Está en la página 1de 63
S. FERRANDIS LUNA VALENCIA R O J A PROLOGO DE FEDERICO GARCIA SANCHIZ portapA pe ROMLEY faye bef iG 1 Ve j XG “ds 4 _ EDITORIAL ESPANOLA, S.A. 1938 AT, PROLOGO Estas lineas, simple saludo en la aparicién de este libro, patiuelo en la partida del barco, se escriben en la hora de la liberacién de San- tander. Como se alabe segun es debido el en- tusiasmo y triunfo de la vecepcién de nuestras tropas, yo me he permitido decir: —Sélo otro recibimiento emulard y aun ven- cerd al santanderina: el de Valencia. Pero... St, adivino, oigo ya el pero inevita- ‘ble. No importa. Insisto en mi afirmacién. En Valencia, dentro de poco, habrd igual frenest que en la Montafia, y ademds aquella vocacién mediterrdnea de los desfiles, del color, de las misicas, de las flores; de las apoteosis, en una palabra. No olvidemos que el propio Felipe IT advertia que los sentidos también existen, cuan- do, por ejemplo, se le agasajaba con una fies- ta en la Lonja valentina. Valencia, romana, — P R 3 z 0 G 0 drabe, italianizante, heredd el don de la opu- lencia, y lo desarvolla en un fondo oriental con- tra el que vesalta el impetu de su barroquismo creador. Va a ser, repito, formidable la cabal- 8ata de la vedencién de Valencia del Cid. Del Cid. He aqui que de nuevo Rodrigo acude en defensa de sy ciudad, y dirlase que otva vez sus «ojos Vellidos, catan a todas partes, miran Valencia, cémmo yace la gibdad, é del otra parte a ojo han el mar,. miran la huerta, espessa es e grand...» éCémo salvard ahora el de Vivar a su feudo incomparable, ¥ en donde luchéd después de muerto, escultévico el caddver en el caballo? En esta tristisima ocasion ayuda a Valencia con el vecuerdo de un pasaje del Poema nacional bor antonomasia. Un insigne pintor valencia- no, Ignacio Pinazo Camarlench, Hi6 en el lien- 20 el episodio a que me refiero, dvia vepresentay la doloro, actualidad de mi tierra, ¥ matheridas yacen al Pi al tvonco con unas corre, y el cuadro po~ sa y desconcertante Dos mujeres desnudas ie de un drbol, atadas ‘as. Son dota Elvira y —6— oe POR 6 Loe ¢ "e dota Sol en el robledo de Corpes, tras a mar tirio y abandono de que las hicieron victimas los Infantes de Carridn, sus indignos maridos. Valencia, el Reino de Valencia, Ramado se- renisimo del aire, tenia dos hijas: su clava y ar moniosa tradicién greco-latino-ardbiga, medite- rrdnea, y su espaholisima voluntad. Como dota Sol y dota Elviva, cayeron entrambas secslares y nunca desmentidas virtudes en la esclavitud de los intrusos, que han acabado siendo sus verdugos. Con sus espuelas, con las ginchas ° tredizas, y entre sarcasmos y Dlasfemias, as Infanies atormeniaron a sus esposas, dejan ° las, por fin, que ya non pueden fablar ; per muertas las dexaron. De la misma manera, é doble orgullo y linaje de Valencia sufre el mar. tirio de sus invasores. Pero, si las hijas del Ci fueron vengadas, y, por sus nuevas bodas, en ellas se hubieron. reyes, también el abolengo de la civilizacién cldsica y el batriotismo han de veivindicarse y han de proporcionar a Va- lencia nuevos titulos; y Valencia, habitnad @ ofrecer riquezas y flores, sabrdé anular os °- menajes anteriores en uno que asombre an vanto, indispensable es la solicitud de los —-7-— P R o | -L oO G oO valencianos hacia nuestro secuestrado empo- vio, y no ya la vesignada y nostdlgica, sino la mds animosa, la edificante, en todos los senti- dos de la edificacién. : Este libro tiene ese mérito, entre otros. Su autor, hombre entendido en la ciencia de la Economia, con acusado perfil en-el mundo de los negocios, ha escrito, no al pasar, precisa- mente; al ser detenido y encarcelado, las pa- ginas que siguen, y que reflejan, mds que sus inquietudes personales, el interés, la sugestion del ambiente. Entre lirica y objetiva, la obra del notable financiero ha resultado ser una obra de arte. : Levantino caracteristico, hasta en el color ail de sus ojos, y... en su verbosidad con pa- labras que parecen tener pulpa como la fruta, a pesar de su especializacién, el sefor Ferrdn- dis Luna, no es que se vevele artista; le serta imposible dejar de serlo. Por verdadero privi- legio sensorial de la estirpe, la gente oriental hispdnica tiene un mdgico y esponténeo poder de captacion de cuanto se relaciona con la luz, el color y la plasticidad, y he aht cdmo este montén de cuartillas, que en manos de cual- quier otro espatiol acaso no hubiesen sido mds Be 2 P R 6 L oO G oO que periodisticas 0 documentales, se elevan a la categoria de, no sé st literarias o pictéricas, pero, desde luego, artisticas. Aquello, sin embargo, que tengo por sobre- saliente, en lo que vespecta a su interés, estd en el capitulo que encierra el programa del en- grandecimiento de Valencia. A decir verdad, su programa es todavia fragmentario: se trata de un boceto 0 esquema, que, a lo largo de su desarrollo, iria completandose, perfecciondndo- se. Mds que cantera y menos que edificio, es ya el bloque de las piedras sillares. . Habiendo salido en la mocedad de mi pais, pero vetornando al hogar poriddicamente, nun ca lo olvidé en lejanas correrias, y siempre, a mi vegreso, llevaba noticias y otras aportacto- nes. Nunca mis palabras tuvieron eco, salvo en las minortas, que, por serlo, no divigian en los tiempos democrdticos y del sufragio universal. Recuerdo que Uegué inclusive a preocuparme por el lamentable espectdculo de nuestra ex portacién naranjera, y que estudié la adminis- tvacién de California, perfectamente adaptable a@ Espaita, y que habria acabado con la Inn Lacién y el perjuicio material que el cultivo de oro sufre en los mercados ingleses y alemanes. —_-g— pk o L o G 0 Nadie quiso enterarse de nada. Ni siquiera in- teresd ver a un juglar en sus cubileteos con las naranjas. Valencia esté en absoluto desorientada acer- ca de su personalidad. Por de pronto, sevd ne- cesario limpiarla de la costva de chabacaneria y cerrilismo de una politica entre matonil y mi- tinesca, con relumbrones populacheros. Si des- pués de tal limpieza se consigue disciplinar a las masas, tal vez seré propicio el momento para la meditacién de los jefes. Y entonces... Dos valores ha de vecobrar Valencia. El local 4y el de su expansidn. Digo vecobrar, porque en los dos casos se cuenta con antecedentes legiti- mos. Para el primero, y que comprende el as- pecto y ritmo de la ciudad, debe ésta no olvidar nunca su parentesco con todas las manifesta- ciones del Mediterrdneo, desde las citpulas de Roma a los pinos de Nadpoles y el mercado de Estambul. (Por qué, Sefior, las hordas que destruyeron los Santos Juanes no habrdn de- wibado el exdtico e impertinente tinglado edi- licio en que se obligdé a vefugiarse hasta a las pescaderas, que ya, bajo la cubierta metdlica, y sobre mdrmoles, ni siquieva conservan sus modismos? Ese pabellén extratio, centroeuro~ —10— P R 6 L oO G 0 peo, profana la plaza bellisima que preside la Lonja.) Y por lo que toca a la expansidn va- lenciana, no se detuvo en los tiempos maximos hasta lograr la universalidad. Seialemos y re- verenciemos a San Vicente Ferrer, con su don de lenguas; a los Borgias, en el solio pontifi- cio, y a Luis Vives, serenidad augusta entre la ~ pasién candente de los Borgias y la pasion lu- minosa del Santo, y que alld en Brujas, en la tiendecita de su mujer, componia sus filosoftas, mds sutiles que los encajes que iba vendiendo la esposa. No se extinguid por completo el caudal wn versalista, pudiendo citarse el caso del propio Blasco Ibdfiez, que sin duda conguistd el mun- do, y el de Sorolla, gloria sin fronteras. Y no es baladt el detalle de que Teodoro Llorente, prestigio regional si los hay, fuese en su tiempo el traductor por excelencia. No, no sé ha ago- tado el manantial. Pero esté sucio, descuidado. Dificilmente en parte alguna encontrariamos la juventud intuitiva que, una tras otra generacion, va perpetuando en Valencia sus promesas Y SUS fracasos. Nadie la educa, y e adolescenie de aire y espiritu florentinos termina en devorador de paellas, que se consuela de su derrota con P R o Zz oO G 0 cdusticas ivonlas contra la gentileza y la espi- vitualidad. Basta. No es este el instante de extenderse en consideraciones, sino de hacerlas innecesa- vias, con nuesiva enmienda. Creo que Valencia ha de saliy purificada de su prueba terrible, y creo también que el libro de Ferrdndis Luna es un augurio feliz de ese futuro digno de aquel pasado: swyos, y del presente de Espaiia. FrEperico Garcfa SANCHIZ Burgos, agosto, 1937. —12— EL COLOR DE VALENCIA Bien puede servir para cabecera y entrada de las paginas que siguen, una afirmacién trascendente: el color propio de Valencia no es el rojo, Sélo a desgra- _ Cladas eventualidades, ajenas al alma de aquel pafs y @ sus inclinaciones esenciales, se debe el que Valen- cia. haya sido escenario y cobijo del dramatismo rojo; Sus Unicos pecados, esto es cierto, fueron su frivoli- dad, su falso optimismo, en log tiempos que prece- dieron al Leyantamiento Nacional, esa indiferencia de bella durmiente que siempre adopta aquella tierra que no ha sentido nunca Jos grandes deberes que te impone su riqueza; ciudad que al despertar de su Suefio se ha encontrado, ahora, con sorpresa inconce- bible, en los brazog brutales de] monstruo, Y con Ja ciudad cayé toda una gran regién de gran —B— SALVADOR FERRANDIS LUNA tono econémico, en la cual los islotes rojos se distin- guieron siempre por su excepcionalidad. _No era este el destino de Valencia; la fatalidad ca- prichosa ha decidido que, en lugar de aportacién brillante, por su poblacién, por su productividad, Valencia se haya convertido en albergue y despensa, odiosos, de los enemigos de Espafia. Que conste asi, sin dudag ni vacilaciones. Nos in- teresa y conviene a todos, valencianos o no. Bastan- tes malquerencias y odios se han de liquidar, pala que vayamos a crear otros, que en el caso de Valen- cia serian injustos, La gran alegrfa de Valencia hubiese consistido en igualar y superar a esas tierras espafiolag que se lla- man Navarra y Galicia y Castilla y Aragon y Anda lucia y tantas otras, Pero, como compensacién, tenemos una esperanz, bien fundada, A Valencia le legard también su hore gloriosa, postrera y triunfal, y sabré doblemente cum plir con sus deberes, Lo haré con amplitud, ancha mente, como son sus costas, como son sls vegas; S¢ entregar4 con amor inigualado a los hijos de Espa- fia, franca y generosamente, Y ademds de los tesoros de su agro, de Ja industria de sus hombres y de Ja gracia de su arte, aportar4 al Movimiento Ja visiéa grande e imperial de nuestra historia y de nuestt@ cultura, tal como Ja sintieron San Vicente Ferret, Luis Vives y los Borgias. Bodas reales celebradas en Valencia, hicieron ¢- cribir al Principe de los Ingenios, Lope de Vega, 4% —-4— yALENGIA Rojy 4 en aquella ocasién la ciudad «casi revienta de con- tento». Para nuevas bodas, de Espafia con el Mar y con el Imperio, nos habremos todos de citar junto a aquel Mediterraneo, en Ja ciudad que hoy, por nuestro con- @ucto, no puede ofrecer, aprisionada, otro tributo a Franco que una terrible, enorme, lista de muertos por Dios y por la Patria y el cascarén ennegrecido de sus cien templos incendiados. Pero el coraz6n de Valencia, puro e incorruptible, se prepara nupcialmente... ES TAMPAS ESCENAS DE CALLE Y DE CARCEL EXPATRIACION FINAL ROMANO EL FORO ROJO Un alcalde de Valencia, con la excusa del paro obre- To y sin autorizacién del Ayuntamiento, resolvié un Mal dia, hace de esto unos pocos afios, pero ya en plena Reptiblica, realizar la urbanizacién de Ja plaza de Castelar, levando a la practica un proyecto des- acertado, Piedra y mds piedra, cantera tras cantera, se con- sumieron en Ja construccién de aquella plataforma Con su mercadillo de flores agujereado y sus fontanas laterales. El humor del pueblo tuvo en seguida Ia intuicién de que aquella reforma, era un disparate es- tético, y la bautizé con populares motes: «La pedre- ran, «La escupidera», y tantos otros. Y razén tenfan los criticos. Levantando el centro de Ja plaza, Jos edificios que la encuadran quedaban achatados y empequefiecidos; la comunicacién y pers- Pectiva de Ja calle de las Barcas, interrumpidas; las flores del mercado, soterradas en un cementerio egip- cio de robustos pilares pétreos. Y¥ sobre todo, aquella bandeja formidable de can- teria era un lugar bien cémodo y soleado para que —19— SALVADOR FERRANDIS LUNA en el centro de la ciudad, alli donde en todas las ur- bes se produce la maxima vibracién de transito, s¢ crease un remanso de holgazanes y de conspiradores, completado por Ia triste exhibicién de pobres ancia~ nos, de enfermos, de rurales extraviados y de sucios betuneros. En aquellos grupos de Ja plaza de Castelar, elevados por la desgraciada urbanizacién, se han estado, du- rante afios, instruyendo en las doctrinas anarquistas, centenares y centenares de valencianos. Escuela Roja, permanente, incesante, contemplada por las autori- dades, perfumada por las flores préximas; Escuela Roja de donde han salido los incendiariog de la Cate- dral y de todas las iglesias; academia de asesinos y de ladrones, decorada con piedra labrada, y bien alumbrada por ornamentales farolas, Siempre que por all{ pas&bamos, nuestros ojos se cerraban maquinalmente pata no ver tal espectaculo. RK Al producirse la revolucién roja, la plaza, de Cas- telar elevé su color sangriento aj tono m4ximo, Se pensé elevar sobre la plataforma de piedra unas hor- cag 0 pattbulos para la ejecucién de nuestras victi- mas; a punto se estuvo de realizar el tragico proyec- to; luego se desistié de ello, Pero esa plaza ha sido el escenario donde Jos pe- quefios y los grandes demagogos de Valencia lanza- ban sus arengas a Jag multitudes en fiebre homicida, y el lugar de cita de todos los victimarios, — 2 — <4 vALENCIA Rog 4 Y aquella masa arquitecténica de piedra que forma - el centro de Ja plaza limitado por las farolas, cons- titufa log «Rostras» o tribuna de Jos oradores, como en el Foro de Roma, con la distancia que media entre un Cicerén y un Domingo Torres o una Federica Montseny. Por aquel Foro rojo, no en Via Sacra, sino en arro- yo ensangrentado, desfilaban las legiones de desarra- pados internacionales a los sones ligubres del himno marxista, Sélo una nota de permanencia valenciana: les pa- Jomas blancas de la fachada y de las torres del Ayun- tamiento, que vuelan sobre la plaza, sin mancharse nunca, inmaculadas. — 21 — SCHOTIS INTERNACIONAL Los rojos de Valencia no han dejado nunca, ni en los dias mds tragicos de Ja ciudad, de ser aficionados ala misica. Las notag de «La Internacional», los co- tos de «La Guardia Roja» y de «Los Hijos del Pue- blo», eran el recreo de log revolucionarios, grandes y chicos, aquéllos en sus desfiles y éstos en sus juegos callejeros, Musica de importacién, trafda de Rusia, en el fondo de una bodega cargada de azticar y de ame- tralladoras. Las nifias de la vecindad popular, en Jas callejas y plazoletas de la Valencia vieja, segufan las andanzas urbanag de los arcaicog manubrios que repetian una y mil veces el himno oficial del mar xismo, Por cierto que las pequefias valencianas han descubierto que «La Internacional» so puede bailar como schotis, y muy graciosa y chulamente se ins- truyen unas a otras diciendo: ~—Ya sabes: dos pasos a un lado, dos a otro, ¥ vuelta. 1Si don Carlos Marx (como dijo allf alguien) lo viese! «CABEZA DE PLATA» Uno de los criminales mds acfivos de Valencia es ‘un invalido de una de nuestras guerras mazroquies. Tiene una parte del créneo sustitufda por una lamina de plata. La ciencia médica nos podria aclarar si el cerebro de ese hombre quedé también afectade con la opera- cién craneana que en su dia se le practicé, y si esa lesién cerebral, adormecida durante afios, ha hecho ahora su aparicién al olor de la sangre derramada Por los marxistas. Lo cierto es que este individuo, con su banda, ha sido el mds abundante ejecutor de sacerdotes rurales, propietarios y elementos de orden. Conduciendo un camién, el «Cabeza de plata» lle- gaba a un pueblo y preguntaba al Comité Ejecutive Popular: = 10s estorba alguien en este pueblo? Traedlo y lo wpicaremosn, (E] verbo matar o asesinar ha sido sustitufdo por este otro de «picam™, con a hipocre- sfa de lenguaje.) Si el Comité vacilaba, insistia: ; —En este pueblo seguramente hay muchos fascis- tas y carcas. Lo menos diez han de venir conmigo. Finalmente, el Comité accedfa, en unos pueblos. con més entusiasmo que en otros, y el monstruo mar- — 23 — SALVADOR FERRANDIS LUNA chaba muy contento si conseguia cargar el camién con pobres victimas. Pasados algunos kilémetros desde el pueblo, la «cargan era «despachada» en plena carretera, y 2 lo largo de ella quedaban los «bultos», que asi se deno- minan en el infernal lenguaje de los marxistas de Valencia los caddveres de nuestros martires, . Lo que irritaba a Ja fiera, hasta Ja desesperacién, eran log casos frecuentes de victimas que en el mo- mento de ser ejecutadas daban vitores a Espafia o a la Religién. —Esos fascistas son unos... (aqui terribles inju- rias contra sug sacrificados): tienen atin la osadfa de insultarnos con sus vivas. Los ojos de «Cabeza de platan se salfan de sus 6rbitas en un gesto patolégico, de paranoico, — 4h GAZOCAR! De muchas maneras se ha denominado a nuestra Espafia, Se la llama la liberada, la nacional, Ja tradi- _ cional, Ja blanca, la azul, la Espafia de Franco; y des- de ¢| otro lado la Haman la rebelde, 1a fascista, Ja facciosa, etc. : Nosotros, por primera vez, la vamos a amar: la Espafia dulce, en recuerdo de Ja privacién de azticar ‘que sufrimos en Valencia. jMaldita casualidad que la produccién azucarera estuviese en poder de los rebel- es y que los dleales» de Levante, tan golosos, tuvie- sen que pasar por el café amargo y privarse del cho- colate y de los pasteles! Se utilizé la miel como sustitutivo, aquella «mel de romeron que se vende en el Mercado en Jatas pe dtroleras y en jarritas amarillas, Pero Se terminé pron- to, y como no era cosa de esperar lag nuevas Pro- - ducciones de lag laboriosas abejas, que también de- ‘ben estar revueltas por las montafias, se comenzé a importar azticar de} extranjero. . jAzticar ruso! Se vendia en pequefias cantidades, por cuattos de kilo, y para su adquisicién se formar ban grandes colas en Jag puertas de las tiendas para serpentear por toda Ja calle y aun rodeando Ja man- zana, Habia quien acaparaba mas de un cuarto, y formando toda la familia en Ja cola, se legaba po- ‘siblemente al kilo 0 a los dos kilos. — 6 — SALVADOR FERRANDIS LUNA {Qué amargo nos sabfa a los patriotas aque] azé- car ruso, cuyas excelencias elogiaban los rojos! Acf- bar y retama era en nuestros labios y en nuestro pa~ ladar, Cuando la miel serrana se consumid, prefe- riamos el café con su sabor natural, sin endulza- mientos que nos repugnaban, EK Y ya que hablamos de dulcerfas ingratas, recorda- remogs las de la crcel, pues, gpor qué Jo hemos de negar?, también tuvimos nuestrag golosinas, que nos proporcionaba la cantina o economato y que llega- ban a nuestra incomunicacién por mano de un hom~ bre bueno. S{, golosinas; tres; que eran: churros untados de miel con el desayuno, carne de membri- lo y chocolate de Torrente para las meriendas. Todas las mafianas entraba en Jog patios el vende- dor de churros, y su grito de «Eh, el churrero» se guia al toque de diana, comunicdndonos unos mo- mentos de optimismo mafianero, Eran aquellos chu- Tros de buena pasta y bien frita y venfan envueltos en un trozo de periédico, que en m&s de una oca- sién fué nuestra tnica comunicacién con el exterior En un pedazo de diario, impregnado de tinta y miel, hemos lefdo en la celda Jas noticias mds trascenden~ tales. Asi nos informamos un dfa de que el Rey de Inglaterra y Emperador de la India abandonaba tan elevados tronos; asf, por medio de aquel pedacito de Papel, que se utilizaba para que los dedos de] carce- lero no se manchasen al traernos log bufiuelos, o al revés, que también podfa ser. ° — 6 — vyvALEN CIA Roja Otra golosina, ya lo hemos dicho, que podfamos comprar dentro de la cArcel y que rompfa nuestra incomunicacién gastronémica, era Ja carne de mem- brillo, Llegé a la mitad de] valenciano otofio y se vendia sin endurecer todavia, tan blanda, que casi eta liquida y se derramaba al comerla con la sola ayuda de las manos, Estaba riquisima y muy dulce; cuando la saboredbamos, nos entraba la preocupa- cién de que estarfa endulzada con aziicar jrusol y casi lamentAbamos que no tuviese Ja aspereza natu- ral de Ja fruta originaria, Pero aquel pecadillo de patriotismo nos lo perdondbamos en gracia al dra- matismo de nuestra personal situacién. i¥ chocolate también tenfamos!, trafdo de 1a can- tina por el bondadoso carcelero. Chocolate de To- trente; ya se sabe: barritas envueltes en papel blan- co, con férmula aprobada por las autoridades sanita- rias, como siempre, con sus dos incisiones que marcan los tres bollos iguales. ; . Por cierto que, en ese chocolate torrentino, aprecia- mos un dfa desde nuestro encierro los primeros progre- sos de colectivismo o de cooperativismo de la Valencia roja. La envoltura de las barras, en la cual estaba impreso antes el nombre y apellidos de un respetable fabricante, sufrié una trascendental modificacién; des aparecié todo rastro de aquél y se sustituyé por esta leyenda: «Cooperativa de Fabricantes de Chocolate de Torrente; y a un lado y otro estos anagramas: C.N.T, y A. 1. T., 0 sea: Confederaci6a Nacional del Trabajo y Asociacién Internacional de Trabaja- — wa SALVADOR FERRANDIS LUNA dores. Un poco mis, y la Sociedad de Naciones pone también su garantia sobre el modesto y rudimentario Producto torrentino. éResultado de tal elevacién de categoria? Las ba- Tras de aquel chocolate habian adelgazado considera- blemente, acercdndose al grueso de un lapiz, y en la Composicién Férmula aprobada, etc.», la modesta Proporcién de arena que sospechamog contiene siem- Pre este producto, aumenté en tales proporciones, que al comerlo crujfan log dientes como si se tratase de una almeja tecién sacada del fondo de una playa. Pero, a la vista, el espejeo de log cristales de Ja arena sustitufa aj del azticar, ; Si estas transformaciones técnicas se han genera- lizado en la Valencia toja, nos esperan, a nuesito Tegreso, grandes sorpresas, , LA LECCION DE SAN MARTIN A pesar de] inicuo e infame incendio de la iglesia de San Martin, alli, en Ja hornacina de la fachada principal, queda la ecuestre escultura del Santo cor- tando su capa para que se abrigue el pobre que le ex- hibe su indigencia. Con su espadita caritativa, el no- ble obispo de Tours, montado en su redondo caballi- to, ha presenciado. el marchar tumultuoso de los gru- Pos incendiarios, el desfile de los internacionales y también de los nacionales con log brazog en alto y los pufios amenazadores, Todo lo ha visto el santo caba- lista desde su palco, y todo nos lo contaré cuando Volvamog a Valencia, verfdicamente, sin falseamien- tos, Le preguntaremos por todo, por sus inquietudes, Por los peligros que ha corrido, por sus temores en los dfag terribles, incendiarios y destructores, iCudntas cosas podré contarnos el Santo cuando de nuevo nog enfrentemos con él y Je interroguemos hu- mildemente, devotamente, Pero una pregunta se precipitard sobre todas: San Martin, noble y caritativo, ga cudntos de esos que Pregonan su amor a] pobre para justificar su explota~ cién, has visto que imitasen ta famoso gesto y que cortasen su capa o su abrigo para cubrir al necesi- - tado? Veremos Io que nos contesta e] Santo, supervivien- te de log feroces vandalismos que Valencia ha sufrido, GORRAS Y GORROS _ Los Tojos de Valencia tocan o encubren su cabeza Con varias clases de gorras: lag Iamadag Lenin y las denominadag Durruti, entre otras, En un principio, estas gorras vinieron de Rusia en Un cargamento heterogéneo, con otros miles de ob- jetes y mercancias, No tan inofensivos, Pero pronto la industriosidad de nuestros paisanog imité la con- feccién, y comenzaron a producirse m4s y mds gorras ¥ Gores, pata que haya de los dog géneros: femenino ¥ masculino, ; Las Lenin son con visera, azules, aque] modelo on el que tantas veces vimos retratado al creador de la Rusia soviética, cubriendo su calva enorme ef un jardin moscovita, dialogando con su Taujer, con apariencias de placidez burguesa, Los rojos valencia- Nos decoran esta gorra con Un cordén sedoso que co- tre sobre la visera, Y su color es rojo, blanco o los aos en nope nea, trenzados, segiin, su duetio perte- al partido sociali i jue vara ‘alista, al comunista 0 a las ju: nee gorro Durruti eg tedondo, con solapas supet- pues as y de patio Caqui; quien lo usa toma un aspec- om duro Y belicoso que con Ja gorra Lenin. Vino jombre a este gotro de su creador, Durruti, el — 30 — ta VALENCIA ROgA «ganster» de Chicago y asesino del arzobispo Solde- vila. Es el preferido de la Columna de Hierro y de los hombres del frente, También Iegaron a Valencia log tipicos gorros si- berianos, el «kaftén», hecho de picles de Arkangel, Astrakin o Alaska, e igualmente se imitaron en nues- tra ciudad con las de conejo de corral. Pero tenfan el inconveniente de que eran muy calurosas, y en los dias calientes de octubre, y aun luego, entrado el in- vierno, los portadores de uno de estos gorros coneje- tos sudaban abundantes gotas por las calles soleadas de Valencia. No obstante, estos gorros han tenido mucha acep- tacién, y por eso, al pregunta una vez si habfa solda- dos rusos en, Valencia, alguien respondi6: —Muchos, y ademds han aprendido e] valenciano. eK Los fabricantes valencianos estén haciendo su agosto confeccionando gorras y gotros; atienden pe- didos enormes procedentes de Catalufia, del frente aragonés, de Madrid. Hay un taller que fabrica mul unidades cada dfa, con un beneficio formidable, del cual tendrd su perceptor que darnos cuenta algun dia. A veces, en estos talleres entra una de nuestras vic~ timas perseguida por los rojos; tiene Ja ilusién, un Poco ingenua, de que disfrazando su cabeza de so- cialista, de Lenin o de «ganster durrutiano, no ser& Teconocido, Se prueba uma gotta de aquellas, luego cira, después un gorro; se mira en el espejo, para —3— SALVADOR FERRANDIS LUNA finalmente renunciar a aquella farsa proyectada, que le parece humillante. Y, decidido, resuelto y firme, vuelve a la calle como entré, afrontando la persecucién; si acaso, como una transaccién, ladea sobre su oreja derecha la go: rita que levaba, adoptando un gesto picaro, de pi- ete. — 32— t 11ESA PELUCA! E] hecho de que una sefiora, por su desgracia, ne- cesite llevar peluca porque perdié su cabello, era un motivo de persecucién, confundiéndola con una monja, Como ovejas a quienes ha sorprendido en el cam- Po una terrible tormenta, las religiosas correteaban Por la ciudad con su andar inconfundible, con sus ademanes propios, imposibles de disimular, con sus ojos hundidos, aterrados, de apagado mirar. El pro- blema dificil era disfrazar Ia cabeza, con su pelito corto, de hombre, De aqui el uso frecuente de pelu- cas,+y también lag confusiones de los milicianos que se dedicaban como indios del Amazonas a la caza de lag fingidas cabellerag de lag religiosas. A una sefiora francesa, vieja profesora e institutriz, le descubrieron su pobre y triste peluca y se Ja arran- caron de la cabeza, con un manotazo. —Una monja—decfa un mozalbete ostentando or- gulloso aquel postizo trofeo en el cafién de] fusil. La infeliz francesa daba gritos protestando del atropello y reclamando su peluca; con las manos se cubrfa la cabeza monda y calva, con un gesto de pu- or y vergiienza. PANCHO VILLA También en Valencia tuvimogs una reproduccién indigena del héroe mejicano, Era un huertano gtan- de, musculoso, ventrudo, cara tostada, rojiza, de at- eilla de acequia, Cubrfa su cabeza con un sombrero mejicano, an- cho de alas, con adornos rojos, sacado seguramente de una guardarropfa de teatro, Nuestro Pancho Vi- lla dirigfa una banda que actuaba en el frente de Te- tuel; se contaban grandes heroicidades de nuestro personaje, Cuando visitaba Ja ciudad, en sus descan- Sos,-se paseaba en un auto, que ocupaba casi por com- pleto con su considerable humanidad; paraba el co- che frente a un bar; sus amigos penosamente le ayu- daban a descender: sus admiradores le rodeaban, Y todos juntos devoraban aceitunas y latas entoras de anchoas, con abundante riego de corveza, Nuestro héroe cantaba log misteriosos procedimien- tos que los facciosos tenfan para defender Teruel. Trataba con ello de justificar Ja ineficacia de Jos ata- ques rojos. —iOh! Aquellos malditos fascistag tienen enterra~ trados unos cafiones fantisticos que cada vez estan en un sitio y no hay manera de descubrirlos, ;Granu- jas! Y sus aviones tiran unas bombas, jchél, grandes como hombres. Pero no les valdré de nada. E] domin- Bo que viene, caer4 Teruel, Y muestro héroe, luego de gu profecfa, se limpiaba — 34 — VALENCIA ROgA&A J; bocaza, mojada de cerveza, con el dorso de una mano, mientras con la otra se acariciaba el barrigén. Sé ladeaba el chambergo mejicano y con un caverno- so «Salud se despedia de la concurrencia, repitien- do en la puerta: —El domingo caer4 Teruel, *E Quien cayé fué nuestro hombre; un balazo «faccio- son le agujereé la barriga, Se celebré su entierro so- lemnemente; estrellas y tringulos grandes de dalias Tojas precedfan el féretro enorme, rojo todo él tam- bién; milicianas con ajustados pantalones, lorosas Por la muerte de} héroe, le acompafiaban en el ulti- mo viaje. Detrés, mucha gente y una banda de mé- sica tocando la marcha fiinebre de Chopin, en lugar de «La Cucarachan, como correspondia al mejicano Teproducido. Pasé el tiempo, Teruel no cafa, como deseaban ca-_ da dfa los xojos valencianos, ;Qué vergiienzal Un Pueblo tan pobre como aquél resistfa los embates de toda una Valencia, tan fuerte y rica. En las plazas, en las peluquerfas, en todos los si- tios, la impaciencia de Jos rojos aumentaba, Aquel domingo, plazo ultimo que el mejicano de Ja Huerta did, la ciudad de los Amantes no se rindié. Se dieron otras fechas que, jay!, tampoco se cumplieron, ;Aque- los demonios de «churros»! Los comentaristas, a veces, exclamaban entriste- cidos: —Si Pancho Villa no hubiera muerto, Teruel ya hubiese cafdo. — 35 — BORSALINO En Ja Valencia roja, cubrirse la cabeza con un . sombrero de fieltro, era un delito evidente de dés- afeccién al régimen. Un ensombrerado era, sin ‘duda, para los milicianos, un fascista. Aunque se tratase de un modestisimo sombrerete de pelo de conejo. Por eso el uso de Ja gorra se hizo-\general .y“ab- soluto en las calles; quien podfa, la compraba en la Henda, nuevecita, y salfa a la calle con una tranqui- Uidad que antes le faltaba, Se Iadeaba un poco a la derecha, a lo pillete, y se mejoraba atin la posicién personal echando todo el vuelo de la gorra hacia la nuca y exhibiendo por delante e] sujetador de la vi- Sera como una insignia, Se completaba la figura hun- diendo la mano derecha en el bolsillo del pantalén de ese lado e inclinando fuertemente el cuerpo hacia © musmno costado, al tiempo que se andaba, Si se acertaba @ rodear el cuello con un pafiuelo blanco de seda, la caracterizacién era perfecta, El catedratico, el abogado o el ingeniero, quedaban Convertidos aparentemente en chulillos de callején © €n miembros respetables de la B. A. I, RK Pero hubo aleui sons ‘gwen que, por audacia o por incons- clencia, entré ¢ BP n Una sombrererfa de Ja calle de San Fernando, y luego d e d sombrero!! 80 de una lenta prueba, adquirié |jun —%— VA‘L EN CIA Roja El vendedor Je sirvié asombrado, :Quién seria aquel personaje? Algin ministro, sin duda. Emocio- nado el sombrerero, envolvié en una funda de fino Papel el ficltro gris clegante, elegido por aquel ex- traordinario comprador, y le acompafié hasta la puer- ta de la tienda, dedicdndole dos 0 tres jsalud!, por si se trataba de un espia o de un enviadizo. Pero he aqui que, al llegar nuestro comprador a Ja acera, un grupo de milicianos se fija en él y descu- bre el sombrero que enfundado Mevaba nuestro hom- bre pendiente de una mano. —iUn fascistal—grita uno del grupo. —jSe ha comprado un sombrero!|—decla otro, como si se-tratase de una ametralladora. Y uno de ellos se atrojé sobre el adquiriente de la inofensiva prenda, se la arrancé de la mano y, atro- jandola al suelo, Ja pisoted furiosamente, Uno tras ‘ctra, todos los milicianos pusieron sus pies sobre el Pobre sombrero, que ya se descubria por su envoltu- Ta rota y maltrecha. Finalmente, un miliciano encendié su mechero ¢ hizo una pequefia «fallan con aquello que minutos antes era un fino chambergo. —Y ahora, vdyase de aqui, «fon fascista—dijeron al desposefdo, Nuestro hombre, inconsciente o audaz, explicaba a la gente que le miraba con listima. —Cuatro duros he pagado. {Un borsalino que eral ~37— CONTRASTES . Los produce la alegria del cielo, el bullicio de la calle, la griterfa popular, el manubrio resucitado, que alterna «La Internacional» con «Marfa de la O». Se producen en Valencia los contrastes de todo esto con el dramatismo intenso que existe en la ciudad y del cual son victimas’ silenciosamente lag personas mAs henradas, . : Todos los dias, a todas Jas horas, se puede ver este espectéculo: En el portal de una casa hay un hombre; en su cara, de obligada palidez, se adiving e] drama, intenso; le acompafian dos, tres forajidos con atuendo revolucionario, que no le conocfan, que no le odia- ban, Pero que ahora van a ser sug verdugos porque el Comité este 0 el otro asi lo ordena. Log sicarios son cn frecuencia, 0 catalanes que le registran Ja «hermi- », andaluces que le cecean unas injurias, La vic- ma palidece més al advertir un pequefio auto que “spore frente al portal; Ig mAquina es pequefia, de chaitin, vivos, coqueta, construfda en tierras muy estos wn Para usos frivolos, alegres, munca pata Nes ie pala barbara, roja, empleos homicidas. y de oven pobre Wictima, antes de cruzar Ja acer declde are el pie hacia el estribo, vacila, pero s¢ rgicamente, sabedor de que traspone el Sran vado, probablemente, que le separa de la muet- — 38 — vVALEN G IA Roj 4 te. Mira a su alrededor; la calle est& alegre: el mar nubrio, en Ja esquina, entona unas notas jacarando- sas; en un baleén lucen prillantes los tonos ViVos de un geranio; los vendedores ambulantes gritan sus mercancias. La gente va y viene por la acera Y advierte e] dra- ma de aquel martir que sube 2 Un coche que Je lleva a lo desconocido. —Le van a «picaty—dice un transetinte, , Lo dice sin compasién, indiferente, como quien presencia un hecho trivial. . | El transetinte cruza la calle y entra en una confite- sia; nego de un momento, sale con un paquete de pasteles. No se acuerda ya de lo que vid. El coche partié. Corre ya POF los extramuros de Ja cindad, Nevando come gloriosa presa a UD es- pfritu... . STRAUSS EN LA F, A, I. La misica més desagradable ofda en Valencia lo fué por un amigo nuestro, detenido por la F, A. I. y llevado a un cfreulo, retén y prisién de aquellas tres letras. Era en una coqueta calle de la ciudad nueva, en la casa asaltada de un conocido industrial. Portal am- plio, con grandes espejos, que han reflejado la tortu- ra de miles de victimas, Escalera, sefjorial, de blanco mérmol, Con esculturas de bronce y ricas farolas. Arriba, un salén de puro gusto francés, muy «rococé», con rettatos familiares de buena pintura, ovalados. Distribuidos en desorden, sillas, sillones y el sofé, todo de un buen estilo Luis XV; tapicerfa elégante, talla dorada, y fina Tejilla, En el teého, una hermosa lampara de cristal veneciano, toda ella alumbrada ¥ también los apliques de las paredes sobte fondo de seda azul, finfsimo, encuadrado por Ifneas de oro. Todos log balcones de la casa estaban abiertos en aquella hora de la noche en .que nuestro amigo fué invitado a visitarla, En Ja calle, varios coches trafan y levaban mag convidados, ¢Quién no dirfa que es- taban de gran fiesta en : ¢ la casa del conocido indus- trial? Fiesta habfa, cic rtamente; pero Ja organiza~ cién era de cuenta dela F. Ay > ~ 4 El salén estaba animado por las tertulias de mili- ‘anos que alli, sobre el sofa, recontaban una y otta —~ 40 _ ‘ ! VALENCIA ROJA -vez unas cajas de municiones, volcando los proyecti- les cuando no les salfa la cuenta justa. —Aqui faltan cinco: balas—decfa uno. Pero nadie escuchaba al reclamante. Todos esta- ban ocupadogs en algo, Sobre una mesa de pies cur- -vados, unos mozos, dos, se dedicaban a desmontar joyas robadas, separando el oro de la pedreria. —«jChé, quin cudol!»—dijo uno, ensefiando a los ‘dem4s un magnifico brillante. Otro Hegé reclamando a gritos un piso para su no- via. Le atendié un miliciano jorobado, {nfimo de ta- lla, alterada por enorme jiba. —No grites tanto; te daré’el piso, y con muebles de lujo y todo. . El solicitante desaparecié por una puerta que abria a otra estancia, Un espejo grande repitié su figura al- otanera, El jorobado le siguié, y también el espejo co- pis su horrible cuerpo. _ ; Mientras esto ocurrfa, nuestro amigo esperaba con la ‘hatural inquietud el resultado de aquella visita a ~ que se le habfa forzado, En él fondo de Ja casa discu- tan a gritos la suerte de aquel visitante, Funciona- * Fon log teléfonos. ~—A Paterna—era un grito. —Al Comité de Godella—decfa otro. —Al Comisariado de Justicia—un tercero. ~—Al Tribunal Popular—dijo otro; y asf se acordé. Los gritos de logs deliberantes fueron ahogados por “una miisica dulce y cadenciosa, Era el piano de ja ". casa, Estaba junto al salén, y lo tocaba aquel mili- —-4A SALVADOR FERRANDIS LUNA ciano que a grandes voces y con autoridad habfa re- clamado un piso para su novia, El piano era magni- fico y Ja ejecucién impecable. é«La Internaciénaln? No. «La Guardia rojan? Tampoco, :«Los Hijos del Pueblon? Menos. iiMEl Danubio Azul»!!! iManes de Straus!: dulces praderag de Hungria; aguas mansas, encintadag de verdura; violines ro- miénticos; trenzas rubias de Marta Eggert, campesi- na bella, en los «films» tiernos y mimosos, No habfa duda, aquello era una fiesta. En laF. A. I. estaban contentos, Pero nuestro amigo, que ya antes de esto tenfa al- guna prevencién a las notas pegajosas y dulzonas del «Danubio Azul», ahora, cuando las oye, sale gti- tando: —iCambiad de rio, por favorl — 2 ~ UNA CENA CARA Quien en tiempos felices y de holgura se hubiese gastado treinta. duros en una cena para una sola persona, hubiese sido calificado como un despilfarra- dor digno de censura. Con treinta duros se pueden hacer muchas cosas, éno?, y hasta se puede comprar un iraje de verano que acredite de elegante a quien lo vista. Y en una cena, con ciento cincuenta pésetas, en um lujoso y vistoso restaurant de] mag alto burguesismo, se pue- den comer, beber y fumar las més ricas cosas del mundo, ; Si intent4ramos un recuerdo de otros tiempos yr jayl, de otros Ingares, podrfamos organizar un mee de caviar fresco, crema Saint-Germain, langosta é . americana, pulardas de Mons, ternera gran " teaubriand, dulces, fresas de bosque, moka imperial Y buenog Hquidos de viejos Burdeos y ane Champagne y Chartreux, terminado todo p aromdtico Hoyo de Monterrey. Y tal vez, casi seguro, no habriamos agotado los treinta duros, . Que a qué viene esta evocacién de los ae de la mesa? Pueg sirve pata recordar nada ae S Ke esto: la cena que le sirvieron @ nuestro ma a un restaurant de Valencia que él hasta enton conocia, — 4— SALVADOR FERRANDIS LUNA Nuestro amigo recordaba bien el comedor del Ideal Room, el de Vodka, el de las Arenas, los de todos los buenos hoteles y hasta los de lugares mds’ modes- tos, Lo que ignoraba es que en el Palacio de Justi- cia, en la mole presidida por la estatua que Vergara hizo de Carlos III, en el edificio curial y solemne, se cobijase un restaurant Pata las personas que, perse- guidas por los Tojos valencianos, daban con sug hue- Sos en el histérico y antes justiciero edificio. Heo Pues si, sefior; érase una noche de noviembre del pasado afio, cuando nuestro hombre, luego de visitar el domicilio de Juventudes Libertarias, instalado en un lujoso piso de la calle del Grabador Esteve, visita que ya hemos descrito, fué conducido al monumento carlino de la Glorieta, cuy, : ‘0 piso ultimo ocupaba el Tribunal Popular y la Delegacién de Justicia. Eran las habitaciones del Presidente de la Audien- cia, y en un salén de clas quedaba atin, como res- tos del antiguo mobiliario, un verguefio con incrus- taciones marfilefias y figuritas de bronce; acompa- fiaban a este mueble en su triste soledad, una cémo- da butaca y una mesita de junco que desentonaba visiblemente en aquella estancia. Alli suftié nuestro amigo un humillante cacheo, al que otros ya habfan Precedido, y allf, sobre la vera- mega mesa de junco, Teposaba la cartera del deteni- do, que se le habia encontrado en la chaqueta. El hombre que recibié a nuestro amigo en aque- — 44 vAL EN CIA ROTA lla oficina de la justicia roja, daba paseos y vueltas alrededor de la mesa, y mas precisamente de Ja carte~ ra, que era objeto de Jas mas tiernas miradas, iAdmirarfa la decoracién arabesca de aquella car- tera, adquirida por nuestro amigo en una tienda mora ~ de Ia blanca Tetuén? ;O seria el contenido, ignora- do para aquel hombre, lo que le inquietaba en sus revueltas alrededor de la mesa de junco? Por fin, el hombre se atrevid; se acercé a la mesa, tomé en sus manos la cartera, miré Jos arabescos con detencién, le dié una vuelta y pregunté: —~Llevas dinero? _ ; —Un poco—contesté nuestro amigo. , ‘Una sonrisa leve aparecié en Ja cara del rojo; a la rectificé répidamente, y muy seriamente sacé de cartera todo su contenido codiciado: un billete * cien pesetas y otro de cincuenta, Dejé otra ver . cartera sobre le, mesa, y, acentuando la gravedad el rostro, dijo a nuestro amigo con voz solemne: ; —Aqui, en cuestiones de dinero, somos muy es: crupulosos. ; Dobis los billetes y, siempre con gran seriedad, se los guardé en un bolsillo del pantalén. sacs em Es natural que nuestro amigo se pregum ase ot qué consistfan Jos escripulos de aquella gente y “ era la légica de aquel hombre. eConsistiré 8 bo Pulo en no comerse los billetes, o en evitar ; de ellos por otras personas? [Misterio! nie a Lo cierto es que aquel hombre, que al 76 nuesito amigo en aquella cfrcel-salén, habla, estado — 45 — pero SALVADOR FERRANDIS LUNA muy duro y severo, suavizé sus maneras y hasta le invité a que se sentase en la antigua butaca presi- dencial. -—Ahora cenarés aqui y dormirds, y mafiana, de dia, ya dirén lo que sea. |Pepical, trae una cena para este hombre, Poco después Ilegé una moza robusta y guapetd- na y sirvid a nuestro amigo un plato de lentejas, que No probd. Siguié otro de buena ternera con patatas, que comié el detenido, terminando Ia cena con unas uvas de moscatel y un vaso de vino. Por los pasillos se oyé a Pepica, que contaba a unos muilicianos: —iHay que ver! {Dice que no le gustan las lentejas! Cuando, terminada Ja cena, nuestro amigo, senta- do en la butaca, fumaba un pitillo, Uegaron unos mozalbetes con sendas pistolas; le invitaron con gest canalla—hecho con chasquidos de lengua y guifios de ojo—a que les siguiese; le acosaron con las armas, que golpearon su espalda, Je amarraron las mufie- cas con finas y brillantes esposas y, finalmente, le hicieron subir a un auto con otra victima, El «paseo» que nuestro amigo sufrié no tuvo la- mentables consecuencias, como fué de temer por las Pteparaciones. Una hora después ya estaba en uD celda de la Cércel Modelo, en aquella hora avanze- da de Ja noche; reconocié Ja habitacién con una ce- villa; luego se eché sobre el camastro de hierro que después, durante tanto tiempo, habfa de ser su cama. iQué ansiedad, qué confusién Menaban el espiritu — 44 — yALEN GC IA ROgjA del prisionero! ¢Estaba salvado? Lo matarfan ane lla misma noche? Parece que no; parece q ° * 2Cémo dormir? Seria mejor estar despierto, p' a acaso? Fumarfa, ya que todavia le quedaban cet itillos. ° Ast una hora y otra y otfa, hasta el 1d to; hasta. que Uegé Ja luz del nuevo dia, y con suefio, ‘ones, Pero hay que contar también que, en ocasiones, nuestro preso recordaba la cena en el Palacio de Jus- ficia con la cual ge inicié la noche, como tempor @ vidaba log treinta duros que le cost6, Y hasta ae con un humor sorprendente, como s° pot om an nominar aquellas comidas, Por fin dié con bre; se podrfan Mamar: cenas Brente Popular. —4a— ENTRADAS EN LA CARCEL En la Cércel Modelo de Valencia—y el caso puede extenderse a todas las prisiones rojas—se entra bien © se entra mal, y también se sale mal o se sale bien. Aclaremos, |” Una noche llega a lag puertas de la cércel up co- che; viene ocupado por uno o dos detenidos; le acom- pafian sus apresadores con pistolas en la mano, armas. a veces atin calientes de algtin asesinato, El auto s¢ ha lenado, y aun rellenado, de estos monsiruos, y si faltaban Pecos, atin ocupan otro coche de «control», Palabra que es muletilla aplicada en la Espatia roja a tantos usos y objetos, —A ver, que venga el coche-control—dicen 10s. mozos malcarados, patilludos y decorados de rojas estrellas, que dirigen la expedicién, El cortejo se forma, E] coche de los detenidos va delante abriendo marcha; dentro van Jas victimas, caras nobles y limpias, sujetas las maufiecas por unas. esposas crueles, que antes eran infamante instrumento y ahora se honran, COR sus apresamientos, Los dos coches, cerca uno del otro, desembocan en Ja red de caminog suburbanos, camino de TrAnsitos, Cilla del Rio, carreteras de Litia, o de Sagunto, 0 4 Cuarte. Se cruza, un Primer pueblo, silencioso, mudo en las horas de la noche, Oscuridad; sélo unos pul- tos brillan a ras de tierra en las callejas rurales: ojos ~ 4 —~ vaALENGI4 ROTA de gato que escapa asustado 0 presagiador como en cuento de Poe. . . n eneeo de] primero, un segundo pueblo buerlanos los focos de los coches blanquean con su we °s a ros enjalbegados de las casas, veces, del anto clenen sin vacilar os carriles de un tranvia © brincan en un paso a nivel. Otro “pueblo, te camino, En el coche detantero las victimas piden a lo Alto una abreviacién de esta tortura, de este «paseon} la oracién *ncontent ine el espfritu es ya movimiento agitado de log Jal ies lag manos, sujetag y esposadas, se oprimen en nerv a sas contracciones digitales. Media hora mds de car Nos y de cruzar pueblos dormidos, y el epi, oe vidado ya de todo lo humano, sereno y “ “ : llegado el momento de su liberacién; pronto ~ enigma, se ventilard; se abrir una puerta, sum i te irrevelado, el gran encuentro con Dios. Rel gjosida’ © curiosidad desembocan como una flecha que asci de libre... . Y, de repente, nuestras victimas ven él odio wie Ja cdrcel, agujereado por mil ventanas, jQue alegre la vista de la cdrcel! eQuiere esto decir que - ae te se aleja? Tal vez. Los detenidos dese m aa Coche, ayudados, porque Jas esposas de ‘ ° mo No consienten el uso de las manos para Sallr do del auto. . . Umbrales de Ja cércel. El rastrillo, Primer flo de Ja prisién; bévedas altas; Ja primera reja, tos one Tos hierros, el primer ruido de cetrojos, el Pp! — 49 — ‘ SALVADOR FERRANDIS LUNA manojo de Iaves, todo lo que luego nos seré tan co- nocido, hiere nuestros sentidos sin temor alguno, co- mo un previsto cumplimiento de nuestros deberes, de nuestro pequefio sacrificio por nuestra Patria, por nuestro Dios, . El ingreso en Ja cércel, que parecia una soluciéa luego de] torturador «paseo», se convierte de nuevo ‘en un terrible interrogante; se forma un cortillo de milicianos que cuchichean mirando de soslayo a los detenidos; uno de aquéllos, de mirada torva, guifia un ojo canallescamente a st compafiero, que se pal- pa el pistolén pendiente de la cintura. Los detenidos, dos, cruzan unas palabras entre sf; muy bajo se dicen: —iNos mataran? —Creo-que sf; pero tal vez... La escena inquietante la corta cl oficial de guardia, preguntando entre aburrido y malhumorado: —A éstos los registro, «o quén? Uno, dos, tres, cuatro segundos. zCémo se resol- vera la duda de aquel «o quén? Otro segundo, otro, otto, y luego: Si, puedes registrarlos—dice ol miliciano de /4 tmirada torva. Su compatiero retira la mano de 1 pistola y, rascdndose la cabeza por bajo la gorra Le nin, se retira, desilusionado, El oficial de la cércel inscribe en el libro-regi ‘tro los nombres de los detenidos. Estos han entrado bien en Ja cércel, 3 — 50 — VALENCIA Roja Otras victimas no tienen esta suerte, Luego de en- trar en la cArcel, reunidos con otros vuelven a salir para ser sacrificados en Paterna, o en algin camino si los sicariog tienen prisa porque otros «trabajos» les esperan, o porque han de ir al «anusic-hall» ca~ naila de la calle de las Barcas. . Se entra bien o se entra mal en Ja cdrcel de Va- lencia, QUE SE SEPA En la Cércel Modelo de Valencia hay un excelente Cocinero; no Ie Conocemos personalmente, pero cuan- do volvamos a nuestra ciudad Je invitaremos para que nos confeccione una paella con buenas carnes de Pollo, con mariscos frescos Y con caracoles de la sierra, Ese cocinero, con unas inverosimiles piltrafag de carne y unas longanizag de sebo, elaboraba unas pae- Tas monumentales por su tamafio y excelentes por lu condimentacién del arroz, Los dfas en que este Plato forma, ej rancho, por Jas galerias celulareg ¥ Por los patios rebota esta pala- bra, alegremente: —tPaellal (Paella sPaellal — ae an CONSOLACION En la cdrcel de Valencia hay una pequeiia, biblio- teca formada por donaciones, especialmente _Proce- dentes de editoriales catélicas. Libros de viajes, de Verne, de Salgari, wna excursién por Italia y Suiza de Federico Santander, libros blancos en cuyas p4- ginas lectores delincuentes han estampado sores tiempos obscenidades o comentarios, Asi, el « ate y el «Sevilla» y otros ilustres carteristas han acl ° unas palabras y un poco de suciedad también. ee hay un libro limpio todavia, que se Mama Wiel » y verdugos (Escenas de la Revolucién ances - » editado por el Apostolado de la Prensa. Novela . tracatélica, monarquista, muy triste y sentimental; . la historia de un aristécrata francés y de so fei aa perseguidos, encarcelados por los hombres le _ volucién francesa. En cada pagina el autor ama cochinos y asesinos a los republicanos aatnalos = Parecidos a los de ahora; cada capitulo es un ~ at de escenas de crueldad, ocurridas ahora tambi a ; Ese libro eg solicitadisimo por los presos de lene cia, y un carcelero Jo trae y Jo. lleva de una cola a otra, sin darse cuenta nunca de su contenido ant ‘ volucionario «enragé», El, con su gran cstrla ola en el pecho y su pistola al cinto, sirve diligen en te aquella novela, que para nuestros preioe om consuelo, porque el autor resuelve satisfactori — 53 — SALVADOR FERRANDIS LUNA todos los sufrimientos de Ja familia di seguida por log Tevolucionariog franceses. La con fianza en el poder de Dios es el camino de la salva- cién de aquellas pobres victimas, La novela termina con esta frase, estampada €n grandes caracteres; «La Providencia de Diog no abandona jamés a los que en ella. confian.» spersada y per- Un i Por la gran Peticién que de esta novela se hacfa por los Presos, pregunts a ung de ellos: De qué trata este libro? —~Pues ya lo ve usted—contest6 €l preso ensefidn- dole el subtituio (Escenas de la Revolucién france- sa)—. De la Revolucién,.., —Ah!—contesté el carcelero, tranquilizdndose. . oe “ NARANJAS jas de Muy pronto entraron en Ja cércel ‘fétaben aan la cosecha nueva. Era en noviembre. . i. cadas del Arbol hacfa muy pocas aor eno, coradas con sus hojas mmy verdes 7 des como nun- iQué alegria para la vista! Eran grandes, crométicas. ca vimos en nuestrag mesas, jugosas y color, que En la celda constitufan una nota alee « antipdtias. compensaba, como un alivio, one de aquella fru- Por 30 céntimos se compraba un ki i . a todas ho- ta hermosa, y nuestros presos las com! cuhille ni de ras, abundantemente; sin ayuda de Tejanos, (ay, instrumento alguno cortante, como en ies at » balan tiempos de la infancia; se mordisquea! ve cara y por con log dedos, y el gumo triunfaba por P log brazos jhasta los codos! (Qué Oey us tallos, Mabia un preso que con 'as nile bramante, for- ligindolos unos a ottos con un 0 del recluso maba dos o tres racimos, La cata veley horribles a iS les, se octttaba bajo la marafia ge nea vue 1e da- i inco: en tnica un deshacer, distraccién en su celda era anes gue nunca le pax cien veces, sus ramos de a ion . recfan bastante bellos y simétric . sotar wn Henze El gran Pinazo hubiese podido Pp titulado: «El oso y las naranjas». — 55 - LOS GATOS DE LA CARCEL En la Carcel Modelo de Valencia hay una gran abundancia de gatos. Estén gruesos, orondos y Co- tren pesadamente por las galerfas y patios, Los hay gtises, cérdenos, berrendos en negro y negros del todo. Una poblacién tan numerosa como la actual, ocho- cientos reclusos alrededor, produce, naturalmente, tal cantidad de desperdicios, que bien podrfan alimentar- se con ellos todos los felinos de la ciudad, Si en Espafia estuviesen bien organizadag las cAt- celes, cada preso podria cuidarse en su celda de la crianza de un gato, y si éstos eran de buena raza, per- sas o de Angola, Ja administracién penitenciaria po- drfa tener con ellos un saneado negocio, Lo cierto es que en la cdrcel de Valencia hay una gran abundancia de bien cebados gatos, que tal vez, ioh sospechal, son la reserva alimenticia de los rojos Para esta época de carestia, Pero en nuestros tiempos los gatos carcelarios es taban todavia alli, por las galerfas y los patios, ale- grando el cuadro triste con sus retozos y maullidos. En la alta noche, en los desvelos terribles de nues- trogs presos, temerosog siempre de un paso, de un ta- coneo que se iniciaba en una galerfa y que podfa de- tenerse ante nuestra celda, de un sonar de Haves que — §& — t VALENCIA Roja ‘estremece, joh, la compaiifa de Jos gatos con sus ae cas, sus peleas, sus maullidos retozones y amorosos Ellos, los felices y alegres felinos, no sabian lo que en la cdrcel ocurria en aquellas horas, que sélo a sus juegos se debfan reservar. Cuando el drama, la Muse: te, como-una intrusa de Maeterlinck, visitaba Ja car- cel, aprovechando la nocturnidad, los gatos cesaban en sus juegos y en sus carreras, tal vez porque $08 ojos penetrantes descubrian el alma de los asesino' ’ y sus negruras, Por esto la alegria de los gatos, su maullar apasio- nado en las horas nocturnas, sus juegos locos, cons- itui ranquilidad para nuestros press. eos te sstaban contentos? Si era asi, nuesttas victimas cerraban los ojos y Ylamaban al suefio, para anegarse en lo desconocido, reparador. ia oft {Nuestro homenaje pata eSos imalitos de a. e cel Modelo de Valencia! {Nuestro agradecimiento Nos acordaremos siempre de ellos. Y les premiare- mos a nuestro regres, [si viven! —_w- LA SIRENA EN LA CELDA A las nueve de Ja noche, y sin prérrogas ni dilacio- “nes, fueron apagadas todas las Juces de a cArcel; or- dinariamente el alumbrado se difiere hasta la media y aun, en ocasiones, hasta lag diez. Acostados en el camastro de hierro, torturador de nuestro cuerpo, todas las noches esper4bamos la ex- tincién de la bombilla que, fija en.el techo, alumbra Ja celda, Una vez més, pasamos revista a los descon- chados de log muros, a los dibujos grotescos que se producen en la pared enjalbegada al desprenderse placas de la cal, Este parece un grueso y panzudo hombre con una fenomenal chistera; aquél, un caba- No; esotro, una mariposa. Y por milésima vez leemos, sin desearlo, las tar- jetas que otros presos anteriores, antiguos y vulga- risimos ocupantes de la celda, han dejado escritas en Jas paredes: «Antonio Perig entré aqui el dia 8 de ene- *o Por un «anorrén de bisicletan, dice esta inscripcién, echando por delante el caricter involuntario de st culpa. «José Sevilla, 8-IV-1936», dice otra con una sequedad adusta que nog hace Pensar en graves res- Ponsabilidades. Una observacién: hay muchas ins- ctipciones haciendo constar la fecha de ingreso de os reclusos, y no hay una sola en la que figure el dia de Ja salida, que lega siempre inesperadamente y . Sin dejar tiempo ni ganas para escribir en las paredes. — 58 — we | | | VAL EN CIA ROgJjA&A Nosotros carecimos siempre de esta pequeiia con- cesién; no se permitié que tuviésemos un lapiz, y el «Faber» que Mevdbamos al ser detenidos, lo perdi- mos en el registro de ingreso que nos hicieron los off- ciales de la c4rcel. Al repasar nuestras ropas cay6 al suelo el ldpiz, y el funcionario se apoderé de é1 preci- pitadamente, alarmado por no haberse dado cuenta ~ antes de que éramos propietarios de tan terrible ins- trumento, ° . —Esté prohibido por el reglamento—nos dijo—. Cuando le den Ia libertad, podré reclamarlo. , Y se lo Uevé casi ceremonialmente a la Adminis- tracién, Por esto, y mas que por esto, porque siempre nos parecié una fea costumbre de algunas gentes, no pu- dimos escribir nada en las paredes, Solamente alguna vez necesitamos fijar una fecha o una cifra; no te niamos papel ni Mpiz, y nos concedimos este pequefio abuso de escribir en la pared de la celda con la punta de un clavo que pudimos arrancar de un muro. eK Mirabamos la luz y los desconchados y las escritu- tas de los muros, cuando aquélla se apagé temprane- Ta, al mismo tiempo que en la ciudad comenzaron a Sonar las sirenas, inquietas, incesantes. ; Parecian el quejido lastimero de unas fieras heri- das en un bosque préximo. —Uh, uh, uh, wh... uh... wh... , Dimos un salto, nog pusimos de pie; encendimos una cerilla y vimos la hora: eran lag nueve. El trozo SALVADOR FERRANDIS LUNA de cielo que encuadraba el ventanuco de la celda, es- taba blanco de Iuz lunar, Era el plenilunio de di- ciembre, Buscébamos y rebusc4bamos en el recuadro celeste que podfamogs ver, el motivo de la alarma, la amenaza que de aquel modo desesperado hacia rugir a las sirenas, y nada vefamos que justificage su deses- peracion, —Uh, wh, uh, uh... wh... wh... Encendimos otra cerilla y comprobamos la hora; habia pasado un cuarto, Nuestro corazén latia des- ordenadamente, Qué estarla ocurriendo en la ciu- dad, bafiada de plata, alumbrada rabiosamente por Ja luna? (Serfan nuestros aviones que por vez prime- ta visitaban la ciudad roja y ensangrentada? Ochocientos corazones encerrados en Jas celdas Palpitaban con una misma ansiedad: 2Qué estarfa ocurriendo en Valencia? Nunca como en aquella noche de gran luz en el cielo, se oscurecié tanto nuestro espfritu, y nunca ne- cesitamos tanto la libertad, Nos ahogaba la estrechez de la celda, nos oprimia Ja puerta dura y cruel. In- genuamente empujamos contra aquel muro de recia madera y de fuertes clavos que nos separaba del mun- do; nuestros pufios Jo golpeaban desesperadamente, intitilmente.., La fiera Seguia sin cesar: —Uh, th, uh, uh,,, uh... wh... Y cuando parecia extinguirse suavemente, insistla Con mds coraje: —Uh, uh, uh, uh... wh... uh... — 60 ~ ae VAaoLeEN CTA RoOgjaA 1Qué horrible inquietud! ;Qué habria ocurrrido en la ciudad? :Qué habria sucedido a los nuestros? éQué cara de espanto harian nuestros hijos, que en aquella hora ya estarfan durmiendo? ;Habrian sido despertados y trasladados a un sitio seguro, répida- mente, precipitadamente? gSe habrian salvado? Y maiiana, gqué ocurriré aqui en la cdrcel? Se produciran represalias, cuadros de horror, asesina- tos, como en otras cindades? ee {Qué ansiedad! Sin embargo, iqué silencio! Ni rui- do de motores, ni explosiones. Silencio en el cielo, ¢a- da vez mds brillante; silencio en Ja cércel. . Y las sirenas, sin cansancio, repetfan sus rugidos de fiera herida. Otra cerilla, y nueva consulta al reloj, Eran las nueve y media. . Nos ‘ranqnetizamos ahora efan serenas ae las que salfan de nuestro corazén y de maestros = bios, cdlidas preces pidiendo para que la Provi m cia guardase de dafio a los nuestros, para que an otros también nos cubriese con sa proteccién, ; Si la puerta carcelera no se abrié, en muestto oe piritu quedé abierta la esperanza en Dios, mente, . Y ast, cuando Ia sirena ces6 en, sus rugidos, vol- vimos a nuestro camastro y pronto nos entregamos al suefio. eR Al despertarnos Ja diana, reanudamos aura in quietud, y cuando el ranchero nos trajo la imitac! —ti— SALVADOR FERRANDIS LUNA de café que nos distribufa como desayuno, le inte- Trogamos rapidamente, —Fué una falsa alarma—nos dijo—; log aviones fascistas bombardearon el puerto de Alicante y se crey6 que venfan a Valencia, Eso fué todo, . iCémo latié nuestro corazén de alegria! Nada, no habfa ocurrido nada, Mis Pequeiiines estaban bien, seguramente. {Qué alegria! Si el ranchero no nos hubiese cerrado rdpidamente Ja puerta, le hubiésemos obsequiade con un abrazo. CARCELERAS En los dltimos tiempos se ha empleado una fér- mula, de procedencia nérdica, para fijar el espiritu de los hombres ante una contrariedad o en Ja reali- zacién de un esfuerzo; esta férmula se expresa asf: «Espiritu deportivo»; que, en esencia, no quiere decir otra cosa que fortaleza de alma, 4nimo seguro y firme, espolvoreado todo con un poco de humor, y sobre todo con una alegria que tanto se refiere al es- piritu como al cuerpo, que se cuidan, el primero, con el optimismo, y el segundo, con el aseo. Creemos asf interpretar en su interno sentido esa frase, que ciertamente no nos desagrada. EK No cabe duda de que en las cdrceles valencianas existfa ese espfritu que, saliendo del terreno de [os deportes, trata de convertir toda la vida humana en - un juego, en el que unas veces se gana y otras se Pierde, pero que siempre hay que realizar conservan- do el 4nimo y Ja nobleza. Y lo hemos visto con nuestros ojos; centenares y centenares de presos viven encerrados por los muros de la Cércel Modelo de Valencia con una sereni- ‘dad que ponfan a prueba diariamente los asesinatos frecuentes y el ambiente de terror que se colaba en la prisién como un frfo de muerte, — 63 — SALVADOR FERRANDIS LUNA Nuestros hombres paseaban por los patios soleados con el gesto gallardo y entero de quien, vencido ma- terialmente, tiene toda la superioridad moral sobre el esclavizador, Formando corrillos, se hablaba de la guerra y de lag operaciones con un optimismo sere- no, y de lag persecuciones de log rojos con una frfa indiferencia, como si no fuese de su interés, jEspfri- tu deportivo! En aquel patio, que tiene en el centro unos inci- pientes macizos de flores y una taza de cemento con un surtidor de agua y una palmera baja y ancha, se teunfan bastantes presos para comentar la noticia del dfa, el ingreso de una nueva victima o Ia salida, inquietante siempre, de otra, ~Salié Fulano, gsabéis? Creo que salié bien. (Querfan decir que no le asesinaron al libertarle.) —¥ Zutano? ~Anoche...—contestaba otro—cuando volvfa 4 Valencia. (Elisién de palabras con 1a que se aludfa a un crimen cometido con un preso.) (Quién dirfa que aquellos caballerog estaban en- carcelados? :Que muchos habfan perdido para siem- Ple a seres queridos o estaban amenazados de no verlos nunca ya? Animo sereno, magnifico, All, junto a la palmera de ramas amplias y caidas, cculténdonos con ellas de unos fotégrafos que desde las garitas de los muros querfan enfocar nuestro grupo para exhibirnos en los periédicos rojos, allf tavimos, al salir de la celda Iuego de una larga in- comunicacién, el placer de que nuestra palabra, tan- ~ 64 — VAL EN CTIA RoOgA to tiempo contenida, brincase y saltase en frases hu- manisimas, de cordialidad, de amistad caliente con aquellos hombres, conocidos unos y estimados, nue- vog otros para el afecto que nacfa fulminanie y ra- pido de nuestro corazén. ” jAmistades de cArcel, nuevas, generosas, que per- durarén siempre! jAmistades viejas, confirmadas ante el rancho co~ mtn, al compartir una celda y al repartirnos una in- quietud y un anhelo! eR No volveremos a ver a algunos de aquellos ami- g0s que en una tarde de diciembre nos abrazaron en el patio soleado, estruendoso con los gritos de los jugadores de pelota. Para siempre quedamos despe- didos del abogado Meléndez, cristianisimo, que con- levaba Ja prisién con humildad en el gesto y se renidad en la mirada tranquila; y del propietario progresivo, plantador de jardines frutales, organiza- dor de toda clase de actividades agricolas; y del co- merciante; y del pobre sacerdote que no conseguia, disimular su condicién, con su rastro de tonsura, con sus manos superpuestas beatamente. aR Cuando en Ia peluquerfa de Ja cércel, ante el es- pejo de marco dorado como de un salén antiguo, nos segaba un hébil barbero las batbas selvdticas creci- das en la incomunicacién, nos visitaton varios presos amigos y sug abrazos nos apretaban sobre el sillén de — 65 — 5 SALVADOR FERRANDIS LUNA rejilla—con brazos—en el cual reposibamos del mar- titio de la celda, disfrutando de esta nueva y asom- ‘brosa, comodidad. A cada abrazo que recibfamos, vel peluquero suspendia su tarea y elevaba en alto las tijeras con las que reducfa nuestra vellosidad fa- cial, como preparacién para el jabén y Ja navaja. Liquidada cada expansién cordial, el peluquero re- anudaba su corte afanoso, y en el espejo deslucido y manchado advertfamos gozosos log avances de su tarea, . Los clientes eran abundantes; dos peluqueros afei- taban rapidfsimos a los parroquianos que alli, en aquel lugar, sin guardias ni vigilantes, parectan ¢s- tar en la peluquerfa de un casino o de una ciudad tranquila. Pero... —tHas declarado ya?—preguntaba uno a otro. —Yo no, y no tengo muchas ganas, No me vaya @ oeurrir lo que a Fulano, :Sabes?, al dfa siguiente... Entonces nos d4bamog cuenta de on qué clase de Peluqueria estébamos. OR ‘Caballeros y damas de Espfian es ya la gran aso- tiacién de los que ahora han sufrido prisién por Dios ¥ Por la Patria. Seré el foco donde calentarémos auestro corazén en Jas brasas de Ja amistad de cArcel, Y juntos rezaremos por log que murieron, por los que Nos ganaron en sacrificio, Preferidos por el monstruo, més lo han de ser por nuestro corazén. — 66 — ‘EL ABOGADO-POETA Recuerdo emocionado, de alma agradecida, para el martir Zapater Esteve, el abogado-poeta, que en la C&rcel Modelo de Valencia ejercia, como un alivio de su prisién, un cargo, en Ja biblioteca, de adminis- trador de una coleccién de libros regalados en otros tiempos por las editoriales espafiolas. Libros blancos, de aventuras, viajes de Verne, exotismos de Salgari. Cuando Ilevaba pocos dias incomunicado en la celda, tu, Zapater Esteve, me enviaste unas pala- bras de consuelo. El conductor fué aquel ranchero grande y sanote que tomé este oficio en su juventud cuando terminé el servicio militar y decidié conti- nuar en é) toda su vida. —Un preso que dice fué amigo de su padre, me encarga le diga a usted que esté tranquilo: se lama Zapater.., Qué emocién la que aquellas palabras me produ- feron, con Ia evocacién de mi padre! (#1, su amor, se acercaban a mf; no habfa duda; mi padre me prote- gfa y su espfrity me envolvia, protector, amorosol Que estuviese tranquilo me ordenaba mi padre, y tt, Zapater Esteve, eras el vehfculo, la palabra conduc- tora de la voluntad paterna, tutelar... ; Otro dfa, mejor dicho una noche, yo me arrojé en el camastro sin cenar. Comenzaban a escasear los vi- — 67 — SALVADOR FERRANDIS LUNA veres en la ciudad, repleta ya de forasteros, refugia- dos de Madrid y de Andalucia; el rancho—cebolla y judias negras—no pude sustituirlo por comida algu- na de Ja cantina, ya agotada. Me resigné a no comer nada, cuando ti, Zapater Esteve, como si conocieses mi pequefio incidente, sélo de efectos morales, me enviaste un paquetito con suculentos fiambres y frias croquetas caseras, todo envuelto en papel limpio, blanquisimo, {Qué alegria! Y ej ranchero, al abrir la celda y arrojar a mis pies el envio, me repitié: —De parte de Zapater, el «amic de son paren... iMi padre, una vez més, ayudéndome, acompa- fidndome, velando por mil jY ti, Zapater Esteve, tantos afios olvidado por mf, extraviado en mi me- moria, desde los tiempos en que en «Lo Rat-Penat» organizibamos veladas literarias! Y una tercera vez, el abogado-poeta, siempre con Ja misma evocacién, rompié la incomunicacién cruel é inhumana, Un libro, infringiendo reglamentos, lle- g6 a mf; me lo enviaste desde aquella biblioteca car- celaria que servias facilitindote de este modo la vida en aquella prisién, Era un libro cristianfsimo, nove- ja de una familia aristocrética sufriendo los horro- tes de la Revolucién francesa y que se salva porque cree en Dios, «La Providencia divina no abandona jamds a los que en ella conffany (el libro termina con estas palabras). iQué hermoso envio me hiciste, consolador amigo, con estas maravillosas palabras! Yo fiaba fuertemen- — 68 — ay VALENCIA Roj 4 te en Dios y en su proteccién, pero ‘aquella frase final del libro me parecié Ilegaba desde muy lejos para consolar mis sentimientos, Lejanfg donde residen los espiritus protectores y cuyas voluntades mueven ma- terias y mundos, Zapater Esteve, proximo a mi, cum- plia Namadas y requerimientos del otro lado, remto- to; por eso sus generosidades y‘consuelos los envol- via siempre con la evocacién mds impresionante pa- Ta mi. RE Cuando el Tribunal Popular acordé levantarme la " incomunicacién, cuando al salir de la celda me en- contré abrazado por tantos amigos que dentro de la cdrcel segufan absortos el largo calendario de mi aisla- miento, lo primero que hice fué preguntar por ti, Za- pater Esteve; querfa estrecharte contra mf, coraz6n con corazén, para que nuestros espiritus, unidos y r4pidos como flechas, alcanzasen la inmensidad don- de residfa mi proteccién. Pregunté primero al ranchero, al buenazo reca~ dero, —Zapater salié hace ya bastantes dias—me con- test6—-. Pero en Ja cara de aquel hombre, tan bueno, No se manifesté alegria alguna; més bien sus ojos se velaban por una sombra, triste, Luego supe la trdgica verdad. Zapater habia sido libertado, sf; pero, como sucedfa’ con frecuencia, fué asesinado al salir de la c4rcel, cuando gozoso traspo- nfa Jas puertas que se abrieron hacia una falsa, li- bertad, — 6 — SALVADOR FERRANDIS LUNA iZapater, él amigo que tres veces me habfa servi- dé auxilios de misericordia, de dlimento y de espiri: tu, vehiculo de mi padre, caming de alivios y de consuelos, habia sido sacrificado cuando alcanzaba ansiosamente una liberacién traicioneral Mi corazén se incendid, atdiente, en una Wamarada dé dolor y de rabia, Mis brazos se cruzaron en un abtazo qué no oprimfa él cuerpo amigo de Zapater. Quem4banme los ojos, Por segunda vez, habfa, per- dido a mi padre, —70— aa SALIDAS DE LA CARCEL Lo hemos dicho ya, y lo explicaremog ahora. Se sale bien de la carcel, o se sale mal, La esperada palabra jlibertad! lega para nuestras. ' victimas a horas y en condiciones muy- distintas. Puede gcurrir a las doce de la mafiana o a las ocho de Ja noche, lo cual es bien distinto; puede la pala~ bra resonar por Jos patios como grito realmente liber- tador, y puede, por el contrario, arrastrarse cautelosa- Mente por las galerias envuelta con siniestras vela- duras, : Si la Hbertad llega en una hora brillante del dia, los compaiieros de cautiverio abrazan al libertado y le dicen con seguridad: «Tu sales bien.» : Nuestro preso ve por la reja de la celda un sol espléndido y un cielo muy azul, que pronto gozaré. lbremente. Corresponde con abrazos fuertes a los compafieros que alli quedan; reparte unas propinas a los mozos y rancheros; recoge sug ropas, sus pe~* quefias cosas de aseo y hace con todo, envolvién- dolo con una s4bana, un gran fardo, que carga a sus espaldas; le han sobrado. unas cajetillas de pi- tillos, unas golosinas y una buena cantidad de naran-. Jes, pequefia herencia que recoge amorosamente Ju- Ho Salinas para repartirla entre los presos mds nece- sitados, —t— “SALVADOR FERRANDIS LUNA jSalinas! Tu hijo si que fué bien libertado, tu hi- jo... Eran las tres de la mafiana cuando las fieras Jo arrancaron de tus brazos, en la celda donde juntos estabais encarcelados; lo libertaron para siempre, jtu hijo, de veintitrés afios, mozo viril, indomable, mar- ché a la muerte como un mértir romano, dejandote unas palabras de magistral serenidad! jSalinas! ;Qué felicidad recibir de ti un abrazo que antes se habla formado sobre el cuerpo heroico de tu hijo! KEE * En la puerta de la prisién, nuestros presos que «sa- len bien», respiran a todo pulmén el aire limpio y htimedo de la huerta, que triunfa en el paisaje con sus alfombras verdes y sus acequias de agua rojiza. - Grupos de mujeres esperan a esta hora de medio- dia; forman cola para que se reciban sus cestas de comidas, sus hatillos de ropas, los pitillos, para el marido, para el hermano, para el padre, que dentro de la cdrcel aguardan estos envios como un vehiculo de carifio y de amor, Docenas y docenas de mujeres que abren los ojos sobre la puerta carcelera esperando, jquién sabel, la libertad que tanto desean, ¥ salen, si, cinco, seis presos, Buscan y rebuscan con la mirada a los suyos, entre aquella masa de mu- jeres que les interrogan con ansiedad, - —éDe qué galeria sois? —De la primera—contesta un libertado. —Yo estaba en la tercera—dice otro. —-?R— ane VAL EN CIA ROgJjgA —Nosotros somos de la cuarta—contestan dos presos, Una jovencita, de aspecto sefioril, cierra sus ojos para contener unas lagrimas; se retira de los grupos cuando la puerta de Ja cdrcel se cierra, Su marido est4 en la segunda galeria, y'de ésta hoy no sale nin- gin preso. ER Y se «sale mal» de la cArcel con terrible frecuen- cia. Es en horas tardfas, al anochecer o en Plena noche; gpara qué describir estas salidas de mentida libertad? ; Hay quien sale sereno, sin que sus piernas tiem- blen, sin una vacilacién; offos, menos decididos, se refugian en un rincén de Ja celda, apretandose contra la pared fuertemente, arafiando con sus ufias la cal de los muros... ¢Para qué seguir? A esas horas de la noche, nuestros presos, desde sus celdas, oyen unos pequefios disparos, aislados, que legan de un rincén u otro de la huerta; y cada vez que esto ocurre, se oye también el ladrido de un Perro, como una protesta... —-B - CABALLEROS DEL MAR Felicisima para mf esta Navidad, a la que los ro- Jos denominaban Ja lamada» Navidad, que no les impedia, privilegiados, adquitir en el Mercado los llamados pavos.y los lamados capones, de innega- ble, tangible y comestible realidad. Mafianita de Navidad, tras la Nochebuena tras- currida peligrosamente, en refugio audaz—rinconcito en la boca del lobo mismo—; mafianita de- Navi- _ dad del desayuno nervioso en la cldsica chocolate- tla de la Cenia, Y¥ unas horas después, un golpe de pértiga, decisi- vo, que separa una lancha de la Escalera Real del puerto. Y gpor qué no confesarlo?, unas lagrimas de emo- ciért; una despedida para Ig ciudad, nuestra madre deshonrada; Para los muertos amigos, para los mar~ tires; un recuerdo intenso para aquellos mis hijos que Volvian a tener padre por milagrosa resurreccién. Una mano de amigo que estrecha las miag y, porque ¢s muy hombre, también Mora, Los dos, de espaldas a los muelles, donde quedan los rojos burlados, para Que no reconozcan emocién alguna, RE vio gris, pequefio, juguete de guerra, a un refugia- -“a- Caballeros del may que recogisteis en vuestto na- VAL EN CGIA ROgA do: ;Cémo agradeceros vuestra gentileza? Senté em vuestra tnesa y comi de vuestro pan y dormi en vues: tro lecho. Hospitalidad sin humillaciones, albergue de sefiores, trato noble de caballeros. Acogedora cor dialidad para quien sélo con palabras os podia corres- ponder, Cena de Navidad entre estos Caballeros. que navegan con la elegancia de quien pisa alfombras movedizas de agua con zapatos de charol, dignos ene- migos de Espafia en la Historia, luchadores con nues- tros marinos y parejos en la nobleza de los que, ven- cidos durante siglos, esperan la‘ Yamada nueva del destino. jNoche de Navidad en Ja que tomé parte en vues- tras invocaciones a Dios, en vuestros ritos ancestra- les, en vuestros juegos, en vuestras ingenuidades! Por vosotros, Caballeros del mar, Ja risa resucité en mi y mi corazén se lend de esperanzas, con olvi- do de la ciudad mala y de sus horrores. eK Una mafiana,: cuando Ja bruma se deshacfa fina- mente desoubriendo las rocosidades que abren ie dar- sena de Ja capital mallorquina, un Caballero del mar corrié para decirme: —AIK, all{ puede ver su bandera, allf. S{, sf, era ella, inconfundible. Ondeaba orgullosa “ sobre el castillo de Bellver, con sus dos colores, fuer- tes, sdlidos, eternos. ; Y en Ja cubierta del gran navio solemne, banaue simo, que entonces me cobijaba, cai de rodillas, = 75 SALVADOR FERRANDIS LUNA veneracién de aquella bandera, que ahora era mia, ademés, por derecho de dolor, Una oracién a Dios y un abrazo para aquel hombre cuya nobleza se ha- bia contagiado con mis emociones. Hk iCaballerog del mar! jAmigos o enemigos ante la Historia hecha ¥ ante la venidera! |Gracias! —7%~— }ROMA! Para un espafiol, la llegada a Roma siempre tiene énormes emociones y satisfacciones sin cuento, El ca- télico, el artista, el historiador, el arquedlogo, el sim- Ple curioso, corre por la Ciudad Eterna buscando el templo, el mdrmol, el monumento, el museo, anhe- lados toda la vida, y que de repente estin frente a nuestro viajero como una realizacién extrafia, alcan- Zada como por encanto. Columnata solemne del Vaticano, mdrmoles grises de seda, maravillosos, de San Pedro; «La Piedad» de Miguel Angel; Foro Romano; la Via Appia con sus atardeceres dorados, que tantos desfiles legionarios Presenciaron; templos y mds templos, los cristianos triunfantes incrustados sobre Ios vencidos del paga- nismo clasico; fontanas de abundante agua, docenas, que derraman el recuerdo de Jos urbanismos imperia- les y pontificios; obeliscos trafdos del Oriente, robus- tos, plantados en Ia ciudad para proclamar Ja victoria de la fe cristianas; estancias de los Borgias, nuestros Papas; columnas de Trajano, nuestro emperador; cuerpo de Loyola, nuestro santo; naranjo de Santo Domingo, nuestro fundador. Cipreses gigantes y ardientes de espfritu en Jas Termas de Diocleciano y en San Gregorio en Celius, encinas milenarias en Jas colinag empenachadas de —% SALVADOR FERRANDIS LUNA gloria, pinos urbanos, laureles imperiales del Palati- no, columnas enhiestas, perdurables o truncadas en vencimiento secular, piedras nobles. Y Wendndolo todo de sustancia, como una niebla de oro que prende y cubre la ciudad, el espiritu ce- sreo y el cristiano, enlazados aqui y alld, vencidos o vencedores, en puja secular, fraterna. César’ amado que vuelve en nuestfos dias con sus lictores y fascios legionarios, con sus vencidos etfo- pes, Cristo, que en la Via Appia detiene siempre al débil del espiritu que le pregunta: «Quo vadis?», y oye del maestro un divino deseo de ser nuevamente crucificado, para mds ejemplo de los hombres, César, Cristo. Una sola palabra: Roma. ke Asi era Ja ciudad madre, para nosotros, antes de que Espafia descubriese en su vientre log canceres horrorosos que la comfan, antes de que Ilegdsemos a Jas tierrag italianas en, busca de un refugio de pat escapados de la hoguera de nuestro Levante rojo, tinto de sangre, Italia fué, para nosotros, en esta visita obligada, todo un inmenso corazén acogedor y hermano, sin humillaciones, sin sentimentalismos de club trivial y -escéptico, Corazén caliente, que salfa a los ojos de to- dos los italianos al descubrir nuestra desgracia, Ellos sf que nos comprendfan y premiaban nuestra gallar- dfa al levantarnos contra comunes enemigos, podero- 50s y altivos, Nos premiaban con él abrazo, con él VALENCIA ROJdA consuelo, con el acuerdo de luchar juntos y siempre. Y¥ sobre todo, nos consolaban con la leccién, apren- dida alli, en Roma, en esa cdtedra abierta para los pueblos que no se resignan a Morir, pata las naciones que tienen fe y esperanza en sus destinos. Allf hemos aprendido que unos mérmoles viejos, que unas columnas rotas y unas tumbas vacias, son algo mds que unas «ruinasy para recreo del turista H- ero o para admiracién de poetas septentrionales. Que " aquello que parece muerto y fifo, puede transformar- se en algo vivo y caliente; que entre aquella inmensa escombrera milenaria habfa escondida una férmula politica més facil de comprender que un tratado de Derecho ptiblico o que un debate parlamentario. Alli hemos aprendido que la Historia no muere munca, que se venga de los olvidadizos y que en un momento se levanta erguida, solemne, para escribir mandatos de majestad. Y Ja historia de Roma se- pulta, juego de arquedlogos y de monografistas, se enderoza, y, por labios de un hombre excepcional, dicta: Imperio, Pero Ja leccién se completa lejos de los foros y de log mdrmoles romanos} sigue en los astilleros que lan- Zan al mar buques enormes que superan a los pala- cios de tierra firme; continta en las centrales eléctri- cas, on las fabricaciones mecinicas, en las utilizacio- nes del cemento, en los aviones ultrarrépidos, en la estacién aérea de Litoria, en la conquista interior de Ptovincias ante inhabitables, en las difusiones de radio, que el mundo entero oye. SALVADOR FERRANDIS LUNA La leccién prosigue en el sacrificio que se acepta sontiendo frente a unas sanciones que los poderosos acuerdan pata atrancar por hambre una ilusién a todo un pueblo; lo ofmos en los labios de sesenta mil soldados que en la plaza de Venecia aclaman al Duce con un solo grito, que toda Roma repite una mafiana soleada de invierno; estudiamos la lecci6n romana en sus instituciones financieras y administrativas, en su cuidadosa atencién. por el bienestar del obrero, en el aptovechamiento minicioso de todas las capacida- des nacionales, en el entusiasmo por el trabajo, en la conformacién a todas las durezas y sacrificios de hoy para que la felicidad, mafiana, la conozcan los hijos 0 los nietos al término de una ascensién que ahora sola- mente comienza. Leccién brava para Espafia, mil veces sentencia- da a muerte y mil veces rediviva para nuestro pue- blo, acusado de «inferior por Salisbury y por tantos Hilésofos y politicos nortefios. He aqui que log infe- Mores, en un gigantesco desperezo, producen un Al- cézar de Toledo, un Moscardé, un Andtijar, un Ovie- do con Aranda, unos Tercios, una Falange, una Avia- cién, una Marina, un Requeté, todo como un vértice insospechado de una raza redenta ya de tantas acu- saciones, Nos decfa Homen Cristo a los espafioles: «Ator- mentados €n vuestros anhelos, reducidos en vuestras aspiraciones, os envolvéis de indiferencia con un gesto altive que es muy vuestro. ¢No creéis que hay’ algo Mejor que hacer?) — ss — VALENCIA ROoOga Nuestra contestaci6n est4 ahi, en el dramatismo de una lucha heroica y sin igual; en la redencién, por Ja sangre, que ya hemos conseguido; en Ja vida nueva que sutge de tanta muerte; en el ensanche de nuestras aspiraciones, que ya. no tienen limite; en Ja afirmacién de que Espafia tiene ya algo que hacer en el mundo; en la seguridad de que todo ya nos interesa, de que nada nos es indiferente. RAK Pues bien; nosotros también sabremos, como Roma, hacer de nuestras ruinas un tratado de Derecho polf- tico y una férmula nacional. Nosotros, por obra del nuevo anhelo, de esta mistica que surge de Jos escom- bros, también, como nuestra. hermana, sabremos cons- truir buques y aviones, y centrales eléctricas, y auto- pistas; y organizaremos industrias y escuelas nuevas. Y sabremos dar pan y alegria al pueblo, y formaremos eiércitos y escuadras, y estableceremos instituciones administrativas y financieras perfectas, eR La leccién, resumida, es ésta: el que quiere, puede. La aprendimos en Roma, en enero de 1937, contem- plando desde el Palatino los viejos arcos imperiales, la tumba de Julio César, los marmoles histéricos. El cielo se cubria de aviones de plata en aquella hora primeriza de la mafiana; campanas en la ciudad y aviones en Jo alto, Una estructura de atrevida inge- nierfa se levantaba sobre un fondo clasico de pinos y — 8 6 SALVADOR FERRANDIS LUNA’ cipreses. Muy cerca, la soberbia autoestrada a Ostia, los terrenos saneados, la Estacién Litoria, el gran pro- yecto de Exposicién. Siguiendo la costa con el pensa~ miento, la gran base naval de Spezia, los puertos re- Pletos de buques, los trasatlanticos-palacios... ° Espléndido salto, pero légico, natural, desde las ruinas del Foro a las esplendideces del «Rex» o del «Conte Verden. - iAL MICROFONO! EVOCACIONES POPULARES FIESTAS VIEJAS LLAMAMIENTOS INCENDIOS, CRiMENES. EL DIA DE LA LIBERACION Valencianos: Pocas semanas como’ ésta y la préxi- Ma son ian interesantes para, desde la Espafia nacio- nal, hacer una evocacién de nuestrag tierras valencia- nas, tan estimadas y queridas, : Son éstos que se avecinan dias en que Ja rotacién del tiempo produce una acumulacién de emociones Populares, de las cuales se pueden déducir afirmacio- Nes de trascendencia para el porvenir de nuestra Va- lencia, : \San José, Jas Fallas, Semana Santa, Pascual Pa- Téce cosa ligera, literaria, de imipresién trivial, y, no Obstante, jqué importancia tienen estas palabras para intentar conmover el espiritu de nuestro pueblo, el verdadero, el que hoy vive esclavo de influencias extrafias, embarcado inconscientemente en un navio Cuyos rambos no son otros que Ja desesperacién y la muerte! Cuén lejos, gverdad obrero valenciano?, de aque- llos dfas de paz y de alegria, en que las visperas de San José se anunciaban por tu barrio del Carmen, de = & — SALVADOR FERRANDIS LUNA Ruzafa y por las calles de Roteros y de Gracia al Mercado y Ja Bolserfa, con el reparto de taste bizcochadas a los cofrades y organizadores de cada Gls, Dias en que tus hijitos corrfan por la calle pi- —iUna estoreta velleta p’a la falla de San Jusep —el tio Pep—manque siga la tapaora de] comé, ni- mero u! “ a Recuérdalo bien, obrero valenciano. La bufioleria . tu callecita 9 de tu pequefia plaza comenzaba a lanzar humaredas de lefia y nubecitas de aceite que- . mado, de Espadan, en el que flotaban los bufiuelos hinchados que tu mujer te servia en la mesa, limpia y honrada, © te los comfas en Ja gozosa amistad de tus compafieros, No Ilevabas pistola, ni estrellas r0- is) ni casi sabfas dénde estaba Rusia, ni quiénes eran St nn enn Pero vivias feliz y recorrfas lag fallas vane pera de San José, o en el dfa, llevando de la vanter + tas nibitos, que no sabfan cerrar el pufio ni cade ta ones de odio; todos tefais las bromas de cae cies investigabais Ja intencién picaresca de cados, ai ent io, y, al volver a casa, un poco can- , discutiais con vuestras esposas 0 con el vecino cuél falla era mej ~ st jor, y desacreditabai ‘ i tribucién de los premios, ais un poco la dis RH te yvenae después los dfas de Jueves y Viernes San- » ¥ aunque ti leyeses en «El Pueblo» malas ense- fa i ‘nzas, que rios han trafdo, naturalmente, a Jag actua- . — 8 —~ “ dgranaeros» en marchas ingel camiones de. guerra, cafiones y . te-afio, porque esa Sol » tag del’pueblo. _. No, obrero valenciano, VALENGIA ROJgA les catastrofes, tf tomabas el tranvia en la Glorieta y te ibas al Cabafial a ver los sayones y los «granae- ros», y no dejabas de emocionarte cuando el Naza- reno y Ja Dolorosa se «encontrabany en Ja calle an- cha, lena de sol y de olor de mar. . Y después, Megaba Ja Pascua, la de las «monas» y los huevos duros y Ja lechuga fresca, que os comiais, toda la familia junta, en Monte Olivete, en el rfo o en Ios secanos de Godella y Burjasot. Y, pletérico de espiritu sano, ayudando @ tus hijos, tirabas del hilo de la cometa—el «cachirulon—que ti desde hacia Gias habfas confeccionado en casa, y también Ja cola —«da ctian—equilibrandola, hecha de los trapos que tu mujer, cuidadosa, guardaba para Jos remiendos. eK Y ahora, en lugar de esa paz, de esas costumbres, ahora puedes ver las iglesias quemadas Y las calles Henas de extranjeros que Vienen a Espafia para To- barla y ensangrentaria, - ‘Del Cabafial ya novirin a la ciudad sayones y 1 muas; del Grao Megan cajas Ienas de subs- tancias horribles: ‘Tal vez haya fallas también en es~ ¢ mbra de Gobierno que sé ha es- condido en nuestra, ciudad, deshonréndola, quiera atin engafiarte mids y mids, haciéndote creer 40 of la Espafia roja, en Ja Valencia rusa, son posibles las fies- Ja risa honrada, el humor Le BF SALVADOR FERRANDIS LUNA sano de nuestro pueblo han desaparecido, Ast lo han querido los hombres tragicos que han hecho del solar espafiol todo-un inmenso matadero, Hk * Ya ti, Valencig idolatrada, te ha correspondido el papel tristisimo de presidir con tu nombre, siem- Pre inmaculado, la gestion de ese grupo de hom- bres malvados que te Hevan a tanta desgracia. ; iGobierno de Valencia, rusos en Valencia, orienta- ciones de Valencia; siempre Valencia en todos los pe- tiédicos del mundo, en todas las boas, en todos los idiomas, en todas lag tadios, Valencia siempre! ;Qué actualidad tan horrible, tan odiosa la de nuestra tierra! ‘ Valencia, qe era evocacién dulce en los versos de Zonrilla, laboriosidad y luz en tos de Llorente; vigor colorista en los lienzos de Sorolla, popularismo alegre €n e] pentagrama de Giner, flor de naranjo, pomas de oro por todo e] mundo, orgullo de trabajo, , es aho- ra—~jValencia santa!—el nombre profanado que cubre toda una conducta que vive del asesinato, del robo del crimen, , , (Fallas de San José! Lag hubo ya, las fallas, el dia m que unos hombres ruines te hicieron quemar la slesia de San Juan, de la cual ta, obrero de la Bol- Seria, del Trench, de la calle Baja y de la de Cuarte, eaabes orgulloso Por su magnificencia, porque los ex- dat eros la admiraban boquiabiertos, porque el «par- lot asustaba a los «churrets» del mercado, Porque — ss ~ nee VAL EN CIHIA Rog«a allf donde te habfan bautizado y te habias casado, habfan bautizado a hombres muy ilustres de Valen- cia, porque aquella iglesia tan hermosa era, y lo ale- gabas con vanidad, Ja parroquia de los més inteli- gentes, «dells pillos»... Te hicieron quemar San Juan y Ia capilla de la Virgen y la Catedral y San Martin, San Agustin, la Madre de Deu Grossa, y tantos otros monumentos. Fueron unos hombres que tt no conocias Jos que se Janzaron a la calle y te dijeron que ya no habia Dios, que los curas tenfan Ja culpa del hambre del pueblo, que. el Ejército se habfa sublevado contra ti, que ma- tarian a tu mujer y,a tus hijos. Y a} calor de tanta mentira, mentira recomenda. da siempre por Lenin para excitar al pueblo, te en cendieron la tea, la pusieron en tu mano, y ti, loco y febril, quemaste, quemaste, en aquellas fallas, tni- cas, del mes de julio. KEK Y no paraste en esto: tus tiranos te dieron una pis- tola, juguete infernal, y te mandaron matar y matar, 4a quién? Eso no importaba: lo mismo al hombre creador de riqueza, propulsor de industrias y de Bienestar que al curita humilde de misa y olla; ash al modesto creyente en Dios, como a tu compatiero de trabajo; matar en Ja ciudad, en 1g huerta, por los caminos y acequias, Uenos de hileras de caddveres —cbultos»—en aquellas madrugadas del verano tr gico, y también en éstas del invierno valenciano, bri- — a9— SALVADOR FERRANDIS LUNA " Mantes en el cielo Iuminoso, tenebrosas al tronar de las. pistolas homicidas. : éTe, has enterado, obrero valenciano, de que, ti ciudad y provincia han legado a las mayores cifras. de asesinatos cometidos en Espafia? 20.000, 30.000. iQuién sabe cudntos mésl es = - Lo sabfas? jQué espanto! : Cuando los extranjeros que te han adiestrado em esas artes criminales se vuelvan a sus tierras; cuando los espafioles que hoy te dirigen huyan de Espafia, Henos los bolsillos de caudales y de oro, toda esa san- gre pesard solamente sobre ti, obrero valenciano, que . Ro podras huir porque ahi tienes a tu mujer y a tus. hijos y a la madre viejecita, y el oficio, Tas has matado porque el Comité o el Sindicato te lo mandaron asf; tt has levado al Saler, a la Malva- trosa, a los caminos,. a Pobres victimas, que pronto tendrén €n é} centro de Ja ciudad un monumento glo- Noso de gratitud a su sacrificio, un Obelisco grandio- So que subiré atrevido hacia el cielo, rematado por’ una Cruz de Paz. sCémo +té limpiarés, obrero va- lenciano, de esa sangre que has derramado? iQue” agua te lavard? Cuando triunfe Ia Espafia inmortal y Valencia res- ” tablezca su alma alegre, zpodrds mirar cara a cata @ tus hijos y a tus vecinos? ;No deseubtirdn en tus ojos una nube de sangre, la sangré del viejecito que asesi« naste en una madrugada, la sangre del joven que 10 te habia hecho ningéin dafio, que era tu-hermano?...- “HK — 90 — vALENCTIA Roga » No sé, obrero valenciano, si hogaiio habré harina en Valencia, para hacer bufiuelos, cuando tus tiranos no la tienen para darte pan, Pero piensa que ya falta poco para que Valencia vuelva a los brazos amorosos de Espafia y de sus servidores leales. ; Es buena ocasién esta de las fallas y de las fiestas, que antes abrian la primavera valenciana, para que medites, para que tu espiritu se aleje de las bestiali- dades en que momentaneamente se habia hundido. Cuando Valencia se recobre a. sf misma, al grito liberador del Ejército nacional, otra vez Se reanudaré la vida popular valenciana, hoy ennegrecida por el incendio y el crimen, Otra vez reharemos nuestra

También podría gustarte