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De la tierra al cielo, del cielo a la tierra.

En la calma abismante, pero apaciguadora, del estrecho y quebradizo suelo


rocoso, de un lugar cavernoso, se ha de encontrar la ms rica y variada
vida, aquella que no habla, no grita, que solo mormulla al paso del viento,
en la ms pura y transparente relacin, carente de tensin, que una vez
ms, solo habla tal como respira; es en aquella vida y no en otra, donde se
monta un espectculo, de color, ilusin y visin; siendo el suelo, el
perfecto manto, construido y diseado, por el devenir, aquel que va mas
all de nosotros, donde cada abismo, subida y bajada, es sostenida por la
rocas entrelazadas, por los vigorosos y frgiles cimientos de la vida, que
dan cavidad y refugio, a quien los busca. Sobre ellos, se yergue, desarrolla
y desenvuelve, en el cavernoso, el primer cielo distinto de los dems. Un
cielo que se desenvuelve desde el manto, y en su desarrollo en las alturas,
se desprende y expande, tal como la ramificacin de una constelacin,
carente de brillo, ms que el de sus propios colores; aquellos grisceos,
cafs y verdes matizados, en patrones rugosos y texturizados, que le dan
forma e identidad a cada constelacin que del manto nace. Cada trozo
estelar de este cielo, es visible, y solo invisible, en su difuminacin estelar,
donde cada estrella, asume el protagonismo en la conglomeracin con
otras, formando cuerpos estelares, matizados en diferentes colores y
tonalidades; verdes, rojizos, amarillos, como chispazos de fuego que se
encienden y apagan, en la difuminacin del verde del cuerpo estelar, tal
como una gota de agua que cae sobre la arena, dejando tan solo el rastro de
la humedad, que no es ms que el viejo recuerdo, de lo que fue una gota.
De este cielo, que solo es uno con el suelo, caen las estrellas ya
marchitadas, enrojecidas e incluso ya calcinadas, formando en variedad y
en tonalidad, el manto frtil, sobre el cual un nuevo cielo puede nacer.
Al fin y al cabo, el suelo solo es desde donde miramos, y el cielo esta
donde alcanzamos a visualizar e imaginar.

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