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Generación Y es un Blog inspirado en gente como yo, con nombres que comienzan o contienen
una “y griega”. Nacidos en la Cuba de los años 70s y los 80s, marcados por las escuelas al
campo, los muñequitos rusos, las salidas ilegales y la frustración. Así que invito espacialmente a
Yanisleidi, Yoandri, Yusimí, Yuniesky y otros que arrastran sus "y griegas" a que me lean y me
escriban.

Yoani Sánchez (1975)

Licenciada en Filología. Reside en La Habana y combina su


pasión por la informática con su trabajo en la Revista Digital
Consenso.

yoanisanchez@desdecuba.com
De regaños y paginas “presilladas”
Escrito por: Yoani Sanchez en General , Marzo,24,2008

Confieso que me ha dado por portarme mal. Me rebelo ante las órdenes, busco limones que no
aparecen, exijo disculpas que nunca llegan y, gran majadería la mía, pongo mis opiniones en un
Blog -con foto y nombre incluidos-. Como ven, con estos treinta y dos años –tan impertinentes-
ya me viene tocando un correctivo.

Así que los anónimos censores de nuestro famélico ciberespacio, han querido encerrarme en el
cuarto, apagarme la luz y no dejar entrar a los amigos. Eso, convertido al lenguaje de la red,
quiere decir bloquearme el sitio, filtrar mi página, en fin, “pinchar” el Blog para que mis
compatriotas no puedan leerlo. Desde hace un par de días Generación Y es sólo un mensaje de
error en la pantalla de muchas computadoras cubanas. Otro sitio bloqueado para los
“monitoreados” internautas de la Isla.

Mis textos, los de los otros bloggers y periodistas digitales, han hecho que la presilla de los
inquisidores haga su ridículo papel. Con estas ínfulas de adolescentes rebeldes, nos hemos
ganado el manotazo, el severo guiño y el regaño. Sin embargo, la reprimenda es tan inútil que da
pena y tan fácil de burlar que se trueca en incentivo.

La obstinada silla vacía


Escrito por: Yoani Sanchez en General , Marzo,18,2008

El 24 de diciembre escribí un post titulado “Una silla vacía”, donde contaba la quinta Navidad
que celebrábamos sin la presencia de Adolfo Fernández Saínz, preso desde la primavera negra
del 2003. Hoy, la mesa sigue puesta, la familia esperando, mi hijo me hace preguntas, cada vez
más incómodas, sobre cuándo volverá Adolfo, mientras Julita -su esposa- recorre cientos de
kilómetros para visitarlo cada tres meses.

Ya no es fin de año, pero han llegados las Pascuas y detrás de mi puerta hay una fina hoja de
palmera, que anuncia un “resurgir”. Espero que pronto no haya mesas incompletas en esta Isla.
Que nadie se merezca la certera frase, que me lanzó mi pequeño Teo, cuando supo de las
detenciones:

“Entonces, ustedes siguen libres porque son un poco cobardes”.

Ternera macho y vaca suicida


Esta singular realidad en que vivimos, ayuda mucho a la hora de escribir literatura. Cada
pequeño detalle de nuestra cotidianidad transpira fantasía, paradoja y ficción. De ahí que leer una
selección de cuentos como Ternera macho y otros absurdos de Angel Pérez Cuza se convierta en
un paseo por la sinrazón del cada día. Aceptamos que uno de los personajes de este libro nos
cuente que “Toro Bravo y Buey Preña´o son vacas aunque tengan nombres de bueyes”, pues ese
es el truco que han encontrado los campesinos para burlar la obligación de venderle la leche al
Estado.
El tema vacuno es uno de los más surrealistas en la Cuba actual. Ese animal con ubres y cuernos
resulta por estos lares tan sagrado como en la India. Si en el país asiático los motivos son
mágico-religiosos, en esta islita del Caribe, los burócratas -con sus regulaciones y prohibiciones-
han consagrado el “culto a la res”. Estamos tan habituados a la alarma, cuando está de por medio
un rumiante, que leemos sin sobresalto un párrafo así:
“¿Ustedes saben desde cuando yo no como carne de res? ¿No? Yo tampoco. Y pudiera,
porque tengo reses y todavía puedo inseminar a Mazorra y a Josefina.” ”Pero no puedo
sacrificar mis animales. Si se me enferma o se me accidenta uno de ellos, tengo que
llamar al Plan, para que manden un veterinario y un inspector, para que me den el
permiso. ¡Cuidadito de descuartizarlo para comer! ¡Nada de eso! Hay que incinerarlo con
papeles y todo.” “Y si son terneras, peor todavía. Ahí sí que te buscas un lío.
Investigación completa, peritos de la policía.”
La lectura de las páginas de este guantanamero, profesor de matemáticas, me ha hecho recordar
un anécdota de hace más de veinte años. Viajaba yo en la locomotora soviética que manejaba mi
padre, por allá por los ochenta. Desde el asiento del conductor vi algo que se movía sobre la
línea, a un centenar de metros por delante. Era una vaca, amarrada de forma tal que sólo la
cabeza quedaba a merced del tren. El animal mugía e intentaba soltarse, sin lograrlo. Con mis
cándidos diez años le grite a mi papá: “¡Para! ¡Hay una vaca trabada en la línea!”. Pero un tren
con treinta vagones de carga no se detiene tan fácilmente y mucho menos por un animal. Mi
padre, con esa serenidad del que ha visto cosas peores sobre el camino de hierro, me explicó:
“No te preocupes, lo propios dueños las amarran así para que el tren las mate y podérselas
comer” “Sólo cuando yo las arrollo ellos pueden disfrutar de su carne”. Unos segundos después
el golpe seco me confirmó que el sacrificio se había efectuado. Al mirar por la ventanilla alcancé
a ver un tropel de guajiros sonrientes que corrían hacia el cadáver.
Supongo que en las dos décadas que han pasado desde ese “suicidio”, los campesinos cubanos se
han hecho más hábiles en amarrar sus vacas a la línea del tren. Pérez Cuza tiene, entonces,
mucho material para sus cuentos.
Ternera macho y otros absurdos
Angel Pérez Cuza
Ediciones Espuela de Plata, 2007
Sevilla, España
Blog del autor: http://delitomayor.blogspot.com/

¿El último para las tostadoras?


Escrito por: Yoani Sanchez en General , Marzo,14,2008

El eco de los tambores que anuncian la inminente venta de computadoras, reproductores de DVD
y otros efectos electrodomésticos, ha llegado hasta mis oídos. Al igual que los últimos rumores,
el “tan-tan” comienza en el extranjero pero en las tiendas de mi barrio nadie sabe nada del
“aluvión tecnológico”. Tanto desespero por los cambios que no llegan, me ha hecho creer que sí,
que el veto para comprar ordenadores se levanta, o mejor dicho, se desvanece ante su ineficacia.

Con varias décadas de atraso, un memorando permitirá comercializar esos circuitos electrónicos,
chips y lectores ópticos que crean, reproducen y difunden información. La razón para no
venderlos antes, no había sido el consumo eléctrico, ni el temor a las diferencias sociales, sino
que -hasta ayer mismo- podían controlar su expansión. Desde que un Ipod cabe en un bolsillo,
un minidisk almacena varias películas y en la delgada barriguita de un Memory Flash viajan un
centenar de documentos ¿qué sentido tiene prohibirlos? Para qué desgastarse en una pelea que ya
tiene un ganador: la tecnología.

Aún así, las dosis de apertura serán graduales y espaciadas. Un claro juego donde la zanahoria es
el ansiado aire acondicionado que se podrá adquirir en el 2009 o la simbólica tostadora por la
que habrá que esperar dos años más. A este ritmo las antenas parabólicas nos llegarán a mediados
de siglo y mis nietos conocerán, en su adolescencia, el GPS.

Potro salvaje se desboca

Con esa mezcla de humor y tragedia que tenemos para abordar todo lo que nos pasa, un grupo de
bloggers e informáticos cubanos han abierto una bitácora en esta misma plataforma. Algo así
como una guarida para todos esos cuatreros de la Internet en Cuba, para los cimarrones que
escapan del mayoral apodado “censura”.

Este blog colectivo y anónimo, se va llenar con los testimonios, ideas, trucos y sugerencias de
todos aquellos que tengan como impulso hacer de Internet “el espacio de opinión que no nos dan
en la prensa, la radio y la televisión nacional”. Nace justamente por los días en que se celebra en
todo el mundo la jornada contra la censura en Internet y desea que la próxima vez que llegue esa
fecha, ya la represión informática sea cosa del pasado.

Hago hincapié en lo del humor, pues estos jovenzuelos han escogido para su bitácora el nombre
de “Potro Salvaje” pero aclarando que “tenemos que liberar al potro domado de la tecnología”…
no les suena conocido ¿eh?

http://www.desdecuba.com/potro

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 11 de marzo de 2008


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Sonata para un “hombre nuevo”

Los que hoy tenemos menos de cuarenta años debimos ser como el joven del cuadro de Raúl
Martínez, híbrido de hombre y modelo social. Nos pondríamos la mano en la barbilla, y en un
entorno lleno de colores brillantes, miraríamos un presente de conquistas y justicia. Sin embargo,
la pintura resultante quedó de tonos ocres y el suave gesto de optimismo se trastocó en
desespero.

En aras de formarnos en el estudio-trabajo nos enviaron a los preuniversitarios en el campo. No


previeron “ellos”, que ya eran cincuentones y habían olvidado el temblor de la carne, que tanta
hormona adolescente sin el control paterno, no iba a “malgastarse” en hacer producir la tierra.
Junto al intensivo aprendizaje de “cosechar” en otros cuerpos, aprendimos también que los
oportunistas siempre se las arreglan para no doblar la espalda hacia el surco. Advertimos que, de
esos seres aprovechados, era el reino del futuro.

Llegaron entonces los noventa y nuestros padres –en tiempo récord- sacaron los altares para la
sala, empezaron a blasfemar contra el gobierno y –como zombies- buscaron, por toda la casa,
dónde se oía mejor la prohibida radio que llegaba desde el Norte. Esa metamorfosis acelerada
que ocurría a nuestro lado, nos dotó de la dosis de cinismo necesaria para enfrentar similares
frustraciones. Una mezcla de incredulidad y pragmatismo fue la vacuna contra el desencanto,
pero también el árido terreno donde no crece la rebeldía.

De los poemas patrióticos declamados en los matutinos, pasamos a armar la balsa de la


desilusión que nos llevara a cualquier otro lado. Después de tanto “compromiso”, tanta
“asamblea pioneril”, y tanta marcha con su consigna y su banderita de papel, hemos terminado
por adoptar este gesto nuestro, tan común, de hombros que se levantan a la par que decimos “y a
mi que me importa”.

Miro al joven pintado por Raúl Martínez y sólo hay un punto donde me reconozco. Él, como yo,
mira hacia el futuro, confía en que llegarán tiempos mejores.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 9 de marzo de 2008


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Las palabras se extinguen

He notado, desde hace varios años, que hemos dejado de usar frases conciliatorias como
“disculpas”, “perdón” y “lo siento”. Frente a una metedura de pata, preferimos insistir en la
torpeza, que reconocer que hemos fallado. Alguien ha inscrito en ese absurdo código de la
“hombría nacional”, junto a las risibles frases de “hombre que es hombre no toma sopa, no come
dulce, etcétera, etcétera…” algo como “cubano que es cubano, no pide disculpas”.

Recuerdo la hilarante anécdota de un amigo, cuyo dedo fue “aplastado” por el fino tacón de una
dama que pasó por su lado. Ante la evidencia de que ella no se disculparía él se le acercó y le
dijo “Perdón señora, por ensuciarle la suela del zapato”. A la mujer no le gustó nada la ironía y
estuvo a punto de propinarle a su “víctima” otro pisotón en el mismo dedo. Todo por no
pronunciar las mágicas palabras que evidenciaban su arrepentimiento ante el error cometido.

Cuántas veces no hemos sido mal atendidos, vilipendiados o ignorados por un camarero que es
incapaz de articular algo como “lo lamento, señor”. Una frase como esa no resuelve todo el
problema, pero al menos deja la sensación de que no hay alevosía en el mal servicio. Sin
embargo, el récord de disculpas pendientes lo tienen los burócratas y los políticos, con ellos
hemos pasado este “curso intensivo de no lamentar nada”.

Somos alumnos aventajados de un gobierno que en estos casi cincuenta años de “bailar solo” en
la pista de nuestra política, jamás ha pedido disculpas por nada. Nos hemos quedado esperando
la necesaria mea culpa por la ofensiva revolucionaria de 1968, por la atrocidad de los mítines de
repudio, por la dependencia soviética, por los sucesivos y desastrosos planes económicos que nos
condujeron a esta asfixia productiva, en fin, la lista es tan larga y tan dramática que más que un
“lo siento” exige un prolongado acto de “autoflagelación pública”.
Pero bueno, ya sé que los políticos nunca piden disculpas. Por eso nosotros, pequeñas copias de
ellos, a los que imitamos en la repetición de las consignas y en las poses tribúnicas, también los
emulamos en eso de no pedir perdón. Para qué, diría la señora que pisó a mi amigo, ya tenemos
el dedo aplastado y por allá arriba ellos no quieren ver que tienen la suela “sucia”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 9 de marzo de 2008


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Las verdades de Zanussi

Con el propósito de sacudirme el desencanto del 24 de febrero y de ahuyentar la expectativa-


frustración que me han dejado estos días, decidí irme al cine. En el Chaplin un filme polaco, de
la década del setenta, parecía lo ideal para evadirme de las calles habaneras, con toda su
conformidad y su paciencia. El director Zanussi estaba invitado a la presentación de su película
ante el público cubano. En un español mezclado con italiano, pero de una precisión que cualquier
hispanohablante envidiaría, ese señor me hizo aterrizar en lugar de volar, enfrentar en vez de
evadirme.

Ninguna de las imágenes y los diálogos de la película “Mimetismo” lograron que dejara de
pensar en las palabras introductorias de Zanussi. El dilema de un licenciado en Filología –
cualquier similitud es pura coincidencia- y las concesiones para integrarse en un mundo
académico marcado por la simulación y el oportunismo, me golpearon fuerte. Sin embargo, el
knockout me lo propinó una simple disculpa del director, al lamentar la vigencia de sus tesis
sobre el “camuflaje” y la simulación.

Yo tratando de escapar y él recordándome en una frase que: “el cinismo de los viejos es más
permanente de lo que habíamos pensado”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 28 de febrero de 2008


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En busca de la piedra Rosetta

El discurso de Raúl Castro, en la toma de posesión de su recién estrenado cargo de Jefe del
Consejo de Estados y de Ministros, no me ha despejado mis –ya crónicas- dudas. La reiterada
mención de los cambios que vendrán, pero sin sustantivarlos y la alusión a prohibiciones que se
van a eliminar –aunque por el momento no se especifican- me ha dejado en las mismas. La
dilatación hasta “dentro de unas semanas” o “en el curso de este año” de la puesta en práctica de
algunas de estos ajustes, me recuerda el ansiado vaso de leche, prometido por él el pasado 26 de
julio, y ausente todavía de mi frugal desayuno.

Ayer me he sentido como el egiptólogo francés Champollion, tratando de descifrar cada palabra,
cada nueva persona ascendida hacia el grupo gubernamental. Si bien no he podido interpretar la
totalidad de lo ocurrido, puedo identificar algunas señales y posibles derroteros. El hecho, por
ejemplo, de que Machado Ventura sea ahora el vicepresidente, es un indicio de que no será la
flexibilidad ni el sentir de la nueva generación, lo que marcará los próximos pasos. Ortodoxia,
verticalidad y fidelidad extrema parecen brotar de quien, hace casi una década, firmó una
conocida medida para prohibir los árboles de Navidad en lugares públicos. Su presencia como
“número dos” a pesar de ser el que menos votos alcanzó, 601 de los 609, desalienta a la mayoría
de los “entusiastas” del gobierno raulista.
En los intentos de ajustar las palabras del discurso a la cotidianidad de mi existencia, me he
quedado con aquello de “cese de gratuidades (…) insostenibles”. La frase me ha movido a
lanzar una modesta propuesta: cambio las tres libras de azúcar prieta y blanca, los tres
kilogramos mensuales de arroz y el paquete de café que me dan en el mercado racionado, por
una dosis extendida de libertad de expresión. Sé que mi bodeguero se asustará si le muestro la
bolsa, al tiempo que le pido algunas onzas de “derecho de asociación”, un par de cucharadas de
“libre opinión” y hasta una breve porción de “posibilidad de decidir”. Seguro me equivoco, pero
algo así es lo que me hubiera gustado interpretar de lo escuchado ayer.

Los jeroglíficos egipcios resultan, la mayor parte de las veces, mucho más fáciles de desentrañar
que el aburrido estatismo de la política cubana.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 25 de febrero de 2008


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En vela

No me dejan dormir desde las tres de la madrugada. El teléfono empezó a sonar minutos después
que la página web de Granma colgara las últimas reflexiones de Fidel Castro. Desde ese
momento no he podido volver a acostarme. Es difícil pensar con claridad cuando se lleva encima
una madrugada en vela, así que todavía estoy en la fase de “pellízquenme a ver si estoy
despierta”. Los amigos tampoco me ayudan mucho a espabilarme, pues me acosan a preguntas,
como si en esta Isla alguien pudiera tener “respuestas” a algo.

Toda mi vida la he pasado con el mismo presidente. No sólo yo, sino que mi mamá y mi papá –
nacidos en el 57 y en el 54, respectivamente- tampoco recuerdan a otro, que no sea el que hoy se
ha despedido de sus cargos. Varias generaciones de cubanos no se han hecho nunca la pregunta
de quién los gobernará. Tampoco ahora tenemos muchas dudas de cuál persona ocupará el
máximo puesto, pero al menos hay alguien que parece definitivamente descartado. Como en esos
filmes de Alfred Hitchcock nos hemos enterado, sólo cinco días antes de las elecciones, que
nuestros disciplinados parlamentarios se enfrentarán a una boleta diferente; que no tendrán que
marcar al lado del “mismo” candidato.

A pesar de estar cayéndome de sueño, alcanzo a darme cuenta que hoy se ha cerrado un ciclo.
Vale preguntarse si el nuevo que se abre llevará nuestros nombres, tomará el curso de nuestros
deseos o durará otros cincuenta años.

Por el momento cierro los ojos y ya me siento más ligera.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 19 de febrero de 2008


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Convivencia

En este medio donde abunda la desavenencia, los estira y encoge, la competencia de llegar
primero, y otras tantas poses que generan división, enfrentamiento y suspicacia, viene como un
bálsamo que un grupo de cubanos –un equipo de pinareños- opte por convivir, cobijar y
robustecer la desperdigada Nación cubana.

He sabido que esta mañana ha surgido otro espacio digital hecho dentro de la Isla, dirigido por
Dagoberto Valdés. Una revista que desde la “cola del caimán” aborda problemáticas comunes a
todos los cubanos. Un nuevo sitio para confirmar que Internet es de esas tantas grietas que se le
están abriendo al muro.

Me siento cerca de todo el equipo de Convivencia. No sólo por compartir la aventura de intentar
acceder a Internet dentro de Cuba, sino por esa premisa de que los pequeños pasos son quizás los
más sólidos. Con Dago, Toledo, Olga, Karina y Daguito aprendí que “tenemos una hora: quince
minutos para quejarnos y cuarenta y cinco para encontrar soluciones”. Todavía estoy en vías de
aplicarla, pero creo estar –al menos- en la etapa primaria de expresar “lo que no me gusta”.

Haber convivido junto al equipo de esta nueva revista, en las largas jornadas para sacarle al
código html una publicación cubana, pinareña y plural, me ha ilusionado –no con el futuro– sino
con el “ahora”. Espero que la combinación de talento, tolerancia y modestia, que ellos exhiben,
sea contagiosa y conmine a otros.

http://www.convivenciacuba.com

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 17 de febrero de 2008


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Tarde de textos y disgustos

Ayer me fui a la Feria Internacional del Libro en la fortaleza de la Cabaña, al este de La Habana.
Gracias a un lector de este Blog, que me regaló algunos títulos de su pequeña editorial española,
pude salir con algo en las manos. Los precios en pesos convertibles me convencieron de no
comprar nada, mientras creía reconocer -entre las ofertas en pesos cubanos- sextas o séptimas
reediciones de Alejandro Dumas y Emilio Salgari.

Ciertos pabellones repletos de gente, mientras que otros, especialmente las editoriales con
temática política y social, significativamente vacíos. La atracción principal eran los pequeños
cuadernos para colorear o los libros infantiles con llamativos personajes a lo Disney; y los stands
menos visitados aquellos de discursos, consignas y utopías de las que ya estamos saturados cada
día.

Sin embargo, no fueron los libros los que me proveyeron de la experiencia más intensa de esa
jornada, sino la escurridiza Internet o la “balsa virtual” como la llaman algunos. Resulta que
ETECSA ha colocado muy cerca de la entrada principal un Telepunto para vender tarjetas, llamar
por teléfono y acceder a la red de redes. El año pasado ya había hecho el intento de sentarme
frente a uno de los teclados, pero me aclararon “enérgicamente” que era sólo para extranjeros.
Con la ilusión de que esta vez el apartheid fuera cosa del pasado, volví a intentarlo. Una elegante
vendedora, que parecía llevar sobre sí varios postgrados de marketing y gestión de ventas, me
hizo bajar de mi nube al pedirme el pasaporte o la tarjeta de turista.

No puedo entender que en un espacio para la lectura y el conocimiento -como debe ser una feria
de libros- exista una zona vedada para los que ostenta determinado “origen nacional”. Si encima
de eso el “área restringida” es la puerta a esa gran biblioteca, hemeroteca y enciclopedia que es
Internet, entonces todo se me vuelve más absurdo. Cómo se puede, en un mismo recinto,
fomentar la lectura y evitar el acceso a la información; vender libros y censurar páginas web;
potenciar las palabras y no dejarnos entrar a un chat; vender diccionarios y no permitir que
consultemos Wikipedia.

El incidente me hizo evocar los enormes volúmenes -en la parte más alta del librero- que mi
padre me prohibía hojear cuando era niña. Como uno de esos libros inaccesibles y por ende
“irresistibles” me ha parecido ayer Internet y, nosotros los cubanos, como perennes infantes a los
que no se les puede dejar leer sus páginas.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 14 de febrero de 2008


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Habeas data

Las imágenes de la caída del muro de Berlín las vi once años después de los sucesos de aquel
octubre de 1989. Por ese entonces, pocos cubanos tenían acceso a un reproductor de video o a la
prensa extranjera. Las noticias nos llegaban cuando ya eran historia. El joven que desafiaba a un
tanque en la Plaza de Tiananmen sólo cobró forma delante de mis ojos una década después de
aquellos sucesos. Eso por no hablar de lo que pasaba a nuestro lado y apenas nos enterábamos.
Así, ocurrió el Maleconazo de agosto del 94 y con los fragmentos difundidos por televisoras
extranjeras, fuimos reconstruyendo la atmósfera de pedradas y palos de aquella jornada.

Atrás han quedado los tiempos en que los periódicos oficiales, el noticiero nacional o la radio
cubana, eran las únicas fuentes de información –o desinformación- que teníamos. La tecnología
ha venido en nuestra ayuda. Ahora, a pesar de todas las limitaciones para acceder a Internet, ver
la programación que ofrecen los satélites o escuchar –sin interferencia- la radio de onda corta; las
noticias nos llegan.

Una buena prueba de ello ha sido la rápida difusión underground, del video donde Eliécer Ávila,
un estudiante de la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI), interpela al presidente del
Parlamento cubano. Cómo se filtró la grabación de aquellas incómodas preguntas -que
provocaron en Ricardo Alarcón sudoraciones, manoteos y las consabidas comparaciones con el
pasado- es materia de especulación y duda. Un par de semanas después de los hechos, un buen
número de cubanos ha visto o escuchado del singular encontronazo.

Parece imposible ya desactivar esa red precaria y clandestina que nos trae “noticias de nosotros
mismos”. La información sesgada, omitida o distorsionada, ha terminado por convertirnos en
ágiles rastreadores de datos, en maestros en el arte de hacernos con los detalles. Hoy fue el video
de la UCI, mañana será el conocimiento de algo más clasificado y secreto lo que hará metástasis
en la sociedad cubana.
Mientras lo medios oficiales mantienen su bucólico letargo, nosotros nos estamos enterando. El
joven de la UCI ya tiene rostro, conocemos su voz, hemos oído los tartamudeos de su
interlocutor. Esta no es una enorme plaza china con un joven que desafía a los tanques y la
imagen no va tardar una década en llegar hasta nosotros.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 12 de febrero de 2008


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De la casa a la Nación

Se acercan las elecciones del 24 de febrero y en las calles de mi ciudad poca gente se pregunta
quién será nuestro próximo Presidente. No obstante he decidido hacer el ejercicio –inútil- de
apuntar cómo desearía que fuera la persona que nos va a representar:

- No quiero un militar para estar al frente del país (ya saben que le tengo alergia al
verde olivo). Prefiero a los civiles que no hablan de cañones, pero conocen mis
angustias y mis dificultades cotidianas.
- No deseo otro líder “carismático” (eso sólo sirve para quedar bien en las fotos o
convertirse en ídolo); sino un modesto administrador que cuide los recursos del país y
no crea que nos “dirige” sino que sepa que debe “servirnos”.
- Me gustaría alguien que al terminar su período de mandato le ceda la silla al
próximo que será electo; o que podamos levantarlo nosotros mismos en caso de que
deje de representarnos.
- Sueño con (y aquí se me sale el feminismo) una pragmática ama de casa, que desde
allá arriba esté preocupada por lo que ponemos en nuestras cazuelas y dedicada a
reconciliar a sus “pendencieros” hijos.
- Espero no contar con otro orador de competencia, sino con un raro espécimen de
político que sepa escucharnos.
- No estoy esperando por un padre –omnipresente y omnipotente- sino por un
Presidente, del que pueda quejarme –libremente- en público.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 7 de febrero de 2008


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Desde el mismo bolsillo

Soy bastante despistada. Lo mismo dejo la llave dentro de la casa y cierro la puerta, que guardo
la billetera en el refrigerador. De manera que estoy obligada a un montón de trucos para no
olvidar nada. Tengo una agenda donde escribo lo que debo hacer y apunto en papelitos –por toda
la casa- el sinfín de tareas cotidianas -que no admitirían un descuido-. Aún así, algo siempre se
escapa y me genera una “pequeña catástrofe”.

Ante la evidencia de mis limitaciones neuronales, he tenido que desarrollar ciertos recursos
mnemotécnicos, para no perder la razón con la dualidad monetaria imperante en Cuba. La
disyuntiva diaria de cuál moneda usar para pagar los servicios y productos que necesitamos,
pone a prueba mi Alzheimer prematuro. De manera que llevo en mi bolsillo “izquierdo” esa
moneda llamada “nacional”, que más bien parece dinero de un juego de Monopolio, sin valor
real; mientras que al alcance de mi mano derecha mantengo –en caso de que los tenga- los pesos
convertibles.

Si debo pagar la guagua, comprar el periódico o entrar a un museo, ya sé que en el lado siniestro
de mis pantalones se albergan los inútiles papelitos con los que nos pagan el salario. Ahora bien,
si se trata de adquirir un jabón, aceite o pasta de dientes, es el turno de sumergir mi mano diestra
en el otro bolsillo. Normalmente, desando la ciudad y apenas si encuentro algo que me haga
sacar uno de esos billetes con la cara del Apóstol o la efigie del Titán de Bronce. Cada día mi
bolsillo izquierdo se hace más inservible, mientras que la “moneda convertible” se vuelve
obligatoria para sobrevivir.

Con esta esquizofrenia monetaria hemos vivido desde hace quince años. La confusión de cuál
dinero usar no es lo más triste, sino cómo llegar a obtener los pesos convertibles para ponerlos en
“el bolsillo derecho”. Estos billetes sin rostro (mírenlos bien y notarán que sólo traen
monumentos o estatuas, nunca la mirada directa de algún héroe) son nuestra obsesión colectiva.
Para tenerlos, debemos hacer justo lo contrario que nos llevaría a la moneda nacional. Tenemos
que delinquir, desviar recursos al mercado negro, corrompernos, hacer trabajos ilegales o -en el
más inocente de los casos- recibirlos de algún familiar o amigo en el extranjero.

Parece lejano el día en que podamos meter la mano en el mismo bolsillo, sacar el rostro de Martí,
Gómez o Maceo y comprar con la “moneda nacional” aquello que venden en nuestro país.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 7 de febrero de 2008


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Un año después

Algo que me arrastró a esta aventura de escribir un Blog fue el sinsabor dejado por el fin de la
polémica de los intelectuales de enero del 2007. Una tarde, como hoy 30 de enero, esperábamos
-un grupo de jóvenes- para poder entrar a la conferencia “El quinquenio gris, revisitando el
término”. El encuentro en la Casa de las Américas pretendía canalizar e institucionalizar un
debate que ya llevaba un par de semanas elevando la temperatura de los correos electrónicos
cubanos. Una selecta lista de invitados fue entrando a la sala “Che Guevara”, mientras nuestro
“grupo de impertinentes” veía –desde afuera- cómo llegaba la medianoche.

Estuvimos allí –marcadamente protestones- impedidos por los custodios y los burócratas de
entrar para opinar y contar nuestros encontronazos con la censura y el dogmatismo. Le pusimos
rima a una cadencia que apelaba al organizador principal del evento: “Desiderio, Desidero, oye
mi criterio”, pero tampoco funcionó. Adentro, la voz del Ministro de Cultura repetía la idea de
que en una plaza sitiada, disentir es traicionar; mientras en la misma esquina de G y Malecón la
frustración de los que no fueron escuchados, derivó en hastío y en un masivo regreso a casa.

Un año después, no sé muy bien qué nos dejaron aquellas “Palabras de los intelectuales”
intercambiadas por email. Qué nos quedó de ese paquete de quejas y demandas que comenzó
como crítica a la política cultural de la revolución y derivó en un cuestionamiento a TODO.
Intuyo que el debate fue secuestrado por las instituciones, apresado por un mundo académico
lleno de conceptos y palabritas complicadas, condenado a tomar el cauce del inminente congreso
de la UNEAC.

No obstante, nos dejó –al menos a los que estábamos afuera- la convicción de que no podemos
esperar porque nos dejen entrar al próximo debate. A mi, personalmente, me sumó una gota
definitoria para comenzar con este exorcismo que se llama “Generación Y”. Me dotó de la
espátula para el largo vómito contenido que (discúlpenme lo asqueante de la metáfora) ha caído
estrepitosamente sobre este Blog.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 30 de enero de 2008


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Jovenzuelos

Hay ciertos ancianos a los que el desenfado de los más jóvenes les produce quemazón y
pesadumbre. Son aquellos que intuyen que los que vienen detrás barrerán con todo lo que para
ellos resultara “sagrado”. Tienen razón. Nada hay más temible que un adolescente que no
economiza sus horas y que amenaza con “cambiarlo todo”. Son esos viejos los que, en la primera
oportunidad, les echan en cara a los nietos los pañales lavados, la educación ofrecida, los
desayunos servidos y hasta las medicinas compradas.

Una oleada de ese rencor me ha llegado en el despectivo de “jovenzuelo” lanzado por Fidel
Castro en sus penúltimas reflexiones. La andanada de “trapos sucios” fue motivada porque un
cubano (quizás Yuniesky, Yohandry o Yasiel) fue entrevistado por una agencia extranjera y
declaró que no quería oír hablar de socialismo. Con ese determinismo, típicamente juvenil, se
agenció la virulenta reacción del mismísimo jefe de Estado que le dedicó casi un párrafo.

Toda la historia del joven hastiado y del severo “abuelo” que lo recrimina, me ha transportado a
los años de la Glasnot y a la revista Novedades de Moscú, donde un imberbe joven advertía a los
sesentones que frenaban los cambios “ustedes tienen todo el poder, nosotros tenemos todo el
tiempo”. Claro, hay que matizar la frase al saber que también para Yunieski o Yohandry pasan
los años, y cada vez cuentan con menos tiempo.

Presiento que me volveré una viejita un tanto punk. Le permitiré a los muchachones del 2050
burlarse de mis fotografías y del feo peinado que llevaré por más de tres décadas. Los dejaré
derrumbar uno a uno todo lo que hoy me resulta “intocable”. Lo haré con gusto y conformidad,
porque sé que ellos no sólo tienen el tiempo, sino que -sin saberlo- devengan también el poder.
Un enorme poder que les permite escoger entre “esperar o hacer algo”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 30 de enero de 2008


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Oxigeno para la blogósfera cubana

Quiero anunciar la salida de dos nuevos Blogs escritos desde Cuba que están en este mismo
portal. Los dos con seudónimos, aunque en uno se advierte que la autora prescindirá de la
máscara en poco tiempo.

“Sin EVAsión” se anuncia así mismo como “un blog con antifaz provisional, pero con voluntad
permanente” y está escrito por “Eva, una habanera de la Isla, perteneciente a una generación que
ha vivido debatiéndose entre la desilusión y la esperanza y cuyos miembros alcanzaron la
mayoría de edad en el controvertido año 1980. Eva ha publicado colaboraciones en el espacio
Encuentro en la Red, para el cual creó el seudónimo. En el transcurso de este año asumirá
públicamente su verdadera identidad”. Vaya, tendremos sorpresas.

El otro Blog que viene a oxigenar la desnutrida blogósfera cubana es “Retazos” o “los dislates de
un cuarentón en ciernes” que bajo el seudónimo de “El Guajiro Azul” se define como alguien
“radicado –mientras no tenga otra opción- en Cuba, que sueña con no tener que trabajar en la
caña, limpiar el jardín del edificio o ir a arrastrarse en el fango un domingo de la defensa. ¡Qué
sueños!”

Salud y larga vida a los nuevos blogs hechos desde Cuba… y les deseo que las brigadas de
respuesta cibernética contribuyan a elevar sus hits… como han hecho con “Generación Y”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 27 de enero de 2008


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Búsqueda y captura

Hoy me levanté con dolor de garganta. La culpa la tuvo el impertinente viento frío del malecón,
al que me expuse anoche mientras conversaba con un amigo. Durante una hora hablamos –
creyéndonos que arreglábamos el mundo y la Isla- sin darnos cuenta que la temperatura se caía.
Por lo que esta mañana me desperté resfriada y todo el cuerpo me pedía un té caliente con
limón.

Con ese imperativo me fui al mercado agrícola más cercano y pregunté por el verde cítrico de
mis antojos. Uno de los vendedores me aclaró: “Los limones están perdidos, cómprate mejor una
guayaba”. No me dejé convencer y seguí con mi capricho de una cálida limonada salpicada con
té negro. Caminé entonces hacia la Habana Vieja y de paso por varios mercados comprobé que
tampoco tenían lo que buscaba. Las amígdalas me dolían más y a punto estuve de repensar si no
sería mejor tomarme una pastilla de vitamina C; pero como la testarudez me viene con los genes,
insistí en la búsqueda del esquivo fruto.

Cerca de las dos de la tarde me declaré vencida. Apenas si podía tragar por el ardor en la
garganta, nada comparado con el disgusto que me provocó la “desaparición” de los limones. La
inútil “búsqueda y captura” me ha generado un malestar más duradero que los síntomas de la
gripe. Me ha dejado con algunas punzantes preguntas: ¿Cómo es que tanta tierra fértil y tanta
gente deseosa de producir, comercializar y vender, no se combinan y materializan en una
abundante oferta de limones en el mercado? ¿Por qué el marabú sigue siendo el “rey de los
campos cubanos” (hagan un viajecito por la autopista hasta Pinar del Río y lo verán), mientras
las naranjas, mandarinas y –ni hablar- de las toronjas, pasan al inventario de lo exótico? ¿Cuándo
la tierra va a ser de quién la haga producir y no de un Estado que la sub-utiliza en sus
abandonados latifundios? ¿Mantengo la esperanza o me conformo y olvido el sabor de los
limones?

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 26 de enero de 2008


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Parlamento viene de parlar

Desde hace una par de días hay un nuevo parlamento. Fíjense que no digo “tenemos”, sino que
echo mano de la forma impersonal, lejana y ajena. Estos 614 diputados que han asegurado su
puesto en la Asamblea Nacional, tendrán –durante los próximos cinco años- la aburrida tarea de
asentir, unánimemente, ante cada proyecto de ley. El ejercicio de levantar la mano, en señal de
conformidad, les ocupará una buena parte del tiempo de las sesiones. Mientras que la mordaza
impuesta por la “Modificación Constitucional” del 2002, les recordará que “el socialismo es
irrevocable”.

Verlos tan disciplinados, tan correctos, extrañamente callados en sus sillas, me deja una rara
impresión de “parlamento” que no “parla”. Más bien parece un grupo de espectadores,
increíblemente uniforme. No recuerdo una sola discusión, un solo acaloramiento surgido en las
monótonas reuniones en el Palacio de las Convenciones. Nadie con las venas del cuello
hinchadas, ni un solo parlamentario diciendo “No, eso no voy a aceptarlo”. Tampoco ha ocurrido
el aplazamiento de una sesión, ante la imposibilidad de ponerse de acuerdo. Resulta sospechoso
que, en un país donde se hace difícil dialogar y llegar a un arreglo, haya más de medio millar de
personas en consenso.

Ya ustedes saben que me obsesionan las palabras y sus significados (manías de filóloga), de ahí
que propongo no seguir llamando a esto un “parlamento”. Digámosle lo que es realmente: un
abultado grupo de “oyentes”, un selecto, respetuoso y obediente “auditorio”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 22 de enero de 2008


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El fin de la historia y el último cubano

Durante tres días el periódico Granma –en sus dos páginas centrales- nos inundó con todos los
aniversarios que en este 2008 ostentan un número cerrado. Junto a los 155 años del natalicio de
José Martí, se podía leer el 125 aniversario de la muerte de Karl Marx y el medio siglo del
secuestro de Fangio a manos del Movimiento 26 de julio. El acto de reunir esos datos y
presentarlos como un compendio para sucesivas conmemoraciones y actos de recordación, me ha
hecho reflexionar sobre la relación de los cubanos con el pasado; en el excesivo peso del ayer en
nuestras vidas.

Todas esas referencias a lo que fue y debemos evocar, contrastan con el poco tiempo que
dedicamos a hablar del futuro. Las nutridas efemérides nos recuerdan que hoy –hace ya varios
años- algo ocurrió o alguien murió. La mayoría de estos hechos datan de cuarenta, cincuenta o
cien años atrás, mientras que un vacío de sucesos cubre los períodos más cercanos. Los que
tenemos menos de cuarenta años no hemos sido protagonistas de casi nada, sino meros
espectadores de las glorias de otros. Pasivos consumidores del engordado repertorio de fechas
pasadas.

Temo que esa tendencia a la “arqueología” histórica está llenando el tiempo que tenemos para
debatir sobre el día de hoy. Quiero sacudirme tanto aniversario y tanta fecha acuñada. Propongo
que el presente no sea más el escenario para recapitular sobre lo que ocurrió y que se convierta –
como debe ser- en el trampolín para lanzarnos al “mañana”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 15 de enero de 2008


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Las energías ocultas del pueblo

Recuerdo cuando en el año 94 se permitieron las licencias para abrir un restaurante privado
(paladar) o una cafetería. La Habana se llenó de kioscos improvisados que nos devolvieron
perdidos sabores y añoradas recetas. En un par de meses toda la creatividad contenida se explayó
en cientos de sombrillitas, mesas sacadas al portal y hasta sofisticados sitios para degustar un
batido de mamey o un pastelito de guayaba. Las energías contenidas por miles de cubanos se
materializaron en productos y servicios, de una calidad y una eficiencia no conocidas por mi
generación.
Presenciamos -entre atónitos y felices- el rebrote de la pequeña empresa privada que nuestros
padres habían visto ahogarse con la Ofensiva Revolucionaria de 1968. Un paseo por las calles de
mi Centro Habana natal, era la confirmación de que la escasez anterior no había sido fruto de una
innata incapacidad para producir, sino culpa de los férreos controles estatales a la inventiva
privada.

De aquel boom de creatividad e ingenio también nos tuvimos que despedir, en el momento en
que por “allá arriba” comprendieron que las libertades económicas implicarían –inevitablemente-
autonomía política. Cuando Cuco, el dueño de la paladar más famosa de mi barrio, quiso invertir
sus ganancias en un viajecito a París, en un auto moderno y en crear una revista de perfil
“gastronómico”, comenzó a preocupar a los funcionarios. Para contrarrestar esas “poses de clase
media” le llovieron los altos impuestos, los malintencionados controles y las engrosadas
prohibiciones. Tuvo que cerrar el restaurante y el carnaval de sabores que habíamos
redescubierto se replegó otra vez a la sombra.

Los “pequeños negocios privados” que sobrevivieron al regreso del centralismo, nos revelan que
todas esas energías para producir sólo están esperando, agazapadas, que las restricciones legales
se aflojen –aunque sea un milímetro- para volver a conquistar nuestras calles y portales. Cuco
acaricia su recetario –aumentado en estos años de espera- y proyecta un nuevo restaurante en la
azotea de su casa. Ya tiene el diseño de la página web para promocionar sus platos, las tarjetas de
presentación y el color de las servilletas. Está esperando –en la línea de salida- a que den la voz
de arrancada que le permitirá competir por su sueño.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 15 de enero de 2008


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El banco de la escuela de Letras

Lugar de confluencia obligatoria, a un costado de la puerta principal del edificio Dihigo,


descansa el rojizo mastodonte que es el “banco de la escuela de Letras”. Sobre él se han posado
en las últimas décadas las más ilustres asentaderas de nuestra intelectualidad. Muchos de esos
traseros letrados descansan hoy en un butacón en París, caen sobre una silla en Buenos Aires o
aplastan el cortado césped de un campo alemán. A pesar del largo peregrinaje de una buena parte
de sus “inquilinos”, el largo asiento permanece -con su perdurable caoba- en el mismo lugar.

Sobre los duros listones que lo forman, me senté el primer día que llegué a la Facultad de Artes y
Letras de la Universidad de La Habana y me desplomé un par de veces cuando recibí alguna baja
calificación. Él supo de mis dificultades con el latín y de mi predilección por la literatura
latinoamericana. Su férrea estructura comprobó los pocos kilogramos que, los años de Período
Especial, nos hicieron ostentar a muchos estudiantes. Estuvo al tanto, también, de las
incomprensiones que generaban el sectarismo, las “purgas” ideológicas y los dogmas.

Metida en la madera de este austero banco, está la memoria de muchos escritores premiados, de
otros defenestrados y de los ya fallecidos; mientras que en su espaldar el sudor de varias
generaciones de críticos, poetas e historiadores del arte, ha dejado un “barniz” de erudición.

Desde que me gradué no me he atrevido a sentarme –otra vez- en el “banco de la escuela de


Letras”. Ahora es territorio de los más jóvenes que sueñan con la literatura, se inician en la
poesía y descubren el camino hacia la metáfora. Sigue tan recio y tan altivo como antes, pues su
estructura parece alimentarse de conceptos sintácticos, análisis etimológicos y rimas asonantes.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 15 de enero de 2008


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Los reyes a pie

El año pasado los periódicos cubanos criticaron fuertemente el renacer de la tradición


“consumista” de los reyes magos. Describieron las multitudes que, durante días, abarrotaron las
tiendas de juguetes en pesos convertibles, y atacaron las diferencias sociales que genera esa
práctica. Este enero la solución que han encontrado las autoridades, para evitar “los excesivos
gastos” y los alardes de consumo, ha sido no sacar a la venta nuevos e interesantes juguetes. Sin
embargo, los padres no han dejado de comprar y han arrasado también con las pistolitas de agua
y las espadas de factura china.

Para mí, nacida en los setenta, los reyes venían de otra manera. Llegaban en julio y ya no se
llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar sino que eran para nosotros tres categorías de posibles
juguetes a comprar en el mercado racionado: básico, no básico y adicional. Mi madre nos llevaba
a hacer la cola desde la madrugada anterior. La espera era un largo proceso de frustración, al ver
como se iban acabando las muñecas más bonitas, hasta que –al llegar al mostrador- teníamos que
cargar con un set de carpintero o con una escoba y un plumero de plástico. No obstante, en mi
familia seguíamos llamando a aquello “el día de los reyes magos” y al evocarlo semanas
después, yo recordaba el trineo, rememoraba los camellos y adivinaba las coronas.

Las tradiciones tienen la capacidad de agazaparse cuando son prohibidas. Se convierten en mito
y los padres se las transmiten a los hijos en voz baja. Nada es tan absurdo como querer erradicar
lo que forma parte del inventario fantástico de una sociedad. Por eso hoy, veinte años después
del último juguete que me tocó por la libreta, me he regalado un chocolate. Venía todavía con
olor a desierto, a pesebre y a bebé.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 6 de enero de 2008


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El árbol de los deseos

La gente comienza a llegar antes de las siete de la mañana. Hay de todo: ilusos, desengañados y
hasta provocadores. Esperan bajo un árbol –quizás un flamboyán- a un costado del Comité
Central. Están ahí porque quieren entregar sus cartas, repetir sus pedidos o probar –por enésima
vez- si sus súplicas logran efecto. Algunos, de tanto venir, ya saben interpretar las señas que hace
el militar para avisarles que pueden pasar. En la garita entregan su carné de identidad y adentro –
tras un cristal blindado- un hombre toma las cartas y entrega un acuse de recibo.

Apelar a la “máxima instancia” es la esperanza de todos los que allí aguardan. Muchos de ellos
han viajado cientos de kilómetros para explorar una última posibilidad. Creen que cuando los
“altos líderes” conozcan sus problemas, estos se resolverán a la mayor brevedad. Es común que
bajo el “árbol de los deseos” se oigan frases como: “Esto me ha pasado porque Fidel no lo sabe,
si él se entera seguro que se va a solucionar”. Con utopías similares esperan hasta que los llamen
al interior del edificio.
La señora, del pantalón rojo, está aquí porque desde hace doce años se le cayó la casa y vive en
un albergue; el viejito –con la voz quebrada- exige una pensión que la burocracia y la desidia le
han arrebatado; una muchacha asegura que su novio está en la cárcel aunque es inocente.
También hay un hombre agachado en la hierba que parece ser –como yo- del grupo de los
incrédulos. La escena se repite cada mañana de lunes a viernes. A veces las exigencias suben de
tono, las madres traen a sus niños para implorar en grupo y alguien llama a la calma diciendo
“Caballero, cállense y esperen que si no, no van a lograr nada”.

Camino a casa puedo ver al árbol de los deseos, cada vez proyectando su sombra sobre más y
más personas. Cada día más doblado bajo el peso de los problemas.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 6 de enero de 2008


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Un día sin mercado negro

Intento imaginar unas increíbles veinticuatro horas en que no tenga que apelar al mercado
informal. Qué tal un día sin la leche comprada a los que tocan a mi puerta y que suple la ausencia
de lácteos –en el mercado racionado- para los que tenemos más de siete años y menos de sesenta
y cinco. No concibo una jornada sin zambullirme en el mercado negro para comprar huevos,
aceite o salsa de tomate. Incluso para adquirir un cucurucho de maní, debo pasar la línea de la
ilegalidad.

Si estoy urgida de llegar a algún lugar, lo más probable es que tenga que montarme en un taxi sin
licencia. Ni hablar de la amplia gama de trabajadores underground a los tengo que apelar cuando
se rompe la lavadora, se tupe la hornilla del gas o la ducha deja de funcionar. Todos ellos -en la
sombra- apuntalan mí día a día y suplen los limitados servicios que brinda el Estado.

Hasta el periódico debo comprarlo a sobreprecio, a los viejitos que –despiertos desde el
amanecer- adquieren todos los ejemplares de Granma y Juventud Rebelde para revenderlos y
compensar así sus reducidas pensiones. Eso sin hablar de las cosas “innombrables” que nos
provee el mercado negro y de los incontables ábrete sésamo que nos proporciona un billete
deslizado en la mano indicada. Pero lo más asombroso es la infinita capacidad de regeneración
-que nos muestran los vendedores informales- después que pasa una de esas frecuentes razias
contra ellos.
Yo no sé ustedes, pero yo, no puedo vivir un día sin el mercado negro.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 6 de enero de 2008


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Crónica roja o “ya la ciudad no es la misma…”

Alrededor de una docena de jóvenes atacaron a mi amigo Gerardo y su novia una noche de
principios de diciembre. Caminaban por la calle Belascoaín cuando la turba –que salía de un
concierto en un parque cercano- los interceptó. La mochila de mi amigo fue la mayor tentación y
el bolso que colgaba del hombro de Elena les pareció un buen botín. A ella la arrastraron varios
metros para “convencerla” de soltar su cartera, mientras Gerardo intentaba buscar auxilio entre
los impávidos transeúntes y las personas que esperaban la guagua. Nadie los ayudó, ni previno a
la policía. Caras volteadas fue lo que encontraron mientras corrían perseguidos por los agresores.

Finalmente lograron refugiarse –gracias a la bondad del custodio- en el templo masónico de


Carlos III. Para cuando llegó la policía, Elena era un manojo de nervios y le faltaba su cartera.
No encontraron a ninguno de los delincuentes pero pasaron largas horas en la Estación de Policía
contando –una y otra vez- su historia. Las autoridades les explicaron que ir de noche por esa
zona –céntrica y mal iluminada- era una locura. Mientras tanto los golpes recibidos por ella
comenzaban a amoratarse.

Toda la historia me recordó una canción de Carlos Varela que dice: “y aunque no te encuentren
dinero/ te dejarán tirado en la vía/ y a pesar de los gritos, la sangre y Dios/ no llegará la policía,
no, no/ Ya la ciudad no es la misma… no… no”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 3 de enero de 2008


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Mis limitaciones

Amigos, a pesar de las recomendaciones de algunos, preferiría mantener las discusiones que
generan los posts dentro de “Generación Y”. Les agradezco a los que crearon el foro de
discusión en Yahoo para aliviar este Blog de la excesiva cantidad de comentarios, pero resulta
que mi acceso a Internet es tan complicado que me ayudaría mucho tener las opiniones reunidas
en este sitio y no dispersas en un montón de páginas que no podré leer.

Ante las insistentes propuestas de ayuda -que son siempre bienvenidas- voy a activar un botón de
Pay Pal en el sitio, pero sólo estará listo a finales de enero. Ya ustedes saben, lo mío es Internet
en cámara lenta…

No puedo estarme pronunciando a cada rato sobre tal o más cual pregunta, apenas si me alcanzan
los minutos en la red para tomar las recomendaciones que me han dejado. Por lo tanto no pienso
hacer de “juez y árbitro” en los comentarios. De todas formas me gustaría repetir una frase de
Diego, el protagonista de la película “Fresa y Chocolate”: “Pórtense bien y si se van a portal mal,
me esperan…”

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 3 de enero de 2008


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Plataforma blogger

Si me ausento por varios días del ciber-espacio no se preocupen. Estoy ahora mismo montando
un servicio de Blog para gente que dentro de Cuba quiere escribir sus propios posts. Vamos a ver
los locos que se quieran sumar… hasta ahora tengo como siete personas convencidas…

Las temáticas serán variadas, cultura, sociedad y descargas personales como estás que yo hago.
Los comentarios, abiertos y democráticos incluso para los que dejan sus insultos. Los objetivos,
la pluralidad, el ejercicio de la opinión y la terapia de decir lo que uno piensa ¿Suena bien,
verdad?

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 3 de enero de 2008


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¿Llegamos o no llegamos?

Una sensación de cuerda tensada, de asfixia colectiva, siento por estos días en las calles. Raro
diciembre éste, en el que no oigo a nadie lanzar pronósticos para el nuevo año. Ni siquiera el
tímido vaticinio de que el 2008 quizás nos traiga “cosas mejores”. Las expectativas nos las
gastamos en la Noche Vieja anterior, cuando conjeturamos que con el 2007 vendrían las ansiadas
aperturas económicas y los necesarios cambios políticos.

A finales de julio estaba claro que las cosas irían mucho más lentas de lo que creíamos. Las
últimas semanas de este diciembre nos han dejado la convicción de que “por allá arriba” se está
“comprando tiempo”. Anuncios de agua potable todo el día, de caminos reparados y de nuevos
ómnibus circulando en la ciudad, son el repertorio de lo que se nos promete. Todas estas metas
me recuerdan las ansiadas conquistas de cuarenta o cincuenta años atrás, pero qué limitadas,
tardías y falsas me parecen ahora.

A falta de esperanzas compartidas y de propósitos enunciados, voy a hacer mi propia lista de


anhelos. Una sencilla y clara enumeración de deseos para este año bisiesto que comienza
mañana. A la cabeza de esos empeños estará, que en el próximo diciembre, no tengamos esta
sensación de “otro año que se nos fue sin habernos traído lo que tanto deseamos”.

¡Feliz 2008!

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 31 de diciembre de 2007


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Una silla vacía

Hoy voy a celebrar la noche buena con mi familia y mis amigos. Armaremos una improvisada
mesa con las viejas puertas del ascensor y sobre ella una sábana hará las veces de mantel. Cada
uno traerá algo para festejar. No tendremos las uvas, la sidra o el turrón, pero estaremos juntos y
en armonía -lo cual es ya un lujazo-. Los niños tendrán su refresco garantizado, mientras que un
roncito con limón o miel será el néctar para los adultos. Mi mamá contará lo complicado que fue
comprar los tomates en la mañana y mi sobrina me recordará que el martes 25 actuará como
angelito en la misa de su Parroquia.

A la cabeza de la mesa mantendremos una silla que permanece sin su ocupante desde la Navidad
del 2003. Es el lugar de Adolfo Fernández Saínz –condenado en la Primavera Negra a quince
años de prisión-. Será triste comprobar, por quinta vez, su ausencia. Si se lo permiten los
carceleros, podremos escuchar su voz en el teléfono dándonos ánimo (¡Qué ironías tiene la vida!
Él, que está en la cárcel, tiene fuerzas aún para infundir aliento).

Recuerdo el día en que le contamos a mi hijo que él estaba preso. Mi marido le dijo: “Teo, tu tío
Adolfo está en la cárcel porque es un hombre muy valiente”, a lo que mi hijo respondió con su
lógica infantil: “Entonces ustedes siguen libres porque son un poco cobardes”. ¡Qué manera más
directa, de decir las verdades, tienen los niños! Sí, Teo, tienes razón: en esta Navidad calentamos
aún nuestras sillas porque somos “cobardes”, deseamos en la intimidad de la familia un nuevo
año de libertad, pues no logramos hacer de esos deseos una realidad. Nos conformamos con el
mito de la fatalidad nacional, porque nos hemos dado por vencidos en el acto de cambiar las
cosas.

La vacía silla de Adolfo será el territorio más libre de nuestra improvisada mesa navideña.
Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 24 de diciembre de 2007
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Sin pedigree

Entre los centenares de mensajes que recibo cada semana hay ciertas preguntas y dudas que se
repiten. A muchos les intriga “¿para quién trabajo?”, “¿de quién soy hija?” o “¿quién me paga
por hacer esto? Sin intentar convencer a nadie (porque eso de exponer “mi verdad” es lo que más
recuerda a un mea culpa) quiero aclarar algunas cosas:

- Nací en un solar de Centro Habana, en una de las esquinas de mi calle decía “Jesús
Peregrino” y en la otra “Jesús Pelegrino” (de manera que desde niña he aprendido a
convivir con la multiplicidad de formas con las que se puede nombrar a una misma cosa).

- No tengo ningún pedigree familiar que me avale para nada, como no sea la habilidad
para apretar tuercas y reparar equipos eléctricos heredada de mi padre, maquinista de
trenes que en la crisis de los noventa cambió su uniforme azul y blanco por un puesto de
ponchero de bicicletas.

- Muchos de los que me conocen creen que tengo “guayabitos en la azotea”, “me falta un
tornillo” o “estoy ida del coco”. Todo lo que he hecho en esta vidita (meterme en
problemas, escribir una tesis sobre la literatura de la dictadura en Latinoamérica, unir mi
vida a un periodista en desgracia, regresar a mi país y postear en este Blog) bien podría
ser visto por un especialista como manifestaciones de un desorden psiquiátrico. Todo es
posible…

- A los que afirman –bajo la impunidad de un seudónimo- que soy del G2, quiero
aclararles que muy pocos en Cuba lo siguen llamando así. Ahora le decimos “la
seguridá”, “el Aparato”, “la maquinaria”, “el Armagedón”, “la trituradora”, “los
muchachos” o solamente “ellos”. Si alguien le preguntara a un joven “Oye ¿tú sabes qué
cosa es el G2?” quizás respondería que se trata de un grupo de Rock o de una marca de
zapatos.
- No pienso dar ninguna prueba que niegue esas acusaciones de “infiltrada”. A los que les
alivia y les quita la culpa creer que “me atrevo porque estoy protegida o que me han
mandado a decir todo esto”, pues adelante. Cada cual –al menos en el pequeño espacio de
este Blog- puede pensar y comentar lo que quiera.

- En relación con el dinero, la base material o el salario, me gusta citar a mi marido


cuando dice que tengo “alma de fakir”. Me visto con lo que aparezca, hace años que no
tengo más que un par de zapatos y como una vez al día. Una sola obsesión de “consumo”
recorre ahora mi vida: postear. El dinero que me gano traduciendo del alemán,
enseñándole la Habana a un par de turistas o vendiendo mis viejos libros de la
universidad, lo invierto –cuando puedo- en pagar media hora de Internet. Por eso mis
apariciones en “Generación Y” son a saltos y no con la frecuencia de una bitácora.

- ¿Por qué yo tengo un Blog y otros no? Porque soy de una generación que ha aprendido
a moverse en el mundo de la tecnología, incluso teniendo que armar su propio PC con
piezas compradas en el mercado negro. Una de las contradicciones que se está dando en
la Cuba de hoy, es que los que tienen cosas más interesantes que contar, son en su
mayoría analfabetos informáticos. O sea, que los asiduos lectores de blogs tienen que
conformarse con gente como yo, sin pedigree, pero para quien el mouse es una
prolongación del propio cuerpo.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 22 de diciembre de 2007


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Concierto para cerrar este agotado 2007

Apretujados en el patio del Centro Pablo, hemos vuelto a escuchar a Pedro Luís Ferrer. La noche
del sábado 22 de diciembre nos cayó encima mientras oíamos sus poemas y canciones, alegres
de que estuviera aquí –de vuelta entre nosotros- el Gordo de la guitarra. Pedro ha llegado distinto
y a la vez igualito. Tiene temas nuevos que nos transportan a las calles de Madrid y los intercala
con sus conocidos acordes guajiros, sones y décimas.

La canción dedicada a su amigo Jesús Díaz donde confiesa que “si no me voy de Cuba, no
entiendas que me quedo”, me confirmó en mi locura de permanecer aquí para “apagar la luz del
Morro” (o para encenderla otra vez, ¿quién sabe?). Eso y mucho más le debo a este trovador, que
después de siete meses en Europa llega ante su público –que ya tampoco es el mismo- y nos hace
reír y lanzarnos miraditas cómplices con aquello de: “abuelo tiene un revolver y un cuchillo,/ y
mientras no se lo quiten abuelo ofrece peligro (…)/ aunque pienses que no, dile que sí/ si lo
contradices peor para ti”.

Pedro, tú has sido lo mejor de este aburrido y descolorido fin de año. Mucho más real que los
tostones, que la yuca con mojo o que la limitada porción de carne de cerdo (sé que esta
comparación te gustará, porque lo de goloso se nota en tus canciones y en tu talla). Tomaré,
entonces, como propósito para este 2008 -que se nos viene encima- un par de versos tuyos:
“tenemos que construir la democracia plena,/ que nadie me obligue a decir lo que no quiero”.

Los dejo con el texto de la canción que aparecía en el programa del concierto y que da título al
mismo:

Canción de fin de año

Ahora que permiten criticar:


¡Qué bellos son tus ojos, vida mía!
Me gusta tu manera de bailar
Y el fuero peculiar de tu alegría.

Ahora que permiten criticar:


Me voy al Malecón y espero el día;
Me quiero dedicar a descansar;
Las flores del jardín son tan bonitas…

Ahora que permiten criticar:


Estreno un pantalón y una camisa;
Pusimos una hamaca en el portal
Y un timbre que parece campanita.

Ahora que hasta el mudo quiere hablar


Y está de moda el grito y la querella:
Tus piernas, las quisiera devorar,
El modo en que caminas y te sientas.

Ahora que permiten:


La calle está repleta,
Las bolas y los chistes,
El cielo y las estrellas.

Ahora que permiten criticar:


Compré un ordenador y una cazuela;
Mi amigo preguntó para variar:
La luna está redonda y placentera.

Pedro Luís Ferrer

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 23 de diciembre de 2007


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De tele-clases y otros absurdos

Teo –que así se llama mi hijo- no pertenece a la “Generación Y”, no obstante es fuente ilimitada
de anécdotas para este Blog. Sus historias escolares me generan sonrisas, preocupaciones y algún
que otro post (que nunca le interesa leer porque eso es “cosa de viejos”). Estar al tanto de lo que
se dice en su aula, de la música que baila y de las palabras que inventa me conecta con esos
adolescentes que algún día nos echarán en cara “esto” que les estamos legando.

Hace un par de semanas mi hijo llegó a casa con una tarea de Geografía. “¿Cuáles son las
porciones en las que está dividida América Central?” decía la pregunta, que nos puso a indagar
en la memoria y en los diccionarios. Intenté explicarle a Teo que en mi época de la secundaria, se
utilizaban otras categorías como “zonas”, “áreas” o “ecosistemas”, pero no esta definición que
más bien recordaba a un trozo de pastel que a una franja de territorio. De manera que lo
interrogué sobre el origen de tan novedosa categoría y obtuve como respuesta: “Eso lo dijeron en
la tele-clase”.

Para aquellos que no están muy actualizados en los “nuevos métodos educativos” de la
enseñanza media cubana, debo explicarles que un televisor -en cada aula- hace las veces de
profesor alrededor del 60 % del horario docente. Los jóvenes se aburren, no pueden decir “Profe,
repita que no entendí” y copian sin parar lo que les dictan desde la pantalla. Con esa nueva
técnica pedagógica se intenta paliar la crisis de maestros, motivada por los bajos salarios y el
poco reconocimiento social e institucional.

Con la duda de “las porciones” me fui hacia la escuela y le pregunté al profesor (al de carne y
hueso, no al virtual de la pantalla) qué significaba aquella nueva definición geográfica. Escuché
entonces algo conocido: “Ah, no sé, eso lo dijeron en las tele-clases”. De manera que he decidido
sentarme cada mañana a escuchar y tomar nota de los programas educativos transmitidos por la
televisión. Si no lo hago así, cómo podré ayudar a repasar y evacuar las interrogantes de Teo.

Metida ya en el rol de interpretar para mi hijo la aburrida perorata del “profe televisivo” he
conseguido hasta un cassette VHS. ¡Mañana mismo, comenzaré a grabar las tele-clases!

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 12 de diciembre de 2007


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Salir del armario

Mi amigo Miguel, gay y contestatario, se siente esperanzado con las nuevas medidas impulsadas
por Mariela Castro, que le permitirán acceder a una cirugía de cambio de sexo. Sueña con tener
un carné de identidad que diga que es “ella” y no “él” y con ser tratado como la mujer que se
siente. Sabe, sin embargo, que tendrá que esperar mucho más para afiliarse legalmente a un
partido socialdemócrata, para manifestarse con un cartel por sus derechos laborales o para votar
-en elecciones directas- por otro presidente.

Con su nuevo nombre, que desde hace años tiene decidido que será Olivia, no se librará del todo
de la intolerancia. Quizás llegue a ser aceptado en su diferencia, siempre que está sea “de
preferencia sexual” y no de “tendencia ideológica”. Salir del armario de sus opiniones políticas
le llevará más tiempo y le recordarán, en su debido momento, que esta Revolución le ha
permitido el sueño de su transexualidad.

No entiendo muy bien como se puede convocar a la tolerancia parcelada e inconclusa. Cómo se
puede estar a la avanzada en el tema de los matrimonios entre homosexuales y no permitir –por
otro lado- que nos “casemos” con otra tendencia política o doctrina social. Todos los miles de
cubanos encerrados en sus armarios de doble moral, reprimiéndose sus verdaderas opiniones –
como si de un gesto afeminado se tratara- están esperando porque una Mariela Castro diga
públicamente: “A estos también hay que aceptarlos y tolerarlos en su diferencia”. Miguel será
entonces la mujer socialdemócrata que siempre ha soñado.
Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 12 de diciembre de 2007
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¿Tú también, Carlos?

El martes lo pasamos entre el teléfono que sonaba y los amigos que venían para contarnos que
Carlos Otero -el más conocido presentador de la televisión cubana- había pedido asilo en Estados
Unidos. Esta ha sido la noticia que más rápidamente ha circulado vox populis en los últimos
meses, quizás por tratarse de un hombre de los medios. Había llegado a ser el único que, en
nuestra somnífera programación, tenía un espacio con su propio nombre: “Carlos y punto”.

Acostumbrada como estoy a ver partir cada año a varios de mis amigos, no me sorprende que
este “hombre de éxito” haya escogido el camino del exilio. Su decisión se parece a la de muchos
otros que han comprendido que aquí no tienen futuro, que han llegado a darse cuenta que Cuba
no es un país donde realizar los sueños. Eso lo confirmo cada vez que pregunto entre mis
conocidos sobre sus planes y recibo -más de la mitad de la veces- la frase “yo lo que quiero es
irme de aquí”. Respuesta ésta que aumenta alarmantemente cuando se interroga a los de menos
edad.

Esta continúa sangría que cada mes se lleva a los más jóvenes, a los más atrevidos y, por qué no
decirlo, a los más talentosos, es la demostración de que el bienestar de la población no está
siendo el centro de atención del gobierno cubano. Elementos políticos, ideológicos y cargas
arrastradas del pasado son priorizadas por encima del “aquí” y el “ahora” de nuestras
necesidades. Mientras por “allá arriba” no se reconozca que no han logrado construir un país
donde la gente quiera quedarse y emplear sus energías, no podrá resolverse el drama de la
emigración.
Cuántos tendrán que irse para que escuchemos la frase de “hemos fracasado, no hemos podido
darle un futuro a los cubanos”. Sospecho -porque ya conozco la testarudez que trae tantos años
en el poder- que ni siquiera la desolada estampa de una isla de gente envejecida y cansada, con
sus hijos viviendo en otras latitudes, hará entrar en razón al gobierno cubano. Me imagino las
acusaciones de “apátrida”, “vendido al imperialismo” y “traidor” que se escucharán por estos
días, en el Instituto de Radio y Televisión, al hablar del asilado presentador.

No saben ellos que con la salida de Carlos Otero, los que quedamos aquí, sentimos la isla cada
vez más vacía y terriblemente aburrida.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 12 de diciembre de 2007


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¡Abran!

Aquí les dejo esta foto del pasado sábado a la entrada del cine Acapulco para ver el filme “La
vida de los otros”. Creo que ha sido la “molotera” más grande que se ha visto en este Festival.
Los que estábamos afuera gritamos ¡Abran!, al ver que cerraban las puertas ante la avalancha
descontrolada que quería entrar. Intuyo que aquel grito no se reducía a pasar el umbral del cine
Acapulco, sino que era un llamado a la “Apertura” con mayúsculas. Yo lo grité, también,
pensando en los diques, los límites y las fronteras que tienen que ceder y dejarnos pasar.

¡Abran! Gritamos fuera del cine y una hora después oíamos a un personaje del filme decir “El
muro se cayó”. ¡Abran! Dijimos con las caras pegadas al cristal, mientras nos empujaban desde
atrás ¡Abran! Seguimos pensando aún cuando ya estábamos en las mullidas butacas, a punto de
apagarse las luces. ¡Abran! Fue la palabra que me quedó de esa noche y la que repetí al otro día
en la mañana.

De manera que la película, rebautizada aquí como “La vida de nosotros” nos permitió gritar a
viva voz, en plena calle 26, un verbo que concentra todos nuestros deseos: ¡Abran!

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 10 de diciembre de 2007


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Los que no dan la cara

El filme “La vida de los otros” que se proyectará el 8 de diciembre en el Cine Acapulco, pondrá
ante el público cubano escenas más que conocidas. La muestra de cine alemán, organizada
dentro del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, nos traerá una historia que bien podría ser
la de un vecino, la de un amigo o la nuestra propia. Nos confirmará que la sensación de sentirnos
observados no es un delirio paranoico de nuestras mentes, sino la clara evidencia de un aparato
de espionaje que actúa en las sombras.

Aquellos que logren atrapar una butaca, podrán identificar en el rostro y la actitud de Wiesler (el
capitán de la Stasi) al agente “Moisés”, a “Erick”, “Carlos” o “Alejandro”. Comprenderán que
eso de intervenir las líneas telefónicas, llenar de micrófonos una vivienda o chantajear a alguien
con sus más oscuras perversiones, son técnicas de las que los inquietos muchachos del Ministerio
del Interior, no tienen el copyright.

Aprendí, hace tiempo, que la mejor forma de burlar a los “segurosos” es hacer público todo lo
que uno piensa. Al firmar con el nombre, al decir por lo alto las opiniones y al no esconder nada,
les desarmamos sus oscuras maniobras de vigilancia. Ahorrémosles pues, con nuestras “vísceras
al aire”, las largas horas de escuchar grabaciones, los agentes encubiertos, la preciada gasolina de
los autos en los que se mueven y las maratónicas jornadas buscando en Internet nuestras
opiniones divergentes.
Sepamos también que “estos” -los de aquí- no son “alemanes”. Así que de vez en cuando
descuidan su trabajo para mirar las cimbreantes caderas de una joven que pasa; se les pierden los
papeles o se quedan dormidos mientras atisban por nuestras ventanas. No obstante, se parecen a
los agentes teutones en su incapacidad para dar la cara, para decir sus verdaderos nombres o para
firmar y publicar todo aquello que nos dicen –al oído- en la impunidad de la penumbra.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 7 de diciembre de 2007


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Distribución gratuita de

fogonero emergente
(un) archivo

Ponlo en circulación

La e-Lección de Venezuela

Cuando me acosté pasada la medianoche, ya intuía que en Venezuela había ganado la opción del
NO. ¿Cómo lo sabía? Porque estoy acostumbrada a leer –con más atención- las omisiones y los
silencios que las propias noticias. De manera que el poco entusiasmo de los medios informativos
cubanos, durante el domingo, ya me había adelantado los resultados del referéndum venezolano.

A las seis y treinta de la mañana de hoy, el programa “Buenos Días” de la televisión cubana, dio
como primera noticia el mensaje del ministro de Salud Pública por el día del Médico. Poco
después y obviando los paradigmas periodísticos de “el qué, el cómo y el cuándo” nos
anunciaron, en el segundo titular, que Chávez exhortaba a continuar profundizando el
Socialismo. Ufff… el ejercicio de extraer la información de tan sofisticada elipsis, me llevó
algunos segundos hasta que finalmente comprendí que el NO se había impuesto.
Incluso yo, que nunca he participado en un referéndum y que en la mayoría de las votaciones
engroso el número de las abstenciones, comprendo la envergadura de la decisión tomada por el
electorado venezolano. Con su negativa los cubanos hemos aprendido –lástima que no podamos
aplicarlo- que un simple monosílabo puede ser la parada en seco que se merecen los autoritarios.
Una breve palabra puede detener la incontinencia verbal de los políticos.

Hoy saldré a la calle y probaré a intercalar en cada frase un “no”. Ya me imagino el aluvión de
guiños cómplices que acompañará a cada negativa.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 3 de diciembre de 2007


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La otra Habana

Hay una ciudad que discurre a nuestro lado sin tocarnos. Una Habana que habla de “queso
parmesano” de “centímetros de césped” y de “fin de semana en Cancún”. Esta otra urbe apenas
se mezcla con la nuestra y en nada se parece al escenario de derrumbes y carencias que forma
nuestro entorno.

Ambas “Habanas” cohabitan y a la vez se niegan. Quien vive dentro de una no puede imaginarse
–en toda su extensión- la otra ciudad que la completa. Una discurre velozmente sobre ruedas,
mientras la nuestra se añeja en las paradas, esperando la guagua. La dulce Habana de la
opulencia se desplaza al oeste especialmente hacia la zona de Miramar, Cubanacán, Atabey y
Jaimanitas. La mía, la verdadera, crece a saltos hacia San Miguel, Diez de Octubre, El Calvario y
Fontanar.
Cuando ambas ciudades coinciden y chocan no pueden comprenderse de tan lejanas realidades
que viven. Mientras una se queja de sus viejos muebles de Ikea y de las dificultades para
transportar el “container de la mudada desde el puerto”, la otra se mece en los gastados sillones
heredados de los abuelos y se sumerge en el mercado negro.

Mi deteriorada Habana compra al menudeo, habla por lo bajo y huele a aguas albañales, mientras
que esa ciudad que habitan los ministros, los altos funcionarios y los diplomáticos, se mueve
entre “canapés”, recepciones y expande un delicado aroma de cremas hidratantes.

Prefiero, sin embargo, la capital decrépita que desando cada día, pues al menos ella es coherente
y transparente con lo que guarda en su interior. La hemos hecho a nuestra imagen y semejanza o,
mejor dicho, somos nosotros los que la imitamos en su resignación y su miseria.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 27 de noviembre de 2007


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Las nuevas matemáticas

Los cubanos nos estamos preparando para la engordada cifra de crecimiento del PIB que se nos
anunciará a finales de este año. Sin habernos tragado –todavía- el 12,5 que se hizo público al
concluir el 2006, ya estamos alucinando con el “numerazo” que se informará en diciembre. (Si
esta vez llegamos hasta el incómodo “trece”, si que habrá material para alimentar una catarata de
chistes durante todo el 2008).

Aún tratamos de encontrar evidencias que avalen el sorprendente índice de desarrollo económico
del pasado año. Yo, particularmente, he buscado en mi billetera, en la cocina y especialmente en
el refrigerador, mas el progreso económico no parece notarse por ahí. Tampoco está en la red de
servicios o comercio, donde padecemos un decrecimiento en las ofertas y una notable subida de
los precios. No lo percibo, ni siquiera, en el limitado auge constructivo y mucho menos en la
deprimida producción agrícola. Con sólo visitar mi policlínico o entrar a la escuela más cercana
descarto que sea en esas áreas donde puedan encontrarse los efectos del dinamismo económico.

Sin dejarme desanimar, he orientado mis pesquisas a la parte de la canasta básica que conforman
los productos del racionamiento. Sin embargo, el inflado PIB no asoma sus positivos efectos
tampoco en esa dirección. Las mismas menguadas cantidades y los conocidos anaqueles vacíos
se mantienen en ese mercado subsidiado.

¿Dónde está la deslumbrante recuperación que semejante estadística económica pretende


mostrar? ¿Qué complicado método de cálculo han usado los especialistas, que nosotros no
podemos ratificar con nuestra realidad? Algo está pasando con las matemáticas y temo que al
final de este año el engañoso ábaco del triunfalismo volverá a calcular nuestro exiguo desarrollo.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 26 de noviembre de 2007


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¡No me lo van a creer!

Pues parece que, después de muchos años de parálisis, el reloj de la Estación central de
Ferrocarril ha vuelto a funcionar. Claro que eso no significa que ahora los trenes salgan a su
hora, pero al menos los pasajeros pueden comprobar la envergadura del retraso...

Aquí les pongo una foto del que está en la fachada de la Lonja del Comercio, a ver si también lo
reparan y podemos empezar a cronometrar la lentitud de nuestra economía.
Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 26 de noviembre de 2007
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"Desliz mediático"

Ayer lunes en la noche, el programa “Diálogo abierto” me confirmó la idea de que el debate
cuando no es libre y espontáneo se queda en un monólogo de varias voces. Precisamente la
ausencia de polémica fue lo que caracterizó a los invitados de Loly Estevéz, entre los que estaba
Alfredo Guevara, Eduardo Heras León, Desiderio Navarro, Roberto Fernández Retamar y Corina
Mestre. Cierto llamado a “no disentir” ante las cámaras, podía adivinarse tras el tono descriptivo
y general de las intervenciones. Ni siquiera se habilitó la posibilidad de recibir llamadas de los
televidentes, que en otras emisiones del mismo programa han elevado la temperatura de la
discusión.
Las omisiones, como casi siempre, fueron más significativas que lo expresado a viva voz.
Desiderio Navarro fue el único que mencionó, muy levemente, la polémica intelectual de los
meses de enero y febrero. Como “un desliz mediático” caracterizó Navarro la aparición de
Pavón, Serguera y Quesada en la televisión cubana, hecho éste que actuó como detonante para el
intercambio de correos electrónicos que cuestionó la política cultural de la Revolución.

“Diálogo abierto” fue ayer un depósito de frases triunfalistas para caracterizar los actuales
debates que preceden al Congreso de la UNEAC, lo que contrasta con los corrosivos
planteamientos -hechos en esas reuniones- por una buena parte de la intelectualidad cubana. Los
“polemistas” repitieron frases como “una nación no puede vivir de espaldas al debate”, “no
podemos regalarles los temas al enemigo”, “hay que incluir más a los jóvenes en la crítica
constructiva”. Todo esto dicho bajo la mirada de Fidel Castro y José Martí que, desde dos
pinturas de Raúl Martínez, formaban parte de la decoración del set.

Claro está que ninguno de los participantes se atrevió a decir que “el debate debe ser entre todos
los cubanos, no importa la filiación política o las preferencias ideológicas”. Tampoco llegaron a
cuestionarse el por qué la cultura tiene que ser discutida entre entendidos, cuando es patrimonio
de todos. Lo que nos dejó la “guerrita de los emails” también conocida como “palabras de los
intelectuales” ha sido evidentemente absorbido y reacomodado por los funcionaros de la cultura.
Anoche, en lugar de combustible para seguir debatiendo, a los espectadores se nos mostraron los
inflexibles límites de un “debate entre revolucionarios”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 20 de noviembre de 2007


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Cábala y política

Se rumora que a partir de enero comenzará a regir un paquete de medidas que aliviará algunas de
nuestras precariedades cotidianas. Incluso se llega a vaticinar que serán 17 o 25 nuevas
disposiciones entre las que se incluye la posibilidad de comprar un automóvil, abrir un contrato
de telefonía celular o viajar sin el actual permiso de salida. Apenas me sorprenden los detalles
tan precisos que muestran estas especulaciones callejeras, pues los deseos llegan a proyectarse,
frecuentemente, con todas su complejidades.
No sé si estos rumores forman parte de otra “nana” para mantenernos dormidos tres meses más,
o si en realidad algo se cocina “por allá arriba”. De antemano creo que, de anunciarse algo en los
primeros días del 2008, no traerá consigo los cambios estructurales que necesitamos. Las
ansiadas aperturas económicas vendrán condicionadas por factores ideológicos y la propiedad
estatal sobre los medios de producción seguirá predominando en nuestra economía.

Las esperadas medidas sólo podrían abarcar todos nuestros problemas si fueran discutidas y
refrendadas por la mayoría de la población. Mientras esto no ocurra seguiremos siendo “la masa”
a la que hay que “bajarle orientaciones” sin previa consulta. Ese rumor de ahora, que la prensa y
los medios no reflejan, es la evidencia palpable de que no somos nosotros los que estamos
tomando las decisiones. Nos queda, tan sólo, la posibilidad de especular.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 20 de noviembre de 2007


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¿Cuál es tu Martí?

Entre todas las esculturas de Martí que tiene esta ciudad, hay dos que me parecen tan contrarias y
antagónicas que apenas si puedo reconocer en ellas a la misma persona. Me refiero a la estatua
que preside el parque Central y al otro Martí –cercano al mar- que dirige su dedo amenazante
contra la Oficina de Intereses de los Estados Unidos.

Sé que cada cubano tiene su propio Martí. Él mío se parece más a la figura, de mano levantada –
con el gesto de quien pide la palabra- que se ubica en la céntrica plaza a pocos metros del
Capitolio. Con su índice de mármol parece estar dispuesto a esperar ochenta años más hasta que
le permitamos hablar. Fantaseo con las palabras que le oiríamos decir si no estuviéramos
sumidos en esta algarabía de consignas e insultos. Serían, sin duda, frases de tono civil dichas
con la cálida voz del que propone ideas y no con la histérica entonación del que da órdenes.

El otro Martí -de pectoral atlético y pose acusatoria- deja poco espacio para la imaginación. Su
brazo izquierdo señala a un punto fuera de nosotros e intenta concentrar en él la causa de todos
los problemas. Ni siquiera el inusual detalle del niño reposando en su pecho, logra hacerme
olvidar lo autoritario de su postura. Frente a este Martí soy yo la que extiendo la mano y espero
por un iluso permiso para expresarme.

Dos estatuas y un mismo individuo: un Martí al que no dejamos hablar y otro que no nos quiere
oír.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 19 de noviembre de 2007


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Abierto democrático: en fin, el mar*

Después de la aparición de la Entrevista a un balsero, muchas personas han venido para que les
explique cómo armar un artefacto de navegación. Amigos, yo no sé distinguir entre la proa y la
popa de un barco. De balsera sólo tengo el vahído que me produce esta isla a la deriva. Soy de
los que no aprendieron a nadar siendo niños y de esos cubanos que nunca han visto, desde
altamar, la cara oculta del Morro.
Algo sí me consta de esta extensión azul que nos rodea, y es que cada día nos pertenece menos.
Si no es así, porque entonces no podemos navegarla libremente o tomar sus peces y mariscos.
Ciertas disposiciones legales hacen que vivamos de espaldas a lo mejor que tenemos. Un pueblo
con mar, ajeno a las mareas y a las resacas. Así me lo confirmó el texto de una multa impuesta a
un amigo -balsero crónico- que fue encontrado, con el motor trancado, flotando en aguas
territoriales cubanas.

La descripción hecha por el tribunal que redactó la sentencia habla por sí sola:

Aquí les pongo la penalización que le impusieron a mi amigo y a cada uno de sus acompañantes:

Y para los que creen que los burócratas no pueden hacer literatura les sugiero leer lo siguiente:

Así que en esa –cada vez más larga- lista de cosas que tenemos que recuperar, hay que inscribir
al mar. Aquel que según Borges “estaba y era” mucho antes que los hombres, las ideologías y las
leyes.

* “Tengo” poema de Nicolás Guillén. Publicado por primera vez el 18 de junio de 1963, en La Gaceta de
Cuba.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 9 de noviembre de 2007


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Bebedores foráneos

Alguien puede responderme a quién está dedicada la primera frase de esta etiqueta de Havana
Club. No creo que sea a los cubanos. Sería un poco absurdo que nos den la bienvenida a nuestro
propio país.
Todo se nos hace lógico cuando comprendemos que el precio de 3.85 cuc (alrededor de 92 pesos
cubanos, o sea un poco más de la tercera parte de un salario medio) hace que este producto no
esté al alcance de los bolsillos nacionales.

Al final la frase es sincera. No esconde lo que es evidente.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 9 de noviembre de 2007


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El tiempo no vale nada

Lo reto a usted a que encuentre en esta ciudad un reloj público que funcione, que dé la hora en
punto o al menos un aproximado del tiempo real. No lo hallará. Ni siquiera en la fachada de la
Terminal de Trenes, donde las inmóviles manecillas marcan siempre las cinco y veinte. No se
trata de que tengamos algún tipo de aversión al mecanismo de ruedas dentadas o pantalla digital,
sino que entre nosotros el tiempo no vale nada.

Podemos pasarnos una hora en una cola para pagar la electricidad o consumir media jornada en
reparar un par de zapatos. Si al final del día hemos podido llevar a buen término al menos una
acción, entonces hay motivo para sentirse afortunado. Organizar o tratar de hacer más eficiente
nuestro tiempo sólo nos lleva al dilema de caer en la neurosis o en el masoquismo.

¡Qué aventura la de cada día! No saber a ciencia cierta cuándo podremos tomar el ómnibus,
recibir un servicio o comprar un boleto. Dichosos nosotros a los que nos da igual que sean las
nueve y media o las diez y cuarto. Esos fastidiosos instrumentos que intentan medir -con su tic
tac- el paso de los minutos y las horas, sólo nos traen mala conciencia y no nos dejan disfrutar la
plácida sensación de perder el tiempo.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 27 de octubre de 2007


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Los hijos devoran a Saturno


Estos jóvenes que hoy veo, ensimismados en su Mp3 y con los pantalones más abajo de la
cadera, ansían -como una vez lo soñamos nosotros- el momento de estar “al mando de la casa” y
cambiar los muebles, renovar la pintura e invitar a los amigos. Tienen la misma aversión a lo
heredado e idéntico deleite por lo prohibido, que todos los que hemos transitado por esa edad.
No van a seguir el camino que les han trazado los mayores y –por suerte- no encajan para nada
en el ideal del “hombre nuevo”.

Me gusta la manera en que aparentan que nada les interesa, cuando en realidad aguardan por
tomar el micrófono, blandir la pluma y levantar el índice. Los observo y no me imagino a estos,
que hoy se mueven al ritmo del regetón, ajustando su paso a una marcha militar. Tampoco puedo
percibirlos hipnotizados por un líder, dejándose llevar y sacrificándose por él. El hedonismo los
salva de la entrega incondicional y cierto toque de frivolidad los protege contra la sobriedad de
las ideologías.

Parafraseando al poeta Eliseo Diego, estos simpáticos jóvenes, tienen “el tiempo, todo el
tiempo”. Así que por el momento dejan que los más viejos se crean sus compromisos de
continuidad y conservación. Ya llegará el día de cambiarle –incluso- la cerradura a la puerta de la
casa.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 27 de octubre de 2007


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Algunas incongruencias
Al oír las palabras del canciller cubano Felipe Pérez Roque, en su respuesta al discurso de Bush,
me quedé un tanto confundida. Me enteré, por él, que en nuestro país “funcionan hoy 602 Joven
Club con más de 7000 computadoras que dan acceso gratuito a Internet a más de dos millones de
cubanos por año”. ¡Qué tonta he sido! tanto desgastarme para publicar cada post y resulta que la
red de redes era accesible y gratis en la esquina de mi casa. Sin embargo, el estupor y el
entusiasmo me duraron poco. Fui a comprobar en el Joven Club más cercano (Estancia y Santa
Ana, Municipio Plaza) la veracidad de las palabras del Ministro de Relaciones Exteriores y recibí
la misma respuesta que ya conocía: “Aquí lo que tenemos es una intranet, nunca hemos dado
servicio de Internet”.

Otro detalle que me asombró fue la negación pública de la consiga “la Universidad es para los
revolucionarios”, al aseverar Pérez Roque que “nadie les niega el ingreso (refiriéndose a los hijos
de los opositores), incluso, siendo gente que no comparta las ideas de la Revolución”. Los
centros escolares no parecen estar enterados de esta nueva línea de tolerancia ya que al hacer la
matrícula de mi hijo -en la enseñanza media- preguntaron la filiación política y la pertenencia a
organizaciones de masas de sus padres. ¿Para qué necesita la dirección de un centro escolar
conocer si los familiares de un niño tienen una u otra preferencia ideológica? Me parece que no
es, justamente, para fomentar la pluralidad y la aceptación.

Un discurso sin sorpresas. Más de lo mismo: la perenne diferencia entre lo que dicen los
políticos y la realidad.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 27 de octubre de 2007


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Tanta crispación no puede ser buena


Me levanto e intento organizar mi día. Como música de fondo oigo frases que hablan de
“pelotones de fusilamiento” que vendrán a ajusticiarnos, de combatir en “la primera trinchera” y
de luchar hasta “la última gota de sangre”. Con semejante acompañamiento sonoro está claro que
la normalidad no es –precisamente- lo que marca mis acciones.

Sin embargo, a pesar de lo crispado del discurso, me disperso en cosas inmediatas como comer,
transportarme y quejarme. Ninguno de estos llamados a la alerta me lleva al sobresalto, sino que
me encojo de hombros y activo la sordera voluntaria. Me preocupa esta insensibilidad que noto
en mí y que me protege del continuo estremecimiento. Tanta saturación de llamados a la guerra,
al enfrentamiento y la batalla, ha embotado mis naturales instintos para la alarma.

Preferiría, después de tan prolongada convulsión, que la palabra de orden no fuera “coraje” sino
“bienestar” o “felicidad”. Que mi familia no tuviera que probar su valor o su disposición a morir
por una idea y que los gritos a la inmolación y a la resistencia, dejaran su lugar a los reales
deseos de reconciliación y armonía. ¿Resulta eso tan difícil de lograr?

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 27 de octubre de 2007


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Yo sospecho, tú sospechas, todos sospechamos


La maestra de mi hijo anunció que entre los estudiantes hay uno que -de incógnito- apunta en
una lista a los que se portan mal. Bien temprano están experimentando estos niños la parálisis
que genera el sentirse observado, el temor que provoca la delación. Por el momento, el “soplo”
del colega agazapado sólo puede ocasionarles un regaño o un castigo, pero un día llegará en que
podrá costarles el empleo, la posibilidad de viajar, los pequeños privilegios alcanzados y la
libertad.

Para los que hemos convivido desde pequeños con todas esas suspicacias y paranoias, la
confianza es un sentimiento que sólo trae problemas. Todos sospechamos de todos. Del que no se
pronuncia afirmamos que “en algo andará”; si por el contrario se muestra extrovertido le
ponemos el cuño de provocador infiltrado. Dudamos del vecino que nos sonríe mientras mira lo
que llevamos en la jaba, del amigo que viene a visitarnos en momentos demasiado estratégicos y
del familiar que nos convida a desbarrar por el teléfono. Recelamos del que se va, porque quizás
está pasando a cumplir órdenes desde afuera, y nos guardamos del que critica -aquí adentro-
porque su actitud puede ser un cebo para los incautos.

Miro a mí alrededor y compruebo que las sucesivas irrigaciones de paranoia han funcionado. De
agentes de la CIA y miembros de la Seguridad del Estado están poblados nuestros miedos. El
temido “topo” que todos podemos ser -y del que todos nos cuidamos- es la más eficaz de las
mordazas y ha sido el más efectivo y logrado camino de la desunión.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 22 de octubre de 2007


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¿Dónde está Pepito?

Ese niño impertinente y soez que protagoniza nuestros chistes -a quien lo mismo le da por ser
contestatario que perverso- está por estos días demasiado callado. Pepito ha sido la pizca de
pimienta que nos ha hecho reír hasta de la tragedia; hemos puesto en su boca lo que no nos
atrevíamos a decir en serio y con él nos hemos burlado de las instituciones, de los políticos y de
las dificultades.

Pepito, nuestro eterno niño pícaro, ha ido a la luna, al infierno, al Vaticano, y ha cruzado -en
varias ocasiones- el estrecho de la Florida. Desde su culpa-inocencia ha propuesto irreverentes
soluciones y en más de una ocasión ha sido más lúcido que los analistas y los académicos. En el
Período Especial se hizo sarcástico y pesimista pero desde hace un par de años se ha vuelto
extrañamente parco y aburrido.

Hace meses que no escuchamos de sus bromas y una extraña sobriedad ha empezado a adueñarse
de nuestras vidas. Algunos especulan que Pepito ha emigrado o que ha muerto; que perdió el
sentido del humor o está detenido por sus chistes. Quizás sólo se extinguió, se apagó de tanto
repetir sus burlas. Me temo que nos hemos vuelto demasiado serios, preocupados, aburridos y
hemos terminado por ahogarlo, por obligarlo a ser formal, sensato, prudente, en fin, a no ser
Pepito.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 21 de octubre de 2007


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La larga lista de los excluidos

Durante este fin de semana se desarrolló en la ciudad una feria de venta de libros. Una buena
idea para salir del marasmo cultural que desde fines del verano cubre a La Habana. El Paseo del
Prado y las áreas alrededor del Capitolio se llenaron de carpas, música y de un público deseoso
de ver nuevos títulos y alarmado ante el elevado costo del “vicio de leer”.

Me paseé un par de horas por entre los kioscos y comprobé el gran por ciento de reediciones que
adornaban los anaqueles. También volví a notar a los ausentes, a los que no se mencionan, a los
escritores cubanos que han pasado, en más de cuarenta años, a engrosar la lista de los
“prohibidos”. La selección entre quién puede ser leído en Cuba y quién no, forma parte de la
política cultural y fue justamente el tema que nutrió la polémica intelectual ocurrida entre enero
y febrero de este año.

En esta isla –tocada por el genio de la literatura- camino por una feria de libros y no veo el
nombre de Cabrera Infante, ni el de Jesús Díaz, mucho menos el de Heberto Padilla o Lino
Novás Calvo. Le pregunto a una joven vendedora si tiene algo de Eliseo Alberto Diego y me
responde encogiéndose de hombros, sin saber qué decir. Tampoco percibo al genio inquieto de
Reinaldo Arenas y poco, muy poco, al agudo criterio de Mañach.

Alguien ha mutilado lo que debí haber leído. Desde detrás de un buró me han vedado las páginas
que me pertenecen por el mero hecho de haber nacido aquí. Libros y más libros que no he visto y
que pesan -con su ausencia- sobre mí.

Vuelvo a mi casa y me alegra que mi biblioteca no conozca de exclusiones, no esté dividida por
colores políticos ni por criterios extraliterarios como “traición” o “incondicionalidad”.

En la acción diaria de ordenar mis libros se ejercita mi tolerancia y sale burlada la censura.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 15 de octubre de 2007


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Corazones felices

Me prometí no dejarme molestar por los resultados de cierto estudio realizado por científicos
estadounidenses y otros de la Universidad de Cienfuegos, sobre los positivos efectos que generó
el Período Especial en nuestra salud física. Como las estadísticas pueden demostrar casi
cualquier cosa, no vale la pena arremeter contra la falsedad o no de los bajos índices de
colesterol encontrado en nuestras arterias. Pero al mirarme en el espejo y comprobar, a vuelo de
pájaro, la evidente secuela en el peso y la talla que me dejaron esos “años duros”, no puedo
contenerme.

Mi generación vivió la pubertad marcada por el “no hay” y soñando con las latas de leche
condensada y las conservas búlgaras de los idealizados años 80s. Nos reuníamos para hablar de
comida, mientras devorábamos cucharadas de azúcar y algún que otro engendro -de dudoso
origen- que nuestros padres preparaban con un montón de sacrificios. La comida se convirtió en
una obsesión, que todavía nos marca.

Resulta demasiado superficial un estudio que se dedique a medir, solamente, la poca presencia de
grasa en nuestro organismo. Quién va a contabilizar entonces los desequilibrios mentales
generados por las privaciones, los suicidios, las escapadas en balsas improvisadas para huir del
plato casi vacío, los proyectos personales y profesionales que se quedaron sin concluir, los niños
que no nacieron, la frustración y esta compulsión a acaparar, a no dejar pasar nada que podamos
meternos en la boca, que todavía tenemos.

Aún así, me gustaría leerme, en su totalidad, el estudio hecho por estos científicos y buscar si en
algún lugar, junto a expresiones como “presión arterial”, “sedentarismo”, “colesterol” y “salud”,
aparecen otras como “felicidad”, “tranquilidad” y “sueños”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 15 de octubre de 2007


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La solidaridad me llega

Después de la avalancha de emails que he recibido voy a tener que cambiar el final de mi post
“Arte Blogética” y en lugar de “sobrevivo porque posteo” tendré que escribir “sobrevivo porque
posteo y porque ustedes me leen”

A todos los amigos que por estos días me han escrito desde tantos lugares –Ecuador, Argentina,
Venezuela, Chile, Estados Unidos, España, Italia, Francia, Brasil, Suecia, Alemania, Inglaterra y
hasta China- motivados por la nota de Reuters o porque encontraron el atajo a “Generación Y”,
les doy unas sonadas GRACIAS. Me voy a demorar un poco en procesar y responder cada
mensaje recibido (ustedes ya saben de mis dificultades para surfear, navegar o chapoletear en
Internet), así que adelanto algunas respuestas generales a las preguntas más comunes que me
hacen:

• ¿Por qué este Blog no tiene la posibilidad de agregar comentarios? La tendrá, sólo que
ahora si se fijan bien se darán cuenta que no está montado sobre ninguna plataforma
conocida, ni Wordpress ni Movible Type, sino construido letra a letra en puro html,
porque fue la forma más fácil que encontré –desde Cuba- para hacerlo. A finales de este
mes voy a rehacerlo todo, para que funcione como un Blog, con todas sus posibilidades.
Mientras tanto, paciencia, que en eso los cubanos somos expertos.
• ¿He tenido alguna represalia por escribir Generacion Y? Por este hecho, en específico,
no. Las “represalias” que me llegan son las misma que enfrentan todos los cubanos que
viven aquí (el casi nulo o limitadísimo acceso a internet, la dualidad monetaria que nos
aleja de algunos servicios como los de un Cibercafé, la paranoia siempre presente a que
algo así sea demasiado riesgoso, y el desencanto que genera la interrogante del ¿para
qué?). Fuera de eso, todavía no me han “enseñado los instrumentos”… por el momento.
• ¿Cómo coloco cada Post? Amigos, responder eso con total sinceridad sería “quemar las
naves”, hacer cenizas los caminos que aún me quedan. Sólo puedo decirles que lo hago,
la mayoría de las veces, en los pocos sitios públicos que permiten un acceso a Internet. Se
trata de utilizar los resquicios que deja el sistema, de transitar por la delgada línea de la
legalidad-ilegalidad. El resto se lo pueden imaginar ¿verdad?
• ¿Cómo pueden ayudarme? Palabras de ánimo nunca vienen mal. Hasta se admite cruzar
los dedos y tratar de proyectar un futuro en el que cada cubano pueda bloggear y acceder
a Internet como le parezca. Hacer links a “Generación Y” es una magnífica ayuda.
• ¿Se pueden publicar en otros sitios los post de “Generación Y” y sus fotos? Todo lo aquí
escrito puede ser reproducido impreso o referido en cualquier parte, sólo les pido que
citen la fuente.
• ¿En cuáles lengua puedo responder a su emails? Aquellos que me han escrito en inglés
sepan que los entiendo aunque apenas si puedo responderles en el mismo idioma. Me
muevo mejor en el alemán (vaya sorpresa!!!). De todas formas voy a responderles, si
tienen la paciencia de esperar a que un amigo corrija mi pobre english.
• ¿Por qué “Generación Y”? Porque arrastro la culpa generacional del silencio, de la
pasividad y del asentimiento tácito. Creo que ya va siendo hora de que mi generación se
haga oír, en toda su pluralidad y su desencanto.

Otra vez, gracias por las palabras de ánimo, por las recomendaciones y hasta por los insultos
-que siempre vienen bien-. Esperen el próximo post de “Generación Y” si la tecnología, los
santos y los censores lo permiten.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 13 de octubre de 2007


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Arte blogética

Esto es una bitácora a saltos, intermitente y retrasada como la ruta 174 que pasa por la avenida
Rancho Boyeros. Si usted quiere subirse en esta guagua y recorrer con ella el enmarañado
camino que necesita cada post antes de llegar a estar online, pues adelante. Le advierto que
puede llegar a marearse de tantas vueltas y gritar que le abran la puerta, que quiere bajarse, que
así no hay quien haga un viaje. Se lo dije.

Empecemos por definir por qué se mueve, o sea, por qué posteo. ¿Qué razón me lleva a emplear
mis energías y recursos en escribir estas “desencantadas viñetas de la realidad”? Pues resulta que
después de probar con el silencio y la evasión, no han resultado (hice Yoga, practiqué Tai Chi y
hasta probé con el gimnasio, pero nada). Tampoco funcionaron los útiles consejos de los amigos,
siempre llamando a la cautela y a la espera.

No crea, sin embargo, que me inspiran motivos nobles. Se lo confieso, este es -en realidad- un
ejercicio de cobardía. Cada nuevo post impide que la presión aumente dentro de mí y estalle de
forma comprometedora. De manera que los kilobytes deben cargar con mi impotencia cívica, con
mis pocas posibilidades de –en la vida real- decir todo esto.

Mientras usted va al trepidante ritmo del ADSL y de la Internet por cable, yo me muevo a la
velocidad de la guagua que conecta a la Víbora con Línea y G. Cada post depende de una
innumerable cadena de hechos que normalmente no engarzan bien. De mi aislado PC al Memory
Flash y de ahí al espacio público de un Cibercafé o de un hotel. Eso, sin entrar a detallar las
complicaciones, el ascensor que no funciona, el portero que me pide que le muestre mi pasaporte
para sentarme ante la computadora o la frustración al comprobar la no-velocidad que imponen
los proxys, los filtros y los keylogger.

Como típico ejemplar de esta generación de las Y griegas, lo mismo me desanimo que tengo mis
arranques. Paso del “¡qué volaó!” al “no vale la pena”. Así que no se asuste si un buen día se
encuentra aquí uno de esos cartelitos de “cerrado por reparación, “estamos en inventario” o
“cambio de turno”. Tampoco se sorprenda si la catarsis sube de tono, si me pongo incendiaria o
me sale la veta del pesimismo.

Por el momento sigo en esto, posteo y sobrevivo, o mejor, sobrevivo porque posteo.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 6 de octubre de 2007


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Multiplicados por cero

Las últimas reflexiones de Fidel Castro han terminado con mi paciencia. Lo que más me fastidia
no es el rescate de una figura como Milosevic, condenada por la historia y por los hombres, sino
la total indiferencia que Él muestra hacia nuestros problemas al tratar continuamente en sus
comentarios temas internacionales enfocados en su protagonismo.

Por qué no reflexiona sobre el desánimo y la insatisfacción que cada día se hacen más evidentes
en la sociedad cubana. Por qué no se involucra en los cuestionamientos que van ganando en
profundidad y en extensión, hasta tocarlo a Él mismo. Si acepta de buena gana la gloria que se le
atribuye por cada logro alcanzado, ¿por qué no asume la culpa por los errores y fracasos? ¿O
acaso no tiene Fidel Castro la mayor parte de la responsabilidad con todo esto que hoy vivimos?
Intentar evadirse, alejarse de nuestros problemas y teorizar sobre cosas que ocurrieron a miles de
kilómetros o hace muchos años, es multiplicar por cero las demandas de una población que ya
está cansada, desengañada y necesitada de medidas que alivien hoy sus precariedades.

¿Qué puede importarnos ahora el cruceteo de cartas entre jefes de estado, ocurrido hace ocho
años, cuando los salarios no alcanzan ni siquiera para mal-vivir; la corrupción nos “come por una
pata”; el país pierde cada mes miles de personas que emigran; el sistema de salud se desmorona
y en las escuelas las pantallas de los televisores son las que enseñan a nuestros hijos?

Pura frivolidad política esa de estar reflexionando sobre jefes de estado, remitiéndose a
correspondencia diplomática y bestseller escritos por exmandatarios. Nuestra realidad pide a
gritos que se abran espacios para escuchar la opinión popular. ¿Hasta cuándo se gastarán las
pocas páginas de la prensa nacional en satisfacer la vanidad personal de un político que no nos
representa, que no se hace eco de nuestras exigencias y que ni siquiera nos menciona?

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 5 de octubre de 2007


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Tragedia schakespearena

La Habana es una ciudad de soluciones lentas o increíblemente precipitadas. Si se trata de un


edificio deteriorado y de sus habitantes -viviendo entre apuntalamientos y pedazos de techo que
se caen- entonces los remedios se demoran y las necesarias viviendas tardan décadas en
construirse.

Ahora bien, si la cuestión es cerrar, limitar o prohibir, los recursos afloran con sorprendente
velocidad y las soluciones llegan de “hoy para mañana”. Siguiendo esa lógica, los vecinos de
Centro Habana descubrimos un día que a nuestro parque Maceo le había crecido un muro,
forrado en piedra de Jaimanita, que lo resguarda y protege de nosotros mismos.

Los cientos de sacos de cemento que se derrocharon para crear semejante barrera, hubieran
podido ser bien usados en la construcción de casas para los habitantes del famoso solar Romeo y
Julieta sito en Belascoaín y Concordia, que hace un par de semanas acaba de –definitivamente-
derrumbarse.

Mientras la estatua del Titán de Bronce dormita ahora en un parque lejos de los gritos de los
niños, sin las parejas que “aprietan” en la oscuridad y carente del correspondiente borracho
durmiendo sobre un banco; los protagonistas de la tragedia del derrumbe pernoctan en los
portales, se cobijan en el mercado agropecuario o montan alternativas carpas, siempre bajo los
ojos de la policía, que desde hace medio mes ha cerrado la avenida desde Neptuno hasta San
Lázaro.

Enredados en un drama que supera al de montescos y capuletos, los residentes del fenecido solar,
comprueban que su futuro se dirime más arriba. Las posibilidades de cambiar un porvenir de
albergues compartidos y promesas de microbrigadas –que ya se vislumbra- son mínimas. Su
destino, como en esas tragedias schakespearenas, ya está escrito, tiene el cuño del instituto de
vivienda y la falsa tinta de una burocracia que no genera desenlaces felices.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 5 de octubre de 2007


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Las medias noticias

¡Vaya forma que tenemos los cubanos de enterarnos de lo que pasa! Hemos aprendido a leer
entre líneas, a sospechar de cada información y a dudar de lo que dicen esos señores de traje y
corbata que hablan en los noticieros. Cuando aparece un titular que anuncia “se restablece el
servicio de…” se están dando dos noticias en una, la que nunca se hizo publica de que “no estaba
funcionando” y la de que ahora “vuelve a hacerlo”. Los restaurantes vegetarianos, por ejemplo,
que inundaron la ciudad y la prensa hace siete años, ahora han cerrado sus puertas y ningún
periodista oficial le dedica un reportaje a su decrepitud.

Ayer han dado la noticia de que los estudiantes de la Universidad de Oriente, junto a sus
profesores han protagonizado una marcha de apoyo a la Revolución. Algo no encaja, ¿verdad?
pues hace una semana se rumora que hubo una protesta, allí mismo, por las pésimas condiciones
de los albergues, la comida y el transporte. Así que siguiendo esa línea informativa, que nos toma
por perennes infantes incapaces de sacar sus propias conclusiones, la TV nacional ha vuelto a
ocultarnos lo que pasa al no narrar los sucesos de Santiago de Cuba.

Vimos como la delegación cubana ante la ONU se levantaba de sus asientos durante el discurso
de Bush, pero las palabras de éste nunca fueron transmitidas. Asistimos a la firma masiva de una
“momificación constitucional” sin que se mencionara el proyecto Varela, al que evidentemente
se intentaba dar respuesta con dicha acción. El pasado mes de enero leímos en Granma una
críptica declaración de la UNEAC, hablando de cierta polémica intelectual que nunca se hizo
pública en los medios. Ayer mismo vimos en la pantalla al ministro de exteriores de Bolivia
exigiéndole al embajador norteamericano que se retracte de una declaraciones que jamás
conocimos.

De medias verdades, noticias castradas y silencios, están llenas las páginas y minutos de nuestros
noticiarios. De vez en cuando una encuesta sobre el estado de las pesas en los agromercados o el
precio de los taxis privados intenta matizar –sin lograrlo- esta imagen de paraíso. Una verdadera
arqueología informativa, es la que tenemos que realizar cada día los cubanos, para completar las
noticias.

Con una buena parte de rumor, otra de intuición y pocas confirmaciones los cubanos vamos
construyendo nuestras informaciones y referencias: ¡ya se puede imaginar lo que sale de ahí!

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 5 de octubre de 2007


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"La maldita circunstancia..."

La calle Infanta nos sorprende con el más surtido mercado de copias piratas -de música y
películas- de la ciudad, con su enorme Iglesia -cuyo portal compite en volumen de orine con las
afueras del centro Asturiano, actual Museo de Arte Universal- y con sus curiosos graffitis , que
como éste, bien podrían ilustrar la obsesión virgiliana del “agua por todas partes”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 30 de septiembre de 2007


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Hable ahora o calle hasta el próximo debate

Tal vez son sólo mis deseos de creer que algo está cambiando los que me han hecho notar cierta
tendencia a la catarsis colectiva. Donde antes había hombros encogidos y caras volteadas, veo
ahora dedos que señalan los problemas y bocas que emanan inconformidad. A la primera
oportunidad, que lo mismo puede ser en una reunión de padres en la escuela o en una
conversación mientras se hace la cola del pan, las lenguas se sueltan. Las corrosivas palabras van
desmontando lo que a los medios oficiales les cuesta cada vez más trabajo hacernos creer.

Un muro de lamentos se extiende, por estos días, a lo largo de toda la isla. Motivado en parte por
el llamado a debatir el discurso de Raúl Castro el 26 de julio, pero fundamentalmente por el
agotamiento de un “ciclo de silencio” que ha empezado a quebrarse. Poco a poco nos va
deleitando esto de hablar públicamente de nuestros problemas. Le vamos cogiendo el gusto a
emplazar al gobierno, mientras que lo masivo del lamento nos contagia y envalentona.

Hay mucho escepticismo también, por parte de los que han vivido otros conatos de debate que no
han conducido a nada. El recuerdo de las discusiones que precedieron al 4to Congreso del PCC y
su posterior silenciamiento, son el argumento que exhiben algunos de los que no se pronuncian.
Sin embargo, quisiera creer que esto que hoy vivimos es imparable. Los que han empezado por
expresar su descontento por los bajos salarios, la corrupción o el deterioro del sistema de salud
pública, llegarán inevitablemente a cuestionarse el sistema político, el real poder de decisión del
pueblo y hasta las relaciones internacionales.

Puede ser pura ilusión la mía, pero me parece que lo que ha empezado con el susurro va a
terminar en el grito.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 30 de septiembre de 2007


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"En la guerra como en la paz maltendremos las comunicaciones"

Los muchachos de Omni-Zona Franca han encontrado la solución al problema de los manófonos
arrancados, de la vocecita que dice “el número no se puede alcanzar por congestión en las líneas”
y al apetito del teléfono que se traga nuestro menudo sin compasión.

Si lo que queremos es un teléfono, aquí está: pintado, en dos dimensiones, inaprensible y


desesperante como un dulce detrás de la vidriera. Al igual que en esos graffitis de las cavernas
-donde el delineado del venado conjuraba al otro que pastaba en las praderas- estos teléfonos nos
acercan a lo que se nos escapa. Pintarlos es la forma de someterlos, de hacerlos nuestros, de
finalmente capturar y “domar al potro salvaje de la tecnología”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 29 de septiembre de 2007


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La vista gorda

Entre asombrados y felices estamos viviendo los habaneros esta “tregua para botear” que ha
permitido que choferes -que no poseen licencia- transporten pasajeros sin el acoso de la policía.
Nadie sabe con exactitud la fecha exacta en que comenzó a regir esta permisiva medida. Nos
fuimos dando cuenta por el poco tiempo que debíamos mantener el brazo extendido para
capturar un “almedrón”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 27 de septiembre de 2007


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Bajo custodia

¿Qué es lo que pasa? debería preguntarme cada vez que reparo en el elevado número de policías
que hay en las calles, sobre todos en los barrios de Centro Habana y Habana Vieja. Sin embargo,
el hecho de ver a un uniformado en cada esquina o que el Parque Central y el Capitolio estén,
cada vez con mas frecuencia, custodiados por “avispas negras” o “boinas rojas” con perros
pastores, ya nos parece tan cotidiano que ni siquiera nos asombra.

Los cubanos hemos visto como nuestras urbes se llenan de estos seres que exhiben sus palos y
nos llaman “ciudadanos”; que andan en pares y son repartidos por camiones Mercedes Benz. Es
algo usual que uno tenga que mostrar el carné de identidad cuando camina junto a un amigo
extranjero, o que en plena carretera el ómnibus se detenga para requisar nuestro equipaje, no
vaya a ser que llevemos unas libras de queso, una cola de langosta o unos peligrosos camarones
enmascarados con las pertenencias personales.

La presencia policial, sin embargo, no ha traído una notable disminución del delito, sino más
bien la sofisticación de la ilegalidad. La gente ha aprendido a evadirlos, a no pasar por las
esquinas que frecuentan y a enmascarar mejor el queso transportado desde provincia.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 21 de septiembre de 2007


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La técnica del caracol

Hay muchas formas de irse, incluso quedándose. Lo noto cada día al tropezarme con gente que
hace tiempo no veo y me cuentan que están en sus casas, que casi nunca salen, que apenas si
escuchan noticias o prenden la televisión. Ya no soportan el “afuera”, la calle, la situación. Se
han diseñado un mundo que bien pudiera estar en Bangladesh o en Sydney (si no fuera por
algunos pequeños detalles de gran trascendencia).

Encerrarse es tan duro como partir, pues para algunos el aislamiento es la última opción después
que la emigración ha fallado. Un amigo me dijo el otro día que para el poco contacto social que
tiene, bien podría vivir en una cabaña en el Tibet con una foto -pegada a la pared- de la vista que
le ofrece su ventana en el municipio Playa.

Si se indaga sobre esta tendencia a quedarse en casa aparecen argumentos como: “ya no me
quedan casi amigos que visitar, todos se han ido”, “la calle está muy dura”, “todo cuesta mucho”,
“ no vale la pena salir” o “me duele verlo todo tan deteriorado”. También están los que afirman
“¿para qué voy a salir? ¿para molestarme?”

A veces, yo también tengo mis días de insiliada. Miro la ciudad desde mi balcón y prefiero
quedarme con la imagen del mar, las nubes, la gente caminando; pero me niego a zambullirme.
Sin embargo, la alergia al exterior termina por pasar y salgo otra vez con el consuelo de una
sabia canción que dice “esto es lo que hay”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 20 de septiembre de 2007


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Comienza el curso

Mi hijo ha estrenado esta semana su uniforme color “chícharo” en una secundaria de arquitectura
Girón a escasos cinco minutos de nuestro edificio modelo yugoslavo. Los últimos días de las
vacaciones estuvieron marcados por las carreras para comprar los zapatos, la búsqueda de la
nueva mochila y las discusiones de cuánto estrechar los holgados pantalones talla 18.

El matutino del primer día transcurrió entre palabras enardecidas y promesas de un curso
perfecto. Después llegó la hora de adaptarnos a la nueva dinámica de la secundaria, tan diferente
a los años en que yo cursé la enseñanza media. Por ejemplo, desde hace algún tiempo los
muchachos de secundaria no pueden ir a almorzar a sus casas. La medida busca erradicar las
diferencias entre los que tienen un buen almuerzo que les espera y los que tienen menos o casi
nada. También se trata de evitar que deambulen por las calles y cometan delitos.

Con el nuevo sistema, a mediodía cada estudiante recibe un pan con alguna proteína y un vaso de
yogurt. A esa edad, tan reducida porción, sólo hace despertar la fiera del apetito y ponerla a rugir
durante los próximos turnos de clases. De manera que desde las 12 y 20 comienzan a acercarse a
la reja que circunda la escuela, los padres con “pozuelos”, pomos y cubiertos, para reforzar la
alimentación de sus hijos. En algunos centros escolares han prohibido esta práctica de llevarle
comida a los alumnos y en otros han anunciado que los jóvenes deben traer –desde por la
mañana- lo que van a almorzar.

Cada día, de manera un tanto sigilosa, me aproximo a la secundaria y paso a través de la cerca la
“jabita” con el necesario refuerzo. Noto que hay muchos padres afuera que hacen lo mismo, pero
también que una buena parte de los niños no reciben la ración adicional. En fin, que tratando de
eliminar diferencias se ha creado otra tan evidente, tan visible y dolorosa, que me pregunto si no
sería mejor flexibilizar dicha medida y permitir que los jóvenes almuercen en sus casas mientras
se garantiza una comida digna para los que se quedan en la escuela.

Todo lo que se impone, lo que es obligatorio y rígido termina siendo burlado, desvirtuado y lo
que es peor, rechazado.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 13 de septiembre de 2007


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Me abstengo

Justo hoy lunes 10 de septiembre ha tocado en mi zona hacer la reunión para la elección de los
candidatos de la circunscripción. La citación me llegó ayer por debajo de la puerta y en el pasillo
un cartel impreso con letras de colores me dice “Asiste”. Ocurre, sin embargo, que todo el asunto
sólo me mueve al aburrimiento. Ni un sólo resorte dentro de mí logra entusiasmarse pensando
quién será el delegado o si llegará hasta la Asamblea Nacional. Ni siquiera este año donde se
especulan tantas cosas y los más ilusos ven en este proceso eleccionario el motor del cambio.

El desinterés no me hace asistir mansamente, como hacen tantos, sino que me lleva a apartarme.
Prefiero ahorrarme las consignas, la bandera cómplice, las manos alzadas y la falsa impresión de
ser protagonista de algo. La fuente de mi descreimiento es sencilla:

Lo que pasa es que nunca he oído a nadie decir algo como “ahora cuando el parlamento se reúna,
tú vas a ver que se van a resolver los problema”.
Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 10 de septiembre de 2007
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La trampa de las palabras

Nacida en el corazón de Cayo Hueso, barrio insigne de Centro Habana, me gusta manejar todos
los registros a la hora de hablar y de expresarme. Dígase con esto que siempre me ha maravillado
la agudeza popular a la hora de crear expresiones o palabras. Me fascina una frase como “ese es
tu maletín” (ese es tu problema) o una nueva que le he oído a mi hijo, que dice: “¡qué toqueta!”
(evolución de aquel “qué tocaó” que usábamos en los noventa para definir lo que era bueno o
estaba a la moda).

Lo que detesto sobremanera es la palabrería hueca, la teorización que evade llamar a las cosas
por su nombre, el giro verbal que esconde o enmascara. Cuán poco refleja -por ejemplo- la
definición económica de “dualidad monetaria” al aplastante hecho de no poder comprar con la
moneda en la que te pagan lo que necesitas para vivir. Qué pálido parece el eufemismo de
“priorizar los recursos del país para el turismo” cuando se choca de frente contra el muro de la
segregación que evita que los cubanos podamos hospedarnos en un hotel o rentar un auto.

Antes que perderse en las complejidades de una frase como “inviabilidad sistémica del proyecto
socialista cubano” creo que sería mejor decir el cotidiano y extendido: “esto se jodió”. No
dejemos que sean los académicos ni los burócratas los que le pongan nombre a lo que vivimos.
No les permitamos que cubran con tecnicismos incomprensibles lo que es el día a día de
nosotros. Que no enmascaren con conceptos como “sistema de distribución racionada”, “apoyo
popular” o “emigración económica” lo que a nosotros nos llega como “esto no te toca”, “ni te
atrevas” o “si no te gusta te vas”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 3 de septiembre de 2007


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Los lemas de la inacción

Cada vez se escucha con más frecuencia aquello de “no cojas lucha” dicho a todo el que quiera
plantar cara a lo que no le gusta. Las expresiones de “te va a dar un infarto”, “no le hagas caso” o
“con eso no vas a lograr nada” parecen llevarse los primeros lugares en la fraseología popular.
Un extendido llamado a la inacción, en nombre de una supuesta higiene mental -que no es tal- se
sigue adueñando del accionar de los cubanos.

Como un “bicho raro” parece el que se queja o demanda sus derechos, mientras detrás del
silencio se esconde el temor a meterse en problemas. Escasea la solidaridad con el que protesta
en una cola, pues el resto de los usuarios teme perder la posibilidad de comprar o adquirir el
servicio que tanto tiempo les ha tomado.

Lo más irónico es que frecuentemente el mismo que te impide hacer algo, busca tu complicidad
y tu silencio. Eso me pasó hace poco cuando intenté acceder a Internet desde un punto telefónico
de ETECSA ubicado en la Calle Obispo y el custodio me dijo “Mami, tú sabes muy bien que no
te puedo dejar. No te me pongas bravita pero esto es pá turistas”. La oportuna voz del
conformismo apareció esta vez en boca de una señora que esperaba para pagar su factura
telefónica: “Ay mi´ja no te metas en problemas que al final no vas a cambiar nada”.

Entre tantos llamados a “no alterarse”, los cubanos hemos llegado a pensar que la salud cardiaca
y la exigencia de los derechos deben estar reñidas o que las isquemias cerebrales son el
desenlace inevitable cuando uno demanda un buen servicio. Imagino unas enormes vallas
advirtiendo en la carretera: “Criticar, exigir y demandar dañan su salud”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 24 de agosto de 2007


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Metáfora de estos tiempos

Esta es la historia de un edificio –modelo yugoslavo- que fue construido en los años 80 por
ilusionados microbrigadistas. Estrenaron sus casas y con ellas un montón de nuevas experiencias
que le cuelgan al hecho de tener un techo propio (muy pocos de la “Generación Y” hemos
experimentado tal sensación). Aquellos constructores improvisados tuvieron que trabajar entre
cuatro y siete años para tener su apartamento y posteriormente pagar una cuota, que al cabo de
veinte años, les dio la posibilidad de un título de propiedad.

En este edificio que les cuento ya todos los jefes de núcleo son dueños de sus casas. Pasaron de
los sueños del constructor -deseoso de habitar un espacio- a las frustraciones del limitado dueño
de una propiedad a medias. Lo que alguna vez fue un ejemplo del auge constructivo que se nos
prometió, resulta ahora una ruina moderna; metáfora de la inmovilidad y declive de estos
tiempos.

Desde hace cuatro años nadie ocupa la plaza de “encargado” ni de “limpia-pisos”, pues el salario
no resulta estimulante y los catorce pisos, con largos pasillos y escaleras, demandan demasiado
trabajo para tan poco dinero. El ascensor sobrevive gracias a los conocimientos de algunos
vecinos que en estos años se han visto en la disyuntiva de aprender algo de mecánica o subir por
las escaleras. La bomba de agua, por su parte, también tiene su equipo de “bombólogos” que la
reparan cada vez que falla. La autogestión logra que no se desmorone el edificio, pero no puede
mantenerlo estable.

La cercanía a la Plaza de la Revolución hace que este bloque de catorce pisos esté en “zona
congelada”, de ahí que los apartamentos que se vacían van a parar a manos de miembros de las
FAR o del gobierno. Las rejas proliferan y algunos vecinos se turnan para limpiar los pasillos de
sus pisos o los escasos metros frente a la puerta de sus casas. Las áreas sociales sufren de la
indeferencia motivada por una forma de propiedad que no deja claro a quién pertenece. En teoría
se trata de zonas comunes en manos de todos, pero en la realidad esta comunidad de 144
apartamentos no puede decidir qué hacer con ellas.

No se puede -por ejemplo- abrir una necesaria cafetería para recaudar fondos que se inviertan en
el propio edificio. También está vedada la posibilidad de acceder a un comercio mayorista donde
adquirir los cientos de metros de tubería que son necesarios para paliar los abundantes salideros.
Los vecinos deben esperar que el Instituto de la Vivienda destine fondos para su necesaria
reparación.

Entrampados en un mecanismo vertical y burocrático los ilusos microbrigadistas de ayer ven que
a su sueño se le cae el repello, se le oxidan las cabillas y se le destiñe la pintura. Sus hijos no
arrastran la epopeya de la construcción y el montaje de las piezas prefabricadas, así que les
resulta distante la “preocupación de los viejos”. Los más jóvenes se burlan cuando sus padres les
cuentan las historias de la grúa o el andamio y concluyen, con el pragmatismo de esa edad:
“¿Tanto sacrificio para esto?”
Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 24 de agosto de 2007
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Pocas canas, muchos sueños

Quiero hacerle un homenaje en este Blog al periodista Reinaldo Escobar, que recién ha estrenado
sus 60 años. Unas envidiables seis décadas que en una vida normal darían material para cerca de
doscientos años.

Trabajó como periodista, en los medios oficiales, hasta que en el año 1988 lo expulsaron de la
profesión porque sus artículos “no se ajustaban con la línea editorial del periódico Juventud
Rebelde”. De ahí -y dando tumbos- terminó como mecánico de ascensores para sobrevivir. Los
tropiezos los tomó con la misma sabiduría que lo ha hecho consejero de muchos y padre
adoptivo de cientos. Con su máxima de “esto nos pasa porque estamos vivos” ha esquivado el
ostracismo, la calumnia, las frecuentes visitas y presiones de “los muchachos del aparato” y las
sospechas de no pocos.

Macho, como lo llaman sus amigos, vio nacer en su propia casa a una generación de trovadores,
en las ya míticas peñas de “Macho Rico” que se hacían los últimos viernes de cada mes en los
años más duros del período especial. Sobre la mesa de la sala, un pomo con azúcar daba la
bienvenida a todo el que –después de subir catorce pisos por las escaleras- necesitara energías
para cantar, leer o tocar su guitarra.

Con algo de Behique –que sus rasgos taínos confirman- tiene la envidiable capacidad de poder
explicar casi todo. Siempre presto a “meter la cuchareta” en cualquier proyecto, los jóvenes lo
buscan para que les sugiera ideas más locas y atrevidas que las que ellos proponen. Reinaldo
Escobar colecciona amigos, diccionarios y proyectos, nos recuerda a cada rato que lo importante
“no es lo que te pasa, sino cómo lo tomas”.

Macho, con quien comparto mi vida y mis proyectos desde hace 14 años, es el ejemplo -doloroso
para muchos- de que se puede llegar con pocas canas y muchos sueños a los 60. Disfrútalos, mi
amor!!!!

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 22 de agosto de 2007


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Fiesta en el Caney

Ray Fernández hizo un admirable concierto el sábado pasado en el Centro Cultural de España
(ya no se llama oficialmente así, pero todo el mundo le sigue diciendo como antes). Temas
recientes y otros de hace algunos años, que culminaron con el himno de estos tiempos: “Lucha tu
yuca taíno, lucha tu yuca…”.

Es increíble este muchacho, de profesión cocinero, que en un par de años se ha colado en


nuestras vidas con canciones como “Mister Policeman”, “Matarife” (simpática historia de la
discusión entre un trabajador social y un hombre que ha cumplido diez años de cárcel por
“sacrificio ilegal de ganado vacuno”) y “El son de José” (dedicado a Lezama).

El mejor momento del concierto fue cuando le tocó el turno al tema “El Librero”, acompañado
por la acción plástica de lanzar al público libros viejos, ediciones Huracán la mayoría, que
volaban al ritmo de “a mi los libros me confundieron más”

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 21 de agosto de 2007


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Los rumores... las bolas...

Con los rumores pasa como con las inyecciones: si estás enfermo y te tienes que poner muchas
ya las últimas ni te duelen. Al principio los bolas te ilusionan, después viene la confirmación de
que son falsas y entonces sobreviene la frustración. Desde principios de este año -por ejemplo-
comenzó a regarse que a partir del 1ro de junio Cubacel abriría sus contratos de telefonía celular
a ciudadanos cubanos radicados en la isla y en moneda nacional. Muchos se quedaron con el
móvil cargado y la melodía de inicio seleccionada sin que pudieran introducirle al aparatico la
añorada tarjeta SIM.

También están las bolas que te llenan de expectativas en una dirección y después la realidad toma
en sentido contrario. Justo eso fue lo que ocurrió con los cuchicheos sobre las flexibilizaciones
del “Permiso de salida” y la “Carta de invitación”, que cesaron con la implementación de nuevos
mecanismos que hacen, los trámites para viajar, más complicados y selectivos.

Los más temidos son los rumores que anteceden a la tragedia, los que anuncian redadas,
recogidas, endurecimientos, pasos hacia atrás. Eso sí tienden a ser tomados muy en serio, no
vaya a ser que sean verdad y te cojan fuera de base.

Yo soy de las que no cree en rumores. Tampoco creo en los hechos, pues muchas veces las bolas
parecen más auténticas que la novelesca realidad en que vivimos. Murmullar, sisear, fantasear,
especular, suponer, son verbos que proliferan cuando la falta de información se convierte en una
constante. En el origen de la “bola” está el deseo de que se haga realidad el desesperado susurro
que queremos ver convertido en hechos.

Lo peor que le puede pasar a un rumor es, que como en el conocido cuento infantil de “Pedro y
el Lobo”, deje de hacer efecto de tantas veces repetido. La gente se vacuna contra él, controla las
expectativas que desata y hace oídos sordos a lo que sugiere. El lobo, entonces, ya puede
merendarse a las ovejas, pues no escuchamos los gritos de: “¡Ahora sí que es verdad!”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 15 de agosto de 2007


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Vine y me quedé

Por estos días hace tres años que hice mis maletas en Zürich y junto a mi hijo –por aquel
entonces de 8 años- decidí regresar a quedarme en mi país. Hasta ahí puede parecer una simple
historia del regreso de un emigrante a su terruño, sino fuera por el detalle de que ambos teníamos
salida definitiva. No voy a explicar lo que encierra ese retorcido concepto que empieza a
cumplirse una vez pasados los 11 meses de estancia en el exterior, pues todos –los de adentro y
los de afuera- lo conocemos muy bien.

Una vez tomada la decisión de virar pá la isla, compramos boletos de ida y vuelta, enviamos
nuestros pasaportes al consulado en Berna, para que nos colocaran el recién estrenado sellito de
la habilitación del pasaporte, y tomamos el avión con escala en París. En el aeropuerto cubano
las consabidas preguntas del motivo del viaje, a las que mi hijo y yo contestamos con el
aprendido guión de “venimos por dos semanas a visitar a la familia”. En los escasos 20 kilos de
cada equipaje venían todas nuestras pertenencias personales, cuidando que ninguna delatara que
se trataba de un viaje sin retorno.

Pasaron las dos semanas incluidas en el boleto y de seguro nuestros nombres resonaron en los
altavoces del aeropuerto José Martí, sin que llegáramos a ocupar nunca los asientos comprados.
Comenzó entonces la búsqueda de información, para conocer los riesgos y posibles resultados
del “arrebato de quedarnos”. A todo el que le preguntaba si sabía de algún otro caso que me
pudiera servir de guía para actuar, abría los ojos y me decía “tú estás loca”. Pues sí, de una locura
inusual, poco vista, raramente documentada… pero delirio al fin.

Mis amigos creyeron que les hacía un chiste, mi mamá se negó a aceptar que ya su hija no vivía
en la Suiza de la leche y el chocolate, y mis vecinos creyeron que regresaba de Mata Hari desde
Europa. La clave me la dio alguien con quien me topé: “Lo único que tienes que hacer es romper
tu pasaporte, sin pasaporte no pueden montarte obligada en el avión”. Con ese acto pude
experimentar por unos meses lo que es estar indocumentado en el propio país.

Justo el 12 de agosto de 2004 me presenté en inmigración provincial para anunciar “Soy yo,
aunque no tengo documentos que lo prueben y he venido a quedarme”. Tremenda sorpresa
cuando me dijeron, pide el último en la cola de los “que regresan” y dile a la teniente Sarahí que
te de el modelo para solicitar el carné de identidad. Así que encontré, de pronto, otros “locos”
como yo, cada uno con su truculenta historia de retorno. Un señor que regresaba de España con
su esposa e hija, después de cinco años de vivir allá, me dijo: “No te preocupes, van a tratar de
forzarte a irte pero tienes que negarte. Lo más grave es que tengas que estar dos semanas
detenida, pero la cárcel es aquí mismo y los colchones están de lo más buenos “. Respiré
aliviada… al menos lo de dormir estaba garantizado.

Me hicieron un expediente de “quedada”, me advirtieron que “nunca más volvería a salir del
país” y me aclararon que iban a ser condescendientes porque había un niño de por medio. No
llegué a probar los famosos colchones, pues no podían incluir al menor de edad junto conmigo y
tampoco dejarlo en la calle. La clave, para que todo “caminara” más rápido la daba el hecho de
que nunca había tenido propiedades -que hubieran sido confiscadas con mi salida- (¿quién de la
“Generación Y” tiene alguna propiedad en Cuba?) y que además contaba con la posibilidad de
ser nuevamente acogida en el núcleo familiar de donde me había ido. Cada semana debía
presentarme en Inmigración para un control de rutina, así hasta que en octubre del mismo 2004,
nos expidieron otra vez nuevos documentos de identidad. La cuota del racionamiento la tuvimos
de vuelta a mediados de diciembre… ya todo estaba otra vez como antes.

No quiero con esta historia explicar lo que muchos todavía siguen calificando como un acto
insensato, sino decirle a aquellos que alguna vez lo han pensado hacer, que es posible. No es tan
irrealizable ni tan inusual como los enmarañados decretos y leyes migratorios quieren hacernos
creer. Durante meses –desde Zürich- navegué en Internet a la búsqueda de un testimonio que me
dijera: “se puede”, sólo encontré palabras de extrañeza, suspicacia y negativa. Así que pensando
en otros dementes como yo que están barajando la idea de arremeter y quedarse he escrito esta
“crónica de un regreso”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 14 de agosto de 2007


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Internet por señas

Nuevas medidas reguladoras de Internet se extienden por los centros de trabajo vinculados a los
medios informativos cubanos. Yahoo y Gmail se llevan la peor parte, junto a un travieso Google
que guarda -accesible desde su caché- hasta las páginas que los filtros ideológicos no dejan
pasar.

Los pocos “Café Internet” que quedan en la ciudad de La Habana, tampoco permiten muchas
posibilidades de real navegación. La lentitud, el deterioro de una buena parte de las
computadoras que todavía funcionan, unidos al precio que oscila entre 5 y 6 cuc por hora, hacen
que la red de redes sea un lujo con sabor amargo. Una buena parte de los hoteles ha restringido el
servicio de conexión sólo para huéspedes, y en los denominados “correosdecuba.cu” la gente se
cuida de lo que escribe o recibe.

Si los usuarios lo tienen feo, que queda para aquellos que queremos programar o diseñar para la
web. Subir un megabyte lleva alrededor de diez minutos, el protocolo ftp (File Transfer Protocol)
no funciona en los lugares públicos y la mayoría de las veces es imposible descargar hasta
pequeños programas. Los bloggeros escasean y chatear se convierte en una pesadilla.

Propongo entonces, para saltar por encima de todas estas dificultades, que volvamos a las señales
de humo, al toque de tambor para comunicarnos… (yo la tendré especialmente difícil pues tengo
el oído cuadrado) y al cobo con la punta perforada para transmitirnos las noticias. No se extrañe
usted lector, si el próximo post de “Generación Y” le llega en forma de voluta o con tonos de
repique.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 13 de agosto de 2007


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Una "Y" griega es un alivio

Me gusta esto que denomino la “Generación Y”, pues es poco probable que algún día oigamos
consignas como: ¡Viva Yunisleidis! o ¡Gloria eterna a Yusimí!”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 11 de agosto de 2007


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Entrevista con un balsero

Ya sé que la referencia viene de muy cerca, pero les recomiendo una entrevista mía a un balsero
cubano que aparece en el número 7 de la revista digital Consenso -desde Cuba-. Aquí les pongo
el link:

Historia de una obsesión. Entrevista con un balsero cubano


Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 3 de agosto de 2007
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¿Y mi vaso de leche?

Después del discurso de Raúl Castro el día 26 de julio me tropecé con varios amigos que me
saludaron de una manera similar aludiendo al “vaso de leche” prometido por Él ante las cámaras.
De los casi sesenta minutos de panegírico la gente extrajo esa promesa, la que anunciaba como
conquista lograr “que cada cubano pueda tomarse” un vaso del preciado lácteo cuando quiera.

A mí, que soy de los que crecieron a golpe de infusión de cáscara de naranja, la noticia me
pareció increíble. Creo que primero ocurrirá que mandemos un hombre a la luna, logremos el
primer lugar por países en las próximas Olimpiadas o descubramos la vacuna contra el SIDA,
antes que podamos poner al alcance de cada persona de la isla el olvidado café con leche en la
mañana.

Parezco escéptica, ya lo sé, pero lo mismo les pasó a los encargados de editar el discurso de Raúl
para publicarlo en el Granma (en papel y en Internet). En ambas versiones fue censurada la
promesa de la leche al alcance de todos.

Empecinada en volver a oír la más inmediata conquista a la que estábamos abocados, me senté
frente al televisor el viernes 27 de julio para ver la retransmisión del discurso. El asombro se
duplicó cuando en el momento que correspondía la ya antológica frase de la leche, noté un corte
de edición que la suprimía y en su lugar ponía el mar de banderas de la Plaza Ignacio Agramonte.

A estas alturas no sé, si en mis desvaríos alimentarios, soñé lo del vaso de leche o realmente
existió.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 2 de agosto de 2007


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Los símiles, lo eterno y el poder

Evito el uso de palabras como “eterno, “siempre” y “jamás”. Lo definitivo me asusta y lo


perdurable me huele a “queso”. Así que cuando oigo un discurso político donde se dice “su fuego
será tan eterno como esta Revolución” refiriéndose a la frágil lumbre de una antorcha, corro a
mis diccionarios y calmo mi sobresalto con el lineal significado de las palabras “efímero”,
“perecedero” y “transitorio”.

Resulta que lo “eterno” no es solamente aquello que va a durar para siempre ad infinitum, sino
que no tuvo principio, siempre estuvo allí. La existencia temporal de la llama del cementerio de
Santa Ifigenia nadie la pone en duda, pues está claro que una vez no fue y ahora es. Por qué
entonces ese paralelismo absurdo, ese símil probadamente falso de comparar dos hechos fugaces
–si los medimos en el tiempo de la historia- y pretender que cada uno lleva en sí el germen de la
inmortalidad.

A veces, las frases de perennidad logran su efecto en mí, y tengo que conjurarlas imaginando el
futuro. Me veo como una viejita que intenta contarles a sus nietos todas estas cosas que hoy nos
parecen a perpetuidad. Como respuesta recibo de ellos la bienvenida zoquetería de los jóvenes:
“Ay, abuela no hables más de “aquello”, ya nadie se acuerda y tú sigues con la misma cantaleta”.

Es un alivio que todo en este mundo tenga sus días contados.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 1 de agosto de 2007


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Todo por uno

En las llamadas Tiendas de Recaudación de Divisas -fíjese bien que su objetivo confesado no es
prestar un servicio o satisfacer a los clientes, sino sacarle a usted el dinero del bolsillo, ¡vaya
franqueza!- existe una modalidad muy visitada que son los llamados “Todo por Uno”. Allí se
puede encontrar desde una figurita de yeso, pasando por las buscadas esponjas para fregar y
terminando en pistolitas de agua para los niños.

Estos departamentos son los más visitados y normalmente afuera siempre hay cola para entrar.
Las familias adquieren allí los regalos para el día del maestro y un sinnúmero de vituallas de
gran utilidad y dudosa calidad. Precisamente a esta última me quiero referir, pues lo efímero del
tiempo de utilidad de la mayoría de los productos que allí se venden, convierte su venta en una
verdadera estafa al consumidor.

En las etiquetas de los productos se repite una firma de origen italiano llamada ITALSAV y otra
ibérica denominada Vidal. Me pregunto si estas empresas saben que los productos que tan
lucrativamente venden al estado cubano se usan para expoliar a los habitantes de esta isla y que
hasta nuestras manos llegan verdaderas mermas comerciales dignas de ser incineradas.

Podría irse más allá y siendo mal pensados cuestionarse incluso si entre los accionistas de ambas
compañías, ITALSAV y Vidal, no estará en algún momento la mano cubana. El viejo truco de
comprarse a sí mismo. El conocido ardid de ser el banco, el vendedor y el comprador a la misma
vez. Sólo así se puede concebir que alguien pueda comprar tanta baratija infuncional para su
pueblo, sin reclamar al menos un mínimo de calidad.

A los que puedan seguir la pesquisa (a mí me es imposible por las conocidas dificultades en el
acceso a Internet) les dejo en este post los datos:

De la empresa italiana:

Italsav

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Italsav s.r.l.
Via Newton snc - Zona Industriale
67051 Avezzano (AQ) - Italy
Tel. +39 0863 509033
Fax + 39 0863 497192
e-mail: italsav@italsav.it

y de la empresa española:
Vidal

Partida La Montana. s/n.


46293 BENEIXIDA (Valencia)
Tel: (96) 297 65 35
Fax: (96) 297 65 20
Email: vidal.dc@vlc.servicom.es

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 1 de agosto de 2007


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La receta del pan

Cada día constato que nos han robado la fórmula y el arte de hacer el pan, nuestro pan… y no lo
digo en el sentido metafórico de “hacer el amor” que tiene en Cuba esa expresión, sino en el
llano y directo significado de confeccionar el alimento universal, el pan nuestro de cada día…
esa milenaria combinación de harina, agua, levadura y fuego.

En cuál recodo de estos años se quedó el pan de mi infancia, con cuya masa podía formar
muñequitos y hacer bolitas. Nadie va a convencerme de que este producto ingrávido, que apenas
pesa, blancuzco, destructor de las encías y productor de una boronilla arenosa y seca que ensucia
toda la ropa, es un pan. Dónde quedó el pan macizo, que al comer una rodaja uno se sentía lleno,
que se podía mojar con los frijoles negros y embadurnar de mantequilla, sin el temor que se
partiera en pedazos como le ocurre a esta “piedra de siforé” que acabo de comprar.

Evidentemente esto que tengo ahora sobre mi mesa no está hecho para que el paladar lo disfrute,
pues en una sociedad como ésta intentar darle un gusto a los sentidos es una debilidad
pequeñoburguesa contra la que hay que luchar. Ná, que revolucionario que es revolucionario se
come el pan como esté sin quejarse tanto.

Este pan –que usted puede admirar en la foto- parece gritarnos lo que ya todos sabemos: que la
eliminación del panadero privado –ese que en cada barrio todos conocían y tenía su
“especialidad de la casa” y su “toque secreto”- nos condujo a esta estatalización infuncional,
insípida, ineficaz, que nos ha ido haciendo olvidar poco a poco lo que es un verdadero pan.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 12 de julio de 2007


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El don de la "invisibilidad"

Me ufané durante años de poseer el don de la “invisibilidad”, pues en los momentos en que me lo
proponía podía pasar inadvertida y escaparme de situaciones complicadas. Arropada en esa capa
a lo “Harry Potter” me escabullí de pertenecer a la Unión de Jóvenes Comunistas, pues –cosa
increíble para la extremadamente ideologizada Cuba de los años 80- nadie nunca me preguntó si
quería ser miembro.

También fui invisible para cuanto cargo de responsabilidad y de necesaria intachabilidad


quedaba vacante cerca de mí. Así sorteé sin que apenas se notara (hasta el día de hoy) la casi
obligatoria inscripción en la FMC -jugando con el viejo truco de tener la dirección y el carné de
identidad en una casa pero vivir en otra-; burlé también la pertenencia a un Sindicato y hasta
logré no dejarme marcar con aquello de “la Universidad es para los revolucionarios”, cuando
tuve la suerte de estudiar en la escuela de Letras en un momento de cierta distensión provocada
por los rigores del Período Especial.

Sin embargo, ya el truco de esconderse no funciona. Así que me ha dado por “hacerme notar” y
en un acto de supremo exhibicionismo me puse a escribir este Blog. Un amigo me regaló el
argumento de oro para hacerlo, cuando me contó una discusión que tuvo con “los muchachos del
Aparato” y les dijo: “Todo lo que yo pienso, lo escribo y lo firmo con mi nombre, pero ninguna
de las cosas que ustedes hacen o dicen están autorizados a publicarlas, mucho menos a
firmarlas”.

Así que inspirada por los consejos de mi amigo me excedí un poquito y hasta colgué una foto en
el Blog. Aunque agradezco los consejos de todos aquellos que me han escrito pidiendo que me
ponga un seudónimo y retire mi cara de la red, debo decirles que esto forma parte de una terapia
personal “anti-invisibilidad”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 11 de julio de 2007


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De vuelta

Me he ausentado algunos días del ciberespacio, pues un virus, llamado como el villano de la
actual telenovela brasileña, no me ha dejado hacer otra cosa que tomar sales de hidratación,
comer puré de malanga y preocuparme por si no sería una versión tropical del ébola… por suerte
ya pasó y estoy de vuelta.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 22 de junio de 2007


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Pedalear

¿Sabe usted lo que se siente cuando uno intenta pedalear una bicicleta que tiene la cadena
oxidada, la catalina torcida y la biela trabada? Pues esa es la sensación que me aplasta por estos
días. Todas mis energías, esfuerzos y deseos de hacer algo se malgastan en un mecanismo que no
avanza. Por momentos tengo la impresión de que el diseño de vida al que me obligan los
problemas, dificultades e ineficiencias cotidianas, responde a una intención de no dejarme
levantar "vuelo", de no permitirme salir del rastrero ciclo de pedalear hasta el agotamiento.

En esta bicicleta, de la que le hablo, yo no controlo el manubrio, sino que las piedras del camino
determinan el rumbo y lo único que funciona con alguna eficiencia son los frenos. La calle por
donde intento avanzar está llena de señales restrictivas y en ninguna esquina mi vía tiene la
preferencia.

Ya sé que sería más fácil botar la bicicleta, mudarme a un barrio de amplias calzadas bien lejos
de aquí o dejar de moverme, de tener proyectos que me fatiguen y sobrecarguen las raídas
gomas. Pero sucede que cierta testarudez personal y desdibujados sueños de una futura y
flamante bicicleta me mantienen sobre el sillín.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 21 de junio de 2007


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Volvieron los matutinos

Desde hace medio año ha venido extendiéndose -como una obligación- el realizar matutinos en
todos los centros de trabajo. No se trata de una nueva orientación, sino del intento de retomar una
ya vieja que en los últimos años había pasado al cajón de las cosas en las que “ya casi nadie
creía”. Así que junto al uniforme de miliciano, el casco de microbrigadista y el diploma de
destacado en la “emulación socialista” ha regresado también ese vetusto espécimen del
adoctrinamiento ideológico.

Normalmente se llevan a cabo los viernes antes de empezar la jornada laboral y rezuman la
misma grisura y falta de interés que hace ya tiempo ataca a los matutinos escolares. La mayoría
de los participantes hacen como que escuchan, aplauden con fingido entusiasmo al final de
alguna frase dicha con entonación tribúnica y suspiran aliviados cuando todo termina. Para el
administrador que incumpla con la tarea de organizar el orientado matutino, ya se han redactado
también las correspondientes sanciones.

Algún día cuando levantemos el sitial a las cosas absurdas de este período, habrá que darle un
espacio también a los matutinos. Allí amontonaremos el bostezo retenido, el tono apagado de
cantar el himno –casi en un susurro-, los poemitas patrióticos llenos de ripios y lugares comunes,
los files amarillos con discursos que parecían nunca acabar y las gastadas efemérides llevadas y
traídas. Mientras tanto tendremos que asistir a su forzado renacer.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 17 de junio de 2007


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Reflexiones...

En estos tiempos cuando está de moda reflexionar sobre los problemas de los otros, y obviar lo
inmediato y lo cercano, me propuse tocar otros temas fuera del estrecho marco de mi casa y mi
ciudad. Pensé entonces en los aborígenes australianos discriminados en su propio país, en las
dificultades para reconstruir Nueva Orleáns y en las demandas de los sin tierra en Brasil. Al final
me di cuenta que no puedo escribir sobre ninguno, la razón es simple: me duele una muela.

Ya sé que parece que no tiene relación una cosa con la otra, pero sí. Mientras el latido del dolor
me sube por la mejilla y me llega hasta el oído, no puedo concentrarme y reflexionar en otra cosa
que no sean mis propios problemas. La tierra de los canguros se me desdibuja, el Superdome
pasa a un segundo plano y las consignas agrarias se me apagan en la lejanía. La muela sigue
llamándome a esta realidad.

Las sístoles del dolor se hacen más pronunciadas cuando recuerdo los últimos días perdidos en la
consulta estomatológica. Una vez por falta de agua, la otra por el compresor roto y una tercera
porque no tenían el papel para envolver el instrumental en el esterilizador; al final el grito de la
recepcionista terminó con mis esperanzas: “No vamos a dar más turnos hasta el próximo mes”.
Todo eso ocurre en el policlínico “19 de Abril” de Plaza, que es mostrado como ejemplo a las
delegaciones extranjeras que vienen de visita a Cuba. Quien sabe si algunas viajan desde las
remotas tierras australianas, las bajas planicies sureñas y el caliente campo brasileño. Así que he
pensado seriamente sentarme con mi dolor en la puerta a esperar a uno de esos visitantes. Quizás
pueda visitar ese “otro policlínico” que a ellos les muestran, ubicado exactamente en el mismo
lugar del mío, pero donde las cosas funcionan y los pacientes sonríen satisfechos.

No será acaso que todo lo que necesitan las autoridades para reparar en nuestra realidad y
afanarse en mejorarla, es un simple y prolongado dolor de muelas. Uno sin calmantes, sin
dentista personal presto a intervenir y colocar una amalgama importada ayer mismo, sin
bombillos en la lámpara del sillón estomatológico, sin cremitas anestésicas que dejen un sabor a
caramelo de menta; en fin, uno como éste que tengo yo ahora.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 15 de junio de 2007


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Distribución gratuita de

fogonero emergente
(un) archivo

Ponlo en circulación
Mañach y lo nuevo

Quiero compartir un párrafo sacado del libro Estampas de San Cristóbal de Jorge Mañach. En un
texto dedicado a unas esculturas con formas de ranas ubicadas alguna vez en el Parque Maceo
(curioso, porque aunque ese fue uno de los parques de mi infancia, no recuerdo tales ranas… si
alguien las vio alguna vez, por favor que me saque de mi amnesia…) Mañach pone en boca de su
cicerone Luján la siguiente disertación:

"No; no me extraña que las censuren (a las ranas), hijo. Son nuevas. La novedad siempre es aquí
–paradójicamente, por ser como somos un país joven-, motivo de antagonismo y suspicacia…
¡Que no me digan!: los pueblos jóvenes son los más aferrados a lo convencional. Retóricos en las
formas, ortodoxos en los conceptos hasta la cal de los huesos. Cuando surge algo insólito, sólo se
fijan en que discrepa y no en cómo discrepa ni en si tiene el derecho de discrepar, con tal que lo
ejerza bellamente."

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 15 de junio de 2007


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A la sombra de un "almendrón"

“¿Pá la Habana?” me grita el chofer como si la esquina de Boyeros y Tulipán donde estoy parada
no perteneciera a la urbe en que he nacido y vivo. Yo respondo con un gesto del dedo hacia la
izquierda y confirmo: “Sí, pá la Fraternidad”, porque me gusta hacerle ese diario homenaje al
parque de la Ceiba –esa que se cuenta tiene debajo una “prenda” que enterró Machado y que nos
condena a la eterna infelicidad nacional-.

Me subo al almendrón y me acomodo entre otros pasajeros que miran hacia la parada que
dejamos atrás y parecen aliviados de estar “aquí” y no “allí”. Los diez pesos me laten en el
bolsillo, pero el recuerdo de la nueva guagua articulada con mínimas ventanas me devuelve el
convencimiento de haber hecho lo mejor. El carro tiene licencia, y capacidad para ocho
pasajeros, dos junto al chofer, tres en el medio y otros tres atrás donde una vez estuvo el
maletero. Me toca el asiento de los afectados, que es el que debe plegarse cada vez que alguien
llega a su destino. No importa, nada es peor que el “jamoneo” en el camello.

Pasamos frente a un control de policías, que hacen su agosto justamente con los transportistas
privados. Estamos de suerte, no nos paran. El chofer cuenta entonces su último encuentro con la
fiana que le costó diez chavitos. Los pasajeros opinan, cuentan historias igual de truculentas y
poco a poco nos vamos metiendo en un tema, donde todos tienen algo que decir. Aquello parece
un encuentro de ¨neuróticos anónimos¨ explicando las causas de sus desequilibrios.

La complicidad se ha creado. El mágico espacio de este Chevrolet de los años 40 ha logrado


hacer hablar a nuestro descontento. Los temas se suceden, pasando por los baches, la asfixia a los
productores privados, la excesiva repetición de ciertos temas en la televisión nacional y terminan
como un punto en una frase que mi vecina de asiento me tira en plena cara: “!Sí, pero nadie hace
nada!”.

Llegamos a un costado del Capitolio y todo el efecto se termina. El carro vuelve a su piquera y
oigo al chofer que grita “!Veinte, hasta Santiago de las Vegas!”, la señora de mi lado me ignora
por completo y toma en otra dirección. Yo me asomo a la Ceiba enrejada que una vez se sembró
allí con tierra de todas las repúblicas de este continente y murmuro entre dientes: “Y bien que
nos la hiciste¨.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 22 de mayo de 2007


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Cuando miro la tele...

Esta semana hacemos una terapia anti-televisión en nuestra casa. Empezamos gradualmente y
estamos ahora en la etapa de encender al “gordito autosuficiente” pero no subirle el volumen. Es
interesantísimo lo que se logra. Ante nuestros ojos pasan imágenes, que de tan predecibles la
propia imaginación les pone voz y sonido. Si sale un campo sembrado, oigo dentro de mí a un
conocido locutor que anuncia un sobrecumplimiento de la producción de papas. Si, en su lugar,
lo que vemos son imágenes de personas vestidas con batas blancas, entonces inmediatamente
emerge en mi mente el discurso sobre los médicos cubanos que brindan sus servicios en Bolivia
o Venezuela.

Lo que nunca ocurre es que al mirar, en mute, una de esos reportajes, surja de mí algo cotidiano y
realista que se parezca a lo que oigo cada día en la calle. Nuestra pantalla chica nos muestra “lo
que debimos haber sido” o, peor aún, “lo que debemos creer que somos”. Así que el locutor que
todos llevamos dentro nunca dice algo como “los precios están por las nubes”; “en mi policlínico
sólo quedan 17 médicos, porque todos los demás se han ido de misión”; “si no robo en el trabajo
no puedo vivir” o “¿dónde están las malditas papas que no llegan?”.

La tele se parece tan poco a mi vida, que he llegado a pensar que es mi existencia la que no es
real; que las caras alargadas que veo en la calle son actores que merecerían un Óscar (o un
Coral); que los cientos de problemas que sorteo para alimentarme, transportarme y simplemente
existir, son sólo líneas de un guión dramático y que la verdad, de tanto que insisten, debe ser la
que me cuenta el Granma, el Noticiero Nacional de Televisión y la Mesa Redonda.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 21 de mayo de 2007


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Los hijos de la espera

He leído hace unos días en el periódico Granma que la población cubana decrece y que en el
2006 hubo una disminución aproximada de 4 300 habitantes en comparación con el año anterior.
La noticia no me sorprende, pues ya había podido notar que aquello de veinte estudiantes por
aula en las escuelas primarias obedecía más a una realidad demográfica, que a la aplicación de
algún novedoso método pedagógico.

Sin embargo, entre las amigas y amigos de mi generación hay un verdadero boom de embarazos
y nacimientos. Son los hijos que fueron pospuestos con los argumentos del espacio, la
emigración o la situación económica; pero que sus padres -ya treinteañeros- se ven compulsados
a tener ahora.

Mis amigos se imaginaron la llegada de sus bebés de otra manera. Soñaron con resolver sus
problemas habitacionales antes de que vinieran los niños a su vida. Algunos se vieron a sí
mismos como padres de hijos que montaban en trineo y hablaban dos lenguas; mientras que otros
proyectaron que en su propio país con sus salarios podrían costear los pañales desechables, los
biberones y los regalos por los Reyes Magos.

La vida normalmente se burla de los pronósticos, así que ahí están mis amigas ya a punto de
parir o meciendo niños en un sillón y mis amigos sofocados tratando de dividir el poco espacio
que habitan en la casa de los abuelos, haciendo cálculos que no pueden cumplir con sus exiguos
salarios y soñando si todavía habrá espacio en el trineo, ahora que son más para llevar.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 19 de mayo de 2007


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Nuevo símbolo de status

Vivo equidistante de dos mercados agropecuarios, uno donde venden campesinos,


cooperativistas o sus correspondientes intermediarios y el otro que está a cargo del Ejercito
Juvenil del Trabajo (EJT). En el primero hay casi de todo, frutas, vegetales, viandas y hasta carne
de cerdo. El estatal pocas veces tiene algo más que boniato, ají, cebolla o fruta bomba verde y
cuando llega algún producto cárnico las colas se alargan. La diferencia fundamental entre estos
dos “agros” no está en la variedad sino en el precio, tan es así que mis vecinos llaman al mercado
de los campesinos “el agro de los ricos” y al del EJT el de “los pobres”.

Lo cierto es que para lograr una comida medianamente balanceada hay que pasar por los dos.
Primero se deben inspeccionar las tarimas repletas de los mismos productos que abundan en la
gran área perteneciente al EJT y después evacuar los antojos y los caprichos de calidad con los
bruñidos tomates del mercado de los “guajiros”.

A veces, cuando el deseo y la nostalgia me pican, me voy a comprar una piña al “agro de los
ricos”. Tengo el cuidado de llevar una bolsa de tela para guardar a la reina de las frutas y
esconder de las miradas el obsceno símbolo de status que ella representa.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 18 de mayo de 2007


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Tirar y tirar bien

El domingo pasado mi hijo, de once años, tenía que participar a las ocho de la mañana en una
práctica de tiro convocada por su escuela. Amén de lo divertido que puede ser para un niño de
esa edad arrastrarse en la hierba, camuflarse con fango o correr en zigzag, lo que subyace detrás
de esta obligada convocatoria a familiarizarse con las armas, es ciertamente estremecedor.

A partir de eso me he comenzado a cuestionar si Cuba ha subscrito los acuerdos internacionales


de no participación de niños en conflictos bélicos, que incluyen, claro está, no darles ningún tipo
de entrenamiento militar a menores de edad.

Lo que entre los niños podría quedar como una divertida jornada de domingo, jugando al tiro al
blanco y creyéndose los héroes de las películas, tiene detrás un concepto que de tan repetido
apenas si reparamos en la gravedad de lo que encierra: “la guerra de todo el pueblo”.

Acaso no expone esta consigna que, en la tan anunciada guerra contra nuestro territorio nadie
podrá contabilizar víctimas civiles, pues todos seremos considerados soldados que debemos
acatar las numantinas orientaciones que llegan desde arriba. ¿Significa esto que en un estado de
alarma mi hijo tendrá que empuñar un fusil y obedecer? Me niego a aceptar que mi familia y yo
seamos otra cosa que civiles desarmados, que se niegan a portar, familiarizarse o aprender a
manejar un arma.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 3 de mayo de 2007


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Rendición de "cuentos"

El último viernes de abril, en el edificio donde vivo, fue la Asamblea de Rendición de cuentas (o
de “cuentos” como le gusta llamarle a mis vecinos). El arsenal de quejas era potente, pero fueron
“bateadas”, “aclaradas” o “elevadas” por nuestro hábil delegado de la circunscripción. Entre los
puntos a discutir, el ya permanente tema de la calidad del pan, la recogida de basura y la entrada
de agua a la zona. Las respuestas, por su parte, eran también ya conocidas: “en medio de las
difícil situación que atraviesa el país…”; “los compañeros de la panadería están haciendo un
esfuerzo…” y “el cambio climático está afectando el suministro de agua”.

En fin, que después de más de treinta años de la existencia de estas reuniones tenemos claro al
menos una cosa: por ese camino no se solucionan los problemas. Más que representar a su
comunidad frente a las autoridades, los delegados parecen entrenados en justificar ante nuestros
ojos todo lo que se hace “por allá arriba”. No son elegidos por su capacidad de gestión, y muchos
menos porque tengan un programa para mejorar las condiciones de vida de sus comunidades,
sino que están allí por su adhesión e incondicionalidad al gobierno.

Pocos creen ya que de las reuniones de rendición de cuentas vayan a emerger soluciones. Todos
los otros caminos civiles para demandar, exigir y buscar respuestas están atrofiados y cortados.
Activar esas vías, volver a tomar conciencia de que nos merecemos un buen pan, una eficiente
recogida de los desechos y de que los recursos hídricos del país nos pertenecen, es el primer
paso. Inevitablemente hay que replantearse en su totalidad las actuales vías que tiene el pueblo
para hacer cumplir con sus deberes al gobierno.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 30 de abril de 2007


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Otro primero de mayo

La convocatoria está clara: “en familia a la Plaza” para pedir la liberación de los cinco y el
encarcelamiento de Posada Carriles. Nada recuerda en los anuncios transmitidos estos días que
se trata de una jornada de los Trabajadores y que de ellos debe ser el desfile. Me pregunto si la
poca mención a los obreros no estará motivada por el negativo estado de opinión que han
generado las medidas laborales tomadas a partir del primero de abril. ¿Qué ha quedado de un día,
donde los trabajadores deben exigir sus derechos y los gritos que se escuchen deben ser de
demanda y reivindicación y no de “vivas” y “loas” al patrón?

Este será otro primero de mayo multitudinario. El “más grande del planeta” lo han anunciado en
la televisión nacional (no sé cómo van a hacer para competir con los chinos…). Veremos la Plaza
llena de carteles, notablemente parecidos todos. Miles de banderitas agitándose con más fuerza
cuando las filma la cámara y mi calle repleta de guaguas, desde cerca de las tres de la
madrugada, con gente que traen de remotos lugares y que una vez que pasen frente a la estatua
del Apóstol, vendrán corriendo para poder atrapar un asiento libre para el regreso.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 22 de abril de 2007


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¿Dónde está Vilma?

En esta isla donde yo vivo hay temas de los que todo el mundo habla, pero que jamás son
publicados o confirmados por la prensa. Entre esos está el ya prolongado misterio de qué pasa
con la Presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, la señora Vilma Espín, quien desde hace
más de dos años está desaparecida de la escena pública. Las especulaciones son muchas y hay
hasta quienes afirman haber sido informados de su deceso.

Ni una palabra se le ha dicho a las miles de federadas que militan en la organización que ella
dirige. Cuando se habla de ella en la televisión nacional se le menciona en pasado, con un tono
que recuerda al panegírico. Sin embargo, su cargo de Presidenta no ha quedado vacante ni se ha
convocado a elecciones dentro de la Federación.

Bajo este secretismo es difícil distinguir entre los rumores, la verdad o las “bolas” echadas a
correr por el propio gobierno. Un amigo, especialista en temas de derecho laboral, me dijo ayer:
“Si es verdad que está enferma, y ya han pasado más de seis meses, entonces le toca pasar por la
comisión de peritaje médico”. Sólo pude encogerme de hombros y pensar que mi amigo tiene
razón, pero que lamentablemente los altos cargos públicos de nuestro país parecen no estar
sujetos a las leyes laborales, a las electorales y ni siquiera a las naturales.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 12 de abril de 2007


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Un amanecer en La Habana desde mi balcón

En mi libro de Geografía de 6to grado aparecía una foto sobre la contaminación ambiental en los
países capitalistas. No recuerdo si era una vista de Londres o de Berlín, sólo sé que esta imagen
se le parece.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 9 de abril de 2007


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Carteles sí, pero sólo sobre pelota
Por estos días el país vive una fiebre beisbolera a partir de los últimos partidos correspondientes
al Play Off de la serie nacional. Los industrialistas visten de azul, mientras que el rojo es el color
de quienes le van a Santiago de Cuba. En numerosos balcones, puertas y muros se leen carteles
como “Industriales Campeón” o “Santiago es mucho Santiago”. A los militantes del Partido les
han orientado que durante los juegos en el gran estadio Latinoamericano deben evitar que se
grite despectivamente la palabra “palestinos” para referirse a los jugadores del equipo oriental.
Mientras que el despliegue policial dentro y alrededor del propio estadio sólo es comparable con
el ocurrido durante la Cumbre de Países no Alineados en septiembre último.

Hasta yo, que no comparto la pasión beisbolera, veo los partidos transmitidos en la TV y salto
cuando anotan los leones industriales. Sin embargo, no dejo de notar que durante estos días la
pelota nos sumerge en un sopor irreal y que hasta la aparición de los tolerados carteles es un
paréntesis, un permiso temporal, del que no podremos hacer uso para otros temas. Me puedo
imaginar qué pasará si una vez concluida la final cuelgo en mi balcón un mínimo papel que diga:
“Sí al etanol” o “Internet para todos”.

Yoani Sánchez, en “Generación Y”, 4 de abril de 2007


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