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Idea de la historia R. G. COLLINGWOOD Rt mee keer Ee Primera edicidn en inglés, 1946 Primera edicién en espaiol (Seccién de Obras de Filosofia), 1952 Segunda edicién, 1965 igésima reimpresin, 2000 Tercera edici6n, revisada y aumentada (Seccién de Obras de Historia), 2004 Collingwood, Robin George Idea de la historia. Edicidn revisada que incluye las confe- rencias de 1926-1928 / Robin George Collingwood ; ed., prefa~ cio e introd. de Jan van der Dussen ; trad. de Edmundo O’Gor- man, Jorge Hernandez Campos. — 3" ed. — México : FCE, 2004 661 p. ;21 x 14 em — (Colec. Historia) Titulo original: The Idea of History. ISBN 968-16-7079-5 1. Historiografia 2. Historia — Filosofia I. Dussen, Jan van der ed. II. O'Gorman, Edmundo tr. III. Hernandez Campos, Jorge tr IV. Ser V.t LC D13 C18 Dewey 907 C711} Se prohibe la reproduccién total o parcial de esta obra —incluido el diseiio tipografico y de portada—, sea cual fuere el medio, electrénico o mecanico, sin el consentimiento por escrito del editor. Comentarios y sugetencias: editor@fce.com.mx Conozea nuestro ealdlogo: www fondodeculturaeconomica.com Disefo de portada: R/4, Bernardo Récamier Titulo original: The iden of History © Teresa Ssuaris 1946, 1993 @ Jan Van DER Dussen 1994, introduccién y material de la nueva edi The idea of History, revised edition, was originally published in English in 1993. This translation is published by arrangement with Oxford University Press. Idea de Ia historia, edicién revisada, fue publicada originalmente en inglés en 1993. Esta traduecién se publica con la autorizacién de la Oxford University Press, D. R. © 1952, 2004, Foo pe Cuntura Economica, Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14200 México, D, F, ISBN 968-16-7079-5 (tercera edicién) ISBN 968-16-0196-3 (segunda edicién) Impreso en México * Printed in Mexico PREFACIO IDEA DE LA HISTORIA es sin duda la obra mas conocida de Colling- wood. Desde el afio en que se publicé por primera vez, 1946, lla- m6 poderosamente la atencién y, de hecho, nunca dejé de desem- pefar un papel decisivo en los ulteriores debates sobre filosoffa de la historia, mientras éstos se desarrollaban, a partir de la se- gunda Guerra Mundial. Podrfa incluso afirmarse que su apari- cién ha sido uno de los principales factores que contribuyeron a reavivar el interés en la filosofia de la historia, materia ésta que antes solia asociarse tinicamente a los filésofos alemanes de prin- cipios del siglo xx, como Dilthey, Windelband y Rickert. Las nu- merosas reimpresiones y traducciones que ha merecido The Idea of History constituyen otros tantos indicadores de su influencia permanente. En la presente edicién revisada de Idea de /a historia, el texto ori- ginal se conserva intacto. No obstante, a este ultimo se le ha inte- grado nuevo material proveniente de los manuscritos inéditos de Collingwood, a los que sdlo recientemente se pudo tener acceso. Es asi como las opiniones de Collingwood sobre filosofia de la historia podran estudiarse en el contexto de su obra principal sobre la materia. La edici6n original de The Idea of History fue publicada péstu- mamente por un discipulo de Collingwood, T. M. Knox, quien le afadié un prefacio. En dicho escrito Knox le asign6 a la filosofia de la historia de su maestro un lugar en el contexto, de mayor amplitud, sobre sus opiniones filosoficas y el desarrollo de éstas. Sin embargo, la investigacién ulterior de que fue objeto la filoso- fia de Collingwood puso de manifiesto algunas incorrecciones en la interpretacién que Knox ofrecfa en su prefacio. Era necesaria, por lo tanto, una nueva introduccién que tomara en cuenta la investigacién realizada sobre la filosofia de la historia de Colling- wood, y acorde con el desarrollo que dicha investigacién habia experimentado en el transcurso de las décadas subsecuentes. En la introduccién a la presente edicién explico, en primer lu- 7 8 PREFACIO gar, de qué manera se gesté la publicacién de The Idee of History, y presento ademas una apreciacion personal sobre la forma en que Knox edité esta obra. Hago después una breve descripcidn de cémo fue recibida la obra por parte de sus lectores. Ya que una apreciacién pertinente de la filosofia de la historia de Colling- wood requiere ubicarse en el contexto apropiado, para lograrlo consideraremos el desarrollo de sus ideas en torno a esta materia, En el marco de esta relacién he procurado evaluar también la naturaleza de los manuseritos de 1926, 1927 y 1928, recientemen- te integrados. En esta nueva y, por cierto, extensa introduccién resultaba es- pecialmente necesario incluir un breve recuento de la forma, mas bien complicada, en que la obra salié a la Luz. En este punto en particular deberd destacarse que, de hecho, se trata de una en- sambladura de las contribuciones a la filosofia de la historia que Collingwood hizo de 1926 a 1939. Para que todo esto resulte cla- ro, las fechas correspondientes a las diversas partes de la edicién original de The Idea of History estan registradas en el indice. Al expresarle mi agradecimiento a la sefiora Teresa Smith, la hija de Collingwood, por permitir la publicacién de las hasta ahora inéditas conferencias sobre filosofia de la historia de su padre, tengo la seguridad de ser el portavoz de muchos lectores benefi- ciados por ella. Abrigo la confianza de que la presente edicién no s6lo tendré una buena acogida en el cada vez mas numeroso gru- po de académicos y estudiantes interesados en el pensamiento de Collingwood, sino también entre los filésofos y los historiadores en general. The Idea of History ha sido profusamente leida desde que se publieé por primera vez, y estoy seguro de que la presente edicién revisada tiene mucho que ofrecer, tanto a la nueva gene- racién de lectores de Collingwood como a quienes ya estan fami- liarizados con la primera edicién. Manifiesto mi total gratitud a la Oxford University Press por haber publicado The Idea of History en la presente forma; y, en par- ticular, a las sefioras Angela Blackburn y Frances Murphy, quie- nes, junto con Teresa Smith, contribuyeron enormemente a que ello fuera posible. Aprovecho esta oportunidad para darles las gracias, también, de manera muy especial a Martijn Bakker, Marjet Derks, Leo Ten PREFACIO 9 Hag, Anita Hendricx, Rik Peters y Herman Simissen, todos ellos. integrantes del grupo de amigos y estudiosos de Collingwood, con quienes no sdlo me he puesto a comentar durante varios afios los numerosos aspectos de la Filosofia de Collingwood, sino por- que ellos aportaron también su ayuda durante el proceso de edi- cién de los presentes manuscritos. Finalmente, agradezco a David Boucher y al profesor Dray la invaluable ayuda que me brindaron a fin de lograr que mi inglés resultara mas o menos aceptable; asi como por sus comentarios criticos. W.J.v.p. De Heerlen, julio de 1992 Material protegido por derechos de autor INTRODUCCION DEL EDITOR 1, INTROpUCCION El origen de The Idea of History de Collingwood y la recepcién que siguié a la publicacién pdstuma de esta obra son una historia inte- resante de suyo. Es verdad que Collingwood se habia propuesto- escribir un libro sobre el desarrollo del concepto de “historia”, al que iba a intitular The Idea of History; pero, en el caso de que hu- biera podido Hevar a cabo su propésito, éste no habria adoptado la forma en que lo compilé T. M. Knox. La prematura muerte de Collingwood, acaecida en enero de 1943, le impidid concluir el magno proyecto del que The Idea of History formaria parte. Lo que habia planeado Collingwood era hacer corresponder algunos de sus libros, previamente publicados, con un determinado ntimero. de los voltimenes proyectados. La serie resultante se habria di- vidido en tres categorias: “Ensayos filosdficos”, “Principios fi- los6ficos” y “Estudios de la historia de las ideas”. La Oxford Uni- versity Press accedié a la propuesta, y se hizo un convenio de publicacién.! En los “Ensayos filosdficos” entrarian An Essay on Philosophical Method [Ensayo sobre el método filosdfico] (publicado en 1933) y An Essay on Metaphysics [Ensayo de metafisica] (publicado en 1940). The Principles of Art* [Los principios del arte] (publicado en 1938) y The Principles of History [Los principios de ta historia] con- formarian la segunda categoria de la serie. Del ultimo volumen sélo logré escribir una tercera parte en 1939, de modo que nunca lo termin6. La ultima categoria estaria integrada por The Idea of Nature [Idea de la naturaleza] y The Idea of History [Idea de la historia], que fueron los que edité T. M. Knox y que se publicaron después de la muerte de Collingwood. ' Bleonvenio sel cabo a través de un intercambio epistolar entre la Oxford University Press y Collingwood, en las cartas fechadas el 18 y el 19 de octubre de 1939, En otra carta dirigida a esa editorial el 3 de junio de 1939 Collingwood men- cionaba ya las dos primeras categorias. * La edicidn en espaol de esta obra es también del rex. [N. del T.] il 12 INTRODUCCION DEL EDITOR De los tres tiltimos libros, s6lo The Idea of Nature estuvo a punto de quedar totalmente terminada en forma de borrador. Fueron dos las razones que le impidieron a Collingwood Ievar a cabo su proyecto, a saber: el progresivo deterioro de su salud y el estalli- do de la guerra. En su actitud de decidida oposicién al fascismo y al nazismo, Collingwood consideré que era su deber ineludible ofrecer un andlisis de cuanto se ponia en juego en Ja guerra. Asu juicio, se trataba nada menos que de un conflicto de ideales fun- damental: el fascismo y el nazismo constituian una revuelta con- tra la civilizacién, y habia que oponerles resistencia a cualquier precio. Collingwood expuso sus ideas en The New Leviathan [El nuevo Leviatdn]; sin embargo, esta obra no se apartaba sustancial- mente de sus escritos sobre historia. Y es que, entre otras cosas, en ese libro Collingwood intenté desarrollar una teorfa del deber con respecto a la civilizacién y a la paulatina eliminacién de la violen- cia en las relaciones entre los pueblos. La barbarie, cuyos para- digmas eran el fascismo y el nazismo, representaba una amenaza contra ese ideal. Para Collingwood, la historia y el deber cons- titufan los mas elevados niveles de la razén pura y de la razén practica, y ambos concernian al individuo concreto. The New Le- viathan fue el Ultimo libro de Collingwood; lo termins6 a pesar de sus gravisimas condiciones de salud. Si consideramos la serie de ataques que cada vez en mayor medida contribuyeron a inca pacitar a Collingwood durante sus ultimos afios, no podrd re- sultar menos que notable el que ese libro haya podido ser con- cluido alguna vez. En el momento de su muerte, Collingwood dejé una enorme cantidad de manuscritos —cerea de 4 000 paginas— sobre los mas variados temas: religién, critica literaria, ética, epistemologia, me- tafisica, cosmologia, folclor y magia, politica, filosofia de la histo- tia, la Bretaha romana y arqueologia. Por desgracia, en su testa- mento prohibié que éstos se publicaran, a no ser por iniciativa de sus herederos, y después de consultarlo con la Oxford University Press. En 1978 los manuseritos se depositaron en la Biblioteca Bodleyana de Oxford, y desde ese momento estan disponibles pa- ra su consulta. Antes de esa fecha, eran casi por completo desco- nocidos por los académicos. Afortunadamente, poco después de la muerte de Collingwood, T. M. Knox, ex alumno suyo y uno de sus mas devotos estudiosos, fue requerido para realizar una se- INTRODUCCION DEL EDITOR 13 leccién de aquellos manuscritos que estuvieran en condiciones de ser publicados. Sin embargo, lo que Knox revis6 fueron principal- mente los manuscritos de los tltimos afos de Collingwood, y se limits a elegir sélo los que su maestro pensaba dejar preparados para una posterior publicacién. Esos manuscritos eran precisa- mente los que correspondian a los tres ya mencionados: The Idea of Nature, The Idea of History y The Principles of History. En 1934, 1935 y 1937 Collingwood impartié unas conferencias sobre la historia de las teorfas cosmoldgicas. Esas conferencias, tituladas “Nature and Mind” [“Naturaleza y pensamiento”], se basaron en su extenso estudio sobre el tema, realizado durante 1933-1934. En 1939 Collingwood comenzé a revisarlas para su pu- blicacién; esto se logr6 hasta 1945 con el titulo de The Idea of Na- ture, con —segtin palabras de T. M. Knox— un “ligero trabajo de edicién”. 2. IDEA DE LA HISTORIA: EPILEGOMENOS (QUINTA PARTE) Los otros dos manuscritos que Knox consideré para publicarlos versaban sobre filosofia de la historia. El primero estaba integra~ do por un conjunto de conferencias y llevaba el titulo de “Confe- rencias sobre filosofia de la historia”, y eran las que Collingwood. habia escrito e impartido durante los dos primeros periodos esco- lares de 1936. En 1940 las impartié de nuevo, después de haberlas revisado. En esta segunda ocasién las titulé “The Idea of Histo- ry”; Collingwood se proponfa publicarlas en un libro que llevarfa el mismo titulo. El segundo manuscrito, The Principles of History, era de distinta indole: la intencién de Collingwood fue publicarlo como un libro independiente, en el que trabajé principalmente en febrero de 1939, en Ia isla de Java, en las Indias Orientales Holandesas, durante un viaje que hizo para recuperarse después de haber sufrido un ataque sin precedentes. Entre los manuscritos figuran las notas que redacté a propésito de la preparacién del libro. En una de esas notas puede leerse lo siguiente: Esqtiema para wn libro, 9-2-1939, “The Principles of History.” Los temas principales incluiran 1) Una simple mencién de las caracteristicas mas 14 INTRODUCCION DEL EDITOR obvias de la historia como tna ciencia especial. 2) Las relaciones entre ésta y otras [ciencias]. 3) La relacién de la historia como pensamiento con [a vida practica. Estos temas podrian ser los libros 1, 11, 11 De los tres libros sdlo se concluyé el primero. Este consistia en cuatro capftulos, los cuales trataban, respectivamente, de los con- ceptos de “evidencia”, “accién”, “re-creacién” e “historia como autoconocimiento de la mente”. No es posible saber con certeza si en realidad Collingwood terminé el capitulo final de su primer li- bro, ya que la Ultima vez que se refiere a él en su diario lleva la fe- cha del 27 de marzo: “Intenté comenzar el cap. 1v de Principles of History en la manana; la cosa no avanzaba”. Lo cierto es que Col- lingwood le atribuia un enorme valor a su proyecto. Después de su retorno a Inglaterra le escribi6 una carta al arquedlogo F. G. Simpson, donde le decia que The Principles of History era “el libro en cuya preparacién he invertido toda mi vida. Si puedo concluir- lo, no tendré nada que lamentar”. Aunque —por razones mencio- nadas anteriormente— el libro nunca fue terminado, Collingwood insistia en acabarlo, como lo prueba la carta que dirigié a la Ox- ford University Press el 19 de octubre de 1939. El manuscrito de The Principles of History incluia una nota de Col- lingwood en la que éste autorizaba a su esposa, en el caso de que algo le impidiera terminarlo, “a publicarlo con el titulo que figu- ra al principio, con un prefacio escrito por ti en el que expliques que se trata de un fragmento de lo que yo, cuando menos duran- te 25 aftos, me propuse escribir como mi obra principal”. Knox cita esta nota en una carta dirigida a la Oxford University Press el 31 de marzo de 1945, y luego afade: A pesar de que se ha autorizado su publicacién, creo que seria un error publicar The Principles of History en su actual estado. La obra se divide en tres capitulos. Una parte considerable de los capitulos segundo y tercero figura ya en Autobiography [Autobiografia] y en Essay on Meta- physics, y no creo conveniente que debamos imprimir las palabras de una nota que, muy probablemente, fue escrita cuando R. G. C. se en- contraba excepcionalmente enfermo. 2 Documentos de Collingwood de Ia Biblioteca Bodleyana, dep. 13, “Historio- grafia, x1-1938-1939", p. 20. INTRODUCCION DEL EDITOR 15 Knox se equivocaba al decir que la primera parte de The Princi- ples of History estaba dividida en tres capitulos, pues de hecho constaba de cuatro; y precisamente Knox habia editado en parte ese ultimo capitulo. El manuscrito de The Principles of History constaba aproximada- mente de 90 paginas. El primer capitulo (sobre la evidencia) y el cuarto (sobre la historia como autoconocimiento de la mente) los incluy6 Konx en The Iden of History con el titulo “La evidencia del conocimiento histérico” (pp. 332-367; pp. 4-31 de Principles) e “His- toria y libertad” (pp. 403-409; pp. 76-78, con un aftadido, 77 ay b, de Principles). En su prefacio original a The Idea of History Knox hace saber que también ha incluido la tercera parte, § 8 (pp. 194- 198, sobre Hegel y Marx) del manuscrito de The Principles of His- tory. Ello es, al parecer, plausible, ya que dicha parte se inicia mds o menos donde acaba “Historia y libertad” (p. 409): en esta tlti- ma se desarrolla el argumento segtin el cual la idea de la libertad humana se encuentra necesaria y estrechamente vinculada con la de una ciencia aut6noma de la historia; en tanto que en “Hegel y Marx” se argumenta que estos dos filésofos no lograron consoli- dar una ciencia histérica auténoma, razén por la cual continuaron utilizando métodos no histéricos.> Lo confiable que pudiera resultar la forma en la que Knox dis- puso algunas partes del texto de The Principles of History sigue sien- do objeto de reserva. Sin embargo, conviene hacer notar que, en el esquema de esa obra, Collingwood define el contenido que co- rresponde al cuarto capitulo, a saber: “La historia como autocono- cimiento de la mente. Exclusién de otras ciencias de la mente”, en tanto que Knox hizo imprimir algunas partes de ese capitulo con el titulo de “Historia y libertad”. Esta seccién se inicia con el si- guiente aserto: “He sostenido que estudiamos historia con el fin de conocernos a nosotros mismos”. Prosigue con la afirmacién de que esa tesis quedaré ilustrada al demostrar “cémo nuestro cono- cimiento de que la actividad humana es libre lo hemos alcanzado solamente a través de nuestro conocimiento de la historia” (p. 403). Lo anterior significa que Knox probablemente omitié el principio del cuarto capitulo de The Principles of History, que versaba pro- ° En [a carta de Knox a la Oxford University Press del 31 de marzo de 1945, el primero menciona que esta parte procede de las paginas 81-83 del manuscrito de The Principles of History. 16 INTRODUCCION DEL EDITOR piamente sobre la historia como autoconocimiento de la mente y se limité a incluir el ejemplo de Collingwood de la tesis en cues- tién. Lo que no admite duda es que la expresi6n “En mi bosque- jo histérico de la idea de la historia” (p. 403) fue afiadida por Knox: Collingwood no tenia la intencién de que el mencionado esque- ma fuera parte del contenido de The Principles of History. Lo anterior nos obliga a cuestionar la forma en que Knox edité The Idea of History y, en particular, los cambios que efectu6 en la obra. Puede establecerse, sin que quepan dudas al respecto, que la intencién original de Collingwood era publicar dos libros por separado: The Idea of History y The Principles of History. El hecho de que Knox no tomara en cuenta la autorizacién de Collingwood para la publicacién de la segunda obra tuvo como resultado que el contenido tematico de ambos libros se incorporara en el volu- men tinico de The Idea of History, obra en la que se incluyeron al- gunas partes de The Principles of History, pero también dos ensa- yos que Collingwood habia publicado con anterioridad (“Human Nature and Human History” [“La naturaleza humana y la histo- rias humana’), pp. 284-313, y “The Historical Imagination” (“La imaginacién histérica”), pp. 313-331).4 Las partes correspondien- tes a The Principles of History y los ensayos ya publicados fueron reunidos por Knox bajo el encabezado de “Epileg6menos”, que constituyen la quinta parte de The Idea of History. En esta ultima, Knox incluyé asimismo los tres capitulos de la segunda parte de las conferencias de Collingwood sobre filosofia de la historia, a las que el autor habia titulado “Epilegémenos metafisicos”, “La his- toria como re-creacién de la experiencia pasada” (pp. 367-388), “El asunto de la historia” (pp. 388-403) y “EI progreso como crea- cién del pensar histérico” (pp. 409-424). No obstante, cabe sefalar que en sus “Epilegémenos metafisicos” Collingwood le asigné titulos diferentes al primero y al tercero de esos capitulos: “La re- creacién de la experiencia pasada como la esencia de la historia” y “Progreso”, respectivamente. Tampoco cabe duda de que Knox omitié los capitulos segundo y tercero de The Principles of History. En el esquema que elaboré de +“Human Nature and Human History” se publicé por separado (Londres, 1936) y se reimprimi6 en Proceedings of the British Academy, nim. 22, 1977, pp. 97-127. “The Historical Imagination” fue la conferencia inaugural de Collingwood en calidad de profesor Waynflete de filosofia metafisica, impartida el 28 de octubre de 1935. INTRODUCCION DEL EDITOR 7 ese libro, Collingwood describe el propésito del segundo capitu- lo de la siguiente manera: “Exponer y comentar el concepto de accién (res gestae). Compararlo con el concepto de proceso o cambio, y con la pseudohistoria que implica”; en tanto que describe cémo sigue el tercer capitulo: “El concepto de ‘re-creacién’ y su con- traste con los de ‘pasado muerto’ y ‘completud’ [‘complefencss’]”. Visto retrospectivamente, no puede menos que resultar desafor- tunado que no se publicaran esos capitulos. Pero es todavia mas lamentable que se perdiera esa parte del manuscrito de The Princi- ples of History, como sucedié con casi todos los escritos originales en los que se basa The Idea of History. Lo mas probable es que su destruccién se deba ala Oxford University Press, la cual, al hacer- lo, s6lo siguis la practica establecida con todos los manuscritos publicados; pues ignoraba que eran unos manuscritos que no se habian publicado en su totalidad. Hemos visto que la razén aducida por Knox para no incluir el segundo y el tercer capitulos de The Principles of History era que, en su opinion, una “considerable cantidad” de su contenido figu- raba ya en Autobiography y en An Essay on Metaphysies.$ Por lo que se refiere a la ultima de estas obras en especial, su argumento ape- nas resulta convincente, pues los conceptos de “accién” y de “re- creacién” no se analizan ahi. E independientemente de esto, hu- biera sido preferible haber tenido acceso a las mas de 40 paginas que Collingwood escribié sobre esos temas y no sélo a las conta- das paginas que habia dedicado a su andlisis en Autobiography. Si recapitulamos cuanto hasta aqui se ha dicho sobre la forma en que Knox compilé The Idea of History, lo primero que conven- dria sefalar es que la segunda parte de las conferencias de Col- lingwood sobre filosofia de la historia de 1936 (los “Epilegsmenos metafisicos”) fue objeto de una considerable ampliacién por parte de Knox en unos Epilegémenos independientes (pp. 284-424). Sin * Sin embargo, en la p. vi de su prefacio a The Idea of History, Knox menciona otra razén. A pesar de que Collingwood habia autorizado la publicacién del ma- nuserito de The Principles of History, Knox afirma en ese lugar: “No me he sentida justificado para imprimir mis que tres extractos que aparecen més adelante, como tercera parte, § 8, y quinta parte, §§ 3 y 6. Y atin éstos los he incluide con ciertas reservas, Estin escritos en la manera tltima de Collingwood, y en ocasiones el es- tilo y el temple desentonan algo con el resto del libro, Pero su inclusién sirve para redondear sus opiniones sobre la historia y para exponer con mayor detalle algu- nos puntos que en otras partes sélo se explican brevemente”. 18, INTRODUCCION DEL EDITOR embargo, atin es mas importante hacer notar que dichos Epilegé- menos contienen elementos que difieren bastante entre si, tanto por lo que se refiere a su fecha de redaccién (que abarca de 1935 a 1939) como a su cardcter. Se debe hacer especial hincapié en la naturaleza diferente y en los antecedentes, asimismo diferentes, de los distintos ensayos. Estos tiltimos estan integrados por con- ferencias, por ensayos publicados con anterioridad y por el pri- mer borrador de un libro que nunca fue terminado. La composi- cién de esos Epilegémenos se puede resumir como sigue: § 1. “La naturaleza humana y la historia humana”, publicado en 1936, . “La imaginacion hist6rica”, publicado en 1935. . “Evidencia histérica”, primer capitulo de The Principles of History, escrito en 1939. 4. “La historia como re-creacién de la experiencia pasada”, conferencias de 1936, § 5. “El asunto de la historia”, conferencias de 1936. § 6. “Historia y libertad”, parte del capitulo cuarto de The Prin- ciples of History, escrito en 1939. § 7. “El progreso como creacién del pensar histérico”, confe- rencias de 1936. am unun on 3. “IDEA DE LA HISTORIA”: INTRODUCCION Y partes [-]V Como su nombre lo indica, los Epilegsmenos no constituyen la parte principal de The Idea of History. El cuerpo principal de la obra esta integrado por las conferencias sobre filosofia de Ja historia que Collingwood impartié en 1936, las cuales versan sobre la his- toria de la idea de la historia, desde los griegos hasta el presente. Esta parte de las conferencias constarfa originalmente de 153 pagi- nas, en tanto que los “Epilegomenos metafisicos” tenian 41 paginas. Como ya lo dijimos, el manuscrito propiamente dicho se per- did. Lo tinico que se conservé de él fue el indice de contenido co- rrespondiente al segundo periodo escolar, asi como 24 paginas de cardcter més o menos ocasional. Adjunta a esas paginas se en- cuentra una nota de Knox, mas bien misteriosa, en la que se lee lo siguiente: “Pasajes de los ms. de The Idea of History no utilizados, INTRODUCCION DEL EDITOR 19 o utilizados de manera diferente, en la obra publicada”.6 Esto nos lleva a considerar la delicada cuestin de la forma en que se edité The Idea of History; y, en particular, las libertades que se tomaron al hacerlo. Debido a que ese asunto no se habia advertido antes, se justifica el tratarlo ahora con cierta minuciosidad. Antes de que Knox comenzara a trabajar en los manuscritos, en. su carta del 31 de marzo de 1945 dirigida a la Oxford University Press inclicd cémo concebia el proyecto: “Seré preciso un con- siderable trabajo de edicién —escribis—, con objeto de evitar re- peticiones, de ordenar el material en capitulos, etc., de eliminar el tono caracteristico de las conferencias, etc. Sera necesario reali- zar mas trabajo de edicién que el requerido por The Idea of Na- ture”. Una vez terminada su labor, Knox escribié el 31 de octubre de 1945: Incluso en estos momentos abrigo el sentimiento de que si conservo el libro a mi lado durante otros seis meses seguiré encontrando cosas que revisar, pero, considerdndolo en su totalidad, he Ilegado a la conclu- sién de que ya se encuentra listo para el impresor, y que hacer otras mejoras, lejos de dar por resultado una fiel reproduccién del todo, es apenas viable En un tono similar, Knox hace saber en su prefacio a la prime- ra edicién de The Idea of History que “como la mayor parte de los. materiales disponibles eran poco mas que un esbozo, el editor ha tenido la necesidad de intervenir mas en la preparacién de este libro que en The Idea of Nature” (p. v). El cuerpo principal del manuscrito se escribid en 1936, y estaba destinado a un curso que se repitis en 1937. Cuando Collingwood impartié sus cursos sobre esta materia, una vez mas en el periodo. escolar de 1940 con el titulo “La idea de la historia”, probablemen- te dejé a un lado los “Epilegémenos metafisicos” pues The Prin- ciples of History era un nuevo planteamiento del mismo tema.’ En las conferencias de 1940 el texto correspondiente a 1936 fue some- tido a algunas revisiones. No es facil evaluar la naturaleza de es- * Documentos de Collingwood de la Biblioteca Bodleyana, dep. 15. 7 En particular, en el tercer capitulo de la primera parte de The Principles of History, el concepto de “re-creaci6n” se analizaba de nuevo. En 1940 se modificé asimismo el titulo de las conferencias que en 1936 era “Conferencias sobre filoso- dela historia” por el de “La idea de la historia”. 20 INTRODUCCION DEL EDITOR tas ultimas en virtud de que sélo se conservaron unas cuantas pa- ginas, de cardcter circunstancial, del manuscrito. En su prefacio, Knox hace saber que Collingwood revis6 en 1940 una parte del manuscrito de 1936, “especialmente la seccién dedicada a Grecia y Roma”.§ Lo que no menciona es que la introduccién también fue alterada de manera considerable. Y es que no s6lo sobrevivieron las dos primeras paginas de la introduccidn de 1936, sino algunas mas que iban a continuacién (pp. 8-12), que difieren sustancial- mente de la introduccién de The Idea of History, la cual, en conse- cuencia, al parecer esta basada en las alteraciones que se hicieron en 1940. En efecto, el pasaje de apertura de Collingwood, donde se exponen los tres sentidos que tiene la expresion “filosofia de la historia”, es mas elaborado, y en él la naturaleza del conocimiento histérico se analiza de manera diferente de como se presenta en The Idea of History. Es muy probable que Collingwood haya cam- biado esta parte, pues en The Principles of History expone de nueve el tema. Puede concluirse, por lo tanto, que escribié una intro- duccidn revisada en 1940. Existen pruebas de que The Idea of Hisfory contiene pasajes de diversos escritos que se reunieron con objeto de formar secciones. Asi, por ejemplo, la pagina 8 que se conserv6 del manuscrito co- mienza como sigue: "La filosoffa de la ciencia ya no era una rama particular de la investigacidn filosdfica”. Este mismo pasaje se encuentra al final de la pagina 6 de The Idea of History; en la pagi- na 7, el pasaje en cuestién se reproduce hasta “Es preciso confor- marnos si, de las dos etapas, el presente estudio sdlo representa a la primera”. Después de esto, tres paginas del manuscrito pre- sentan omisiones; y, en ellas, entre otros asuntos, se analizan las diferencias existentes entre el proceso histérico y el proceso natu- ral. Luego Knox agrega lo siguiente: “Lo que aqui intento”, en tanto que las palabras “es una investigaciGn filos6fica acerca de la ® Entre los manuseritos figura un cuaderno que lleva el titulo de “Historiogra- fia”, con seis paginas de notas. En la pagina 2 esté escrito lo siguiente: "8 de marzo de 1940. The iden of History (notas destinadas a conferencias, al descubrir que los ms. que contenian los resultados de mis tiltimos 15 afos de trabajo han desapare- cido)” (Documentos de Collingwood de la Biblioteca Bodleyana, dep. 13). Después de esta observacién, encontramos un esboze hecho a grandes rasgos que se ase~ meja al marco de la primera parte de The Idea of History en el que se trata de la histo~ riografia grecorromana. Por lo tanto, es probable que el manuscrito al que se refiere Collingwood sea la seccidn correspondiente a Grecia y Roma de las conferencias de 1936, INTRODUCCION DEL EDITOR 21 naturaleza de la historia” hasta que acaba la frase (p. 7), se repro- ducen de nuevo a partir de la pagina 11 del manuscrito.” En otros casos, la mano de Knox resulta atin mas visible. Tene- mos, por ejemplo, una pagina del manuscrito (p. 19d) en la que es patente que fue escrita en 1940 (la caligrafia de Collingwood era notablemente diferente en esa época) y cuyo texto empieza desde la segunda mitad de la pagina 31 para proseguir hasta la primera mitad de la pagina 33 de The Idea of History. Sin embargo, el texto de ese libro presenta algunas alteraciones muy claras que debie- ron haber sido realizadas por Knox. Puede aseverarse con mayor certeza atin su intromisién en el texto por lo que se refiere al final de la pagina 41 y el inicio de la pagina 42 de The Idea of History, pasaje éste que proviene del manuscrito de 1936, pero que al final de la pagina 41 incluye algunas frases tomadas de una edicién que Collingwood hizo en 1940 (“Comienzo de la conferencia 9”). Asimismo, pueden encontrarse dos oraciones al principio de la pagina 46 de The Idea of History que proceden del afadido men- cionado. En la pagina 73 detectamos un claro ejemplo de la manipula- cién del texto por parte de Knox. El texto que figura en medio de esa pagina proviene de Ja pagina 68 del manuscrito de 1936. En esta Ultima, sin embargo, aparece un extenso pasaje entre la ora- cién que comienza con “Acontece, pues, que la escuela inglesa reorienté a la filosofia hacia lo histérico”, y la que comienza con “Alguna significacién, en efecto, debe tener el hecho de que un pensador tan resuelto y profundo haya abandonado los estudios hist6ricos en favor de los filosGficos..."" En dicho pasaje Colling- wood critica la concepcidn estatica ¢ inalterable de la naturaleza humana que suscriben Locke y Hume. “Una reorientacién radical de la filosofia hacia la historia —afirma Collingwood entre otras cosas— desecharia esas concepciones como reliquias del dog- matismo metafisico, y se reafirmarfa que nuestra condicién sdlo puede actualizarse en la condicién de los seres humanos aqui y ahora; y en que nattraleza Iwnana significa ‘naturaleza humana’ * Desde luego, es posible que esa nueva composicion se deba a la revision que Collingwood realizé en 1940. Sin embargo, los pasajes a los que nos referimos estin tomados de las paginas 8 y 11 de los manuscritos de 1936, Mis atin, en la pagina 8, “estas conferencias” ha sido remplazado por “este libro” en el ditimo manuscrito de Collingwood de 1940. 22 INTRODUCCION DEL EDITOR tal como nos es dado encontrarnos con ella”. Knox no sélo omitié este pasaje, sino que, con objeto de que el texto resultase mas flui- do, también efectué en €1 ciertos cambios y afadidos: “Acontece, pues, que la escuela inglesa reorienté a la filosofia hacia lo hist6- rico, aunque no se percaté de ello”, se convirtid en “Acontece pues que la escuela inglesa reorient6 a la filosofia hacia lo histéri- co, aunque considerada en su totalidad, lo hizo sin percatarse clara- mente de ello” (las cursivas son mias). Después de esa oracién, Knox afiadié: “De todos modos es claro que Hume advirtié esa circunstancia mejor que sus predecesores”. Al parecer apenas existe una relaci6n entre esto tiltimo y el pasaje que omitié.” Entre los manuscritos existe una pagina en la que figuran am- bas versiones, la de 1936 y la de 1940. De lo que ahi se trata es de la relacién existente entre Hegel y Kant, cuestién que se reprodu- ce en la pagina 121 de The Idea of History. En 1940 Collingwood pegé una nueva versién sobre la segunda mitad del texto de 1936; de modo que, en este caso, estamos en condiciones de evaluar lo que Knox hizo con el texto. Asi, resulta sorprendente que la se- gunda mitad de la pagina 121 de The Idea of History es, de hecho, un replanteamiento de Knox de la versién de 1940. Resulta tam- bién curioso que unas paginas mas adelante (p. 123) Knox repro- dujo —con algunos cambios menores— una parte de una pagina subsecuente que provenia del manuscrito de 1936. Y es que la pa- gina 123 forma parte del parrafo sobre Hegel y Marx (tercera parte, § 8), y ya hemos visto que ese parrafo se tomé del cuarto capitulo de The Principles of History. Lo que significa que, en este caso, lo que se publicé fue una labor de retaceria hecha a partir de los manuscritos de 1936 y de 1939. Asimismo, debe sefalarse que apenas resulta creible el comen- tario que hace Knox en su prefacio (p. vu), segtin el cual la cuarta parte, § 1 (Iv) (sobre Bury) se basé en la resefia que Collingwood hizo de un libro, en calidad de colaborador para la English Histo- rical Review, pues en realidad no existe correspondencia alguna con el texto original de la resefia. Si tomamos en cuenta consi- ® Debe considerarse la posibilidad de que Collingwood haya omitido el pasa- je que se referia a l mismo en la revisién de 1940. Sin embargo, la pagina 68 del manuscrito de 1936 se inicia con “las nubes de la duda, pero que por si sola la na- este pasaje es tomado por Knox en la pagina 73 de The Idea of His- tory, hasta que finaliza el parrafo. Mas ain, la pagina 68 del manuscrito incluye una palabra que Collingwood aftadié en 1940 (susfancialistanente). INTRODUCCION DEL EDITOR 23 deraciones como la que acabamos de hacer, ciertamente parece haber razén para dudar de que Knox haya sido siempre tan es- crupuloso como sera de desear en su labor de edicién de The Idea of History. 4, “THe Ipga oF History”: BE PREFACIO DB KNox En alguna ocasién Collingwood resefAé un libro que fue editado por una tercera persona y publicado hasta después de su muerte. Al concluir su labor, Collingwood comenté: “Fue una tarea que requirié mucho trabajo y, como resulta evidente, tacto y juicio [...]; pulir un manuscrito inconcluso que no ha salido de nuestra mano es una tarea que nadie deberfa emprender a no ser como una tarea de amor”."' Podria decirse exactamente lo mismo de la publicacién pdéstuma de su libro The Idea of History. En calidad de devoto discipulo y amigo de Collingwood, Knox consideré deber suyo editar este libro junto con The Idea of Nature. Era como ren- dirle el iltimo homenaje a quien apreciaba enormemente como persona y como maestro. El prefacio de Knoxa la primera edicién de The Idea of History no slo manifestaba esto tltimo, sino que también debe considerarse un intento de rescatar a Collingwood de un posible olvido. Debido a que en el momento en que apare- cid la obra no se conocfan con suficiente amplitud diversos aspec- tos de las ideas de Collingwood y de su trayectoria, la exposicién que de ellas ofrecié Knox Ieg6 a ejercer gran influencia y a servir como punto de partida de la mayor parte de las subsecuentes in- terpretaciones de ellas. Si tomamos en cuenta la bibliografia que sobre Collingwood ha aparecido durante las tltimas décadas, y las pruebas de que hoy disponemos gracias a sus manuscritos, tendremos raz6n para creer que el cuadro que Knox ofrece en su prefacio es, mas bien, de naturaleza idiosincrdsica; por lo que es preciso formular algunas preguntas al respecto. Las opiniones de Knox que ejercen mayor influencia son las que se refieren a la trayectoria filoséfica de Collingwood. A su jui- cio, las obras de este tiltimo podrian clasificarse en tres grupos: 1 R,G. Collingwood, resefia de la obra de $. Dill, Romar Society i Gaul in the Merovingian Age, Londres, 1926, Antiquity, r, 1927, p. 117. ery INTRODUCCION DEL EDITOR El primero esta integrado por lo que él llegé a considerar como sus obras de juventud, Religion and Philosophy [Religién y filosofin} (1916) y Speculim Mentis (1924). El segundo se inicia con Essay on Philosophical Method [Ensayo sobre el método fitosdfico] (1933), prosigue con The Idea of Nature (que data, salvo por la conclusién, de 1934), y finaliza con The Idea of History Uden de ta historia} (que data, en gran parte, de 1936). El tiltimo grupo comprende Autobiography (1939), Essay on Me- taphisics (1940) y The New Leviathan (1942). The Principles of Art (1938) tendria afinidad, en parte, con el segundo grupo; y, en parte, con el ter- cero [p. vil]. A Knox lo colmaba de admiracién lo que Collingwood habia escrito durante su “segundo periodo” (1933-1936): en su opinién, Collingwood estaba entonces en el cenit de sus facultades, de lo que constituye un ejemplo en particular la obra An Essay on Phi- losophical Method. Sin embargo, entre 1936 y 1938 la trayectoria de Collingwood sufrié un cambio radical que, segtin Knox no fue, en absoluto, positivo. A juicio de este tiltimo, lo que resulté especial- mente desafortunado fue que Collingwood adoptara una moda- lidad dogmética del escepticismo y del historicismo. Este hecho se advierte de manera especial en Autobiography y en An Essay on Metaphysics. A Knox lo indigné singularmente que en esas dos obras todo el conocimiento se redujera a la historia; y —citando sus notas preparatorias para The Principles of History— el que in- cluso “la filosofia como disciplina independiente fuera liquidada para ser transformada en historia”. Knox asegura tener “pruebas documentales” de que, en contraste con la oposicién recién des- crita, en 1936 Collingwood “segufa creyendo en la posibilidad de la metafisica como estudio independiente, del todo distinto de la historia” (p. x). (Esta aseveracién se encontraria en una carta que Collingwood le dirigié a Knox.) Aun cuando muchos intérpretes posteriores han suscrito la idea de Knox de que en la trayectoria de Collingwood tuvo lugar una “conversi6n radical”, otros, como L. Rubinoff y L. O. Mink, han hecho hincapié en 1a unidad constitutiva del pensamiento y de la trayectoria de Collingwood. No deseo ahondar més sobre este asunto; sélo me referiré a la circunstancia que, en la opinién de Knox, resulté decisiva en el supuesto cambio de rumbo de las ideas de Collingwood: su enfermiza condicién, que se convirtié en un problema desde 1932 y que lo llevé a sufrir una serie de ata- INTRODUCCION DEL EDITOR 25 quesa partir de 1938. Konx sugiere que la enfermedad dai el jui- cio de Collingwood, que se manifestaba en una forma extrema y dogmiatica de historicismo, asi como en un estilo que, en ocasio- nes, resultaba en exceso apasionado, e incluso, podria decirse, fanfarrén. Pero ahora que ya disponemos de los manuscritos de Colling- wood, la posicién de Knox resulta insostenible, Respecto de la po- sible influencia de la enfermedad de Collingwood, ante todo de- berd observarse que se inicié en una fecha anterior a la que Knox sefala. Todo comenzé con las complicaciones que siguieron a la varicela que Collingwood contrajo en abril de 1931. Estuvo gra- vemente enfermo durante un aio entero; por lo que en el primer periodo escolar de 1932 pidié licencia para ausentarse.'? En se- gundo lugar, An Essay on Philosophical Method no fue terminado, como dice Knox, en la primavera de 1932, sino hasta mas de un. ano después, de modo que esa obra se escribié después del pe- riodo de gravedad y no antes, como propone Knox. Ya que éste valora enormemente An Essay on Philosophical Method, e incluso lo considera el libro mas importante de Collingwood, el hecho men- cionado echa por tierra su afirmacién de que el juicio de Colling- wood estaba danado por su enfermedad. No obstante, tal afirma- cién queda invalidada, aun con mayor contundencia, por el hecho de que el ailtimo libro de Collingwood, The New Leviathan, a pe= sar de haber sido escrito cuando su autor estaba en peores condi- ciones, no presenta signos (excepto en la tiltima parte) de un mer- mado dominio en la materia: el fil6sofo de la politica E. Barker, en su resefa de la obra observa incluso que “no podrfa ofrecerse me- jor pensamiento que el que encontramos en las dos primeras par- tes de The New Leviathan”.\5 La insinuacién de Knox de que el pensamiento de Collingwood fue afectado por su estado de salud también se puede rebatir, des- de luego, pues no resulta nada clara la relacién de la gravedad de Collingwood con su decisién de adoptar un punto de vista histo- ticista y eseéptico en extremo. En cuanto a este tiltimo aspecto, es "A propésito de esto, Knox afirma en su prefacio a The Idea of History: “En ese entonces no se tuvo conciencia de que esto era el principio de la enfermiza con- dicién contra la que tendria que luchar heroicamente durante el resto de su vida” (pexni)s 8 Oxford Magazine, 4 de febrero de 1943, p. 163. 26 INTRODUCCION DEL EDITOR pertinente hacer notar que los manuscritos exhiben pruebas de que, por una parte, Collingwood estaba muy consciente, en sus ultimos afos, de los peligros que encierra la postura del escepti- cismo extremo;" y de que, por otra parte, antes de 1936 habria desarrollado ya algunas ideas sobre metafisica que constituian una clara prefiguracién de lo que mas tarde expuso en An Essay on Metaphysics. Por tiltimo, es preciso que hagamos una observacidn a propé- sito de un pasaje que ha sido citado a menudo por varios intér- pretes de Collingwood, y que, en consecuencia, ha ejercido bas- tante influencia en la interpretacién de sus ideas. Knox sostiene que “en un manuscrito con fecha de 1936” Collingwood afirma lo siguiente: San Agustin vio la historia romana desde el punto de vista de los pri- meros cristianos; Tillemont lo hizo desde la perspectiva de un francés del siglo xvi; Gibbon, a partir del enfoque de un inglés del siglo xvi, y Mommsen desde su situacién de aleman del siglo xx, No tiene sen- tido preguntar cual era el punto de vista correcto. Cada perspectiva era el kinico punto de vista posible para quien lo adopts [p. xu} El aspecto del status del pasaje anterior reviste cierta importan- cia, pues se recurre a él con frecuencia para fundamentar el su puesto de que Collingwood era a la vez historicista y relativista. El pasaje en cuestién no figura en los manuscritos. Cuando inte- rrogué a Knox al respecto, me hizo saber que ese pasaje formaba parte de una carta que Collingwood le escribié. Sin embargo, esas Ifneas no aparecen en la correspondencia que Collingwood man- tuvo con Knox y que forma parte de los documentos de este tilti- mo, depositados en la St. Andrews University Library. 4 En efecto, cuando Collingwood estaba gravemente enfermo, es decir, cuando estaba escribiendo The New Leviathan, no dio muestras de sostener un punto de vista historicista y escéptico. 'S Es interesante que en el ensayo “The Philosophy of History” [“La filosofia de la historia] de 1930 Collingwood analiza la misma cuestion con las siguientes palabras: “Cada cual aporta su propia mente al estudio de la historia, y se aproxi- ma aella desde un punto de vista que es caracteristico de él y de su generacién”’ Sin embargo, comenta al respecto: “no por ello se reduce la historia a algo arbi- trario o caprichoso, Ella sigue siendo genuino conocimiento” (W. Debbins (comp.) R.G. Collingwood: Essays in the Philosophy of History, Austin, 1965, pp. 138-139. [Exis- te versién en espanol, publicada por Seix Barral, en 1970.])- INTRODUCCION DEL EDITOR 7 5. La RECEPCION DE QUE FUE OBJETO “THE IDeA oF History” El gran interés en los diversos aspectos del pensamiento de Col- lingwood que existe en nuestros dias, no siempre se manifestd en el pasado. Por el contrario, mientras que en vida se le escatimé a Collingwood un justo reconocimiento como filsofo, y se le solia adosar la etiqueta de “idealista” pasado de moda, después de su muerte todo indicaba que su obra serfa relegada al olvido. Fue la publicacién de The Idea of History lo que en gran parte evité que corriera esa suerte. Y es que casi inmediatamente después de su aparicion en 1946, ese libro se convirtié en un poderoso foco de atenciGn, que se fortalecié con el paso del tiempo. Resulta extra- famente irénico que Collingwood, quien en vida habia publicado una enorme cantidad de trabajos, obtuviera gran parte de su fama después de su muerte; y ademas, como consecuencia de la publi- cacién de un libro que es, de hecho, una labor de retaceria inte grada por conferencias, obras publicadas con anterioridad y frag- mentos del primer borrador de The Principles of History. Podria dedicarse todo un volumen a la historia de la recepcién, de que fue objeto The Idea of History y al andlisis de los distintos puntos de vista que sobre esa obra se han expresado. Dicho tra- bajo no sélo tendria un valor intrinseco, sino que también consti- tuiria un elemento esencial de una historia general de la filosoffa de la historia después dela segunda Guerra Mundial. Y es que no serfa exagerado afirmar que en lo que a ese periodo se refiere, di- ficilmente podria hablarse de un estudio en la materia —al menos en el mundo angloparlante— en el que la aportacién de Colling- wood no fuera tema de discusién, de una u otra manera. No es facil precisar la raz6n por la que The Idea of History atrajo. la atencién de manera tan inmediata después de haberse publi- cado. Una posible explicacién podria ser que su aparicién coinci- did con el surgimiento del interés generalizado hacia la filosofia de la historia durante los afios posteriores a la segunda Guerra Mundial; interés, a su vez, generado en parte por obras como el Estudio de la historia de A. Toynbee y La sociedad abierta y sus enenti- gos de K. Popper. Como resultado de su publicacién, la importancia que revestia 28 INTRODUCCION DEL EDITOR The Idea of History fue objeto de un reconocimiento inmediato tanto por parte de los historiadores como de los filésofos. Aun cuando, como era légico, los comentarios mas pormenorizados se debieron casi exclusivamente a los filésofos, los primeros estudios de Ja obra fueron escritos —lo que no deja de ser interesante— por historiadores. Por ejemplo, M. Beloff, en una resefia intitula- da “The Historians’ Philosopher [“El fil6sofo de los historiado- res”], afirma que no “ [podria] concebirse mejor introduccisn a los estudios histéricos que una combinacién de Autobiography y de esta tinica obra”. Aun cuando A. L. Rowse no suscribfa integra- mente las opiniones de Collingwood, afirmé que The Iden of His- tory era, “a pesar de sus defectos [...] una de las obras mas impor- tantes de cuantas se habian consagrado al tema”.”” Resulta comprensible que los historiadores se interesaran ma en las cuatro primeras partes de The Idea of History, porque en ellas se expone una panordmica hist6rica de la idea de la historia. Por su parte, los filésofos centraron su atencién casi exclusiva- mente en los Epilegomenos. La primera vez que se someticron a discusién algunos aspectos de las idea de Collingwood fue du- rante una sesién en la que participaron conjuntamente la Aristo- telian Society y la Mind Association en julio de 1947.'* Desde entonces hasta el dia de hoy ha sido incesante el flujo de publica- ciones sobre la filosofia de la historia de Collingwood. En los afios cincuenta, en especial por las aportaciones de W. H. Dray y de A. Donagan, el anilisis filoséfico de la obra de Collingwood se hizo cada vez mas minucioso y complejo. A pesar de que esto constitu- y6 un enorme avance en cuanto a la comprensién de las ideas de Collingwood, también tuvo como consecuencia que fueran conta- dos los historiadores que estaban en condiciones de participar ac- tivamente en los debates ubicados en los niveles mas elevados del dlisis filoséfico. Una de las tesis principales de la filosofia de la historia de Col- lingwood es la que se refiere a la estrecha relacién que existe entre Ja historia a parte objecti, es decir, el proceso histérico, y la historia 4@ parte subjecti, o sea, el pensamiento del historiador. En relacién ' Time and Tide, 28 de septiembre de 1946. ¥ Swirday Times, 29 de septiembre de 1946. ‘© “Explanation in History and Philosophy”, Aristotelian Society, suplemento del vol. 21, 1947, pp. 33-77. INTRODUCCION DEL EDITOR 29 con estos dos aspectos, Collingwood propuso nuevas posturas —no s6lo en The Idea of Hisfory, sino también en Autobiography— que han sido objeto de gran interés. En la primera de ellas Col- lingwood afirma que toda la historia debe considerarse como his- toria del pensamiento; en la segunda asevera que la historia es esencialmente la re-creacién del pensamiento del pasado. Al principio, las reacciones que esas doctrinas propiciaron fue- ron predominantemente criticas. Por lo que respecta a los histo- riadores, la raz6n principal de su critica era que al concebir toda la historia como historia del pensamiento, ésta actuaba como idea directiva de la investigacién histérica; y, como tal, la consideraban inadecuada para su practica. En efecto, a esa idea suele rechazar- sela como una limitaci6n inaceptable a las actividades de los his- toriadores, por lo que se la considera, en el mejor de los casos, como el producto de una teoria filoséfica presumiblemente extra- vagante. El supuesto defecto de la teoria se conereta especifica- mente en los siguientes puntos: se afirma que su intelectualismo es por demas manifiesto, de modo que no tiene la capacidad de tomar en cuenta los aspectos menos racionales de los actos hu- manos; y que tampoco puede ofrecer una explicacién de la histo- ria social y econémica en la medida en que el interés de ésta se di- rige a los conglomerados o grupos y a la conducta de las masas, més que a los actos individuales. La doctrina de la re-creacién corrié, de entrada, una suerte si- milar por cuanto fue objeto de comentarios predominantemente criticos; ya que al principio también se interpreté desde un enfo- que metodolégico; esta vez en calidad de idea directriz, cuyo ob- jetivo se cifraba en adquirir conocimiento del pasado. Se pensaba que la postura de Collingwood implicaba que el conocimiento his- t6rico era la unica via por la que podia establecerse contacto di- recto con el pasado, lo que muchos criticos interpretaron como una modalidad de intuicién. En términos generales, esos eriticos argumentaban que la propuesta de Collingwood consistia en una teoria subjetivista de la verdad. Semejante teoria no se basaba en inferencia alguna y no era critica; y, por lo que a ellos concernia, tampoco tomaba en cuenta el conocimiento en general. Podria decirse que la doctrina que afirma que toda la historia es historia del pensamiento constituye, junto con la doctrina de la re- creacién, el nticleo de la filosofia de la historia de Collingwood. 30 INTRODUCCION DEL EDITOR Claro esta que los comentarios sobre ambas doctrinas tienen im- plicaciones de mucho mayor alcance. Asi, por ejemplo, podria- mos referirnos a la naturaleza del pensamiento, a la relacién entre pensamiento y accién, 0 al papel que en la historia desempefian las condiciones objetivas. De manea mas general, y en lo que se refiere a esas cuestiones, también podria sefialarse la importancia intrinseca que, para la explicacién histérica, tiene de suyo la re- creacién. Sobre estos temas se ha ido multiplicando una biblio- gtafia que estd lejos de menguar. Cuando se pasa revista a las interpretaciones de las ideas de Collingwood, no puede menos que restilltar impactante su diver- sidad, ocasionalmente erratica; pero ademas —y sobre todo— su discrepancia, que en algunas ocasiones resulta notable. Por ejem- plo, en cuanto a la posibilidad de un conocimiento histérico obje- tivo, las principales posturas que destacan en esto se le han atri- buido a Collingwood. De 61 se ha dicho que “crefa patéticamente ena posibilidad de un conocimiento incuestionable” ” que even- tualmente coqueteaba “con un relativismo completo”?? ademas de que sostenia que las reconstrucciones del pensamiento del pa- sado son rectificables y, en cierto sentido, hipotéticas”.?! De mane- ra similar, uno de sus intérpretes establece que la doetrina de la re-construccién “debe [...] conducir inevitablemente al escepti- cismo” ” mientras que otro afirma que la teoria de la historia de Collingwood “obedece al designio de responder al escepticismo en loconcerniente a la posibilidad del conocimiento histérico”;* en tanto que un tercer intérprete argumenta que “el andlisis de Col- lingwood no se proponia mostrar que una re-creacién explicativa particular pudiese alguna vez estar fuera de duda o ser conclu yente en ningtin sentido definitivo”.*4 También puede uno encon- trarse con las mas singulares contradicciones. Por ejemplo, uno de sus intérpretes considera a Collingwood dualista y le imputa © G. J. Reiner, History: Its Purpose and Methods, Londres, 1960, p. 21 ® D.M. Mackinnon, resefia de Tie Iden of History para el Journal of Theological Studies, nim. 48, 1947, p. 252. 4 A, Donagan, “The Verification of Historical Theses”, Philosophical Quarterly, ntim, 6, 1956, p. 200. 2M. Mandelbaum, resefia de The Idea of History para el Journal of Philosophy, nim, 44, 1947, p. 187. 2 J. W. Meiland, Scepticism: and Historical Knowledge, Nueva York, 1965, p. 63. * R. Martin, Historical Explanation: Re-enactment and Practical Inference, Whaca, Nueva York, 1977, p. 57. INTRODUCCION DEL EDITOR 31 “su adhesién a una metafisica ofensivamente calificada por G. Ryle como “el dogma del fantasma en la méquina’”®’ en tanto que otro intérprete se refiere al “monismo de Collingwood”, afiadiendo que es “similar al de Ryle, aunque quizd todavia més radical” 2 eCual podria ser la raz6n de esta impactante y en algunas oca- siones sorprendente diversidad que caracteriza a las interpreta- ciones de las ideas de Collingwood; diversidad, ciertamente poco comin —al menos como ésta— en la historia de la filosofia, y a la que W. H. Walsh ha denominado, con algunas reticencias, “un curioso episodio en la historia de las ideas”? Lo anterior puede explicarse con varias razones. En primer lu- gar, debera recordarse que no fue sino hasta el final de su vida que Collingwood hizo el intento de saldar cuentas, definitiva- mente, con sus ideas en torno a la filosofia de la historia. Aun cuando se ocupé del tema durante muchos aftos (punto este sobre el que abundaremos en el momento oportuno), sus publicaciones al respecto fueron lo bastante escasas y dispersas como para ha- ber atraido demasiada atencién. Hemos visto cémo fracasé su proyecto de ver publicados en dos voltimenes (The Idea of History y The Principles of History) sus pensamientos sobre filosoffa de la historia. En segundo lugar, la desconocida existencia de los ma- nuscritos inéditos de Collingwood —de los cuales los mas impor- tantes tratan sobre filosofia de la historia— constituyé uno de los principales impedimentos para la interpretacién de sus ideas. Desde luego, no puede culparse a los intérpretes de Collingwood de las circunstancias adversas relacionadas con la inaccesibilidad alos manuscritos; pero debe competerles alguna responsabilidad por el hecho de que las publicaciones de Collingwood, tanto las relativamente escasas sobre filosofia de la historia como algunas otras relevantes por su vinculacién con este tema, no fueron su- ficientemente tomadas en cuenta. En relacién con las tltimas, podriamos referirnos por ejemplo a The Principles of Art donde Collingwood expone su filosofia de la mente. Fue L. O. Mink, en su obra Mind, History, and Dialectic [Mente, historia y dialéctica] (1969), quien analizé por primera vez de manera explicita la im- J. Cohen, “A Survey of Work in the Philosophy of History, 1946-1950", Philosophical Quarterly, nim. 2, 1952, p. 173. % Pp. Skagestad, Making Sense of Histo! wood, Oslo, 1975, p. 66. The Philosophies of Popper ad Colling- 32 INTRODUCCION DEL EDITOR portancia que la filosofia de la mente de Collingwood tiene para una mejor comprensién de su filosofia de la historia. Existe también una vertiente positiva en la acogida que tuvo la filosofia de la historia de Collingwood. Cuando se revisa tal re- cepcidn, resulta evidente que en ella no todo es confusidn, sino que es posible discernir la progresidn racional que presenta la forma en que se han desarrollado los argumentos de los comen- taristas. Este es especialmente el caso de la doctrina de la re-crea- cidn, la cual es, por mucho, el aspecto de la filosofia de la historia de Collingwood que se ha analizado més profusamente. Hemos visto que al principio esa doctrina se interpreté y por ende, se criticé como si fuese una metodologia que implicara fa- cultades intuitivas por parte del historiador. En 1956 esa “habi- tual interpretacién” fue objeto de la minuciosa critica cabalmente realizada por A. Donagan,” quien sostuvo que la doctrina de la re-creacién no deberfa considerarse una receta metodolégica cuya finalidad seria adquirir conocimiento histérico, sino una respues- taa la pregunta filosdfica sobre la posibilidad de ese conocimien- to. La postura anterior no tardé en ser respaldada por W. H. Dray;* sin embargo, este ultimo también desarrollé a partir de esa hipd- tesis basica una interpretacién propia, a saber: que la compren- sién mediante la reformulacién del pensamiento pasado deberia considerarse como el seguimiento de un argumento practico en el que puede reconocerse una necesidad racional. Dray elaboré de- talladamente este punto de vista en su famosa obra Lacs and Ex- planation in History [Las leyes y la explicacién en la historia] (1957), donde opone un “modelo de explicacién racional” al “modelo no- molégico” del positivismo. Por lo tanto, podria afirmarse que en virtud de ese estudio, las ideas de Collingwood lograron, por pri- mera vez, ejercer su influjo en uno de los puntos mas debatidos en la filosofia de la historia. Después de que Donagan y Dray hicieran sus aportaciones, la interpretacién metodoldgica de la doctrina de la re-creacién, en especial por lo que se refiere a su versién intuitiva, ha ido per- 2 A. Donagan, “The Verifica nim, 6, 1956, pp. 193-208. 2 W. H. Dray, Laws and Explanation in History, Oxford, 1957, p. 128; “R. G. Collingwood and the Acquaintance Theary of Knowledge”, Rewue iterationale de philosophic, u, 1957, pp. 420-432; “Historical Understanding as Re-thinking”, Uni- versily of Toronto Quarterly, ntim. 27, 1958, pp. 200-215. tion of Historical Theses”, Philosophical Quarterly, INTRODUCCION DEL EDITOR 33 diendo terreno incesantemente. En la actualidad, todos los estu- dios serios sobre Collingwood rechazan esa interpretacién y to- man como punto de partida la interpretacién filosdfica. Asf, lo que una vez fue un punto de vista “alternativo” ha legado a eri- girse en el punto de vista “habitual”. Bajo una mirada retrospec- tiva es indudable que este hecho puede calificarse como un avan- ce, ya que los manuscritos de Collingwood, ahora publicados en el presente volumen, establecen de manera concluyente que su doctrina de la re-creacién debe, en realidad, considerarse como la respuesta a una cuestién de cardcter filosdfico y no metodolégica. Los manuscritos ademas ponen de manifiesto que Collingwood desarrollé ideas precisas sobre la metodologia de la historia, ideas que tienen similitud con las que encontramos en The Idea of His- tory, en especial en los ensayos intitulados “La imaginaci6n histé- rica” y “La evidencia del conocimiento histérico”. Los debates en torno a la filosofia de la historia de Collingwood han sido debilitados por la interpretaci6n metodolégica de la doc- trina de la re-creaci6n. Al disminuir la influencia de esta interpre- tacién, el concepto de re-creacién queda en condiciones de ser abordado de manera mis fructifera. Los comentarios més recien- tes ponen de manifiesto que asi ha sucedido, y que las opiniones de Collingwood sobre la légica del uso de preguntas y respuestas, y sobre la evidencia histérica, sin excluir, empero, sus mas impli- citas apreciaciones a propésito de su experiencia como arqueé- logo e historiador, han ido ganando paulatinamente la atencién que merecian. 6. EL DESARROLLO DE LA FILOSOFIA DE LA HISTORIA, DE COLLINGWOOD: INTRODUCCION Cuando Knox comienza su prefacio a The Idea of History con las palabras “Durante los seis primeros meses de 1936 escribié Col- lingwood treinta y dos conferencias sobre The Philosophy of Histo- ry [La filosofia de ta historia]”, su informacién es correcta; y, sin em- bargo, resulta desorientadora. Knox no menciona que, de hecho, Collingwood ya habia impartido anualmente conferencias sobre filosofia de la historia, de 1926 a 1931. Esto significa que las confe- rencias de 1936 no constituyeron las primicias del pensamiento de 34 INTRODUCCION DEL EDITOR Collingwood acerea de la historia, sino que ese pensamiento con- taba ya con una trayectoria propia de por lo menos 10 afios. Las conferencias de 1926 y de 1928 figuran completas en los manus~ critos. Su importancia reside en que constituyen las dos versiones en las que Collingwood desarrollé, por primera vez y de mane- ra explicita, su filosofia de la historia. En respuesta a una pregun- ta que el autor de estas lineas le formuld a Knox, éste argumen- t6 no haber utilizado tales conferencias en su edicién de Tie Idea of History debido a que ignoraba su existencia. Lo anterior es plausible, pues los manuscritos no figuran en la lista de los titu- Jos que la Oxford University Press le envi a Knox para que él los examinara. La reproduccién de las conferencias de 1926 y de 1928 es una primicia de la presente edicién revisada de The Idea of History. Sin embargo, antes de abordarlas es preciso ubicarlas en el contexte pertinente, lo que implica que debemos explayarnos en cuanto a la evoluci6n de las ideas de Collingwood acerca de la historia. Por lo que respecta a esa evolucién en general, la atencién suele cen- trarse en la tesis de la “conversién radical” que Knox postula en su prefacio a The Idea of History. Como ya hemos comentado antes algo sobre este postulado, aqui nos limitaremos a exponer la evo- lucién del pensamiento de Collingwood sobre la historia. Este tema debera considerarse al margen de la discusién acerca de la supuesta “conversién” de Collingwood en 1936. En Autobiography, escrita en 1938, Collingwood ofrece una vivi- da deseripcién de la evolucién de su pensamiento. Aun cuando algunos comentaristas, influidos en parte por la interpretacién de Knox, han puesto en entredicho su verosimilitud, creo que el re- Jato de Collingwood es totalmente digno de confianza. En par- ticular, no hay razén para dudar de que, en lo fundamental, es correcta su tan a menudo citada afirmacién: “El trabajo de mi vida, hasta este momento, tal como la veo desde mis cincuenta afios, ha sido principalmente un intento por producir un rappro- chemrent [acercamiento] entre filosofia e historia” (p. 77). Tanto el relato que ofrece de su controversia con la postura realista como las ensefanzas que le brind6 su experiencia como arqued- logo pueden considerarse una demostracién de ese rapprochement [acercamiento]. Las publicaciones de Collingwood y los manus- critos que se conservaron ejemplifican de igual manera la estrecha INTRODUCCION DEL EDITOR 35 relacién que en su pensamiento guardaban entre s/ la filosofia y la historia. Cuando se analizan los vinculos entre la filosofia y la historia en el pensamiento de Collingwood, ambas disciplinas deberén, desde luego, tomarse en serio. Muchos comentaristas han desde- fiado ese aspecto dual de la filosofia de la historia de Colling- wood, al grado de que una de las tesis principales de Aulobiogia- phy no ha logrado ser comprendida. En relacién con lo anterior, cabe también sefalar que Collingwood ejercié su actividad tanto en el campo de la arqueologia como en el de la historia. La Bre- tafia romana fue su especialidad, demarcacidn esta en la que re- sulta innegable la imposibilidad de separar tajantemente la labor hist6rica de la labor arqueolégica. No obstante, se trata de disci- plinas diferentes, y si se alude sélo a una de ellas, en relacién con las actividades de Collingwood, como pasa en ocasiones, pueden generarse tergiversaciones al respecto. Este es uno de esos casos, debido a que la practica académica, que ahora difiere notablemen- te de la que se aplicaba después de la muerte de Collingwood, de- signa a la arqueologia y a la historia como disciplinas académicas independientes. Ahora bien, aun cuando Collingwood se refiere alternativamente a la historia y a la arqueologia, en realidad su labor discurrié por la triple vertiente de la filosofia, la historia y la arqueologia, motivo por el cual la naturaleza del acercamiento entre esas tres disciplinas se vuelve atin mas compleja. Por otra parte, aunque Collingwood es conocido en nuestros dias sobre todo como fildsofo, no sucedié lo mismo cuando atin vivia. Y es que en el clima filos6fico que imperaba en Oxford en el periodo de entreguerras, Collingwood era, en mayor 0 en me- nor medida, una figura aislada. Como bien lo hace notar S. Toul- min en su introduccién a Autobiography, “el problema era, en par- te, que Collingwood necesitaba un Ambito mas amplio del que la Oxford le ofrecfa en su tiempo”, Podria decirse que su aislamien- to era deseable no s6lo por la cada vez mayor renuncia de Col- lingwood para aceptar el realismo ahi imperante, sino también por su interés en la dimensidn histérica de la filosoffa y en fil6so- fos continentales como Vico, Hegel, Croce y Ruggiero. El aprecio de que ha siclo objeto la labor de Collingwood como historiador y como arqueélogo es de indole muy diferente. En efecto, mientras vivi6, su reputacién de experto sehero en la Bre- 36 INTRODUCCION DEL EDITOR tafia romana y en los intrincados problemas relacionados con el muro de Adriano no conocid opositor. Ademas de numerosos ar- ticulos y resefias que versaban sobre esos temas, Collingwood pu- blicé las siguientes obras: Roman Britain [La Bretaiia romana] (1923, revisada en 1932), el manual intitulado The Archaeology of Roman Brifain [Arqueologia de la Bretafia romana] (1930), y la primera parte de Roman Britain and the English SetHements [La Bretaiia romana y los asentamientos ingleses] (1936). Debemos mencionar asimismo la obra péstuma Roman Inscriptions of Britain, 1. Inscriptions on Stone [nscripciones romanas de Bretatia, i. Inscripciones lapidarias] (1965), a Ja que dedicé muchos afios de trabajo. Aun cuando a la larga Col- lingwood llegé a ocupar la prestigiada cétedra de profesor Wayn- flete de filosofia metafisica en la Universidad de Oxford a partir de 1935, ya con anterioridad él estaba al tanto de que su obra era objeto de apreciaciones encontradas. El 4 de octubre de 1927 le escribid lo siguiente a su amigo, el filésofo italiano Ruggiero: Estoy escribiendo higubremente. Durante cuatro meses he estado in- merso en estudios histéricos, y es ahi donde me encuentro entre ami~ gos y colaboradores benévolos; el retorno a Ia filosofia significa reto- mar una labor sobre la cual cada vez soy mas consciente de que soy un proscrito.2? De esa palabras se desprende claramente que, ademas de su la- bor como filésofo, el desempefio de Collingwood como histo- riador y como arqueélogo no debe tomarse a la ligera. De ello te- nemos un buen ejemplo en la manera en que, en Autobiography, critica vigorosamente la falta de conciencia histérica y, en conse- cuencia, la deficiente epistemologia de los realistas. Collingwood nos hace saber de qué manera utilizaba su practica arqueolégica como un “flaneo de ataque” a la postura realista; y como un “la- boratorio” donde mostraba el modo de concebir la historia de la fi- Josofia. Ahi también se refiere a su principio de no incurrir en la “exeavacin a ciegas”; lo que antafio habia sido practica comtin cuando se excavaba obedeciendo a la curiosidad, a la nostalgia, e incluso al deseo de hallar un tesoro. En contra de esto, Colling- wood solfa hacer hincapié en la importancia que tenia la excava- cién “cientifica”, guiada por el principio metodolégico de nunca * Documentos de Collingwood de la Biblioteca Bodleyana, dep. 27. INTRODUCCION DEL EDITOR 37 dirigirse a un sitio sin tener en mente una pregunta especifica. Este fue el principio que Collingwood generalizé en su logica de preguntas y respuestas —el llamado enfoque baconiano—, al que sobre todo consideré como el sello distintivo de la ciencia, incluida la historia. 6.1, La evolucién de ta filosofia de la historia de Collingwood: 1925-1930 La relacidn entre filosoffa ¢ historia en el pensamiento de Colling- wood también se puede considerar desde otro punto de vista. Las caracteristicas principales de esa relacién pueden encontrarse en sus publicaciones: desde Spectliun Mentis (1924) hasta el ensayo intitulado “The Philosophy of History” (1930). En Speeulun Men- tis Collingwood establece una distincidn entre arte, religién, cien- cia, historia y filosofia como “formas de experiencia”. Estas se analizan en sus mutuas relaciones, donde cobra expresién un des- arrollo dialéctico en el que lo que permanece implicito en un nivel se explicita en el siguiente, hasta culminar en la filosofia. Sin em- bargo, cada una de esas formas de experiencia obedece a su vez a un desarrollo que le es propio. Por lo que se refiere a la historia, Collingwood destaca que, en tiltima instancia, ella desemboca en la ciencia de la historia tal como ésta Ilegé a constituirse en el si- glo xvi y a desarrollarse luego en el xix. Designa por tanto a esta tltima historia “en el sentido especifico del término”; historia en el “mas elevado” sentido; o bien, “la historia de los historiadores” (pp. 203, 211, 216). En Speculunt Mentis, en cl seno de cada una de esas formas de experiencia, se establece una distincién entre la manera en que cada una de ellas se concibe a si misma, considerdndose la tinica experiencia valida, y la concepcién filoséfica. En el primer caso se incurre en el dogmatismo, que, cuando de la historia se trata, adop- ta la forma de realismo, el cual postula que los hechos gozan de una existencia independiente. Ya que el mundo infinito de los he- chos nunca puede ser conocido, surge de manera inevitable el escepticismo; y éste, arguye Collingwood, s6lo puede ser supera- do por la filosofia, es decir, por el estadio del conocimiento “abso- luto” o “concreto”. Después de Speculum Mentis advertimos que ha tenido lugar un 38 INTRODUCCION DEL EDITOR importante y notable viraje en el pensamiento de Collingwood en lo referente a la relacién entre Ja filosofia y la historia. En efecto, a partir de 1925 Collingwood se concentré en un estudio filoséfico de la historia de cardcter intrinseco, es decir, que versaba sobre la naturaleza en si del pensamiento histérico. De acuerdo con Kant, en “The Nature and Aims ofa Philosophy of History” [La natu- raleza y los objetivos de una filosofia de la historia” ] (1925)*° Col- lingwood afirma por primera vez de manera explicita que una fi- losofia de la historia debe asumir tna “actitud critica” de cara a la historia, actitud que consiste en cuestionar “la naturaleza y el valor, los presupuestos y las implicaciones” de esta tiltima. Col- lingwood prosigue su indagacién sobre ese tema en “The Limits of Historical Knowledge” [“Los limites del conocimiento histéri- co” ], publicado en 1928, pero que escribié en 1927.5! En dicho en- sayo plantea que los “hechos” histéricos no constituyen entidades que gocen de una existencia auténoma, sino que deben conside- rarse con base en la eviclencia o en las fuentes, en las que tendria que cimentarse un estudio histdrico. A los ojos de Collingwood, esto tiltimo constituye la caracteristica esencial y distintiva de la historia, en comparacién con la ciencia, la cual puede recurrir a Ja experimentacidn. También sostiene que la evidencia de la cual depende el historiador representa a la vez el limite de su conoci- miento: un historiador no puede ir més alld de lo que la eviden- cia le permite. Junto con esta tiltima consideracién, Collingwood rechaza como ilusoria la pretensidn de que es el pasado “real” lo que intenta indagar el historiador: “lo que sucedié en realidad” no puede ser sino “Io que indica la evidencia”. En este plantea- miento encontramos ya uno de los elementos principales de 1a madurada filosofia de la historia de Collingwood, tal y como esa filosofia cobra expresién en The Idea of History, a saber: el énfasis que pone en la autonomia del historiador y en su supeditacién a la evidencia. En 1930 Collingwood publicé “The Philosophy of History’ uh ensayo que no debe considerarse tinicamente como la conelu- * Reimpreso en Debbins (comp.), Essays, pp. 34-56. [Hay edicién en espanol: R. G. Collingwood, Ensayas sobre filosofia de la hisloria, trad. José Luis Cano Tem- bleque, Barral, Barcelona, 1970.] El ensayo en cuestiGn se titula “La esencia y los fines de una filosofia de la historia”, pp. 75-98. [N. del E.] idem, pp. 90-103 [pp. 135-149 de la edicisn espanola) INTRODUCCION DEL EDITOR 39 sién provisional de su pensamiento acerca de la historia, sino también como el bosquejo del trabajo que se proponia realizar en ese campo. Aun cuando los comentaristas de la filosofia de la his- toria de Collingwood apenas han reparado en ese ensayo, su im- portancia no es por ello limitada, Este mismo ensayo resulta ade- mis interesante, en especial por la manera en que presenta la relacion de la historia, vista como “un interés humano universal y necesario”, con la historia como ciencia. La primera no puede considerarse el equivalente de lo que en Speculum Mentis se deno- mina una “forma de experiencia”, pero tampoco de lo que en An Essasy on Philosophical Method se expone como un concepto filo- s6fico. Siempre que se la considere a partir de la distincién que figura en esa tiltima obra entre conceptos filos6ficos y conceptos empiricos, la historia como ciencia debera hacer las veces de con- cepto empirico de la historia. Collingwood expone ahi, sin exa- bruptos, la transicién del concepto filoséfico al concepto empirico de Ia historia. Debido a que se afirma que la historia constituye un interés humano universal y necesario —si bien se trata de un in- terés de naturaleza especial— estamos, pues, ante un interés inte- lectual y, en consecuencia, ante una forma de conocimiento. A par- tir de lo anterior se concluye que “el interés de la filosofia de la historia se cifra en descubrir las caracterfsticas esenciales de esta forma de conocimiento”.** En este breve bosquejo de la evolucién de la filosofia de la his- toria de Collingwood hemos omitido sus conferencias sobre esa materia. Las conferencias de 1926 y de 1928 se publican en la pre- sente edicién de Idea de la historia y se analizaran por separado. mas adelante. Con objeto de comprender mejor el contexto en el que Collingwood concibié esas conferencias, seria interesante re- ferirnos a un comunicado que Collingwood dirigié, en enero de 1932, a la Faculty of Literae Humaniores* en su calidad de cate- dratico universitario! En ese comunicado leemos lo siguiente: © Reimpreso en Debbins (comp.), Essays, p. 124 [p. 172 de la edicisn espafiola). > Reimpreso en W, J, van der Dussen, History asa Science: The Philosophy of R. G. Collingzwood, La Haya, 1981, pp. 435-438. * En las universidades inglesas como Oxford, el término Faculty sieve para de- signar, mas que un edificio u Grgano administrativo, el claustro de profesores en determinada area, “Faculty of Literae Humaniores” equivale por lo tanto a “Cole- gio de Letras ClAsicas”, aproximadamente. 40 INTRODUCCION DEL EDITOR Entiendo que al nombrarme catedratico de filosofia y de historia roma- na, la Universidad no sélo pretende que yo estudie e imparta esas dos materias, sino también que debo estudiarlas ¢ impartirlas en sus mu- tuas relaciones: es decir, por lo que toca a la filosoffa, que indague en la filosofia de la historia, y, en lo que respectaa la historia, que no pres- cinda de los métodos y la légica de Ia labor histérica, y que haga hin- capié en la relaci6n existente entre la historia y sus fuentes. ‘Mas adelante hace mencién de uno de sus proyectos: Un estudio de los problemas filoséficos que plantea la historia: en es- pecial, a) los problemas légicos y epistemolégicos relacionados con la pregunta: “jc6mo es posible el conocimiento histérico?”, y b) los pro- blemas metafisicos concernientes a la naturaleza y a la realidad de los objetos del pensamiento histérico. (Resulta sorprendente la manera en que Collingwood utiliza casi las mismas expresiones en la pagina 77 de Autobiography, cuan- do explica edmo concibe el rapprochentent [acercamiento] entre la filosofia y la historia.) Collingwood insiste en lo siguiente a pro- pésito de ese proyect Esto es lo que considero mi obra principal, la cual abarca la totalidad de mis estudios filos6ficos e histéricos en sus mutuas relaciones. Opino que en ese terreno atin queda por realizar una importante labor, y que esta tiltima sdlo puede Ievarlaa cabo un historiador experimentado y practicante que también tenga como ocupacién constante la filosofia, La importancia que Collingwood parece atribuirle a su ensayo “The Philosophy of History” puede medirse a partir de una obser- vacién suya en la que afirma que “se trata, en efecto, de Ja sinopsis de un tratado completo, pero no tengo la intencién de comenzar a escribir un tratado semejante sino hasta no haber trabajado, du- rante aios, en los diversos aspectos que presenta la materia”. Alrededor de 1930, el pensamiento de Collingwood acerca de la filosofia de la historia Hegé a una conclusién provisional. Este he- cho no cuenta s6élo con la prueba documental que constituye el comunicado de 1932,* sino que también recibe confirmacién en su Autobiography, donde afirma que la “secuencia de sus pensa- * Collingwood menciona ahf que sus “estudios filosdficos e histéricos en sus. mutuas relaciones” alcanzaron paulatinamente, a lo largo de los ultimos cuatro INTRODUCCION DEL EDITOR 41 mientos” sobre la filosofia de la historia no quedé completa hasta alrededor de 1930" (p. 115) [p. 116 de la edicién espaiola]. 6.2. El desarrollo de la filosoffa de la historia de Collingwood: a partir de 1935 En los aitos que siguieron a 1930 Collingwood se consagr6 a otros temas. En el campo de la filosofia, retomé la obra que habria de concretarse en An Essay ort Philosophy Method y que, en el posterior informe que rindié ante el Colegio, fue descrito como “concebido. para servir como prefacio a una serie de trabajos filos6ficos basados en el concepto de método ahi expuesto”. Este proyecto se llevé a cabo primeramente en sus “Notes towards a Metaphysic” [“Notas para una metafisica”] de 1933-1934, que retine algunos centenares de paginas manuscritas. En ellas se parte del problema de la rela- cién entre materia, vida y mente, con objeto de analizar las diver- sas teorias cosmolégicas y algunas otras relacionadas con el tema, entre las que figurarian las respectivas teorias de Alexander y de Whitehead. De manera paralela, Collingwood se enfrascé en sus trabajos de arqueologia ¢ historia, los cuales cobrarian forma en varias publicaciones que trataban tanto acerca de los aspectos eco- némicos de la Bretafia romana como acerca de la “prehistoria” pre- rromana de esa demarcacidn; y en 1935 puso punto final a su con- tribucién a la obra Roman Britain and the English Settlements. Aun cuando Collingwood no desarrollé una teoria cosmolégi- ca propia, su labor en este campo fructificé en dos importantes subproductos. En sus “Notes towards a Metaphysic” expuso una resefia hist6rica de las teorias sobre la naturaleza, y sobre esa rese- fia dicté conferencias en los aftos 1934, 1935 y 1937. Esas confe- rencias fueron revisadas entre 1939 y 1940; y, como ya vimos, dieron lugar a la publicacién de The Idea of Nature, En segundo término, su andlisis de la relaci6n entre naturaleza y mente dio como resul- tado la postura que Collingwood adopté respecto a la diferencia entre procesos naturales y procesos histéricos: en particular, Col- lingwood desarroll6é la concepcién de que esa diferencia se fun- damenta esencialmente en que, en la naturaleza, el pasado ha de aiios, “una soluci6n provisional por lo que se refiere a la mayor parte de los pro- blemas principales”. 42 INTRODUCCION DEL EDITOR considerarse desligado del presente; mientras que en los procesos mentales caracteristicos de la historia humana, el pasado se con- serva en el presente. La idea anterior es objeto de un examen mas amplio en el ma- nuscrito intitulado “Reality as History”, redactado en diciembre de 1935, y al que Collingwood describié como “un ensayo expe- timental destinado a determinar qué tan lejos puede ser llevada la tesis de que toda la realidad es historia y de que todo conoci- miento es conocimiento histérico”. Asimismo, en este ensayo se examinan las repercusiones que dicha idea (sobre la conservacién del pasado es el presente por lo que respecta a los pracesos men- tales) tiene para el conocimiento histérico, que de este modo que- da confrontado con las ciencias naturales. Collingwood sostiene que el principio de comprensién histérica consiste en que el flujo de la realidad se torna inteligible y no se reduce a entidades esta- ticas, como sucede en el pensamiento griego, o a leyes asimismo -estaticas, como acontece en la ciencia moderna. En el mismo ensa- yo se analizan cules son las consecuencias de esta postura para Ja idea de naturaleza humana, al caracterizar al hombre como un “hijo rebelde” de la naturaleza. Con “Reality as History” alcanzamos la “segunda fase” de la evoluci6n de la filosofia de la historia de Collingwood, en tanto que la primera tuvo lugar entre 1925 y 1930. Hemos visto que en 1930 sus ideas sobre el tema confluyeron en una conclusién pro- visional; y que en los aitos subsiguientes se dedicé a otros asun- tos. Sin embargo, en 1935 Collingwood retomé la filosofia de la historia en “The Historical Imagination” [“La imaginacién histé- rica”), ensayo que en nuestros dias es ampliamente conocido de- bido a que se publicd en The Idea of History. El hecho de que expu- siera ese ensayo en ocasién de su conferencia inaugural (28 de octubre de 1935) es indicativo de que, en su nuevo cargo, tenia la intencién de proseguir el andlisis de la relacién entre filosofia ¢ historia que habia comenzado 10 aiios atras. A ese ensayo lo si- guid el manuscrito de “Reality as History”, y en enero de 1936 dio lectura a un articulo cuyo tema era “Can Historians be Impar- tial?” [“Pueden ser imparciales los historiadores?”]. En marzo de ese mismo ano escribié el primer borrador de “Human Nature and Human History [“La naturaleza humana y la historia huma- na”], cuya versién final se reimprimié en The Idea of History. INTRODUCCION DEL EDITOR 43 Ademis de esos ensayos, no slo el manuscrito “Notes on His- tory of Historiography and Philosophy of History” [Notas sobre historia de la historiografia y filosofia de la historia”), de 1936, sino en particular las conferencias sobre filosofia de la historia que im- partidé ese mismo ano constituyen una clara prueba del renovado: interés de Collingwood en el tema de la filosofia de la historia. Es- tas conferencias, de cuya publicacién en The Idea of History ya he- mos hablado, obedecen a un plan completamente distinto del de aquellas realizadas en 1926 y 1928. Resulta interesante sefalar que en sus “Notes on History of Historiography and Philosophy of History”, al parecer escritas como preliminares de las conferencias, Collingwood retorna al tema de la re-creacién del pensamiento pasado.* “La formula requiere ser bien aclarada”, senala, y ense- guida procede a exponer la ambigtiedad del término pensamiento, el cual puede significar tanto néesis (el acto de pensar) como néena (el objeto del pensamiento). Collingwood llega a Ia conclusion de que la historia tendria que concebirse como néeseos néesis (es decir, como el acto de pensar sobre un acto de pensar). El acto de pensar que realiza el historiador, sostiene Collingwood, es de una clase peculiar, ya que tanto el objeto de su pensamiento como la relacién que sostiene con éste son de una naturaleza singular: “porque, en este caso especifico, el acto absorbe en si el objeto, lo transforma en un elemento de si mismo”, para sugerir asi que lo trasciende. A lo que Collingwood se refiere en este pasaje es al concepto de “encapsular” el pensamiento pasado en el pensamiento actual del historiador, tal como lo expone en Autobiography (p. 114) [p. 115 de la edicién espaitola]. Ese concepto, sin embargo, atin no habia sido explicitamente desarrollado por Collingwood en el capitulo de The Idea of History donde se expone Ja doctrina de la re-creacién —capitulo que forma parte de “Metaphysical Epilegomena” [“Epilegémenos metafisicos”] en las conferencias de 1936—. Al término de sus conferencias de 1936 sobre filosofia de la his- toria, Collingwood se dedicé de nuevo a otros temas (no obstante que las conferencias se repitieron en 1937); esta vez, basicamente, al folclor y a la metafisica. Empero, en el momento de empezar Autobiography, escrita en septiembre de 1938, regresé —por terce- ra ocasién— a la filosofia de la historia; ahora con la idea de escri- % Documentos de Collingwood de la Biblioteca Bodleyana, dep. 13, pp. 19-22. 44 INTRODUCCION DEL EDITOR bir The Principles of History. A pesar de que empez6 a trabajar en ese proyecto en febrero de 1939, durante su estancia en las Indias Orientales Holandesas, esa obra, como sabemos, nunca la termi- né. (Cabe mencionar, por cierto, que Collingwood escribié An Essay on Metapiysics en el periodo transcurrido a bordo del buque que lo lev al Este.) Puesto que la intencién de Collingwood al redactar The Prin- ciples of History era elaborar un libro totalmente nuevo acerca del tema, resulta interesante formular algunas conjeturas a propésito del giro que le habria dado. Tales conjeturas, empero, no dejarian de ser demasiado arriesgadas porque, independientemente de los pocos extractos publicados en The Idea of History, de ese libro sélo se conserva el proyecto.” De cualquier modo, existen algunos indicadores que merecen nuestra atencién. En primer lugar, nos sorprende descubrir que, después de haber escrito las conferencias de 1926 y de 1928, el ter- cer capitulo de The Principles of History (que, como dijimos, se ex- traviG) incluyera un tercer planteamiento de la re-creacién. Re- sulta interesante que Collingwood contraste en esta ocasién dicho concepto con los de “pasado muerto y definitividad”; pero que ademias no lo analice, como ya lo habia hecho, dentro del contex- to de las interrogantes sobre cémo es posible el conocimiento his- torico y como deberia estudiarse la historia. Es muy probable que lo que Collingwood quiso recalear en The Principles of History fueron algunas de las repercusiones de mayor alcance de la doctrina de la re-creacién. Podemos encontrar algu- nos indicios del contexto de esas repercusiones en los manuscri- tos que contienen sus notas preliminares sobre historiografia, en Jas que se afirma que debido a que el pasado es re-creable “no es algo que haya cesado de acontecer”; y que, puesto que asi es, el pasado hecho presente “es lo mismo que se ha conocido histéri- camente”.* Por lo tanto, es posible asumir que en el fragmento extraviado de The Principles of History, Collingwood reemprendid el andlisis de la doctrina de la re-creacién en el contexto del con- cepto de la vigencia del pasado en el presente, al contrastarlo con la idea de un pasado mucrto y definitivo. 7 Reimpreso en Van der Dussen, History as « Science, pp. 431-432. “ Documentos de Collingwood de la Biblioteca Bodleyana, dep. 13, p. 19. INTRODUCCION DEL EDITOR 45 El esquema correspondiente a The Principles of History no s6lo evidencia que la doctrina de la re-creaci6n se analizaba ahi desde una nueva perspectiva, de mayor alcance; sino que Collingwood abrigaba la intencién de hacer lo mismo con su concepto de his- toria. Un indicio de esta afirmacién se advierte, por ejemplo, en el capitulo cuarto de la primera parte de The Principles of History, ca- pitulo al que Collingwood bautizé como “History as the Self- knowledge of Mind” [“La historia como autoconocimiento de la mente”], y que Knox edité con el titulo de “History and Freedom” (“Historia y libertad”]. En ese breve ensayo Collingwood elabora un argumento notable acerca de la idea de la estrecha conexién existente entre la historia a parte subjecti y la historia a parte objecti. Ahi se sostiene que la idea de historia como una ciencia aut6noma, libre de las ciencias naturales, no s6lo se encuentra intimamente relacionada con, sino que de hecho es inseparable de la nocién de “que la acci6n racional es libre de la dominacién de la naturaleza y construye su propio mundo de asuntos humanos (res gestae) a su antojo y a su manera” (p. 318). Mas atin, Collingwood opina que la idea de la libertad humana sdlo podria aprehenderse integra- mente cuando la idea de la historia como ciencia auténoma haya logrado madurar. Este argumento puede considerarse un ejemplo de lo que en el capitulo introductorio de The Iden of History recibe el nombre de “segunda etapa” de la filosofia de la historia. Co- llingwood compara esta etapa con aquella en la que la filosofia de la historia se concibe como un andlisis de la historia que es en sf una forma especifica de conecimiento, y a la que posteriormente describe como “una revisién completa de todas las cuestiones fi- los6ficas a la luz de los resultados alcanzados por la filosofia de la historia en sentido estricto” (pp. 6-7). A partir del esquema de The Principles of History es posible infe- rir que Collingwood en realidad proyectaba desarrollar en ese libre una filosofia de la historia “en sentido amplio”, es decir, que pretendia profundizar en las implicaciones que sus ideas a pro- pésito de la historia pudiesen tener para ciertas cuestiones filos6- ficas generales. Esto queda claro cuando Collingwood afirma, en la parte final del esquema, que “la historia es la negacidn de la distincién tradicional entre teorfa y practica”, puesto que esta dis- tincién depende de que tomemos “la observaci6n de la naturale za, donde el objeto es presupuesto”, como “nuestra tipica forma 46 INTRODUCCION DEL EDITOR de conocimiento”. En contraste, para la historia “el objeto es re- presentado y, por lo tanto, no es un objefo en absoluto”. “Si se des- arrolla esta idea con cuidado —contintia Collingwood— debe- ra surgir sin dificultad una caracterizacién histérica de la moral y de la civilizacién, que contraste con nuestra actual visién ‘cien- tifica’”. En esta parte de The Principles of History Collingwood no pro- fundizé nunea, debido principalmente a que, como ya lo vimos, el estallido de la guerra lo decidié a consagrarse a The New Leviathan. No obstante, algunos aspectos de su planteamiento fueron objeto de desarrollo en ese libro; y, mas especificamente, en sus confe- rencias sobre “Bondad, justicia, utilidad”, impartidas en 1940.” Enesas conferencias, Collingwood compara el concepto de “deber” con los conceptos de “utilidad” y de “derecho”. En tanto que el tl- timo incluye dosis de veleidad y de irracionalidad, el deber es, en cambio, la expresién de la verdadera libertad y de la verdadera ra- cionalidad; ya que una acci6n basada en el deber es estrictamen- te individual y surge de la conciencia que se tiene de una situa- cién particular. Collingwood equipara la historia con el hecho de que un agente tenga conciencia de la particularidad de su actua- ci6n y de su situacién. Tal hecho se da, afirma Collingwood, por- que la historia también se ocupa de las “acciones individuales lle- vadas a cabo por los seres humanos en situaciones individuales”. Collingwood sostiene, ademas, que el historiador cuando trabaja no sdlo es consciente de su “propia situacién como historiador” enfrentado a ciertas evidencias del pasado, sino que también es consciente de su quehacer en dicha situacién, es decir, de su acti- vidad entendida como interpretacién de esa evidencia”.*’ De esta manera, lo mismo que en su ensayo intitulado “History and Free- dom [“Historia y libertad”], Collingwood compara aqui la labor del historiador con cierto enfoque de una cuestidn filoséfica de mayor alcance, esta vez relativa a la ética; y, en concreto, de acuer- do con su concepto de deber. Lo anterior puede considerarse cier- tamente como parte de la formulacién de una moral histérica, tal * En David Boucher (comp), R. G. Collingwood: Essays in Political Philosophy, Oxford, 1989, pp. 150-159, se reimprimen extractos de esas conferencias. El texto completo de estas tiltimas esta publicado en la ediciGn revisada de Boucher de The New Leviathan, Oxtord, 1992, pp. 391-479. Ibid, p. 155. 48 INTRODUCCION DEL EDITOR diferente. Y es que en “The Historical Imagination” la historia crf- tica es valorada por formar parte de una “revoluci6n copernica- na” y relacionarse con la concepcién de Bacon (pp. 236237); en tanto que en “Historical Evidence” Ja sittia con una fase de la his- toria de “tijeras y engrudo”, aunque esta ultima esté “en el cre- piisculo de su disolucién” (p. 260). Es innegable que la distincién tajante entre historia critica e historia cientifica, que se expone en el dltimo ensayo, no concuerda con la postura habitual de Col- lingwood, pues él solia recalcar que la evidencia deberia ser siem- pre percibida en relacidn con el planteamiento de ciertas pregun- tas, y con determinados principios de interpretacidn. El hecho de que el argumento que se expone en “Historical Evidence” no concuerde con las opiniones mas elaboradas que Collingwood desarrollé en otros textos, también puede observar- se en la manera como analiza la naturaleza inferencial de la his toria. En este primer capitulo de The Principles of History Jas infe- rencias histéricas se comparan con inferencias de naturaleza deductiva e inductiva; sin que Collingwood Hegue a precisar el cardcter de la inferencia histérica. Lo unico que afirma al respec- to es que, al igual que las ciencias exactas, la inferencia histérica se sigue inevitablemente. Collingwood sostiene que un argumen- to histérico se puede probar “con el mismo rigor que una demos- tracién matematica” (p. 262). El tinico requisito que establece al respecto es que lo anterior slo es aplicable a la historia cientifica, pero no a la historia de “tijeras y engrudo”. Collingwood no pro- fundiza en esta tesis; s6lo se entrega a la practica de Ja ciencia de la historia, al grado de aseverar: “No discuto; le aclaro a él las cosas” (p. 263). El que Collingwood no pudiese ofrecer un argumento a favor de la tesis segtin la cual una conclusién en historia puede resultar tan definitiva como una demostracién matematica constituye, desde luego, un desacierto, que ha sido debidamente criticado. Resulta obvio que en “Historical Evidence” se expone de manera insuficien- te la naturaleza de la relacién entre evidencia y conocimiento his- térico. No obstante, el tema se trata mds adecuadamente en “The Historical Imagination”, aun cuando aqui no se examina en for- ma explicita la naturaleza de una inferencia histérica. En efecto, en este ensayo se hace destacar la naturaleza imaginativa y cons tructiva del pensamiento histérico, de modo que podria afirmarse INTRODUCCION DEL EDITOR 49 que son justamente esos aspectos los que desempefian el papel principal en las inferencias histéricas. A diferencia de lo que de- clara en “Historical Evidence”, en “The Historical Imagination” sostiene que “en la historia, como en todas las cuestiones funda- mentales, ninguna conquista es definitiva” (p. 248). Cabe concluir, de lo hasta ahora expuesto, que, el capitulo dedi- cado a “Historical Evidence” no constituye, en absoluto, la opi- nién definitiva (ni mucho menos la mejor) de Collingwood sobre el tema en cuestin. Deberfa tomarse al respecto, de manera espe- cial, el hecho de que “Historical Evidence” es sdlo el primer bo- rrador del primer capitulo de The Principles of History. Para encon- trar un desarrollo mas satisfactorio del mismo tema, sera necesario retomar las conferencias sobre filosofia de la historia impartidas por Collingwood en 1926 y 1928. 7. Las CONFERENCIAS DE 1926 y DE 1928 SOBRE FILOSOFIA DE LA HISTORIA Collingwood acostumbraba transcribir fntegramente sus confe- rencias. De las que escribié sobre filosofia de la historia s6lo se conservan completos los manuscritos de 1926 y 1928. De hecho, y ya que falta el manuscrito original de las conferencias de 1936, las conferencias de 1926 y 1928, junto con los fragmentos de The Idea of History, Autobiography y algunos articulos, constituyen los tini- cos textos importantes de la filosoffa de la historia de Colling- wood que sin duda alguna pueden considerarse auténticos. Esta observacion es por demas singular si se toma en cuenta no sdlo la cantidad de publicaciones del autor, sino también el hecho de que Collingwood consideraba a la filosofia de la historia su principal interés, y también que su fama pdstuma se basa en buena medi- da en sus aportacionesa esa disciplina. La confluencia de circuns- tancias que a ello dieron lugar ya se expuso antes. La especial importancia que revisten las conferencias de 1926 y de 1928 se cifra en que en ellas figuran las primeras formulacio- nes de largo alcance de las ideas de Collingwood sobre filosofia de la historia. Asi, gracias a ellas es posible respaldar documen- talmente la primera fase de su filosofia de la historia. Muchos de los aspectos mejor conocidos de su filosofia de la historia poste- 50 INTRODUCCION DEL EDITOR rior se desarrollan por primera vez en esas conferencias, y por ello nos ofrecen una oportunidad invaluable para comprender mejor sus puntos de vista. Sin embargo, en algunas ocasiones, en esas conferencias se descubren argumentos o énfasis diferentes de aquellos que ocupaban un lugar sobresaliente en los anteriores planteamientos de la filosofia de la historia de Collingwood. De aqui que también puedan servir a los fines de una eventual recon- sideraci6n de ciertos aspectos de su pensamiento. En la interpretacién de esas conferencias es particularmente re- levante reparar en la importancia que tiene presentarlas en la perspectiva y el contexto que les corresponden. Aun cuando es indudable que ellas dan luz sobre varios aspectos de la filosofia de la historia de Collingwood, no deben considerarse como si fue- ran la expresién de su opinién definitiva sobre el tema. En tiltima instancia, Collingwood se habria opuesto vigorosamente a mejante interpretacién. Y es que, de acuerde con su concepcién, la mente se encuentra por naturaleza en un proceso de evolucién permanente, de lo cual no sdlo su pensamiento es clara muestra, sino que él mismo Jo concibié en estos términos. Por ejemplo, reescribia una y otra vez sus conferencias sobre ética, ademas de que las dos versiones (1926 y 1928) de sus conferencias sobre filo- soffa de la historia nos proporcionan una prueba mas de su me- ticulosidad al respecto. En An Essay on Philosophical Method, la filosofia es descrita como “una forma del pensamiento humano sujeta al cambio, expuestas al error, capaz de progresar”. “Por lo tanto, si el progreso ha de continuar —anade Collingwood—, el filésofo, igual que cualquier estudiante, debe recapitular periddi camente sus avances y expresar sus conclusiones de manera sis- temética” (p. 180). Sin embargo, en el prefacio a las conferencias de 1928 Collingwood advierte que “ningtin sistema es algo mas que un lugar de reposo temporal para el pensamiento”. En esas mismas conferencias y en las de 1926 asegura que cada estudio histérico constituye un “informe provisional” del avance logrado en la investigacién. Asif, en lo que respecta a la filosofia, a Colling- wood Je complacia referirse a la siguiente frase de Hegel: “Bis hierher ist das Bewusstsein gekommen” [“La conciencia ha llega- do a este punto”). Otra cita a la que Collingwood era muy aficionado y a la que recurria con frecuencia era la descripcién de Platén del pensa- INTRODUCCION DEL EDITOR 51 miento como un “didlogo del alma consigo misma”. Y la Hevaba a la practica cuando escribia, y muchos de sus manuscritos dan testimonio de ello: en sus “Notes towards a Metaphysic” [“Notas para un metafisica”], Collingwood incluso se refiere explici- tamente al intento de “pensar sobre el papel”. Deben considerar- se sus conferencias como el resultado de semejantes intentos, y probablemente sea ésta la razén por la que fueron escritas inte- gramente. Una vez hechas estas observaciones preliminares, las conferen- cias de 1926 y de 1928 deberian hablar por si mismas, motivo por el cual nos limitaremos a ofrecer algunos comentarios acerca de sus antecedentes para facilitar su comprensién. En diciembre de 1925, dos semanas antes de iniciar sus confe- rencias sobre filosofia de la historia, Collingwood escribié el articu- lo “Some Perplexities about Time: With an Attempted Solution” [“Algunas paradojas acerca del tiempo: una solucién tentativa”],"" que habrfa de leer ante la Aristotelian Society en febrero de 1926, Ese articulo es de especial interés porque podria decirse que sir- vis como punto de partida a sus conferencias. En su andlisis del concepto del tiempo, Collingwood establece en el seno del ser una distinci6n entre lo real y Lo ideal. Afirma que lo unico real es el pre- sente, si bien éste se compone de dos elementos ideales: el pasado (la necesidad) y el futuro (la posibilidad). Segtin Collingwood, a pesar de que el pasado y el futuro por naturaleza son ideales, ellos estan, respectivamente, “viviendo en el presente” y “germinando en el presente”; esto es, son “totalmente reales y, en verdad, no son sino el presente en si”.” A pesar de que en ese articulo se ocu- pa del concepto de tiempo y no de la posibilidad del conocimien- to del pasado, Collingwood incluye de paso algunas observacio- nes a propésito de este tiltimo. Afirma ahi: “Supongo que lo que conocemos debe existir realmente”, y luego afiade: “Si esto es asi, entonces no podemos conocer en realidad ni el pasado ni el futu- ro [..] Del pasado y del futuro como tales sélo podemos hacer conjeturas mejor o peor fundamentadas”. Por supuesto, también no tiene més remedio que admitir que las conjeturas acerea del uno y del otro son de naturaleza diferente, por lo que concluye: * Proceedings of the Aristotelian Society, nueva serie, nim. 26, 1925-1926, pp. 135-150, 2 Ibid, p. 149. 52 INTRODUCCION DEL EDITOR “Por consiguiente, tanto el pasado como el futuro frustran nues- tro empefno de conocerlos, pero lo hacen de diferente manera y por distintas razones”."* Esa frustracién, que reconoce abiertamente y que atafie a la na- turaleza del conocimiento histdrico, es clara sefial de que, por una parte, las ideas de Collingwood sobre filosofia de la historia atin no habjan madurado, y, por la otra, de que sus conferencias sobre el tema, escritas inmediatamente después del articulo que dedicé al tiempo, deben considerarse, ciertamente, como un intento de “ajustar cuentas” consigo mismo, tal como lo consigna en la intro- duccidn a las mencionadas conferencias. De los primeros parrafos de las conferencias de 1926 se infiere que se ha de entender como la secuela del articulo anterior, toda vez que en ellas se expone el concepto de tiempo y la diferencia entre conocimiento histérico y memoria. Mas adelante, Colling- wood abunda en la naturaleza del conocimiento histérico, cen- trando su atencién en las fuentes de la historia y en los principios que rigen la interpretacién de estas tiltimas. Al final, Collingwood vuelve a la conclusién que hizo figurar en su articulo sobre el tiempo, afirmando que al pasado habria que considerarlo como ‘un elemento ideal que forma parte del presente y, en este sentido, existe realmente como presente. Collingwood no ha dejado de suscribir la idea de que sdlo puede conocerse lo real, lo que impli- ca un grave problema en lo que concierne al estatuto del conoci- miento del pasado. Lo nico que sefiala al respecto es que el pasa- do, en la medida en que constituye un elemento ideal constitutive del presente, “puede, por lo tanto, ser estudiado en la misma for- ma general y en igual medida en que es posible estudiar cual- quier otra abstraccién”. La anterior dificilmente podria considerarse una respuesta sa- tisfactoria a la pregunta filosdfica fundamental de cémo es posi- ble el conocimiento histérico. Al parecer, Collingwood mismo se percaté de ello y no pens6 que sus conferencias de 1926 fueran su tiltima palabra al respecto, ya que el 18 de agosto de 1926 le eseri- bid a Ruggiero lo siguiente: “Por mi parte, estoy tratando de acla- rar mi concepcién de la historia —para lo cual Croce y Gentile son de gran ayuda, si bien no me satisfacen del todo— y madurando Ibid., pp. 146-147. INTRODUCCION DEL EDITOR 53 el punto de vista que expuse en Speculum Mentis. Y nunca inte- rrumpo el estudio de la historia en si”. En Autobiography Collingwood informa que en 1928, cuando estaba de vacaciones en la casa de campo Le Martouret, cerca de Die, en Francia (p. 107), dio “otro paso adelante” en su concep- cién de la historia, motivo por el cual incluimos en la presente edici6n revisada de The Idea of History ese importante episodio de su evoluci6n intelectual. El “manuserito de Die” consiste en una nueva serie de confe- rencias sobre filosofia de la historia que lleva el titulo de “Out- lines of Philosophy of History” [“Esbozas de una filosofia de la historia”]. En esta ocasi6n, Collingwood inicia su disertacién en el punto donde habia terminado sus conferencias de 1926, a saber: el problema atin no resuelto de la relacién existente entre el pasa- do ideal y el presente real, con objeto de exponerlo desde la pers- pectiva de cémo es factible resolver, de manera filos6ficamente satisfactoria, el asunto de la posibilidad y la legitimidad del co- nocimiento histérico. Es en este contexto donde por primera vez se desarrollan el notable concepto de la re-creacidn del pensa- miento pasado y la doctrina de que toda historia es historia del pensamiento. En ese primer capitulo de las conferencias de 1926 se exponen diversos aspectos de esas dos doctrinas que dieron lugar a tantas controversias. Es posible encontrar aqui, aunque Collingwood to- davia no utilice los términos de manera explicita, planteamientos relacionados con la idea del encapsulamiento del pensamiento- pasado en el presente, con la distincién entre la mediatez y la in- mediatez en el pensamiento, con la naturaleza de ste y con la identidad de los pensamientos pasados y presentes. Sin embargo, resulta curioso percatarse de que cuando Collingwood se refiere en Autobiography al manuscrito de Die, lo que menciona en prime- ra instancia es la distincién entre historia y pseudohistoria, dis- tincién esta que ya estaba implicada en la doctrina segtin la cual toda la historia es historia del pensamiento. Los puntos de vista que Collingwood expone en el primer capi- tulo del manuscrito de Die constituyen el nuevo elemento mas sobresaliente en comparacién con las conferencias de 1926. Sin 4 Reimpreso en A. G. Olivetti, Due saggi su R. G, Collingwood: Cor un'appendice di lellere incdite di Collingwood a G. de Ruggiero, Padua, 1977, p. 99. 54 INTRODUCCION DEL EDITOR embargo, en algunas ocasiones esos puntos de vista colocan en una perspectiva diferente algunos de los temas que también son objeto de su atencién en las primeras conferencias. Este es el caso especial en el que los problemas se exponen en el contexto de la estrecha relacién —segtin recalca Collingwood— entre la historia a parte subjecti y la historia a parte objecti, relaci6n que se despren- de de las doctrinas del primer capitulo, mencionadas hace poco. Tanto las conferencias de 1926 como las de 1928 dan la oportu- nidad, tinica, de sondear en los origenes de la filosofia de la histo- ria de Collingwood. Algunos de los temas que ahi se examinan, ¢ incluso los términos que figuran en ellas, les resultardn familiares a los lectores de The Idea of History y de Autobiography, como, por ejemplo, las nociones de autoridades, de historia de “tijeras y engrudo”, de historia de la historia, el enfoque baconiano 0 la 1é- gica de preguntas y respuestas y la naturaleza de la evidencia. No obstante, en algunos casos es manifiesto que Collingwood ha mo- dificado su opinién ulteriormente. Por ejemplo, en las conferen- cias de 1928 rechaza la noci6n de causalidad histérica a pesar de que mis tarde habria de desarrollar una nocidn espeeffica de cau- sa en sentido histérico. De manera similar, en esas mismas confe- rencias rechaza la idea de que las brechas existentes entre uno y otro fragmentos de conocimiento han de ser colmadas por la ima- ginacién, en tanto que en “The Historical Imagination” se consi- dera que esa tarea de la imaginacién constituye una de las carac- terfsticas fundamentales del pensamiento histérico. Es en casos como éste que reviste singular importancia la exhortacién a con- siderar a la filosofia de la historia de Collingwood como posee- dora de su propia historia. Las conferencias también muestran ciertas caracteristicas que no concuerdan con la manera en que suele examinarse la filosofia de la historia de Collingwood. Por ejemplo, resulta sorprendente cudnta atencidn se les presta en ellas a los aspectos interpretativos del estudio de la historia, asi como a la manera en que la inter- pretacién procede en realidad de diversas formas y en todos los niveles desde el examen de las fuentes hasta los distintos tipos de construccién narrativa. Ello mas bien contrasta agudamente con, por ejemplo, el hincapié que se hace en el tema de la explicacién, el cual ha dominado durante algtin tiempo la filosofia de la his- toria, y en el que los puntos de vista de Collingwood también han INTRODUCCION DEL EDITOR 55 desempefiado su papel. Me atrevo a sostener que las opiniones que Collingwood expone en las conferencias de 1926 y de 1928 no carecen de interés para los debates que tienen lugar hoy en dia. Este es ciertamente el caso en lo que se refiere al hoy tan debati- do tema del aspecto narrativo de la historia; aunque también las conferencias revisten importancia, por ejemplo, para el tema, bas- tante menos debatido, de la interpretacién de la evidencia, Lo que probablemente le causaré al lector mayor impresiOn es el grado en que las conferencias ponen de manifiesto la vasta ex- periencia de su autor tanto en la practica arqueolégica como en el ejercicio de la historia, asi como la manera en que ello contribuye adar consistencia y autenticidad a sus argumentos filoséficos. Ade- mids, no obstante que algunos aspectos de las conferencias llega- réna constituir, sin duda, motivo de debate, es preciso reconocer que estan escritas con elegancia y que en ellas los argumentos se caracterizan por su concisi6n. El hecho de que las conferencias de 1926 fueran escritas en cinco dias y las de 1928 redactadas duran- te unas vacaciones en Francia no hace sino poner de manifiesto la energia sin precedentes con que Collingwood podia entregarse a su tarea en el momento en que estaba en la cima de sus facultades. Las conferencias de 1926 estan precedidas por un “Anidlisis pre- liminar” que Collingwood afiadié en 1927, a manera de nueva in- troducci6n, cuando repitié sus conferencias sobre filosofia de la historia del afo anterior. El “Andlisis preliminar” fue escrito en abril de 1927, durante un viaje a Italia en el que Collingwood se hosped6 en la casa de Ruggiero en Roma, y fue subtitulado como “The Idea of a Philosophy of Something, and, in Particular, a Phi- losophy of History” [Idea de una filosofia de algo y, en particular, de una filosofia de la historia’”]. Mas tarde, en Die, Collingwood afiadié una nota que decia: “Escrito en Roma, entre arranque y so- bresaltos, en abril de 1927. No he vuelto a leerlo, pero por lo que recuerdo del contexto o de las situaciones mentales en los que lo compuse, saspecho que el ensayo es caético y que practicamente carece de valor”. Sin embargo, para nosotros ese ensayo tiene va- lor en la medida en que nos brinda la oportunidad de compren- der mejor lo que Collingwood pensaba en ese entonces acerca de la filosofia de la historia. Mas especificamente, ese ensayo resulta interesante porque esclarece ante nosotros la concepcién que Col- lingwood se habia forjado de las relaciones entre filosofia de la 56 INTRODUCCION DEL EDITOR historia y filosofia en general, y entre la filosofia de la historia y el estudio de la historia en si. También tiene valor como “informe provisional” acerca de la postura de Collingwood respecto de este asunto después de haber escrito Speculum Mentis y antes de haber redactado el ensayo “The Philosophy of History” y An Essay on Philosophical Method. El “Anilisis preliminar™ tiene un marcado sabor kantiano. Col- lingwood sostiene que la filosofia debe ocuparse de lo universal y necesario, es decir, de conceptos trascendentales. Tal como sucede con las conceptos de pensamiento, accién, arte y ciencia, Collingwood considera la historia, en su sentido filosdfico, como un concepto trascendental. Afirma, ademas, que este sentido debe distinguirse del concepto empirico que tenemos de ella, 0 sea, del concepto de historia tal como los historiadores la ejercen. Sin em- bargo, el concepto empirico de la historia tiene sus propios tras- cendentales, y éstos han de entenderse como las caracteristicas universales y necesarias del estudio de la historia. La trayectoria de Collingwood como filésofo, arquedlogo e his- toriador expresa admirablemente su perenne convicci6n de que el estudio de la historia es de vital importancia, tanto individual- mente, para el intelecto humano, como colectivamente, con miras al proceso historico. Por esta razn recale6 con idéntico vigor la necesidad de poseer una adecuada comprensién de la naturaleza de la historia y de los principios que rigen su estudio. Todo esto requeria un acucioso examen de los aspectos universales y nece- sarios de la historia. Son estos tltimos los que se analizan de ma- nera excepcional en las conferencias de 1926 y de 1928 y, por lo tanto, constituyen un complemento invaluable de la filosofia de la historia de Collingwood tal como nos ha sido posible conocerla en The Idea of History. BIBLIOGRAFIA SELECTA SOBRE LA FILOSOFIA DE COLLINGWOOD Boucher, D. (comp.), R. G. Collingwood: Essays in Political Philosopley, Ox- ford, 1989. , The Social and Political Thought of R. G. Collingwood, Cambridge, 1989. Debbins, W. (comp.), R. G. Collingwood: Essays int the Philosophy of History, INTRODUCCION DEL EDITOR 57 Austin, Texas, 1965, (Aqui se editan los articulos de Collingwood sobre filosofia de la historia escritos entre 1921 y 1930.) 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Un tercer sentido de la designa- cin se encuentra en varios positivistas del siglo xix para quienes la filosofia de la historia consistia en el descubrimiento de las le- yes generales que gobiernan el curso de aquellos acontecimientos cuyo relato corresponde a la historia. La tarea postulada por la “filosoffa” de la historia, segtin la en- tendian Voltaire y Hegel, solamente podia cumplirse por la histo- ria misma, mientras que para los positivistas se trataba del intento de convertir la historia, no en una filosoffa, sino en una ciencia empirica, como la meteorologia. En cada uno de estos casos, un concepto distinto de filosofia era lo que determinaba la manera de conceptuar la filosofia de la historia. En efecto, para Voltaire, filosofia significaba pensar con independencia y criticamente; pa- ra Hegel, significaba pensar acerca del mundo como totalidad; para cl positivista del xix, significaba el descubrimiento de leyes uniformes. El empleo que yo le doy al término “filosoffa de la historia” di- fiere de los anteriores, y para explicar qué cosa entiendo con él diré primero algo acerea de mi modo de concebir la filosofia. La filosofia es reflexiva. La mente filosofante nunca piensa sim- plemente acerca de un objeto, sino que, mientras piensa acerca de cualquier objeto, siempre piensa también acerca de su propio pensar en torno a ese objeto. De esta suerte, a la filosofia puede 59 60 INTRODUCCION lamirsele pensamiento en segundo grado, pensamiento acerca del pensamiento. Por ejemplo, descubrir cual sea la distancia enire la Tierra y el Sol es una tarea para el pensamiento en primer grado, en el caso, tarea para la ciencia astronémica; mas por otra parte, descubrir qué cosa es precisamente lo que hacemos cuando descubrimos la distancia que separa a la Tierra del Sol es una ta- rea para el pensamiento en segundo grado, en este caso, tarea para la légica o para la teoria de la ciencia. Cuanto hemos dicho, sin embargo, no quiere decir que la filo- soffa sea la ciencia de la mente, es decir, la psicologia. La psicolo- gia es pensamiento en primer grado: trata de la mente del mismo modo que la biologia trata de la vida. No se ocupa de la relacién entre el pensamiento y su objeto; se ocupa directamente del pen- samiento como algo netamente separado de su objeto, como algo que simple y sencillamente acontece en el mundo, como un fend- meno de tipo especial que puede examinarse por sf solo. Pero la filosoffa jamas se ocupa del pensamiento por si solo; siempre se ocupa de su relacién con su objeto, y por lo tanto se ocupa del ob- jeto en la misma medida en que se ocupa del pensamiento. Esta distincién entre la filosoffa y la psicologia puede ilustrarse con la diferencia de actitudes que adoptan estas dos disciplinas respecto al pensar histérico, que es un tipo especial de pensa- miento que se ocupa de un tipo especial de objeto, al cual, provi- sionalmente, definimos como el pasado. Muy bien puede el psi- célogo interesarse en el pensar histérico; bien puede, en efecto, analizar los tipos peculiares del acontecer mental que se dan en el historiador; puede, por ejemplo, concluir que los historiadores son gente que construye un mundo de ilusiGn, como hacen los ar- tistas, dado que son demasiado neursticos para poder vivir ade- cuadamente en el mundo de la realidad; pero que, a diferencia de los artistas, proyectan ese su mundo de ilusidn hacia el pasado, porque relacionan el origen de su neurosis con acontecimientos pasados de la nifiez y una y otra vez se lanzan hacia el pasado en el vano empeno de desembarazarse de la neurosis. Y aun podria llevarse semejante anélisis a mayor detalle, mostrando que el interés del historiador en un importante personaje tal como Julio César no es sino la expresién de su actitud infantil respecto a su padre, y asi en todo lo demas. Ahora bien, no quiero sugerir que semejantes andlisis sean pura pérdida de tiempo; solamente de- INTRODUCCION 61 seo describir un ejemplo tipico a fin de sefalar que en esos casos la atencién se concentra exclusivamente en el lado subjetivo de la relacién primaria sujeto-objeto. Se atiende al pensar del historia- dor, pero no al objeto de ese pensar, es decir, el pasado. Todo ana- lisis psicoldgico del pensamiento histérico seria enteramente igual en el supuesto de que no hubiese en absoluto tal cosa como el pasado; de que Julio César fuese un personaje imaginario, y de que la historia no significara conocimiento sino pura fantasia. Para el filésofo, el hecho que reclama su atencién no es el pasa- do por si solo, como acontece para el historiador, ni tampoco es el pensar del historiador acerea del pasado por si solo, como aconte- ce para el psic6logo. Para el fildsofo el hecho es ambas cosas en su mutua relaci6n. El pensamiento en su relacién con su objeto no es puramente pensamiento sino que es conocimiento. De esta suer- te, lo que para la psicologia es la teorfa del puro pensar, es decir, de los acontecimientos mentales abstrafdos de todo objeto, para la filosofia es la teorfa del conocimiento. Alli donde el psicélogo se pregunta cémo piensan los historiadores, el filésofo se pregunta cémo conocen los historiadores, c6mo llegan a aprehender el pasa- do. Pero a la inversa, es al historiador, no al filésofo, a quien com- pete la aprehensi6n del pasado como una cosa por si; le compete, por ejemplo, afirmar que hace tantos o cuantos aiios, tales y cua- les sucesos verdaderamente acontecieron. El filésofo se interesa por tales sucesos, pero no en cuanto cosas por si, sino como cosas conocidas por el historiador. Le compete, pues, preguntar, no qué clase de sucesos fueron y cuando y dénde acontecieron, sino cual es su condicién que hace posible que el historiador pueda conocerlos. En consecuencia, el filésofo debe pensar acerca de la mente del historiador, pero al hacerlo no duplica la labor del psicélogo, puesto que para él el pensamiento del historiador no es un com- plejo de fendmenos mentales, sino un sistema del conocimiento. También debe el filésofo pensar acerca del pasado, pero no de modo que duplique la tarea del historiador, porque, para él, el pasado no es una serie de sucesos, sino un sistema de cosas cono- cidas. Podria decirse lo mismo afirmando que en cuanto el fildsofo piensa acerca del lado subjetivo de la historia es un epistemélogo y que en cuanto piensa acerca del lado objetivo es un metafisico; pero semejante manera de decir seria peligrosa porque sugiere 62 INTRODUCCION que los aspectos epistemolégico y metafisico de su tarea pueden tratarse por separado, lo que seria un error. La filosofia no puede divorciar el estudio del conocer del estudio de lo que se conoce, imposibilidad que se desprende directamente de la nocidn acerca de la filosofia como un pensar en segundo grado. Pero si tal es el cardcter general del pensar filosdfico, qué quie- ro decir cuando califico el término “filosofia” con las palabras “de la historia”? ¢En qué sentido hay una especial filosofia de la his- toria, diferente de la filosofia en general y de la filosofia de cual- quiera otra casa? Es habitual admitir, si bien un tanto indefinidamente, que el cuerpo de la filosoffa permite distinciones. Casi todo el mundo distingue la légica o la teoria del conocimiento de la ética 0 la teo- ria de la accién, aunque la mayoria de quienes aceptan semejante distincién estarian también de acuerdo en que conocer es en cier- to sentido accidn, y que la accién, como la estudia la Gtica, es (0 por lo menos implica) cierto modo de conocer. El pensamiento que estudia el légico es un pensamiento que se propone descubrir la verdad y es, por lo tanto, un ejemplo de actividad encaminada hacia un fin, y esto ya es una concepcidn ética. La accién que es- tudia el filésofo moral es una accién fundada en el conocimiento en la creencia acerca de lo que es bien y mal, y conocer 0 creer ya son conceptos epistemoldgicos. Resulta, pues, que la logica y Ja ética estan en relacién estrecha y en verdad son inseparables, si bien no se confunden. Si, por lo tanto, hay una filosofia de la his- toria, hemos de pensar que estard en no menos estrecha relacién con las dems ciencias filosGficas especiales que la relacién en que estan entre si aquellas dos disciplinas. Mas entonces es preciso preguntar por qué la filosofia de la his- toria ha de constituir un estudio especial, en lugar de encontrarse subsumida en una teoria general del conocimiento. A lo largo del curso de la civilizacién europea la gente ha pensado histérica- mente, hasta cierto grado; pero no ha sido habitual reflexionar acerca de las actividades que se ejecutan con relativa inconscien- cia. Solamente el encuentro de dificultades nos obliga a cobrar conciencia del esfuerzo que nos cuesta superarlas. De esta mane- ra, pues, la tematica de la filosofia, en cuanto que ésta (la filoso- fia) es el desarrollo organizado y cientifico de una autoconscien- cia, depende periddicamente de la problematica particular que, INTRODUCCION 63 en un momento dado, presenta dificultades especiales. El inven- tario de los temas mas destacados por la filosofia de una nacion en cualquier periodo de su historia revela cudles fueron los pro- blemas especiales que en esos momentos se sintieron como retos a la totalidad de las energias mentales. Los temas de periferia o subsidiarios revelan, en cambio, las cuestiones que no ofrecieron. demasiada dificultad, Ahora bien, nuestra tradicién filos6fica se remonta sin inte- rrupcidn hasta la Grecia del siglo vi, y en aquella época el proble- ma intelectual principal consistia en la tarea de fundamentar las matemiaticas. La filosofia griega, por lo tanto, situaba las matema- ticas en el centro de sus preocupaciones, y el estuclio de la teoria del conocimiento se entendia ante todo y sobre todo como estu- dio de teoria del conocimiento matemiatico. Desde entonces, hasta hace un siglo, ha habido dos grandes 6pocas constructivas de la historia europea. En la Edad Media los problemas centrales del pensamiento se referfan a la teologia y, por consiguiente, los problemas filos6ficos surgieron de la refle- xién sobre la teologia y se ocupaban de las relaciones entre Dios y el hombre. A partir del siglo xvi, hasta el siglo xix inclusive, el es- fuerzo principal del pensamiento tuvo por meta la fundamenta- cién de las ciencias naturales, de donde resulté que la filosofia erigié en tema capital el estudio de la relacién entre la mente hu- mana, en cuanto sujeto, y el mundo natural de las cosas situadas espacialmente en torno a ella, en cuanto objeto. Durante todo este tiempo también se meditaba, claro esta, sobre la historia, pero el pensar hist6rico siempre era de un tipo comparativamente ele- mental y aun rudimentario: no suscitaba problemas de dificil so- lucién y por eso no se vio precisado a reflexionar sobre si mismo. En el siglo xv, sin embargo, la gente empezé a pensar erftica- mente acerca de la historia, de la misma manera que ya habia aprendido a pensar criticamente acerca del mundo exterior, por- que fue entonces cuando la historia comenzé a perfilarse como una forma particular del pensamiento, que no se parecia nia las matematicas, nia la teologia, nia la ciencia. Esta reflexién sirvié para mostrar que la teoria del conocimien- to fundada en la nocién de que las matemiticas, la teologia o la ciencia, 0 las tres unidas, bastaban para agotar los problemas del conocimiento en general ya no era satisfactoria. El pensamiento 64 INTRODUCCION histérico postulé un objeto dotado de peculiaridades propias. El pasado, en efecto, constituido por acontecimientos particulares situados en el tiempo y en el espacio, pero que ya no acaecen, no puede aprehenderse por el pensamiento matemdatico, porque este tipo de pensamiento aprehende objetos que no tienen situacién especial en el espacio y en el tiempo, y sucede que precisamente por esa falta de situacién espacio-temporal es por lo que son cog- noscibles. Tampoco puede aprehenderse el pasado por via del pensamiento teolégico, porque el objeto peculiar de ese tipo de pen- samiento es un objeto singular e infinito, en tanto que los sucesos histéricos son finitos y plurales. Lo mismo debe decirse del pen- samiento cientifico, porque las verdades que descubre la ciencia se conocen como verdad al ser encontradas por via de la observa- cién y del experimento ejemplificado en aquello que en realidad percibimos; pero en el caso de la historia el pasado ha desapare cido y las ideas que nos formamos acerca de 1 no pueden ser v rificadas de la manera que verificamos nuestras hipétesis cient{- ficas. Las teorias del conocimiento, pues, hechas para dar raz6n del conocimiento matematico, teolégico y cientifico no incluian los problemas especiales del conocimiento histérico, y si se postu- Jaban como teorias capaces de dar razén de todo conocimiento era porque en realidad implicaban la imposibilidad de todo cono- cimiento histérico. Semejante consecuencia no tuvo importancia mientras el cono- cimiento histérico no se impuso a la conciencia de los fildsofos al mostrar dificultades de tipo especial y al elaborar una técnica pe- culiar para resolverlas. Pero cuando eso acontecié, como en efecto aconteciG, hablando aproximadamente, durante el siglo xix, en- tonces la situacién fue que las teorias vigentes del conocimiento se dirigian hacia los problemas especiales de la ciencia, y eran herederas de una tradicién fundada en el estudio de las matema- ticas y de la teologia, en tanto que aquella nueva técnica histérica, surgiendo por todos lados, quedaba sin explicacién. Se sintié, pues, la necesidad de abrir una inquisicién especial cuyo propési- to fuese el estudio de semejante problema o grupo de problemas, a saber: los problemas filoséficos creados por la existencia de la actividad de la investigacidn histérica organizada y sistematica. Tal inquisici6n puede con justicia reclamar el titulo de filosofia de la historia, y a semejante inquisicién aspira a contribuir este libro. INTRODUCCION 65 Dos etapas se presentarén a medida que progrese el estudio. Primero se tendra que elaborar la filosofia de la historia, no, cier- tamente, en compartimiento cerrado, porque en filosoffa no los hay, pero si en condiciones de relativo aislamiento, en cuanto se la considere como un estudio especial de un problema especial. El problema, en efecto, pide tratamiento especial, justo porque las filosofias tradicionales no se ocupan de él, y requiere cierto aisla- miento porque es regla general que aquello no afirmado por una filosofia es lo que niega, de tal suerte que las filosofias tradiciona- les llevan consigo la implicacién de ser imposible el conocimiento hist6rico. La filosofia de la historia tendra, por lo tanto, que dejar- las aun lado hasta que logre formular una demostracién inde- pendiente acerca de cémo la historia si es posible. La segunda etapa consistira en establecer las relaciones entre esta nueva rama de la filosofia y las viejas doctrinas tradicionales. Toda adicion al cuerpo de las ideas filos6ficas acarrea en cierto grado una alteracién a todo cuanto ya estaba, y la constitucién de una nueva ciencia filoséfica acarrea la revisién de las antiguas. Por ejemplo, la constitucién de la ciencia natural moderna y de la teoria filosdfica surgida de la reflexidn sobre ella, tuvo una reac- cin sobre la légica establecida al producir un general desconten- to respecto a la légica silogistica que trajo su sustitucién por las nuevas metodologias de Descartes y de Bacon. La misma causa obré sobre la metafisica teolégica que habia heredado de la Edad Media el siglo xvi y produjo las nuevas concepciones de Dios que encontramos, por ejemplo, en Descartes y en Spinoza. El dios de Spinoza es el dios de la teologia medieval segiin result6 después de revisado a la luz de la ciencia del siglo xv. De esta suerte, en tiempos de Spinoza, la filosofia de la ciencia ya no era una rama particular de la investigacién filosdfica separada de las otras: ha- bia permeado a todas las demas y habia producido una filosofia completa concebida toda ella con un espiritu cientffico, En el caso que nos ocupa, estas consideraciones nos ponenen aviso de la ne- cesidad de intentar una revisi6n completa de todas las cuestiones filoséficas a la luz de los resultados aleanzados por la filosofia de la historia en sentido estricto, y esto producira una nueva filosofia que sera una filosofia de Ja historia en sentido lato, es decir, una filosofia completa concebida desde el punto de vista hist6rico. Es preciso conformarnos si, de las dos etapas, cl presente estu- 66 INTRODUCCION dio s6lo representa a la primera. Lo que aqui intento, en efecto, es una investigacion filos6fica acerca de la naturaleza de la historia considerada como un tipo o forma especial del conocimiento que tiene un tipo especial de objeto, dejando a un lado, por el momen- to, la cuestidn siguiente, o sea, cémo tal investigacién afectard otras partes del estudio filoséfico. § 2. La NATURALEZA, BL OBIETO, EL, METC Y EL VALOR DE LA HISTORIA Lo que la historia sea, de qué trata, como procede y para qué sir- ve, son cuestiones que hasta cierto punto serian contestadas de diferente manera por diferentes personas. Sin embargo, pese a esas diferencias, hay en buena medida acuerdo entre las contesta- ciones. Tal acuerdo, por otra parte, se hace mas estrecho si se exa- minan las contestaciones con vista a desechar aquellas que proce- den de testimonios tachables. La historia, como la teologia o las ciencias naturales, es una forma especial de pensamiento. Si eso es asi, las cuestiones acerca de la naturaleza, el objeto, el método y el valor de esa forma de pensamiento tienen que ser contesta- das por personas que retinan dos condiciones. La primera condicién es que tengan experiencia de esa forma de pensamiento. Tienen que ser historiadores. Ahora bien, hoy dia todos somos historiadores en cierto sentido, puesto que toda persona educada ha recibido una ensefanza que incluye cierta proporcién del pensar histérico. Pero eso no basta para conside- rar que esas personas estén calificadas para poder opinar acerca de la naturaleza, del objeto, del método y del valor del pensamien- to histérico. La razén es, primero, que la experiencia del pensar histérico que asi obtienen es, con toda probabilidad, muy superfi- cial, de tal suerte que las opiniones fundadas en dicha experien- cia tendrian parecido valor al que puedan tener las opiniones acerca del pueblo francés de alguien que sélo las fundara en una visita de fin de semana a Parts. Pero, segundo, la experiencia ob- tenida en cualquier terreno a través de las vias educativas comu- nes y corrientes tiene que estar invariablemente atrasada, En efecto, la experiencia del pensar histérico adquirida por esas vias se modela sobre lo que dicen los libros de texto, y estos libros INTRODUCCION 67 siempre se atienen no a lo que se esté pensando por los auténti- cos historiadores al dia, sino por lo que pensaron los auténticos historiadores de algtin momento en el pasado cuando se estaba creando el material en bruto del cual se compaginé el libro de tex- to. Y no son tan sdlo los resultados del pensamiento histérico lo que esté atrasado para la fecha en que quedan incorporados al libro de texto, sino también los principios que rigen el pensa- miento histérico, es decir, las ideas acerca de la naturaleza, el abjeto, el método y el valor de ese tipo de pensamiento. En tercer lugar y en conexién con lo que acaba de decirse, todo conoci- miento adquirido por via de educaci6n trae aparejada una ilusién peculiar: la ilusion de lo definitive. Cuando un estudiante esta in statu pupillari respecto a cualquier materia, tiene que creer que las cosas estan bien establecidas, puesto que su libro de texto y sus maestros asi las consideran. Cuando por fin sale de ese estado y prosigue el estudio por su cuenta, advierte que nada esta final- mente establecido, y el dogmatismo, que siempre es sefial de in- madurez, lo abandona. Considera, entonces, a los llamados he- chos bajo una nueva luz y se pregunta si aquello que su libro de texto y su maestro le ensefaron como cierto, realmente lo es. ¢Qué razones tuvieron para creer que era la verdad? Pero ademas geran, acaso, adecuadas tales razones? Por otra parte, si el estu- diante sale del estado pupilar y no prosigue sus estudios, jamas logra desechar la actitud dogmética, circunstancia que, precisa- mente, lo convierte en una persona especialmente inadecuada para contestar las preguntas que arriba se han planteado. No hay nadie, por ejemplo, que con toda probabilidad conteste peor esas preguntas que un fildsofo de Oxford que, por haber leido en su juventud a Greats, fue un estudiante de historia y cree que esta ju- venil experiencia del pensar histérico lo califica para decir lo que la historia es, de qué trata, c6mo procede y para qué sirve. La segunda condicién que debe reunir una persona para con- testar esas preguntas consiste en que no s6lo tenga experiencia del pensar histérico, sino que también haya reflexionado sobre tal experiencia. Tiene que ser no sdlo un historiador, sino un fildsofo, y en particular que su preocupacién filos6fica haya concedido especial atencién a los problemas del pensar histérico. Ahora bien, es posible ser un buen historiador (aunque no un historia- dor del mas alto rango) sin que concurra esa reflexién acerca de la 68 INTRODUCCION propia actividad de historiador. Es atin més plausible ser un buen profesor de historia (aunque no la mejor clase de profesor) sin tal reflexién. Sin embargo, es importante reconocer al mismo tiempo que la experiencia es previa a la reflexién sobre esa experiencia. Aun el historiador menos reflexivo retine la primera condicién: posee la experiencia sobre la cual ha de reflexionarse, y cuando se le incita a reflexionar sobre ella, es casi seguro que sus reflexiones sean pertinentes. Un historiador que haya trabajado poco en filo- sofia probablemente contestard nuestras cuatro cuestiones de un modo mis inteligente y positivo que un filésofo que haya trabaja- de poco en historia. Atentas estas consideraciones, voy a contestar a mis cuatro pre- guntas, pero de tal modo que, segtin creo, las respuestas serdn aceptadas por cualquier historiador de nuestros dias. Se trata de contestaciones crudas e inmediatas; pero servirdn de acotacién provisional de nuestro asunto y, ademas, seran defendidas y ela- boradas a medida que avance nuestra meditacién, a) La definicion de [a historia. Me parece que todo historiador es- tara de acuerdo en que la historia es un tipo de investigacién o in- quisicién. Por ahora no pregunto qué clase de investigacién sea. Lo esencial es que genéricamente pertenece a lo que Hamamos las ciencias, es decir, a la forma del pensamiento que consiste en plantear preguntas que intentamos contestar. Es necesario tener presente que la ciencia en general no consiste en coleccionar lo que ya sabemos para arreglarlo dentro de tal o cual esquema. Consiste en fijarnos en algo que no sabemos para tratar de descu- brirlo, Jugar a rompecabezas con cosas que ya conocemos puede ser un medio util para alcanzar aquel fin; pero no es el fin en si. Enel mejor caso es s6lo el medio. Tiene valor cientifico en la me- dida en que el nuevo arreglo nos ofrece la contestacién a una pre- gunta que ya hemos pensado plantear. Esa es la razdn de que toda la ciencia empieza con el conocimiento de nuestra propia ig- norancia; no de nuestra ignorancia acerca de todo, sino acerca de alguna cosa precisa. De, por ejemplo, el origen del parlamento, la causa del céncer, la composicién quimica del sol, la manera de ha- cer funcionar una bomba sin esfuerzo muscular por parte de un hombre, de un caballo o de otro animal décil. La ciencia averigua cosas, y en este sentido la historia es una ciencia. b) El objeto de Ia historia. Una ciencia difiere de otra en que ave- INTRODUCCION 69 rigua cosas de diferente clase. ;Qué clase de cosas averigua la his- toria? Respondo que averigua res gestae, es decir, actos de seres humanos que han sido realizados en el pasado. Aunque es cierto que esta respuesta da lugar a cuestiones, muchas de ellas polémi- cas, asi y todo, y cualquiera que sea el modo en que se resuelvan esas cuestiones, es un hecho que queda en pie la proposicién de que la historia es la ciencia de res gestae, o sea el intento de contes- tar cuestiones acerca de las acciones humanas realizadas en el pasado. c) ¢Cémo procede Ia historia? La historia procede interpretando testimonios. Entiéndase por testimonio la manera de designar colectivamente aquellas cosas que singularmente se llaman docu- mentos, en cuanto un documento es algo que existe ahora y aqui, y de tal indole que, al pensar el historiador acerca de él, pueda obtener respuestas a las cuestiones que pregunta acerca de los sucesos pasados. Aqui también surgen muchas cuestiones difici- les tocantes a cuales sean las caracteristicas de los testimonios y cémo interpretarlas. No hay por ahora, sin embargo, necesidad de suscitarlas, porque lo decisivo es que cualquiera que sea la manera en que se contesten, los historiadores concederan que el proceder en historia, 0 sea su método, consiste esencialmente en la interpretacién de testimonios. d) Por tiltimo, para qué sirve la historia? Quizé esta pregunta sea mds dificil que las anteriores: quien intente contestarla tendra, en efecto, que considerar un campo. mas amplio que el propio de las otras tres interrogaciones que ya contestamos. Tendra que reflexionar, no tan s6lo sobre el pensar histérico, sino sobre otras cosas también, porque decir que algo es “para” algo implica una distincién entre A y B, donde A sea bue- no para algo y B sea aquello para quien algo es bueno. De todos modos sugeriré una contestacién, pensando que no habra histo- riador que la rechace, si bien los problemas que implica son nu- merosos y arduos. Micontestacién es que la historia es “para” el autoconocimien- to humano. Generalmente se considera importante que el hombre se conozca a si mismo, entendiendo por ese conocerse a si mismo, no puramente conocimiento de las peculiaridades personales, es decir, de aquello que lo diferencia de otros hombres, sino conoci- miento de su naturaleza en cuanto hombre. Conocerse a si mismo 70 INTRODUCCION significa conocer, primero, qué es ser hombre; segundo, qué es ser el tipo de hombre que se es, y tercero, qué es ser el hombre que uno es ¥ no otro. Conocerse a sf mismo significa conocer lo que se puede hacer, y puesto que nadie sabe lo que puede hacer hasta que lo intenta, la tinica pista para saber lo que puede hacer el hombre es averiguar lo que ha hecho. El valor de la historia, por consiguiente, consiste en que nos ensefa lo que el hombre ha hecho y en ese sentido lo que es el hombre. § 3. Los PROBLEMAS DE LAs PARTES I-IV La idea de la historia que acabo de resumir brevemente es una idea moderna, y antes de proceder, en la quinta parte de este li- bro, a exponerla y desarrollarla en mas detalle, me propongo aclararla con una investigaci6n acerca de su historia. Los historia- dores de nuestros dias piensan que la historia debe ser: ¢) una ciencia, 0 sea un contestar cuestiones; b) pero una ciencia que se ocupe de las acciones de los hombres en el pasado, ¢) investiga- das por medio de la interpretacién de los testimonios, y d) cuyo fin es el autoconocimiento humano. Mas no es ésta la manera en que siempre ha sido entendida la historia. Citemos, por ejemplo, lo que al respecto nos dice un autor reciente! hablando de los sumerios del tercer milenio antes de Cristo: La historiografia esté representada por las inscripciones oficiales que conmemoran la edificacién de los palacios y de los templos. El estilo teacrdtico de los escribas lo atribuye todo a la accién de la divinidad, segtin puede advertirse por el siguiente pasaje, uno de muchos ejem- plos que podrian aducirse: “Una disputa surge entre los reyes de Lagash y de Umma acerea de los limites de sus respectivos territories. La disputa se somete al ar- aje de Mesilim, rey de Kish, y se soluciona por los dioses, de quie- nes los reyes de Kish, de Lagash y de Umma no son sino agentes 0 mi- nistros. “El dios Ningirsu y el dios Shara deliberaron sobre el informe veri- dico del dios Enlil, rey de los territorios. Mesilim, rey de Kish, en aca- ' Monsieur Charles F. Jean, en Edward Eyre, European Civilization, Londres, 1935, vol. 1, p. 259. INTRODUCCION a tamiento al mandato de su dios Gu-Silim... erigi6 en [este] lugar una estela, Ush, isag de Umma, obré de acuerdo con sus designios ambicio- s0s. Quité la estela de Mesilim y vino a la Ilanura de Lagash. A la justa palabra del dios Ningirsu, guerrero del dios Enlil, se libré un combate con Umma. A la palabra del dios Enlil, la gran red divina derribé a los enemigos, y en lugar de ellos se colocaron en la llanura unos tells fune- rarios.” Ahora bien, nétese que monsieur Jean no dice que la historio- grtafia de los sumerios era ese tipo de cosas, sino que deniro de la literatura de ese pueblo la historiografia esté representada por ese tipo de cosas. Entiendo que quiere decir que semejante tipo de expresién no es verdaderamente historia, sino algo que en cierto sentido se le asemeja. Mi comentario acerca de esto seria el si- guiente. Una inscripcién como la que hemos citado expresa una manera de pensar que ningtin historiador moderno calificaria de historia, porque, en primer lugar, carece de la naturaleza de lo cientifico: no es, en efecto, un intento de responder a una cuestign cuya respuesta el escritor comience por ignorar; simplemente se trata del relato de algo que el escritor conoce como un hecho. Pero en segundo lugar, el hecho relatado no es de actos humanos, sino de actos divinos. Claro esta que tales actos divinos se resuel- ven en actos humanos, pero se les concibe ante todo no como. acciones del hombre, sino como acciones de los dioses, y en cuan- to eso es asi, la idea expresada no es histérica respecto a su objeto, de donde resulta que tampoco es histérica respecto a su método, ya que no hay interpretacién alguna de testimonios ni, por otra parte, es histérica respecto a su valor, puesto que no se advierte que su meta consista en alcanzar un autoconocimiento humano. El conocimiento aleanzado en un relato de esa indole no es, por lo menos no lo es primariamente, un conocer humano acerca del hombre, sino un conocer humano acerca de los dioses. Desde el punto de vista del autor, pues, la inscripcién transcrita no es lo que nosotros llamamos un texto hist6rico. El escritor no. escribia historia, escribia religién. Sin embargo, desde nuestro punto de vista esa misma inscripcién puede utilizarse como un testimonio histérico, puesto que un historiador moderno, atento a las res gestae humanas, puede interpretarla como testimonio de las acciones llevadas a cabo por Mesilim y Ush y por sus stibdi- 72 INTRODUCCION tos. Pero es que, por asi decirlo, sélo adquiere péstumamente su caracter de testimonio historico, en virtud de nuestra actitud his- térica respecto a ella, a la manera en que los pedernales prehisté- ricos o la cerémica romana adquieren el cardcter péstumo de tes- timonios histéricos, no porque quienes fabricaron esos pedernales y cerdmica pensaron que eran testimonios histéricos, sino porque nosotros los tomamos como tales, Los antiguos sumerios no dejaron tras de ellos nada que poda- mos calificar de historia. Si por acaso tuvieron algo asi como una conciencia histérica, no dejaron de ella constancia alguna. Podre- mos afirmar que necesariamente la tuvieron, porque, para nos- otros, la conciencia histérica es un rasgo tan verdadero y tan ge- neral de la vida que no comprendemos c6mo puede faltarle a nadie; pero la verdad de semejante afirmacién es muy dudosa. Si nos atenemos a los hechos, tal como se revelan documentalmen- te, me parece que debemos pensar que la conciencia histérica de los antiguos sumerios es lo que Ilaman los cientificos una entidad oculta, algo que las reglas del método cientifico nos impide con: derar en atencién al principio de la Navaja de Occam, a saber: que entia non sunt multiplicanda praeter mecessitatem Hace 4.000 afios, pues, nuestros precursores en la civilizacién no posefan lo que nosotros Ilamamos la idea de la historia. Esto, hasta donde nos es dado verlo, no era porque tuviesen la cosa en si y no hubiesen reflexionado sobre ella. Era porque no tenian la cosa en si. La historia no existia. Existia, en su lugar, algo que en cierta manera se asemejaba a lo que nosotros llamamos historia, pero diferfa de lo que llamamos historia en las cuatro caracteristi- cas que hemos identificado en la historia tal como existe hoy dia. La historia tal como existe hoy dia, pues, ha surgido en los ulti- mos 4000 aftos en las regiones del Asia occidental y en Europa. gCémo acontecié esto? gCudles son las etapas que ha recorrido esa cosa llamada historia para llegar a existir? Tal es la cuestion cuya respuesta, un tanto escueta y sumaria, se ofrece en las partes 1a lv de este libro. Primera parte LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA § 1. Historia TEOCRATICA Y MITO ¢Cuéles fueron los pasos y las etapas que, para llegar a existir, ha recortido la moderna idea europea de la historia? Puesto que a mi parecer ninguna de esas etapas ocurrieron fuera de la regién del Mediterrdneo, es decir, fuera de Europa, del Cercano Oriente des- de el Mediterraneo hasta Mesopotamia, y de las costas septen- trionales del Africa, nada debo decir acerca del pensamiento his- térico en China ni en otra parte alguna del mundo, salvo de la regién que he mencionado. He citado un ejemplo de historia antigua de Mesopotamia, em- pleando un documento de cerca de 2500 afos a. C. Dije historia, mas debi decir mejor cuasihistoria, porque, segtin ya indiqué, el pensamiento contenido en ese documento se asemeja a lo que la- mamos historia en cuanto contiene afirmaciones sobre el pasado; pero se diferencia de ello, primero, en cuanto esas afirmaciones no son respuestas a unas preguntas, no son los frutos de una in- vestigacién, sino meras afirmaciones de lo que ya sabe el escritor; y segundo, en cuanto los actos registrados no son humanos, sino que son, en primera instancia por lo menos, actos divinos. A las dioses se les concibe en analogia con los soberanos humanos, como dirigiendo los actos de los reyes y jefes, segtin éstos dirigen los actos de sus subordinados humanos. El sistema jerarquico de gobierno se contintia hacia arriba por una especie de transposici6n. En vez de la serie: stibdito, funcionario menor, alto funcionario y rey, tenemos la serie: stibdito, funcionario menor, alto Funcionario, rey y dios. Y la cuestién de saber si el rey y el dios se distinguen con nitidez, de tal manera que el dios sea concebido como la ca- beza verdadera de la comunidad y el rey como su criado, o bien siel rey y el dios quedan més 0 menos identificados, concibién- dose al rey como una encarnacién del dios 0 en todo caso de al- giin modo divino y no puramente humano, es una cuestién que podemos dejar de lado, porque cualquiera que sea la respuesta, el resultado sera que el gobierno queda concebido teocraticamente. 73 74 LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA Ala historia de este tipo propongo Hamar hisforia teocritica, en cuya designacién la palabra “historia” no significa eso propia- mente dicho, a saber: historia cientifica, sino que significa el re- lato de hechos conocidos para la informacién de personas que los desconocen, pero que, en cuanto creyentes en el dios de que se trata, deben conocer los actos por los cuales el dios se ha mani- festado, Existe otro tipo de cuasihistoria, de la cual encontramos tam- bién ejemplos en la literatura mesopotamica; me refiero al mito. Si bien la historia teocratica no es primariamente historia de actos hhumanos, no es menos cierto que se ocupa de ellos en el sentido de que los personajes divinos del relato son los gobernantes so- brehumanos de las sociedades humanas, cuyos actos, por lo tan- to, Son actos que en parte se realizan en esas sociedades y en par- te a través de ellas. En la historia teocratica la humanidad no es un agente, sino que es parcialmente un instrumento y parcial- mente un paciente de la acci6n que se registra. Pero, ademas, es- tas acciones se las piensa como situadas dentro de una serie tem- poral, como acaecidas en ciertas fechas del pasado. El mito, por lo contrario, no se acupa de actos humanos: el elemento humano ha sido completamente eliminado y s6lo quedan dioses como perso- najes del cuento; y las acciones divinas registradas por el mito no son sucesos fechados en el pasado, porque si bien se conciben como acaecimientos pasados, se trata de un pasado sin fechas que es tan remoto que nadie sabe cudndo ocurrié. Es un pasado fuera de toda cuenta de tiempo al que se le llama “el principio de las cosas”. De aqui resulta que cuando un mito reviste lo que al parecer es una forma temporal, en cuanto narra sucesos que se si- guen los unos a los otros en un orden definido, tal forma no es temporal en un sentido estricto, sino que es cuasitemporal. En efecto, el narrador emplea a manera de metafora el lenguaje pro- pio de la sucesién temporal para expresar relaciones que en reali- dad no concibe como temporales. El asunto que asi se expresa mi- ticamente en el lenguaje de la sucesién temporal es, en términos propiamente miticos, las relaciones entre varios diases o varios elementos de la naturaleza divina. De aqui que lo propiamente mitico siempre sea, en indole, teegonia. Como ejemplo, consideremos en sus lineamientos generales el poema babildnico sobre la creacién. Esta obra nos ha llegado en un LA HISTORIOGRAFLA GRECORROMANA 75 texto del siglo vira. C.; pero en él se deelara, sin duda con verdad, que es una copia de textos mucho mas antiguos que con toda pro- babilidad se remontan a la misma época del documento que cita- mos antes. “El poema empieza en el origen de todas las cosas. Nada existe atin, ni siquiera los dioses. De esta nada surgen los principios c6s- micos Apsu, agua fresca, y Tiamat, agua salada.” El primer paso en la teogonia es el nacimiento de Munimu, el primogénito de Apsu y Tiamat. "Los dioses aumentan y se multiplican; mas tarde se muestran rebeldes contra esa divina (y original) terna, y Apsu decide destruirlos... Sin embargo, el sabio Ea triunfa por medias magicos. Empleando un poderoso hechizo sobre las aguas, el ele- mento de Apsu, sume a su ancestro en un profundo suefo”, vy hace ionero a Mummu. Tiamat, entonces, “medita vengar a los con- quistados. Contrae matrimonio con Qingu, lo hace jefe supremo de sus ejércitos y confia a su cuidado las tablillas del destino”. Ea, adivinando los propésitos de Tiamat, los revela al antiguo dios Anshar. Al principio Tiamat triunfa contra esa coalicién, pero en ese momento surge Marduk, quien reta a Tiamat a singular com- bate, la vence dandole muerte, abre su cuerpo en dos “como aun pez” y de una mitad hace los cielos, en donde coloca las estrellas, y de la otra mitad hace la tierra. De la sangre de Marduk se hace el hombre.! Estas dos formas o maneras de cuasihistoria, historia teocrati- ca y mito, predominaron en el Cercano Oriente hasta el surgi- miento de Grecia. Asi, la Piedra Moabita (siglo 1x a. C.) es un ejemplo perfecto de historia teocrdtica que sirve para mostrar que hubo poco cambio en ese tipo de pensamiento durante uno o dos milenio: Yo soy Mesha, el hijo de Kemosh, rey de Moab. Mi padre fue rey de Moab durante treinta aiios y después de mi padre yo fui el rey. Y yo edifiqué este alto-lugar para Kemosh, porque me salvé de mi ruina y me hizo triunfar sobre mis enemigos. Omzi, rey de Israel, fue el opresor de Moab durante largo tiempo, porque Kemosh estaba encolerizado contra su pais. Su hijo lo sucedi6, y él también dijo: “oprimiré a Moab”. Esto lo dijo en mis dias, y yo triunfé sobre él y su casa, ¢ Israel perecis para siempre. ' Jean, en Eyre, op. cit., pp. 271s. 76 LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA Y Omri se posesioné de la tierra de Mehedeba y vivié allf durante su vida y la mitad de la vida de sus hijos, cuarenta afios; pero Kemosh nos la devolvié en mis tiempos. O bien esta otra cita del relato, puesto en boca de Esar-Haddon, rey de Ninive a principios del siglo vu a. C., de su campana diri- gida contra los enemigos que habfan matado a su padre Sena- querib: El temor a los grandes dioses, mis seftores, acarreé su ruina. Al escu- char el tumulto de mi batalla terrible se pusieron fuera de si. La Ishtar, diosa de las batallas y de las peleas, ella que ama mi sacerdocio, permanecié a mi lado y deshizo su linea. Rompié su linea de batalla, y en su asamblea dijeron: “Es nuestro rey”? Las escrituras de los hebreos contienen a la vez mucha historia teocratica y mucho mito. Desde el punto de vista que he adopta- do para considerar estas antiguas literaturas, los elementos de cuasihistoria en el Antiguo Testamento no difieren grandemente de los correspondientes elementos en las literaturas de Mesopo- tamia y Egipto. La diferencia principal consiste en que mientras el elemento teocratico en estas otras literaturas es en su mayor parte de caracter particularista, en la literatura hebrea tiende a ser universalista. Quiero decir que los dioses cuyas hazafias se regis- tran en aquellas otras literaturas son considerados, en términos generales, como los jefes divinos de sociedades particulares. El dios de los hebreos, en cambio, es considerado, ciertamente, como el jefe divino de la comunidad hebrea; pero bajo Ja influen- cia del movimiento “profético”, es decir, aproximadamente desde la mitad del siglo vin en adelante, se vino a conceptuarlo mas y mas como el jefe divino de toda la humanidad y, por lo tanto, ya no se esperaba de él que protegiera los intereses hebreos en opo- sicién a los intereses de otras sociedades particulares, sino que se esperaba que los tratase de acuerdo con sus méritos, y lo mismo tocante a las otras sociedades individuales. Y esta tendencia de alejamiento respecto del particularismo orientada hacia un uni- versalismo no sélo afecté la historia teocratica de los hebreos, sino que también influyé en su mitologia. A diferencia de la le- 2 Jean, en Eyre, op. cil., p. 364 LA HISTORIOGRAFLA GRECORROMANA 7 yenda babildénica de la creacién, la leyenda hebrea es un intento no por cierto demasiado bien hilado (puesto que no habra nifo, me imagino, que no haga a sus mayores la pregunta sin respuesta posible: gquién fue la esposa de Cain?), pero de todos modos un intento de dar razdn no sdlo del origen del hombre en general, sino del origen de los diversos pueblos en que se dividia la hu- manidad, segiin las noticias que sobre ello tenian los autores de la leyenda. En verdad casi podria afirmarse que la peculiaridad de la leyenda hebrea comparada con la babilGnica estriba en que sustituye la teogonia por la etnogonia. IFICA POR HERODOTO § 2. LA CREACION DE LA HISTORIA CIE! En comparacién de todo eso, las obras de los historiadores griegos, tal como las poseemos en detalle en los trabajos de los escritores. del siglo v, Herédoto y Tucidides, nos abren un mundo nuevo. Los griegos tuvieron clara conciencia, tanto de que la historia es 0 ptede ser una ciencia, como de que se refiere a los actos huma- nos. La historia escrita por los griegos no es leyenda, es investiga- cidn; es un intento de dar respuesta a preguntas bien definidas acerca de asuntos que confesadamente se ignoran; no es historia teocratica, es humanista; los asuntos que investiga no son té& Beta. son T& GvOo9aRivEL. Pero, ademas, no es historia mitica: los acon- tecimientos averiguados no son acontecimientos acaecidos en un pasado sin fechas, en el principio de las cosas, son acaecidos en un pasado fechado, es decir, hace un cierto ntimero de anos. Esto no quiere decir que lo legendario, ya en forma de historia teocratica, ya en forma de mito, fue extrafio a la mente griega. La obra de Homero no es investigacién, sino leyenda, y en buena parte leyenda teocratica. En Homero los dioses comparecen para intervenir en los asuntos humanos de un modo que no difiere mucho de la manera en que aparecen en las historias teocraticas del Cercano Oriente. También Hesiodo nos proporciona un ejem- plo del mito. Tampoco hemos querido insinuar que semejantes elementos legendarios, teocraticos y miticos falten del todo en las obras clasicas de los historiadores del siglo v. F. M. Cornford, en su Thucydides Mythistoricus (Londres, 1907), llamo la atenci6n, con mucha justicia, sobre la existencia de tales elementos hasta en 78 LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA el ecudnime y cientifico Tucidides, y en Herédoto elementos de esa naturaleza son notoriamente frecuentes. Pero lo que es extra- ordinario en los griegos no es la circunstancia de que su pensar histérico contenga cierto residuo de elementos que tenemos que llamar no histéricos; lo extraordinario es que junto a ese residuo encontremos elementos de lo que nosotros llamamos historia. Las cuatro caracteristicas de la historia que enumereé en la in- troducci6n fueron: a) que es cientifica, o sea, que comienza por hacer preguntas, mientras que el escritor de leyendas empieza por saber algo y relata lo que ya sabe; b) que es humanistica, es decir, que plantea preguntas acerca de cosas hechas por los hom- bres en un tiempo preciso en el pasado; c) que es racional, o sea, que las respuestas que ofrece a sus preguntas tienen ciertos fun- damentos, a saber: se aducen testimonios, y d) que es una instan- cia de autorrevelacién, es decir, que existe con el fin de decirle al hombre lo que es el hombre, diciéndole lo que el hombre ha hecho, Ahora bien, la primera, segunda y cuarta de esas caracte- risticas claramente concurren en Herédoto. En efecto: 1) El hecho de que la historia en cuanto ciencia es una invencidn griega es algo que se acusa en el nombre mismo: “Historia” es una palabra griega que quiere decir investigaci6n o inquisicién. El empleo por Herédoto de esa palabra en el titulo de su obra sefiala, pues, una “tevolucién literaria” (segtin ha dicho Croiset, el historiador de la literatura griega).> Los escritores anteriores habian sido Aoyoyod- pot, es decir, narradores de cuentos comtinmente conocidos; pero “el historiador”, dicen How y Wells, “se pone a ‘averiguar’ la ver- dad”. Fue, por consiguiente, el empleo de aquella palabra, y sus implicaciones, lo que justifica para Herddoto el titulo de padre de Ja historia. La conversi6n del relato mitico en ciencia histérica no responde a algo ya inscrito en la mente griega; se trata de una invencion del siglo v, y fue Herédoto el hombre que la invent6. n) Es igualmente obvio que, para Herédoto, la historia era huma- nistica y no mitica o teocratica. Claramente afirma en el prefacio que su propésito es contar las hazafias de los hombres. 111) La fina- lidad que persegufa, segtin él mismo dice, fue que esas hazaiias no cayeran en olvido de la posteridad. En esta declaracidn tene- mos la cuarta caracteristica de mi definicién de la historia, o sea, ® Histoire de la littérature grecque, vol. u, p. 589; apud How y Wells, Commentary on Herodotus, Oxford, 1912, vol. 1, p. 53. LA HISTORIOGRAFLA GRECORROMANA 79 que la historia contribuye al conocimiento de lo humano. Muy especialmente, asi lo advierte Herédoto, la historia exhibe al hombre como un agente racional, es decir, que su funcién es en parte descubrir lo que el hombre ha hecho y en parte por qué lo ha hecho (61 fy aitinv éxoAéunoay). Herddoto, en efecto, no re- duce su atencidn a los simples acontecimientos; los considera humanisticamente en cuanto actos de seres humanos que tuvie- ron sus motivos para obrar del modo en que obraron; motivos que no son ajenos al interés del historiador. Los tres puntos que hemos sehalado también aparecen en el prefacio de la obra de Tucidides, que, obviamente, fue escrito con vista al prefacio de Herddoto. Tucidides, que escribfa atico y no jonio, no usa, claro esta, la palabra iotogin, pero alude a ella en otros términos. En efecto, para hacer constar que no es un logé- grafo, sino un hombre de ciencia, es decir, alguien que se plantea problemas en vez de repetir leyendas, Tucidides defiende el tema de su eleccién, alegando que los acontecimientos anteriores a la guerra del Peloponeso no pueden comprobarse con certidum- bre— ougads pev edgetv &dvvaré fi. Subraya los propésitos humanisticos y la funcién autorreveladora de la historia, emplean- do términos inspirados en sus predecesores. Tucidides, por otra parte, supera a Herédoto en un sentido, y es que Herédoto no hace tema expreso de la cuestién de los testimonios (la tercera ca- racterfstica que hemos seAalado a la historia), dejando al lector que averigtie lo que acerca de ellos pensé por implicacién de sus escritos, en tanto que Tucidides explicitamente afirma que la in- vestigacién histérica descansa en ellos, ék texpngiwy cKonrotvtt ot (“cuando considero a la luz de los testimonios”). Por lo que se refiere a la opinién que tuvieron estos hombres acerca de la natu- raleza de los testimonios y del modo en que un historiador los interpreta, es asunto sobre el cual volveré en el § 5. § 3. TENDENCIA ANTIHISTORICA DEL PENSAMIENTO GRIECO Por lo pronto quiero hacer notar lo extraordinario que fue la erea- cién de la historia cientifica por Herddoto, porque se trata de un griego antiguo, y lo cierto es que, en términos generales, el pensa- miento antiguo de los griegos muestra una tendencia muy mar- 80 LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA cada, no s6lo incompatible con el desarrollo del pensamiento histérico, sino que fundada, por asi decirlo, en una metafisica ri gurosamente antihistérica. La historia, en efecto, es una ciencia del obrar humano; el objeto que el historiador considera es cuan- to han hecho los hombres en el pasado, actos que pertenecen a un mundo cambiante, a un mundo en que las cosas llegan a su fin y dejan de existir. Ahora bien, segtin el parecer de la metafisica griega predominante, las cosas de esa indole no debian poderse conocer y, por lo tanto, la historia tenia que ser imposible. La misma dificultad encontraban los griegos en el mundo de la naturaleza, porque era un mundo del mismo tipo. Si todo cambia enel mundo, preguntaban, zqué hay en él que pueda asir la men- te? Crefan de fijo que para ser posible un conocimiento verdadero era preciso que el objeto fuese permanente, ya que tenia que tener alguna caracteristica propia y, por lo tanto, no podia contener en siel germen de su propia destruccién. $i una cosa era cognoscible es porque era determinable; pero para ser determinable precisaba que fuera tan cabal y exclusivamente si misma que ningun cam- bio interno ni ninguna fuerza exterior pudieran convertirla en otra cosa. El pensamiento griego alcanzé su primer triunfo cuan- do descubri6 en los objetos propios del conocimiento matematico algo que satisfacia esas condiciones. Un barrote de fierro puede doblarse en forma curva; la superficie plana del agua puede que brarse en ondas; pero la linea recta y la superficie plana, tal como de ellas piensa el matemitico, son objetos eternos e inmutables en sus caracteristicas. Desarrollando estas nociones, el pensamiento griego elaboré una distincin entre dos tipos de pensar, a saber: el conacimiento propiamente dicho (émiotriun) y lo que traducimos por “opi- nién”, 66&. La opinién es el semiconocimiento empirico que tenemos de las cuestiones de hecho que estan en perpetuo cam- bio. Es nuestro transitorio saber de las pasajeras realidades del mundo; por eso, sdlo es valido para el momento de su propia du- racién; para el aqui y el ahora, y es un saber inmediato, sin funda- mento de razén e incapaz de demostrarse. El verdadero conoci- miento, por lo contrario, tiene validez no solamente aqui y ahora, sino en todas partes y siempre; esta fundado en razén demostra- ble y, por lo tanto, es capaz de enfrentarse y vencer al error con las armas de la critica dialéctica. LA HISTORIOGRAFLA GRECORROMANA 81 Es asi, entonces, que para los griegos los procesos solamente podian conacerse en la medida en que se les percibia, y tal cono- cimiento nunca podia ser demostrativo. Una posicién extrema de esta manera de ver la encontramos en los eledticos que, abusando del arma dialéctica, sdlo valida contra el error en Ia esfera del co- nocimiento propiamente dicho, querian probar que el cambio no existe y que las “opiniones” que tenemos acerca de lo cambiante no son en verdad opiniones, sino puras ilusiones. Platén rechaz6. esa doctrina y vio en el mundo del cambio algo ininteligible, cier- tamente, pero real en cuanto perceptible; algo intermedio entre la nulidad con que los eledtices lo habian identificado y la plena realidad e inteligibilidad de lo eterno, Teniendo por base una teo- ria semejante, la historia resultaba imposible, porque la historia debe necesariamente tener estas dos caracteristicas: primero, es preciso que se ocupe de lo transitorio, y segundo, tiene que ser cientifica 0 demostrativa. Mas, como segiin esta teoria lo transito- rio no puede conocerse demostrativamente, lo transitorio no pue- de ser el objeto de una ciencia; solamente puede ser materia de aisbyotc, de percepcién, mediante la cual la sensibilidad huma- na capta el momento transitorio en su fugacidad. Y es esencial para la visién griega que esta percepcién momentanea sensorial de las cosas momentaneas cambiantes no pueda ser una ciencia, ni la base de una ciencia. § 4. LA NATURALEZA Y EL VALOR DE LA HISTORIA SEGUN LA CONCEPCION GRIEGA El ardor con que los griegos persiguieron el ideal de un objeto del conocimiento que fuese inmutable y eterno puede engafiarnos facilmente respecto al interés que tuvieron en la historia. Puede conducirnos a creer, sino los leemos con atenci6n, que la historia no les interesaba, del mismo modo que el ataque lanzado por Pla- tén contra los poctas puede ser interpretado por un lector poco inteligente como si Platén estuviese refido con la poesfa. Para evitar semejantes descarrios es preciso recordar que nin- giin escritor o pensador de mérito pierde su tiempo atacando un espantapajaros. Una polémica vigorosa contra cualquier doctrina es sefial infalible de que tal doctrina es un elemento importante 82 LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA en el ambiente del escritor y aun de que ejerce en él una atraccién poderosa. El anhelo por parte de los griegos de alcanzar lo eterno, vehemente como en efecto lo fue, se debe precisamente a que los griegos posefan un sentimiento particularmente vivido de lo tem- poral. Vivian en una época en que la historia se movia con extra- ordinaria rapidez, y en un pais donde los terremotos y la erosion mudaban la faz de la tierra con una violencia dificil de experi- mentar en otra parte. Veian la naturaleza como un espectaculo de cambios incesantes, ya la vida humana como algo que cambiaba con més violencia que cualquier otra cosa. A diferencia de las civilizaciones china v medieval europea, cuyas concepciones de la sociedad humana estaban enraizadas en Ja esperanza de man- tener inmutables los rasgos esenciales de sus estructuras, los grie- gos se hicieron el propésito de enfrentarse y reconciliarse con el hecho de que una tal permanencia es imposible. Semejante acep- tacién de la necesidad del cambio en los asuntos humanos doté a los griegos de una sensibilidad aguda para lo histdrico, Sabiendo que en la vida nada persiste inmutable, se les convir- ti6 en hébito preguntar cuales habjan sido, precisamente, esos cambios que debieron acaecer, segtin sabian, para que el presente existiera. De esta suerte, su conciencia de lo histérico no fue con- ciencia de una secular tradicién que modelara la vida de una generaci6n tras otra segtin un patron uniforme, sino que era con ciencia de violenta megimétetat, cambios catastréficos de un esta- do de cosas a su opuesto, de la pequeftez a la grandeza, de la so- berbia a la degradacién, de la dicha a la infelicidad. De este modo, en efecto, interpretaron en el drama el cardcter general de la vida humana, y de ese modo fue como relataron sus particularidades en la historia. Lo tinico que se le ocurrié decir a un griego sagaz y observador como Herédoto acerca del poder divino ordenador del discurso histérico fue que es POovEQdV Kal TUQEYMSes, es decir, que gusta de trastornar y desordenar las cosas. Pero He- rédoto no hacia sino repetir (1. 32) lo que todo griego sabia: que el poder de Zeus se manifiesta en el rayo, el de Poseidén en el terre- moto, el de Apolo en la pestilencia, y el de Afrodita en las pasio- nes que pudieron arruinar de un golpe el orgullo de Fedra y la castidad de Hipdlito. Es cierto que esos cambios catastréficos de la condici6n de la vida humana, que para los griegos constituian el tema propio de LA HISTORIOGRAFLA GRECORROMANA 83 la historia, resultaban ininteligibles. No eran asunto para una émiotijn, no eran materia de un conocimiento cientifico demos- trativo. Pero a pesar de eso la historia tenia un valor bien definido para los griegos. Platén mismo afirmé¢ que la recta opinién (que es ese seudoconocimiento que da la percepcidn acerca de las co- sas cambiables) no era menos titil para la conducta humana que el conocimiento cientifico; y los poetas se mantuvieron en su po- sicién tradicional dentro de la vida griega como los maestros de ciertos principios sdlidos, al mostrar que en el plan general de los cambios ciertos antecedentes conducian normalmente a ciertas consecuencias, y, notoriamente, que el exceso en cierta direccién conducia a un cambio violento en la direccién opuesta. A qué razon se debia eso, era algo que no sabian; pero creian que asi lo revelaba la observacién; crefan que los muy ricos o muy podero- sos estaban, por eso mismo, especialmente amenazados por el peligro de verse reducidos a extrema pobreza 0 a impotencia. Pero no veamos aqui una teorfa de causacién; la nocién griega no se asemeja a la de la ciencia inductiva del siglo xvi con su funda- mento metafisico en el axioma de causa y efecto. La riqueza de Creso no es la causa de su ruina, es simplemente un sintoma, visi ble para el observador inteligente, de que algo acontece en el rit- mo de su vida que probablemente conduzca a su caida. Menos atin debe suponerse que la caida es un castigo por algo que, den- tro de un sentido moral inteligible, pudiera llamarse un delito. Cuando Amasis, segtin Herédoto (111. 43), rompié su alianza con Polierates, lo hizo simplemente por el hecho de que Policrates habia alcanzado demasiada prosperidad: el péndulo habia oscila- do demasiado en una direccién y probablemente oscilaria a igual distancia en la direccién opuesta. Tales ejemplos tienen un valor para la persona que sabe beneficiarse de ellos, porque voluntaria- mente puede detener semejantes oscilaciones en su vida antes de que lleguen al punto de peligro, poniendo un limite a su ambi- cidn de poder y riqueza en lugar de permitirse el exceso. Es asi, pues, como la historia tiene su valor: sus ensefanzas son titiles para la vida humana, simplemente porque el ritmo de sus cam- bios puede repetirse, 0 sea, que antecedentes semejantes condu- cena consecuencias semejantes. Es conveniente recordar la histo- 4 Menén,, 97 a-b. 84 LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA ria de los acontecimientos notables, porque sirve para juicios de pronéstico, no demostrables, pero si probables; juicios que afir- man no lo que acontecerd, pero si lo que es facil que acontezca, al indicar los momentos de peligro en los procesos ritmicos. Esta concepcién de la historia es lo mas opuesto a un determi- nismo, porque los griegos consideraban el discurrir histérico como flexible y abierto a saludables modificaciones que podia in- troducir una voluntad humana bien dirigida. Nada de cuanto acontece es inevitable. Una persona que esté a punto de verse en- vuelta en una tragedia se ve abrumada por las circunstancias, precisamente porque es demasiado ciega para percibir el peligro. Si pudiera verlo, podria evitarlo, Los griegos, pues, tenfan un sentido enérgico y en verdad ingenuo de la capacidad del hom- bre para controlar su destino, y consideraban que esa capacidad no reconocia mas limites que los del conocimiento en que se fun- daba. Desde este punto de vista griego, el hado que preside la vida humana es un poder de destruccin, sdlo porque el hombre es ciego a su mecanismo. Concediendo que tal mecanismo lo elu- de, el hombre puede, no obstante, formarse opiniones rectas acer- ca de él, y en Ja medida en que logra tener esas opiniones esta en Ja posibilidad de situarse donde los golpes del destino no lo alcancen. Mas, por otra parte, valiosas y todo las ensefanzas de la histo- ria, su valor esta limitado por la ininteligibilidad de su contenido. Por eso Aristételes dijo® que la poesia es mas cientffica que la his- toria, ya que la historia no pasa de ser una simple coleccién de hechos empiricos, mientras que la poesia saca de tales hechos un juicio universal. La historia nos dice que Creso y Policrates caye- ton; la poesia, segtin la idea que de ella tiene Aristételes, no se queda en estas afirmaciones particulares, sino que se alza al juicio universal de que todo hombre rico, en cuanto tal, cae. Aun esto, segtin el parecer de Aristételes, s6lo es un juicio cientifico parcial, porque nadie puede decir por qué los hombres ricos tienen que caer. En este caso el universal no puede ser demostrado silogfsti- ccamente; pero se acerca a la condicién de un verdadero universal, porque podemos emplearlo como premisa mayor de un nuevo silogismo al aplicar esta generalizacién a nuevos casos. Resulta, 5 Poélica, 1451° 5 ss. LA HISTORIOGRAFLA GRECORROMANA 85 entonces, que para Aristételes la poesia es la esencia destilada de la ensefanza de la historia. En la poesia las lecciones de la histo- ria no se hacen mas inteligibles y siguen siendo indemostrables y, por lo tanto, puramente probables; pero se hacen mucho mas compendiosas y por eso mismo mis utiles. Fue asi como los griegos concibieron la naturaleza y el valor de la historia, Dada su actitud filosdfica general era imposible que la concibieran como cientifica. En el fondo, no podian menos de con- siderarla no como ciencia, sino como un puro agregado de per- cepciones. 3Cémo, entonces, concibieron el testimonio histérico? La respuesta es que, de acuerdo con su modo de ver, identificaron el testimonio histérico con los informes que acerca de los hechos daban los testigos de vista de esos hechos. El testimonio consiste, pues, en los relatos de esos testigos, y el método histérico consiste en saber aprovecharlos. § 5. EL METODO HISTORICO GRIEGO Y SUS LIMITACIONES: No cabe duda que Herédoto concibié el testimonio y el método. hist6rico de la manera que acabamos de puntualizar. Pero esto no quiere decir que ingenuamente diera fe a todo cuanto le deca un testigo de vista. Por el contrario, en la practica se nos revela como altamente critico respecto a semejantes relatos. En esto Herédoto es tipicamente griego. En términos generales los griegos eran du- chaos en materia de procedimientos judiciales, y un griego no tro- pezaria con dificultades al aplicar a los testimonios histéricos el mismo tipo de critica que por costumbre emplearia tratandose de testigos judiciales. Las obras de Herédoto o de Tucidides depen- den casi totalmente del dicho de testigos de vista con quienes el historiador tuvo contacto personal, y su habilidad como investi- gador consistia en el hecho de que debié examinar al testigo has- ta lograr que en su mente surgiera una visién histérica de los acontecimientos pasados mucho mis rica y coherente que la vi- sién que habrfa podido ofrecer por su cuenta. El resultado de se- mejante proceso era plantar por primera vez en la mente del testi- go un conocimiento auténtico de los sucesos pasados que habia presenciado, pero de los cuales hasta entonces sdlo tenia 5620, mas no émiotien. 86 LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA Esta concepcién del modo en que el historiador griego obtenia su material es muy distinta a la manera en que un historiador moderno usa relatos impresos. En lugar de la credulidad por par- te del testigo acerca de que su recuerdo prima facie se plegaba a los hechos, podia surgir en su mente un recuerdo depurado y critico, gracias a la prueba de preguntas tales como: Estas seguro de re- cordar que asi aconteci6? zNo te estas contradiciendo con lo que afirmaste ayer? sCémo reconcilias tu versién del suceso con la versién diferente de Fulano o Zutano? Este método, en el empleo de testimonias de vista, es sin duda el método que explica la ex- traordinaria solidez y congruencia de los relatos acerea de la Gre- cia del siglo v que escribieron Herédoto y Tucidides. En verdad, los historiadores de esa época no tenian a mano ningtin otro método merecedor de Ilamarse cientifico; pero lo cierto es que adolecia de tres limitaciones: Primera limitacién: inevitablemente restringia el horizonte de la perspectiva histérica, El historiador moderno sabe que si no fuera por incapacidad personal, podria convertirse en el intérpre- te de la totalidad del pasado humano; pero cualquiera que haya sido el sentir de los historiadores griegos acerca de la nocién pla- tonica del fil6sofo como espectador de todos los tiempos, es segu- ro que nunca sofaron en aplicar esa idea a sf mismos. Su método les impedia ir mas allé del alcance de la memoria individual, por- que la tinica fuente que podian examinar eriticamente era el testi- go de vista con quien pudieran conversar cara a cara. Es cierto que narran sucesos pertenecientes a un pasado mas remoto; pero tan pronto como los escritos histdricos de los griegos intentan trasponer el limite de su método, se convierten en algo mucho mas débil y precario. Por ejemplo, no debemos engafarnos pen- sando que tiene valor cientifico cuanto nos dicen Herédoto acerca del siglo vi y Tucidides acerca de acontecimientos anteriores a la pentecontaetia, Desde nuestro punto de vista a lo siglo xx, estos relatos mas antiguos en Herddoto y Tucidides son muy interesan- tes; pero son pura logografia y no ciencia. Se trata de tradiciones de las cuales el autor se hace vocero sin que haya podido elevar- las al nivel de historia, porque no pudo pasarlas por el eriso! del tnico método a su disposicién. Sin embargo, es bueno advertir que el contraste que aparece en Herédoto y Tucidides entre la ine seguridad de cuanto dicen acerca de sucesos fuera del alcance de LA HISTORIOGRAFLA GRECORROMANA 87 la memoria y la precisiGn critica de cuanto cae dentro de ese limi- te es una senal no del fracaso de la historiografia del siglo v, sino de su éxito. Lo esencial en Herédoto y Tucidides no es que el pa- sado remoto esté situado para ellos fuera del campo de la historia cientifica, sino que el pasado inmediato esté dentro de ese campo. Significa, en efecto, que la historia cientifica ha sido inventada. Su esfera es todavia estrecha; pero dentro de ella se despliega con seguridad. Es mas: semejante estrechez no importaba mucho para los griegos, porque la extraordinaria rapidez con que se des- arrollaba y cambiaba su propia civilizacién les ofrecia abundante material de primera mano dentro de los confines marcados por su método; y por esa misma razén pudieron producir obras hist6- ricas de primera clase, sin necesidad de sentir, como de hecho nunca sintieron, curiosidad viva por el pasado remoto. Segunda limitacién: el método del historiador griego le impide elegir su tema. No puede, como Gibbon, comenzar por el deseo de escribir una gran obra histérica y después preguntarse sobre qué cosa debe escribir. Lo tinico sobre lo cual puede escribir son los sucesos que han acontecido dentro del aleance de la memoria de personas con quienes el historiador pueda tener contacto per- sonal. En vez de que el historiador elija su tema, el tema elige al historiador. Quiero decir que sélo se escribe historia porque han acontecido cosas memorables que requieren un cronista entre los contempordneos de las personas que las presenciaron. Puede de- cirse que en la antigua Grecia no hubo historiadores en el mismo sentido en que hubo artistas y fildsofos: no habia personas que dedicaban sus vidas al estudio de la historia; el historiador sélo era el autobidgrafo de su generacién, y la autobiografia no es una profesién. Tercera limitacién: el método histérico de los griegos impedfa la reunién de varias historias particulares para formar una histo- ria general. Hoy dia pensamos en las monografias sobre varios asuntos como formando idealmente partes de una historia uni- versal, de tal suerte que si sus temas estin bien elegidos y su ex- tensidn y tratamiento estan cuidadosamente medidos, pueden servir como capitulos de una sola obra histérica. Justamente asi entendié un escritor como Grote el relato, precisamente, de las guerras pérsicas y del Peloponeso de Herédoto y Tucidides, res- pectivamente. Pero si cualquier historia dada es la autobiografia 88 LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA de una generacién, no puede ya reescribirse cuando esa genera- ci6n ha pasado, porque los testimonios en que descansa han des- aparecido. El trabajo que un contemporaneo emprendié a base de esos testimonios no puede, por lo tanto, mejorarse ni criticarse, y tampoco puede incorporarse a una totalidad mas amplia, porque es como una obra de arte, es decir, algo que tiene la unicidad e in- dividualidad de una estatua o de un poema. La obra de Tucidides es Ktijo &¢ attest, la de Herddoto fue escrita para salvar del olvido las hazafas gloriosas de los hombres, precisamente porque cuan- do sus generaciones hubieran desaparecido semejantes tareas no podrian ya emprenderse. Para ellos, el intento de eseribir de nue- vo sus historias o de incorporarlas en una historia mas amplia hubiera sido un absurdo, y por eso no concebian nada que fuese algo asi como una historia de Grecia. Podia haber una historia de un complejo de sucesos bastante amplio, como la guerra pérsica 0 Ja guerra del Peloponeso; pero bajo dos condiciones. Primera, que tal complejo de sucesos formara una totalidad: tenia que tener un principio, un centro y una conclusién, como la trama de una tra- gedia aristotélica. Segunda, que fuera ebotivontog, como una ciudad-Estado aristotélica. Del mismo modo que Aristételes pen- saba® que ninguna comunidad de hombres civilizados regida por un solo gobierno podfa exceder en tamano el mimero de ciudada- nos que pudieran estar dentro del alcance de la voz de un heral- do, limitando asf por un hecho puramente fisico las dimensiones del organismo politico, asi también la teoria de la historia de los griegos implica que ningtin relato histérico exceda en extensién los afios de la vida de un hombre, término dentro del cual sola- mente podfan aplicarse los métodos criticos a su aleance. § 6. Heropoto y Tucipipes La grandeza de HerGdoto resalta en el mas alto relieve cuando, como padre de la historia, se le sittia contra el fondo de las ten- dencias generales del pensamiento griego. De éstas, ya lo vimos, la predominante era la tendencia antihistérica en cuanto que im- plicaba la nocién de sélo ser cognoscible lo inmutable. La histo- * Politica, 1326 2-26. LA HISTORIOGRAFLA GRECORROMANA 89 ria, de esta suerte, resultaba una empresa desesperada, porque consistia en conocer algo que, transitorio, era imposible conocer. Mas ya vimos de qué modo Herédoto pudo extraer émtot}n de la &6€o. de su informante, logrando alcanzar asi conocimiento en uncampo que los griegos creian estéril. Su éxito nos trae a la memoria el éxito de un contempordneo. suyo, un hombre que no temidé embarcarse en empresas desespe- radas, ya guerreras, ya filosGficas. Sécrates, en efecto, logré que la filosofia bajara del cielo a la tierra al insistir en que lo ignoraba todo, inventando una técnica mediante la cual, valiéndose de ha- biles interrogatorios, se podia generar conocimiento en la mente de otras personas tan ignorantes como él mismo. Pero gconoci- miento de qué? Conocimiento de los asuntos humanos en par- ticular; conocimiento, en suma, de las ideas morales que norman. la conducta humana. El paralelo entre las obras de esos dos hombres es tan claro que no vacilo en poner a Herédoto al lado de Sécrates como uno de los grandes genios innovadores del siglo v. Pero como su hazaha iba tan a contrapelo de la corriente del pensamiento griego, era natural que no sobreviviera mucho a su autor. Sdcrates, al fin y al cabo, estaba en la linea directa de la tradicién intelectual griega, y por eso su obra fue recogida y desarrollada por Platén y tantos otros discipulos. No le acontecié lo mismo a Herédoto; éste no tuvo continuadores. Aun concediendo la posible objecién de que Tucidides fue quien supo prolongar dignamente la tradicién de Heréddoto, to- davia podra preguntarse quién la continué después de Tucidides, y la tinica respuesta es que nadie. Estos gigantes del siglo v no tu- vieron en el siglo tv sucesores que puedan medianamente aproxi- marseles. La decadencia del arte griego a partir de las postrime- rias del siglo v es innegable; pero no acarre6 la decadencia de la ciencia griega. A la filosofia griega todavia le estaba reservado el advenimiento de Platén y de Aristételes; las ciencias naturales te- nian por delante una larga y esplendorosa vida. Si la historia es una ciencia, ja qué debe atribuirse que su destino corriera parejo conel de las artes y no con el de las ciencias? gPor qué escribe Pla- t6n como si jamas hubiera existido Herédoto? La explicacién estriba en que la mentalidad griega tendid a fo- mentar y rigorizar la direccién antihistoricista de su pensamiento. 90 LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA El genio de Herédoto triunfé sobre esa tendencia, pero después de Herédoto la btisqueda de objetos del conocimiento, inmuta- bles y eternos, ahag6é poco a poco la conciencia histérica e impuso el abandono de la esperanza herodotiana de aleanzar un conoci- miento cientifico acerca de las acciones humanas del pasado. No se trata aqui de una simple conjetura: nos es posible ras- trear el fendmeno, porque el hombre en quien acontecié fue Tuci- dides. La diferencia que separa la perspectiva cientifica de Herddoto de la de Tucfdides no es menos visible que la diferencia que sepa- ra asus estilos literarios. El estilo de Herddoto es facil, esponta- neo y convincente; el de Tucidides es aspero, artificial y repelente. Alleer a Tucidides me pregunto: zqué le pasa a este hombre que eseribe asi? Y contesto: no tenia la conciencia tranquila. Trata de justificar su aficién a escribir historia convirtiéndola en algo que ya no es historia. C. N. Cochrane, en su Thucydides and the Science of History (Londres, 1929), ha dicho, a mi juicio con razén, que la influencia predominante en Tucidides es la influencia de la medi- cina hipocratica. Hipdcrates no fue tinicamente el padre de la me- dicina, fue también el padre de la psicologfa, y su influencia no solamente se deja sentir en ciertos momentos, como en el caso de la descripcién tucididiana de la plaga, sino también en ciertos andlisis de morbosa psicologia, tales como los relativos ala neu- rosis de guerra en general y en especial en los pasajes relativos a la revolucidn de Corcira y al del didlogo de los melianos.* Bien esté que Herddoto sea el padre de la historia; Tucidides, en todo caso, es el padre de la historia psicolégica. Ahora bien, :qué es la historia psicol6gica? La historia de este tipo no es en verdad historia, sino ciencia natural de una especie peculiar. No relata hechos por los hechos mismos; su propésito principal es establecer leyes, leyes psicolégicas. Pero una ley psi- colégica no es un acontecimiento, ni tampoco es un complejo de acontecimientos; es una regla constante que gobierna las relacio- hes entre acontecimientos. Me parece que todos los que conozean a ambos autores estardn de acuerdo conmigo en que el principal interés de Herédoto esta en los hechos mismos, mientras que el de Tucidides se concentra en las leyes seguin las cuales acontecen * Los textos de Tucidides a que aludel autor son los siguientes: la plaga,t. 49-53; ion de Corcira, m. 29-35, y el didlogo de los melianos, v. 84-113, [N. del T.] larevolu LA HISTORIOGRAFLA GRECORROMANA o1 los hechos. Y precisamente tales leyes son unas formas eternas e inmutables, de ésas que, segtin la tendencia fundamental de la mentalidad griega, eran las unicas cosas susceptibles de conoci- miento. Tucidides no es el continuador de Herédoto en el pensamiento histérico; es el hombre en quien el pensamiento hist6rico de Herédoto fae ahogado y asfixiado bajo el peso de motivaciones antihist6ricas. Esta tesis puede ilustrarse sefalando un rasgo habitual del método empleado por Tucidides. Recordemos sus discursos. El habito ha embotado nuestra susceptibilidad; pero detengamonos por un momento a considerar si es posible que un hombre bien intencionado, dotado de una auténtica sensibilidad por lo hist6rico, puede permitirse el empleo de semejantes arbi- trios. Pensemos primero en el estilo. ;No es, acaso, una afrenta, hablando desde el punto de vista histérico, eso de que tantos y tan diversos personajes hablen de una y la misma manera y, ade- mas, de una manera que nadie pudo haber empleado para aren- gar tropas en visperas de entrar en combate o para pedir merced de las vidas de los vencidos? No resulta claro que semejante esti- lo delata una falta de interés en punto a lo que en verdad dijo tal o cual hombre en tal o cual ocasién? Pero, en segundo lugar, pen- semos en el contenido de esos discursos. Podemos decir, acaso, que por ahist6rico que sea su estilo, de todas maneras su conteni- do es histérico? Esta pregunta ha recibido diversas contestacio- nes. Tucidides afirma, en efecto (1. 22), que procuré “apegarse lo mas posible” al sentido general de lo que en realidad se dijo. Pero équé tanto se apegé? El mismo Tucidides no pretende mucha fi- delidad, porque afade que en los discursos dice aproximada- mente lo que a su parecer era apropiado que dijeran los oradores, dadas las circunstancias del caso. Pero cuando examinamos el contexto de los discursos mismos, es dificil resistir la conclusién de que el juez para decidir acerca de lo “apropiado” a las circuns- tancias no es sino el propio Tucidides. Hace mucho tiempo, Gro- te? sostuvo que en el didlogo de los melianos habfa mas imagina- cién que historia, y hasta ahora no he visto ningtin argumento convincente en contra de esa afirmaciGn. En esencia, los discursos no me parece que sean historia; son los comentarios de Tucidides 7 History of Greece, Londres, 1862, vol. v, p. 95. 92 LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA acerca de los actos a que se refieren los oradores, o si se quiere, son la manera como Tucidides reconstruye sus motivos e inten- ciones. Pero aunque no se acepte esta interpretaci6n, la circuns- tancia misma de que el asunto ha suscitado una controversia debe entenderse como una prueba de que los discursos de Tucidi- des, tanto por el estilo como por el contenido, constituyen una convencién caracteristica de un autor cuya atenci6n no se concen- tra plenamente en los hechos mismos, sino que constantemente deriva hacia el sentido que pueda estar agazapado detraés de ellos, alguna verdad inmutable y eterna de la cual los hechos sélo son, hablando platénicamente, nagadetynote o LturLoto. § 7. EL PERIODO HELENISTICO Después del siglo v a. C. la visi6n hist6rica sufrié una ampliacién en la dimensién temporal. Cuando el pensamiento griego, una vez consciente de si mismo y de su valor, se lanz6 a la conquista del mundo, se embareé en una aventura cuyo desarrollo era de- masiado amplio para caber dentro de la visién de una sola gene- raci6n. Sin embargo, la conciencia que habia cobrado acerea de su destino le permitié alcanzar la conviccién de la unidad esencial de ese desarrollo. Semejante circunstancia ayud6 a los griegos a superar el particularismo que habia tefido la totalidad de su his- toriograffa antes de la época de Alejandro Magno. Segtin ellos la historia habia sido esencialmente la historia de una unidad social particular en una época particular: :) Tuvieron conciencia de que esa unidad social particular era una entre muchas; y, en la medi- da en que entraba en contacto, amigable u hostil, con otras unida- des, durante un espacio de tiempo dado, esas otras unidades ocu- paban el escenario de la historia. Mas si tal fue la raz6n por la cual Herédoto nos habla de los persas, no por eso se crea que se interes6 en ellos por si mismos; para él los persas no eran sino los enemigos de los griegos, enemigos dignos y honorables, cierta- mente; pero al fin y al cabo slo eso, enemigos. 1) Tuvieron con- ciencia en el siglo v, y aun antes, de que existia un mundo huma- no, la totalidad de todas las unidades sociales particulares, al que Hamaron i oixovpévy para distinguirlo de 6 Kéop0¢, el mundo natural. Pero la unidad de aquel mundo humano era para ellos LA HISTORIOGRAFLA GRECORROMANA 93, tan sélo una unidad geografica, no histdrica. La conciencia de esa unidad no era conciencia hist6rica. An no existia la idea de una historia ecuménica, de una historia mundial. 1) Tuvieron con- ciencia de que la historia de la sociedad particular que les intere- saba venia de muy atraés; pero no intentaron remontarse demasia- do. Ya he dado la razén de esto. El unico método auténticamente hist6rico que poseian, recuérdese, dependia de la posibilidad de examinar de viva voz a los testigos de vista, de donde resultaba que el limite temporal de toda investigacién histérica quedaba fijado por el aleance de la memoria individual. Pero estas tres acotaciones fueron superadas durante la época llamada el periodo helenistico. 1) El sintoma provincialista de los griegos del siglo v es la dis- tincién lingiifstica que hacfan entre griegos y barbaros. El siglo 1v no borré esta distincién, pero la hizo menos rigida. Esto, sin embargo, no fue el resultado de una especulacién; simplemente sobrevino por la practica. En efecto, en esa época era un hecho familiar que los barbaros pudieran hacerse griegos. Este proceso de grieguizacién de los barbaros se llama en griego helenismo (éAAnviCerv quiere decir hablar en griego, y en un sentido mas amplio, adoptar maneras y costumbres griegas), y el periodo helenfstico es el periodo durante el cual las maneras y costum- bres griegas fueron adoptadas por los barbaros. De esta suerte, la conciencia histérica griega, que para Herddoto habia consistido primariamente en conciencia de la hostilidad entre griegos y bar- baros (las guerras pérsicas), se convierte en conciencia de coope- raci6n entre griegos y barbaros, una cooperacién en que los grie- gos se hacen cargo de la direccién y los barbaros, al seguirla, se convierten en griegos, en herederos de la cultura griega y, por lo tanto, en herederas de la conciencia histérica griega. t) En raz6n de las conquistas de Alejandro que convirtieron la oikoupévy, o por lo menos una gran parte de ella (la parte que incluia a todos los pueblos no griegos en que los griegos tenian interés especial), en una sola unidad politica, el “mundo” se transformé6 en algo mas que un concepto geografico; se transfor- m6 en un concepto hist6rico. El imperio entero de Alejandro comulgaba en una historia tinica del mundo griego. En potencia, toda la oixovpeévn participaba en esa historia. Cualquier persona medianamente educada sabia de hecho que la historia griega era 94 LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA una historia vinica que abrazaba las regiones desde el Adriatico hasta el Indo y desde el Danubio hasta el Sahara. A un filésofo que medité sobre ese hecho le fue posible extender esa misma nocidn a toda la olkowpévn: “Dice el poeta: ciudad amada de Ce- crops. Por qué no decis, ciudad amada de Zeus?” Esta cita, claro esta, proviene de Marco Aurelio® que vivié en el siglo 1 de nues- tra era; pero la idea, es decir, la idea de todo el mundo como una unidad histérica es una noci6n tipicamente estoica, y el estoi- cismo es un producto tipico del periodo helenistico. Fue el hele- nismo el creador de la historia ecuménica. ul) Pero una historia mundial no podia escribirse a base del di- cho de testigos de vista contemporaneos y, por lo tanto, se sintié la necesidad de un nuevo método, a saber: la compilacion. Fue necesario construir una historia de remiendos a base de materia- les sacados de “autoridades”, es decir, de las obras de historia- dores anteriores que habjan narrado historias locales en épocas determinadas. A esto llamo el método histérico de “tijeras-y-en- grudo”. Consiste en extraer los materiales deseados de escritores cuyos trabajos no pueden ya verificarse segtin principios herodo- tianos, porque los testigos de vista cuya cooperacién solicité el autor ya no viven. Como método, éste es, con mucho, inferior al método sacratico del siglo v. No es un método del todo acritico, porque es posible y aun necesario emplear el juicio para determi- nar la verdad de tal o cual afirmacién de esta o aquella autoridad. Pero no puede emplearse si no se acepta que esta o aquella auto- ridad es, en términos generales, la de un buen historiador. En consecuencia, la historia ecuménica de la edad helenfstica (que incluye la edad romana) tiene por fundamento la alta estima de Jas obras escritas por los historiadores particularistas de la edad helénica. En especial a la potencia y excelencia del trabajo de Herédoto y Tucidides se debe que las generaciones posteriores se formaran una idea tan viva del siglo v enriqueciendo asi, hacia atras, el alcance del pensamiento histérico. Del mismo modo que las reali- zaciones de los grandes artistas del pasado hicieron comprender ala posteridad que estilos artisticos distintos a los propios eran algo valioso, de tal suerte que surgié una generacidn de eruditos 5 Meditaciones, ww-23. LA HISTORIOGRAFLA GRECORROMANA 95 y diletantes en las letras y en las artes para quienes la conserva- cién y el gozo del arte clasico era un fin en si mismo, asi también surgieron historiadores de un nuevo tipo que podian sentirse, en la imaginacién, contempordneos de Herddoto y Tucidides, sin por eso dejar de ser hombres de su dia capaces de comparar su época con el pasado. A ese pasado los historiadores helenisticos podian sentirlo como propio, y asi fue como se hizo posible escri- bir un nuevo tipo de historia cuya unidad dramatica podia alcan- zar cualquier extensi6n, con tal de que el historiador pudiera reu- nir los materiales y fuera capaz de tejerlos en un relato tinico. § 8. Potisio En Polibio encontramos la idea de esa nueva clase de historia ple- namente desarrollada. Como todo verdadero historiador, Polibio. tiene un tema bien definido; tiene un cuento que quiere contar, un cuento de cosas notables y memorables, a saber: la conquista del mundo por Roma; pero Polibio da principio a su relato en una €poca situada mds de 150 aftos antes del tiempo en que escribe. De esta manera su campo de inspeccién comprende cinco genera- ciones en lugar de una. Su capacidad para hacer esto no es ajena al hecho de que trabajé en Roma, cuyo pueblo poseia un tipo de conciencia histérica muy distinto al griego. Para los romanos, la historia significaba continuidad, o sea, la herencia de instituciones del pasado escrupulosamente mantenidas en la forma en que fue- ron recibidas, y el ajuste de la vida a moldes de habitos ancestra- les. Y los romanos, tan agudamente conscientes de la continuidad que los ligaba con su pasado, tuvieron cuidado de conservar los memoriales de ese pasado. No sdlo, en efecto, tenfan en sus casas los retratos ancestrales como simbolo visible de la continua y vi- gilante presencia de los antepasados, dirigentes de sus actos, sino que conservaron antiguas tradiciones de su propia historia co- min en tin grado desconocido por los griegos. Tales tradiciones se veian afectadas, sin duda, por la tendencia inevitable de pro- yectar hacia tiempos mas antiguos de la historia nacional las caracterfsticas propias de la reciente Roma republicana; pero Poli- bio, dotado de una mente critica y filoséfica, supo evitar los peli- gros de una deformacién histérica de esa naturaleza al clegir 96 LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA como punto de partida de su narracién el momento en que, a su parecer, las autoridades eran fidedignas, fuentes que, por otra parte, empleé con notable juicio critico. A los romanos debemos, siempre bajo el tutelaje del pensamiento helenistico, el concepto de una historia tanto ecuménica como nacional, una concepcién en que el héroe del relato es el continuo y comin espiritu de un pueblo, y en que la tirana consiste en la unificacién del mundo bajo la direccién de ese pueblo. Pero ni aun aqui hemos llegado a la concepeidn de una historia nacional, segtin hoy la entendemos, 0 sea, la biografia completa, por asi decirlo, de un pueblo desde sus principios. Para Polibio, la historia de Roma comienza con Roma ya plenamente constituida, adulta y lista para embarcarse en su misién conquistadora. E] grave problema de cémo se gesta un espiritu nacional lo elude Polibio; para él, el espiritu nacional dado y preconfeccionado es el tmoxe{uevov de la historia, la sus- tancia inmutable que esté debajo de los cambios. Justamente del mismo modo que los griegos no podian siquiera entrever la posi bilidad del problema que llamariamos de los origenes del pueblo helénico, asf tampoco existe para Polibio el problema del origen de los romanos, y si tuvo conocimiento, como sin duda lo tuvo, de Jas tradiciones acerca de la fundacién de Roma, simplemente las omitis de su relato, en cuanto se situaban en un punto mas alld de donde arranca el saber histérico, segtin él lo concebia. Con esta concepcién mas amplia del campo histérico surge una concepcién mas precisa de la historia misma. Polibio emplea la palabra totogia. no en su sentido general y primitivo, es decir, significando cualquier clase de investigaciGn, sino en su sentido moderno de historia, es decir, algo que se concibe como una investigacin especial que requiere un nombre especial que le sea propio. Polibio es el abogado de los derechos que tiene esta cien- cia a ser estudiada con cardcter de universalidad y por sus pro- pios méritos, y nos advierte en la primera frase de su libro que esto es algo que antes no se habia hecho. Se ve a si mismo como el primero en concebir la historia en cuanto tal como una forma del pensamiento dotada de valor universal. Pero expresa este valor de tal modo que es facil ver que ha transigido con la tendencia antihistGrica o sustancialista que, como ya dije, dominé la menta- lidad griega. La historia, recuérdese, no puede ser una ciencia de acuerdo con aquella tendencia, porque no hay ciencia de lo tran- LA HISTORIOGRAFLA GRECORROMANA 97 sitorio. Su valor no es valor teorético o cientifico; solamente tiene un valor practico, el tipo de valor que Platén concedia al cuasi- conocimiento 0 66éa de lo que no es eterno e inteligible, sino temporal y perceptible. Polibio acepta y aun robustece esta idea: para él la historia merece consideracién, no porque sea cientifica- mente verdadera 0 demostrable, sino porque es escuela y campo de adiestramiento para la politica. Pero alguien que en el siglo v hubiese aceptado esa consecuen- cia (lo que nadie hizo, puesto que Herédoto todavia piensa en la historia como ciencia y Tucidides, hasta donde yo alcanzo, no se planted el problema del valor de la historia) habria inferido que el valor de la historia consistia en su potencialidad para adiestrar politicos, un Pericles 0 algo asi, encargados de dirigir los nego- cios ptiblicos con habilidad y éxito. No otra cosa pensé Iséerates enel siglo 1v; pero en tiempo de Polibio semejante nocién ya era imposible. La ingenua y confiada actitud de la edad helénica ha- bia desaparecido al desaparecer el Estado-ciudad. Polibio no pien- sa que el estudio de la historia impedira a los hombres caer en los yerros de sus predecesores y que les permitiré superarlos en sus éxitos; el éxito a que conduce el estudio histérico es un éxito in- terior, una victoria sobre si mismo, no sobre las circunstancias. Lo que aprendemos de las tragedias de sus héroes no es el modo de evitar que esas tragedias nos sobrevengan, sino la manera de aceptarlas con valor cuando la fortuna nos las envia. La nocién de fortuna, tin, ocupa en esta concepcién de la historia un lugar importante y acarrea un nuevo clemento determinista. A medida que se hace mas grande Ja tela en que el historiador traza su cua- dro, el poder atribuido al individuo disminuye. El hombre ya no se siente duefio de su destino en el sentido de que el éxito 0 el fra- caso de sus empresas dependen de su inteligencia; su destino se le impone, y la libertad de su voluntad se muestra no ya en la for- ma en que gobierna los acontecimientos exteriores de su vida, sino en el gobierno del animo interior con que se enfrenta a ellos. Polibio aplica a la historia las mismas nociones helenisticas que aplicaron los estoicos y epictireos a la ética. Ambas escuelas, en efecto, coincidian en pensar que el problema de la vida moral no era saber controlar los acontecimientos del mundo en torno, se- guin creyeron los moralistas griegos clasicos, sino saber cémo con- servar la integridad y el equilibrio interno una vez que se habia 98, LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA abandonado el intento de controlar los sucesos externos. Y es que para la mente helenistica la conciencia de si mismo ya no es, co- mo para la mente helénica, una potencia conquistadora del mun- do; es una ciudadela que ofrece un asilo seguro contra un mundo ala vez hostil y hurafio. § 9. Tito Livio y TAcito Con Polibio, la tradicién helenfstica del pensamiento histérico pasa a manos de Roma. El tinico desarrollo original que se le im- prime desde entonces procede de Tito Livio, quien concibié la grandiosa idea de una historia de Roma desde sus origenes. Gran parte de la obra de Polibio se habfa llevado a cabo a base del mé. todo del siglo v, en colaboracién con sus amigos del circulo de los Escipiones que habian alcanzado las etapas culminantes en la edificacion del nuevo mundo romano. Tan sélo la parte prelimi- nar del relato de Polibio dependia del método de “tijera y engru- do” aplicado a las fuentes mas antiguas que utiliz6. Pero en el caso de Tito Livio el centro de gravedad se desplaza: no sélo la in- troducci6n sino la obra entera depende de ese método. La tarea que se impuso Tito Livio consistié en reunir los anales tradiciona- les de la antigua historia romana y construir con ellos una narra- cién unitaria y continua: la historia de Roma. Era la primera vez que se intentaba algo parecido. Los romanos, soberanamente con- fiados en la propia superioridad sobre todos los demas pueblos y en el monopolio de las tinicas virtudes merecedoras de ese nom- bre, creian que su historia era la tinica valiosa, y por eso la histo- tia de Roma, segtin la escribié Tito Livio, era para el romano his- toria universal y no simplemente una historia particular entre muchas posibles; era la historia de la tinica realidad histarica au- téntica, y era ecuménica, porque Roma, como el imperio de Ale- jandro, se habia convertido en el mundo. Tito Livio era un historiador filos6fico; menos filoséfico, sin du- da, que Polibio, pero mucho mas que cualquier otro historiador posterior romano. El prefacio de su obra, por lo tanto, merece es- tudio cuidadoso, y voy a dedicarle algtin comentario. En primer lugar Tito Livio apenas tiene pretensiones cientificas; no pretende originalidad, ni en la investigacin, nien el método. Escribe como LA HISTORIOGRAFLA GRECORROMANA 99 sila excelencia de su libro dependiera exclusivamente de sus cua- lidades literarias, y en verdad todos sus lectores estan de acuerdo en que esas cualidades son muy altas. No hace falta, pues, repro- ducir los elogios de un eritico tan calificado como Quintiliano.” En segundo lugar, hace hincapié en sus propésitos morales. Dice que sus lectores preferirfan, sin duda, enterarse del pasado inme- diato; pero que él desea que conozcan el pasado remoto, porque su propésito es presentarles el ejemplo moral de los primitivos tiempos romanos, cuando la sociedad era sencilla y no estaba co- rrompida, para mostrar cémo los cimientos de la grandeza de Roma estaban fundados en esa antigua moralidad. En tercer lu- gar, para Tito Livio es claro que la historia es humanfstica. Nues- tra vanidad, dice, se siente halagada creyendo que tenemos un origen divino; pero la misidn del historiador no consiste en hala- gar la vanidad de su lector, sino en describir los hechos y costum- bres de los hombres. Laactitud que observ6 Tito Livio respecto a sus autoridades ha sido frecuentemente criticada. Al igual que a Herddoto, se le acu- sa de grosera credulidad; pero, como a Herddoto, con injusti Tito Livio se esfuerza por discriminar; lo que pasa es que la critica met6dica empleada por todos los historiadores modernos no ha- bia sido inventada. Se vio ante un montén de leyendas, y cuanto pudo hacer fue decidir, como Dios le dio a entender, si eran o no. fidedignas. Tres caminos se le ofrecian: repetir las leyendas, acep- tando su exactitud; rechazarlas, o bien, repetirlas, advirtiendo que no tenia la seguridad de que fuesen ciertas. De esta suerte, al iniciar su historia, Tito Livio dice que las tradiciones tocantes a sucesos anteriores a la fundacién de Roma, o mejor dicho, a suce- sos anteriores a aquellos que conducian inmediatamente a esa fundacién, son fabulas mas bien que tradiciones seguras, y que por eso no podian afirmarse ni criticarse. Las repite, pues, bajo condicién, contentandose con advertir que en ellas se observa la tendencia de magnificar los origenes de la ciudad al mezclar lo divino con lo humano. Al llegar, sin embargo, a la fundacién de Roma, Tito Livio acepta la tradicién poco mas o menos como la re- cibe. Tenemos, pues, slo un intento de critica histérica de lo mas burdo. Frente a una gran riqueza de material tradicional, el histo- ° De instilutione oratoria, x, 1, 101. 100 LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA riador lo acepta tal como se le presenta; no hace ningtin esfuerzo por averiguar de qué modo ha surgido la tradicién y a través de qué medios deformadores ha llegado hasta él. No puede, pues, re-interpretar la tradicién, es decir, no puede explicarla como sig- nificando otra cosa distinta a lo que explicitamente dice, Se ve obligado a elegir entre aceptarla o rechazarla, y en términos gene- tales debe decirse que la tendencia de Tito Livio es aceptar la tra- dicién para repetirla de buena fe. El Imperio romano no fue una era de pensamiento vigoroso y progresista. Fue poquisimo lo que hizo para avanzar el conoci- miento en ninguna de las direcciones iniciadas por los griegos. Durante algtin tiempo mantuvo vivas las filosofias estoica y ep’ ctirea, pero sin desarrollarlas. Solamente dio muestras de origina- lidad filoséfica en la direccién del neoplatonismo. Por lo que toca a las ciencias naturales no superé los logras de la edad helenisti- ca. Hasta en las ciencias naturales aplicadas mostr6é gran debili- dad. Empleaba fortificaciones de tipo helenfstico, artilleria hele- nistica y artes y oficios en parte helenisticos y en parte célticos. En Ja historia sobrevivis el interés, pero decayé el vigor. Nadie se propuso la tarea que habia inspirado a Tito Livio para tratar de desempenarla mejor. Después de él, los historiadores se concreta- ron a copiarlo 0, eludiendo el problema, a concretar sus esfuerzos a narraciones del pasado inmediato. Por lo que se refiere a meto- dologia, Tacito ya representa la decadencia. Desde el punto de vista de la literatura histérica, Tacito es una figura gigantesca; pero puede uno preguntarse licitamente si Ta- cito es un historiador. Imita la visién provincialista de los griegos del siglo v, sin imitar sus cualidades. Tiene la obsesién de la his- toria de los sucesos de Roma, con descuido de los que acontecen en el Imperio, o por lo menos, éstos sdlo los comprende a través de la miopia de un romano que se esta en casa y, ademas, su vi- sién de lo que pasa en la ciudad es estrecha en extremo. Esta fla- gtantemente prejuiciado en favor de la oposicién senatorial, y atina el desprecio por la administracién pacffica con la admira- cidn por las conquistas y la gloria militar, admiracién cegada por su extraordinaria ignorancia respecto a las realidades del arte militar. La suma de estos defectos hacen que Tacito sea peculiar- mente inadecuado para ser el historiador de los primeros tiempos del principado; pero en definitiva no son sino el sintoma de un LA HISTORIOGRAFLA GRECORROMANA 101 defecto mas grave y general. Lo que de veras anda mal en Ticito es que jamas pensé en los problemas capitales de su empresa. Su actitud respecto a las bases filos6ficas de la historia es frivola, y acepta la entonces habitual idea de la finalidad pragmatica de la historia, con el espiritu de un retérico mds bien que con el de un. pensador serio. EI propésito confesado por Tacito es que escribe para exhibir ejemplos sefalados de vicio y de virtud en el orden politico, a fin de que la pos- teridad pueda execrarlos o aplaudirlos, y para enseiar a sus lectores, por medio de un relato que teme puede aburrirlos con sus monétonos horrores, de qué mode puede vivir el buen ciudadano bajo males go- bernantes; y que no es puramente el destino o el accidente, sino la en- tereza personal y la prudencia, la moderacién digna y la discrecién lo que mejor protege en tiempos de peligro a un senador encumbrado, tiempos en que, no solamente el opositor, por un lado, sino con casi igual frecuencia el sicofante, por el otro, caen, segtin que el curso de los acontecimientos o aun el mudable humor del principe puedan in- citarlo.'° Semejante actitud conduce a Tacito a desfigurar sistematica- mente la historia, al presentarla como siendo, en lo esencial, el choque entre distintos caracteres, ya exageradamente buenos, ya exageradamente malos. La historia no puede escribirse cientifica- mente sin que el historiador reviva en su mente las experiencias de la gente cuyos actos son el objeto de la narracién. Tacito jamas intenta hacer eso: sus personajes no son vistos por dentro, con simpatia y comprensién; los ve desde fuera, como puro especta- culo de virtud y vicio. Es dificil leer sus descripciones de un Agri- cola o de un Domiciano sin recordar el sarcasmo de Sécrates ante los retratos imaginarios del hombre perfectamente bueno y del hombre perfectamente malo de Glauc6n. “A fe mia, Glaucén, con cuanto ardor los estas puliendo como estatuas para un certamen de premios”." A T&cito se le ha elogiado por el dibujo de sus caracteres; pero los principios que emplea son fundamentalmente viciosos, de tal suerte que sus dibujos son un ultraje a la verdad histérica. Sin duda encontré apoyo en las filosoffas estoica y epictirea de su 1 Furneaux, en Cornelii Taciti Annaliuiw Libri iv, Oxford, 1886, pp. 3-4. ™ Platén, Repriblica, 361 d. 102 LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA tiempo a que ya aludi; esas filosofias derrotistas que, partiendo de la suposicién de que el hombre bueno no puede conquistar o gobernar un mundo perverso, le ensenaban el modo de vivir sin mancharse con sus maldades. Esta falsa antitesis entre el cardcter individual del hombre y su medio ambiente social justifica, en cierto sentido, el método de Ticito de presentar las acciones de un personaje hist6rico como provenientes exclusivamente de su ca- racter personal, sin admitir nila manera en que las acciones de un hombre pueden ser parcialmente determinadas por su am- biente, ni la manera en que el caraécter mismo puede amoldarse per las potencias a que esta sujeto un hombre por su ambiente. En realidad, segtin Sécrates aleg6 contra Glauc6n, el caracter in- dividual considerado independientemente de su medio es una abstraccién y en modo alguno corresponde a una realidad exis. tente. Lo que un hombre hace sélo en una proporcién muy limi- tada depende del tipo de hombre que sea. Nadie puede resistir las fuerzas de su medio; o conquista al mundo, o el mundo lo conquisia a él. Es asi como Tito Livio y Tacito se levantan el uno junto al otro como los dos grandes monumentos que atestiguan la esterilidad del pensamiento histérico de Roma. Tito Livio intenté una tarea verdaderamente grandiosa, pero fracas6, porque su método era demasiado elemental para manejar la complejidad de sus mate riales, y porque su narracion de la historia antigua de Roma esta demasiado compenetrada de elementos fabulosos para que pue- da contarsele entre las obras maestras del pensar histérico. Tacito intent6 un nuevo abordaje, el didéctico-psicolégico; pero en lu- gar de significar un enriquecimiento del método historico, signi- ficé un empobrecimiento, ¢ indica una deeadencia en el indice de la honestidad histérica. Los historiadores subsecuentes bajo el Imperio romano no solamente no superaron los obstaculos que frustraron a Tito Livio y a Tacito, sino que jamas llegaron a igua- larlos. A medida que transcurria el Imperio, mas y mas se conten- taron los historiadores con la abyecta tarea de compilar, amon- tonando con espiritu desprovisto de critica, lo que encontraban en obras anteriores y ordenandolo sin ninguna finalidad, excep- to, en el mejor caso, la edificacién o bien alguna otra especie de propaganda. LA HISTORIOGRAFLA GRECORROMANA 103 § 10. {NDOLE DE LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA 1) Humanismo Considerada en conjunto, la historiografia grecorromana repre- senta, por lo menos, una de las cuatro caracteristicas enumeradas en Ia introduccién (§ 2): es humanistica. Es un relato de la historia humana, de la historia de los hechos del hombre, de sus prop6- sitos, sus éxitos y sus fracasos. Ciertamente admite agencias di- vinas; pero la funcién de semejante intervenciGn se halla estric- tamente limitada. La voluntad de los dioses manifestada en la historia aparece raras veces; en los historiadores de primer orden apenas se encuentra y en esos casos se trata tan sélo de una vo- luntad que apoya y secunda la voluntad del hombre, permitién- dole vencer alli donde, de otro modo, habria fracasado. Los dio- ses carecen de proyectos propios respecte al curso de los negocios humanos, se concretan a otorgar el éxito oa decretar el fracaso de los planes humanos. Esta es la raz6n por la cual un andlisis mas penetrante de las acciones humanas, al descubrir en ellas mismas los motivos de sus éxitos y de sus fracasos, tiende a eliminar del todo a los dioses para sustituirlos por meras personificaciones de la actividad humana, como el numen del emperador, la diosa Roma, o las virtudes troqueladas en las monedas romanas impe- riales. El desarrollo final de semejante tendencia consiste en loca- lizar la causa de todos los acontecimientos histéricos en la perso- nalidad, ya individual, ya comunitaria, de agentes humanos. La nocidn filos6fica que sustenta esa tendencia es la idea de la volun- tad humana eligiendo libremente sus propios fines y limitada en el éxito que logre en su persecucién sdlo por el despliegue de su propia energia y por la capacidad del intelecto que los aprehenda y que arbitra los medios para su consecucién. Esto implica que cuanto acontece en la historia, acontece como resultado directo de la voluntad humana, y que hay alguien directamente respon- sable de ese acontecer, ya para aplauso, ya para censura, segtin la cosa sea buena 0 mala. El humanismo grecorromano, sin embargo, adolecia de una de- bilidad especial caracteristica, porque su visién psicolégica 0 mo- ral era inadecuada: estaba fundada, en efecto, en la idea de que el 104 LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA hombre es esencialmente un animal racional, con lo que quiero significar la doctrina de que todo ser humano individual es un animal capaz de razon. En la medida en que cualquier hombre dado desarrolla esa capacidad y se convierte de hecho, y no s6lo potencialmente, en racional, triunfa en la vida. Seguin la idea he- Jénica, ese hombre se convierte en una fuerza de la vida politica y nun hacedor de historia; segtin la idea helenistica-romana, se hace capaz de vivir sabiamente, escudado por su racionalidad, en un mundo loco y malvado. Ahora bien, la idea de que todo agen- te es total y directamente responsable de cuanto hace es una idea ingenua que no toma en cuenta ciertos factores importantes de la experiencia moral. Por una parte, no es posible negar que el ca- racter del hombre se forma por sus actos y sus experiencias: el hombre mismo sufre cambios de acuerdo con el desarrollo de sus actividades. Por otra parte, hay la circunstancia de que en pro- porcin muy considerable los hombres no saben Io que hacen has- ta que lo han hecho, si acaso. Es facil exagerar el grado en que las gentes obran con una clara nocidn de sus fines, sabiendo qué efec- tos persiguen. Lo mas del obrar humano es ensayo, es experi- mental; dirigido no por un conocimiento de la meta, sino mas bien por el deseo de saber cual serd el resultado. Si examinamos retrospectivamente nuestras acciones, o cualquier trecho de his: toria, vemos que algo se va realizando a medida que se despliega Ja accién y que, sin embargo, no estaba presente en nuestra men- te, nien la de nadie, cuando la accién que lo generé dio comienzo. La doctrina ética del mundo grecorromano concedia demasiada importancia al proyecto deliberado 0 a los propésitos del agente; y demasiada poca a la fuerza de una actividad ciega embarcada en un proceso de accién carente de finalidad prevista, pero con- ducida a esa finalidad sdlo por el necesario desarrollo del proceso mismo. § 11. INDOLE DE LA HISTORIOGRAFIA GRECORROMANA ui) Sustancialismo Si el humanismo, débil y todo, es el mérito principal de la histo- riografia grecorromana, su defecto principal es el sustancialismo. Quiero decir que dicha historiografia esta construida sobre la base LA HISTORIOGRAFLA GRECORROMANA 107

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