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' OPIO Diario de una desintoxicacién JEAN COCTEAU OPIO DIARIO DE UNA DESINTOXICACION (Con dibujos del autor) Prdlogo de Ramén Gontez ve La SERNA DNVERSIOSR DF AYENOS AINE FACULTAD DE MLOSCPA Y Levene DIMECCION DE @BLIOTECAS. EDICIONES DE LA FLOR n: ROBERTO ALVARADO José M. Henepia, Tapa y diagramac ‘Vraduceién: Juri Césez ve LA Seana : Revisién Técnica: Susana Lucoes ‘ © 1909 ‘ EpIciones De La Fror $8.1. Callao 449, 9° - Buenos Aires Hecho el depésito que previene Ja ley Impreso en Ta Argentina Printed in Argentina PROLOGO Para arrojar luz sobre el arte contempordneo hay que iluminar hasta la transparencia la figura de Coc- teau. Hasta en la literatura espaitola su antecedente es indispensable, pues es el que ha lanzado de nuevo los dngeles, estando amparado su estro bajo el signo que- niibico, siendo el fundador de To que podria Namarse: el “Serafismo” en poesia. El que nos trajo los éngeles es algo tan importante como el que “nos trajo Tas gallinas”, y no se nos diga que los éngeles stempre estuvteron cercanos a nos- otros, porque los dngeles que Cocteau oueloe a traer’ al mundo son unos dngeles originales en que vueloen @ colar en el cielo de los dngeles primeros y recién nacidos. Es su principal acto, pues ha dejado ilenos los es- pacios de dngeles nuevos, eéindidos y mecénicos, en contraste pottico con los seres achabacanados y te- rrenos que Wenaban las poestas. * Cocteau vuelve @ bordar los dngeles en nuevos ca- Ramazos. Les anges, quelquefois, tachés denere et de neige, Car ils font leur journal a la" polycopie, Leurs ailes sur le dos, s'échappent du college, Volant an pew partout, plus voleurs que des pies. 8 Jean Cocteau Con un angético destino él mismo, hay que contar su biografia con cuidado, pues es la envidia del mun- do, de los poetas y de los escritores. Nace Cocteau el 5 de julio de 1892, en Maisons Laffite, ese pueblo de Francia con nombre de fébrica. Es hijo de un notario pascalino, volteriano. Colegial externo en Paris, es un mal estudiante y si tiene algin premio es en lo mas inesperado, por el modo que tiene de tavarse con jabén cuando las cla- ses acaban. Comienza siendo un nifio prodigio, tanto, que é suele exclamar a veces: —iYo, que era célebre en Paris a los quince aivos! Recitaba sus versos en los principales salones y los sofés se desmayaban oyéndole, convirtiéndose en di- anes. Pero él se salva a aquel engatusamiento del gran mundo, a aquel ser el mas bello pex en las peceras iluminadas, Se evade del éxito mundano y hasta de los editores. —iPreficro escribir, segiin el mandato de Dios més que segtin el mandato de un editor! Todo el momento actual esté Weno de nombres recientes ¢ imberbes, pero entre todos se nota, como fendmeno extraiio ¢ inverosimil, la madurez esplén- dida de los que han de ser consagrados en el mundo, Que quién preside ese rejuvenccimiento del cielo de Francia? Siempre veré la adolescencia de los fe- Opio 9 némenos futuros en los juegos de ese genial nino de Francia que es Cocteau. Cocteau “diavoliza” —de “didvolo”, no de diablo— en los jardines de Francia, poniendo en to mds alto la taba de su didvolo, como si fuese la estrella pri- mera de ta tarde. En 1911, a los diecisiete aitos, después de algunos libritos de versos, publica Prince Frivole, En 1913 aparece un libro mds grave titulado La danse de Sophocle. Tiene la primera enfermedad incomprensible, erisis de sus nervios, al enredarse nervios y alma en la pri- ‘mera confusion del ovillo intimo, y descubre que ta poesia no es un juego ni un medio de alcanzar la gloria, “sino una bestia que os devora, un dngel con- minativo, el mensaje de aquéllos que viven a aquéllos que mueren...” Aparece en él una sinceridad que al servirle de método haré que le devore su obra, Es como eb ve- hiculo de una fuerza extraiia, a la que se dedica en cuerpo y alma, mecinicamente, Sus obras quieren vivir y se sircen de él, atravesindole, acabando con su salud, haciendo de él un desollado vivo. Le Potomak (1913-14) refleja esta crisis pintando el alma de una madre Wena de sensibilidad que Ue- gaa las més puras adivinaciones, En Potomak se des tacan Los Eugenios, microbios del alma en cuya com- binacién hay ya complejos psicoanalizados. La guerra estalla, Se le declara réformé, pero él se va al frente fraudulentamente por aburrimicnto de estar lejos de la batalla, 10 Jean Coctéan Convive con los fusileros marinos en Nieuport y vive en parte su Thomas lImposteur que aparcec~ rd en 1922. Funda con Paul Oribe et periédico Le Mot (1914). En esa época en que el espiritu del mundo se re- puelve y en Paris vuclan todas las hojas de los li- bros movidas por el desvario de un viento de desa- rraigo, sélo los muy sagaces vieron que todo iba a variar y por eso se retinen y se reconocen en esa ho- ra Cocteau, Picasso, Satie y tos més jévenes mtsicos. En mis biografias de Picasso y Apollinaire esté pintado ese momento; pero este adolescente rutilante pone los puntos sobre las jes de aquellos minutos, En 1917 Uega la hora de su alegria apotedsica con Parade en colaboracién con Picasso y con Erik Satie, donde prescita una farsa de circo con acrobatas dgi- les y pobres “que quisimos revestir de la melaico- lia que tienen los circos el domingo por Ia noche, cuando’ la sinfonia final obliga a los nivios a meter un brazo por la manga de su gabén mientras echan una ‘iltima mirada a la pista’, Nacid, en efecto, la idea de Parade en una repre sentacién de circo en que Cocteau vio cémo un enor- me elefante de pega se hinchaba, se hinchaba, hasta que estallaba con un detonante estallido y salian de su ruina dos clowns en locura de bofetadas. Cocteau elevs la idea hasta planear un animal fantastico, compuesto por dos bailarines que danza- ban el famoso pas du cheval de Parade, Yo encontré et circo como un nitio; él lo encuen- Opio uw tra como un nifio prodigio que cuelve de las reté- rieas amaneradas. “:Ah —grita frente al cielo de Ia pista, si yo tu- vicra el alma tan bien hecha como estos saltimban- quis tiene el cuerpo!” ‘Ama el circo, el music-hall, las orquestas america nas, porque “todo eso fecunda a un artista tanto como la vida misma.’ Servirse de Tas emociones que tales especticulos despicrtan no equivale a hacer ar- te segiin el arte, Sirven de excitante como, las mé- quinas, los aniinales, y el peligro”. Se ampara de Picasso, y de Erik Satie sobre todo, descartando las influencias de los escritores, porque pueden dar tics y debilidades que dificulten la hui- da, ya que el primer deber del escritor, segin Coc- teau, es Ta fugitividad. En 1918 publica Cap de Bonne Espérance, libro que responde a la moda vanguardista de los poemas breves, las naturalezas muertas, las poestas inspira- das. en los niiios, en los locos y en los suefios. Después viene Garros, Vaviation, en que relumbra al cielo iluminado gracias a la alta tensién de un rayo sostenido, En Le Coq et TArlequin (notas alrededor de la mésica) esté su pacto con los nuevos meisicos, pacto que nace en el primer concierto en la calle Huyghens, én un saloncito sin sillas, donde se mezclaban los snobs y los iniciados de Montparnasse. Entre constantes escéndalos nace el grupo que ha de llamarse de los Six, que preside remoto Erik Satie y estd formada por Darius Milhaud, Francis Poulenc: he B Jean Cocteau Georges Auric, Germain Tailleferre, Louis Durey y Arthur Honneger. Intentan “una miisica a ia medida del hombre. Ne- a de nubes, olas, acuarios y ondinas. Una miisica a ras de tierra; una miisica de todos Tos dias”. Previene a los jévenes contra los debussistas y con- tra Stravinsky, demasiado enorme, aunque después diga de A el mismo Cocteau: “Mi viejo Stravinsky es un tiburén que ahora pretende cantar como un ruisefior”. Un embalsamador de épocas deberia embalsamar esos aiios 16, 17, 18 y 19 del siglo XX para que se no- tase mds el sentido de reaccién que tienen muchas cosas de Cocteau frente al sentimentalismo tano de la época. Hacia 1918 conocé personalmente a Cocteau en Paris. Habia almorzado yo con Tristén Tzara en ca- sa de Delaunay, una comida en ese estudio de pintor en que todo estd improvisado siempre y en cuyo me- ini los hucvos fritos saben a aceite de linaza, la ensa- lada tiene un poco de aguarrés y el vino estd tenido con las mezclas con que se pinta el vino en las copas de los cuadros. En la sobremesa fueron apareciendo algunas fi- guras muy interesantes del Paris nuevo, las mas aten- tas y, por suerte, las mejores, a las que habia avisado Delaunay en niimero veinte veces mayor que el de las que concurrieron, Entre todos, Cocteau fue una aparicién con algo alado, y yo juraria que entré por Tos cristales del baleén més que por la puerta. Desde luego se situd Opio 13 en posicién de estar sobre la ctipula, en pie dnvante toda la visita, jugando con unos guantes de deportis- ta de la nieve, guantes que no apretaba nerviosamen- te, sino que acariciaba, dejéndoles conservar su mor- bidez esponjosa, como si diera la mano a la repre- sentacién de sien et peligro de la conversacion. Enouelto en su gabén felpudo, también tejido y confeccionado para Chamonix, tenta algo de esos saltadores de esquies, que se lanzan desde las altu- ras y hablaba frivolamente mientras Uegaba abajo. De pie frente a la mesa en que nos habiamos apacen- tado, Ia convirtié en mesa del conferenciante, y su éngel de la guarda fe debié de Wevar un vaso de agua que él se debid beber misteriosamente. Como es un “volador”, fue breve en su visita y en seguida marché hacia las chimeneas de la tarde. La impresién que me dejé fue ta de uno de los po- cos jévenes que no amaitan su arte, que todo lo que decia le era anunciado de verdad por un especial an- gel de la Anunciacién dedicado sélo a su servicio. Toda la obra de Cocteau responde a esa geniali- dad que no acaba de creerse, porque todos se suelen preguntar ante cada cosa de las suyas: “jEs posible ‘que haya en esto tanta intencién como parece? Es posible que se haya dicho con sentido esta frase, que parece imposible de bien definida que estd?” Cocteau lanza poemas paradéjicos, pero certeros, como el Poema para leer en un espejo, que va auto- grafiado y escrito al revés. Siempre me habia parecido, al ver los espejos so- 4 Jean Cocteau ire las mesas, que tenfan cierto deseo de actuacién pottica. Esos espejos cuadrados y del tamaio de una cuar- tilla querian actuar como cartabones poéticos 0 algo por el estivo, Yo me he complacido en aplicar ei aparato del es- pejo a esos verses, y he notado subrayado y dotado de un sentido més remoto el poema de Cocteau, es joven poeta de tupé de fuego y de poesia. En ese segundo término det espejo, que devoivio toda su derechura al poema escrito del revés, el arte Jicio de la poesia se prolongaba, adquiria su escenario y la poesia se dedicaba a una coqueteria préctica, sincera, de mujer que se contempla de cerca y ense- a ios blancos 2 iguales dientes al. espejo. Jean Cocteau ha consentido asi. a su musa un pla cer nuevo, el placer que esperaba con ansiedad. ~iNarcisismo decadentel— exclamarén los que nun- ca entienden nada. Pero no hay nada de narcisismo esptireo en esta reconstiuecién de la poesia en el espejo, ys sm em- argo, gracias a-este procedimiento, ha quedado des- plazada en un ambiente fantasmagérico y evocador. iGon qué gusts la leerdn las mujeres en su toca dor, orientando el espejo sobre la poesia, como cuando lo-orientan hacia su nuca y miran si estd bien ese tiitime caracolillo de su pelo que las interroga por detrés, cevrando su interrogante! iQué dificil es encontrar paginas que se puedan someter a la prueba del espejo! No es que todo se escriba del revés para volverlo Opio AS del derecho en los espejos, pero las paginas exce sas, los pensamientos en que lo nuevo se destaca del resto de lo dicho en el mundo, bien podvian someterse ad espejo. Para las yuras delectaciones, para los poemas en que no haya brutalidad, debertamos tener 2 espejo junto al abrepapeles harakirizante, el espejo para des- doblar el acto de encontrar demasiado divectamente ta maravilla. En 1920 conoce «Raymond Radiguet--al que Wama Cocteau “el milagro del Marne , porque al borde de ese rio habitaba con sus parientes— y le ayuda a lu nublicacién de sus poemas, consiguiendo que ape- rezea, en 1322, su obra Le diable au corps. Radiguet dice cosas hermanas de las cosas de Coo. eau. “Nos prometimos no ocultarnos nada de nuestros pensamientos secretos, compadeciéndola un poco causa de qué ella creia eso posible”. Mientras, Cocteau escribe novelas como todo & mundo, en reaccién contra el modernismo que comien- za a mucquear, a divinizar las méquinas, a volverse tun sistema, un truco. Es el momento en que funda la liga antimoderna con Max Jacob, Derain, Picasso, Braque, e, ete. Se estrena su obra Le boeuf sur le toit (1920) en ei teatro de los Campos Eliscos. En Le boeuf sur le toit transporta a escena un bar en que todo sucede al ralenti. Aparece un bar americano, con su alto andamiaje, vestidos los actores de autématas con grandes cabe- 16 Jean Cocteau zas de cartén, bajo cuyo exagero resultaba mas curio- 80 el movimiento de log brazos cortos. Un marido ofendido por los amores de su dama con et negro del bar, enarbola su bastén muy lentamente sobre et ne~ gr0 que enseita sus dientes blancos, y lo deja caer como en una pelicula a la que se le hubiera acabado la cuerda, hasta que tropieza con su cabeza y lo deja muerto. Un guardia entra, pero el ventilador le sec- ciona la cabeza. El guardia se la cuelve a poner 6 en esta obra todo lo que encontré ‘amano, desde la cocktelera hasta el pistén y el trom- bein, esos instrumentos que “hacen reir, pero que es- tan lenos de melancolia’ Et le piston risque un appel vers Vidéal (Joes Laroncue) Una miisica de danzones brasitefios instrumentada por Milhaud y la presencia de los Fratellini, los me- jores clowns de Paris, dieron al Buey en el tejado tun aire precipitado y delirante en que se fundieron todas las lémparas y las luces de aquel momento. Después de ese estreno funda Cocteau su bar Le: boeuf sur le toit, donde se embriaga de jazz, ese dios de muchos brazos que él Hama el “dios del ruido”. El bar se Wena de gente. “Una especie de chauvinismo nos amenazaba —di- ce el mismo fundador-. Nos volvimos personas que se contradicen, farsantes, clowns. Se contaba y se cuenta que yo tenia un dancing. Estaba compro- Opio ay metido y perdido para siempre. Pero nos habiamos saloado....” A continuacién (1921) estrena Les Mariés de la Tour Eiffel, composicién con tipo de affiche en que son rchabilitados muchos lugares comunes. Esta es la obra en que dos fondgrafos se producian sin ima- gen que les personificase —detrés de una de las bo- cinas leia el papel del Fondgrafo Neimero Uno el mismo autor— mientras los personajes, acartonados y al fondo, se movian segtin un mecanismo genial ineentado por Jean Victor Hugo. La miisica era del grupo de ios Six y todas las noches habia un motin en la sala, Aparece Ve Secret professionnel (1990), libro en que Cocteau muestra sus ilusionismos, pero sin dejar vislumbrar el secreto de su ejecucién. Sigue Le Grand Eeart (1922), falsa autobiografia, con su historia de amor dicha con palabras ripidas, ena de anéedotas que dan un relieve coloreado a lo que va sucediendo, como una restauracién pinto- resca de un relieve antiguo. Tiene treinta aftos. No los esperaba y exclama un poco quemado ante los que se los achacan: “;Trein- ta atos! zs burldis cuando ésa es la gracia de los mérmoles?” ‘Thomas I'Imposteur (1922) es una’ novela blanca “como Ia sal, la menta y la nieve”, Una novela en estilo cursive. Novela de penumbras, entre ei sue- fio y la realidad, entre la tierra y el cielo, entre la vida y la muerte. 18. Jean Cocteau Plain-Chant (1922) presenita lo que en Cocteau hay de medio muerto, de tisico de oido fino y telescdpico. Radiguet comienza su Bal du Comte D’Orgel, esa novela que es a la Princesse de Cleves To que los relo- jes eléctricos de cristal son a los grucsos relojes de oro hechos con encaje de ruedas. Crea Cocteau, en 1922, Etude sur Picasso y Paul et Virginie, libreto de una dpera cémica que en co- laboracién con Radiguet debia musicar Satie, que habiendo muesto sin cumplir el encargo, deja a Fran- cis Poulenc esa mision. ‘Antigone (1922), primer ensayo de Cocteau para rejuvenecer los viejisimos temas arrancéndoles la pé- tina que Gide llama “la recompensa de las obras macstias” y Cocteau “el fardo de las mediocridades’. Mas tarde, perfecciona Antigone con Oedipe Roi, 1 en 1924 representa en medio de tinieblas, sin que se atishen apenas algunas lineas de las balaustradas y de las ventanas, un Romeo novisimo, en que ven- dimié las guimaldas que sobrecargaban la obra de Shakespeare y no dejaban ver la desnudez pasional de sus blancos huesos. En (1993) muere Radiguet, golpe terrible para Coc- teau, que lora como un nifio y se pone luto de nifto, el tinico luto que puede llevar colgadas cintas negras de corona. Cocteau decide no volver a escribir hasta nueva orden, dando a esa palabra el sentido grave de no volver a escribir hasta que le seftale la hora de esas apariciones que se presentan en ia puerta que abre el aire misterioso de los pasillos. Opio 19 “Su corazén de diamante —ha dicho Cocteau de Radiguet con el estilo de los recordatorios— no reac- cionaba al menor contacto, sino que necesitaba fue- 20 y otros diamantes”. Por fin, en 1926 entra en el alivio de su luto y es- cribe su Oxphée, en que es el mismo Radiguet el que aparece como Orfeo. Representan la obra los Pitoeff, y Cocteau representa en ci estreno el papel de “angel vidriero” Cocteau entrega al piiblico esos dibujos suyos que estén dibujados con plumas estilogrdficas y tienen mucho de riibricas organizadas y vertebradas, Sus dibujos sobre Espaiia responden a aquel con- cepto que trazé él mismo con su escritura altibajan- te: “jMarinero, arriba la Geografial Espaita, tinta china y “corrida” de tinta roja, Espaia, jaula de lo- 10s. Espaiia que besa ala muerte por debajo de ta piena. Espaita, guitarra que recibe telegramas. Es- patia, persiana del cielo, Espana, abanico del mar” Le Christ couché dans la crypte est un checal de picador. Picasso es el que le aconsejé reunir en un magné- fico dlbum esos dibujos dispersos que ha habido que Uevar al fotograbado delincados en los mentis y en el revés de las paginas de las listas de vinos, Se celebré una exposicién de esos dibujos y Coc- teau decia a un amigo la vispera de inaugurarse: —Me da la sensacién de haber muerto y de que mis amigos han organizado una exposicién retrospectiva en recuerdo mio, SSS 20 Jean Cocteau Y es que son tan esponténeas esas Hineas, tan re- cuerdo de un pulso vivo, tan anecdéticas de un gran escritor, que al mismo autor le resultaba raro verlas en una exposicién. “El Virtuosismo —ha declarado Cocteau— eva al lugar comin”. i El es un intuitivo rosifilo que da sus rosas sin ar- tificio, pues como él ha dicho, con palabra evan- gelista “el horticultor no perfuma sus rosas En los dibujos de Cocteau se mexcla la ironia y Ia observacién... marcando la camisa de los tiempos que corren, con la marca digna de ellos, la marca eventual e ingrdvida, libre del adornismo de las mar- cas quo figuran on las partituras para el caiiamazo. Todo en la obra de Cocteau necesita una velo dad especial de contemplacién. “La gente lee muy ligera ~ha dicho él—. Ha ad- quirido la mala velocidad que consiste en compren- der un escenario de film lo més répidamente posible, y no la buena, segin la cual se ha de poder ver de ‘una ojeada todo cuanto encierra una de las imag nes que en eb film se desarrollan y que se detienen muy poco ante nosotros”. Las tinicas palabras de estética pura y soporta- ble que se han pronunciado después de Oscar Wilde, son de Cocteau. “El reverso de una tela bordada excita ta envidia de las apetencias ruines.” Ha legado de China con todo el reverso de oro puro para que por ef derecho sélo aparezcan algu nos hilos dorados sobre sedas mates, de un negro Opio a de tinta, Es raro que nuestras damas no la usen por el revés. Asi es como el romanticismo lleva la poesia. Este falso lujo finge a veces la verdadera rique- za; pero si se impone al oulgo, la mirada experta su- {fre su contrasentido. La poesia debe tener un aire pobre para aquéllos que no conocen el verdadero iujo. Un poema es el sumo lujo, es decir, el dpice de la reserva, lo contra rio de la avaricia”. Su estética es complicada, pero clara “Las méquinas y las construcciones americanas se parecen al arte griego en el sentido de que la utili- dad les confiero una sequedad y una franqueza des pojadas de lo superfiuo. Pero esto no es Arte. EL papel del Arte consiste en captar ese sentido de la época y en extraer del especticulo de esta sequedad préctica un antidoto contra la belleza de to initil ‘que favorece lo superfluo”. A veces aboga por la “reaparicién de la rosa, tinica reaccién posible contra tas flores del mal y las mé- quinas”. eLa poesia moderna? La palabra moderna es ab- surda. Decir “Yo soy moderna” equivale a decir: “Nosctros, caballeros de la Edad Media’. No hay tal poesia moderna. Hay la poesia, que es de siem- pre, como la electricidad, que, como ella, obra sobre las masas por fuera del arte, y hay personas que la fabrican pequeiies vehiculos. Son los artistas” Este mismo concepto lo repite con estas palabras: “No se puede decir que Mallarmé era mallarmea- 22 Jean Cocteau no, como no se puede decir que Picasso es cubis- ta... La poesta de Mallarmé le pertenecta a él ex- clusivamente, como ei cubismo es exclusivamente de Picasso”. “La poesia es una partida de cartas ejecutada por el alma, Reside en las rupturas de equilibrio y en la divinidad de los juegos de palabras”. “Una escuela poética es un hospital Para apoyar sus tesis encuentra esas palabras te- sribles de los grandes hombres que nunca subrayaron los eruditos; asi, esa de Goethe: “Lo contrario de la realidad para obtener el colmo de la verdad”. Su obra es como la segunda creacién de la Via Léctea, y a los que dudan de él como si fuese un mixtificador se les podria contestar lo que contesté Picasso a unos que le dijeron “que se queria quedar con el piiblico”: “El arte ha sido siempre quedarse con los otros, burlarse de ellos... Eso hizo el Greco, eso hizo Goya en su San Antonio de la Fiorida y en sus Pro- verbios, y eso hizo Miguel Angel”. De vez en cuando dice con volubilidad axiomas inrremovibles: “El futuro no pertenece a nadie. No hay précur- sores; sdlo existen retardatarios”. “Una obra de arte debe satisfacer a todas las mu- sas. Es lo que yo Namo: la prueba por nueve” “Un hombre joven jamds debe adquirie valores seguros”. “EL ruisefior canta mal”. “Lo que el piiblico te reprocha, cultivalo: eres +a”, Opio B “Hay un tiempo para burlarnos y otro para que se burlen de nosotros, como hay un tiempo para be- ber cocktails y otros para comitarlos". “La cordura es la locura vuelta del revés” “Cuando los demds nos crean comprometidos es que estamos salvados”. “Una cosa permitida no puede ser pura”. “Los museos son como la Morgue, a la que va uno a reconocer a los amigos”. AL entrar en un-salin decorado a la manera mo- derna, es decir, sin nada en las paredes, como si to- dos los muros actuales esperasen una nueva pintura con la que atin no se atreven, exclama Cocteau: ~iQué bien esté esto, pero qué léstima que To ha- yan robado! Dofine a los hombres sin negar su naturaleza. Asi contesta a los que le preguntan por qué le gusta Tzara, que mete las palabras en un sombrero y las saca al azar: “Tzara es un creador. Es incapaz de oscurecer las cosas. gQué hace? Lo inverso. Da sentido a to que no lo tiene. El simple hecho de que su mano dirija el azar, hace que ese azar le pertenezca y se Te parezca, Saca de la nada una criatura a su ima- gen, jQue le imite cualquier otro, y las palabras que saque del sombrero saldrin mal! Tzara moverd el sombrero y sacaré maraviilas”. Como exacta silueta de Proust escribe: “Una mala noticia para los amateurs de desastres: Marcel Proust deja una obra completa, hasta el pun- to final. Eso lo sabiamos y se leia en su rostro muer- 24 Jean Cocteau to, El mundo, no entrando mds en aquel rostro, no To atormenta mas. Los que han contemplado aquel per- fil tranquilo, de orden y plenitud, jamds olvidardn el espectdculo de un increible aparato registrador inmo- vilizado, trocado en obra de arte: una obra magis- tral de reposo, cabe una pila de cuadernos en los , que el genio del ainigo continuaba palpitante, cual el reloj pulsera de los soidados muertos”. Del pintor Chirico ha dicho: “Chirico o el lugar del crimen”. “Chirico o ta hora del tren’. Y anotando lo que. tienen de ciegas sus telas, aiia- de: “Pero ninguna es ciega”. Cuando Mega al méximum en la biografia es cuan- do dice que “Victor Hugo fue un chiflado que se crefa Victor Hugo”. Gracias a su agilidad ha pasado su espiritu como un rayo descubridor de colores a través de opaci- dades, Procura poner junto a esa frivolidad celerosa una giavedad de enfermo, de moribundo, de enlutado por sus mamés renovadas. Se podria decir que tiene la suerte de la muerte el velo de luto oportuno, cuando su coqueteria inri- ta al mundo demasiado lerdo. Cocteau tiene frases de decepeién y desesperacién que le hacen perdonar su pasado. Después de esa época central de su vida en que fija su estética y lanza sus mejores metéforas, co- lecciona sus mejores poemas bajo el titulo de Poésie, sus criticas bajo el titulo de Le rappel & Yordre. Opio 5 Aparecen sus Visites a Barrés, Ia Lettre & Maritain y Le mystere lai (1928), obra en que ensaya evar 4 su filtima conclusién ese desorden sagrado que éL cree que ¢s el orden puro. Sufre dos intoxicaciones de opio, que fuma para calmar sus pesadillas nerviosas, y en el despertar de la segunda escribe en diccisicte dias sus Enfants terribles (1929), que leva en el covazén desde los die. cinueve aiios, y que siendo la obra mas objetiva det poeta se halla mezclado a ella, como el cémplice de ‘un crimen en el que no tomé parte. La protagonista de la novela dicen que se suicidé por ser idgica con la novela de Cocteau, y en Paris, en un Exposicién de Miré, conoci al hermano pétido de la muerta, timido como un, colegial, con ta sombra de su hermana a los pies, diciendo que se suicidaria también en cuanto desapareciese su madre. Recuel do que una elegante dama me propuso preparar una cena para que le conociese, pero a mi me dio miedo ver moverse en la misma mesa unas manos invisi- bles que manejarian cubiertos de cristal. Lo supra- sensible mata en su aproximacién Cada breve decir de Cocteau, cada poesia dispa- rada como una cervatana es una rdfaga viva, pues las obras atléticas son un resultado de fatigas, de tristezas, de pésames y de enfermedades. En 1925 trae de su veraneo en Villefranche-sur- Mer, como Picasso de sus playas, una serie de obje- tella ,etc., etc., que con cierto aire de obras de arte tos hechos con limpiapipas, alambres, plomos de bo- del presidlio, sostione Cocteau que “se lanzan a vivir 26 Jean Cocteau en cuanto se vuelve la cabeza” con una vida criminal ¥ sangrante. Busca en estas experiencias las relacio- nes secretas de lo humano y lo inhumano, de lo in- visible y lo material Convierte sus poemas en discos parlantes, encan- a tado con colaborar con sus graméfonos y oft su coz convertida en una voz que no es suya, una voz que parece salir de una méscara griega. “Quand tu ris de courir sur Therbe de ta tere, En plein soleil acrt, : Ede tomber sans te fare mat, Songe que sous la place étote, Wye de la tore, Et oncore de la terre, Bn ligne droite, BL de la roche et du minéral Et do ta lave, : Et des incandescences, Et le fou central Songe, en continuant ta descent, Quil ya du feu ot encore du feu, Puis, des laces incandescentes. Puis de ta roche et da minéyal, Pais de a tome, : Ev encore de la tere, Bt peu @ pew, De ta tere ob péndtre de tai, Et du gazon, Ee de le nuit sur une seison, Et une femme qu dort @ la Newcelle Zéonde, Avce Tabime airdessous delle, ‘Auedessous de son tit. Et songe que pour elles est pareit pour to." Opio i En 1930 nos encontiamcs varizs veces en P_ris. Primero estuve con Cocteau, junto a la duquesa de Dato, en una cena con que nos obsequid la fina y preclara madame Victor Hugo. En el saloncillo leno de dibujos del abuelo Hugo, 1 exquisitado por bibelots hallados en playas desco- nocidas, el verbo de Jean Cocteau se sentia suclto, como en otro rincén de su mundo, ese mundo entre submarine y celeste en que vive siempre el pocta. Los ceniceros de espejo hacian que las colillas se olviesen narcisicas y en los bricaros habia, en lugar de flores, pipas nuevas de yeso. En Io alto se vislumbraba una cabeza de toro de mnimbre, regalo de Morand. En todo los rincones habia cosas creadas por la exquisita dama, que ha metido tripas de cristal de laboratorio en los jarrones y las peceras. Estaba Cocteau recién salido de su tltimo cole tio de nivio prodigio, del sanatorio de la desintoxica- Cidn, donde le han hecho sufrir mucho al desenredar- Jo del opio, la droga més dificil de sonsacar, pues figuran en ella alcaloides misteriosos, sombras de hu- ‘mo de un veneno casi religioso. 2X ha vuelto usted a fumar alguna pipa de ese polco que sélo los faquires pueden resistir sin cami- nar a la muerte? ~Ninguna... $i hubiese vuelto a fumar, to di- ria... Una de tas cosas hermosas que pueden dig- nificar el pecado es la sinceridad de no ocultarlo cuando se comete... jY eso que el perfume del opio es inolvidable! Picasso ha dicho que los tres per- w a Jean Cocteau fumes méximos que se encuentran en la vida son el del opio, el del circo y el de los puertos.... Hay ya ligeras arrugas en su cara de adolescente flaco, pero parecen arrugas que él ha dibujado en su rostro con difuminos, aparentando la edad que debiera tener segtin los otros, para que los olros no se inriten con él Cocteau, que siempre ha sido un Greco, quizé su Juan Bautista, aunque con los ojos mas pequetios, es ahora un Greco desmejorado ° Sobre cubierta de un barco japonés en Marsella, en la hora nocturna de fumar opio, todos en corro alrededor del eapitén se alzaban las siluctas de aque- os hombres flacos. sarmentosos y retorcidos, como si fuesen un vivo olivar. =e qué prepara ahora? Ie pregunté Voy a estrenar una cosa en la Comedia France- sa... La titulo La voz humana. Una contraposicién al escéndalo de Hernani, euyo centenario se celebra- 14 estos dias en la misma Comedia Francesa... Me Airijo al corazén de la sala por encima de la cabeza de ios intelectuales jEn la Comedia Francesa! ;Qué dirdn sus ene- migos! eY todas las estatuas con peluca que lenan los pasillos? —Lo que digan los enemigos no me importa, y en cuanto a las estatuas, todas me saludan con fae miliaridad. Al decir esto Cocteau hizo tun gesto de picardia, como suponiendo que los grandes comedidgrafos del Opio 29 pasado le dirigiesen un “jAdids, ninchil”, puesto en francés. —He resucitado tos viejos telones de la Comedia Francesa, los telones en que las holgadas cortinas se pliegan sobre otras cortinas .... Espero que bajo aquel marco de oro y de respeto las palabras adquicran su verdadera proporcién, su justo sentido... Abo- mino de la luz de los nuevos teatros y no quiero que la actualidad deforme mi obra. Todo en mi drama es el recuerdo de una conversacién sorprendida por teléfono... Huyo de las palabras amorosas tan in- soportables como las palabras de los nifios... ..-. Después de aquella conversacién fui al ensayo in- timo de la obra de este poeta, que ya tocaba prodi- giosamente el piano de la poesia a los ocho anos. Toda la Comedia Francesa estaba inquicta al ver iegar a los invitados al ensayo de Cocteau, pues no eran los que son asiduos a su précer salén, sino los tipos que sélo se ven en los teatros de ensayos, en los estudios teatrales, construidos con biombos su- perpuestos y enlaberintados. La sala del teatro tenia la media luz de las igle- sias, y junto al tein del lecho dramético —las corti nas con grandes senos de misterio—, las luces det proseenio eran como candelabros de piano con ara: delas de cristal que son los paiwelos para las lé- grimas talladas. Como detalle chocante del gran teatro burocrdti- co de Paris nos sorprendié la presencia de un viejo jefe de negociado que bajo una témpara de oficina sobre un pupitre establecido en la tercera fila de bu- ra se RNA ETE LOTTE k 30 Jean Cocteau tacas lee una comunicacién, y en la hora de comen- zat el ensayo general telefoned la orden de levantar el telén por el receptor de mesa colocado en la buta- ca de al iado, Con sencilla solemnidad de toma de posesién del escenario clasico por ta vanguardia, se levanté el te- T6n sobre la tinica escena de la comedia de Cocteau, La protagonista estaba tirada en el suelo a los pies de su catia, como una sombra blanca emharuilda de enaguas y de saltos de cama, El teléfono sonaba, y la sombra blanca cc menzeba la escena angustiosa, con las moderaciones de la agonia que quiere ser noble, del amor que ain tiene una ‘iltima esperanza, EL poeta digno, subrayaba sélo la gran sencillez de la voz humana en su juego de escalas. Lograba Cocteau que se notasen en su obra con- trastes de pureza tales como el que se pudiesen ver los dos papeles de la actriz cuando habla y cuando esté muda frente al teléfono ademds de la “eterni- dad de los sitencios”. Se veia que el mundo no es més que un mundo de despedidas, y por eso estaba tan bien cogida Ta despedida, Sélo hubo una intervencién impertinente en la sala, debida a un enemigo de Cocteau, el pocta Paul Eluard, que grité a la actriz que telefonea: —alist-ce A Jean Desbordes que vous téléphonez? La sala protesté vivamente, y la policta se Tews al interruptor que ast habia lanzado una insinuacién ‘maligna, pues Jean Desbordes es el joven novelista Opio 81 ‘amigo intimo de Cocteau, que, segin dicen iba con ,, vestido de marinero, a los Ballets Russes Pronto se reanudé el silencio. “Te oigo con tal avidez, que tengo ojos en los vidos", decia ia protagonista con inflexién de vos que queria morir confesando su pasién. La actriz era flexible, diictil, maestra. No dudaba ni un instante, y daba toda la serpicate de su moné- logo en vivo e incesante cimbreo —gno estaria oyen- do al apuntador por el auricular?—, envolviéndose en la cinta de las palabras como si fuese a ahorcar- se con la sarta de ellas, como hay un momento ¢% que materialmente parece ir a suceder con et hilo del teléfono, que se enrosca a su cuello como lazo de nudo corredizo, el lazo que hubiese disparado desde lejos el hombre que se evade de su amor a tra- vés de la linea telefénica. La larga conversacién patética no era més que eso: conversacién, ovillo de palabras; pero asi reac- cionaba el teatro contra las bambalinas exageradas, contra ese juego de cajones superpuestos que era el otro extremo en que se le queria hacer caer, y el “habla” adquiria su proporcién suprema, Eran emocionantes los detalles, como cuando la dolorida mujer, cansada de oir mentir, dejaba ha- lar al aparato en et vacio ... La peripecia no suponia apenas nada: es un corte inesperado que hace que la protagonista vuclea a Uamar a casa del amante para reanudar la. convers- cidn, entertindose entonces por el viejo criado de que el setior no esté en casa, 0 sea que la ha Wamado 82. Jean Cocteau desde otra parte, desde la casa de Ta nueva invasora, que quixé es la que en un momento dado pone el dedo en el ganchillo que guillotina la conversacién; unos guantes por los que pregunta el que huye, que ella dice no encontrar, aunque ahoga los sollozos en sus velludos nidos, y ai final, acostada sobre eb periddico, que suena a hojas secas, un admirable vdmito de lgrimas. Los invitados aplaudicron largamente; pero Coo- teau no salié a escena, porque cuando aman los aplausos de la invitacién el autor no debe salir de la alcoba de tas reflexiones. Todos: al final comenzamos a bajar las escaleras con una sonrisa especial, como si hubiésemos asis- tido a ta primera amonestacion de la boda entre el joven de la calle y la dama de abolengo. Las estatuas de todas las supuestas chimeneas de los pasillos y de los rellanos de la escalera estaban hierdticas, enfurruitadas, rompiendo con encono el aire de sus cumbres. Dos, tres, cuatro bustos de Victor Hugo hacian presente el mal humor del pre- sidente del Tribunal Supremo de la Poesta. Una seftora salia diciendo a otra: ~Yo he tenido diez veces esa misma conversacién por teléfono. ;Qué verdad es la comedial Picasso, mientras, le decia al oido a Cocteau, re- firiéndose al gesto que hace la actriz en camisén, haciendo como si se calentase en un radiador que imagina junto a las candiiejas, como si un muro ce- rrase la comunicacién de la escena con la sala: —iQué bien ha estado eso! Los espectadores no Opio 33 debian ver nada, puesto que se supone una pared entre ellos y el escenario y debian irse... Eso he estado yo pretendiendo con mi pintura, que fuesen, gue dejasen de pretender ver lo que habia, y no he conseguido nunca que se marchen, Algiin tiempo después de ese estreno vi a Coc- teau en una cena que dio en sus salones de Paris Victoria Ocampo, y en la que reunié a madame de Noailles, a Cocteau, a José Ortega y Gasset y a mi. La entrada de la condesa de Noailies tuvo esa cosa de gran mariposa de gasas y sedas negras que es ahora la poetisa ideal. Venia acompaada de su doctora, que siempre la vigila de cerca para estar atenta a su pulso cuando pueda desfallecer. Al sentarse en el sofa la condesa se levantaban por detrds sus gasas, como la faldilia de lindn de las bailarinas y sus brazos enguantados con largos guan- tes negros recitaban al moverse poemas de abanicos japoneses, Cocteau, en traje claro porque tiene el permiso det poeta de dejar el smoking para los dias de luto— dio los primeros trompetazos de lirismo. Pasamos después al comedor. Cenamos entre bromas a los candelabros y des- precios al frio de la calle, y acabada la cena vol- vimos al salén. La condesa de Noailles pidié que se apagasen luces para encontrar ese reposorio de silencio de pe- numbras que ella necesita, y se acosté sobre el soft para hablar de rosas blancas y rendijas de luz en las tas de Grecia 84 Jean Cocteau Cocteau era el que consumia més turnos saltando de unas cosas a otras. —Max-Jacob sostiene que su bisabuelo fue el que inventé las costumbres bretonas. Los museos, como ha dicho Picasso, estén Ue- nos de cnadros que fueron malos y que de pronto resultaron buenos. Hay que defenderse de los salones que estén Henos de una luz que no hace sombras como la de las canditejas. Ortega, de pie en el salén, se situaba con pocas y certeras palabras en el panorama de los grandes hombres, mientras encontraba en Cocteau esa mara- villosidad espiritual que sustituye su tupé rubio por Ta lengua de fuego del verbo sagrado y frivolo de la época. Cocteau volvia a flotar en ta conversacién. =Cuandlo se milagriza una cosa es de aquél que Ja milagriza Victoria ponia su nuca y su espalda en el espejo como un magnifico reloj de seduccién sobre el aba- co de la chimenea, distribuyendo los lazos del pre- mio entre Tas cosas mds dificiles y mejores que se iban diciendo. Los brazos enmascarados de ta de Noailles recita- ban palabras. Ortega elevaba los asuntos como si su rostro cetrino mirase a los soles que olviddbamos en una atmésfera de demasiado artificio Me ha Wamado Rothschild por teléfono —insis- tia Cocteau— para que me encargue del teatro Pi- galle... Yo he respondido que no se acuerdan de Opio 85 los poetas sino en los naufragios, pero que los poe- tas no tienen las mismas obligaciones que los éngcles de la guarda, También me han escrito hoy de Los Angeles, ofreciéndome una gran cantidad para dat soluciones mdgicas a los asuntos; pero yo abomino Ta luz de allé lejos. =No se debe hacer caso a ese seitor mezquindo- so que dice: “No hay que mivar a la Victoria de Sa- motracia... Lo que tiene valor es una figurita que hay junto a ella...” Mentiva! Lo que vale como uno de los pocos hallazgos de la humanidad es la Victoria de Samotracia. .. Hay una época de éngeles, otra de mariposas, otra de ojos ... —Cada obra corresponde a un doctor diferente. ~Ese algo misterioso que tiene la pintura... Esa poesia incomprensible y triunfadora que se encuel- ve en la pintura y que hace que un Seurat valga hoy quinientos mil francos y un Rousseau cerca del millén. Yo hablaba buscando las palabras inauditas del francés para espantar al salén. Cocteau me com prendia, y la condesa, alegre como una nia, acep- taba mis paradojas, Victoria, como la reina de la pampa, tomaba més gravemente las cosas y desafiaba al espejo con Ta esbelta cascada de su espalda. La de Nouilles, legadas las doce y media, se puso en pic para irse: —Je vous défends de toucher le francais de Ra- mon... Ne le corrigez jamais!... Son frangais est un francais plastique que jaime. 36 Jean Cocteau Cocteau, con esa extraia fraternidad que hay en- tre él y yo —como si yo fuese el hermano de buen ato y él el flaco~, defendié también mi francés, sosteniendo ya en la puerta que mis palabras fran- cesas eran como esas bolas de colores que tiran to- dos los bolos que encuentran a su paso, con una di- vertida iconoclastia contra las palabras demasiado tiesas del francés. Se fue en el coche de la condesa. Ortega, que siempre ha repetido frases de Coc- teau con admiracién, se quedé encantado de su es- piritualidad inconfundibie —estrella en la frente y terminé la velada despidiéndonos los dos de Vie~ torio Ocampo, que habia sido la reina americana que habia ofrecido a dos espaiioles los mejores in- digenas de Paris. Después de esa entrevista, Cocteau cada vez mas en candelero, repite sus pocmas en bellas ediciones a sesenta mil francos cada ejemplar; escribe obras de teatro para el escenario de la fabula como La belle et la béte y se produce cada vez con mds deseo de ser amado, poseido por la locura de la exactitud, pues como él ha dicho: “Yo soy un mentiroso que dice siempre ta verdad”. Al salir del sanatorio de Saint-Cloud, donde le han extirpado su aficién al opio, escribe este Opium que hoy se publica en castellano, y lo ilustra con unos dibujos esfinogrdficos que responden a la ma- ravillosidad del libro, como va a ver el lector. Su tina creacién ha sido una creacién cinema- togrdfica, pues Cocteau, sin ninguna novifobia, cree Opio 87 que el cine es “la tinica arma de precisién que per- mite matar a la Muerte”. Subvencionado por los vizcondes de Noailles, su film ha sido el escéndalo de los salones de Paris, y en esos circulos cerrados a la moda de Londres se ia querido expulsar al aristécrata audaz, dando es0 Tugar @ las mds divertidas hablillas de aquella aris- tocracia conservadora y absurda. Cocteau, que habia filmado su obra a retazos con- tradictorios, proyectaba dos palcos proscenios junto al escenario de ta descorazonacién de un nifto, y como Ia escena habia sido construida por partes, primero un palco, después el otro, y por fin el sae dismo del escenario, lo extraordinario era ver reuni- das las tres cosas con isocronismo, y contemplar un palco leno de prostitutas en camisa frente a un pal- co enlutecido por los mas alcurniados aristécratas de Francia, aplaudiendo ta atrocidad propiciatoria del drama, iAdmirable estratagemal iCudntes cosas como ésas hay que hacer en el mundo pasmado de tonteria y mojigaterial eCémo resumir el valor de esta figura literaria? Solo afirmando que Cocteau es tinico 0 apelando a esa definicién que de él hizo el gran Oliverio Gi rondo, cuando dijo que es “un ruiseitor mecdnico al que ha dado cuerda Ronsard’. No se le puede mezelar a otros nombres literatios, aunque con el afin de dar ia leecién completa de su momento, hage que se le ligue a Max Jacob, doux, Breton y Radiguet. aS Se 38 Jean Cocteau En contestacién a este afin defectuoso, ha dicho Cocteau: “Las estrellas que forman la Osa Mayor no saben como estén colocadas, no saben que la Tierra las pe, componiendo ese dibujo”. Ramon Gowaz De La SERNA Sublecacién de las tripulaciones DEDICATORIA A JEAN DESBORDES Hasta el sol tiene manchas. Su corazén no las tiene. Me ofrece usted a diario este especticulo: su scxpresa de saber que cl ‘mal existe Acaba usted de escribir Los Trigicos, : un libro que esté por encima de las sinta- xis. Cita en él a guisa de epigrafe cuatro versos mios. Le ofrexco estas notas a cam- bio, porque posee usted al natural esa li- gereza profunda qua imita un poco el opi. TE ‘Mon cher bon grand fond matempia La SECUESTRADA DE Porrnens (Segin el estudio de André Gide.) Estos dibujos y estas notas datan de la clinica de Saint-Cloud (16 de diciembre de 1928 - abril 1929) *. Se dirigen a los fumadores, a los enfermos, a los amigos desconocidos reclntados por los libros y que constituyen Ia tinica disculpa para escribir. He suprimido los dibujos hechos con el pretexto de distraerme. Quisiéralo yo 0 no, trascendian a trabajo plistico, cualquiera que fuera mi_tonteria frente a los problemas de actualidad. Relato una desintoxicacién: herida al ralenti. Los dibujos que van a continuacién son como gritos de sufrimiento al ralenti, y las notas, las etapas del trinsito de un estado considerado como anormal a un estado con- siderado como normal. ‘Aqui se Ievanta el ministerio piblico. Pero yo no declaro, No defiendo. No juzgo. Aporto unos pliegos de cargo y descargo al sumario del pleito del opio. Me acusardn, sin duda, de falta de compostura. Quisiera carecer de compostura. Es dificil. La falta de compostura es el signo del héroe * Me refiero a una falta de compostura hecha de cifras, de cuentas de hotel y de ropa sucia. Leit-motiv del De. Paorunnis? El tinico crimen consiste en ser superficial. Todo To que se comprende esté bien. 1 Las notas fechadas en 1930 fueron afindidas en las pruebas. (N. del A.) > El signo del héroe militar es Ta desobediencia, 1a falta de diseiplina, (1. del A.) 3 Carta a Jord Alfred Doughs, edicién completa. (N, det A.) 44 Jean Cocteau La repeticién de esta frase irrita, pero es revela- dora, Ese lugar comtin, iiltimo descubrimiento de Wilde, deja de ser un lugar comin y empieza a vivir por el hecho mismo de descubrirlo. Adquiere la fuer za de una fecha. Quisiera no preocuparme por escribir bien o mals legar al estilo de las cifras. Me gustaria saber si la carta de Wilde es tan cha- pucera como su traduccién, Serfa un triunfo sobre la estética. Acaba uno esa carta con la impresién de haber Ie do una obra maestra de estilo, porque en ella todo ¢s cierto, todo tiene el peso mortal de los detalles indispensables para preparar una coartada, para per- der 0 salvar aun hombre. Rousseau adorna sus cifras. Las cierra, las rubri- ca. Chopin las enguirnaldari, Sus épocas lo exigen, Pero carecen de compostura, Lavan su ropa sucia cen familia, es decir, en ptiblico, en la familia que se buscan y que se encuentran. Sangran tinta. Son unos héroes. Me he intoxicado por segunda vez en les siguien- tes circunstancias: Ante todo debi haber sido mal desintoxicado Ia primera yez. Muchos toxicémanos valientes ignoran las acechanzas de una desintoxicacién, se contentan con una supresién y salen destrozados de una prueba inatil, con células enfermizas, a las que impiden re- vivir con el uso del alcohol y del deporte. Los designios oscusos de la Providencia Opio a Ya explicaré més adelante que los fenémenos in- cxeibles de una desintoxicaciin, fendmenos contra los cuales no puede nada la medicina como no sea dar al calabozo un aspecto de cuarto de hotel y exi- gir al médico o a la enfermera paciencia, presencia, fliido, en vez de ser los de un organismo que se des- compone, deben ser, por el contrario, los sintomas incomunicados del recién nacido y de los vegetales en primavera. Un firbol debe sufrir con la savia y no sentir Ia caida de Ia hoja. LA CONSAGRACION DE LA PRIMAVERA orquesta una desintoxicacién, con una exactitud escrupulosa de la qne no sospecha ni Stravinsky. Me he reintoxicado, pues, porque los médicos que desintoxican —debia decirse simplemente que pur- gan— no intentan curar los primeros trastornos que causa la intoxicacién, porque volvia yo 2 hallar mi desequilibrio nervioso y porque preferia un equili- brio artificial a In falta absoluta de equilibrio. Este ‘maquillaje moral engaiia mis que una cara descom- puesta: es humano, casi femenino, recurrir a él. Me intoxieaba con prudencia y bajo la vigilancia inédica, Existen doctores accesibles a la piedad. No pasé nunca de diez pipas. Las fumé a razén de tres por Ia mafiana (a las nueve), cuatro por la tarde (a Jas cinco) y tres por Ia noche ( a las once). Crefa yo disminuir asi las probabilidades de intoxicacién, Nutri de opio células nuevas, renacidas al mando después de cinco meses de abstinencia, y Tas nutri 48 Jean Cocteau con innumerables alcaloides desconocidos, cuando el morfindmano, cuyas prdcticas me asustan, reearga sus venas con un solo veneno conocido y se entrega menos al misterio, Escribo estas Iineas después de doce dias y doce noches de insomnio, Dejo al dibujo el trabajo de expresar las torturas que la impotencia médica in- flige a los que rechazan un remedio que se esti con- virtiendo en un déspota, La sangre del morfinémano no presenta ningtin residuo de morfina. Es atrayente imaginar el dia en que los médicos descubran los escondrijos de la mor- fina y Ja atraigan al exterior por medio de wna sus- tancia a la que sea aficionada, como la serpiente a un taz6n de leche; pero sera necesario también que el organismo soporte el paso brusco de un otofio a una primavera, Antes de ese descubrimiento, In ciencia corre el riesgo de cometer faltas que corresponderian al em- pleo de la hipnosis, en Ia que sumfa a los histéricos antes de las experiencias del doctor Sollier, experien- cias que consisten, considerando el histerismo como fi0 patolégico, en despertar poco a poco al en- un su fermo, en vez de aiiadir la dolencia a la dolencia con un método que consistia en curar a un morfinéma- xno con morfina, Opio 3 Creo que la naturaleza nos inflige las reglas de Es- parta y del hormiguero. Hay que bordearlas? gDén- de se interrumpen nuestras prerrogativas? gDénde comienza la zona prohibida? En el opio, lo que Heva el organismo a Ja muerte es de orden euférico. Las torturas provienen de un retorno, a contrapelo, a la vida, ‘Toda una primavera perturba las venas, arrastrando hielos y lavas ar- dientes. Aconsejo al enfermo privado desde hace ocho dias que hunda su cabeza en su brazo, que apoye la ore ja sobre ese brazo y que espere. Revolucién, moti- nes, fabricas que vuclan, ejércitos en fuga, diluvio, Ja oreja oye todo un apocalipsis de Ia noche estrella: da del cuerpo humano. La leche, antidoto de la morfina. Una amiga mia aborrece la leche. Habiéndosele inyeetado morfina después de una operacién, pidié leche y le gusté, Al dia siguiente no podia ya tomarla, EI desintoxicado conoce breves sueiios y desperta- res que quitan el gusto de dormirse. Parece que el organismo sale de una invernada, de esa extraia economia de las tortugas, las marmotas y los coco- drilos. Nuestro ceguera, nuestro empeiio en juzgar- Jo todo conforme a nuestro ritmo, nos hacfan tomar 52. Jean Cocteau Ia Ientitud del vegetal por una serenidad ridicula. Nada ilustra mejor el drama de una desintoxicacién que esos films acelerados que revelan las muecas, los gestos, las contorsiones del reino vegetal. El mi mo progreso en el dominio auditivo nos permitira sin duda oft los gritos de una planta, , Progreso. gSera bueno dar a luz a la norteameri- cana (suefio y forceps), y ese progreso, que consiste en sufrir menos, no es, como la maquina, sintoma de un universo en donde el hombre, agotado, sustituye su fuerza por otras, evita las conmociones de un sis- tema nervioso debilitado? No existe atin Ia desintoxicacién cientifica, Ape- nas Tegan a la sangre, los alcaloides se fijan sobre ciertos tefidos. La morfina se hace fantasma, som- bra, nada, Puede imaginarse el trabajo de los alea- Joides conocidos y desconocidos del opio, su inva- sién china, Para vencerlos hay que recurrir a los métodos de Moliére, Se agota al paciente, se le va- fa, se expulsa la bilis y, quiérase 0 no, vuelve a las eyendas, segéin las cuales se expulsaban los demonios con plantas, sortilegios, purgas y vomitivos, No esperdis de mi que traicione. El opio sigue siendo tinico, naturalmente, y su euforia superior a la de la salud. Le debo mis horas perfectas. Es las- oe: EL dolor exquisito Opio tima que en vez de perfeccionar la desintoxicacién, Ja medicina no intente hacer inofensivo al opio. Pero ahi volvemos al problema del progreso. sufrimiento es una regla 0 un lirismo? Me parece que en una tierra tan vieja, tam arru- gada, tan lena de revoque donde siguen haciendo estragos tantos compromisos y tantas convenciones risibles, el opio eliminable duleificarfa las. costum- bres y harla més beneficios que daiios produce la fiebre de accié Mi enfermera me dice: “Es usted el primer en- fermo al que veo eseribir al octavo dia”, Sé muy bien que introduzco una euchara en la ta- pioca blande de las eélulas jévenes, que obstruyo ‘una mancha; pero me abraso y me abrasaré siem- pre. Dentro de dos semanas, a pesar de estas notas, no creeré ya en Jo que siento. Hay que dejar una huella de este viaje que la memoria olvida, hay que, cuando es imposible, escribir, dibujar sin responder a las invitaciones novelescas del dolor, no aprove- charse del sufrimiento como de una miisica, hacerse atar la lapieera al pie si es necesario, ayudar a os médicos a quienes la pereza no suministra datos. Durante mi neuritis, una noche que preguntaba yo B... “gPor qué, usted que no busca clientela, usted a quien le sobra trabajo en el hospital y que prepara su tesis, por qué me trata usted a domicilio, noche y dia? Conozco a los médicos. Me quiere us- ted mucho, pero quiere usted mas atin a la medici- na”, Me respondié que tenia al fin un enfermo que hablaba, que él aprendia més conmigo, por ser yo El 56 Jean Cocteau capaz de escribir mis sintomas, que en el hospital, donde la pregunta: “gQué le ducle a usted?” pro- vocaba invariablemente esta respuesta: -“No lo sé, doctor”. EI renacer de la sensualidad (primer sintoma cla- 10 de la desintoxicacién) va acompaiiado de estor- nudos, bostezos, mocos y ligrimas. Otra seiial: las aves del gallinero de enfrente me exasperaban, asi como las palomas que recorren el cine, con las manos a la espalda, de un lado para otro. Al séptimo dia el canto del gallo me agradé. Eseriho estas notas entre seis y siete de la mafiana. Con cl opio, no exis- te nada antes de las once. Las clinicas acogen pocos opiémanos. Es raro que un opiémano deje de fumar. Las enfermeras no co- nocen mis que falsos fumadores, fumadores elegan- tes, de esos que mezclan el opio, el aleohol, las dro- gus y el decorado (opio, alcohol: enemigos mortales), © de esos que pasan de la pipa a la jeringa y de Ta morfina a la heroina. De todas las drogas, Ia dro- ga es la més satil. Los pulmones absorben su humo instantaneamente. El efecto de una pipa es inme- diato. Me refiero a los verdaderos fumadores. Los aficionados no sienten nada, esperan visiones y co- rren el riesgo de sufrir el mareo maritimo; porque el efecto «lel opio proviene de un pacto, $i nos seduce, ‘ya no podremos abandonarle. Péjaro Opio 59 Moralizar el opio es como decir a Tristin: “Mata a Jsolda. ‘Te encontrarés mucho mejor después’ EL opio no soporta los adeptos impacientes, los torpes. Se aparta de ellos, les deja la morfina, Ja he- roina, el suicidio, la muerte. Si ofs decir: “X... se ha matado fumando opio”, sabed que eso es imposible, que esa muerte oculta otra cosa Ciertos organismos nacen para ser presa de las drogas. Requieren un correctivo sin el cual no pue- den tener contacto con el exterior. Flotan. Vegetan centre el perro y el lobo, El mundo sigue siendo un fontasma antes que una sustancia le dé cuerpo, Ocurre que esos desdichados viven sin encontrar nunca el menor remedio. Ocurre también que el re- medio que encuentran los mata, Es una verdadera suerte cuando el opio los equi- libra y proporeiona a esas almas de corcho un traje de buzo. Pues cl mal producido por el opio seré menor que el de las otras sustaneias y menor que la debilidad que intentan curar Al hablar de las células j6venes, no me refiero a las céiulas nerviosas, creadas de una vez para siem- pre y que no cambian ya. 60 Jean Cocteau Si el despertar de Ia privacién de opio se produce en el hombre de una manera fisiol6gica, determina, sobre todo en la mujer, sintomas morales. En el hombre, la droga no adormece el corazén; adormece el sexo. En la mujer, despierta al sexo y adormece al corazén, Al décimo octavo dia de la privacién, Ia mujer se muestra tierna, Horiquea. Por eso en las clinicas de desintoxicacién las enfermas parecen to- das enamoradas del médico. EI tabaco es casi inofensivo. Después de Ia com- bustidn, Ia nicotina desaparece. Se suele tomar por nicotina, sal blanca, esa especie de pasta amarilla producida por la modificacién pirotéenica de las ma- terias combustibles. Serian necesarios cuatro 0 cinco ‘gruesos habanos al dia para provocar una crisis de angina de pecho. La mayoria de los famosos estragos del tabaco son fenémenos espasmédicos sin verda- dero peligro. Se exagera, como Michelet exageraba fantisticamente el papel del café. La joven Asia no fuma ya porque “el abuelo fue maba". La joven Europa fuma porque “el abuelo no fumaba”. Y como la joven Asia imita, jay!, a la joven Europa, el opio alcanzaré su punto de partida, gra- cas a nosotros. Carta de H...., que se ha desintoxicado solo, con Opio 63 tun valor inaudito, Conocia yo el esfuerzo inétil, Ia confusidn entre suprimirse y desintoxicarse, y espera- ba noticias pesimistas después de Jas primeras cartas optimistas. 19 demasiado ejercicio; 2° uso del alcohol (peniil- timas cartas); 3° (iiltima carta) la catistrofe. “Me duele —gcémo Te diria yo?— mi macizo central”, Reconocéis el gian simpatico, la terrible cadena de montaiias nerviosas, el armazén del alma? Si el organismo expulsa la droga, es su iiltimo re- fugio. El opio, expulsado del edificio, se refugia en el cuarto de miquinas. EI automévil masajca érganos que ningiim masa- jista puede alcanzar. Es éste el ‘inico remedio para los trastornos del gran simpatico, La necesidad de opio se soporta en automévil. ‘Las elinicas de desintoxicacién debieran en primer Tugar contar con un masajista médico, con un mate- rial de masaje eléctrico, En la hidroterapia, no es el agua de la ducha Io que calma, sino el chorro. Ocu- re que los baiios debilitan; a mi me volvian loco. Sigo convencido, a pesar de mis fracasos, de que €1 opio puede ser bueno y que solo de nosotros de- pende el hacerlo grato, Hay que saber manejarlo, ‘Ahora bien, no hay nada igual a nuestra torpeza. Un plan severo (Iaxantes, eercicios, exudaciones, descansos, higiene del higado, horas que no quitan y a 64 Jean Cocteau Jas del sueio noctumno) permitiria el empleo de un remedio al que comprometen los idiotas. No se me diga: “El habito obliga al fumador a aumentar las dosis”. Uno de los enigmas del opio es que permite al fumador el no aumeritar nunca sus dosis. EI drama del opio no es otro, para mf, que el dra- ma de la comodidad y de la incomodidad. La como- didad mata. La ineomodidad crea, Hablo de la in- comodidad material y ospiritual. Tomar opio, sin abandonarse a la comodidad abso- uta que proporciona, es evitarse, en el terreno es- piritual, los tastornos estiipidos que no tienen nada que ver con la incomodidad en el terreno sensible. eNive en pleno éxtasis un ermitaiio? Su incomodi- dad se convierte en el colmo de la comodidad. Tiene que zafarse de él. Hay en el hombre una especie de fijacién, es decir, de sentimiento absurdo y mas poderoso que la razén, que le da a entender que esos nifios que juegan son una raza de enanos, en lugar de ser unos “quitate de ahi, que me ponga yo.” Vivir es una caida horizontal. Sin esa fijacién, una vida perfects y continuamen- te consciente de su velocidad, se harfa intolerable, Permite dormir al condenado a muerte. ‘A mi me falta esa fijacién. Es supongo yo, una Opio 65 glindula enferma, La medicina toma esa dolencia por un exceso de conciencia, por una ventaja intelec- tual. ‘Todo me demuestra en los dems el funcionamien- to de esa fijacién ridicula, tan indispensable como la costumbre que nos oculta a diario cl espanto de te- ner que levantarse, que afeitarse, que vestirse, que comer. Aunque no fuese més que el dlbum de foto- grafias, uno de los instintos mis tontos para hacer de un tirén una serie de monumentos solemnes. El opio me aportaba esa fijacidn. Sin el opio todos los proyectos —bodas, viajes, me parecen tan insen- satos como si una pesona que se eayese por un bal- ccén quisiera intimar con los ocupantes de las habita- ciones ante las cuales pasa. Si el universo no estuviese movido por un meca- nismo seneillisimo, se descompondria. Todo ese mo- vimiento, que nos parece un reloj complicado, debe parecerse al despertador. Asi, la necesidad de pro- crear nos la reparten al por mayor, a ciegas. Un. error no euesta caro a la naturaleza, dado el néimero de probabilidades suyas. Un error que se afina, un vieio, no es mas que un Injo de la naturaleza. Situacién de Mallarmé / Una juventud apasionada de lo maravilloso y del inismo prefiere cualquier medium de’ feria, ‘cual- quier estafador, a este tipo de hombre honrado, de hurgués integro, de aristécrata exquisito, de obrero ppiadoso, de orfebre: Mallarmé. Humano, demasiado humano. Confieso, por mi parte, una vez desapare- cida la sombra que lo aureolaba, que ya no veo mas que el modern-style de la orfebreria. Si Mallarmé talla piedras, es, més bien que un diamante, una amatista, un palo, una gema sobre ka tiara de Herodias, en el museo Gustave Moreau. Rimbaud ha robado sus diamantes; gpero dénde? He aqui el enigma. Mallarmé, el sabio, no os cansa. Merece esa de- dicatoria sospechosa de Las flores del mal, que Gau- tier no merece. Rimbaud conserva cl prestigio del encubrimiento, de la sangre; en él, el diamante esti tallado con vistas a un robo con fractura, con el vinico fin de cortar un cristal, una luna de escaparate. Los verdaderos maestros de la juventud, entre 1912 y 1980, fueron Rimbaud, Ducasse, Nerval, Sade. Mallarmé influye mis’ bien sobre el estilo del pe- riodismo. Baudelaire presenta arrugas, pero conserva una ju- ventud asombrosa. Cada verso de Mallarmé fue, desde su origen, una bella arruga, fina, estudiosa, noble, profunda. Este aspecto, mis viejo que etemo, impide que su obra en- Opio 69 vejezca a trozos y la da toda una apariencia arrugada, anéloga a la de Tas lineas de la mano, lineas que se- rian decorativas en vez, de ser proféticas Nada més triste que el diario de Jules Renard; nada demuestra mejor el horror a las Letras. El ha debido decirse: “Todos son bajos, pequetios, arribis tas, Nadie se atreve a confesarlo; yo lo confesaré y seré tinico”. Y ello provoca en el lector impio y a . quien le gustaba Renard, una opresién insuperable. Abandona uno ese breviario del hombre de letras, del airivismo integro, con la seguridad de que Tas ranas han encontrado rey. (Entiendo por ranas lo ue se atrapa con un trozo de cinta roja.) * ‘Unos pocos polvos insecticidas aniquilarian esos yolimenes que nos escuecen, que nos impiden releer Pelo de zanahoria, Supongo que muchos periodistas no quieren men- tir, pero que mienten por ese mecanismo de la poc- sia y de la Historia que deforman lentamente para lograr el estilo. Esta deformacién aplicada de ma- nera inmediata, produce In mentira. Ahora bien; no sé si esa mentira, gracins a la ental los hechos deben a Ia larga su relieve, es itil sin la perspectiva. Creo que los hechos relatados con fidelidad, en caliente, al dia siguiente tendrian mil veces mis fuerza. Jean Cocteau 79 xu Maravillas ‘Larquino el Soberbio decapita las adormideras (el simbolo mismo de Ja actividad). Jestis fulnina un Arbol inocente, Lenin siembra Ia tierra con ladrillos, Saint-Just, con el cuello cortado, cortador de cuellos encantador, y esas muchachas rusas de la sublevacién de las tripulaciones, cuyos pechos eran bombas, y el opio prohibido, fabuloso, La pureza de una revolucién puede mantenerse quince dias. Por eso un poeta, revolucionario en el alma, se li- mita a los cambios de frente del espiritu. Cada quince dias cambio de especticulo, Para mi el opio es una rebelién. La intoxicacién, una rebe- ién, La desintoxicacién, una rebelién. No hablo de mis obras, Cada una de ellas guillotina a Ta otra. Mi tinieo método: procuro evitarme Napoleén. Fedra 0 la fidelidad orginica. Legalmente hay que ser fiel a una persona, humanamente a un tipo Fedra es fiel a un tipo. No es un ejemplo de amor, es el ejemplo del amor. Y, ademas, gqué incesto es ése? Hipélito no es su hijo. Es cortés que Fedra respete a Teseo y que Tesco ame a Hipélito. Es hu- mano que Fedra ame a Hipélito y que Tesco lo doteste. a Opio a No somos ya, jay!, un pueblo de agricultores y de pastores. Que es necesario otro sistema terapéutico para defender el sistema nervioso agotado, es cosa que no puede ponerse en duda. Para esto se impone el descubrimiento de un medio para hacer inofensi- vas las sustancias beneficiosas que el cuerpo elimina tan mal o para blindar la célula nerviosa. Decid esta verdad de perogrullo a un doctor, y se cencogera de hombros. Hablari de literatura, de uto- pia, de dadaismo del toxicémano. Sin embargo, yo afirmo que algtim dia se emplea- , rin sin peligro las sustancias que nos calman, que se evitard la costumbre, que se reiri la gente del enco de la droga, y que el opio domesticado, mitigard Ia dolencia de las ciudades donde los arboles mueren ” de pie. - EI hastio mortal del fumador curado, ‘Todo cuan- to se hace en la vida, incluso el amor, Jo hace uno en el tren expreso que marcha hacia Ja muerte, Fu mar opio es bajarse del tren en marcha; es ocuparse de otras cosas que no sean la vida y la muerte, Si un fumador destrozado por la droga se interroga a si miso sinceramente, encontrara siempre una culpa que esti purgando y que vuelve al opio con- ta dl. Paciencia de Ja adormidera. Quien ha fumado, . El opio sabe esperar. fumai [== 2 Jean Cocteau El opio castiga los fines. Recuerdo que a los dieciocho y a los diecinueve afios (Ex capo)! me angustiaba yo con las imige- nes. Me decia, por ejemplo: “Voy a morir y no ha- bré expresado los chillidos de las golondrinas”, o: “Moriré sin haber explicado la ereceién de las ciu- dades vacias, por la noche.” El Sena, los anuncios, cl asfalto de abril, los barcos-moscas; no experimen. taba yo el menor placer ante todas esas maravillas. Sufrfa tinicamente la angustia de vivir demasiado poco para expresarlas. Una vez dichas esas cosas, sent{ un gran alivio. Miraba con desinterés. Después de Ia guerra, las cosas que deseaba decir eran de un orden cada vez mis raro, se limitaban a unas pocas, No podian qui- térmelas ni adelantérseme. Respiraba como un co- rredor que se vuelve, se tumba, se calma, que no ve ya siquiera la silueta de los otros corredores en el horizonte, Siento un gran deseo esta noche de releer los Cuadernos de M. L. Brigge, pero no quiero pedir libros, quiero leer Jo que cae buenamente en este cuarto. iSi por casualidad los Cuadernos figurasen entre * Una de las primeras obras de Cocteau (1918). (N. det T.) ~oreamancornsansionesaese | Opio 5 Jos libros dejados por los enfermos a las enfermeras! No. M.... no tiene més que Paul Féval y Féval hijo. He agotado ya las familias Artagnan y Lagar- dere. En la calle d’Anjou me han sacado el ejemplar adquirido en la libreria Emile-Paul Releeria la muerte de Cristobal Detlev Brigge o Ia muerte del Temerario; volverfa a ver la habitacién de esquina, en 1912, en casa de Rodin, en el hote! Biron; Ia Kimpara del secretario alemin Rilke. Vi- via yo en el antiguo edificio de las Hermanas del Sagrado Corazén, actualmente derruido, Mis puer~ tas-balcones daban a siete heetareas de parque aban donado, que bordean el Bulevar de los Invilidos No sabia yo nada de Rilke. No sabia nada de na- da. Era yo terriblemente despierto, ambicioso, ab- surdo, He necesitado muchos sueiios para compren- der, para vivir, para afiorar. Mucho tiempo después, en 1916, Cendrars me deseubria a Rilke, y mucho mas tarde atin, en 1928, Ia sefiora K.... me tras- mitia el telegrama trastornador: “Digale a Jean Coc: teau cudnto io quiero; que es el tinico ante quien se revela el mito del que vuelve curtido como de la orilla del mar.” Con motivo de Orfeo, aquel hombre escribia: “Te- nemos un concepto distinto de lo maracilloso. Los dos creemos que cuando todo sucedia naturalmente, Tas cosas eran mucho més extraiias todavia.” IY pensar que después de estas recompensas al- tisimas nos irrita a veces un articulo! iQué vulnerable es uno al despertar de esos sue flor cuya apoteosis es Ia muerte, de esos sueiios en 16 Jean Cocteau los cuales debiera uno estarse quieto, esperindolos, en vez de querer echirselas de importante y mez~ clarse en In conversacién de las personas mayores, y colocar su frase, y decirla de tal modg que pagaria tno lo que fuera por haber callado! No tengo sobre la coneiencia muchas obras escritas Aespierto, excepto mis libros anteriores al Potomak, en el que he empezado a dormir, pero tengo algunas. {Qué no daria yo porque no existiesen! Notaba yo, haciendo el papel de Heurtebise en Orfeo, que el publico mis atento se comunica sus observaciones, y, por lo tanto, se saltea finales de didlogo indispensables. eRequiere el teatro la chapuceria? gSon inevitables los ripios, las transiciones Ientas? ¢No se podria obli- gar al piblico a callarse? Hugo condena, con Talma, cl bello verso en el teatro. Es, en efecto, imposible que las rimas ame, femme, se encuentren cada quince versos en el teatro de Hugo sin un decidido propésito de chapuceria Victor Hugo, muy esmerado generalmente, aleanza asi las bellezas de un Fantomas. Nuestra Seftora de Paris, El hombre que rie, melodramas novelados, Hugo desprecia el teatro. Encuentra en él un ve- hiculo. gRegla o negligencia? Regla, porque los dra- mas de Hngo Henan atin los teatros, igual que los de Wagner. Se pregunta uno si el pablico no podria, a Ia larga, Hogar a prestar toda su atencién, Preparindolo, hip- Opio 19 notizindolo, arrojandole rimas como huesos para man- tenerlo con las aletas de Ja nariz trémulas, Jo han pervertido, No es que yo combata la rima en si, sino ese rumor capcioso cuya misién consiste en no dejar al piblico que se duerma. Estando muy intoxieado, ocurriame dormir inter- minables suefios de medio segundo. Un dia, yendo a ver a Picasso, en la calle La Boétie, me parecié, en el ascensor, que crecia yo juntamente con algo terri- ble, que seria eterno. Una voz me gritaba: “jMi nom- bre esta en la placa!” Una sacudida me despertd, y Jef en la placa de cobre de los botones del ascensor: Ascensores Heurtebise. Recuerdo que en casa de Picasso hablamos de milagros. Picasso dijo que todo era milagro y que era un milagro no deshacerse en el baiio como un terrén de azticar. Poco después, el Angel Heurtebise me obsesiond y comencé el poema En mi siguiente visita miré Ia placa, Llevaba el nombre de Otis-Pifre; el ascensor habla cambiado de marca, Termin El dngel Heurtebise, poema a la vez ins- pirado y formal como el juego de ajedrez, la vispera de mi desintoxicacién en la calle Chateaubriand, (La clinica de las Termas ha sido derruida: dieron el pri- mer piquetazo el dia de mi salida.) Después lamé Heurtebise al dngel de Orfeo. Cito el origen del nom- bre a causa de las numerosas coincidencias a que da motivo todavia, 80 Jean Cocteau Coincidencias en torno de un nombre y de una obra Como Marcel Herrand quiso ensayar la obra la vispera de la funcidn, nos reunimos en mi casa, en Ja calle d’Anjou. Ensayébamos en el yestibulo y Herrand acababa de decir: “Con esos guantes atra- vesard usted los espejas como si fuesen agua” cuando se oyé un estépito espantoso en el fondo de la casa. De un alto espejo del cuarto de baiio no quedaba mis que el marco. La luna, pulverizada, cubria el suelo. Glenway Wescott y Monroe Wheeler, que habfan venido a Paris para el estreno de Orfeo, se vieron detenidos, camino del teatro, en el bulevar Raspail, por un choque; un cristal roto y un eaballo blanco que asomaba su cabeza dentro del coche. Un aiio después, almorzaba yo con ellos en Ville- franche-sur-Mer, donde compartian una casa muy aislada, sobre la colina. Estaban traduciendo Orfeo, y me dijeron lo incomprensible que resultaria un vi- driero en América. Les recordé, como argumento contrario El Pibe, en esa pelicula hace Chaplin en Nueva York, el papel de un vidriero. “Es raro en Nue- va York y raros en Paris —les expliqué—; no se en- cuentra uno vidrieros casi nunca.” Me estaban dicien- do que les describiese un vidriero, y me acompafiaban entre tanto hacia la verja, cruzando el jardin, cuando oimos y vimos un vidriero que, contra toda espera Opio 81 y toda verosimilitud, pasé por la carretera desierta y desapareci. Representaban Orfeo, en espaiiol en México, Un temblor de tierra interrumpié la escena de las ba- cantes, dermyé el teatro ¢ hirié a unas cuantas per- sonas. Una ver reedificada Ia sala, volvieron a re- presentar Orfeo. De pronto, el director artistico anun- cid que el especticulo no podia continuar. El actor que desempeiaba el papel de Orfeo, antes de resur- gir del espejo, se habfa desplomado muerto entre bas- tidores. El vizconde y la vizcondesa Carlos de Noailles ha- bian escondido los huevos de Pascua de sus hijos en J arena de una sala de gimnasia de su finca del Mediodia. Encargaron a un joven albaiiil que tra- bajaba en el jardin, y al que apodaban Heurtebise a causa de su silueta blanca, que eolgase unos faro- litos de papel sobre Ja arena de aquella sala. El muchacho subié a la banderola de cristales, se es- curr, la atravesé y eayé sin hacerse daiio, de bruces sobre la arena, con la espalda Tena de cristales rotos. Al ser interrogado el joven declaré Hamarse Angel. La princesa E. de Polignac adquiere una casa de ‘campo y pregunta su nombre al joven ayudante del jardinero. Respuesta: Rafael Heurtebise ! Es natural que, creyente y crédulo, me mantenga 1 Es comprensible que lo maravilloso procedente de un orden que se altera ligeramente se nos aparezea siempre sobre puntos sin gravedad. Esto permite confundirlo con pequelias coincidencias. (N. del A.) 82 Jean Cocteau continuamente en guardia y no conceda con dema- siada precipitacién a unos euantos encuentros un sig- nificado de orden sobrenatural. ‘No incitarse nunca al misterio para que el misterio venga por si solo y no encuentre el camino dificul- tado por nuestra impaciencia de entrar en contacto con él. No olvidar que Tas tomas de contacto oficiales con lo desconocido acaban siempre en un negocio, como Lourdes, 0 en una visita policiaca, como Gilles de Rais. Las mesas giran. Los durmientes hablan. Esto es un hecho, Es repugnante negarlo. Pero que hagamos trampas a propésito o sin sa- berlo, por mediacién de una fuerza que nuestra im- paciencia exhala, viene a ser lo mismo en lo que al contacto con lo desconocido se refiere. Cuanto mas avido es uno, més indispensable re- sulta hacer retroceder, cueste lo que costare, los i- mites de lo maravilloso. Se habla mucho de grandeza, de misterio. Rara vez se demuestran, Una bonita leccién de grandeza y de misterio: el especticulo Béxévor, - Rouentsox - INAU- pi-Madame Lucie en el Ambigu. Esos artistas ingenuos trabajan honradamente, directamente, cara ‘a cara con lo desconocido. Los ojos de Madame Lucile, Ia soberbia de Bénévol, la autoridad, el en- canto de Inaudi. Inaudi: tipo Berthelot, Bergson. Ninguna vulgaridad, El pablico innoble gritaba los niimeros 606, 69. El no acusa nunca el golpe. Su gracia, cuando aplasta a un contador pretencioso, a 86 Jean Cocteau Soy fuerte. Tengo un libro que no me esperaba. Cualquier habiteeién de cualquier hotel ser buen Ahora bien; mi cuarto de ahorcado, en la calle Bo- naparte, se convirtié en un cuarto para ahorearse Habia yo olvidado que el opio transforma el mundo ¥ que, sin el opio, un cuarto siniestro sigue siendo un cuarto siniestro. Uno de los prodigios del opio consiste en convertit instanténeamente un cuarto desconocido en un cuar- to tan familiar, tan Hleno de recuerdos, que uno cree haberlo ocupado siempre. Ninguna herida acom fa la patida de Jos famadores, mereed a In certoza de que el mecanismo ligero funcionaré al minuto, en cualquier parte, A las cinco pipas una idea se deforma rrollaba Tentamente en el agua del cuerpo con los nobles caprichos de Ia tinta china, con los escorzos de un nadador negro. Una bata agujereada, chamuscada, quemada por Jos cigarrillos, dentmeia al fumador. Instantinea extraordinaria en una revista impiidi- ca: acaban de decapitar a un rebelde chino. El ver- dugo, el sable, borrosos atin, parecidos al ventilador que se para. Un haz de sangre, todo recto, brota del tronco. La cabeza, sonriente, ha caido sobre las ro- a Opio 89 dillas del rebelde, como el cigarrillo del famador, sin que lo note. Lo notard al dia siguiente por la mancha de san- gre, como el fumador por la quemadura. No he puesto en Orfeo, a propésito, mas que una imagen, Después de la representacién, me la citan, Perderse una sola réplica de Orfeo, excepto esa imagen, ¢s perder wn tornillo de In méquina: ya no funciona. Después de la escuela de la chapuceria vino la es- cuela del realismo en escena. Ahora bien; no se trata de vivir en escena; se trata de hacer viva una escena. Esta verdad del teatro es la poesia de teatro, lo que es mis verdadero que la verdad. Ast como Ia velocidad de Orfeo resulta demasiado dctallada para un oyente versado en las obras que se pintaban como las decoraciones antiguas, de igual modo para un espiritu acostumbrado a las obras cons: truidas como una verdadera casa, la casa de Orfeo tiene el aspecto de un manicomio. “gPor qué su nombre y su direceién en la boca de la cabeza de Orfeo?” Es el retrato del donador en la parte inferior del lienzo; el nombre del atropellado, a quien interrogan en Ia farmacia. Puede encontrarse la prucha de la éptica singular del teatro hasta en el teatro Hamado “realista”. L. 90 Jean Cocteau Guitry me contaba que en una obra, en la que tenia que comer en el Ritz con otro personaje, hacia tract Ja comida del mejor restorin. A pesar de todos sus esfuerzos, la escena seguia siendo fria, hasta que advirtié que el duefio del restorin le mandaba la comida y el maitre d'hdtel. Sustituyé el maitre d’hatel por un actor y logré.inmediatamente que adquiriese relieve Coredgrafos, ejecutad vuestra danza con una mi- sica célebre (Carmen, Tristan e Isolda, qué sé yo) y snprimidla despnés. Exigid que el pintor sea un director de escena. El batio de las gracias de Mencunio es una postura eseénica, Cread la pantomima, el cuadro vivo, el gesto en silencio. Dejad de ser frivolos y de conju- gar las artes. Vivimos en una época tal de individualismo que ya no se habla nunca de discipulos; se habla de la- drones. més exaltado no De un individualismo cada v nacen més que soledades, Ahora no se detestan ya entre si los artistas de criterios distintos, sino los ar- tistas de igual criterio, los hombres que comparten Ja misma soledad, Ia misma celda, que explotan la misma parcela de exeavaciones. Esto hace que nues x0 peor enemigo sea el tinico capaz de comprender- nos a fondo y viceversa. Opio 93, Elegir sus trampas El ritmo de nuestra vida se desarrolla por perfodos, muy semejantes, salvo en que se presentan de una manera que los hace irreconocibles, El acontecinien- to-trampa o la persona-trampa, son tanto mis peligro- sos euanto que dependen, por su propia cuenta, de I misma ley y Mevan sinceramente la mscara ‘A [a larga, el sufrimiento nos da el alerta y sefiala multitud de trampas. Pero, a menos de una negativa insfpida a vivir, hay que aceptar ciertas trampas, a pe- sar de la seguridad que entraiian de tener conse- coucncias funestas. La sabiduria consiste en estar loco cuando las circunstancias valen la pena de estarlo. Goethe es uno de los primeros que ha hablado de na verdad del arte, obtenida con lo contrario de Ta realidad (a propésito de un grabado de Rembrandt). Hoy, toda investigacién es admitida como investiga- cién, Es dificil de imaginar la soledad de Ucello. “Ese pobre Paolo —dice Vasari—, poco versado en la cien- Gia de la equitactén, habrfa hecho una obra maestra sino hubiese representado a su caballo Jevantando Tas dos patas del mismo lado, Io cual es imposible.” ‘Ahora bien, toda la nobleza de la obra a que se re- fiere Vasari procede de ese contraste, de ese acto de presencia del artista, por medio del cual se afirma y exclama a través de los siglos: “Ese caballo es un pretexto, Me impide morir. Aqui estoy!” —— Semen o9fi9, ap mua0s4 Opio 97 Intensidad de una atmésfera Atmésfera tipo de teatro: patio de hosteria, Coro de pinches de cocina. La diligencia llega. Algunos de los personajes principales de la obra bajan de aquélla. Adivina uno que actores y actrices hablan entre s{ de otras cosas qne no son Ia obra. Cae la noche. La orquesta ataca con sordinas el coro de pinches Quiero encontrar de nuevo esta atmésfera, Sila vuelvo a encontrar ya no habri ni patio de hosteria, ni diligencia, ni anochecer, ni coro de pinches. Por ejemplo: ha sido la necesidad en que se encuentran Jos actores del Chatelct de hablar fuerte lo que me ha hecho deseubrir el estilo de los fondgrafos en Los ESPOSOS DE LA TORRE EIFFEL. Texto de Los rsposos. Queria yo que las frases gruesas del texto fuesen como si viera uno empare- jadas tarjetas postales de la Venus de Milo, del An- gelus de Millet, de la Gioconda. Aparte de mis recuerdos intimos de teatro, me que- dan tres grandes recuerdos de decorados. El naufra- gio y la parada del tren de LA VUELTA AL MUNDO EN OCHENTA DIAS, LA. COMEDIA DE LOS JUEGOS DEL. MUNDO, decorada por Fauconnet (Views-Colombier). Coron DEL temo, decorada por Vlaminck (‘Teatro Renée Maubel). i = ts i 98 Jean Cocteau La vida transcurte con demasiado perfeccionamien- to, con demasiado confort. {Qué lamentable resul- tard la supresin del euchicheo enorme, cilido, rico, de los pasajes en que el film hablado no habla ya, la desaparicidn del contraste entre ke vulgaridad vi- sual y el relieve auditivol Cuando todo esté a punto, relieve, color, ruido, Ja juventud saqueard ese teatro postizo y utilizar sa- Diamente el encanto de las antiguas culpas, vencidas por el Iujo, el eomercio, el inevitable confort cienti- fico. (Los hotelitos perdidos en cuanto el duefio gi na lo suficiente para hacerlos parecidos a su suefio, dignos de un éxito del que se asombra, incapaz de comprender sus motivos.) He lefdo el legajo Victor Hugo en la Comedia Francesa. Sobre una hojita marca él los puestos de sus jévenes amigos, indica Ios versos que hay que aplaudir, dispone su claque y su contraclaque, TY que nos acusasen 2 nosotros de organizadores! Nanea hemos contado mis que con los amigos des- conocidos que tanto nos reprochaban y que vinieron en nuestra ayuda por sorpresa. Esos jévenes amigos de Vietor Hugo debian ser la flor y nata del vanguai~ dismo, Excepto Pétrus Borel, no conozco un solo nombre. Teéfilo Gautier no visitaba todavia a su idolo. Estaba en su puesto, de servicio, con su barba, sus narizotas y su chaleco grotescos. Opio 99 Le gustaria a uno um poco hacer fumar a Hugo. A Victor Hugo no le ha faltado més que estar enfe mo. Me equivoco. Su enfermedad constituia su glo- ria, Estaba loco. Al principio era un megalémano, Juego se volvié loco. (Sus dibujos, sus muebles, sus sus amores, sus métodos de trabajo lo demuestran.) El principio de novedad de una obra es siempre nefasto, No se ve la obra mis que enando se vul- gariza y desaparece. Su época muy tosca obligaba a Vietor Hugo a romper superficialmente con las for- mas admitidas. El principio de novedad permanece en primer término. Aquel relieve se ha convertido en vulgaridad: su teatro sobrevive a causa de un buen estémago, Imaginad un hombre, en su mesa, escribiendo Cromwext, al margen de su trabajo. Péguy, hugé- latra, me enumeraba sus obras. “Deben quedar al- gunas més —repetia~. ;Vamos a ver, vamos a ver!” Recapitulaba, rebuscaba. Se le habjan olvidado Los MISERABLES Nada més anormal que un poeta que se asemeja aun hombre normal: Hugo, Goethe ... Es el loco en libertad. El loco que no parece loco. El loco que no es nunca sospechoso. Cuando escribi que Victor Hugo era un loco que se crefa Victor Hugo, no bro- meaba. El pecado-tipo contra el Espiritu, gno con- siste en ser espititual? No era una humorada, era a i ; geen MRE DRIVERSIOAD OE Trav imiwan Cocteau TAD DE Fl FAOIREOCION BE BILIOTECAS 100 una sintesis; el resumen de un estudio que me niego a escribir y que otros escribirin algiin dia. El papel del poeta no es probar, sino afirmar sin aportar nin- guna de las prnebas embarazosas que posee y de las que se desprende su afirmacién. Mas adelante, el Tento descubrimiento de esas pruebas da al poeta su puesto de adivino,- En Guernesey, le dio a Hugo la locura por los muebles y por la fotografia. Lo foto- grafiaban de veinte a treinta veces por dia. jHugo sin barbal jQué revelacién! Hay siempre una tem- porada en que el hombre barbudo se afeita. Esa tem- porada dura muy poco. Vuelve a dejarsc la barba precipitadamente. Hugo (proceso de Ex. ney se pivizrre) “/Es la cen- sura hoy y maiiana el destierro!”. Este apéstrofe da que pensar. Ese destierro debié estar preparado con mucha antelacién, Ya no se aceptan los monstrnos sagrados, del tipo Goethe 0 Victor Hugo. En la mesa no escucharfan ya a Oscar Wilde; daria Ja lata. La velocidad impide el estacionamiento en toro a una figura. Barrés, hipnotizado por esa raza de hombres, consiguié todavia algo por el estilo. Es, sin duda, el tiltimo ejemplar de un tipo desaparecido. Chesterton habla muy bien de ese fendmeno a pro- pésito de Dickens, Asunto de costumbres Opio 108 Las famosas deformaciones debidas al opio._Len- titudes, perezas, suefios inactivos. Opera es la obra de un opiémano, “Nadie le preguntaba a usted na- da’, responden los imbéciles. Ahora bien, no he lo- grado nunca velocidades semejantes. Velocidades que Tegan a la inmovilidad. Mi ventilador no da aire y no enturbia Ja imagen colocada detras; pero no acon- sejo a nadie que ponga alli el dedo. Reproche de los retruécanos de Oprna. Es con- fundir los retrugcanos con las coincidencias, Orsna 6s un aparato distribuidor de ordculos, un busto que habla, un libro profético. Estoy cavando. Mi aze- dén tropieza con una forma dura. La saco y la lim- pio. Llami Zamore de Madame du Barry* es una fatalidad; no es un juego de palabras. Se habla siempre de la esclavitud del opio. No sélo la regularidad de horas que impone es una dis- ciplina, sino también wna liberacién. Liberacién de las visitas, de los ciroulos de personas sentadas. Y aiiado que el opio es lo contrario de la jeringa de Pravaz. Tranquiliza, Tranquiliza con su Iujo, con 2 Retruéeano intraducible, en el que Cocteau juega con cl sentido de Ia frase L’ani Zamore de Madame du Barry (el amigo Zamora de Madame du Barry), cuya pronuncia- ccidn puede sonar como La mise d mort de Madame du Barry (la ejecucién de Madame du Bay). (N. del T.) 104 Jean Cocteau sus ritos, con la elegancia antimédica de las lampa- rillas, hornillos, pipas, con el marco secular de ese envenenamiento exquisito. Aun sin ningtin espfritu de proselitismo es impo- sible que una persona que no fume viva junto a una persona que fuma, Cada una de ellas viviria en un mundo distinto. Una de las Gnicas defensas contra Ia recaida ser, por lo tanto, Ia responsabilidad. Desde hace dos meses vomito bilis, Raza amarilla: la bills condensada en la sangre, E] opio es una decisién a adoptar. Nuestro tinea error consiste en querer Lumar y compurtir los pri- vilegios de los que no fuman. Es raro que un fuma- dor deje el opio. Fl opio lo deja a él, arrastrandolo todo. Es una sustancia que escapa al andlisis, viva, caprichosa, capaz de volverse bruscamente contra el fumador. Es un barémeto de una sensibilidad en- fermiza. En determinadas temporadas de tiempo hit- medo, Jas pipas trasudan, Al llegar el fumador a orillas del mar, la droga se hincha, se niega 2 cocer. La proximidad de Ia nieve, de una tormenta, de un vendaval, la hacen inefieaz, Ciertas preseneias par- Janchinas la despojan de toda su virtud. En suma, no existe querida més exigente que Ia droga, que leva sus celos hasta castrar al fumador. Al preparar el opio bito se combinan los aleal des al azar. Es imposible prever los resultados. Si se La caida det joven fearo I — Opio 107 Je aiiade dross * aumentan las probabilidades de éxi- to, pero esto puede hacer peligrar uma cbra maestra Es un golpe de gong que embrolla la melodia. No aconsejo la gota de Oporto, ni la de fine-champagne. Lo que aconsejo es un litro de vino tinto aftejo en el agua donde esté en remojo la bola en bruto, procu- rando Iuego evitar Ia ebullicién y paslindose ocho dias en Ja faena Con una buena higiene, un fumador que aspirase doce pipas al dia durante toda su vida estarfa no sélo inmunizado contra las gripes, catarros y anginas, sino ademés menos en peligro que un hombre que bebiese uma copa de cofiae o que fumase cuatro puros. Co- nozco personas que fuman una, tres, siete a doce pi- pas desde hace enarenta aiios. ‘Algunos 05 dicen: “Los delicados tiran el dross.” Y otros: “Los delicados hacen fumar a sus criados indios y s6lo fuman el dross.” Si se interroga a un criado indio sobre el peligro de la droga: “Buena droga, engorda —responde—. Dros, enferma.” El vicio del opio es fumar ef dross. ‘Asi como no hay que confundir una desintoxica- cién con su convalescencia como del tifus, ni Ia su- presién con los sustitutivos —ejercicios fisicos, mar- jén del opio, que es el sinico te. (N. det T.) 1 Residuo de la prepara ‘que fuma Ia clase baja en Ori 108 Jean Cocteau cha, deportes de invierno, cocaina, alcohol—, no hay que tomar tampoco la intoxicacién por la costambre. Giertas personas no fuman més que los domingos. No pueden pasarse el domingo sin droga; es la cas- tumbre. La intoxicacién destroza el higado, ataca las células nerviosas, estrifie, apergamina las sienes, contrae el iris del ojo. La costumbre es un ritmo, un hambre singular que puede molestar al fumador, pero que no le causa dao alguno. Los sintomas de la necesidad son de un orden tan extrafto que no sabria uno describirlos. Sélo los mo- zos de clinica consiguen formarse una idea de ellos. (No se diferencian de los sintomas graves.) raos que la tierra girase un poco menos de prisa, qne la Ita se acereara un poco. La rueda es la rueda. EI opio es el opio, Cual- qnier otro lujo es ingeniosidad; como si, no cono- ciendo la rueda, hubiesen construido los primeros coches, conforme al caballo, con patas mecinicas, Aprovechemos el insomnio para intentar lo impo- sible: describir la necesidad. Byron decia: “El amor no soporta el mareo.” Co- mo el amor, como el mareo, Ia necesidad penetra por todas partes. Es imitil toda resistencia. Primero, un malestar. Despnés las cosas se agravan, Tmaginad un silencio que correspondiese a los quejidos de mi- ares de nitios cuyas nodrizas no regresasen a darles Opio 109 de mamar. La inguietud amorosa traducida en lo sensible, Una ausencia que reina, un despotismo ne- gativo. Los fenémenos se precisan. Muarés eléctrico: champagnes de las venas, sifones helados, calambres, sndor en la raiz de Jos cabellos, boca pastosa, muco- sidad, lagrimas. No insistdis. Vuestro valor se en- cuentra en franca derrota. Si tardais demasiado no podréis ya tomar vuestro material y amasar vuestra pipa. Fumad. EU cuerpo no esperaba més que no- ticias. Una pipa basta. Es ficil decir: “El opio paraliza la vida, insensi- biliza. El bienestar proviene de una especie de muerte.” Sin opio tengo frio, me acatarro, no tengo hambre. Estoy impaciente por imponer lo que invento. Cuan- do fumo, tengo calor, desconozco los catarros, tengo hambre, mi impaciencia desaparece. Doetores, me- ditad sobre este enigma, Los sabios no son curiosos; dice France. Tiene razén, EI opio es la mujer fatal, las pagodas, Jas linternas. No soy capaz de desengafiaros. Puesto que la cien- cia no sabe separar los prineipios curativos y destruc tores del opio, tengo necesariamente que inclinanme, Nunca he sentido mis hondamente no haber sido poeta y médico, como Apolo. | 110 Jean Cocteau Todos Hevamos en nosotros algo enrollado, como esas flores japonesas que se desplicgan en el agua, El opio hace el papel del agua. Ninguno de nos- otzos lleva el mismo modelo de flor. Puede ocurrir que una persona que no fume no sepa nunca el gé- nero de flor que el opio hubiese desenrollado en ell, No hay que tomar el opio a lo tragico. Hacia el afio 1909 fumaban artistas que no Io decian y que ya no fuman. Muchos matrimonios jévenes fuman sin que nadie lo sospeche; los coloniales fuman contra Ia fiebre y dejan de fumar cuando las circunstancias les obligan a ello. Sufren entonces las molestias de una gripe intensa. El opio perdona a todos esos adeptos porque no Jo tomaban ni Jo toman tragicamente. El opio se torna trigico en la medida en que afecta a los centros nerviosos que gobiernan el alma. Si no, es un antidoto, un placer, una siesta extraordinaria. Lo grave es fumar para combatir un desequilibrio moral. Entonces es dificil acercarse a la droga, como hay que acercarse a ella, y como conviene acercarse a las fieras: sin miedo. Un dia en que, realmente curado, intentaba yo desembrollar un poco el problema inabordado del opio con el doctor Z...., més apto por su juventud para vencer ciertas rutinas, el doctor X.... (gene- racidn de los grandes incrédulos) preguntd a mi en- fermera si podia entrar a verme. “Esté —contests ella— con el doctor Z..." *jOh! Entonees, ya que se trata de literatura, no subo, No tengo talla.” Opio us Mi enfermera (nna bretona) dice: “No se puede querer mal a la Santa Virgen por haber engafiado al buen Dios porque El habia marchado a guerrear con- tra los judios y la dejaba todo el tiempo sola.” Hay una amable enfermera, viuda de guerra, que es del norte. En la mesa, sus compafieras la interro- gan acerea de Ia ocupacién alemana durante Ta gue- nia, Sorben su café y esperan oir horrores. “Eran muy amables —responde ella—, repartian su trozo de pan con mi hijito y hasta, si alguno de ellos se portaba incorrectamente, no se atrevia una a que- jarse a la Kommandatur porque los catigaban con. demasiada dureza. Por haber molestado a una mu- jer les ataban a un Arbol durante dos dias Esta respuesta consterna a la mesa. La vinda se hace sospechosa. La Haman In Boche. Llora ella y poco a poco modifica sus recuerdos y desliza una pequeiia atrocidad. Quiere vivir La condesa de H..., alemana de origen sueco, ocupa la habitacién de Ia esquina. Veo sus ventanas, as enfermeras han pedido a la directora que quite a la viuda del norte del servicio de la condesa. “Esté en comnivencia con los boches. ;Podrfan muy bien conspirar!” Esta maitana en que se celebran los fumerales de 4 Jean Cocteau Foch, la condesa abre su ventana como de costumbre. Nos desafia’, dice el personal, El ala sur del antiguo hotel Pozzo di Borgo ha sido construida en 1914 por una empresa sanitaria alen na, jAy! Los muros son de cartén. Si se clavo se viene abajo la habitacién. Mi e1 me muestra las tres terrazas de las curas de sol awn mera “Pijese usted —me dice—, esos condenados han cons- truido plataformas para bom ardear Paris.” Mientras dibujo, E..., una suplente eseribe a su hermano: “Aprovecho 1m momento de distraecion de mi enfermo para eseribirte No hay que olvidar que no dejan subir a nadie, que encierran a un nervioso, a un medio loco a quicn debieran distraer, solo con su enfermera durante m: ses enteros. E] médico director entra un minuto. Si el enfermo marcha bien, prolong enfermo va mal, se escabulle. El psiquiatra agregado al estableciriiento es joven, agradable, vivaracho, No puede menos que agradar. Si agrada, ua larga visita suya molesta al médico director, que desagrada en cambio, Permanece diez minutos su visita. Si el Colocan a cualquier enfermera junto a cualquier enfermo. Ahora bien; ln eleccién de enfermera es capital para los nerviosos. Sonrisas: “jAh! Si hubiese que ocuparse también de esos detalles...” Y tratan al nervioso como a un idiota, Le ocultan el cont Por ta boca de su hevida =: xi Ry Opio U7 nido de los medicamentos, evitan las relaciones hu- manas. El doctor debe ser inhumano. A un doctor que habla, que entra en contacto con el enfermo, no se lo toma nunca en serio. “Si, es un hombre muy elocuente; pero si me sintiera mal, mandaria ayisar a cualquier otro.” La psicologia es la enemiga de la medicina, Antes que abordar la cuestién del opio con el enfermo, a quien obsesiona, la soslayan, Un verdadero doctor no se entretiene en la hab cién. Oculta sus trucos, a falta de trucos. Este mé- todo ha pervertido a los enfermos, El doctor que Ios escucha, el doctor humano, les resulta sospechoso. El doctor M hha matado a toda una familia, tra- tando Ja fractura de nariz de mi hermano cumo si fuese una erisipela. Su levita, su crdneo, tranquili- zaban. El opio se transmite a través de los siglos como el codo real', Helena conocia férmulas tan perdidas como los misterios de la gran pirdmide. Al cabo del tiempo unas y otras se encuentran. Ronsard ensaya la adormidera bajo todas sus formas y nos lo cuenta ©n un poema consternador. Conocja a una Helena; no sabia ya preparar la adormidera, * Medtida lineal que se tomé de la distancia que hay desde el codo a la punta det dedo del medio, y que tenia tunes 50 centimettos, (N. del 7.) 118, Jean Cocteau No soy un desintoxicado orgulloso de su esfuerzo. Me avergiienza ser expulsado de este mundo, en el cual Ia salud se parece a los films innobles en que ‘unos ministros inauguran una estatua.. Es duro sentisse reformado por el opio después de varios fracasos; es duro saber que ese tapiz. volador existe y que no volaré uno mas en él; era grato ad- quirirlo, como en la Bagdad del Califa, a los chinos de una calle s6rdida, empavesada de ropas blancass grato regresar velozmente a probarlo al hotel, en la habitacién con columnas, donde vivieron Sand y Cho- pin; desplegarlo, tumbarse encima, abrir la ventana sobre el puerto y partir. Demasiado grato, sin duda, El fumador forma cuerpo con los objetos que To rodean, Su cigartillo, un dedo, caen de su mano. El fumador esta rodeado de pendientes. Imposible ‘mantener el espiritu en alto. Son las once de Ia no- che. Fuma uno desde hace cinco minutos; se con sulta el reloj: son las cinco de la mafiana, El fumador tiene que volver mil veces a su punto partida como el huevo del tiro al blanco, al extre- 1-9 del surtidor, El menor ruido intempestivo hace saltai ¢1 huevo del surtidor. Opio 9 La sustancia gris y la sustancia marrén forman los mis bellos acordes. E] optimismo del fumador no es un optimismo de borracho. Imita al optimismo de la salud. Picasso me decfa: “El olor del opio es el olor menos estipido del mundo.” Sélo podria comparitselo al olor de un circo 0 al de um puerto de mar El opio en bruto. Si no Jo guardais en una caja de metal y os contentéis con wna caja cualqniera, Ia serpiente negra se escapari, reptando, en seguida jSed prevenidos! Bordea los muros, baja I ale- ras, los pisos, gira, cruza el yestibulo, el patio, 1a béveda, y bien pronto se enrollaré alrededor del cue~ No del agente de polici Decir “las drogas” hablando del opio viene a ser como confundir el Pommard con el Pernod, Estaba en mi cuarto el oficial de marina que cui daba tres cuerpos y que cambiaba de piernas a toda velocidad. Cuando dibujo, la enfermera me dice: “Me da usted miedo, tiene cara de asesino.” No me gustaria que me sorprendiesen escribiendo. He dibujado siempre. Para mi, escribir es. dibujar, | I t 4 t 120 Jean Cocteau es enlazar las Hineas de tal modo que se hagan escri- tura 0 desatarlas de tal manera que la eseritura se convierta en dibujo. No salgo de ahi, Escribo, in- tento limitar exactamente el perfil de una idea, de un acto, En resumidas enentas, cireundo fantesmas, hallo los contornos del vacio, dibujo, Hacer Iuminoso el misterio (misterio misterioso, oscuro; pleonasmo), devolverle, por Io tanto, su pu- reza de misterio. Meine Nach ist Licht ‘Crear: matar en torno de uno todo Io que impide. proyectarse en el tiempo por mediacién de una apa- riencia cualquiera, no siendo el interés de esta apa- riencia mas que un subterfugio para hacerse visible después de su muerte Sorpresas del tribunal de Dios ‘Una nitia roba unas cerezas. Se pasa toda su larga vida red'miéndose de esa falta por medio de oracio- nes. Muere la devota. Dios: Serds una elegida por- gue has robado unas cerexas. Lahis oria de la higuera, a Ia cual pide Jest, hiam- ea / | i | | j Opio 123, briento, higos en Ia época en que no los tiene, y de Ta eual se venga. Jestis va a morir. Le quedan unos dias. No habla ya; cuenta sus gestos. Su gesto fulminando el drbol nocente al cual pide lo imposible, exige ser com- prendido como !a3 obras que parecen oscuras porque son concisas, No tiene nada que ver con Ja absurda | volunted arbitvaria de los reyes. Habria que acabar con In leyenda de las visiones del opio, El opio alimenta un semiensueiio. Ador- mec lo sensible, exalta el corazén y consuela el éni- mo. ‘A mencs de emborracharse como con cualquisr otra cosa, no le encuentro ninguna virtud sacrilega | Su tinico defecto es hacer enfermar a la larga. Pero focurre a veces que se contagia uno de la muerte en la iglesia. Si el camino de la iglesia hasta Dios es recto, reco- miendo el de Chablis, siempre vacio, en una noche de Nochebuena. LOS DESIGNIOS DE MI PLUMA. LOS OSCUROS DIBUJOS DE LA PROVIDENCIA? Un espiritu puro no puede ni empezar ni acabar, y no ce transforma jams. La eafda de los angeles | 1 Bpigrafe parad6jico de Cocteau, jugando con el orden y cl sentido habitual de desseins —designios y dessins = di- Dujos, contrapuestos aqui y que suenan en francés casi lo mismo. (N. del T.) 124 Jean Cocteau es, pues, insensata. Quiero decir que carece de sen- tido en la medida en que evoca films proyeetados al revés. El diablo representa en cierto modo los defec- tos de Dios. Sin el diablo Dios seria inhumano. Hay diablos de San Sulpieio. Quincey me asombra cuando habla de sus pascos y de sus sesiones de Opera. Porque basta con un cambio de postura, con una luz, para destruir el enor- me edificio de calma. Fumar con dos es ya mucho. Fumar con tres es dificil. Fumar con cuatro, im- posible. Asqueado por Ia literatura, he querido superar la ratura y vivir mi obra. Ello hace que mi obra me coma, que empiece ella a vivir y que yo muera. Por lo demas, las obras se dividen en dos eategorias: Tas que hacen vivir y las que matan. Un dia, uno de nuestros escritores a quien repro- chaba yo que escribiese libros de éxito y que no se eseribiese él munca, me Hlevé ante un espejo. “Qui ro ser fuerte —dijo—. Mirese usted. Quiero comer. Quiero viajar. Quiero vivir. {No quiero convertir- me en una estilogrdfical” Una caiia pensante! jUna caiia doliente! {Una ca- fia sangrante! Eso es. Llego, en suma, a esta com- probacién siniestra: por no haber querido ser un li- {erato, uno se ha convertido en una esti'ograicn, Opio 1st Los nerviosos (normales) se apagan de noche. Los rnerviosos (opiémanos) se eneienden de noche. Aqui, cualquier libro es bueno para mi, con tal de que las enfermeras me provean de ellos. Leia yo Ex. myo pe Anracnan de Panl Féval, hijo. Athos y el hijo de Artagnan se encuentran cara a cara, de repente. Lloro. No siento ninguna vergiienza de es- tas lagrimas. Después encuentro esta frase: “El rostro ensangrentado estaba cubierto por una méscara de terciopelo negro, ete.” gCémo? gEl barén de Souvré, después de sus Tu- chas y sus baiios, todavia con su mascara? Natural- mente, Souvré Hleva una méscara de tereiopelo ne- gro, Fise es su personaje, Ese es el secreto de In grandeza de Fantomas. A los autores épicos les Cohiben tan poco los postizos y las fechas falsas co- mo a Homero la geogratia y las metamorlosis. No hay que curarse del opio, sino de la inteligen- Desde 1924, slo conservo mis trabajos de pri- jonero. Los libros deben tener fuego y sombra. Las som- bras cambian de sitio. A los dieciséis aiios se devora Donan Gay. Después el libro se torna ridiculo. Me ha sucedido volver a tomarlo y hallar en él som- Lras bellisimas (episodio del hermano de Sybil Va- ne) y ver cuiin injusto es umo. En ciertos libros las sombras no se mueven; bailan alli mismo. Mout. FLanpens, Manx, Pan, La canruyana, Espiesno- es ¥ xnsentas, GENTI. 128 Jean Cocteau Todos los criticos oficiales han dicho que To: x1 impostor?, contaba una falsa guerra y que bien se vein que yo no habia estado en ella. Pues bier no hay un solo paisaje ni una sola escena de ese libro que no haya yo habitado o vivido. Fl subtitulo “hi toria”, tenia dos sentidos. Toman esa nieve sitnada entre la tierra y los pies de Toms, ese paso de los sueiios, por una ligereza de mal gusto, Por una ofensa al poilu. Abandoné Ia guerra cuando comprendi una noche, en Nieuport, que me divertia, Aquello me asqued. Habja yo olvidado el odio, la justicia y demés pam- plinas, Me dejaba Hevar por las amistades, Jos pel gros, Tas sorpresas, una estancia en la luna, Apen: hice este descubrimiento me dediqué a buscar el me: dio de marcharme, a aprovechar que estaba enfer- mo, Ocultaba yo mi enfermedad como los nitios qne juegan. Nosotros, los poetas, tenemos Ia mania de la ver- dad, procuramos transmitir al detalle lo que nos cho- ca. “Qué suyo es”, he aqui el elogio que se atrae siempre nuestra exactitud Puede imaginarse el crédito que encuentra ta hon- adez de nuestros informes sobre lo que somos los inicos en ver, por la incredulidad admirativa que provoca nuestra exactitud, a propésito de especticu- los visibles y cotidianos, 1 Novela de Cocteau. (Thomas Timposteur. Histore, 1923, Edit. N. R. F.) (N. det T.) Opio 19 Ahora bien, el poeta no pide ninguna admiracién; quiere ser creido, Todo lo que no es creido sigue siendo decorativo. La belleza marcha de prisa, Ientamente. Desconcierta por esa aleacién de inconciliables. La perspectiva da a la mezcla inhumana un falso aire humano, un aire posible, un aire noble. Gracias a este compromiso el piiblico cree escuchar y ver a los clésicos. Velocidad lenta del opio. Bajo el opio se Hega a ser el lugar de los fenémenos que el arte nos envia desde el exterior, Le sucede al fumador ser uma obra maestra. Una obra maestra que no se discute. Obra maestra perfecta por fugaz, sin forma y sin jneces. Cualquiera que sea el individualismo, el lado soli- tario, reservado, aristocritico, Iujoso, monstruoso de la obra maestra, no por ello es menos social, capaz de sobrecoger al préjimo, de emocionar, de enrique- itual y materialmente una masa, Pues hien, la necesidad de expresarse, de relacio- narse con el exterior, desaparece en el hedonista. 130 Jean Cocteau EL no-intenta hacer obras maestras; intenta Hegar a ser él mismo, el més desconocido, et mis egoista. Decid, refiriéndose a un fumador en estado con- tinuo de cuforia, que se degrada, viene a ser como decir del mérmol que ha sido deteriorado por Miguel Angel; del lienzo, que fue manchado por Rafael; del papel, que fue emborronado por Shakespeare; del si- lencio, que fue roto por Bach. Nada menos impuro que esta obra maestra: un fumador de opio, Nada-mis natural que la sociedad, que exige el reparto, Io condene como una belleza invisible y sin sombra de prostitucién. EI pintor a quien le gusta pintar arboles convir- tiéndose en dirbol. Los nifios evan en sf un droga natural, La muerte de Tomds, el impostor, es el niiio que juega al caballo, convertido en, caballo. Todo los nifios tienen wn poder magico para trans- formarse en lo que quieren. Los poetas, en quienes Ta infancia se prolonga, sufren mucho al perder ese poder, Esa es, sin duda, una de las razones que im- pulsan al pocta a emplear el opio. Surge en mi un recuerdo: Cuando, después del proceso de Satie (habia enviado tarjetas postales in- juriosas), me entregué a “amenazas de hecho con- tra un abogado en el ejercicio de sus funciones”, no pensé ni por un momento en las consecuencias de mi acto. Era un acto pasional. El presente nos ab- | Opio 183, sorbe por completo, Nuestro psiquismo se contrae hasta convertirse en un punto, Nada de pasado ya, nada de porvenir. EI pasado, el porvenir me atormentan y los actos de pasién se cuentan, Ahora bien, el opio remueve el pasado y el porvenir, formando un todo actual Es lo contrario de la pasién. EI alcohol provoca actos de locura. El opio provoca actos de cordura, Prnros. Satie queria hacer un teatro para perros. Se alza el telén. El decorado representa un hueso, En Inglaterra acaba de proyectarse una pelicula para perros. Los ciento cincuenta perros invitados se arrojan sobre la pantalla y la destrozan, (New York Times). En el 45 de la calle La Bruy@re, en casa de mi abuelo, hombre muy enemigo de los perros y con la mania del orden, salgo (tenia yo catorce afios) con un fox terrier de afio y medio, apenas tolerado, Al terminar los escalones blancos del vestibulo, mi fox se arquea y se desahoga. Me precipito hacia él con la mano levantada. La angustia dilata los ojitos del pobre animal; devora su excremento y se pone en dos patas. 134 Jean Cocteau En la clinica le ponen a las cinco de Ja maiiana, al vieio bulldog moribundo, una inyeccién de morfi- na. Una hora después juega en el jardin, salta, se revuelca. Al dia siguiente, a las cinco, -arafia en la puerta del doctor y pide su inyeccién El perro de Ia sefiora de C..., en Grasse, enamo- rado de la perra de Maria C..., que vive a unos cuantos kilémetros. Acecha el tranvia, salta a In plataforma, La misma maniobra al regreso. Habian vendido, en Jos bulevares, un perro mi- niisculo a la seiiora A. D.... Regresa ésta a su casa y deja al perro en el suelo, para traerle agua. Vuelve ¥y encuentra al perro encaramado sobre un cuadro qne representaba una rata con tma piel de perro. De farioso que estaba habia logrado roer sus fal- sas patas. El duque de L.... pagaba a los porteros del cas- tillo por euidar de su viejo perro de lanas. Llega un dia el duque, de improviso. Sale a su encuentro un perro amarillo, con una piel blanca de perro de Ia- nas, que arrastra a su zaga. Desde hacia tres afios, Jos porteros disfrazaban a su perro con Ia piel del muerto. i Opio 137 Un fumador completamente desintoxicado y que vuelve a fumar, no experimenta ya las molestias de la primera intoxiecacién. Existe, pues, fuera de los alcaloides y de la costumbre, un espiritu del opio, una costumbre impalpable que subsiste a pesar de Ja refundicién del organism, No hay que tomar ese espititu por Ia tristeza de un opiémano que ha vuel- to a la normalidad, aunque esa tristeza entraiie una parte de invocacién. La droga muerta deja un fan- tasma que recorre Ja casa a ciertas horas. Un desintoxicado conserva en él defensas contra cl téxico, $i se reintoxica, esas defensas action y le obligan a tomar dosis mis fuertes que las de su pri- mera intoxicacién, El opio es una estacién, El fumador no sufre ya con los cambios de tiempo. No se acatarra jamis. No sufre més que con los cambios de drogas, de do- sis, de horas; con todo lo que influye sobre el ba- rdmetro del opio. El opio tiene sus catarros, sus frfos y sus calores, que no corresponden al frio ni al calor. Los médicos pretenden que el opio nos embota y nos priva del sentido de Jos valores. Pues bien, si el opio saca bajo nuestro pies Ia escala de valores, nos pone otra mucho mas alta y més fina, 138 Jean Cocteau (1930). No puede decirse que el opio, al despo- jarlo de toda obsesidn sexual, empequeiiezea al fu- mador, pues no sélo no provoca ninguna impoten- cia, sino que sustituye ese género de obsesiones bastante bajas por un género de obsesiones bastan- te elevadas, singularisimas y desconocidas para un organismo sexualmente normal. Por ejemplo, un tipo de espfritu seri olfateado, rebuscado, emparentado a través de los siglos y las artes, contra toda apariencia, y obsesionard esta se- xualidad trascendental como wn tipo humano, a tra- vvés de los sexos y los medios sociales mas dispares, obsesionard la sexnalidad inculta (Dargelos, Agata, las “estrellas”, los boxeadores del cuarto de Pablo)*. ‘Todos Jos animales se quedan fascinados por el opio. Los fumadores coloniales conocen el peligro de este cebo para las fieras y los reptiles. se agrupan alrededor de la bandeja y suefian; Tas salamandras, con sus pequefios mito- nes, desfallecen en el techo encima de la Jamparilla y esperan la hora; los ratones se acercan y roen el dross. No me refiero a los perros ni a los monos, intoxicados como sus dueios. En Marsella, entre los anamitas, donde se fama con un material apropiado para despistar a la poli- cfa (tubo de gas, botellita de muestra de Benedic- 1 Cocteau se refiere a personajes de su célebre novela Los nisios terribles (Les enfants tosribles). (N. del T-.) Opio 139 en la cual se ha abierto un agujero, pinches de sombrero, las eucarachas y las arafas forman circu- lo extasiadas. Triste seiior Un personaje poco interesante Etiquetas que pondrian los periddicos o la policia sobre todos aquellos a quienes amamos, admiramos, veneramos. Leonardo de Vinci, por ejemplo. Hay ademés ciertos clichés superiores de Ia gente enterada, Pero la juventud anamita no fuma ya. En Indochina ef pueblo no fuma ya. No se fuma a bor- do, més que en los libros. Cuando oigo una de estas frases, cierto Tos ojos, y vuelvo a ver el puesto de los boys en el X...., uno de los més amplios paquebotes de la linea Marse- Ha-Saigén. E] X.... se disponia a zarpar. El comi- sario de a bordo, famador amigo mfo, me habfa pro- puesto Ia escapatoria, A las once de la noche cru- amos los muelles desiertos y trepamos por la escala hasta el puente. Se trataba de seguir a nuestro guia a toda velocidad y de no tropezar con ninguna ron- da, Saltamos amarras, bordeamos columnas, tem- plos griegos, atravesamos plazas piblicas, labe tos de miquinas, de sombra y de hina; nos equivo- camos de escotilla y de corredores, de tal modo, que ei pobre guia empezaba ya a perder la cabeza, euan- e 140 Jean Cocteau do suavemente, el gran olor peculiar nos puso en el huen camino, Imaginaos unos enormes sleepings, cuatro 0 cinco alcobas, donde fuman sesenta boys, sobre dos pisos de tablas. En cada alcoba, una larga mesa ocupa todo el espacio vacio. De pie sobre estas mesas, cortados en dos por una nube aplastada ¢ inmévil a la altura de la mitad de Ja habitacién, los rezagados se desnudan, tienden esos cordeles donde les gusta colgar la ropa, y se frotan suavemente un hombro La escena esté iluminada por las lamparillas, en cuya punta chisporrotea Ia droga. Los cuerpos se colocan unos sobre otros y, sin provocar la menor sorpresa ni el menor desagrado, nos sentamos alli, donde no quedaba realmente sitio para nadie, con nuestras piernas como engatilladas, y nuestras nucas apoyadas sobre mas banquetas. El alboroto que pro- movernos no molesta siquiera a uno de los boys, que duerme ahora con la cabeza apoyada en Ia mia, Una pesadilla lo convulsiona; ha caido al fondo del sue ‘Ao que lo ahoga, que Te entra por la boca abierta, por las gruesas narices, por las orejas despegadas. Con su rostro tumefacto, cerrado como un puiio fu- rioso, suda, se vuelve, desgarra sus andrajos de seda. Me parece que un golpe de bistur{ Jo Tiberarfa, ahu- yentaria su pesadilla. Sus muecas hacen un con- traste extraordinario con la calma de los demés, cal- ma vegetal, calma que me recnerda algo familiar éQué? Sobre estas tablas, los cnerpos apelotonados, en los que el esqueleto visible bajo la piel muy pa- lida no es ya més que el armazén delieado de un cA 31 seeds Opio 143, suefio.,. En realidad son los olivos de Provenza lo que estos jévenes fumadores me evocan, los olivos retorcidos sobre Ja tierra roja, lisa, y enya nube de plata permanece suspendida en el aire, En aquel puesto, no estaba lejos de creer que tan- ta ligereza profunda era lo tinico que permitia flotar sobre el agua al navio monumental. He querido tomar notas durante mi estadia en la clinica, y sobre todo contradecirme, a fin de seguir las etapas del tratamiento, Convenia hablar del opio sin trabas, sin literatura y sin ningtin conocimiento médico *. Los especialistas parecen ignorar el mundo que se- para al opiémano de las otras victimas de los téxi- cos, la droga de las drogas. No intento defender la droga; intento ver con cla- ridad en lo oscuro, penetrar en la entraiia de la cues- tién, abordar de frente problemas que se abordan siempre de soslayo. Supongo que In moderna escucla de Medicina em- pieza a sacudirse el yugo, a rebelarse contra unos prejuicios ridiculos, a seguir Ia marcha de su época Cosa extsafia. Nuestra seguridad fisica acepta mé- dicos que corresponden a los artistas a quienes nues- tra seguridad moral rechaza. {Ser curado por un Ziem, un Henner, un Jean Aicard! 1 Constiltese el Libro del Humo, de Luis Laloy, la éiniea bella obra modema sobre el opio. (N. del A.) 144 Jean Cocteau Descubririn los jévenes, o bien un método activo de desintoxicacién (el método actual sigue siendo pasivo), 0 si no un régimen que permita soportar los beneficios de Ia adormidera? La Facultad odia la intuicién, el peligro; quiere pricticos, olvidéndose de que los tiene gracias a Ios descubrimientos que chocan al principio contra el escepticismo, una de las peores especies del confort. Oponen este argumento: el arte y Ia ciencia si- guen distintos caminos. Es inexacto. Un hombre normal, desde el punto de vista se- xual, debiera ser capaz de realizar el acto amoroso con cualquiera ¢ incluso con cualquier cosa, pues el instinto de la especie es ciego; trabaja al por mayor, Esto es lo que explica las costumbres acomodaticias, atribuidas a vicios, del pueblo, y sobre todo de los marinos. Sélo cuenta el acto sexual. El bruto se pre- ‘ocupa muy poco de las circunstancias que Io provo- can, No me refiero al amor. El vicio comienza en la eleccién, Segin la heren- cia, la inteligencia, In fatiga nerviosa del sujeto, es- ta eleccién se refina hasta Megara ser inexplicable, cémica 0 criminal. Una madre que dice: “Mi hijo no se easaré més que con una rubia”, no sospecha que su frase corres- ponde a los peores embrollos sexuales. Disfraces, mezclas de sexos, suplicios de animales, cadenas, in- sultos, Opio MT Extraiio desinterés de la sexualidad por Ia existencia de una progenie espiritual EI arte nace del coito entre el elemento macho y el elemento hembra, que nos forman a todos, més equilibrados en el artista que en los otros hombres. Proviene de una especie de incesto, de amor de uno consigo mismo, de partenogénesis. Esto es lo que hace el matrimonio tan peligroso en Ios artistes, pa- 1a los cuales representa un pleonasmo, un esfuerzo de monstruo hacia la norma, El signo del “triste se- fior” que marca a tantos genios proviene de que el instinto de creacién, satisfecho por otra parte, deja al placer sexual en libertad de practiearse en el puro dominio de la estética y Io Heva también hacia for- mas infecundas, No se puede traducir a un verdadero poeta, no porque su estilo sea musical, sino porque el pensa- miento entrafia una plistica, y si la pkistica cambia, el pensamiento cambia, Un ruso me decia: “El estilo de Onreo ¢s musical en contraposicién a lo que el pablico Hama musical A pesar de su carencia de miisica, es musical porque deja al espiritu en libertad de aprovecharse de él como quiera”. 4s Jean Cocteau Un poeta, a menos de ser politico (Hugo, Shelley, Byron), no debe contar més que con Tos Tectores que conozcan su lengua, el espiritu dé su lengua y el al ma de su lengua. La multitud ama las obras que imponen su canto, que la hipnotiza, hipertrofiando su sensibilidad has- ta adormecer el sentido critico. La multitud es fe- menina; Ie gusta obedecer 0 morder Radiguet decia: “El piiblico nos pregunta si es serio. Yo le pregunto a él si es serio”. jAy!, las obras geniales reqnieren un piiblico genial. Llega uno a un sustitutivo de ese estado receptivo genial por la electricidad, que exhala una aglomeracién de personas mediocres. Ese sustitutivo permite ilusio- narse sobre Ia suerte de una obra de teatro. Desde 1870 los artistas se acostumbran a despre- ciar al public. La necedad del piiblico esti admi- tida, Este prejuicio corre el riesgo de unirse con los prejuicios del piblico. Lo mismo que el absurdo prejuicio contra la Comedia Francesa, la Opera, la Opera Cémica, teatros de todos los escindalos ilustres. {No habré en esto un problema a resolver para los investigadores? En otros tiempos el genio con- movia al publico con lentitudes, concesiones, incluso con intermedios. Habria que estudiar al publico, hallar el truco de cartas, que lo engafiaria ante unas obras rapidas. Opio 149 El cine ha despejado los cerebros. Con Dullin he- mos conmovido doscientas veces al piblico popu- lar por mediacién de Axticoxa (la obra dura cua- renta minutos), representada a toda velocidad y sin ‘més trama que el amor fraternal, Este puiblico des- conocia a Séfocles. ¢Cual seria el poeta, cl dramaturgo dotado de las facultades de hipnosis colectiva del fakit de las In- dias? ¢Por qué os jactis entonces de no hallaros en a zona de ijusién y de ver el truco detrés de ese telén? Es el caso de las personas que se burlan del genio porque no puede conmoverlas. Es toda la di- ferencia que hay entre nosotros y la cimara filmado- ra con su ojo de vaca. Muchos espiritus confunden ser conmoyidos con ser victimas, admirar con ser engaiados. Se rebelan contra la hipnosis, Es fécil, iay!, porque el poeta juega su fltido por banda y pose Ios medios mas débiles para convencer Un museo sélo tiene disculpa en la medida en que atestigua actividades antiguas, en que conser- va lo que queda de fosforescencia en torno a las obras, el flitido que ellas exhalan y por medio del cual Megan a vencer a la muerte, Stendhal tiene mucha razén al escribir que una mujer subia al coche genialmente. El empleo de la palabra “genio” hicre nuestra avaricia de clogios. Ahora bien; jamés un poeta —pintor, por ejem- 150 Jean Cocteau plo— gasta tanto genio como en ciertas farsas, en ciertas charadas, en ciertos disfraces improvisados que lo hacen sospechoso a los espiritus torpes y por medio de los cuales se expresa sin la interposicién de ninguno de los cileulos ni de ninguna de las materias muertas indispensables para la duracién de ona obra de arte. Es ese minuto Hameante de lirismo, ese incendio, impio de todo ese hastio que ejerce una fascinacién sobre los graves imbéciles, lo que Picasso logra fijar en ciertas obras. Uno no sale de su asombro. Si Picasso, en uno de sus ataques contra la pintura, se tirase por el bal- cén, el senor X...., el genial coleccionista, dinia: “;Qué bonita mancha!”, compraria la acera y haria que se la enmarcara, con un falso balcdn, Z..., el marquero ge Picasso, pintor de crucifixiones. Sus lienzos que nacen de ataques de rabia contra Ja pintura. (lien- 20 desgarrados, clavos, cuerda, hiel), en los que el pintor se crucifica, crucifica a la pintura, escupe so- bre ell, da el Ianzazo, y se encuentra domado, obli- gado fatalmente a que todo aquel destrozo acabe cn una guitarra, Mi suefio, en mitsica, seria oir la miisica de las guitarras de Picasso. Opio 158 (Abril, 1930), En pleno cielo azul, de pie sobre una bola como el mundo hindi descansa sobre el Alefante y sobre las tortugas, mundos que son pe senas de carne y hueso, armazones rosadas, mons- truos de soledad y de amor. El esedndalo de Parada era un escindalo de pi- blico. Procedia también de una coincidencia de la representacion con Ia batalla de Verdin. El rétulo del diario L’Ocuvre decia: “Esperdbamos una apla- nadora y nos dan un ballet uso”. El escindalo de los xsrosos fue un lavado de tra- pos sucios en familia. El piiblico se ajustaba a la opinién ajena. El escéndalo fue originado por unos artistas que consideraban la torre Eiffel, la antepa- sada de las mquinas, Ja primera palabra del moder nismo, eomo si fuera suya, y que no soportaban el verla incorporarse al bazar encantador de la Ex- posicién del 89. Los escdindalos de ideas no me conciernen. Sélo me ocupo de escindalos de materia, Si me pregan- tan sobre el escindalo de una obra de tesis no podria responder. El eseindalo podria producirse en la Ci- mara, en la iglesia, en el tribunal, en cualquier parte, La ausencia de escéndalo en EL BUEY SOBRE EL TE- avo, en Anticona, en Romeo, en Onrzo, se debe 154 Jean Cocteau a un largo periodo en que el snob, prevenido por sus papelones, se aplandia a s{ mismo. Mercurio aproveché esta disposicién del piblico. Ademids, el espectéculo distrafa, impedia oir Ja or questa de Satie En visperas de 1930, el snob, que habia recobrado su cerrazén mental, se permite condenar con el si- Jencio umas obras en las que Stravinsky consigue los mis altos triunfos sobre si mismo y sobre la miisica. Puesto que el visado ministerial est en vigor para los films, nos separa una pelo de la censura, EI desastre de una censura seria terrible en nues- tra época en que la juventud rotura tierras que ha- bia dejado incultas por culpa de la censura. No pre- juzgo el porvenir. La censura desarma a un Proust, a un Gide, a un Radiguet, a un Deshordes. Figu- rags. Se amputa Ja psicologia. Los procesos contra autores se pierden, Se multa, se encarcela, se des- tina. El eterno escindalo recomienza. EI semisuefio del opio nos hace doblar pasillo: y cruzar vestibulos y empujar puertas y perdernos en un mundo en que las gentes, despertadas sobre- saltadamente, sienten un miedo horrible de nosotros. 21 opio debe hacernos un poco visibles a Io invi- sible, hacer de nosotros espectros que espantan a los espectros en su morada, Opio 155 El opio es realmente eficaz una vez de cada veinte. No confundir nunca al fumador de opio con el opidfago. Distintos fendmenos. Después de haber furnado, el cuerpo piensa. No se trata del pensamiento conjuso de Descartes. EI cuerpo piensa, el cuerpo suefia; el cuerpo se desmembra, el cuerpo vuela. El fumador, embalsa mado vivo. El fumador se observa a vuelo de pdjaro. No soy yo quien me intoxico, es mi cuerpo. “...como ciertos radicales quimicos, esencialmen- te inquietos en el estado de pureza, se apoderan an- siosamente de un elemento capaz de proporeionarles el reposo”. Junten Benpa. Mi naturaleza necesita serenidad. Una mala fuer- za me impulsa a los escdndalos como a un sondmbu- Jo al tejado. La serenidad de la droga me amparaba contra esta fuerza que me obliga a sentarme en el banquillo, cuando la simple lectara de un periddi- co me aniquila, Jean Cocteau No servimos mis que de modelo para nuestro re- trato_glorioso. ‘i Todo es cuestién de velocidad. (Velocidad inmé- vil. La velocidad en si. Opio: Ia velocidad de s da).! Después de las plantas, cuya velocidad di tinta a la nuestra nos muestra slo la inmovili- dad relativa, y Ia velocidad de los metales, que nos muestra todavia mas inmovilidad relativa, em- piezan unos reinados demasiado lentos 0 demasiado ripidos para que podamos ni siquiera verlos, ser vis- tos por ellos. (EL cavo, el Angel, el ventilador). No es imposible que el cine pueda algim dia filmar lo invisible, hacerlo visible, ajustarlo a nnestro ritmo, Jo mismo que ajusta a nuestro ritmo Ia gesticulacién de las flores. El opio, que cambia nuestras velocidades, nos pro- porciona la intnicién clarisima de mundos que se superponen, se compenetran y ni siquiera se sospe- ‘chan unos de otros. “Si Jestis, en vez de haber sido crucificado, hu- icra sido lapidado, jqué cambio en la suerte del cristianismo!” Benpa, Mi primer testamento. Aun saliendo de mi mismo y adoptando el punto 1 Juego de palabras de Cocteau sobre en soi (en si) y en soie (de seda). (WN. del 7.) Sciciaiaciaibcaniaainoeeaaa a | Opio 159 de vista de Benda, él se equivoca. Olvida lo extra- fio de Cristo desnudo en Tes iglesias y de un apara- to de tortura que correspondia a la guillotina. EI Cristo lapidado ofrecia una gran imagen: de pie, con los brazos en eruz (Cristo hecho cruz), san- grante la faz, La mazmorra: desaparecido. En las iglesi los angeles. Cristo decapitado: muere por la espada (la cruz). En las iglesias: una espada en forma de cruz. daba origen al misterio de Cristo Cristo arrebatado por No condeno la misica verbal con todo lo que en- trafia de disonancias, de purezas, de mevas dulz ras. Pero una plistica del alma me atrae mucho mé Oponer una geometria viva al encanto decorative de las frases. Tener estilo y no un estilo. Un estilo que no se deje plagiar de ningtim modo. No se sa- bria por dénde tomarlo, Un estilo que no nazea sino de un corte mio, de un endurecimiento del pen- samiento por el paso brutal desde el interior al ex: terior, Con esa parada aténita del toro al salir del toril, Exponer nuestros fantasmas al chorro de una fuente petiificadora, no aprender a retocar objetos ingeniosos, sino a petrificar al paso cualquier cosa informe que salga de nosotros. Hacer voluminosos algunos conceptos. EI opio permite dar forma a Jo informe; impide, jayl, transmitir este privilegio al projimo. A riesgo de perder el sueiio, acecharé el momento tinico de i AiR Jean Cocteau una desintoxicacién en que esta facultad funcione todavia un poco y coincida, por deseido, con la reaparicién del poder comunicativo *, En cuanto un poeta se despierta, es idiota. Quiero decir inteligente. “ZDénde estoy?”, pregunta, como Jas damas desmayadas Las notas de un poeta despierto no valen gran cosa. No las doy mis que por lo que valen; por m cuenta y riesgo. Una experiencia mis. Hay que curarse a todo precio de la inquietud maniitica de escribir. El estilo que viene de afue- 1a e8 indigno, aunque se superponga exactamente al estilo interior. El tinico estilo posible es el pen- samiento hecho came. Leer sumarios, y a los ma~ temiticos, a los geémetras, a los especialistas en la rama que sea. Suprimir toda otra Tectura. Anatole France: el clisico conforme a los clisicos. El arte conforme al arte, Nunca un talento seme- jante fue puesto al servicio de la vulgaridad. El pulmén es una bolsa de glébuilos. Cada glébu- lo se divide en alvéolos que estin en corresponden- 1 Les enfants terribles, nacidos en diecisiete dias, con faltas de estilo, de ortografia, y que no me atrevo a tocar (N. det A) erasers iui inert | iii ARNEL | | | Opio 163, cia directa con los bronquios. Un glébulo imita el pulmén entero de una rana. La superficie interna, lisa, esta tapizada por una red de capilares sangut- neos, De tal modo que si se extendiera, planchado, el pulmén cubrirfa doscientos metros cuadrados. Ha- iis lefdo bien. El humo impregna, por consiguiente, de una sola ver ciento cincuenta metros cuadrados de superfi- cie pulmonar. La masa sanguinea pulmonar, que no tiene més que siete milésimas de milimetro de espesor, repre- senta un litro de sangre. ‘Dada la velocidad de la circulacién pulmonar, puede imaginarse la: masa de sangre que atraviesa el aparato respiratorio, De aqui los efectos instantineos del opio en el fu- ‘mador. El fumador sube lentamente como m Mont- golfier; lentamente se vuelve y vuelve a caer Tenta- mente sobre una Tuna muerta cuya débil atraceiém Je impide partir de nuevo. ‘Aunque se levante, hable, actite, sea sociable, viva en apariencia, gestos, andar, picl, miradas, palabras, no por es0 reflejan menos una vida sometida a otras leyes de palidez y de gravedad. El viaje contrario tendré lugar por su cuenta y riesgo. El fumador paga primero su rescate. - El opio To suelta, pero el regreso carece de encantos. ‘Sin embargo, al volver a su planeta, conserva una nostalgia. | 164 Jean Cocteau La muerte separa completamente nuestras aguas pesadas de muesteas aguas ligeras. El-opio las sepa ra un poco. EI opio es Ia tinica sustancia vegetal que nos co- munica el estado vegetal. Por él nos formamos idea de esa otra velocidad de las plantas. Se puede decir: “el sol es grande, este polvo es pequefio”, porque participan de nuestra escala de valores. Es insensato decir: “Dios es grande, un tomo es pequeiio”. Es muy raro que casi nadie viva con el sentimiento de los siglos que pasan, en- tre cada una de nuestras respiraciones, para los mun- dos creados y destruidos por nuestro cuerpo, que la idea de las tinieblas del cuerpo les oculte los fuegos que lo llenan, y que una diferencia de medidas les haga incomprensible el hecho de que esos mundos estén civilizados 0 muertos; en suma, que lo infini- tamente pequefio sea un descubrimiento en vex de ser un instinto. Lo mismo sucede con lo infinitamente grande (grande, pequefio, con relacién a nosotros), puesto que no sentimos que nuestro ciclo, nuestra luz, nues- thos espacios son un punto de sombra para el ser euyo cuerpo nos contiene y cuya vida (corta para Al) se desarrolla en siglos para nosotros. ‘A posar de la fe, Dios daria néuseas. La sabiduria de Moisés fue circunscribir los hombres a su pe- queiia vivienda. Opio 165 El hombre normal, —Fumador de médula de sai- co, epor qué vivir esta existencia? Mas le valdria tirarse por el balcén. El fumador. —Imposible; floto. hombre normal, —Su cuerpo Hegaré pronto abajo. 'EL fumador, —Llegaré lentamente tras él. Es dificil vivir sin el opio después de haberlo co- nocido, porque es dificil, después de haber co- nocido el opio, tomar a Ja tierra en serio. Y, a me- nos de ser tm santo, es dificil vivir sin tomar en se- rio a la tierra. Después de Ta desintoxiencin. El peor momento, el peor peligro, La salud con esa brecha y una tris- teza inmensa. Los doctores os entregan lealmente al suicidio. EI opio, que aparta un poco los pliegnes apreta- dos gracias a los cuales ereemos vivir largo tiempo, por minutos, por episodios, nos quita primeramente Ja memoria. Resurgimiento de la memoria y del sentimiento del tiempo (aun en mi, que existen myy poco en esta do normal). El espiritu del fumador se mueve inmévil, como el muaré. Nosotros dos Marcel. Notas sobre Proust a (Resurgimiento de la memoria) Me es imposible recordar um primer encuentro con Proust, Nuestra pandilla lo ha tratado siempre como al hombre eélebre, Lo veo, con su barba, en as banquetas rojas de Larne (1912). Lo veo, sin barba, en casa de madame Alphonse Daudet, hostiga- do por Jammes como por un tibano. Lo vuelvo a encontrar, muerto, con la barba del comienzo. Lo veo, con y sin barba, en aquella habitacién de cor- cho, de polvo y de frasquitos, unas veces acostado, enguantado, y otras de pic, en un cuartito tocador de.caso criminal, abotonando un chaleco de tercio- pelo sobre un pobre torso cuadrado que pareeia con- tener suis mecanismos, y comiendo macarrones de pie. Lo veo entre las fundas. Las tenian la impara y los sillones. La naftalina estrellaba Ia sombra, El se exguia contra la chimenea del saln de aquel Nauti- Tus como un personaje de Julio Verne, 0 si no junto a un marco tapizado de crespén, de frac, como Car- not muerto. Una ver, anuneiado por la voz de Céleste en el teléfono, vino a recogerme a Jas tres de Ia tarde para que lo acompatiase al Louvre a ver el SAN SEBASTIAN de Mantegna, Este lienzo ocupaba entonces un si: tio en la sala de Maan: Ravine, de la Ouimtrra, del nao runco. Proust tenfa el aspecto de una limpara 169 Opio cncendida en pleno dia, de un timbre de teléfono en una casa vacka. Otra vez debia (quiz) venir alrededor de las on- ce de la noche. Estaba yo en casa de mi veeina del primer piso, de la que & me escribfa: “Cuando yo tenia veinte aiios ella se negaba a amarme; ¢seré posible que, cuando tengo cuarenta y he hecho lo mejor de la duquesa de G...., se niegue a leerme?” Habia yo encargado que me avisaran. Subi a me- dianoche. Lo encontré en mi rellano, Me esperaba, sentado en una bangueta, en las tinieblas, “|Mar- cell —exclamé—, gpor qué no ha entrado usted, por Jo menos, a esperarme en casa? Ya sabe usted que Ja puerta queda entornada”, “Querido Jean —me respondid con su voz que él embrollaba con su ma- no, y que era un lamento, una risa—, querido Jean, Napoledn hizo matar a un hombre que lo habia es- perado en su casa. Evidentemente yo no hubiera leido mas que el Larousse, pero podfa haber algu- na carta, etc...” Me han robado, jay!, el libro donde él me eseriba versos, Recuerdo éstos: ; | Afin de me couvrir de fourrure et de moire, Sans de ses larges yeux renverser Vencre noire, Tel un sylphe au plafond, tet sur ta neige un ski, Jean sauta sur la table aupres de Nijinsky. + Para cubrirme con pieles de muaré— sin verter Ia tinta negra de sus grandes ojos—tal un silfo en el techo, tal uw esqui sobre Ia nieve—Jean salté sobre Ia mesa junto a | Nifinsky, 170 Jean Cocteau Gendbamos después del teatro con los del Ba- Tet ruso. Cetait dans le salon purpurin de Larue Dont Tor, dun got douteus, jamais ne se voila. La barbe Cun docteur, blanditieuse et drue, Répetait: ma présence est peut-ttre incongrue, Mais sil nen reste qu'un je serai celui E¢ mon coeur succombait aux coups INDIANA * gEste doctor que conoefa los téminos exactos servié para Ja composicién de Cottard? Indiana era Ja aiisica de moda. En aquella época nos envidbamos sefias poéticas. Los de Correos no se enfadaban. Estas, por ejemplo: Pacteur porte ces mots, te débarrassant Peux, ‘Au boulevard Haussmann chez Marcel Proust, 102% 102, Boulevard Hausmann, oust! Courez facteur, chez Marcet Proust ® 1 Era en el salén purpieo de Larue cuyo 010, de mal gusto, jamais se empaii, La barba de un doctor, encaneeida ties, —repetta: mi presencia es quizés incongruente, ~ pero si no queda més que tno, ése seré yo y mi cons sucumbia a los golpes de INpiawa 2 Cartero, Teva estas palabras y despréndete de ellas — al bulevar Haussmann, esa de Marcel Proust, 102 #102, bulevar Haussmann jhala!— corre, cartero, a casa de Marcel Proust. Opio 178. Proust respondia con sobres cubiertos de patas de moscas. Describia la calle de Anjou, desde el bule- var Haussmann hasta el barrio de Saint-Honoré, Pris de Tantre od volait un jour Froment-Meurice Et de Cineffable Nadar... He olvidado el comienzo y corto el final, pues la alabanza unida al reproche constituian su método amistoso. Me pregunto por qué prodigios del corazén, mis querides amigos Antoine Bibesco, Lucien Daudet, Reynaldo Hahn, conservaron el equilibrio. A pesar de numerosas cartas (una, tan bella, sobre la reposi- cién de Panapa, comparaba los acrobats a los Diés- curos, y lamaba al caballo gran cisne de gestos lo- cos), dejamos de vernos a consecuencia de una bro- ma mia. Yo habia ido al bulevar Haussmann, como vecino, sin sombrero y sin gabén, Al entrar dije: “No tengo gabin, me hielo”, El queria ofrecerme una esmeralda, La rechaeé. A los dos dias cai acatarrado, Un sastre vino a tomar- me las medidas para un gabin, La esmeralda debia primeramente facilitarme la compra de aquella pren- da, Despedi al sastre y Marcel Proust me guardé rencor por aquello. Aiadfa a su capitulo de agra- vios otros agravios en doce carillas que me encarga- + Cerca del antro donde volaba un dia Froment-Meurice ~ y del inefable Nadar.. i | j 174 Jean Cocteau ba de transmitir al conde de B.... Aquella inter- tninable requisitoria terminaba con.esta posdata: “En iiitimo caso, no diga usted nada”. He referido en otra parte (Homenaje a Marcel Proust, N.R.F.) la anécdota de Ia propina al porte- 30 del hotel Ritz, “gPuede usted prestarme cincuen- ta francos?” “Ahora mismo, sefior Proust”. “Pues quédese con ellos, porque eran para usted”. Huelga aiiadir que al dia siguiente el portero tavo que aceptar el triple de aquella cantidad. Marcel Proust no creaba personajes con clave, es0 desde nego, pero ciertos amigos entraban en dosi muy fuertes en sus mezclas. No podia entonces com- prender que el modelo, cuyos defectos describfa co- ‘mo un atractivo, se negase a leerlo, no por rencor, ya qe aquel modelo era incapaz de reconocerse, sino por flaqueza de 4nimo. Proust exigia entonces, con céleras infantiles, algo andlogo al éxito loco de Fabre entre los insectos. Para comprender el ambiente de la casa de Proust, id a la Comedia Francesa, Empujad la dltima puer- ta ala derecha, en un pasillo entre la plataforma y el gran foyer de los artistas: era el cuarto de Rachel. |All, entre un calor de boca de calefaccién, versis ‘unas fumdas, un arpa, un caballete de pintor, un armonio, mos fanales de relojes, unos bronees, unos zécalos de ébano, unas vitrinas vacias, un polvo ilus- Opio 15 tre... en una palabra, os encontraréis en casa de Proust, esperando que Céleste os introduzea, Subrayo esta semejanza a causa de Rachel, de Ta Berma, de todos los enigmas sagrados que hacen sur- ggir en nosotros las coineidencias. La sociedad lama depravacién al genio de los sentidos y la condena porque los sentidos guardan relacién con los Tribunales. El genio guarda relacion ‘con Ia corte de los milagros. La sociedad lo deja vivir, No lo toma en serio ‘Ala edad en que Cristo debuta con su muerte, Alejandro muere de wna indigestién de gloria, Lo imagino triste, al Indo de su carro, preguntindose qué podria poser atin, Quisiera tno contestarle: ‘América, un aeroplano, un reloj, un graméfono, la T.S.F, Las embalsamadoras Jo saturan de miel. Su orina olla a violeta. Se pregunta uno si él no es una Te- yenda inventada como antidoto contra los desenga- ios humanos. Queda de aquel fin un perfil sobre ‘una moneda que me dio Barrés. EI anverso repre- senta un sabio sentado, Todo el mundo sabe que el ‘anverso y el reverso de una moneda tienen pocas probabilidades de encontrarse algtin dia, Existen Cristo y Napoleén. Imposible salir de ahi. 176 Jean Cocteau La gloria afortunada de resultado limitado; la glo- ria desgraciada de resultado ilimitado. En el m todo Napoledn, un traidor hace periler la batalla, En Cristo, un traidor hace ganar la batalla, La estética del fracaso es la tinica duradera, Quien no comprende el fracaso est perdido. La importancia del fracaso es capital. No hablo de lo que fracasa. Si no se ha comprendido este se- creto, esta estética, esta ética del fracaso, no se ha comprendido nada, y la gloria es intitil, EI niimero no es nunca bastante numeroso. Trans- forma las catedrales en capil Los admiradores no cuentan, Es necesario haber trastornado, por lo menos, un alma de arriba abajo, Hacerse amar por el triste desvio de las obras, “Lo he hecho ya”. “Eso ya ha sido hecho”, frases estipidas; leit-motiv del mundo artistico desde 1912, Detesto la originalidad. La evito lo mas posible. Hay que emplear una idea original con las mayores precauciones para que no parezea que Heva uno un traje nuevo. Una mujer de setenta afios me decta: “Lo que ha hecho ercer que los hombres de mi generacién, los lL | | 7 La infancia del arte Opio 179 miembros del Jockey, eran espirituales, es el ntime- 10 de vinos que se bebia entonees en In mesa’ Después de cenar, todo el mundo estaba un poco borracho. Los unos, ereian decir cosas mordaces, y Ios otros, crefan oirlas. El opio despeja el espiritu. No hace nunca espi- ritual, Explaya el espiritu. No lo aguza EL GRAN MEAULNES!, EL DIABLO EN EL CUERPO! EL buen alumno Fournier; el mal alumno Radiguet. Estos dos miopes que acababan de salir de la muer- te y que se reintegraron a ella en seguida, no se pa- recian; pero sus libros transmiten el misterio del r no infantil, més desconocido que el reino vegetal 0 animal, Franz, en clase; Franz, jinete herido; Franz, en mall de acrobata; el sonambulo Agustin Meaulnes, la loca en el tejado, Yvonne y Marthe destruidas por Ia infancia terrible. Después de la muerte de mi abuelo, al rebuscar en su atrayente habitacién, que era una especie de 1 Titulo de la mejor novela de Alain Fournier. (N. del T.) © Titulo de una de las dos novelas del admirable Ray- ‘mond Radiguet, tan sutil_y puro poeta como profundo y Iumano prosista. (1908-1928). (N. del T-) f 180 Jean Cocteau azar cientifico-artistico, encontré una caja intact de cigarsillos Nazir y una boquilla de cerezo. Me guardé aquel tesoro. ‘Me veo una maiiana de primavera, en Maisons: Laffite, entre las altas hierbas y los claveles silves- trae abriendo Ta caja y fumindome uno de aquellos cigarilos. La sensacién de libertad, de Tuo, de por- were fue tan fuerte, que nunca, sucédame lo avs ree cacediere, encontraré nada semejante, Aunque wre nombraran rey o me guillotinaran, mi Sorpres. me Mimiewa, no, serian ms intensas ave aquella Mbertura probibida sobre el universo de las persor nas mayores; universo de penas ¥ de amargura. Hay una cosa que todavia ine encanta y que me vuelve a ln infancia: el trueno. Apenas arvulla, ape- vas sigue aun vasto rekimpago mals, we invade Ms aay na Iasitud. Odiaba yo muestra cass de Campo vacia, Ios unos y Tos otros que s° ‘marchaban, {octpados fuera), como detesto que Tean Wh perié- Gico delante de mi. La tormenta aseguraba una Gee jlena de gente, Fuewo, juego, wa jomada int toa y sin desertores. Es, sin duda, la antigua 7m yom de intimidad Ia que provoca en mi esa alogria al oir el trueno. La infancia kin 1915 nuestro furor aventurero organizaba,¢l inde divertido de los convoyes de la Cruz Roja, Una Opio 183 noche, en R...., Hovia sobre el corral de una granja. Aguel corral fétido, el estiéreol, los pesebres estaban Menos de heridos graves, alemanes, con su ambulan- cia prisionera. De pronto, en un rincén oscuro Ieno de escaleras y de fantasmas, topé con este especticulo: el hijo de la sefiora R...., boy-scout de once aiios, se habia escondido en una ambulancia, nos habia seguido, y, agazapado alli, slumbrado por una lintema, armado de unas tijeras de uiias, sacando Ia lengua, demasia- do encogido, demasiado atareado para verme, cortaba los botones del uniforme de un oficial aleman am- putado de una pierna. El oficial, con sus ojos de estatua entreabiertos, contemplaba al atroz muchacho que proseguia su recoleccién de recuerdos, como si estuviese sobre un érbol. Savonarola exploté esa monstuosidad de la in- fancia. La banda de boys-scouts saqneaba, rompfa, anrancaba, arrastraba las obras maestras hasta la ho- guera purificadora. Los propios nifios tuvieron que sin perder detalle, los preparativos de six su- plicio. No quiero ni puedo matar. Descendiente de caza- dores, me sucede que en el campo, al salir un conejo de entre unas matas, me echo la escopeta a la cara. Me despierto idiotizado, slo con ese gesto mortifero. EnV. lo por el hijo del guarda, recorria 184 Jean Cocteau ye las remolachas que rechinan, con una escopeta de Ferdigones al hombro. Un dia entontsé en la boca de una madriguera el cadaver de un conejo recién nacido, Volvi a casa bastante orgulloso y lo ensefié ‘Mi tio. — ¢Has matado ese animal? Yo (creyendo que In verdad informa inmediata- mente a las personas mayores, que la verdad es wna persona mayor en contacto directo con mi to, que mi tio lo sabe todo, pero que tomara parte en mi juego) = |Si tol Mi tio. —gEntonces, lo has matado a culatazos? Yo (reeonociendo Ia vor, todavia suave, y la mi- rada, ya terrible, que anuncian el desenlace de Tas ‘purgas). —No To he matado. Le he encontrado muerto. Mi tio, —{Demasiado tarde, muchachol Me pegan. Me acuestan. Puedo meditar y com- prender que la verdad no tiene quizé tanta intimi- dad con Tas personas mayores Esssnouan 1a suENTE. Por la noche, en Maisons- Laffitte, ol tio Andrés da la salida a unos globos montgoifiers; pero es preciso que cese el viento. Mis primos y yo, en Ia mesa: “jCon tal de que cese dl viento!” ¥ luego: “jCon tal de que el viento no cese!” (Pensando: “jCon tal de que cesel”) Y des pués: *jCon tal que cese!” (Embrollando la suer- te). Después, el vacio obtenido y complicado por céleulos, en los que ciertos detalles de un cartel det Cacao Van Hovren desempefiaban un papel suti Opio 185 Después, un ciimulo tal de artimaiias, que me per- deria en ellas, con o sin opio, hoy dia. Un gran enredo contra Ja suerte: invitar a Ia gen- te a tomar la merienda de las cuatro. “Esta noche nuestro tio quema unos fuegos artificiales”, Por la noche, a las nueve, los caballeros fuman su pipa y Jas sefioras hacen sus Jabores de punto en el jardin. El tio se ha olvidado del montgoifier. Llaman. Lle- gan familias con encajes en la cabeza. Sorpresa. Axo Tamiento, Disculpas, Las familias de encajes se vuel- yen a sus casas. Nos rifien. Mi primo, un extrafio ‘maniitico que no puede comer més que en platos que Heven Ia inicial de Napoledn, grita a voz en euello: “iMe alegro por llal jMe alegro por ella!” ¢E Ila? La suerte, la verdad, qué sé yo. Mi primo ocultaba preciosamente cl mecanismo de un baiiista roto. Si se levantaba el resorte era la Moskovi; si se soltaba el resorte, la Moskova. Aque- la cosa necia, que provocaba carcajadas, caras so- carronas y conciliébulos, preocupé mucho a mues- tras familias durante todas las vacaciones y se las estropes. Amaba yo a la pequefia B.... ‘Tenia dos afios menos que ella, Para casarme con ella, decia yo, es- poraré a tener dos aitos mis que B.... Aquella pe- quefia B.... queria que la compadecieran. Se cepi- aba las enefas en seco. Y luego, con aire distraido, a Jean Cocteau tosia, eseupia y mostraba un paiiuclo enrojecido. Toda la familia, consternada, marchaba a Suiza. Sus hermanos cambiaban Suiza, que no les gustaba, por unas bolas de cristal que tenfan dentro una espi- ral de color En una pensiin de Mosci, la duefia, después de haber dicho a los nifios: “Formad vosotros mismos vuestra policfa: aprended a juzgar; si vuestros ca maradas obran mal, castigadlos”, encuentra a tm ‘alumno ahorcado por los otros. Se balanceaba en «lio del hueco de la escalera. I.a duefia no se atre- via a descolgarlo, a cortar la cuerda, a tirarlo al suelo. En el Liceo Condorcet, en tercero, éramos cin- co de la pensién Duroc. La pensién sustituia a las femilias. Sobre un solo cuaderno de clase, veteado de verde, nos castigaba ella, nos disculpaba, nos evitaba los problemss, Aquella pensién no existia, Yo la habia inventado de cabo a rabo. Cuando deseu- brieron el fraude, al volver a nuestra casa, pretexté un dolor de vientre. “Me duele aqui.” Era el apén- dice. La apendicitis estaba en pleno apogeo. Me dejé operar en la calle Bizet, por pinico al colegio. Mas tarde supe que el director quiso pasar la espon- ja sobre aquello, so pretexto de que yo honraba las ddases de dibujo y de gimnasia. Me Tlevaba los pre~ ios de holgazin: gimnasia y dibujo. Opio Mi padre y mi madre oyen detrés del tabique a mi hermano Pablo, que tiene seis afios, poner al co- rriente a una nueva sirvienta alemana, legada aque- la mafiana: “Ab, y ademés, sabe usted, no me lavan nunca!” EI hermano de Raymond Radiguet vuelve del co- legio, clasificado en el puesto vigésimo-octavo, entre treinta alumnos. Se To anuncia a su padre y agrega rapidamente: “|Es mucho!” He aquf lo més vivo de la infancia. Lus ENFANTS ‘rennipixs tratan con personas mayores, con perso- nas de mi medio. (La costumbre de vivir con per- sonas mucho mis jévenes que uno.) Articulos, ear tas, una, entre otras, muy bella, del profesor Allendy, me hicieron ver que el libro era un libro sobre Ta infancia, Yo sitio a ésta més lejos, en una zona mas bobalicona, mas vaga, més desalentadora, més tenebrosa. EL “juego” dependerfa aim més de ella, Es por es0 que no hablo de ella, que no me atrevo a profundi- zarla més, como tampoco nuestros eiileulos con el affiche Van Houten. en sini SRE Risen 190 Jean Cocteau Raymond Roussel* o el genio en estado puro, ina- similable para la élite, Locus souvs fiscaliza toda la literatura y me aconseja una vez mis que tema la admiracién y que busque el amor, misteriosamente comprensivo. En efecto, ni siquiera uno de los ad- miradores innumerables de la obra de Anatole Fran- ce o de Pierre Loti puede encontrar en ellas una gota del genio que disculpa su gloria, si permanece ciego ante Locus sous. Se queda, pues, eon France © con Loti, por lo que nos aparta de ellos. Esto prueba, jayl, que el genio es una cuestion de dosificacién inmediata y de lenta evaporacién. Desde 1910 oigo reirse de los “rieles de befe de temera” de Iawursiones pe Arnica. gPor qué pre tendéis que el temor de provocar la risa roce a Row: sel? Esté solo, $i lo encontrais divertido, os probari en pocas Tineas (Olga Teherwonenkoff) su sentido del humor, opuesto con tacto a su lirismo gravemente meticuloso, En postdata a una carta reciente que me dirigia, cita este pasaje de Los ENAMORADOS DE LA TORRE EIrre: + Poeta y prosista, nacido en 1877. Autor de La Doublure (1896), La Vue (1903), Impressions aAfrique (1910) y Locus Solus (1914). Bscritor fascinante y extrano, Teno de calma y de sutileza. (N. del T.) Opio 198 Foxécraro uxo: Pero este telegrama esti muerto. Fondcraro pos: Justamente porque esti muerto todo el mundo lo comprende. Esta postdata preba que Roussel no ignora ni quién es ni lo que se le debe. Ciertas palabras provocan la risa del piblico, Bo- fe de ternera impide ver la estatua ligera qne sostic- nnen esos rieles. En Onexo, la palabra “caucho” im- pedia escuchar esta frase de Heurtebise: “Ella ha ol- vidado sus guantes de caucho". Cuando yo hacia el papel logré disminnir, Inego suprimir, la risa por medio de imperceptihles preparativos. EL pablico, prevenido sin saberlo, esperaba “caucho” en vez de ser sorprendido por su brusea pronunciacién, Com- prendia de inmediato el lado quirdirgico del término. Roussel, Proust desmienten Ia leyenda de Ia indis- pensable pobreza del poeta (Iucha por la vida, bohar- dillas, antesalas ...), La repulsa de las élites, la no adopeién maquinal de lo nuevo no se explican sola- mente por las trabas que el pobre vence poco a poco. Un pobre con genio tiene aspecto de rico. Proust, gracias a su fortuna, vivia encerrado con su universo, podia permitirse el Injo de estar enfer- ‘mo, estaba realmente enfermo por Ia postbilidad de estarlo; asma nervioso, ética en forma de higiene ca- prichosa, que originaba la enfermedad verdadera y Ta muerte. 194 Jean Cocteau La fortuna de Roussel Ie permite vivir solo, enfer- no. sin Ia menor prostitucion, Su riqueza Io prote- ize. Puebla cl vacio. Su obra no tiene ‘mancha algu- oF de grasa. fl es un mundo suspendido de elegan- cia, de magia, de miedo, ‘AL fin de cuentas Turnesiones ne Arnica deja tana impresién de Africa. La historia del zuavo os al anico ejemplo de eseritura comparable a wna cle ta pintura, que busca nvestro amigo Unde y ae 4 Hama pintura del sagrado corazén. Salvo Picasso en otro género, nadie mejor que Roussel ha empleado el papel de diario. Toca de jez sobre el crane de Locus sores, cofia de Ro- ‘eo y Julieta, de Seil-Kor. ‘El saismo comentario para las atmésferas donde pe- nnotra Ia imaginacién de Roussel. Viejos ¢ecorados Fe Casino, viejos mucbles, viejos atavios, escenas somo Tus que se ven pintadas en los organillos, las Garpas ambulantes, el presidio del covtador de ese, zas del Museo Dupuytren. Lo nuevo no se presenta ao es bajo Ia apatiencia de lo fabuloso: los hipo- campos y el Sauternes, Faustine, el vuelo de Rheéd- jed, el niimero de Fogar. Hie hablado de una similitud entre Roussel y Proust, Es una similitud social y fisica de tas siluetas, Tas voces, las costumbres nerviosas adquiridas en wn mi vee dio en el que vivieron su juventud. Pero Ia Mferencia de In obra es absoluta, Proust vefa a mi: tha gente, Llevaba una muy compleja vida nocture Opio 195 na, Extraia materiales de sus grandes relojerias. Roussel no ve a nadie, No extrae mas que de si mis- mo. Inventa hasta las andcdotas histéricas. Maqui: na sus autématas sin el menor auxilio exterior. El estilo de Roussel es un medio, no un fin, Es ‘un medio convertido en fin bajo Ia especie del ge- nio, pues la belleza de su estilo esta hecha de que se aplica a decir con exactitud cosas dificles, naciendo de su propia autoridad, sin dejar sombra intrigante alguna a su alrededor. Pero como es un enigma y ino tiene nada a su alrededor, este esclarecimiento intriga atm més. ‘Si Giorgio de Chirico se pusiera a escribir en vez de pintar, supouyo yo que crearia con su pluma mma atmésfera andloga a ésa de la plaza de los Trofeos. ‘Leyendo ln descripeién de esa plaza se piensa en él! Bajo el opio se deleita uno con un Roussel y no bus- ca participar este goce. El opio nos desocializa y nos aleja de la comunidad. Por otra parte la comunidad se venga. La persecucién de los fumadores es una de- fensa instintiva de la sociedad contra un gesto antiso- cial. Toma estas notas sobre Roussel como prueba de tun retorno progresivo a cierta comunidad reducida. En vez de llevar sus libros a mi cueva quisiera repar- tirlos. Fumador, ello me causaba pereza. Desoonfiar de un destizamiento hacia la fosa comin A Gide, que generosamente nos Jeia otrora IMPRE- siones DE Arnica debo el descubrimiento de Locus 1 (1930) Henposcenos me da la razén. Chirico no ha Jeido a Roussel. Es un parecido de fami RY 196 Jean Cocteau sous y la reciente lectura de ese admirable Povo DE L08 SOLES. . ‘No puede imaginarse los tabiques estancos que he aebido vencer, colocados por el opio entre el mundo y yo, para ayudar PADOR. ‘Si no hubiese sido por la urgencia de subrayar una aparicién realmente féerica, jams hubiera abastecido ‘este esfuerzo. Me hubiera Hevado el bro al mundo en que habito solo. Por otra parte, gse debe intervenir? Otra vez la cuestién del parto a Ia norteamericana y del progreso médico. Creo que se debe intervenir en cierta medi- ‘Ja. El principio de no intervencién bien podria ser tuna excusa a las perezas del corazén. ‘A Jos ojos de Roussel, los objetos que él transfigura siguen siendo lo que son, Es el genio menos ar- tista, Es el colmo del arte. Satie dirfa: el triunfo del aficionado Equilibrio de Roussel tomado por desiquilibrio. £1 desea el clogio oficial y sabe que su obra es in comprendida, probando con ello que el elogio of ‘ial no es despreciable en tanto que oficial, sino en tanto se ejerce mal. Roussel muestra primero el fin sin los mediios y de lo saca sorpresas que descansan sobre un sentimien- Opio 197 to de seguridad (Gata pes 1Ncompananirs). Estos ‘medios amueblan el fin de su libro. Pero como estos medios conticnen la singularidad que deben a la persona del autor no debilitan les enigmas que ilumi- nan y a Jos que agregan un nuevo lustre aventurado. Los episodios adivinatorios que rematan Locus so- us son probatorios. Aqui el autor muestra primero Jas experiencias, Iuego los trucos; pero los trucos par- ten de una realidad, Roussel, asi como los trucos con- fesados por un ilusionista no nos hacen capaces de Gecutar Ja magia, El ilusionista que muestra su truco, leva a los espiritus de un misterio que recha- zan 4 un misterio que aceptan y da vueltas por su cuenta suftagios que enriquecen ly desconocido. El genio es la agudeza extrema del sentido prictico. Es genial todo lo que, sin que el menor automa- smo, el menor recuerdo consciente tengan tiempo do intervenir, destina logica y pricticamente un ob- jeto usual a un empleo imprevisto. Fn 1918 rechazaba yo a Roussel como si él pudiera meterme en un encantamiento para el que yo no preveia el antidoto. Desde entonces he ido constru- vendo con qué defenderme. Puedo contemplarlo desde afwera 198, Jean Cocteau “Toda rigider... del espirita... sera, pues, S0s- pechosa para la sociedad, porque’es sefial + de una Retividad que se aisla... Y, sin embargo, Ia socie- dad no puede intervenir aqui con una repres terial, puesto que no es atacada materialmente, Se encuentra en presencia de algo que la inquieta .. . de ‘una amenaza apenas, cuanto mas de un gesto. Res- ponderd, pues, a ello, con un simple gesto. La risa ebe ser algo por el estilo, una especie de gesto social!” Benson Es divertido y significativo que Bergson no hable nunea de Ia risa injusta, de la risa oficial frente a Ta belleza. He visto peliculas divertidas y espléndidas; no he visto mas que tres grandes peliculas: Suentock How Mes yonton, de Buster Keaton; La QUIMERA DEL On0, ‘de Chaplin; Ex. aconazapo Poremry, de Eisenstei FI primero, empleo perfecto. de Jo maravillosos La gunna, obra maestra, igual en detalle y en con- junto a Ex. wiora, a La rnixcesa pe Creves, al te tro griego; Ex. acorazavo Poresnxin, donde un pue- ‘blo se expresa por un hombre. “Al releer estas notas (octubre de 1929), afiado Un prnro annatvz, de Buiuel Fle aqui el estilo del alma, Hollywood se conver tia en un paraje de lujo, y sus films, en marcas de Opio 199 autos, cada vez mis bellos. Con UN Penno ANDAL ‘uno se yuelve a encontrar en bicicleta. iAvanzad y caed, bicicleta, caballo de toros, bu rros podridos, curas, enanos de Espafial Cada vez {que corre Ja sangre en las familias o en Ia calle, se Ty oculta, se ponen vendas, llega gente, se forma un cirenlo de personas que impide ver. Hay también la Sangre del cuerpo del alma, Mana de atroces he- Fidas, mana de la comisura de las bocas, y las fa ‘milias, los vigilantes, Ios desoeupados no piensan en ocultarla. ‘Esa parte inefable, ese fantasma del despertar de ios condenados a muerte, es lo que la pantalla nos muestra como objetos sobre una mes Seria necesario un Heinrich Heine para contar los crimenes de la damiscla regordeta, el papel en que al eorazin de Batcheff deja de latir varias veces en casas de la Muette, en habitaciones Luis xvi maldi- tas, en salas de estudio, en claros de bosque de duelos. Quisiera uno saber explicar cuando estaba él de pie (Batcheff) en no s€ qué (aquello no era ya una abi tacidn) ... gen la desesperacién?, y tenia la boca ta pinda, y cuando, sobre la piel que tapiaba la bocs, venia ® colocarse 1a axila de la joven, y Ta joven le vneaba, le sacaba, Ie sacaba la Tengua y lo dejaba alli Plantaclo y salia dando un portazo, y el viento agitaba vas mechones y su echarpe, y ella guitiaba los ojos, y aparecia la orilla del mar. Sélo Buiiuel puede provocar en sus personajes esos 200 Jean Cocteau minutos de paroxismo en el dolor, en los que resulta natural y como fatal ver a un hombre de frac arar un salén Luis xv1. 1980), La epap'pe oo, Ia primera obra muestra antiplistica, La nica sombra de reproche: en Butiuel, Ja fuerza aparece siempre acompafiada de sus atribu- tos convencionales. ;Pero es igual! He aqui, indudablemente, el estu- dio més exacto que puede hacerse de las costumbres del hombre por un ser que nos dominase, como domi- namos nosotros a las hormigas. Film revelador, Es initil entenderse sobre lo que fuere con personas capaces de reir en los episodios de la vaca y del director de orquesta. Ex, aconazano Poremxan, de Eisenstein, ilustra es- ta frase de Goethe: Lo contrario de la realidad para Tograr el colmo de la verdad. Para un Dreyer, Ia técnica de Buiiuel debe ser me- diocte, como si en 1912 un pintor hubiera exigido que Picasso copiase el papel de periddico imitindolo pic- t6rieamente en vez de pegar papel de periddico. Si Buiiuel intriga a Kisenstein, debe ser a través de Freud, Complejo de la mano, de la puerta. Su film debe sorprender a un ruso como si fuese el colmo de Ja ostentacién individual: una Haga que se exhibe, las Opio posaderas de Juan Jacobo, un legajo policiaco, una ficha de reaceién Wasserman. Buiiuel podria responder que EL aconazapo PoTEM- xin es um film documental y que documenta sobre Eisenstein, puesto que por su film Ja masa se encar- na en un solo hombre, que la expresa y que se ex- presa él simultineamente. Se documenta siempre, y toda obra es una obra circunstancial. Tmposible salir de eso. Pero hay que confesar que uno de Ios numerosos éxitos de Et. a00- nazapo PoreMKiN es el no parecer que ha sido to- mado por nadie, ni actuado por nadie. (1980). He conocido a Elsenstein. Estaba yo en Jo cierto. £1 inventé la escalera de los asesinatos a filtima hora, Esta esealera pertenece ya a la Histo- ria rusa. Alejandro Dumas, Michelet, Eisenstein, los ‘inicos verdaderos historiadores. ‘Los hechos tragicos adquieren Ia fuerza de esos cuentitos obscenos, anéedotas andnimas, que se per- Feccionan de boca en boca y acaban por convertirse en cuentos-tipos de una raza, Chistes judios, chistes marselleses. Carta de Columbia. —Si, después de mi conva- lescencia, grabo poemas, procuraré que no hagan una fotografia mi voz. Un problema més que se plan- tea. Resolverlo, abriria la puerta a posibilidades asombrosas de discos convertidos en objetos auditi- vos, en vez de ser simples fotografias para el ofdo. a 204 Jean Cocteau Colocacién improvisada de las palabras, vena de Ja emocién, hallazgo fortuito de palabras graves y de una orquesta de dancing, azar al que han levan- ido una estatua; en resumen, un medio de atrapar la suerte en el lazo, de crear lo definitivo, medio com- pletamente nuevo, absolutamente imposible cuando habia que pagar cada noche con su persona. Evitar los poemas del estilo de PLat-cHant’, ele- gir los poemas de Oren, los tinicos que son Io bas- tante duros para poder prescindir del gesto, del ros- tro, del fluido humano, para sostenerse junto a una trompeta, un saxofén o un tambor negros. lablar bajo pegado al micréfono. Ponerse el mi créfono contra el cuello. Supongo que asi, cualquier voz agradable superaria a Chaliapin, a Caruso, Regrabar discos. Cambios de velocidad normali- zados de nuevo. Voces celestes. Conviene que la vor no se parezea a mi voz, que Ja maquina emplee una vor propia, nueva, dura, des- conocida, fabricada en colaboracién con ella, Ex. 2 2 Plain-Chant (Canto llano), obra de poesia de Cocteau (Edit, Stock, 1928). (N. del T.) ® Opera (Obras posticas, 1925-1927), de Cocteau (Edi- torial Stock,, 1927). (N. del T.) Opio ‘10, por ejemplo, declamado, clamado por una méqui- na como por la mascara antigua, por la antigiiedad. No adorar ya las maquinas ni utilizarlas como ma- no de obra. Colaborar con ella El capitan holandés Vosterloch descubre en la ‘Tierra del Fuego unos indigenas de color azulenco, que se comunieaban por medio de esponjas capaces de retener “el sonido y la vor articulada”. “De modo que cuando quieren transmitir algo 0 conferenciar desde lejos hablan de cerca a una de esas esponjas, y Tuego las envian a sus amigos, los cuales, al recibirlas, las aprietan muy suavemente y hacen salir de ellas palabras como agua, y se ente- ran por este admirable procedimiento de todo lo que sus amigos desean”. Correo Verdadero, (Absil de 1632.) Piensa uno en la planta descubierta por Fogar en €l fondo del agua (1smrestones DE Arnica), que con- servaba las imégenes. {Con qné gusto aplaudiria uno a Stravinsky sobre las mejillas de los vecinos! Si os extrafia que wna persona se muestre supe- | Jean Cocteau rior a lo que debiera ser por su edueacién, por su formacién, por su ambiente 0 por sus amigos, es pro- bable que esa persona fume. Se dedican a hacerme sudar dia y noche. El opio se venga, No te gusta que transpiren sus secretos. Frase de un suefio: Dad a esta caja de bombones una vuelta de favor. Esta mafiana los péjaros se alegran. Habia yo ol- vidado la maiiana, los pajaros, ocho, acho, ocho, echo, acho, ocho, ccho, ocho, ocho, baratija de las jaula, cho, ocho, ocho, volados del soto, ocho, ocho, ocho, rulos de las tijerass ocho, ocho, ocho, cireuito de golondrinas, ‘ocho, ocho, ocho, cifra que tiene alas, ocho, ocho, ocho, dicen los pajaros. EI mozo del Hotel de la Poste, en Montargis, le- vado graciosamente por los pajaros, (jocho, ocho, ‘ocho, los saleros! Ocho, ocho, ocho, el regado entre Jas cajas verdes de los que dibujan en la acera, ocho, ocho!) sabia volar sin el menor retruécano, sin el menor aparato La PaTRoNA: Anselmo, vuela, pues un poco para hacerle ver a Monsieur Cocteau. Opio 209 ‘Anoto textualmente los absurdos transparentes del medio suefio matinal. He tenido esta noche mi primer suefio, largo, co- Toreado, después de la cura, con masas y atmésfera general, Intoxicado, recordaba yo un fantasma de guién del suefio, el marco que Henaba, Hoy recu do casi todo el sueiio, poblado de personajes auténti- cos ¥ de personajes ficticios, didlogos muy plausibles con mujeres a las que no conozco, pero que debiera conocer. Alli estaba Mary Garden, ‘A propésito de un itinerario y de un film inspira- do en EL DIABLO EN EL CUERPO, ese suefio se relacio- aba con un episodio, tomado no de Ia realidad, sino de otro suefio antiguo, que recordaba yo haber teni- do en el momento en que sofiaba el episodio. Tomé entonces mi suefio por una realidad predicha por un suefi. Los episodios de los suefios, en vez de fundirse sobre una pantalla nocturna y de evaporarse pronta- mente, vetean hondamente, como el dgata, los para- jes turbios de nuestro cuerpo. Existe una formaci por el suefio, Se superpone a cualquier otra. Se pre- de decir de uma persona formada para siempre por cl suefio, que ha cursado sus inhumanidades a fon- do, Tanto mas cuanto que los suefios chisicos, los primeros suefios que visitan Ja infancia, lejos de ser ingenuos, son atridas y se nutren de tragedia. 210 Jean Cocteau Los gags del film norteamericano. Montaje de los films. El suefio, en vez. de proyectar sus gags atro- ces, monta en nosotros el film y nos lo deja. Luego Jo gags pueden servir para otros montajes. Lengua viva del sueiio, lengua muerta del desper- tar... Hay que interpretar, traducir: Pregunto @ los diseipulos de Freud el sentido de un sueiio que he tenido desde los diez. aiios, varias veces por semana. Este sueio ha cesado en 1912. Mi padre, que habia muerto ya, no habfa muerto en mi sueio. Se habia convertido en un papagayo del “Pré-Catelan”, uno de esos papagayos cuya al- garabja ha permanecido para mi unida siempre al sabor de Ia leche espumosa. Durante ese suefio, mi madre y yo ibamos a sentarnos ante una de las me- sas de la granja del “Pré-Catelan”, que mezclaba varias granjas con la terraza de las cacatias del Jardin de Aclimatacién. Yo sabfa que mi madre sa- bia y no sabia que yo sabfa, y adivinaba que clla bDuseaba en cual de aquellas aves se habia convertido mi padre, y por qué se habia convertido en aquello. Me despertaba orando a causa de su cara, que in- tentaba sonreir. Con frecuencia hay jévenes extranjeros que es- criben a los poetas disculp’ndose por leerlos tan mal Opio 21s y por saber tan mal nuestra Iengua. Soy yo el que me disculpo por escribir una lengua en vez de trazar simples signos capaces de provocar el amor. Un escandalo en Roma. —Tesoros de Pio y vue- los de pajaros —Mis niiios raptados por los dnge- les. —Los angeles, ladrones de nifios. —Los poctas abusan de los angeles. —Se acusa a los pajaros de ligereza— Leonardo y Paolo di Dono declaran, Sélo un pajaro podia permitirse pintar La prowa- NACION DE LA Hostia. Sélo un pajaro era lo bastante puro, lo bastante egaista, lo bastante cruel, Carta de Corot: “He experimentado esta mafia- na un placer extraordinario al ver de nuevo un cua- drito mio. No habia nada en él; pero era encanta- dot y estaba como pintado por un péjaro”. Guillaume Apollinaire, herido, destinado enton- ces el Ministerio de Colonias, en un salén leno de fetiches, me escribia una carta que terminaba asi Nous parlerons de vos projets De TEurope ou bien de TAsie Et de tous les dieux, nos sujets, A nous rois de la poésic® + Hablatemos de sus proyectos —de Europa 0 si no de Asia ~y de todos los dioses, los sibditos ~ de nosotros los reyes de la poesia, 214 Jean Cocteau Y que él coronaba con un estandarte que Hevaba esta divisa: El péjaro canta con sus dedos. Y este pasaje de Locus sous: “Una tenue humareda, engendrada por el cerebro del durmiente, mostraba, 2 manera de suefio, once jovenes doblindose a medias bajo el influjo de un espanto inspirado por cierta bola aérea casi didfana, que, pareciendo servir de blanco al vuelo domina- dor de una blanca paloma, mareaba sobre el suelo una sombra ligera que envolvia a un pajaro muerto _Recvenvo pet ois pz Fourgues. — Con un gesto ‘espaiiol, ol pavo real cierra su abanico. Abandona él teatro con su mirada cruel, su cara esmaltada, su collar de perro, su coxpiio de esmeraldas, su penacho. Su cola de corte arrebata los ojos aténites de la mul- titud. Inclinado al borde de la escalinata, lama va- nidosamente a su chofer. Qoten Paca sus peupas. —En esta época ingrata me gustaria escribir wn libro de gracias. Entre otras pruebas de amistad de Gide, Ia que me ha dado re: formando mi letra, Yo me habia creado, por esa es tupidez de la juventud extrema, una letra especial, Esa falsa letra, reveladora para un grafdlogo, me 2 Conozco esculturas de Gincometti, tan sélidas y tan ligeras, que se diria nieve que se Tas huellas de un péiaro. (N. del A.) Los ladlrones dle niios =| Opio falseaba hasta el alma, Cerraba yo con un pequefio rulo el gran rulo de mis J. mayésculas. Un dfa, sa- liendo conmigo de mi casa, Gide me dijo en la puer- fa, dominando su azoramiento: “Le aconsejo que simplifique sus jotas”. Empezaba yo a comprender Ia gloria lamentable que se funda en la juventud y en el brio. La opera- cién de ese rulo me salvé, Me esforeé en recordar mi letra verdadera, y con ayuda de ella, recuperé Ia espontaneidad que habia perdido. Desconfiad de vuestra letra, cerad vuestras letras, unidlas entre s{; no hagis una t que pueda tomarse por una d. El colimo de la inelegancia: tener una firma ilegible. Un dia que escribfa yo una direccién en casa de Pi- casso, me miréd éste y dijo con una sonrisa especial: “|Ah! TG también?” Yo estaba ligando, después de trazadas, Ins letras del nombre que acababa de escribir. Picasso lo sabe todo; como es natural, sa- bia también eso. Un escritor desarrolla los miisculos de su espirtu. Este entrenamiento no permite ocios deportivos. Re- quiere suftimientos, caidas, perezas, flaquezas, fra- casos, fatigas, penas, insomnios, ejercicios opuestos a los que desarrollan el cuerpo. Jean Cocteau Error del éxito del diablo en los intelectuales. {Dios y los simples! Ahora bien: sin el diablo Dios no hubiera Hegado nunca hasta el gran publico. ‘Un poeta podria reprocharselo a El como una concesion. [A propésito de los estudios sobre los dialectos sale vajes, me es grato imaginar una traduecién de Prout vessilvaje, en la que una sola palabra designase la envidia, que consiste en esto..., 0 la que consiste fn aquello... Se verian paginas reducidas a uns Tinea, y Swe, por ejemplo, significaria Por Et cAMF ‘NO DE SWANN. He comprobado que el sistema de no recibir re- cortes de periddicos sobre nuestras obras, de contar Gnicamente con el azar para ponemos en contacto von los articulos importantes, nos hacia cometer gran- Ses descortesias. Pero como no hay ni sombra de Cortesia en Tos articulos que importan, y sus aurores to quieren ser leidos por el artista del que hablan, yal que tratan, por To dems, como si hubiese may: to, nuestra descortesfa nos priva solamente de los mrtfeulos superficiales, pero nunca de estudios serios. mportancia inesplicable de 1a poesia. La poe- sia considerada como algebra. "AL principio, no atrac més que: a las almas mis Opio 221 duras, a las almas que debieran despreeiarla como un lujo; el peor de todos. Si me probasen que me condenaba a muerte si no quemaba Ex, ANGEL HEURTERISE*, quizé lo quemara. Si me probasen que me condenaba a muerte si no afiadfa 0 sino suprimia una silaba del poema, no podria tocarlo, me negarfa a ello, moriria, Cuando veo a todos los artistas que se jactaban de despreciar a la buena sociedad porque no eran atin admitidos en ella, caer en el snobismo pasada Ja cuarentena, me felicito por haber tenido la suerte de freenentar la vida de sociedad a los dieciséis afios y de haberme hartado de ella a los veinticinco, En favor del opio. El opio antimundano. Excep- to en algunas personas activas y de una salud des- bordante, ef opio suprime toda mundanidad, Recuerdo con toda precisién (no fumaba todavia) Ja noche en que decidi no volver a salir mas y en que tuve la prueba de que los artistas mundanos pierden categoria, Era en la Embajada de Inglaterra, La embajado- 1a daba una recepeién en honor del prineipe de Gales. El pobre principe, de uniforme y con botas de montar, enrojecia, bailaba la danza del oso sobre 1 lange heurtebise (poesia), obra de Cocteau. (Edi- torial Belle Edition, 1925). (N. del T.) Jean Cocteau una pierna y sobre otra, palpaha su correaje, baja- ba la cabera, solo, bajo una de lis araiias, en el cen- tro de un amplio estanque de parquet reluciente. La multitud de invitados, de pie, se apretaba hasta cierta linea ideal, y las personas presentadas eruza- ban el espacio encerado. Las damas se zambullian hacia él y volvian; eran escasos los hombres pre- sentados. De pronto, el embajador, lord D...., se acered a ani, me tomé del cuello, me arrastré mas muerto que vivo, y me arrojé ante el principe como se arroja un hueso a un perro, con estas palabras: “Aqui tie- ne usted a uno que lo divertira” Confieso que tengo la réplica tardia. Generalmen- te, encuentro mis respuestas demasiado tarde y me consumo. En aquella ocasién, los reflejos de répli- ca funcionaron a las mil maravillas. El principe me contemplaba en el colmo del azoramiento, Lo iNrE- nnocué. Era, sin duda, la primera vez que lo interro- gaban. Contesté, con cara estuperfacta, suave co- mo un cordero. Al dia siguiente, Reginald Bridgeman, secretario particular de lord D...., y que fue Inego lider de los laboristas, me conté que toda Ja Embajada se preguntaba por qué habia interrogado yo al principe. “Explicales, le dije, que después de Ia groserfa del embajador, no me quedaba més recurso que interro- gar al principe para hacerle comprender que trataba con un igual,” (El principe, de resultas de aque- © Un hombre. (N. del A.) Oreste Opio 295 lo, debié creer que yo habfa bromeado, para justi- ficar la frase del embajador). Desde aquel dia envié varias cartas rogando que me tachasen de las listas y ahorqué mi frac. x. rechaza una condecoracién. ¢De qué sirve 5 rechazar sila obra acepta? La tiniea cosa de que puede mo enorgullecerse es de haber hecho su obra de tal modo, que nadie pueda pensar en conceder- nos una recompense oficial por nuestro trabajo. Muchas modas sorprendentes del traje han surgi- do porque un hombre o una mujer ilustres tenian que ocultar alguna deformidad. La carta anénima es un género epistolar, Yo no he recibido més que una y estaba firmada, Los artistas, Jas revistas, descubren en 1929, las fotografias tomadas por debajo, por encima, al re~ ‘vés, que nos encantaban y que nos sirvieron en 1914. Los amuncios, los escaparates, las publicaciones de ujo emplean en gran eseala todo lo que hacia que el desorden de un cuarto como el mio, de la calle Anjou, fuese fabuloso en 1916. Yo no me daba pt 2265 Jean Cocteau cuenta de ello. Leia los articulos sobre ese cuarto, con sorpresa. Encontraba aquel desorden desespe- ante y normal. . Es curioso ver al mundillo que eree marear la pau- ta, imaginarse atin que las épocas triunfan. “jUfl, dice el snob de 1929, por fin puede uno fotogr unas tablas viejas y poner debajo: Nueva York; 0 un farol y poner debajo: Estudio de desnudo, o mos- trar emparejados un suplicio chino y un partido de fitbol. Al fin hemos triunfado. No sin trabajo. {Viva el taller fotogriicol”, sin comprender que esas diver- siones privadas son del dominio piiblico y que se prepuian olias, a esvondidas. Se forja una leyenda en tomo a los poetas que vi- ven en una casa de cristal. Si se esconden, si viven en una cueva desconocida, el piblico piensa: “Te escondes, quieres hacernos creer que hay algo don- de no hay nada”, Por el contrario, si mira la casa de cristal, el pa- blico piensa: “Tus gestos demasiado sencillos ocul- tan algo. Nos engaias. Te burlas”, y cada cual piensa a adivinar, a deformar, a interpretar, a bus- ‘ear, a encontrar, a simbolizar, a mistificar. Las personas que se acercan a mi y descubren el pastel, me compadecen, se indignan; no conocen las ventajas de una leyenda absurda: cuando me que- man, queman un maniqui que ni siquiera se parece Opio 27 2 mi, Una mala fama debe ser mantenida con mas amor y més Jujo que una bailarina. Aclaro asi la bella frase que me escribia Max Ja- cob: No debe uno ser conocido por lo que hace. La gloria en vida no debe servir mis que para una cosa: para permitir que, después de nuestra muerte, debute nuestra obra con un nombre. Porque he autorizado a Luis Moyses, que merece todas las ayudas, a adoptar, como fetiches, para sus muestras, titulos de obras mias, la gente cree que regenteo bares, que mis costumbres y mi salud no me permiten siquiera visitar. He estado en Le Grand Ecart una mafiana y no conozco Les ENFANTS TE- mmuptes més que por fotografias. Lo cual no obsta para que los noctimbulos me reconozean en ellos y la policfa inscriba en sus fichas: propietario del Borvr SUR LE TOIT, poeta en ratos libres (sie). Dulce Fran- cial Y pensar que en el extranjero me mimarfan en todas partes, me darian alojamiento, me colmarian de atenciones. Mi pereza, estilo noble: mi patrio- tismo prefiere la ingrata Francia, Verdad es que Pa ris es una de las pocas capitales donde no se intenta atin acabar con Ia nicotina. Uno de mis amigos vi- via en Berlin en el hotel Apion. Por la noche, en el restaurante, un individuo eneantador le pidié fuego. —

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