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Cada día es más ostensible la ligazón entre el grave deterioro del medio
ambiente que se registra en el mundo y las políticas neoliberales que en el
contexto de la globalización impulsa Estados Unidos. Lo cual no es de extrañar,
pues al dejar sin mayor control las fuerzas del mercado, ellas fomentan el
consumo desenfrenado de los recursos naturales y prácticas de producción
altamente contaminantes. A eso precisamente se entregan las multinacionales
en los poderosos países donde tienen su asiento y, al extender sus tentáculos
económicos y financieros, en los países menos desarrollados. Se generan
entonces crisis ambientales regionales que acrecientan la de carácter global.
Desde cuando fue adoptado por las Naciones Unidas en la Cumbre de Río de
1992, el desarrollo sostenible se ha convertido en una consigna de todos
aquellos que han querido defender unas mejores relaciones entre economía y
ecología. No obstante, contra este anhelo conspiran las políticas de ajuste
estructural que no cesan de impulsar el Banco Mundial y el FMI. El
neoliberalismo que las sustenta lleva a que poco o nada importe el medio
ambiente o que se cambie el desigual consumo de recursos naturales y a que
las instituciones estatales y financieras que lo abanderan conviertan los tres
componentes básicos del desarrollo sostenible –sostenibilidad económica,
social y ambiental – en una falacia. Por ejemplo, los tratados de libre comercio
consideran las normas ambientales como barreras no arancelarias para el
intercambio comercial, socavan el cumplimiento de los convenios
internacionales del medio ambiente, exigen que se extiendan patentes de
plantas y animales a favor de los monopolios de la biotecnología y promueven
el saqueo desaforado de los recursos naturales y la mercantilización de bienes
que por su naturaleza deben ser públicos. Se explica así que las laboriosas
gentes del campo, principales perdedores de estos tratados, no encuentren
salida distinta a colonizar y extraerles lo que puedan a más tierras y bosques
para poder sobrevivir, cuando no a emprender su forzado desplazamiento
hacia las ciudades creando mayores presiones ambientales y sociales.
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