LA REDENCION Y LA PERSONA DE
JESUCRISTO
LA PERDICION DEL HOMBRE
3BEMOS preguntar ahora qué es lo que dice la Re-
velaci6n acerca de la superacién de la culpa humana,
es decir, acerca de la Redencién. El intento de poner de
relieve de manera clara y plena el concepto cristiano de
Redencion encuentra en el oyente de hoy determinadas di-
ficultades que hemos de aclarar ante todo,
Estas dificultades provienen, en primer lugar, de la ge-
aeral oposicién que la Revelacion —que, por lo demas, es
al mismo tiempo descubrimiento del hombre, 0 sea, «ui-
sio»— encuentra en el hombre que desea autoafirmarse.
Esta oposicién es agravada por la resistencia que el buen
sentido opone al modo como frecuentemente se ha hablado
acetca del pecado y la perdicion del pecador. No vamos a
hablar aqui de eso; si hablaremos, en cambio, de las obje-
jones que se dirigen contra el mensaje cristiano de la Re-
dencién en particular. Una de ellas es la siguiente: hay ex-
periencias naturales de liberacion que se situan en los mas
variados contextos: biolégicos, psicolégicos, espirituales, etc.
A ellas van unidas, en determinadas circunstancias, experien-
cias espontaneas de liberacién religiosa que después, segin
muestra la historia de las religiones, encuentran su expresion
en doctrinas de salvacién y formas de cultura, De esta
manera podria legarse a la conviccin de que el pensamiento
cristiano de la Redencién constituye una variante de tales
fenémenos religiosos de tipo general
Otra dificultad es la siguiente: la sensibilidad de la Edad
Moderna se opone, por principio, a la idea de Redencion.
Dicha oposicién responde a la actitud autonomista que fue
configurandose cada vez mas claramente a partir del Rena-
cimiento. Tal actitud afirma que los hechos y procesos que
determinan el sentido de la existencia humana no pueden
provenir sino de la iniciativa de ésta, Ahora bien, lo que
la Revelacién entiende por Redencién es un acontecimiento
cuya iniciativa no esta en las manos del hombre, sino en
las de Dios. Este acontecimiento lega hasta el hombre,
como una gracia, «de otra parte». Lo cual es imposible, pues
la persona no puede ser sustituida a la hora de decidir el
sentido de su existencia. De ahi que el pensamiento cristiano
de la Redencidn aparezca como expresion de una conciencia
personal todavia no desarrollada.
Vamos a tratar, en primer lugar, la segunda dificultad,
que nos lleva de inmediato al centro mismo del problem:
Se malentiende el modo de ser de Dios si, con relacion al
hombre, es considerado como un Aéterss, un «otro», Un
«otro» és alguien que esti junto a mi, pero separado; un
vecino y, a veces, un competidor cn la existencia, Pero éste
no es el caso de Dios, sino que Dios es el Creador, en
tendida esta palabra con Ia exactitud debida. Dios es el Ser
merced a cuya voluntad legan a existir y petduran el ser
y la realidad del hombre. No se da un tipo de existencia
comin en la que Dios y el hombre estén el uno junto al
otro. Dios existe, mis bien, en una pura soberania y no es
comparable con ningun otro ser. Ni siquiera la palabra «sem
puede aplicarse simplemente a Dios y al hombre en el
mismo sentido. En el sentido en que Dios «existe, e! hom-
bie ni existe siquiera. Fue preciso el acto soberano de la
creacién, Ievado a cabo por Dios, pata que empezase a
existir un ser finito. Por eso, la relacién del hombre con
Dios no es la de un ser con otro ser, sino la relacion de
la creatura con el Creador. La creatura recibe continuamente
su propio ser de la voluntad de Dios. Si luego, ya como
realidad existente, entra en relacién con Dios, esto sucede
con la fuerza que procede de la relacién Creador-creatura,
y se realiza constantemente dentro de la misma. Esta relacién
constituye, por consiguiente, la condicién previa para que
sea verdadero y tenga sentido todo comportamiento humano
respecto a Dios. Hablar aqui de wheteronomiay es algo ab-
surdo.
Hasta qué punto resulta ser irreal la exigencia de auto-
nomia por parte del hombre se hace patente en el curso
de Ia historia misma. Después de haber determinado dichaautonomia durante siglos —desde el Renacimiento— el com
portamiento personal y cultural que se considerd como mo-
délico, la consecuencia de ello fue un profundo «agotamien-
to». El hombre, efectivamente, no ¢s auténomo, no es seiior
de si mismo. No es él quien fundamenta el sentido de su
existencia, ni se salva s6lo a base de si mismo. Por el mero
hecho de haberlo intentado, su fuerza vital fue sometida a
una exigencia excesiva, en un grado dificil de calcular, y el
resultado de todo ello fue un cambio brusco al polo con-
trario de la autonomia, a saber, a la heteronomia radical,
es decir, al totalitarismo. Seguin éste, lo humano no se realiza
en la persona aislada que se decide libremente en el aspecto
moral y construye su propia vida a partir de si misma como
punto central de referencia; se realiza en el todo, constituido
en Estado. De ahi que el portador de la libertad humana
no sea cl individuo, sino cl Estado. La responsabilidad de
lo humano se encuentra en el Estado. De ahi también que
el individuo no tenga respecto al Estado derechos de nin-
guna clase; asi es como surge el concepto que, para el
pensamiento totalitario, constituye la forma radical de la
injusticia, es decir, el concepto de «sabotajen. El «saboteadon
es aquel que hace prevalecer el derecho del individuo a la
libertad, a la decisién propia, a la configuracién de la propia
vida, perturbando asi la iniciativa y la funcién del Estado.
Esta concepcién del hombre —historicamente operante ya
en el fascismo, mas vigorosa ain en el nacionalsocialismo,
pero, sobre todo, en el comunismo— constituye el valor
exactamente opuesto al pensamiento autonomista. El hombre
auténomo, por un lado, y el Estado totalitario por otro son
dos modos corrclativos de malentender lo humano. En rea-
lidad, no significa, en absoluto, heteronomia alguna el hecho
de que Dios oriente su intencién redentora hacia el hombre
y Io eleve a una nueva vida. Lo dinico que ocurre con ello
S que sc repite, en un nivel nuevo, la relacién creatura-
Creador. Si Dios ha creado al hombre sin envilecerlo, puede
también redimirlo sin hacerlo heterénomo.
Peto es posible que, de manera subjetiva, Dios se con-
ta en el «Otro», y la relacién con El, en hetcronomia.
sto ocurre cuando la relacién creatura-Creador no es vivida
con la autenticidad debida y se concibe a Dios, de manera
falsa, como un ser extrafio y separado del hombre: aqui el
hombre, alli Dios; en el fondo, ambos de la misma indole,
solo que Dios infinitamente mayor y mas fuerte. En con-
secuencia, El es tan s6lo vecino en el ser, rival en la exis-
tencia. Su comportamiento se convierte entonces para el
hombre en prepotencia, dominio y amenaza; y Ia actitud de
éte degenera en sumision y miedo ',
La otra dificultad que impide al hombre moderno en-
tender, como es debido, el mensaje de la Revelacién, es el
conocimiento que tiene, por la psicologia, de las soluciones
que hay a los problemas de la vida y de la multiplicidad
de las experiencias de redencién observables cn la historia
de las religiones. Sobre esto volveremos a hablar en otro
contexto.
Asi pues, la primera pregunta cs ésta: gde qué nos libera
la iniciativa de Dios que el mensaje cristiano denomina «Re-
denciém»? La respuesta es ésta: de la culpa y —de un modo
que deberemos precisar— de las consecuencias de la culpa,
es decir, de la destruccién y la muerte.
Lo que en sentido cristiano se llama «culpa» sdlo resulta
claro cuando se esclarece, a su vez, qué es el hombre. La
conciencia de esto se ha perdido por causa del naturalismo
moderno, que concibe el ser humano a partir de supuestos
puramente naturales y biolégico-historico-evolutivos. La Re-
velacién cristiana considera al hombre como persona. Y es
persona por cuanto se halla bajo la llamada del Dios per-
sonal. Dios creé al hombre llamandole. El hecho de empezar
a existir fue la primera respuesta ontoldgica del hombre a
esta llamada. La segunda respuesta, la que se da por medio
de un acto libre, debe darla de continuo a lo largo de su
a. El hombre consiste esencialmente en la relacion yo-té
respecto a Dios, independientemente de que cumpla 0 no
Ja tarea que de ahi se desprende, a saber: la de entender
la propia existencia a partir de esa relacion y realizarla me-
diante la adoracién y la obediencia. No existe un tipo de
hombre que ontolgicamente —es decir, desde el fondo desu ser— no consista en la relacién yo-ti respecto a Dios.
S6lo hay dos tipos de personas: las que reconocen esta
relacién y, con mayor o menor pureza, la realizan, y las
que se sublevan contra ella o la ignoran con indiferencia.
La donacién personal de Dios al hombre presenta
—como lo muestra ya la doctrina del Génesis, y lo esclarece
y profundiza ulteriormente todo el curso de la Revelacién—
un caracter de confianza. Dios confia al hombre lo que el
Génesis llama la semejanza con Dios: el hecho de poder
conocer, tener libertad, actuar y ejercer dominio. A partir
de entonces, existe en la creacion de Dios un ser que no
¢s solamente uno més entre los otros, sino que sabe de si
mismo y de la totalidad; que no sélo tiene instintos y se
comporta como es debido en cuanto a la conservacion de
si mismo y de la especie, sino que valora y clige; que no
s6lo experimenta influjos y los ejerce, sino que actia y crea
desde Ia libertad. Un ser que no esta, como todos los
dems, destinado a un «medio» o entorno especial, sino que,
a pesar de toda su limitacion y vulnerabilidad, se halla en
relacién con la totalidad del mundo. Pero esto quiere decir,
al mismo tiempo, en un sentido que requeritia un anilisis
mas preciso, que responde de esta totalidad.
El Génesis expresa esto diciendo que Dios confia al
hombre el paraiso para que lo «cultive y guarder (Gén 2,15).
Al hacerle el don de asemejarse 2 El, el Creador le confia
el honor de su propia obra, la creacion, y precisamente por
ello, el suyo propio, el honor del Creador. Cree al hombre
capaz de comprender el sentido de este encargo, asumirlo
con responsabilidad y cumplirlo. Por eso le confia el mundo.
Ningin ser fuera del hombre se halla en condiciones de
cambiar el mundo en cuanto tal. Todas las actividades de
los seres vives son resultado del crecimiento y el instinto;
resultado ellas mismas, Por consiguiente, del «mundo», fun-
ciones de una organizacion y situacién’ dadas. Para poder
transformar el mundo mismo, el ser que entre en accién
deberi poder proyectar y realizar algo «nuevo», lo que, por
su parte, supone estar situado fuera del mundo inmediato
y al mismo tiempo residir en é. Todo esto se da solamente
en el hombre por el hecho de que es espiritu, Desde ese
mismo espiritu se encuentra el hombre situado al borde del
mundo: libre de él de un modo peculiar, al tiempo que en
relacién con el mismo. Respecto a él tiene iniciativas, energia
emprendedora, capacidad de dar lugar a algo nuevo. Por
eso, del mundo dado en principio surge el «mundo de
segundo grado», el experimentado, valorado y configurado
por cl hombre. Lo que a su vez’ significa que el hombre
puede honrar la obra de Dios y proscguirla para bien, 0
deshonrarla y arruinarla,
Esto lo olvidamos con facilidad bajo el influjo del con-
cepto moderno de «naturaleza». Segun éste, naturaleza es lo
que crece de forma silvestre, lo libre, lo que no pertenece
a nadie, Pero eso no existe. El mundo no es algo que crece
espontineamente, sino que ¢s «bray; no es ticrra de nadie,
sino «propiedad» de Dios, sometida’a su derecho y lena
de sus intenciones. No ¢s, por ello, objeto de libre ocupacion
y disposicidn, sino que alberga en_si_un sentido divino.
Estos son problemas fundamentales de filosofia de la cultura
que nos hacen percatarnos de hasta qué punto puso Dios
su mundo en manos del hombre. Confia el mundo a su
conocimiento, esperando que legue a conocerlo acertada-
mente, es decir, que lo eleve hasta la verdad; se lo confia
a su libertad, esperando que acierte a comprenderlo como
propiedad de Dios y hacer de él el «Reino de Dios. Esta
confianza de Dios —y con esto advertimos la profundidad
de lo que significa ser cristiano— es un riesgo: riesgo del
Dios libre, que, con una magnanimidad inconmensurable
para toda medida humana, pone en manos de la libertad
del hombre lo que es suyo y, por lo mismo y en cierto
sentido, se pone a Si mismo en sus manos.
Desde este punto de vista ha de ser comprendido el
estado del hombre que la Escritura designa como «paraiso.
FI paraiso es una imagen de la condicién existencial que
tuvo su origen en el hecho de que Dios instal al hombre
en esta confianza y el hombre en principio respondié de
manera adecuada, El caricter de ese estado lo expresa cl
concepto teligioso-teolégico fundamental de la «gracian. Este
indica que dicho estado no puede lograrlo el hombre a
partir de ninguna necesidad natural, de ningin concepto
bioldgico, psicolégico ni cultural; que no proviene tampocode una iniciativa propia del hombre, sino que ¢s mas bien
puro don.
Cémo haya de integrarse este estado llamado «paraison
dentro de la linea evolutiva de la totalidad biolégica del
hombre no podemos seguirlo discutiendo aqui. Temporal
mente hablando, se sitia en cl momento en el cual —sea
como fuere el modo en que esto ocurra— el hombre existe
por vez primera plenamente como tal. Cuanto tiempo durd
este hombre, hablando en términos historicos, tampoco se
puede decir aqui. La Revelacion no dice nada acerca de
ello. Puede haber durado afios o dias o incluso una hora
solamente. En cualquiera de los casos, el hombre destruy
esta situacién, Traicioné la confianza de Dios. «Quiso ser
como Dios»; sefior autonomo de la existencia. Con lo cual
quedaron truncadas las relaciones con el Creador, de las
que procedia el paraiso, y se origind la existencia de! hombre
como ser culpable.
Pero, una vez mas, debemos fijarnos en la esencia de
Ja culpa que cometié el primer hombre. Fue, ante todo, un
mal en el simple sentido ético. Obrar mal significa lesionar
cl orden de la existencia. No un orden exterior cualquiera,
establecido desde el punto de vista de unos fines, sino el
orden que tiene su fundamento en la esencia de la vida
misma creada por Dios. Este es el orden que el primer
hombre no solamente vulneré, sino intent6 subvertir. Porque
el orden es la verdad; pero el fundamento de toda verdad
¢s que sélo Dios es Dios, y el hombre, en cambio, es
creatura de Dios. Lo que pretendié el primer hombre fue
constituirse él mismo en sefior de la existencia, lo mismo
que Dios. Esto fue la falsedad y el mal absolutos. En una
profundidad mayor se encuentra todavia otro nivel distinto
de culpa, que es el «sacrilegion. La verdad contra la que
atent6 el primer hombre no fue una mera verdad mundana;
el orden del que se aparté no fue meramente «ntico», sino
que fue el orden «santo». No se puede analizar la santidad;
solamente se la puede presentar a la vista, ya que se trata
en clla de un hecho primordial. Es aquello que experimen-
tamos en lugares en los que nos acoge la majestad de lo
inefable; en horas en las que somos tocados por el misterio
de la existencia; ante personas en las que irrumpié esta
realidad santa por su opcién definitiva y su entrega cons-
tantemente renovada. La santidad es el caricter primordial
de Dios; la cualidad de su vida (véase Is 6,155). A la santidad
responde, en el hombre que no se ha emborado, ese respeto,
s6lo aqui posible, que se convierte en adoracién, Contra
esta santidad se dirigid la primera culpa. Fue no solamente
un mal, sino un «sacrilegio»... Pero, en definitiva, en su nivel
més profundo, significa la traicién a la confianza otorgada
por Dios. Todo hombre bien nacido sabe que ¢l ambito
cordial de su vida moral es la fidelidad a la persona con
el que se halla unido; a la causa con que se ha compro-
mttido, Desde siempre supieron esto los hombres: la traicion
¢s lo peor que el hombre puede hacer mientras se lo conciba
como persona. La relacién primera con Dios estaba cons
truida sobre la confianza de Dios en el hombre y en la
cortelativa fidelidad de éste. Por eso, la primera culpa del
hombre fue una traicion.
De ella dice la Revelacién que fue no s6lo la culpa
individual del primer hombre sino que, en él, todos nos
hicimos culpables. Ya hemos hablado detenidamente de esto
y odo los reparos y las protestas que se alzan en contra.
Hemos advertido también que esta resistencia es tan dura
debido a determinados supuestos historicos; por ejemplo, la
concepcién que tiene de si el hombre individualista de la
Edad Moderna. El hombre «primitivoy y el hombre de la
Antigiiedad supieron que existe una culpa, cometida por un
‘unico individuo; pero, como éste no se representaba sdlo
a si mismo, sino a una totalidad —como un antepasado
respecto a una raza, como un fey respecto a su. pueblo—,
todos resultan culpables en él. Hoy esta haciendo quicbra
el talante individualista —uno de los fundamentos del des-
concierto que reina en cuestiones éticas— y se toma con-
ciencia de la importancia de la comunidad —o, digamos
mas acertadamente, del conjunto sociolégico— en cuanto
sujeto de los valores éticos; hasta tal punto que ahora cs
el individuo el que corre el riesgo de desaparecer en cl
colectivismo.
Mitos y sagas de muchos pueblos hablan de que al
principio existia un estado de inocencia y felicidad; que el
primer hombre fall, ese estado se destruyo y las generaciones posteriores vivieron desde entonces en desgracia de
los poderes divinos y en un estado de perturbacién. La
mitologia germanica entiende la existencia de manera que
en ella, mas alla de toda voluntad individual, existe una
culpa comin, que se incrementa de continuo hasta con-
ducir finalmente al ocaso del mundo. Es cierto que a
continuacién viene un renacimiento; pero aquella culpa ba-
sica es hasta tal punto nucleat que vuelve a surgir con cl
nuevo mundo y, de este modo, prosigue siempre el ciclo.
En la interpretacion de la existencia caracteristica del bu-
dismo —una de las visiones mas profundas alumbradas
por la humanidad—, la «vida» es sencillamente un anti-va-
lor, un mal, «sufrimiento», Este suftimiento es de un ca-
acter tan absoluto que va implicito en él la afirmacion
de una culpa. Pero, respecto a nuestra propia interioridad,
no habra seguramente ningin hombre normal que, ante la
miseria y sobre todo la culpa de otros, no experimente
sentimiento alguno de solidaridad. Este sentimiento no es
mero resultado de la sugestidn, sino un eco que proviene
de lo profundo de la conciencia y trasciende el mero
Ambito de lo individual. Existe una experiencia en la que
esta conciencia se agudiza —la melancolia— y puede in-
tensificarse hasta legar a lo patologico.
Mucho habria que decir al respecto. En cualquier caso,
Ja Revelacién afirma que la culpa del primer hombre se
convirtié en culpa de todos. Desde esa culpa ha legado
hasta nosotros un trastorno que penetra hasta el fondo
mismo de] ser humano.
Aqui debemos hacer algunas distinciones. Ciertos tra
tornos revisten el caricter de crisis de crecimiento; pensemos,
por ejemplo, en la hipersensibilidad y los excesos que apa-
recen durante el periodo de la pubertad y que después, si
no hay complicaciones, se equilibran en el proceso evolutivo.
Otros trastornos provienen de que se han cometido faltas
que dejan secuelas duraderas. Por ejemplo, si los padres
tratan de continuo injustamente a su hijo, surge en él un
sentimiento de oposicién que lo lleva a enfrentarse a todo
lo que represente orden. Cuando, por el contrario, los padres
no proporcionan al nifio la ayuda de la autoridad que él
mismo exige para legar a ser firme interiormente, se vuelve
inconsistente ¢ incapaz de adoptar una posicién clara. Estos
trastornos se habrian evitado si los interesados se hubieran
conducido de distinta manera, Otros proceden de compor-
tamientos incorrectos; como, por ejemplo, cuando alguien
concede demasiada importancia al placer, la codicia o la
ambicin, y, con ello, se atrofian sus posibilidades espiritua
les. Estos son trastornos que tienen causas concretas. No
se darian si las causas desapareciesen; por eso, en cierta
medida pueden ser evitados. No hablamos aqui de ese tipo
de trastornos, Tratamos de aquellos que no tienen una causa
patente y no pueden ser climinados, ya que anidan en las
estructuras fundamentales del ser humano. El hombre no
es un ser clausurado, que se haya construido a partir de si
mismo y luego pueda, cuando Jo desee, relacionarse con
Dios. No, Dios es el «punto de referencia» esencial a partic
del cual y para el cual el hombre existe. Si las relaciones
con El se desordenan, se trastorna el hombre todo. De esta
clase son las secuelas de la culpa de las que habla la Re-
velacion.
Reconocerlas no es ficil por distintos motivos. El pri
mero es la «costumbre», Vivimos en la situacion presente;
mis ain, nosotros mismos «somos» esa situacién. Tendemos,
por ello, a considerar lo que ahora existe como algo que
tiene que ser asi segin justicia y raz6n. En consecuencia,
toda critica de fondo aparece como algo fantasioso. Si que-
remos romper el yugo de esta costumbre, debemos dejarnos
sacudir y legar al asombro que produce la experiencia viva
de la verdad. Lo segundo es el hecho de que hace falta
4nimo para querer «vem; porque la costumbre no sélo es
cémoda, sino que da seguridad. Liberarse de ella nos situa
en campo abierto, climina apoyos, despierta la oposicion a
realidades en las que fundamentalmente nada se puede cam-
biar. La existencia se vuelve asi mas dificil; pero con ello
se abre un camino hacia lo auténtico. Hay intentos bien
caractcrizados de considerar de antemano como imposible
un desorden semejante. Esto es propio, en primer lugar,
del optimismo radical. Este afirma que la sustancia basica
de la existencia es buena; si surgen inconveniencias, pueden
ser superadas por medio de un orden razonable. Asi discurre
Ja fe natural racionalista e idealista. La existencia es, ademis,concebida en evolucién; se mueve hacia estados cada vez
mejores. Cuanto mas progresa este movimiento, tanto mas
se equilibrarin los trastornos. Al final surge un estado de
vida perfecta. Una gran parte de la tierra habitada piensa
de esta manera, Frente a ella se encuentra el pesimismo
radical, a cuyo entender la destruccion forma parte, sin duda,
de la existencia humana; pero no deberia faltar, pues ella
confiere a la existencia acento trigico; la hace grande y
digna de lucha... Ambas respuestas pasan por alto aquello
de que propiamente se trata.
Si consideramos sin optimismos preconcebidos el discu-
trir de la historia humana, ¢podemos decir que el hombre
vive dentro de un orden perfecto de existencia, 0 se en-
cuentra camino de él? Puede ser que ocurra asi en algunos
aspectos aislados, por ejemplo, respecto a los métodos de
investigacion cientifica, los problemas técnicos y econdmicos,
etc. Pero, ey en general?