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UN CUENTO DE NAVIDAD

Capítulo I

Tal vez impulsado por mi esceptisimo,


hecho que acrecentaba desmesuradamente su
endémico malhumor, o simplemente para
fastidiar al prójimo (en este caso a mí), tal y
como era su costumbre, puesta en práctica con
demasiada frecuencia, Don Manuel, el director
del periódico me eligío para llevar a cabo la
redacción de una de las historias más
sorprendente que me ha tocado escribir.

Se venía rumoreando la presencia de un


extraño personaje que según decían, y no eran
poco los que sostenían tal aseveración, era la
encarnación del Espíritu de la Navidad. Se
dejaba ver, medio oculto entre la
muchedumbre, por las calles nevadas o
embarradas de la ciudad de Gilburgo a ciertas
horas, esquivando el paso de los carruajes,
cuando los comercios aún estaban abiertos, los
tenderos voceaban sus mercaderías en los
diversos puestos callejeros de viandas y
golosinas y tenderetes de batatas y castañas
asadas, y los niños vendedores de periódicos
clamaban las últimas noticias para atraer la
atención de los viandantes de paso apresurado
para evitar el intenso frío, que este año se
manifestaba con intensas y copiosas nevadas.

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Los rumores y
noticias corrían
como un reguero
de pólvora en
cualquier
tertulia, charla,
coloquio o
conversación
cuyo tema
principal no era
otro que el lugar
donde había sido
visto. Un primo
mío, un vecino,
un amigo, mi
hermano, mi mujer, yo mismo lo ha visto esta
mañana en la Plaza Mayor, o en la calle del Río,
o en la calle Canales.

Eran muchos los que podían dar fe de su


presencia pero nadie había conseguido hablar con
él nunca, pues se mostraba esquivo y desconfiado
y según dijeron en la redacción, poseía una
enorme facilidad para escabullirse de las molestas
indagaciones de los curiosos que no renunciaban
al privilegio de ser los primeros en hablar con él.

Don Manuel, envuelto en volutas de humo


que desprendía su pipa, iluminado por la trémula y
tenue almendra anaranjada de la llama de la
lámpara y con su acostumbrado sarcasmo me

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encomendaba tajante esa misión: ser el primero
en entrevistar al Espíritu de la Navidad.
– Nadie antes que tú debe entrevistar a ese
personaje ¿Has entendido? Absolutamente nadie –
espetó categórico con una energía que no me dejo
el más mínimo margen de duda ni capacidad
alguna de réplica.
– Pero… - acerté decir mientras me extendía
un sobre.
– Aquí tiene el billete del tren, sale mañana
para Gilburgo a las nueve. No lo pierdas.
– ¡Mañana! Pero aún no he acabado con la
historia del atropello del aguacil en la calle
Estrellas…
– No te apures, Andrés lo terminará. ¿A quien
le importa la muerte de un triste aguacil bajo las
ruedas de un carro cargado de carbón? Mientras
por ahí anda suelto un enigmático hombre. Tú,
vete a la caza del extraño personaje. Y no me
falles ¿Entendido? – dijo mientras su mano me
invitaba a salir de su despacho.

Continuara….

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