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CAPTULO III
Un hombre de genio, Raymundo Lulio, que haba dotado a Dios de ciertos predicados (la bondad, la grandeza, la eternidad, el poder, la sabidura, la voluntad, la virtud y la gloria), ide una suerte de mquina de pensar hecha de crculos concntricos
de madera, llenos de smbolos de los predicados divinos y que, rotados por el investigador, daran una suma indefinida y casi infinita de conceptos teolgicos. Hizo lo propio con las facultades del alma y con las cualidades de todas las cosas del mundo.
Previsiblemente, todo ese mecanismo combinatorio no sirvi para nada. Siglos despus, Jonathan Switf se burl de l en el Viaje Tercero de Gulliver. Leibniz lo ponder
pero se abstuvo, por supuesto, de reconstruirlo.
La ciencia experimental que Francis Bacon profetiz nos ha dado ahora la
ciberntica, que ha permitido que los hombres pisen la luna y cuyas computadoras son, si la frase es lcita, tardas hermanas de los ambiciosos redondeles de
Lulio.
Jorge Luis BORGES: Ars Magna, Atlas, 1984, pg. 85.