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Los linderos de la ética Luis Villoro (coordinador) Ambrosio Velasco Gomez, Paulette Dieterlen, Le6n Olivé, Mariflor Aguilar Rivero, Isabel Cabrera, Arnoldo Kraus, Antonio R. Cabral, Alejandro Herrera Ibéiiez STICA Y RELIGION CRISTIANA ISABEL CABRERA* Las relaciones entre la ética y la religién cristiana son y han sido sumamente complejas; en muchos momentos de su histo- ria se han confundido, y aun hoy, la mayor parte de los creyen- tes piensa que la ética y el cristianismo estan estrechamente emparentados. Es claro, por citar un ejemplo significativo, el contenido fundamentalmente moral del tiltimo catecismo ca- t6lico promulgado por la Santa Sede en 1992 (Asociacién de Editores del Catecismo, 1992): alli se dice lo que un catélico debe creer, los sacramentos que debera respetar y los rituales que le son exigidos en su practica cotidiana, también se dice conforme a cuales mandamientos debe comportarse, y lo que debe esperar: Por lo anterior, el cristianismo en su lectura caté- lica a veces no parece ser mas que el atrincheramiento de una moral particular, una moral que, ademis, se ha ajustado muy poco a los tiempos. En este trabajo quisiera defender la idea de que, aunque a veces ética y religién logren complementarse favorablemente, en general la mutua dependencia resulta em- pobrecedora para ambas. Vale la pena sefalar algunas buenas razones para conservar una saludable independencia y consi derar la ética y la religién como esferas distintas de preceptos, actitudes y valores; porque s6lo si partimos y somos conscien- tes de estas diferencias, podremos vincularlas de manera enri- quecedora. Aclararemos el significado del término “ética”. Por lo gene- ral las definiciones se ubican en alguna de estas dos direccio- nes: en el primer caso, estan quienes defenderian que el signi- ficado del término es fundamentalmente formal 0 austero (como * Instinuto de Investigaciones Filos6ficas de la UNAM. [95] 96 ISABEL CABRERA. dirfa Carlos Pereda), por lo tanto, “ética” sefiala un conjunto de principios que pretenden universalidad, que pretenden cons- tituir imperatives categéricos, es decir, reglas cuya obligatorie- dad no esta condicionada por ningéin otro interés. En este pri- mer sentido, la ética esta centrada en el concepto de “deber”, de una obligaci6n incondicionada que pretende universalidad, porque surge del reconocimiento de valores absolutos o “fines en si mismos”. Este concepto de “€tica” es una herencia ilus- trada cuyo maximo defensor es, por supuesto, Immanuel Kant.! En el segundo caso, estén quienes consideran que el significa- do del término es més bien material 0 amplio, y por consiguien- te, “ética” designa un conjunto extenso (y un tanto difuso) de principios y valores que, de hecho, ciertos individuos 0 comu- nidades humanas consideran como dignos de ser respetados y cultivados, 0 en un sentido mas coloquial, “ética” designa un conjunto de preferencias que regulan las costumbres de los in- dividuos y las sociedades. En este segundo sentido hablamos del ethos o de la moralidad de un pueblo o de una época, la cual bien puede contener principios y valores que aunque re- gulan y orientan la conducta de los individuos, no expresan principios éticos en el primer sentido. Podemos hablar, por ejem- plo, de sociedades refinadas 0 de sociedades competitivas, y pensar que estos valores forman parte del ethos de cierta cultu- ra o de Gierta época, sin por ello considerar que la competiti dad 0 el refinamiento sean valores especificamente éticos 0 morales en el sentido austero. Por supuesto, quienes usan el término en el primer sentido suelen considera que la ética no es relativa sino absoluta, los preceptos morales pretenden ser validos para todo individuo; quienes privilegian el segundo de estos sentidos, el sentido amplio, en cambio, suelen considerar la ética como algo relativo, cuya aceptacién depende de las con- sideraciones de una cierta época y de cierta tradiciér En adelante replantearé la cuestién de las relaciones entre ética y religién dentro de cada una de estas concepciones de ' La moral kantiana es compleja, de cualquier manera, lo que aqui expongo puede encontrarse en la primera parte de la Fundamentaciém de la metafisiea de las costumbres (Kant, 1973). ETIGA Y RELIGION CRISTIANA 97 ética, con el propésito de defender en ambos casos una sana independencia. Desde mi punto de vista, los dos sentidos an- tes aludidos dle ética no son alternativos sino complementarios, La ética austera o formal puede ofrecer principios minimos que orienten nuestra reflexién moral y proponer normas -por lo general negativas- que funcionan como limites de nuestra au- tonomia, pero también creo que ello no es todo lo que pode- mos decir en ética. En una terminologia mds clasica, la ética formal puede dar un conjunto minimo de principios, que nin- guna ética material deberd violar. Lo demas son preferencias, mas 0 menos objetivas o subjetivas, mas 0 menos publicas 0 privadas, pero que, de cualquier manera, no pueden instau- rarse como deberes universales o valores absolutos. Es eviden- te que la vida humana se mueve mucho més en el ambito de una moralidad material y, por consiguiente, ¢s ella la que po- see la mayor riqueza de contenidos, a pesar de no tener carac- ter ni absoluto ni universal. Si tomamos el sentido austero 0 estricto de ética, qué podre- mos decir acerca de su relacién con la religi6n? Vincularlas es- trechamente resulta empobrecedor para ambas. Veamos por qué ‘Tradicionalmente, la religion desempena una doble funcién para la ética: por un lado, 1] ayuda a legitimar el concepto de auto- ridad, argumentando que los principios morales propuestos son obligatorios porque es Dios quien los ha establecido; y por otro, | 2] complementa la moral propuesta con un conjunto de casti- g0s y recompensas que motivan la accién moral, la cual mu- chas veces parece desprovista de motivaciones alternativas. Asi, | los mandatos divinos —que se traducen para nosotros en obli gaciones incuestionables- estan acompatiados de una teorfa de | la retribuci6n: ya sea en ésta o en otra vida, Dios bendecira a quienes obedezcan y castigard a quienes desobedezcan. Las tres religiones mas extendidas en occidente, el judaismo, el cristia- 98 ISABEL CABRERA, nismo y el Islam, se ajustan bien a esta estructura: tanto el Dios de Moisés, como el Dios de Jestis, como el Dios de Mahonia, se presentan como autoridades morales que revelan su voluntad a sus criaturas humanas, exigen obediencia y se muestran ca- paces de bendecir y castigar. A pesar de que estos recursos reli- giosos parecen fortalecer una moral que se pretende universal, creo que en un sentido mas profundo la debilitan. Qué podriamos decir respecto a lo primero, a la idea de que la legitimidad de un precepto moral descansa en su origen divino? En el Eutifron (Plat6n, 1969), Sécrates pregunta si la piedad es aquello que los dioses desean, o si los dioses lo de- sean porque es ya piadoso de por si. La misma interrogante podria surgir respecto a otros valores morales de tal forma que, en general, podriamos preguntar, emulando la pregunta pla- tnica, lo moralmente bueno es bueno porque Dios asi lo de- sea 0, mas bien, lo desea porque es bueno de por si? Aceptar lo primero implica pensar que la moral depende de una religion revelada; contestar lo segundo es defender la autonomia del juicio moral. Porque legitimar la autoridad moral en una vo- luntad divina implica aceptar, como aquellos célebres persona- jes de Dostoievski, que “si Dios no existe, todo est permitido” (Dostoievski, 1969).2 Creo, y seguramente muchos de ustedes también, que esto es falso. Kant tiene raz6n en un punto cen- tral: la reflexi6n moral permite darnos cuenta de ciertas obli- gaciones que tenemos hacia los otros y que debemos respetar aunque Dios no exista. Nuestro deber moral no depende de ningun credo religioso. La moral regula principalmente nues- tras relaciones con los otros, y no es claro por qué raz6n esta relacin deberia estar mediada con lo divino; podria estarlo, pero no tiene por qué estarlo. Basta reconocer que el otro, andloga- mente a uno mismo, es un ser auténomo y posee la dignidad que le da el serlo, o basta reconocer -si no queremos ser tan racionalistas— que los otros, anélogamente a nosotros mismos, son capaces de sufrir y sentir dolor, para saber que no debe- * La célebre expresién esta en boca de Ivin Karamazov en Los hermanos Karamazov. Cf. parte 1, libro V, caps. 1-V, y parte tv, libro XI, cap. VIII (Dostoievski, 1969).

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