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UmBerto Eco EL HABITO HACE AL MONJE Titulo de la edicién original: Psicologia del vestire ‘Traducciéa de: Carlos Manzano Cubierta de: Joaquin Monclis © 1972, Casa editrice Valentino Bompiani & C.S.p.A. Publicado por Editorial Lumen Ramén Miquel y Planas, 10, Barcelona Reservados los derechos de edicién para todos Jos paises de habla espaiiola. ISBN: 84 -264- 4445-8 Depésito Legal: B. 7159-1976 Printed in Spain Impreso en Grificas Diamante, Zamora, 83 -BatcelonaS Quien haya estudiado a fondo los problemas actua- les de la semiologia no puede hacerse el nudo de la corbata, por la mafiana ante el espejo, sin tener la sen- sacion clara de seguir una opcién ideoldgica, 0, por Jo menos, de lanzar un mensaje, una carta abierta, a Jos transewintes y a quienes encuentre durante la jor- nada. Es cierto que los vestidos sirven principalmente para cubrir el cuerpo. Pero bastard un autoanilisis breve y honrado para convencerse de que, en nuestro vestido, lo que sitve realmente para cubrir (para de- fender del calor o del frfo y para ocultar la desnudez de las partes del cuerpo consideradas vergonzosas por la opinién) no supera el cincuenta por ciento del total. El otro cincuenta por ciento va de la corbata al bajo de los pantalones, pasa por las solapas de la chaqueta y lega hasta los ribetes de nuestros zapatos: y eso si nos mantenemos en el nivel puramente cuantita- tivo, sin ampliar la investigacién al porqué de un co- lor, de un tejido, del dibujo de espiga o a rayas en jugar de un tejido o un color uniforme. El vestido es comunicacién. Y esta observacién po- dria mantenerse al nivel de un lugar comtn razonable, que las usuarias de sexo femenino han llevado hasta el umbral de una conciencia ingeniosa, igual que los zod- Jogos ya no asombran a nadie, cuando explican la fun- cién de atraccién de los plumajes y de los colores de 9 la piel, dentro de una dialéctica totalmente natural de los sexos. Pero la semiologfa ha aumentado esa toma de con- ciencia y nos permite ahora insertar nuestro conoci- miento del cardcter comunicativo del vestido en un marco mds amplio, en el marco de una vida en socie- dad en la que todo es comunicacién. Porque, si el cura de Bernanos podia terminar su diario con la ano- tacién de que «todo es Gracia», el semidlogo puede iniciar el suyo precisamente con la de que «todo es Comunicacién». Por lo menos, todo lo que no es na- turaleza en bruto, més ac4 de la sociedad constituida, mds acd del hombre que percibe la naturaleza y la pone al servicio de sus fines Ilendndola de significados. Es cierto que una nube no es un hecho comunicativo, es una mera condensacién de vapores; pero una nube vista como presagio de lluvia, aunque no sea precisa- mente un «signo» en el sentido en que lo es la palabra anube», por lo menos es lo que Peirce Hamaria un cin- dicio»: un artificio inventado para comunicar algo; o —en el caso de la nube— un fendmeno natural ele- yado al rango de artiticio para comunicar. Que el hom- ‘bre comunica mediante la emisién de sonidos articula- dos a los que se atribuyen determinados significados (se Jo suele lamar clenguaje verbal») es algo aceptado sin discusién. Menos indiscutible es ya el hecho de que el hombre comunique mediante infinidad de otras se- fiales: los gestos de la mano, los movimientos de los ojos, las inflexiones de la voz. O, mejor, quien acepta Ja idea de que, de ese modo, el hombre dice algo, pre- fiere gencralmente decir que, mds que comunicar, lo que hace es «expresarse>. Como si comunicar fuera un proceso regular y regulado, es decir, regido por conyenciones precisas (definidas por las gramiticas y los vocabularios), mientras que expresarse fuera algo misterioso, instintivo y natural. Y, en realidad, apenas 10 ge estudian profundamente los fenémenos de comuni- cacién, en el sentido mds amplio del término, se ve que la diferencia se vuelve més sutil. Miro a la mujer amada intensamente a los ojos, ella mueve ligeramente Ja cabeza de arriba a abajo... Me ha dicho que si. Esta hecho. En modo alguno. En una zona mediterré- nea patticular, el mismo movimiento significa conven- cionalmente que no. Lieva la minifalda: es una muchacha ligera, En Catania. Lleva la minifalda: es una muchacha moder na, En Milén. Lleva la minifalda, en Paris: es una muchacha. Lleva la minifalda, en Hamburgo, en el Eros: puede que sea un muchacho. Pero volvamos a nuestro didlogo mudo con la mu- jer amada. De acuerdo, la indicacién con la cabeza cambia de valor semdntico segtin la zona étnica, pero queda la intensidad de la mirada. la promesa sobreen- tendida, la pasién emitida como una carga eléctrica. Es cierto, y diré mas: los estudios mds recientes han demostrado que existe también una comunicacién tér- mica, que, tocando la mano de la mujer, puedo advertir que dice «si» a través de un cambio de temperatura insensible (pero advertido). Sin embargo, hoy esas «ex- Ppresiones» infinitesimales, esos matices de la fisonomia, se investigan como momentos de un Jenguaje articula- do. Estudiosos de cinésica (la ciencia de la comunica- cidn somatica y gestual) han intentado ya expresarlos en cifras, transcribir en una especie de estenografia los movimientos de una ceja encolerizada, las miradas de un ojo desconfiado. Y han empezado a advertir que ese lenguaje (porque, en ¢l momento en que es posi- ble dividir la expresidn instintiva en momentos discre- tos, analizables, articulables, se ha salido ya de la «ex- presividad», tal como Ia entendemos comtnmente, y se ha entrado en la zona de las «enguas» codificadas y convencionalizadas) tiene leyes y variaciones, que I cambian segtin las zonas culturales, que es menos na- tural y mucho mas cultural de lo que se suele creer. Precisamente, mientras escribo, el New York Times (de fecha 28-IX-1969) trae la noticia de un grupo de estu- diosos del Albert Einstein College of Medicine que es- tén empezando a interesarse profundamente por todo el campo de la comunicacién no verbal, desde las po- siciones del cuerpo hasta las variaciones fisondmicas, porque, hasta que no hayamos comenzado a compren- dernos también mediante esos sistemas (y conviene ad- vertir que, de hecho, hoy esos sistemas se usan, pero no se estudian todavia lo suficiente; se los considera todavia algo esponténeo, ajeno a un interés lingiifstico), la comunicacién entre individuos y entre grupos re- sultard incompleta y cargada de equivocos; y con ma- yor raz6n (por esto es por Jo que interesa el problema a los médicos) resultara dificil e imprecisa la comuni- cacién entre médico y enfermo, entre nifio y pediatra, entre graduado social y asistido que pertenezca a una minoria racial, a un grupo étnico recién establecido en una zona. Dicho de otro modo: el lenguaje fisond- mico, de los gestos, de las posturas, de un portorrique- fio del Bronx seré diferente del de un italiano de Brooklyn, y negarse a aceptar esa realidad significa interpretar los movimientos de uno como mensajes que sélo tienen sentido en caso de que se lean de acuerdo con el cédigo del otro. Edward T. Hall, en su libro La dimensione nascosta (Bompiani, 1969), ha demostrado con creces cémo cam- bia el significado de una distancia entre dos personas segtin el modelo cultural a que pertenezcan: que el ntimero de centimetros que constituyen para un ame- ricano blanco y protestante la distancia confidencial mds razonable, para un latino o para un arabe pueden ser sefial de un distanciamiento desconfiado, y vice» versa, 12 Hall exagera el alcance de esos dos descubrimientos al creer que, si se comprendiera el lenguaje del com- portamiento, se podrian eliminar muchas incomprensio- nes interraciales, cuando, en realidad, sabemos que las causas de las incomprensiones estan escondidas mds en profundidad (o més en Ja superficie). Pero reducir el aleance global de un descubrimiento no quiere decir anularlo: mil componentes diferentes separan a un ita- Jiano de un esquimal, pero no se puede negar que, si el italiano hablase esquimal (0 viceversa), los compo- nentes de la diversidad quedarian reducidos como mi- nimo a novecientos noventa y nueve. EI mundo de la comunicacién no verbal insospecha- da (insospechada como comunicacién) es de una exten- sién ilimitada. La escuela de arte dramdtico de Stanis- Javski ensefiaba, si mal no recuerdo, a pronunciar la frase «esta tarde» en cuarenta entonaciones diferentes, que le atribubuyeran sucesivamente el significado de amenaza, de ruego, de aviso, de seduccién, de prome- sa, etc. No es necesario un semidélogo para saber que nosotros comunicamos también con las inflexiones de voz. Pero han sido necesarios los lingitistas (y esa cate- goria particular de lingilistas que estudian hoy la Nama- da «paralingiifsticay) para saber que esas entonaciones —desde el momento que existen registradores para re- gistrarlas y oscilégrafos para traducirlas a curvas visi- bles— varian, de una civilizacién a otra, y pueden cla- Sificarse de igual forma que se clasifican los demés elementos del habla, desde los fonemas hasta las pala- bras. Es un trabajo que se esta haciendo, ampliando la investigacién hasta las clasificaciones del sollozo, de las emisiones vocales interjectivas, de esos ruidos que se ha- cen con Ia boca, con los labios, con la garganta, y que constituyen el tono de una enunciacién, que la caracte- rizan culturalmente (segtin las zonas culturales, quiero decir). Camo sabe perfectamente quien, por haber que- 13 rido parodiar a un parisino, no haya dejado de repro- ducir esa «vocecita» tipica y sumisa, répida y ahogada, que interviene en el habla comin de nuestros vecinos para dar cadencia a la frase, y aludir a cierta impre- cisién, a una perplejidad modesta, a una busqueda con- fidencial de la palabra correcta. Es una zona extensisima de intereses y de descubri- mientos que nos obliga a mirar a nuestro alrededor constantemente para descubrir todo lo que en nuestra vida diaria es comunicacién, a todos los niveles, incluso al nivel de Ja forma de caminar o de hacer gestos con el cuerpo; y en esto también, si bien los semidlogos est4n intentando hoy elevar esa conciencia al nivel del estudio riguroso, bastaria la existencia del arte del mimo para demostramos que el lenguaje «de las pos- tutas» existe y que se puede contar, decir, expresar todo sélo con él. Pero nada de pensar que se trate de una «expresién», en el sentido de transmisién cnatu- tal» ¢ instintiva, basada en las leyes misteriosas de la fisiologia, de un dato de la naturaleza. Y, para con- vencerse de ello, vayan a ver un mimo chino o japonés. Mira por dénde, sus movimientos no significan nada: parecerdn expresar aburrimiento, cuando expresan pa- sién; histerismo, cuando expresan hilaridad; alegria, cuando expresan agresividad. Y lo mismo le ocurriria a un asidtico que viese por primera vez en el teatro a Marcel Marceau. Por tanto, si la comunicacién se extiende a todos esos niveles, no hay que extrafiarse de que pueda existir una ciencia de la moda como comunicacién y del ves- tido como lenguaje articulado. Seria dificil explicar en pocas paginas las modalidades de esa disciplina (entre otras cosas, porque se apoyan en las modalidades de otras disciplinas, desde la lingiiistica hasta la légica formal): y no nos quedarfa mds remedio que remitir al lector.a un cldsico muy reciente sobre el tema, Le 14 Sisthéme de la mode de Roland Barthes (Paris, Seuil, 1967), (aun cuando la obra de Barthes, por preocupa- ciones de rigor, se limita a analizar el lenguaje verbal que describe la moda en lugar de abordar inmediata- mente la formacién de la moda como lenguaje visual debidamente articulado). Pero el lector comin, o, en cualquier caso, no muy especializado, podria hacer una objecién que bloquea cualquier posible exposicién del tema posterior. Objecién: acepto que el universo de la comunica- cién es m&s amplio de lo que se suele creer. Y de acuerdo con que hablamos no sélo con la boca, sino también con las manos, con los ojos, con las distancias que guardamos, con los olores. Completamente de acuer- do. Pero la vida en sociedad (y, por tanto, la vida de Ja «cultura») se compone, por un lado, de actos de co- municacién, de entidades gestuales o sonoras que «di- cen algo», y, por otro, de cosas que «funcionan», es de- cir, que «sirven para algo» El hombre primitivo empieza a fundar una socic- dad, cuando aprende a expresarse a través de sonidos y de gestos, pero, por otra parte, funda socie y cultura también en el momento en que inverta un ins- trumento, descubre la gruta, pule su primera herramien- ta de picdra. Y Ja herramicnta no comunica, sino que asirve para algo». Ahora bien, la piel de os0 0 de lobo con que nuestro hombre se cubre por primera vez, gacaso no pertenece a la categoria de las cosas que sirven para algo y no a la de las cosas que dicen algo? Pues bien, hay que decir que la semiologia es una disciplina ambiciosa, con veleidades totalitarias. Quie- re conseguir explicar todos los fenémenos de cultura, quiere demostrar que toda la cultura puede conside- rarse como acto de comunicacién y que también las cosas que sirven para algo en cierto modo dicen algo. El objetor podria responder: de acuerdo, démoslo 15 por demostrado, pero, aun aceptando ese hecho, sigue siendo indiscutible que hay cosas que. ante todo, sirven para algo y sdlo en determinado momento se usan para decir algo. Mientras que los signos propiamente dichos, las palabras 0 los gestos, dicen algo inmediatamente y sin equivocos y no sirven para nada mas. Respuesta: no es del todo cierto, Existen infinidad de signos que aparentemente se emiten para decir algo, pero que, de hecho, tienen una funcién prdctica, tanto como una herramienta de piedra o una colcha. Cuando saludamos a alguien y le decimos: «jQué dfa mas her- moso hace! », nuestro deseo (y el suyo) de comunicar algo sobre la situacién meteoroldgica es minimo: lo que deseamos es crear un contacto, y esa frase equiva- Je a una palmadita en la espalda o al ofrecimiento de una flor o de una taza de café. Se responderd que, en ese caso, la palmadita, Ia flor y la taza son, de hecho, instrumentos de comunicacién, mas alld de su funcién especifica: pero eso es exactamente lo que se queria demostrar. Con frecuencia la distincién entre decir algo y ser- vir para algo es minima. Un martillo sirve para golpear, pero si lo agito a distancia amenazadoramente, equi- vale a la frase: «{Como te coja!...» Por otra parte, la frase: «{Cémo esté, sefior Fulano?», pronunciada con frialdad a quien hasta hace poco hablabamos afec- tuosamente de ti equivale a un martillazo en la cabeza. Los instrumentos de comunicacién equivalen a una se- tie de funciones que se interponen en el plano de la modificacién fisica de los acontecimientos («esa frase ha sido como una ducha helada, he ido a casa y me he metido en cama con fiebre»), mientras que los ins- trumentos destinados a desempefiar funciones, y, por tanto, destinados a modificar fisicamente las cosas, se interponen en el universo de la comunicacidn y se con- vierten en actos de comunicacién, de igual forma que 16 un tipo particular de sombrero que se llama mitra no sitve tanto para proteger de la ifuvia cuanto para de- cir: «yo soy un obispo», Con eso no queremos decir que no exista diferen- Gia entre signos nacidos expresamente como tales (las palabras, por ejemplo) y objetos funcionales nacidos expresamente como tales (el martillo o la mitra). Que- remos decir que, asi como el psiquiatra, al analizar a gu paciente, intenta ver también los signos que éste ha recibido como agenies fisicos que han modificado su estructura neuzofisioldgica, asi también el semiélogo tiene derecho a considerar también los objelos funcio- nales como signos. Y hay casos en que ei objeto pier- de hasta tal punto su funcionalidad fisica y adquiere hasta tal punto valor comunicativo, que sc convierie ante todo en: signo y sigue siendo objeto sdlo en se- gunda instancia. La moda es uno de esos casos. Basta el ejemplo de Ja pelliza que se ponfa nuestro hombre primitivo por razones exquisitamente funcionales. Te- nfa frio y se cubria, es indudable. Pero igualmente in- dudable es que, al cabo de pocos afios de la invencién de la primera pelliza, debié de surgir 1a distincién entre los cazadores vatientes provistos de pelliza. conquistada con esfuerzo y los otros, los incapaces, desprovistos de pelliza. Y no es necesaria mucha imaginacién para figurarse la circunstancia social en qué los cazadores debieron de ponerse Ja pelliza, ya no para protegerse del frio, sino para afirmar su pertenencia a la clase hegeménica. Por lo demds, es imitil hacer prehistoria-ficcién. La sefiora que hoy se pone un abrigo de pieles no lo hace para protegerse del frio; al contrario: probablemente hace frente a la incomodidad de un calor excesivo para poder manifestarse como ¢portadora de abrigo de pie- les». La cuestin de los séatus symbols no la han inven- tado los semidlogos. 17 Ant, pues, ol voatido ox expresivo, Ha expresivo ef hecho do quo yo me presente por Ja mafiana en la ofi- cina con una corbata ordinaria a rayas, e& expresivo el hecho de que de repente Ja substituya por una cor- bata psicodélica, es expresivo cl hecho de que vaya a la teunién del consejo de administracién sin corbata. El vestido descansa sobre cddigos y convenciones, mu- chos de los cuales son sélidos, intocables, estan defen- didos por sistemas de sanciones e incentivos capaces de inducir a los usuarios a chablar de forma gramati- calmente correcta» el lenguaje del vestido, bajo pena de verse condenados por Ja comunidad. Hemos dicho que «muchas» de las convenciones indumentarias son sdlidas y que estan bien articuladas. Por consiguiente, queremos decir que no lo son ni lo estén todas. Y, efectivamente, mientras que los cédigos (es decir, los sistemas de reglas y de equivalencias) que rigen la co- municacién verbal (por ejemplo, la lengua italiana, la lengua alemana, etcétera) son s6lidos y robustos, otros eddigos comunicativos (como los relativos a la comuni- cacién por imagenes) estén sujetos a mutaciones y a reajustes continuos, presentan lagunas, son consiricti- vos en un punto y débiles en otro. Hay que hacer la distincién entre cédigos fuertes y cédigos débiles. Pero creo que serfa inexacto decir que un cédigo es débil cuando no prevé en ningtin aspecto suyo la modalidad de una comunicacién determinada. Si vamos a estudiar Ja estructura de una modalidad co- rmounicativa cualquiera, se ve, antes y después, que en aquella ocasién existfan las convenciones, bien arti- culadas, coherentes en todos sus aspectos. Pero hemos dicho precisamente «en aquella ocasién». Asi, pues, diremos que una convencién es débil no tanto porque no esté bien estructurada en un momento dado, sino porque se modifique con rapidez y, antes de que se la pueda captar y describir, ya haya cambiado, 18

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