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Todo ello ha hecho que se olvide lo que a los maestros le hacia tener
autoridad: el hecho de que una persona se ponga al servicio de los que
tienen que crecer para colaborar con ellos e indicarles el camino de su futuro.
Estos maestros eran vocacionales y no enseaban para ganar un sueldo y
cumplir solo un horario, sino que lo hacan con el sano nimo de ensear, de
comunicar lo que ellos aprendieron y seguan aprendiendo, pues esa vocacin
no es esttica sino que da a da debe mantenerse a travs del estudio y la
preparacin, o sea con sacrificio.
Esa autoridad, del maestro, es la que hacia que los padres confiaran en sus
consejos y enseanza y, que, el alumno pusiera su tiempo y destino en sus
manos. Lo que sostiene el rgimen de autoridad en el que es posible ensear,
est centrado en lo que nuestra cultura social confunde: lo que solo cabe
esperar con lo que tenemos el derecho a exigir. Los padres tienen derecho a
que sus hijos sean bien educados y adquieran un determinado nivel de
conocimientos. Pero no se tiene derecho, al no poderse exigir, a que el maestro
haga del destino de sus alumnos objeto de su desvelo personal, pues
semejante implicacin es algo impagable, un exceso que solo se reconoce
adecuadamente con una obsequiosa gratitud. Es la ingratitud de los padres lo
que desautoriza a los maestros.