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CINE CHAMANISMO Y ALQUIMIA DESDE JIM MORRISON

El cantante puede ser un disfrazado mago hechicero. Este fue el caso de Jim
Morrison. Su mítico grupo musical de rock, The doors, nació con la impronta de aquel
verso de Blake: ¨Y si las puertas de la percepción se abrieran entonces veríamos la
realidad tal cual es: infinita¨.
Morrison fue algo más que un resplandor hipnótico en el escenario. Uno de sus
talentos menos difundidos consistió en su condición de libre pensador y poeta. Su
devenir por los fulgores y penumbras del pensar se inicia en su juventud. Recorre
entonces las páginas de Nietzsche, las Vidas de Plutarco, Rimbaud, el mencionado
Blake y los beatniks como Kerouac, Ginsberg y Ferlinghetti.
En 1969, con su verdadero nombre, James Douglas Morrison, publica The Lords y
The New creatures. En la primera obra mencionada, el pensar poético de Morrison
emana collares de reflexiones en los que el cine es un brillo destacado. Morrison danza
en torno a la imagen cinematográfica con agudas intuiciones. El cine nace para
compensar la ausencia de experiencias reales del hombre moderno. El cine es heredero
debilitado del chamán y su poder de viajar fuera de lo cotidiano y ser espectador de
otras realidades. Y lo cinematográfico es también continuidad de la alquimia.
Indaguemos entonces, desde este momento de Temakel, la singularidad del pensar de
un desaparecido hechicero respecto a las imágenes que bailan en una pantalla.

CINE, CHAMANISMO Y ALQUIMIA


Por Jim Morrison

¨...Los films son una colección de imágenes muertas a la que se insemina


artificialmente.
Los espectadores cinematográficos son vampiros tranquilos.
El cine es la más totalitaria de las artes. Toda energía y sensación es
absorbida por la erección cerebral, la calavera abarrotada de sangre.
Calígula deseaba que todos sus súbditos tuvieran un único cuello, para
poder descabezar al reino con un sólo golpe. El cine es ese agente
transformador. El cuerpo existe sólo para beneficio de los ojos; se convierte
en un sostén seco, para sostener a esas dos suaves, insaciables joyas.
El cine confiere una suerte de espuria eternidad.
Cada film depende de todos los demás y te conduce a otros. El cine era
una novedad, un juguete científico, hasta que se amasó un cuerpo suficiente
de trabajos, suficiente para crear un mundo alterno e intermitente, una
poderosa, infinita mitología en la que uno puede sumergirse a voluntad.
La atracción del cine reside en el miedo a la muerte.
El mayor cuerpo de films ha sido creado por el Oriente moderno. El cine
es la nueva forma de tradición antigua -las sombras chinescas. Aun su
teatro es una imitación de esa tradición. Nacido en la India o en China, el
juego de las sombras estaba vinculado al rito religioso, a las celebraciones
que se centraban sobre la cremación de los muertos.
Es incorrecto pensar, como algunos lo han hecho, que el cine pertenece a
las mujeres. El cine fue creado por hombres para lo consolación de los
hombres.
Las sombras chinescas estaban reservadas, originalmente, para un público
masculino. Los hombres podían observar el juego onírico de cualquier lado
de lo pantalla. Cuando se admitió a las mujeres más tarde, se les permitió
sólo observar a las sombras.
Fantasmagoría, linternas mágicas, espectáculos sin sustancia. Lograban
completas experiencias sensoriales a través del ruido, el incienso, la luz, el
agua. Llegará un tiempo en el que asistiremos a Teatros de Clima para
recordar la sensación que derivaba de la lluvia.
El cine se ha desarrollado por dos vías.
Una es el espectáculo. Como la fantasmagoría, su objetivo es crear un
mundo sensorial que pueda sustituir al mundo real.
El otro es el peep-show, que reclama para sí lo erótico y la observación
despojada de la vida real, e imita al agujero de la cerradura o la ventana del
voyeur sin necesitar de color, ruido, espectacularidad.
El cine tiene sus más profundas afinidades no con la pintura, la literatura
o el teatro, sino con los pasa-tiempos populares -la historieta, el ajedrez, los
mazos de cartas francesas o de Tarot, las revistas y los tatuajes.
El espectador es un animal moribundo.
...Ya no hay ¨bailarines¨ poseídos. La separación del hombre entre actor y
espectador es el hecho central de nuestro tiempo. Estamos obsesionados
con héroes que viven por nosotros, y a los que castigamos. Si todas las
radios y televisiones fueran privados de sus fuentes de poder, todos los
libros y pinturas quemados mañana, todos los shows y cines cerrados, todas
las artes de la existencia delegadas en otros...
Nos conformamos con lo ¨dado¨en la búsqeda de la sensación. Hemos
sido transformados, de un cuerpo loco bailando en las colinas a un par de
ojos que contempla en la oscuridad.
...A través de la ventriloquía, los gestos, el juego con objetos y todas las
variaciones del cuerpo en el espacio, el shamán describía su ¨viaje¨a una
audiencia que, desde este modo, no compartía con él.
Durante el concilio tribal, el shamán era el líder. Un pánico sensual,
deliberadamente provocado a través de drogas, cánticos, danza, llevaba al
shamán hasta el estado de trance. Una voz distinta, movimiento convulsivo.
Actúa como un loco. Estos histéricos profesionales, escogidos
precisamente por su inclinación hacia la psicosis, fueron estimados en
alguna época. Mediaban entre los hombres y el mundo de los espíritus. Sus
viajes mentales constituían el eje de la vida religiosa de la tribu.
Es incorrecto asumir que el arte necesita del espectador para ser. El film
sigue su camino sin que haya ojos. El espectador no puede existir sin él.
Asegura su existencia.
Los multimedia son comedias tristes, invariablemente. Operan como una
suerte de colorida terapia grupal, un encuentro doloroso entre actores y
espectadores, una semimasturbacíón recíproca.

Los primeros cineastas,


quienes -como los alquimistas- se deleitaban en el deliberado ocultamiento
de su arte, lo hacían para que sus habilidades no fueran percibidas por
testigos profanos.
Separar, purificar, reunir. La fórmula del Ars Magna y su heredero, el
cine.
La cámara es una máquina andrógina, una suerte de hermafrodita
mecánico.
Pocos defenderían una mirada hacia la Alquimia como la “Madre de la
Química”, y confundirían su verdadero objetivo con aquellas artes referidas
a los metales externos. La Alquimia es una ciencia erótica, involucrada con
aspectos enterrados de la realidad, dispuesta a purificar y transformar todo
ser, toda materia. No sugerir que las operaciones sobre la materia han sido
abandonadas alguna vez. El adepto se aferra tanto al mundo místico como
al físico.
Los alquimistas detectan en la actividad sexual del hombre una
correspondencia con la creación del mundo, con el crecimiento de los
plantas y con las formaciones minerales. Cuando ven la unión de lluvia y
tierra, la ven en un sentido erótico, como copulación. Y esto se extiende a
todos los reinos naturales de la materia. Porque ellas pueden representar
romances entre los elementos químicos y las estrellas, romances entre las
piedras, o la fertilidad del fuego.
Extrañas, fértiles son las correspondencias que los alquimistas sintieron
en los más extraños órdenes de la existencia. Entre hombres y planetas,
plantas y gestos, palabras y clima. Estas conexiones perturbadoras: el llanto
de un niño y un cordón de seda; la espiral de una oreja y una aparición de
perros en el patio; la cabeza de una mujer vencida por el sueño y la danza
matinal de los caníbales; éstas son conjunciones que trascienden la estéril
señal de cualquier montaje “voluntario”. Estas yuxtaposiciones de objetos,
sonidos, acciones, colores, armas, heridas y olores brillan en una forma
impensada, imposible.
El film, entonces, no es sino una iluminación de esta cadena del ser que
hace que una aguja suspendida sobre la carne nos haga imaginar
explosiones en una capital del extranjero.
El cine, heredero de la alquimia, la última de las ciencias eróticas. (*)
(*) Fuente: Jim Morrison, The doors, Una alegoría americana, de Marcelo
Frigueras, Buenos Aires, Editora AC.

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