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Te RAG 62E L NACION Y ESTADO EN LA ESPANA LIBERAL 5 22\.01(46) NAC Fisk Aikitie 4 lwolews Artola * Carlos Dardé mo Gortézar * José Maria Jover Zamora ‘Morales Moya * Charles T. Powell Pedro Schwartz * Carlos Seco Serrano José Varela Ortega Guillermo Gortézar, Editor ost KS $2 8306058242 CENTRALISMO ¥ LOCALISMO: LA FORMACION DEL ESTADO ESPANOL Juan Pablo FUSI AIZPURUA La historiografia contempordnea espafiola, con la excep- cién de los especialistas en derecho administrativo y consti- tucional, ha prestado y presta por lo general atencién com- parativamente escasa al estudio del Estado espafiol, al crecimiento det aparato administrativo del mismo a lo largo de Jos siglos XIX y xX y al papel que ese mismo Estado pudo haber tenido durante ese tiempo como instrumento de vertebracién nacional Y sin embargo, ése fue un tema que, por su capital importancia, fue en su dia objeto esencial en el debate y reflexin sobre Espaiia y su realidad histérica. Azaiia, por ejemplo, estuvo convencido de que la carencia de un verda- dero Estado moderno constituia el principal problema de la Espafia de los siglos XIX y XX. En la conferencia titulada «Tres generaciones del Ateneo», que pronuncié en ese centro madrilefio el 20 de noviembre de 1930, dijo que el Estado liberal nacido de la crisis del Antiguo Régimen fue «un Estado inerme, una entelequia que a nadie intimida, y apenas se extiende mis allé de las personas de sus conductores» ! Su gran ambicién politica fue precisamente rehacer el Esta~ do, construir un Estado muevo, fuerte y verdaderamente "Manuel AzaSa, Aniologia. 1. Ensayos. Selecién, prélogo y notas de Federico Jiménez Losantos (Madrid, 1982), p. 211 ane nacional, como instrumento de la gran reforma que, en su opinién, Espafia necesitaba. En unos articulos que escribié en 1939 en Colonges-sous-Saléve recogidos como libro en 1986 con el titulo Causas de la guerra de Espaita, al ocuparse de la actuacién de Catalufia en esa guerra, Azafia decta que si el catalanismo habia subsistido después de doscientos afios de centralismo estatal, era porque —y cito literalmen- te— «en Espafia, durante una gran_porci dos siglos, el Estado carecia de tales prestigio y poderio, y habia ocas escuelas» PPTL tema del nacionalismo como fuerza de veribracién nacional interesé mucho —como era de esperar— a Ortega y Gasset. Sus ideas al respecto eran, ademés, especialmente ovedosas y de extraordinario interés. Porque Ortega pen- saba que en Espafia no existia una verdadera emocién na- ional, un verdadero nacionalismo espafiol: «desde largo tiempo —dijo al presentar en Madrid a revista bilbaina Hermes, en mayo de 1917— carece Espaiia de toda emocién nacional por la cual comuniquen los bandos enemigo: Lo que en su opinién definia a Espafia.era-el-storrente de Jas emociones provinciales locales». El localismo —titulo del articulo que publicé en EI Sol el 12 de octubse de 1917 esto es, «la organizacién y la afirmacién de la vida local le parecia la Gnica «actitud clara» de los espafioles, y todo lo demés se le antojaba 0 «caduco» 0 «vago» 0 «problemé- tico» ¢, La tesis central de su pequefio gran libro La reden- cidn de las provincias (escrito en 1927-28 y publicado en 1931) subrayaba que Espafia era pura provincia, que la provincia era «la Gnica realidad enérgica existente en Espa- fia», que el espafiol medio era el hombre de provincias y gue, por tanto, «la gran reforman que habia que hacer en Cousas dela guerra de Expoa, Pr 1986), p. 121. Sobre a Manuel Azana, Una biograffa poles (Madrid, 1990). 2 4. OnTEGA v Gasser, Obras Completas, tomo 6 (Madrid, 1988), pp. 21720. #1, ORTEGA ¥ Gasser, Obras Completas, Tomo 10 (Mad 3786, go de Gabriel Jackson, ‘ase SaNTOS JULIA, 983), pp. re Espafia era una reforma desde las provincias y para las provineias. Con un propésito: edificar una verdadera vida nacional, «hacer una Espafia nacional». «..Ja auténtica so- lucién consiste precisamente —escribia en ese libro— en forjar, por medio del localism que hay, un magnifico na- cionalismo que no hay» (el subrayado es mio) Para Azafia, por tanto, en Espafia (en la Espaiia de los. afios treinta) no habia todavia un verdadero Estado nacional, Para Ortega, no habia ni vitalidad nacional, ni una Espaia nacional: no habia —lo acabamos de ver— nacionalismo. Desde esa doble perspectiva, se entiende mejor el asunto de estas Tineas: la tensign entre centralismo y localismo en la formacién del Estado espatiol del_ siglo” Xix. Porque, en efecto, a lo largo de ese siglo incluso entrado ya el siglo XX, lo que caracteriz6 a Espafia fue la fuerte fragmentacion social y econémica de su territorio, como consecuencia de la debilidad de la accién vertebradora del Estado central y nacional. El Estado espaiiol fue ciertamente un Estado ofi- cialmente centralista, pero se traté de un Estado —conviene subrayarlo— Jimitado considerablemente por la fuerza del localismo real del pai Nacién y provincia: el siglo xvi En efecto, el siglo xvi vio ya Ia aparicién de dos rocesos paralelos: las primeras formulaciones sisteméticas ¥ coherentes de la nacionalidad espafiola; y al mismo tiempo, 1 surgimiento de la vida provincial. Asi, cualesquiera que fuesen la naturaleza ¢ intensidad de los sentimientos proto- nacionales de la Espafta de los siglos XVI y xvi, la elaboras cidn de una primera identidad nacional se produjo a lo largo del siglo Xvim (al igual de lo que ocurrié en los casos de Francia ¢ Inglaterra), En 1713, se creé la Real Academia Espafiola de la Lengua; en 1738, a Real Academia de la Historia y poco después, ta Real Academia de Bellas Artes El tado libro, en J. ORTEGA y Gasser, Obras Completas, Tomo 11 (tar 1988), pp! 233-41, oe de San Fernando, Como observé Sanchez Albornoz, el siglo XVII fue el siglo de la historia o cuando en Espafia, al menos, surgié una historiografia verdaderamente espafiola, asociada a los nombres y a la obra de Maydns, Burn Masdeu, el padre Enrique Fiérez y Juan Antonio Llorente * En arte, Mengs, Ponz y Jovellanos buscaron Ja revaloriza~ cidn de los maestros espaftoles del xvi; Goya exalté a Velizquez. Fue también en el xvitt cuando estallé la primera crisis de la conciencia «nacional», una primera reflexion {intelectual sobre el ser de Espafia, fuego que primero Mon- tesquieu y luego, en 1782, Masson de Morvilliers cuestiona- ran lo que la civilizacién debia a Espafia, crisis revelada, por ejemplo, en las respuestas que a tales afirmaciones Gieron Cadalso y Forner ’. Si se piensa que todavia en 1729 Feij6o habfa dicho que la pasién nacional era un «afecto delincuente», se entiende que el cambio que en el espacio de dos _generaciones se habia producido, era considerable. Y hubo mas ', Como Jovellanos escribié en El elogio finebre de Carlos Ii, fue durante el reinado de este tltimo, 1759- 1788, cuando aparecio lo que entonces se lamé «economia civil, que no era otra cosa més que sentido de preocupacion desde et Estado por el bienestar de los sibditos y por la realizacién de politicas econémicas concretas de alcance nacional *. ército del siglo xvi no era todavia un ejército nacional. Bajo Carlos III, hubo aiin politicos extranjeros al frente de la politica espafiola, No habia atin ni bandera ni hhimno nacionales. Pero la formulacién de una idea histéri de la lengua, Ia historia y el arte espafioles; la manifestacién TE, Sincinz Atsonsoz, Ensayos sobre historia de Espana (Madrid, 73), p. 129. » Véase, por ejen yy pensaniemto, Homenaje a Tats pp. 203 9 sh y J. A. MARAVALL, «El st Bhatt: Ua obra de Borer, en Esnudios de ta spatol (siglo XVID. (Madrid, 1991), pp. 42 y ss ' B, Fuubo, Teatro Critco Universal, edicién de G. Siilfoni (Madrid, 1986), p. 235 5/G,.M, JoveL1anos, Elogo de Carlos IIT (Madeid, 1789), pp. 11 y 38 —%— de sentimientos de preocupacién, interés y hasta emocién in de un cierto chauvinismo ta entre las clases populares (que se_reflejari cosas tan distintas como el motin de Esquilache, la aficion a los toros, o la fijacién por Tiépolo hijo y Goya de tipos acusadamente espafioles, como los majos y las manolas), la creacién de instituciones nacionales de cultura (las Acade- mias citadas y ademés, la Biblioteca Real, el Museo de Ciencias, el Jardin Botdnico y el Observatorio Astronémico); la proliferaci6n de planes de actuacién de gobierno y final- paricin de la historia del Derecho espafiol (Mar- tinez Marina, Sempere y Guarinos), todo ello, indicaba lo mucho que s¢ habia avanzado en la elaboracién —descubri- miento, decia’ mas arriba— de una idea de nacionalidad claramente espafiola (lo que en el Ambito de la accién del Estado se tradujo en las tendencias centralizadoras y unifor- mizadoras que los Borbones impulsaron desde su ilegada a Espafa a principios del siglo). Pero al mismo tiempo, el XVitt conocié también la pri- mera aparicién de una vida y de unas preocupaciones pro- vinciales o regionales (si bien, hubo una anticipacién nava- ra: los estudios de Moret sobre las antigtiedades del reino aparecieron en ). En el Pais Vasco, por ejemplo, el jesuita Larramendi inicié la labor de recupe- racién y sistematizacién de la lengua vasca. En 1728, publicé ‘un primer libro sobre la antigiedad y universalidad del vascuence en Espafia y en 1729, la primera gramitica del mismo, que titulé EI imposible vencido: arte de la lengua vascongada, Los ilustrados vascongados, con el conde de Pefiaflorida a la cabeza, crearon en 1765 la Real Sociedad Bascongada de Amigos del Pai imera de su clase en Espaiia, «para estrechar la unidn de las tres provincias de Alava, Vizcaya y Guiptizcoa», como fijaba el articulo 1° de libro en el que disipaba definitivamente el confusionis- mo que habia existido en torno a la Cantabria romana y probaba que ésta coincidia con los limites de la moderna Santander, que de esa manera adquiria sus sefias de identi- dad Los ejemplos podrian repetirse para Galicia, Asturias, ~ Aragén y otras regiones. Que se crearan desde 1765 un total de 45 sociedades de «Amigos del Pais» cuya funcién estatutaria era el estudio y fomento de las economias locales y regionales, resultaba revelador. Incluso Madrid tuvo su mera manifestacién de identidad, en los tipos y hablas de los sainetes de Don Ramén de la Cruz y en la labor realizada por la Sociedad Econémica Matritense, creada en 1775. Catalufia, que habia experimentado una especie de coscurecimiento desde principios del siglo, empez6 también a recobrar su historia, Campmany pubticd unas Memorias hhistricas de la antigua ciudad de Barcelona en 1769 y 1772; en 1780, aparecié una obra colectiva titulada Discurso sobre Ja Agricultura, Comercio e Industria del Principado de Cata~ luiia. En sus Cartas marruecas (1774), Cadalso se refirid a los catalanes como «los holandeses de Espaiia» y por enton- ces se hablaba de Catalufia como de una pequefia Inglaterra, es decir, como de una entidad diferenciada por su laboriosi- dad, su espiritu de trabajo y su capacidad para el comer- cio Cadalso mismo subrayé la importancia que tenia la vida provincial cuando, en las mismas Cartas Marruecas, aludié a «la variedad increible de las provincias espaiiolas» ". Iden- tidad nacional y localismo, preocupaciones nacionales y sentimiento local, vida nacional y vida provincial, surgieron paralelamente, Pese a la evidente voluntad centralista de los Borbones —reflejada, por ejemplo, en el Decreto de Nueva Planta de 1716—, la construccién de un Estado centralizado ‘tropezaria con la propia realidad de la vida provincial. Ademés, la construccién de ese Estado fue lenta y gradu y fue menos el resultado de un proyecto nacionalista espaiiol moderno que un proceso de adaptacién de la maquinaria del Estado a los distintos y sucesivos problemas de la socie- dad espafiola, proceso que ocupé todo el siglo XIX y se protongé hasta el xx. Mas atin, hasta bien entrado este ‘CADALSO, Cartas Marrueeas, Edi pp. 193-96, IBidem, p85 J. Arce (Madrid, 1985), ee liltimo, la localidad, la provincia, la comarca, la regi6n, y no la nacién, fueron el verdadero Ambito de la vida social. En cualquier caso, cualquiera que fuese la intensidad de Jos sentimientos nacionales, el nacionalismo espafiol del siglo XIX y de principios del Xx, fue evidentemente débil como fuerza de cohesién social del territorio espafiol; pese a las tendencias nacionalizadoras que inspiraron la creacién del Estado espafiol moderno, la fragmentacién econémica del pais siguié siendo considerable hasta que las transformacio- hes sociales y técnicas terminaron por crear un sistema nacional cohesivo, 1o que no culminé hasta las primeras décadas del siglo Xx. Ello no fue excepcional. En La identi- dad de Francia, Braudel recordaba que en Francia —arque- tipo de Estado jacobino y centralista— no hubo verdadera economia nacional hasta 1945. Estado nacional y realidad local ¥ es que el Estado moderno fue resultado de un largo milacién nacional, que terminé culmi- i a de una nacionalidad comin, Ello requirié que el cuerpo nacional se vertebrase como una verdadera unidad nacional, lo que a su ver exigié, en Espafia como en todas partes, el crecimiento y la integracién de mercados, regiones y ciudades; el desarrollo de un sistema de educacién unitario y comiin; la creacién de un servicio militar nacional obligatorio y la expansién de los medios modernos de comunicacién de masas (prensa, telégrafos, transportes interurbanos, ferrocarrles, ete.) Se trat6, pues, de procesos lentos de cristalizacién de una voluntad y de luna conciencia verdaderamente nacionales y de procesos més 0 menos largos de aprendizaje social y de control. Requirieron, ademéis, que la colectividad viniese a ser la base de la autoridad politica y de Ia legitimidad del poder ® and. Social Comm Emest GELuNeR, Nations and ation (New York, 19 tionalism (Oxford, 1983). —8— En Espafia, la integracién de la economfa se aceleré con el establecimiento de instituciones como la Bolsa de Madrid (1831) y el Banco de Espa moneda (1856), y una vez que tanto el sistema fiscal (1845) como la moneda (1868) quedaron unificados sobre bases nacionales. Las comunicaciones sociales se multiplicaro con la extensidn de la red de carreteras y con la construccién de ferro de las ciudades, aunque lento, se accleré a partir de las décadas de 1850 y- 1860. El control del Estado sobre la 1844, La unificacién del derecho progres6 con la promulga~ cién del Cédigo penal en 1848, con las Leyes de Enjuicia- ia Ley Orginica del Poder Judicial (1870), la minal (1870) y con la compilacién del Cédigo ci de sistemas nacio- ales de educacién secundaria y superior en 1845 y 1857 favorecié la homogeneizacién cultural del pais. El mismo efecto tuvo la aparicién de una prensa nacional (aunque no hubo prensa barata y popu a siglo XIX), La administracién central se modernizé a medida que fue cristalizando (décadas de 1830 y 1840) ef sistema inisterial de gobierno. El gobierno local se uniformé con la reforma de Ja administracién de las provincias de 1833. EI efecto io fue cambiando la percepcién pol Ley de Es izacion de ta vida social y de la vida cultural. Escritores como Estébanez Calderén, Duran, Gallardo y Mesonero Romanos descu- brieron el teatro de Calderon y el romancero y se movieron, dijera el mismo Estébanez, por el gusto por lo espaii cre6 (1845) con el Tenorio uno de los grandes ‘acional se adopté en tba los grandes hechos 'ié gran vigencia social a partir 1843, La pintura de histor de la historia nacional, adq de la década de 1850. Las guerras que Espafia sostuvo en torno a 1860 en el norte de Africa provocaron, en palabras de Carr, una «emo- cién politica unificadora», una verdadera exaltacién patrié- oe por todo el pais *. La revolucién de 1868 fue la revolu- ion de la «Espaiia con honra», una revolucién casticista, como la tlamé Unamuno. El lenguaje de los politicos —pién sese, por ejemplo, en Castelar— se hizo enféticamente espa- folista Pero al tiempo, el siglo 20x vio la eristalizacién adminis- trativa de la provincia e incluso conocié los primeros debates Y proyectos sobre el papel que en esa administracién pudiera tener la regidn, Tras la divisién provincial de 1833, las Diputaciones Provinciales se convirtieron en los Srganos rectores de la vida provincial, y las capitales de provincias, en los verdaderos centros neurdlgicos de la vida regional Las Diputaciones, aun nacidas en dependencia de la admi- nistracién central y desprovistas, salvo en los casos vasco y navarro, de recurs0s propios suficientes, fueron consolidando s bases de un poder provincial propio y diferenciado. En los casos vasco y navarro, pese a la abolici6n de los Fueros vascos en 1839 y a la transformacién de Navarra de reino en provincia (1841), las cuatro provincias vivieron entre 808 altos y 1868 su plena madurez fora La idea de provincia impregné profundamente la per- cepeién de los espaitoles sobre su instalacién territorial. La Progresiva uniformizacién cultural del pais pugné en todo momento con la pervivencia en comarcas, regiones y pro- vincias de estructuras distintas de costumbres, tradiciones y formas de vida. Mariano de Cavia, comentando los Carna- vales de 1887 en Madrid, decfa, en un articulo que titulé «Comparsas regionales», que era asi, en esas identidades regionales, donde aparecia la verdadera faz de Espafia * Pereda dedieé su discurso de entrada en la Academia espa- fiola (1892) a la novela regional, de la que dijo que era la Sinica novela realista posible en Espafia, y Galdés le contest6 Raymond Carn, Fspata 1808-1939 (Barcelona, 1968), p, 258 M, Cava, Azotes y Galerar (Madrid, 1881), p. 19. -3— diciendo que, de alguna m: regionalistas (por lo que hac una provincia y a una regidn) *. En efecto, la literatura costumbrista habia sido literatura regional, incluso aunque lo hubiese sido falsamente, esto es, plagada ‘de estereotipos y pintoresquismos t6picos. La Re- naixena catalana, el renacimiento linguistico, literario y cultural de Catalufia que se inicié a fines de la década de 1830 y culminé en Verdaguer, Guimeré y Oller —ya en los aiios ochenta y noventa del siglos de eclipsamiento de 1a ide ia primera guia cari dela aboision (0 mejor, modi- ficacién) foral, cristalizé en el Pais Vasco la tesis del fueris- mo moderado como interpretacién de la realidad local, una visién que identificaba la esencia de lo vasco con los Fueros y la religién catélica; en Navarra, el historiador oficial Yanguas eché las bases del navarrismo, la tesis que hacia de Navarra una entidad territorial diferenciada y singular sobre la base de su propia foralidad sancionada por la Hamada ley paccionada de 1841. El desarrollo de la prensa local reforz6 el localismo de tos espatioles. Periddicos como El Diario de Barcelona, El Mercantil Valenciano, El Faro de Vigo, El Cantdbrico de Santander, El Norte de Castilla, El foiciero Bilbaino, La Vor de Guipiizcoa, EI Di EI Carbayén y similares, y no la prensa ‘nacional Srganos que formaron las opiniones piiblicas lo% la novela realista espafiola fue novela regional, 10 natural espaiiol —que nacié con Carlos era, todos los espaffoles eran sentimiento de pertenencia también paisajismo regional ". maquinaria administrativa del Estado central fue en el siglo XIX pequefia, de escasas dimensiones, limitada a siete u ocho ministerios; el gasto del Estado Vease Discurso lidas en las recepcionespiblicas de la Real Academia Expatola, Seve Segunda, TV (Madrid, 1948), pp. 361-395. Sobre Hacs, véase F. Cal ‘ines de sigho (1880-1990). De Ee 1990), pp. 17-43. SeRRALLER, Pintorerexpafoles entre dos quedé absorbido durante décadas por Guerra, Marina y deuda. La funcién piblica no empez6 a ser regulada hasta el deereto de Bravo Murillo de 18 de junio de 1852 (que afectaba solamente a Hacienda, Gobernacién y Justicia) ", El instrumento més eficaz del Estado espafiol del XIX, la Guardia Civil, era, con’ 18.000 efectivos en 1900, totalmente insuficiente en relacién con la superficie del pafs, y numero- sas provincias estaban literalmente desguarnecidas . E! localismo, por tanto, dominé la vida social y politica espaiiola hasta entrado el siglo Xx. En 1910, todavia habia 4.011 pueblos sin comunicacién de un total de 9.266, 1o que representaba en torno al 20 por 100 de la poblacién del pais. Madrid El estado y la historia de la capital, Madrid, asf lo Probaban. Pese al impulso que le dieron los Borbones en el siglo XVI, y no obstante tener en el Palacio Real (1738- 1764) uno de los mejores palacios europeos, Madrid era a principios del siglo XIX, para alguien como Alcala Galiano que venfa de una ciudad aseada y floreciente como Cédiz, tuna ciudad fea, pobre y sucia, que distaba mucho de ser tuna verdadera Corte (lo que era cierto, pues los reyes vivian en los Reales Sitios) Y Jo siguié siendo ain por mucho tiempo. Hasta que en 1837-38 la desamortizacién permitié la venta de fincas ur- banas.del clero —en esos afios se vendieron unas 540 fincas el 8,18 por 100 del total de edificios de Madrid— y el derribo consiguiente de algunos conventos y de sus muros y Para el desarrollo de la funcién ab Aseso, Polticas de seleccidn on la Func (Madrid, 1959), PY Direosién General de la Guardia Civil, La, Guardia Civil Expatola (Madrid, 1989) p. 137 fen Espaa, R. Joan iblica espatioia (1808-1978) *A 1, Recuerdos de wx anciano (Madrid, Colecsién pasa Calpe, 1951), pp. 43 y ss = tapiales, el semblante de la capital no empezd a cambiar *, A partir de ese momento fue posible trazar algunas plazas y alinear ciertas calles, aunque s6lo la reforma de la Puerta del Sol entre 1857 y_ 1862 tuvo algin rango urbanistico (y no excesivo). Madrid mantuvo su perimetro del siglo XVit hasta la década de 1860 en que, de una.parte, se pusieron en marcha los planes del Ensanche de Carlos Maria de Castro que darian lugar a la construccién de tos barrios de Argielles, Chamberi, Salamanca y Retiro y de otra, el im- pulso en la construccién de ferrocarriles provocd otro en- sanchamiento, éste de caricter industrial, hacia el Sur (zona donde con el tiempo se instalarian las estaciones de Atocha y Delicias, los mercados generales, los grandes mataderos y luego, los servicios municipales de gas y electricidad) *. ‘ontraste que Ja capital espaftola ofrecia con otras capitales europeas —sobre todo con Paris y Londres, espeio cn el que se miraron quienes empezaron a inquietarse por el atraso de Ia ciudad, como Mesonero Romanos y Fernéindez de los Rios— era notorio ®. No era ya sélo que el Madrid de mediados del siglo XIX tuviese una poblacién incompara- blemente menor que las capitales mencionadas (hacia 1850, por ejemplo, Madrid tenia en torno a 240,000 habitantes; Paris sobrepasaba el millén y Londres los dos millones y medio); era sobre todo que Madrid carecia de todo aquello que ya por entonces definia a la gran ciudad modema: boulevares, plazas ajardinadas, grandes avenidas, comercio de Iujo, casas elegantes, iluminacién callejera, monumentos, teatros, Spera, transportes urbanos, estaciones, hoteles, cen- , Diez De BaLDEON, Arqultecrura es soclales en ef Madrid det id, véase, A. FERNANDEZ GARCIA (director), Historia de Los libros de Mesanero y Fernindez de los Rios han sido reeditados intas ocasiones. Véase, por ejemplo, R. MesontRo RowaNos, Réplda la sobre el estado de fa capital y los medios de mejorar, Tnrodussion de Edward Baker (Madrid, 1989) y A, FenwAvDez De Los Rios, #! fuuro ‘de Madrid. tntroduccion de Antonio Bonet Correa (Madrid, 1989), que son Tas ediciones usadas para este trabajo y alas que remiten las alusiones que se hacen en el texto, —8— tr0s bancarios. Edificios como el Banco de Espafia, Ia Bi blioteca Nacional, la Bolsa, el Banco Espafiol de Crédito, las estaciones de Principe Pio, Atocha y Delicias, la sede de a Academia de la Lengua, los palacios de Velézquez y Cristal y la Escuela de Caminos en el Parque del Retiro ‘bierto al piblico desde 1868), se construyeron sélo en el imo tercio det siglo XIX, época en que se fueron constru- yendo también los barrios elegantes de Salamanca, Retiro- Recoletos y Almagro-Castellana: antes de completarse esas edificaciones, Madrid era una capital pequefia, de calles estrechas, sucias, mal empedradas y peor iluminadas, ence- rrada en un casco urbano congestionado, de edificios pobres, viviendas oscuras y mal acondicionadas, plazuelas minisculas y descuidadas y todavia dominada por la presencia de nu- merosas iglesias y conventos; era una ciudad sin transportes colectivos —pues los tranvias de sangre se implantaron en 1870— y sin grandes hoteles (el Ritz y el Palace se constru- yeron en tomo a 1910-14), con una sola avenida de impor- 1a calle de Alcala (la Gran Via se hizo entre 1910 y 1931), y con una sola zona urbana distinguida tipo «boule vardm, el Salén del Prado, que, ademés, quedaba en un extremo de la ciudad y caretia por ello de comercio, capital que correspondia —como bien insistiera wente Mesonero Romanos— a aquel Estado débil, pobre ¢ ineficiente que, como se ha indicado, era el Estado espaiiol del siglo XIX, Madrid estaba, también, sumida en su propio localismo: hasta 1864 no tuvo comunicacién por ferrocarril ni con la frontera de Irtin ni con Barcelona. Ademés, pese a que la capitalidad le impregné de un cierto cosmopolitismo, Madrid, como observé Ortega y Gasset en La redencién de las provincias, no tuvo una cultura creadora El propio Ortega dejé dicho, en ese mismo libro, que en el XIX se produjo precisamente lo contrario: el triunfo de la chuleria 0, por decirio més amablemente, del casticismo popular, que no fue sino una forma de subcultura de ba- rida convertida, merced al éxito del género chico y de la zarzuela, en estereotipo del madrileaism Mucho antes, Mesonero Romanos, en su Répida ojeada sobre el estado de 1a capital y los medias de mejorarla, que 5 puso de relieve que en Ma conmemorasen las glorias obelisco al 2 de mayo se elev en 1848—, ni calles bauti das con los nombres de los grandes hombres de la historia espafiola, Mesonero consideraba literalmente como una «ver- glenza» que existiesen calles con nombres como Noramala vayas, Aunque os pese, Valgame Dios, Arrastre y similares, ¥ que no tuviesen calle Cervantes, Quevedo, Moratin, Daoiz, Velarde, Felipe II, Felipe V 0 Carlos Ill, y que no existiese un pantedn nacional al estilo o de la Abadia de Westminster cra que la revolucién triunfante convirtiese la iglesia de San Francisco el Grande en aquel panteén nacional que Espafia no tenia, y que cl ayuntamiento revolucionario procediese de forma inmediata, mediante expropiaciones y derribos expeditivos, a abrir una gran via Nacional que uniese ese panteén asi creado con el Congreso de los Diputados. No se hizo ni una cosa ni la otra. Lo que més se aproximé a ello fue el Pantedn de Hombres Tlustres en la basilica de Atocha, que se construyé entre 1891 y 1901, y fue significa tivo que el proyecto no se concluyese por falta de recursos econémicos. Ortega llevaba raz6n. La influencia cultural de Madrid terminaba a los seis kilémetros de distancia, Espaiia era —hay que insistir con el filésofo madrilefio— pura provin- cia ®, Tas alusiones de Ortega a Madrid en La redencion de las provincias, en J. Onreaa ¥ Gasser, Obras Compleias, Tomo 11 (Madrid, 1989), p. 218. —9— EL SIGLO XIX: UN BALANCE POLITICO Miguel ARTOLA, Real Academia de la Historia Un «balance politico» es un procedimiento para estable- cer resultados que permitan comparaciones; comparaciones de 10 que «fuer y de lo que «es», de lo que «ha sido» y de o que «esta siendo». Por otra parte, permite comparar lo que ha ocurrido en una empresa, en tn determinado centro de actividad y lo que ha ocurrido en «otro». Un «balance politico» debe atender dos tipos de cuestio- hes para pretender ser complet En primer lugar una definicién teérica, en la cual se plantea Ia forma de la «realidad politica», que va a ser objeto de este balance. Porque la forma, es decir, el «con- junto de reglas» que determina cémo va'a funcionar politi- camente una sociedad, es el punto de partida En segundo lugar debe de atender también la realidad misma, que es el auténtico objeto de conocimiento, la autén- tica materia del «balance» dctica politicar s6lo tiene sentido desde una pers- de «teorfa politica», porque, de otra forma, el analista no puede apreciar, no puede opinar, no puede juagar acerca del valor de esa'prictica. Por consiguiente, a ‘comparacién se hace a través de criterios diferentes que han de combinarse, aunque el que hace las comparaciones siem- pre esti dominado por un interés priritario. El interés Prioritario en una comparaci6n es «marcar la diferencia» 0, por el contrario, «destacar la semejanza», es

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