Te
RAG 62E L
NACION Y ESTADO EN LA
ESPANA LIBERAL 5
22\.01(46)
NAC
Fisk Aikitie 4 lwolews
Artola * Carlos Dardé
mo Gortézar * José Maria Jover Zamora
‘Morales Moya * Charles T. Powell
Pedro Schwartz * Carlos Seco Serrano
José Varela Ortega
Guillermo Gortézar, Editor
ost
KS
$2
8306058242CENTRALISMO ¥ LOCALISMO: LA FORMACION DEL
ESTADO ESPANOL
Juan Pablo FUSI AIZPURUA
La historiografia contempordnea espafiola, con la excep-
cién de los especialistas en derecho administrativo y consti-
tucional, ha prestado y presta por lo general atencién com-
parativamente escasa al estudio del Estado espafiol, al
crecimiento det aparato administrativo del mismo a lo largo
de Jos siglos XIX y xX y al papel que ese mismo Estado
pudo haber tenido durante ese tiempo como instrumento de
vertebracién nacional
Y sin embargo, ése fue un tema que, por su capital
importancia, fue en su dia objeto esencial en el debate y
reflexin sobre Espaiia y su realidad histérica. Azaiia, por
ejemplo, estuvo convencido de que la carencia de un verda-
dero Estado moderno constituia el principal problema de la
Espafia de los siglos XIX y XX. En la conferencia titulada
«Tres generaciones del Ateneo», que pronuncié en ese centro
madrilefio el 20 de noviembre de 1930, dijo que el Estado
liberal nacido de la crisis del Antiguo Régimen fue «un
Estado inerme, una entelequia que a nadie intimida, y apenas
se extiende mis allé de las personas de sus conductores» !
Su gran ambicién politica fue precisamente rehacer el Esta~
do, construir un Estado muevo, fuerte y verdaderamente
"Manuel AzaSa, Aniologia. 1. Ensayos. Selecién, prélogo y notas de
Federico Jiménez Losantos (Madrid, 1982), p. 211
anenacional, como instrumento de la gran reforma que, en su
opinién, Espafia necesitaba. En unos articulos que escribié
en 1939 en Colonges-sous-Saléve recogidos como libro en
1986 con el titulo Causas de la guerra de Espaita, al ocuparse
de la actuacién de Catalufia en esa guerra, Azafia decta que
si el catalanismo habia subsistido después de doscientos
afios de centralismo estatal, era porque —y cito literalmen-
te— «en Espafia, durante una gran_porci dos
siglos, el Estado carecia de tales prestigio y poderio, y habia
ocas escuelas»
PPTL tema del nacionalismo como fuerza de veribracién
nacional interesé mucho —como era de esperar— a Ortega
y Gasset. Sus ideas al respecto eran, ademés, especialmente
ovedosas y de extraordinario interés. Porque Ortega pen-
saba que en Espafia no existia una verdadera emocién na-
ional, un verdadero nacionalismo espafiol: «desde largo
tiempo —dijo al presentar en Madrid a revista bilbaina
Hermes, en mayo de 1917— carece Espaiia de toda emocién
nacional por la cual comuniquen los bandos enemigo:
Lo que en su opinién definia a Espafia.era-el-storrente de
Jas emociones provinciales locales». El localismo —titulo del
articulo que publicé en EI Sol el 12 de octubse de 1917
esto es, «la organizacién y la afirmacién de la vida local
le parecia la Gnica «actitud clara» de los espafioles, y todo
lo demés se le antojaba 0 «caduco» 0 «vago» 0 «problemé-
tico» ¢, La tesis central de su pequefio gran libro La reden-
cidn de las provincias (escrito en 1927-28 y publicado en
1931) subrayaba que Espafia era pura provincia, que la
provincia era «la Gnica realidad enérgica existente en Espa-
fia», que el espafiol medio era el hombre de provincias y
gue, por tanto, «la gran reforman que habia que hacer en
Cousas dela guerra de Expoa, Pr
1986), p. 121. Sobre a
Manuel Azana, Una biograffa poles (Madrid, 1990).
2 4. OnTEGA v Gasser, Obras Completas, tomo 6 (Madrid, 1988), pp.
21720.
#1, ORTEGA ¥ Gasser, Obras Completas, Tomo 10 (Mad
3786,
go de Gabriel Jackson,
‘ase SaNTOS JULIA,
983), pp.
re
Espafia era una reforma desde las provincias y para las
provineias. Con un propésito: edificar una verdadera vida
nacional, «hacer una Espafia nacional». «..Ja auténtica so-
lucién consiste precisamente —escribia en ese libro— en
forjar, por medio del localism que hay, un magnifico na-
cionalismo que no hay» (el subrayado es mio)
Para Azafia, por tanto, en Espafia (en la Espaiia de los.
afios treinta) no habia todavia un verdadero Estado nacional,
Para Ortega, no habia ni vitalidad nacional, ni una Espaia
nacional: no habia —lo acabamos de ver— nacionalismo.
Desde esa doble perspectiva, se entiende mejor el asunto de
estas Tineas: la tensign entre centralismo y localismo en la
formacién del Estado espatiol del_ siglo” Xix. Porque, en
efecto, a lo largo de ese siglo incluso entrado ya el siglo
XX, lo que caracteriz6 a Espafia fue la fuerte fragmentacion
social y econémica de su territorio, como consecuencia de
la debilidad de la accién vertebradora del Estado central y
nacional. El Estado espaiiol fue ciertamente un Estado ofi-
cialmente centralista, pero se traté de un Estado —conviene
subrayarlo— Jimitado considerablemente por la fuerza del
localismo real del pai
Nacién y provincia: el siglo xvi
En efecto, el siglo xvi vio ya Ia aparicién de dos
rocesos paralelos: las primeras formulaciones sisteméticas
¥ coherentes de la nacionalidad espafiola; y al mismo tiempo,
1 surgimiento de la vida provincial. Asi, cualesquiera que
fuesen la naturaleza ¢ intensidad de los sentimientos proto-
nacionales de la Espafta de los siglos XVI y xvi, la elaboras
cidn de una primera identidad nacional se produjo a lo
largo del siglo Xvim (al igual de lo que ocurrié en los casos
de Francia ¢ Inglaterra), En 1713, se creé la Real Academia
Espafiola de la Lengua; en 1738, a Real Academia de la
Historia y poco después, ta Real Academia de Bellas Artes
El
tado libro, en J. ORTEGA y Gasser, Obras Completas, Tomo 11
(tar
1988), pp! 233-41,
oede San Fernando, Como observé Sanchez Albornoz, el
siglo XVII fue el siglo de la historia o cuando en Espafia, al
menos, surgié una historiografia verdaderamente espafiola,
asociada a los nombres y a la obra de Maydns, Burn
Masdeu, el padre Enrique Fiérez y Juan Antonio Llorente *
En arte, Mengs, Ponz y Jovellanos buscaron Ja revaloriza~
cidn de los maestros espaftoles del xvi; Goya exalté a
Velizquez. Fue también en el xvitt cuando estallé la primera
crisis de la conciencia «nacional», una primera reflexion
{intelectual sobre el ser de Espafia, fuego que primero Mon-
tesquieu y luego, en 1782, Masson de Morvilliers cuestiona-
ran lo que la civilizacién debia a Espafia, crisis revelada,
por ejemplo, en las respuestas que a tales afirmaciones
Gieron Cadalso y Forner ’. Si se piensa que todavia en 1729
Feij6o habfa dicho que la pasién nacional era un «afecto
delincuente», se entiende que el cambio que en el espacio de
dos _generaciones se habia producido, era considerable. Y
hubo mas ', Como Jovellanos escribié en El elogio finebre
de Carlos Ii, fue durante el reinado de este tltimo, 1759-
1788, cuando aparecio lo que entonces se lamé «economia
civil, que no era otra cosa més que sentido de preocupacion
desde et Estado por el bienestar de los sibditos y por la
realizacién de politicas econémicas concretas de alcance
nacional *.
ército del siglo xvi no era todavia un ejército
nacional. Bajo Carlos III, hubo aiin politicos extranjeros al
frente de la politica espafiola, No habia atin ni bandera ni
hhimno nacionales. Pero la formulacién de una idea histéri
de la lengua, Ia historia y el arte espafioles; la manifestacién
TE, Sincinz Atsonsoz, Ensayos sobre historia de Espana (Madrid,
73), p. 129.
» Véase, por ejen
yy pensaniemto, Homenaje a Tats
pp. 203 9 sh y J. A. MARAVALL, «El st
Bhatt: Ua obra de Borer, en Esnudios de ta
spatol (siglo XVID. (Madrid, 1991), pp. 42 y ss
' B, Fuubo, Teatro Critco Universal, edicién de G. Siilfoni (Madrid,
1986), p. 235
5/G,.M, JoveL1anos, Elogo de Carlos IIT (Madeid, 1789), pp. 11 y 38
—%—
de sentimientos de preocupacién, interés y hasta emocién
in de un cierto chauvinismo
ta entre las clases populares (que se_reflejari
cosas tan distintas como el motin de Esquilache, la aficion
a los toros, o la fijacién por Tiépolo hijo y Goya de tipos
acusadamente espafioles, como los majos y las manolas), la
creacién de instituciones nacionales de cultura (las Acade-
mias citadas y ademés, la Biblioteca Real, el Museo de
Ciencias, el Jardin Botdnico y el Observatorio Astronémico);
la proliferaci6n de planes de actuacién de gobierno y final-
paricin de la historia del Derecho espafiol (Mar-
tinez Marina, Sempere y Guarinos), todo ello, indicaba lo
mucho que s¢ habia avanzado en la elaboracién —descubri-
miento, decia’ mas arriba— de una idea de nacionalidad
claramente espafiola (lo que en el Ambito de la accién del
Estado se tradujo en las tendencias centralizadoras y unifor-
mizadoras que los Borbones impulsaron desde su ilegada a
Espafa a principios del siglo).
Pero al mismo tiempo, el XVitt conocié también la pri-
mera aparicién de una vida y de unas preocupaciones pro-
vinciales o regionales (si bien, hubo una anticipacién nava-
ra: los estudios de Moret sobre las antigtiedades del reino
aparecieron en ). En el Pais Vasco,
por ejemplo, el jesuita Larramendi inicié la labor de recupe-
racién y sistematizacién de la lengua vasca. En 1728, publicé
‘un primer libro sobre la antigiedad y universalidad del
vascuence en Espafia y en 1729, la primera gramitica del
mismo, que titulé EI imposible vencido: arte de la lengua
vascongada, Los ilustrados vascongados, con el conde de
Pefiaflorida a la cabeza, crearon en 1765 la Real Sociedad
Bascongada de Amigos del Pai imera de su clase en
Espaiia, «para estrechar la unidn de las tres provincias de
Alava, Vizcaya y Guiptizcoa», como fijaba el articulo 1° de
libro en el que disipaba definitivamente el confusionis-
mo que habia existido en torno a la Cantabria romana y
probaba que ésta coincidia con los limites de la moderna
Santander, que de esa manera adquiria sus sefias de identi-
dadLos ejemplos podrian repetirse para Galicia, Asturias,
~ Aragén y otras regiones. Que se crearan desde 1765 un
total de 45 sociedades de «Amigos del Pais» cuya funcién
estatutaria era el estudio y fomento de las economias locales
y regionales, resultaba revelador. Incluso Madrid tuvo su
mera manifestacién de identidad, en los tipos y hablas de
los sainetes de Don Ramén de la Cruz y en la labor
realizada por la Sociedad Econémica Matritense, creada en
1775. Catalufia, que habia experimentado una especie de
coscurecimiento desde principios del siglo, empez6 también a
recobrar su historia, Campmany pubticd unas Memorias
hhistricas de la antigua ciudad de Barcelona en 1769 y 1772;
en 1780, aparecié una obra colectiva titulada Discurso sobre
Ja Agricultura, Comercio e Industria del Principado de Cata~
luiia. En sus Cartas marruecas (1774), Cadalso se refirid a
los catalanes como «los holandeses de Espaiia» y por enton-
ces se hablaba de Catalufia como de una pequefia Inglaterra,
es decir, como de una entidad diferenciada por su laboriosi-
dad, su espiritu de trabajo y su capacidad para el comer-
cio
Cadalso mismo subrayé la importancia que tenia la vida
provincial cuando, en las mismas Cartas Marruecas, aludié
a «la variedad increible de las provincias espaiiolas» ". Iden-
tidad nacional y localismo, preocupaciones nacionales y
sentimiento local, vida nacional y vida provincial, surgieron
paralelamente, Pese a la evidente voluntad centralista de los
Borbones —reflejada, por ejemplo, en el Decreto de Nueva
Planta de 1716—, la construccién de un Estado centralizado
‘tropezaria con la propia realidad de la vida provincial.
Ademés, la construccién de ese Estado fue lenta y gradu
y fue menos el resultado de un proyecto nacionalista espaiiol
moderno que un proceso de adaptacién de la maquinaria
del Estado a los distintos y sucesivos problemas de la socie-
dad espafiola, proceso que ocupé todo el siglo XIX y se
protongé hasta el xx. Mas atin, hasta bien entrado este
‘CADALSO, Cartas Marrueeas, Edi
pp. 193-96,
IBidem, p85
J. Arce (Madrid, 1985),
ee
liltimo, la localidad, la provincia, la comarca, la regi6n, y
no la nacién, fueron el verdadero Ambito de la vida social.
En cualquier caso, cualquiera que fuese la intensidad de
Jos sentimientos nacionales, el nacionalismo espafiol del siglo
XIX y de principios del Xx, fue evidentemente débil como
fuerza de cohesién social del territorio espafiol; pese a las
tendencias nacionalizadoras que inspiraron la creacién del
Estado espafiol moderno, la fragmentacién econémica del
pais siguié siendo considerable hasta que las transformacio-
hes sociales y técnicas terminaron por crear un sistema
nacional cohesivo, 1o que no culminé hasta las primeras
décadas del siglo Xx. Ello no fue excepcional. En La identi-
dad de Francia, Braudel recordaba que en Francia —arque-
tipo de Estado jacobino y centralista— no hubo verdadera
economia nacional hasta 1945.
Estado nacional y realidad local
¥ es que el Estado moderno fue resultado de un largo
milacién nacional, que terminé culmi-
i a de una nacionalidad comin, Ello
requirié que el cuerpo nacional se vertebrase como una
verdadera unidad nacional, lo que a su ver exigié, en Espafia
como en todas partes, el crecimiento y la integracién de
mercados, regiones y ciudades; el desarrollo de un sistema
de educacién unitario y comiin; la creacién de un servicio
militar nacional obligatorio y la expansién de los medios
modernos de comunicacién de masas (prensa, telégrafos,
transportes interurbanos, ferrocarrles, ete.) Se trat6, pues,
de procesos lentos de cristalizacién de una voluntad y de
luna conciencia verdaderamente nacionales y de procesos
més 0 menos largos de aprendizaje social y de control.
Requirieron, ademéis, que la colectividad viniese a ser la
base de la autoridad politica y de Ia legitimidad del poder ®
and. Social Comm
Emest GELuNeR, Nations and
ation (New York, 19
tionalism (Oxford, 1983).
—8—En Espafia, la integracién de la economfa se aceleré con
el establecimiento de instituciones como la Bolsa de Madrid
(1831) y el Banco de Espa
moneda (1856), y una vez que tanto el sistema fiscal (1845)
como la moneda (1868) quedaron unificados sobre bases
nacionales. Las comunicaciones sociales se multiplicaro
con la extensidn de la red de carreteras y con la construccién
de ferro
de las ciudades, aunque lento, se accleré a partir de las
décadas de 1850 y- 1860. El control del Estado sobre la
1844, La unificacién del derecho progres6 con la promulga~
cién del Cédigo penal en 1848, con las Leyes de Enjuicia-
ia Ley Orginica del Poder Judicial (1870), la
minal (1870) y con la compilacién
del Cédigo ci de sistemas nacio-
ales de educacién secundaria y superior en 1845 y 1857
favorecié la homogeneizacién cultural del pais. El mismo
efecto tuvo la aparicién de una prensa nacional (aunque no
hubo prensa barata y popu a
siglo XIX), La administracién central se modernizé a medida
que fue cristalizando (décadas de 1830 y 1840) ef sistema
inisterial de gobierno. El gobierno local se uniformé con
la reforma de Ja administracién de las provincias de 1833.
EI efecto io fue cambiando la
percepcién pol
Ley de Es
izacion de ta vida
social y de la vida cultural. Escritores como Estébanez
Calderén, Duran, Gallardo y Mesonero Romanos descu-
brieron el teatro de Calderon y el romancero y se movieron,
dijera el mismo Estébanez, por el gusto por lo espaii
cre6 (1845) con el Tenorio uno de los grandes
‘acional se adopté en
tba los grandes hechos
'ié gran vigencia social a partir
1843, La pintura de histor
de la historia nacional, adq
de la década de 1850.
Las guerras que Espafia sostuvo en torno a 1860 en el
norte de Africa provocaron, en palabras de Carr, una «emo-
cién politica unificadora», una verdadera exaltacién patrié-
oe
por todo el pais *. La revolucién de 1868 fue la revolu-
ion de la «Espaiia con honra», una revolucién casticista,
como la tlamé Unamuno. El lenguaje de los politicos —pién
sese, por ejemplo, en Castelar— se hizo enféticamente espa-
folista
Pero al tiempo, el siglo 20x vio la eristalizacién adminis-
trativa de la provincia e incluso conocié los primeros debates
Y proyectos sobre el papel que en esa administracién pudiera
tener la regidn, Tras la divisién provincial de 1833, las
Diputaciones Provinciales se convirtieron en los Srganos
rectores de la vida provincial, y las capitales de provincias,
en los verdaderos centros neurdlgicos de la vida regional
Las Diputaciones, aun nacidas en dependencia de la admi-
nistracién central y desprovistas, salvo en los casos vasco y
navarro, de recurs0s propios suficientes, fueron consolidando
s bases de un poder provincial propio y diferenciado. En
los casos vasco y navarro, pese a la abolici6n de los Fueros
vascos en 1839 y a la transformacién de Navarra de reino
en provincia (1841), las cuatro provincias vivieron entre
808 altos y 1868 su plena madurez fora
La idea de provincia impregné profundamente la per-
cepeién de los espaitoles sobre su instalacién territorial. La
Progresiva uniformizacién cultural del pais pugné en todo
momento con la pervivencia en comarcas, regiones y pro-
vincias de estructuras distintas de costumbres, tradiciones y
formas de vida. Mariano de Cavia, comentando los Carna-
vales de 1887 en Madrid, decfa, en un articulo que titulé
«Comparsas regionales», que era asi, en esas identidades
regionales, donde aparecia la verdadera faz de Espafia *
Pereda dedieé su discurso de entrada en la Academia espa-
fiola (1892) a la novela regional, de la que dijo que era la
Sinica novela realista posible en Espafia, y Galdés le contest6
Raymond Carn, Fspata 1808-1939 (Barcelona, 1968), p, 258
M, Cava, Azotes y Galerar (Madrid, 1881), p. 19.
-3—diciendo que, de alguna m:
regionalistas (por lo que hac
una provincia y a una regidn) *.
En efecto, la literatura costumbrista habia sido literatura
regional, incluso aunque lo hubiese sido falsamente, esto es,
plagada ‘de estereotipos y pintoresquismos t6picos. La Re-
naixena catalana, el renacimiento linguistico, literario y
cultural de Catalufia que se inicié a fines de la década de
1830 y culminé en Verdaguer, Guimeré y Oller —ya en los
aiios ochenta y noventa del
siglos de eclipsamiento de 1a ide
ia primera guia cari dela aboision (0 mejor, modi-
ficacién) foral, cristalizé en el Pais Vasco la tesis del fueris-
mo moderado como interpretacién de la realidad local, una
visién que identificaba la esencia de lo vasco con los Fueros
y la religién catélica; en Navarra, el historiador oficial
Yanguas eché las bases del navarrismo, la tesis que hacia de
Navarra una entidad territorial diferenciada y singular sobre
la base de su propia foralidad sancionada por la Hamada
ley paccionada de 1841. El desarrollo de la prensa local
reforz6 el localismo de tos espatioles. Periddicos como El
Diario de Barcelona, El Mercantil Valenciano, El Faro de
Vigo, El Cantdbrico de Santander, El Norte de Castilla, El
foiciero Bilbaino, La Vor de Guipiizcoa, EI Di
EI Carbayén y similares, y no la prensa ‘nacional
Srganos que formaron las opiniones piiblicas lo%
la novela realista espafiola fue novela regional,
10 natural espaiiol —que nacié con Carlos
era, todos los espaffoles eran
sentimiento de pertenencia
también paisajismo regional ".
maquinaria administrativa del Estado
central fue en el siglo XIX pequefia, de escasas dimensiones,
limitada a siete u ocho ministerios; el gasto del Estado
Vease Discurso lidas en las recepcionespiblicas de la Real Academia
Expatola, Seve Segunda, TV (Madrid, 1948), pp. 361-395.
Sobre Hacs, véase F. Cal
‘ines de sigho (1880-1990). De Ee
1990), pp. 17-43.
SeRRALLER, Pintorerexpafoles entre dos
quedé absorbido durante décadas por Guerra, Marina y
deuda. La funcién piblica no empez6 a ser regulada hasta
el deereto de Bravo Murillo de 18 de junio de 1852 (que
afectaba solamente a Hacienda, Gobernacién y Justicia) ",
El instrumento més eficaz del Estado espafiol del XIX, la
Guardia Civil, era, con’ 18.000 efectivos en 1900, totalmente
insuficiente en relacién con la superficie del pafs, y numero-
sas provincias estaban literalmente desguarnecidas .
E! localismo, por tanto, dominé la vida social y politica
espaiiola hasta entrado el siglo Xx. En 1910, todavia habia
4.011 pueblos sin comunicacién de un total de 9.266, 1o que
representaba en torno al 20 por 100 de la poblacién del
pais.
Madrid
El estado y la historia de la capital, Madrid, asf lo
Probaban. Pese al impulso que le dieron los Borbones en el
siglo XVI, y no obstante tener en el Palacio Real (1738-
1764) uno de los mejores palacios europeos, Madrid era a
principios del siglo XIX, para alguien como Alcala Galiano
que venfa de una ciudad aseada y floreciente como Cédiz,
tuna ciudad fea, pobre y sucia, que distaba mucho de ser
tuna verdadera Corte (lo que era cierto, pues los reyes vivian
en los Reales Sitios)
Y Jo siguié siendo ain por mucho tiempo. Hasta que en
1837-38 la desamortizacién permitié la venta de fincas ur-
banas.del clero —en esos afios se vendieron unas 540 fincas
el 8,18 por 100 del total de edificios de Madrid— y el
derribo consiguiente de algunos conventos y de sus muros y
Para el desarrollo de la funcién ab
Aseso, Polticas de seleccidn on la Func
(Madrid, 1959),
PY Direosién General de la Guardia Civil, La, Guardia Civil Expatola
(Madrid, 1989) p. 137
fen Espaa, R. Joan
iblica espatioia (1808-1978)
*A
1, Recuerdos de wx anciano (Madrid, Colecsién
pasa Calpe, 1951), pp. 43 y ss
=tapiales, el semblante de la capital no empezd a cambiar *,
A partir de ese momento fue posible trazar algunas plazas y
alinear ciertas calles, aunque s6lo la reforma de la Puerta
del Sol entre 1857 y_ 1862 tuvo algin rango urbanistico (y
no excesivo). Madrid mantuvo su perimetro del siglo XVit
hasta la década de 1860 en que, de una.parte, se pusieron
en marcha los planes del Ensanche de Carlos Maria de
Castro que darian lugar a la construccién de tos barrios de
Argielles, Chamberi, Salamanca y Retiro y de otra, el im-
pulso en la construccién de ferrocarriles provocd otro en-
sanchamiento, éste de caricter industrial, hacia el Sur (zona
donde con el tiempo se instalarian las estaciones de Atocha
y Delicias, los mercados generales, los grandes mataderos y
luego, los servicios municipales de gas y electricidad) *.
‘ontraste que Ja capital espaftola ofrecia con otras
capitales europeas —sobre todo con Paris y Londres, espeio
cn el que se miraron quienes empezaron a inquietarse por el
atraso de Ia ciudad, como Mesonero Romanos y Fernéindez
de los Rios— era notorio ®. No era ya sélo que el Madrid
de mediados del siglo XIX tuviese una poblacién incompara-
blemente menor que las capitales mencionadas (hacia 1850,
por ejemplo, Madrid tenia en torno a 240,000 habitantes;
Paris sobrepasaba el millén y Londres los dos millones y
medio); era sobre todo que Madrid carecia de todo aquello
que ya por entonces definia a la gran ciudad modema:
boulevares, plazas ajardinadas, grandes avenidas, comercio
de Iujo, casas elegantes, iluminacién callejera, monumentos,
teatros, Spera, transportes urbanos, estaciones, hoteles, cen-
, Diez De BaLDEON, Arqultecrura
es soclales en ef Madrid det
id, véase, A. FERNANDEZ GARCIA (director), Historia de
Los libros de Mesanero y Fernindez de los Rios han sido reeditados
intas ocasiones. Véase, por ejemplo, R. MesontRo RowaNos, Réplda
la sobre el estado de fa capital y los medios de mejorar, Tnrodussion
de Edward Baker (Madrid, 1989) y A, FenwAvDez De Los Rios, #! fuuro
‘de Madrid. tntroduccion de Antonio Bonet Correa (Madrid, 1989), que son
Tas ediciones usadas para este trabajo y alas que remiten las alusiones que
se hacen en el texto,
—8—
tr0s bancarios. Edificios como el Banco de Espafia, Ia Bi
blioteca Nacional, la Bolsa, el Banco Espafiol de Crédito,
las estaciones de Principe Pio, Atocha y Delicias, la sede de
a Academia de la Lengua, los palacios de Velézquez y
Cristal y la Escuela de Caminos en el Parque del Retiro
‘bierto al piblico desde 1868), se construyeron sélo en el
imo tercio det siglo XIX, época en que se fueron constru-
yendo también los barrios elegantes de Salamanca, Retiro-
Recoletos y Almagro-Castellana: antes de completarse esas
edificaciones, Madrid era una capital pequefia, de calles
estrechas, sucias, mal empedradas y peor iluminadas, ence-
rrada en un casco urbano congestionado, de edificios pobres,
viviendas oscuras y mal acondicionadas, plazuelas minisculas
y descuidadas y todavia dominada por la presencia de nu-
merosas iglesias y conventos; era una ciudad sin transportes
colectivos —pues los tranvias de sangre se implantaron en
1870— y sin grandes hoteles (el Ritz y el Palace se constru-
yeron en tomo a 1910-14), con una sola avenida de impor-
1a calle de Alcala (la Gran Via se hizo entre 1910 y
1931), y con una sola zona urbana distinguida tipo «boule
vardm, el Salén del Prado, que, ademés, quedaba en un
extremo de la ciudad y caretia por ello de comercio,
capital que correspondia —como bien insistiera
wente Mesonero Romanos— a aquel Estado débil,
pobre ¢ ineficiente que, como se ha indicado, era el Estado
espaiiol del siglo XIX, Madrid estaba, también, sumida en
su propio localismo: hasta 1864 no tuvo comunicacién por
ferrocarril ni con la frontera de Irtin ni con Barcelona.
Ademés, pese a que la capitalidad le impregné de un cierto
cosmopolitismo, Madrid, como observé Ortega y Gasset en
La redencién de las provincias, no tuvo una cultura creadora
El propio Ortega dejé dicho, en ese mismo libro, que en el
XIX se produjo precisamente lo contrario: el triunfo de la
chuleria 0, por decirio més amablemente, del casticismo
popular, que no fue sino una forma de subcultura de ba-
rida convertida, merced al éxito del género chico y de la
zarzuela, en estereotipo del madrileaism
Mucho antes, Mesonero Romanos, en su Répida ojeada
sobre el estado de 1a capital y los medias de mejorarla, que
5puso de relieve que en Ma
conmemorasen las glorias
obelisco al 2 de mayo se elev en 1848—, ni calles bauti
das con los nombres de los grandes hombres de la historia
espafiola, Mesonero consideraba literalmente como una «ver-
glenza» que existiesen calles con nombres como Noramala
vayas, Aunque os pese, Valgame Dios, Arrastre y similares,
¥ que no tuviesen calle Cervantes, Quevedo, Moratin, Daoiz,
Velarde, Felipe II, Felipe V 0 Carlos Ill, y que no existiese
un pantedn nacional al estilo o de la Abadia de Westminster
cra que la revolucién triunfante convirtiese la iglesia de San
Francisco el Grande en aquel panteén nacional que Espafia
no tenia, y que cl ayuntamiento revolucionario procediese
de forma inmediata, mediante expropiaciones y derribos
expeditivos, a abrir una gran via Nacional que uniese ese
panteén asi creado con el Congreso de los Diputados. No
se hizo ni una cosa ni la otra. Lo que més se aproximé a
ello fue el Pantedn de Hombres Tlustres en la basilica de
Atocha, que se construyé entre 1891 y 1901, y fue significa
tivo que el proyecto no se concluyese por falta de recursos
econémicos.
Ortega llevaba raz6n. La influencia cultural de Madrid
terminaba a los seis kilémetros de distancia, Espaiia era
—hay que insistir con el filésofo madrilefio— pura provin-
cia ®,
Tas alusiones de Ortega a Madrid en La redencion de las provincias,
en J. Onreaa ¥ Gasser, Obras Compleias, Tomo 11 (Madrid, 1989), p.
218.
—9—
EL SIGLO XIX: UN BALANCE POLITICO
Miguel ARTOLA,
Real Academia de la Historia
Un «balance politico» es un procedimiento para estable-
cer resultados que permitan comparaciones; comparaciones
de 10 que «fuer y de lo que «es», de lo que «ha sido» y de
o que «esta siendo». Por otra parte, permite comparar lo
que ha ocurrido en una empresa, en tn determinado centro
de actividad y lo que ha ocurrido en «otro».
Un «balance politico» debe atender dos tipos de cuestio-
hes para pretender ser complet
En primer lugar una definicién teérica, en la cual se
plantea Ia forma de la «realidad politica», que va a ser
objeto de este balance. Porque la forma, es decir, el «con-
junto de reglas» que determina cémo va'a funcionar politi-
camente una sociedad, es el punto de partida
En segundo lugar debe de atender también la realidad
misma, que es el auténtico objeto de conocimiento, la autén-
tica materia del «balance»
dctica politicar s6lo tiene sentido desde una pers-
de «teorfa politica», porque, de otra forma,
el analista no puede apreciar, no puede opinar, no puede
juagar acerca del valor de esa'prictica. Por consiguiente, a
‘comparacién se hace a través de criterios diferentes que han
de combinarse, aunque el que hace las comparaciones siem-
pre esti dominado por un interés priritario. El interés
Prioritario en una comparaci6n es «marcar la diferencia» 0,
por el contrario, «destacar la semejanza»,
es