estratos y topograffa, en el caso de 1a geologia. La segunda argumentacin —que Ia imperfeccién de la naturaleza pone de relieve la evolucién— le parece irdnica a la mayor parte de la gente, ya que parece como que la evolucién deberfa quedat exhibida con elegancia en Ia adaptaciGn casi perfecta expresada por algunos organismos —la curvatura del ala de una gaviota, 0 las mariposas que no pueden verse sobre tun fondo de hojas cafdas por lo bien que las imitan. Pero la perfeccién podria ser impuesta indistintamente por tn sabio crea- dor o ser desarrollada por seleccién natural. La perfeccién borra Jos datos de Ja historia pasada, Y la historia pasada —la evi- dencia de la descendencia— es la marca de la evolucién. La evolucién queda expuesta en las imperfecciones que registran una historia de descendencias. ,Por qué deberia correr tuna rata, volar un mureiélago, nadar un delfin, y yo escribir este ensayo con estructuras conseguidas con los mismos huesos, sino porque todos los heredamos de un antecesor comin? Un ingeniero, que partiera de cero, podria disefiar unas extremi- dades mejores para todos y cada uno de los casos. {Por qué habrian de ser matsupiales todos los grandes mamiferos nativos de Australia, si no descendieran de un antecesor comiin aislado en este continente-isla? Los matsupiales no son «mejores» ni estén idealmente acondicionados a Australia; muchos han sido barridos por mamiferos placentarios, importados de otros con- tinentes por el hombre. Este principio de la imperfeccién se extiende a todas las ciencias histéricas. Cuando reconocemos la ctimologfa de septiembre, octubre, noviembre y diciembre (sép- timo, octavo, noveno y décimo), sabemos que el afio, en otro 277 tiempo, empezaba en marzo, 0 que debieron afiadirse dos meses adicionales al calendario original de diez. La tercera argumentacién es més directa: en el registro f6sil aparecen a menudo transiciones. Las transiciones conser- vadas no son comunes —y no deberian serlo, con arreglo a como comprendemos la evolucién (véase la siguiente seccién)—, pero no faltan totalmente, como a menudo afirman los cre cionistas. La mandfbula inferior de los reptiles contiene varios hhuesos. La de los mamiferos, uno solo, Los huesos mandibulares ‘no mamiferos van siendo reducidos paso a paso en los antece- sores mamfferos, hasta que se convierten en diminutos huese- cillos situados en Ia parte trasera de la mandibula, El «martillo y el «yunque» del ofdo de los mamiferos son descendientes de estos huesecillos. ¢Cémo pudo lograrse tal transicién?, pregun- tan los creacionistas. Sin duda un hueso, o pertenece por com- pleto a Ja mandibula, o pertenece al ofdo. No obstante, los paleontélogos han descubierto dos linajes de transicién de los terdpsidos (los lamados reptiles mamiferoides), con una doble articulacién mandibular —una compuesta de los antiguos.hue- sos cuadrado y articular (que pronto se habrian de convertir en cl martillo y el yunque), y la otra formada por los huesos esca- moso y dentario (como en los mamfferos modernos). Por otra parte, cqué mejor forma de transicién podriamos esperar hallar que la del humano més antiguo, Australopithecus afarensis, con su paladar simiesco, su postura erguida humana y una capacidad eraneana superior a la de cualquier simio del mismo tamafio corporal, pero nada menos que 1.000 centimetros ciibicos inferior @ la nuestra? Si Dios hizo cada una de la media docena de especies humanas descubiertas en las rocas antiguas, cpor qué las creé en una secuencia temporal continua de rasgos progre- sivamente més modernos —capacidad craneana creciente, cara ¥ dientes més reducidos, mayor tamafio corporal? Acaso cred para simular una evolucién y poner asi a prucba nuestra fe? Enfrentados con estos datos de la evolucién, y con la bancarrota filos6fica de su. propio credo, los cteacionistas se apoyan en la distorsi6n y las insinuaciones para respaldar sus ret6ricas afirmaciones. Si les parece que lo que digo es agrio y cortante, en efecto, en eso conffo —ya que me he convertido en un blanco preferido de estas practicas. Me cuento entre los evolucionistas que defienden un ritmo de cambio a saltos, 0 episddico, antes que uno suavemente gra- 278 dual. En 1972, mi colega Miles Eldredge y yo desarrollamos la teoria del equilibrio puntuado. Planteabamos que dos datos des- tacados del registro f6sil —el origen geolégicamente «repentino» de nuevas especies y su estancamiento (ausencia de cambio pos- terior 0 estasis)— reflejan las predicciones de la teorfa evolt- tiva, no las imperfecciones del registro fésil. En la mayor parte de las teorfas, Ia fuente de nuevas especies son pequefias po- blaciones aisladas, y el proceso de especializacién leva miles 0 decenas de miles de aos. Todo este tiempo, tan largo si lo comparamos con nuestras vidas, es un microsegundo geol6gico. Representa mucho menos del 1 por 100 de Ta vida media de una especie fésil de invertebrado —més de diez millones de afos. Por otra parte, no es de esperar que las especies grandes di persas y bien establecidas, cambien mucho. En nuestra opiniGn, Ja inercia de las grandes poblaciones explica la estasis de la mayor parte de las especies fésiles a lo largo de millones de afios. Propusimos la teorfa del equilibrio puntuado, en gran me- dida por ofrecer una explicaci6n diferente a Tas tendencias que impregnan todo el registro f6sil. Las tendencias, argumentéba- ‘mos, no pueden atribuirse @ la transformacién gradual en el seno de los linajes, sino que deben surgir del éxito diferencial de ciertos tipos de especies. Una tendencie, argumentébamos, se parece mas a subir un tramo de escaleras (puntuaciones y estasis) que a rodar por un plano inclinado hacia arriba Dado que propusimos el equilibrio puntuado para expli- car las tendencias, resulta enfurecedor ser citado una y otra vez por los creacionistas —no sabria sia propio intento o por estu- pidez—, como si admitiéramos que el registro fésil no incluye formas de transici6n. Las formas de transicién no existen nor- malmente a nivel de las especies, pero son abundantes entre los grupos mayores. Y, no obstante, un panfleto titulado «Cientificos de Harvard reconocen que la evolucién es un engafio», afirma: -«Los hechos del equilibrio puntuado de Gould y Elredge... estan obligando a los darwinistas a comulgar con el cuadro pintado por Bryan y que Dios nos ha revelado en la Biblia.» Continuando con la distorsién, varios creacionistas han equiparado la teoria del equilibrio puntuado con una catica- tura de las creencias de Richard Goldschmidt, un gran genético antiguo. Goldschmidt argumentaba, en un famoso libro publicado en 1940, que pueden aparecer nuevos grupos de golpe por me- dio de grandes mutaciones. Hacfa referencia a estas criaturas, 279 sGbitamente transformadas, laméndolas «monstruos esperanze- dos», (A mi me atraen algunos aspectos de la versién no carica- turizada, pero la teoria de Goldschmidt no tiene, a pesar de todo, nada que ver con el equilibrio puntuado —véanse los en- sayos de Ia seccién 5 y mi ensayo acerca de Goldschmidt en El pulgar del panda.) El creacionista Luther Sunderland habla de la ateoria del equilibrio puntuado y los monstruos esperanzados», y dice a sus esperanzados lectores que «equivele a una admisién técita de que los antievolucionistas estén en Io cierto, al afirmar que no existe evidencia fésil alguna que apoye Ia teoria de que toda vida esta relacionada a través de un antecesor comén». Duane Gish escribe, «segin Goldschmidt, y ahora, al parecer, también segin Gould, un reptil puso un huevo del que salié el primer ave, con plumas y todo». Cualquier evolucionista capaz de creer semejante imbecilidad, serfa expulsado a carcajedas, con toda raz6n, del mundo intelectual: no obstante, Ia tinica teoria que jamés podria visualizar semejante escenario para el origen de las aves es el creacionismo —con Dios actuando so- bre el huevo. Los creacionistas me irritan y me divierten a Ia vez; pero, fundamentalmente, me producen una profunda tristeza. Por mu- chas razones. Tristeza porque una gran cantidad de las personas que responden a Ia lamada creacionista estin preocupadas por os motivos correctos, pero estén desahogando su ira en el blanco equivocado. Es cierto que los cientificos a menudo han sido dogmiéticos y elitistas. Es cierto que con frecuencia hemos permitido que nos representara la imagen del hombre con la bata blance que dice en los anuncios «los cientficos dicen que la Marca X cura tos sabafiones diez veces més deprisa que...». No la hemos combatido adecuadamente, porque el aparecer como tun nuevo sacerdocio nos otorgaba beneficios. También es cierto que el poder, sin rostro y burocrético del Estado cada ver. se entromete més en nuestras vidas y elimina opciones que debe- rian ser patrimonio de los individuos y las comunidades. Puedo comprender que los programas de estudio de las escuelas, im- puestos desde arriba y carentes de aportaciones locales, puedan ser considerados como un insulto mAs, por este motivo. Pero el calpable no es, y no puede ser, Ia evolucién ni ningin otro dato del mundo natural. Hay que identificar y combatir a los ver- daderos enemigos, por supuesto, pero nosotros no estamos en- tre ellos 280 Me siento triste porque el resultado practico de toda esta escandalera no seré una expansiGn para incluir el creacionismo (también eso me entristeceria), sino la reduccién o la elimina- cién de Ia evolucién de los planes de estudio de las escuelas superiores. La evolucién es una de la media docena de «gran- des ideas» desartolladas por la ciencia. Habla de las profundas cuestiones de Ia genealogia que nos fascinan a todos —el fend- meno de las «Rafces» escrito con maytsculas. {De dénde ve- nimos, dénde surgié la vida, c6mo se desarroll6, de qué modo se han desarrollado los organismos? Nos obliga a pensar, medi- tar y maravillarnos.

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