Jim Thorpe. Probablemente el me}
de la primera mitad
‘or jugador de fétbo! americano
de nuestro siglo
10
LOS JUEGOS OLIMPICOS
MODERNOS
El prestigio de los griegos clésicos nunca lleg6 a eclipsarse completa-
mente. Los bizantinos preservaron la mayor parte de la literatura ri
ga clésica y durante toda la Edad Media los monumentos romanos de
inspiracién griega podian verse y admirarse en muchos paises de Euro-
a. A finales del medioevo, algunos intelectuales se sentfan especial-
mente atrafdos por los trabajos filosGficos de Platén y sus discfpulos.
El prestigio de los autores clasicos y otros héroes del pasado fue
particularmente vivo durante el Renacimiento (siglos XVI y XVID).
Los principes italianos y los humanistas de sus séquitos retnieron y
reeditaron la mayorfa de los textos clasicos que han llegado a nuestras
manos. Los arquitectos, los pintores y los escultores italianos, inspira-
dos en los modelos clésicos, establecieron los cénones de la belleza
visual que han perdurado hasta tiempos muy recientes. La educacion
tradicional de los europeos se juzgaba en base a su conocimiento de la
literatura clésica latina y griega y en la forma en que manifestaban su
admiracion por los titanes que las engendraron:
Las bases econmicas y la estructura de la sociedad europea de
comienzos de la Edad Moderna diferfan, por supuesto, de la de los
griegos y romanos, y como ya hemos sefialado, los deportes europeos
‘no suponan ninguna continuidad con los juegos y competiciones de206 LOS JUEGOS OLIMPICOS MODERNOS
aquéllos. Eran, desde luego, adaptaciones naturales surgidas “ex no-
vo” de la cultura rural y del deseo de la nobleza por demostrar su
influencia. Sin embargo, entre las personas cultas, junto a su interés
por los clésicos de la literatura, se manifestaba cierta curiosidad por el
deporte y los festivales deportivos de los griegos que nunca se extingui-
rfa completamente.
Aunque los terromotos derrumbaron las construcciones de Olimpia
y el lodo de las torrenteras cubriera sus ruinas, el anfiteatro y sus
juegos segufan en el recuerdo de los eruditos. Shakespeare menciona
Jos Juegos “Olimpicos” en Enrique IV y en Troilo y Cresida, y Milton
hace lo mismo en El Paraiso Perdido. Voltaire, después de asistir a un
festival atlético celebrado en Inglaterra en 1727, escribia a un amigo
que se habia sentido “transportado a los Juegos Olimpicos”. En el
siglo XVIII los miisicos incorporaron el titulo, cuando no el tema, de
los Juegos a sus composiciones, y son numerosos los autores ingleses y
franceses que los mencionan, siempre con respeto, en sus excritos.
Pero serfan los alemanes los que més atraidos se sentirian sentimen-
talmente por Olimpia y sus grandes festivales. Uno de los admiradores
més entusiasta y decidido entre los estudiosos del arte griego fue Jo-
hann Joachim Winckelmann (1717-1768). Sus grabados, sus descrip
ciones y alabanzas de los monumentos griegos inspiraron a gener:
nes de artistas y escritores europeos, germanos sobre todo. Johan
Heinrich Krause (1802-1882) seria el primer investigador que reunirfa
con sentido critico todos los materiales existentes sobre el deporte
ariego. Uno de sus libros, publicado en 1838, pocos afios después del
descubrimiento de las ruinas de Olimpia, trataba de los antiguos fes-
tivales.
En agosto del afto 1776, Richard Chandler, un viajero inglés, utiliz6
la descripcién que habfa hecho Pausanias (siglo II de nuestra era) de
Jos monumentos griegos para trasladarse hasta aquel rincén desolado
del Peloponeso donde s6lo pudo observar murallas en ruinas y restos
de columnas déricas. Una expedicién militar enviada en 1829 para
ayudar a los griegos en sus guerras de independencia contra los turcos
inclufa en sus rangos a un grupo de profesores que, con la ayuda de
‘unos trabajadores locales, empezaron a excavar alrededor del templo
de Zeus.
Pero serfan arqueslogos y estudiosos alemanes, como Ernst Curtius
(1814-1896), Friedrich Adier (1827-1908) y Carl Diem (1882-1962),
quienes emprenderian y terminarfan con éxito las excavaciones y la
‘catalogacién de los objetos recuperados en las ruinas de Olimpia en
LOS JUEGOS OLIMPICOS MODERNOS 207
1875. El gobierno de Prusia, primero, y los gobiernos del Imperio:
‘aleman y de la Repiblica Federal, después, aportaron los fondos nece-
sarios para llevar a cabo los trabajos y, por esta raz6n, Olimpia y sus
festivales de los tiempos modernos llevarfan un sello netamente ger=
ménico. No obstante, el sentimentalismo de los alemanes no egarfa al
extremo de intentar resucitar los Juegos Olimpicos.
‘A principios del siglo XVII un tal Capitin Robert Dover habia orga-
nizado en su propiedad de Costwold, en Inglaterra, un mitin deporti-
vo de dos dias, mitin al que Dover y sus amigos, movidos por su
nostalgia de lo clésico, denominaron “Olympick Games” (sic). Las
‘Olimpiadas de Costwold” consistian en pruebas de lanzamicnto de
jabalina y de martillo, saltos y lucha, acompafiadas de bailes al son de
una flauta de pastor. Los aiios pasaron y los festivales de Costwold
siguieron celebrandose, aunque con intermitencias, hasta bien entrado
cl siglo XIX. Otros eventos deportivos ingleses recurrieron también a
Ia apelacién de “Juegos Olimpicos”.
Mientras el hist6rico lugar del Pelopeneso permanecia atin en el
olvido, los griegos, que acababan de reconquistar su independencia,
‘organizaron unos “Juegos Olimpicos” modernos en su todavia modes
ta pero dindmica capital, Atenas. Fvangelios Zappas (1800-1865), un
rico negociante en granos, hizo una donacién al rey Otto de Grecia
para la “restauracién de los Juegos Olimpicos y su celebracién cuadrie~
nal, de acuerdo con los preceptos de nuestros antepasados, los griegos
clasicos”. El primer festival se celebré en Atenas un domingo de 1859.
El programa consistia en una prueba de velocidad o dialos, una carrera
de fondo o dolichos, lanzamiento de disco, salto de longitud y lanza-
miento de lanza o jabalina sobre un blanco mévil -la cabeza de un
temmero. Se trataba, desde luego, de legitimar hasta cierto punto el
mito central de la nacin griega moderna: la herencia legitima de la
cultura més original, mas creadora y més influyente de todos los tiem-
pos. Pero los atenienses carecian totalmente de tradicién atlética, y
para el piblico los Juegos Olimpicos resucitados fueron pura y simple-
‘mente una diversi6n popular como cualquier otra.
La periodicidad de los cuatro afios no pudo ser respetada, pero se
celebraron “Juegos” los afios 1870, 1875 y 1888. Los jueces iban de
chaqué, pero, a la antigua usanza, eran ilamados helledonicai. Para
celelebrar los Juegos de 1875 se habilitaron las ruinas del antiguo esta-
dio de Herodes Atticus, una hermosa construccién de mérmol blanco,
cn el fondo de un encenegado barranco préximo a la capital.
No debe sorprendernos, pues, que el deporte de élite terminaraa ee he WR
oor
epee hemes Poduafeenkre crm
incluyéndose entre las grandes manifestaciones culturales de finales
del siglo XIX. Lo que sorprende es lo mucho que tard6 en realizarse.
La primera Exposicién Mundial, celebrada en el Cristal Palace de
Londres en 1851, fue uno de los acontecimientos més exitosos de su
época. Las exposiciones mundiales ulteriores, particularmente las de
Paris en 1855, 1867, 1878 y 1889, la de Filadelfia en 1876 y la de
Chicago en 1893, serfan mids gigantescas, més idealmente educativas y
teméticamente més amplias. De hecho, las grandes exposiciones de
finales del siglo pasado coinciden con la aparici6n de varias enciclope-
dias nacionales, con la creacién y dotacién de espléndidas bibliotecas
nacionales y con la instauraci6n de los sistemas universales de clasifica-
ion (entre ellos el sistema decimal Dewey) destinados a clasificar los
avances del saber y a facilitar su consulta
La Exposicién Universal de Paris de 1878 fue la primera en reunir
congresos internacionales de diversas especialidades (dentistas, histo-
tiadores y estadisticos). Esta clase de internacionalismo altruista tuvo
lun efecto multiplicador sobre toda clase de internacionalismos durante
el siglo XIX. La Union Postal Universal fue fundada en 1875. Las
leyes sobre patentes fueron estandarizadas en una convencién de 1893,
y la propiedad intelectual en otra, en 1887. La Exposicién de Paris de
1889, recordada por la construccion conmemorativa de la torre Eiffel,
fue visitada por més de 40 millones de personas.
A la vista de tales resultados, los franceses empezaron a hacer pla-
nes para una exposicién a celebrar en 1900, con la esperanza de atraet
4 100 millones de visitantes y de reunir congresos y convenciones de la
ms diversa indole: bibli6filos, numismaticos, fotégrafos, hipnotizado-
res ...y un congreso sobre educacién fisica que incluiria algunas de-
‘maostraciones de juegos y deportes.
Visto el creciente cosmopolitismo de la época, parece extratio que el
deporte tardase tanto tiempo en incorporarse a la corriente internacio-
nalista. Una explicacin 0 aclaracién -en ambos casos parcial- podria
ser el cardcter marcadamente chovinista del deporte, cardcter que se
mantendria hasta bien adentrado el siglo XX. A principios del
XIX unos cuantos pagiles y corredores de fondo de gran talento y en
excelentes condiciones fisicas recorrfan el circuito anglo-americano de
iitines y veladas con apuestas. Los escoceses, reputados por su forta-
leza fisica, participaban en los “Juegos caledonianos”, que se celebra-
ban en el Este de Canadé y de Estados Unidos a mediados del siglo
XIX, En 1895 se disputé en Manhattan Field un encuentro de atletis-
mo entre el Club Atlético de Londres y el Club Atlético de Nueva
LOS JUEGOS OLIMPICOS MODERNOS 209
York (los americanos ganaron las once pruebas del evento). El depor=
te anglosajén iba extendiéndose geogréficamente y entre numerosas
poblaciones del mundo. El fatbol, en la forma reglamentada y contro-
lada que habfa adquirido en Inglaterra en los aiios 50 y 60 del pasado
siglo, fue introducido en Australia y Africa del Sur en la década de los
afios noventa, Sin embargo, esos nuevos deportes supralocales no
atrafan més que a un reducido publico intelectualmente inquieto de
paises industrializados como Alemania y Paises Escandinavos.
‘Varios paises de Europa trataron de establecer formas y programas
racionales de gimnasia y educacién fisica, pero ni el deporte de corte
moderno (p. ej. el de los turner 0 de los sokols) ni el deporte-especté-
culo orgénico y de élite (p. ej. el de los colegios briténicos y america-
nos o las carreras ciclistas de los afios 90) no entraban en la planifica-
cién burocratica propia de los estados modernos con importantes in=
tereses en las grandes exposiciones universales.
‘Como ya hemos sefialado, el deporte de élite, disciplinado, demo-
cratico y espectacular responde a las necesidades espirituales y miticas
de una sociedad en répidas vias de industrializacién. El deporte mo-
derno podria haber alcanzado el status internacional mucho antes si se
hubieran multiplicado las reuniones masivas, con o sin el nombre de
“Juegos Olimpicos”. Pero la forma regular adoptada por las manifes-
taciones cumbre del deporte moderno se deben a la visi6n y tenacidad
del barén Pierre de Coubertin (1863-1937).
Pierre de in descendia de una familia que habia dado gober-
nates a la nacién francesa durante muchos siglos. Pierre hered6 0
asumié la idea de que debfa dedicar su vida al crecimiento de la pre-
ponderancia cultural y politica de su pafs. Pero la Tercera Repiblica
de los afios noventa, humillada por la derrota infligida por los prusia~
nos en la guerra de 1870-71, no podia aspirar a esta primacia cultural,
politica 0 econémica.
Coubertin habia recibido una educacién catdlica y clésica, que mas
tarde él mismo juzgaria excesivamente disciplinada y autoritaria. Fre~
cuenté los salones parisinos, mont6 los caballos de la familia y apren-
dié esgrima y boxeo. Trabé amistad con algunos catélicos de izquierda
(un verdadero desafio a sus origenes) y se definié como republicano,
Como los demés intelectuales franceses de su época, imaginé numero-
sos planes destinados a fortalecer la posicién de su pais en el concierto
de naciones. Con semejante estado de énimo y armado con generosas
cartas de referencia y notas de crédito, realiz6 sendos viajes a Inglate~
1a y Norteamérica.