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Desembarco en Mazagón José Antonio Mayo

Desembarco en Mazagón

Momento del desembarco en la playa de Mazagón

El próximo mes de octubre se cumplen cincuenta años de la Operación Lanza


de Acero I, la mayor operación anfibia realizada después de la II Guerra Mundial. Estas
maniobras tuvieron un coste de 10.300.000 dólares, y hubo que lamentar la muerte de
trece soldados norteamericanos, nueve de ellos en un choque de dos helicópteros en
pleno vuelo que iban cargados de material explosivo, y los otros cuatro perecieron al
caer al mar el avión en el que volaban. A pesar de ello, la operación fue considerada un
éxito, ya que la previsión inicial era de cincuenta bajas según el número de efectivos.

En la mañana del lunes 26 de octubre de 1964, cuando estaba a punto de


amanecer, tropas hispano-americanas tomaban las playas de Mazagón por tres puntos
a la vez, dando comienzo la Operación Lanza de Acero I. En esta operación participaron
más de cien barcos, doscientos aviones y helicópteros, y cincuenta mil soldados
españoles y norteamericanos Por el número de efectivos, la calidad del armamento y
el tonelaje del material, fue calificada como la operación anfibia más importante
después de la II Guerra Mundial.

Estas maniobras fueron una demostración ante el mundo, o mejor dicho, ante
la alianza soviética, del poderío militar de EE.UU, en aquel periodo de tensión entre los
bloques comunista y capitalista, conocido como la Guerra Fría, que si bien es cierto
que evitó un enfrentamiento armado aún peor que el de la II Guerra Mundial, también
es cierto que fue el motivo que incitó a las dos potencias a la acumulación de los
grandes arsenales de armas atómicas que hoy tenemos en el mundo.

El objetivo de la misión era ocupar esta franja de playa, cortar las vías de
comunicación con Sevilla y eliminar al enemigo en la zona de operaciones, además de
hacerse con el control de la capital, de Niebla y de la aldea de El Rocío, con el fin de

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restaurar la paz en “Próxima”, un país ficticio del sur que estaba en guerra con
“Luchado”, otro país del norte. Como paso previo para que esta operación tuviera
éxito, unos días antes se realizaron inspecciones de las zonas de ocupación por
paracaidistas de la base de apoyo situada en Almería. Los paracaidistas aterrizaron en
el Cerro del Villar, en el término municipal de Bonares, próximo a la carretera que une
Bodegones con Mazagón.

Un convoy en el camino de la playa

Aquella mañana del desembarco cogió de sorpresa a los vecinos de Mazagón,


que se despertaron sobresaltados por el estrepitoso ruido de los aviones, de los barcos
y de los carros de combate que salían de las lanchas de desembarco hacia los caminos
de los acantilados. Muy pocos, casi nadie de los escasos habitantes que Mazagón tenía
en aquella época, sabían de la existencia de estas maniobras, ya que la operación se
dio a conocer un día antes, es decir, el domingo 25 de de octubre en el hotel Alfonso
XIII de Sevilla, en una rueda de prensa a la que asistieron periodistas nacionales e
internacionales, el subdirector general de Prensa, José Molina Plata, y los jefes de los
Ejércitos de los Estados Unidos y de España.

En las inmediaciones de la playa de Mazagón se prepararon explanadas para el


aterrizaje de helicópteros y se montaron los campamentos para albergar a las tropas.
Hay que destacar que en este gran movimiento de tropas y vehículos, hubo un especial
cuidado con la protección del medio ambiente, ya que los montes próximos habían
sido repoblados recientemente de pinos y eucaliptos por el Ministerio de Agricultura, y
con cada unidad que desembarcaba iban como guías unos guardias forestales para
evitar el daño a esta zona.

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Las tropas marchan por los pinares de Mazagón

Las tropas norteamericanas instalaron un puesto de comunicaciones en la zona


donde se encuentra hoy la Pensión Álvarez Quintero, junto a la choza del guarda
forestal. Este puesto se comunicaba con un barco para coordinar las operaciones. La
comunicación no se interrumpió ni un solo instante durante los cinco días que duró la
Operación Lanza de Acero I. Los vecinos colindantes escuchaban día y noche aquellas
conversaciones en lengua hispana, que no lograban entender, ya que utilizaban un
alfabeto militar indescifrable.

Los marines habían traído todos los víveres de su país; lo traían todo enlatado,
hasta el pan, pero cuando descubrieron el pan de Moguer, renunciaron al de lata. Les
encantaba el pan de Moguer, se lo comían como si de un manjar se tratara. Muchos
vecinos de Mazagón hacían cambalaches con ellos, les cambiaban el pan por latas de
conserva; hubo otros vecinos que salían de sus casas cargados de botellas de bebidas
alcohólicas y regresaban con los bolsillos llenos de dólares. Los marines solían hacer
algunas compras en el economato del poblado forestal, sobre todo cerveza y otras
bebidas alcohólicas. En el sótano de una vivienda de la Avenida Conquistadores había
un pequeño negocio, una tasquita donde los pescadores iban a beber vino, y este
sótano fue descubierto enseguida por los marines, que acudían a diario a tomar
cerveza. El primer día, un marine le dijo al señor que regentaba aquel negocio, que
cuánto le debía por la cerveza; el hombre le dijo que un duro, es decir, cinco pesetas.
El marine sacó un dólar del bolsillo y lo puso en el mostrador, dándole las gracias, con
la actitud de haberle parecido barata. Desde ese día la cerveza pasó a costar un dólar
para todos los norteamericanos.

Estas maniobras fueron presenciadas desde una tribuna instalada en los


acantilados de Mazagón por diversas personalidades militares españolas, entre las que
se encontraban el ministro de Marina, almirante Nieto Antúnez, el jefe del Grupo
Operativo del Estado Mayor de la Armada, almirante Lostán, y el general de división
Fernández de Córdoba. Desde la fragata Martín Alonso Pinzón se dirigían las maniobras
por parte de la Armada española; allí tenía el centro de operaciones el capitán general

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del Departamento Marítimo, el almirante Pascual Cervera. En el conjunto de las tropas


españolas no hubo que lamentar ningún dramático accidente, aunque varios soldados
sufrieron algunas bajas por heridas al volcar el jeep en el que circulaban. Sin embargo,
en las tropas norteamericanas perdieron la vida trece soldados, nueve de ellos en un
choque de dos helicópteros en pleno vuelo que iban cargados de material explosivo, y
los otros cuatro perecieron al caer al mar el avión en el que volaban, perteneciente a la
32ª Escuadrilla Aérea Antisubmarina. A pesar de ello, esta operación fue considerada
un éxito, ya que la previsión inicial era de cincuenta bajas según el número de
efectivos. Los heridos en el choque de los helicópteros fueron trasladados al barco-
hospital de la Flota Atlántica. Los medios de comunicación quisieron saber los nombres
de aquellos fallecidos y las causas que habían provocado el accidente, pero los mandos
militares mantuvieron un hermetismo sobre el suceso. El vicealmirante Joh McCain les
negó esa información, diciendo que no iban a facilitar ningún nombre hasta que los
peritos no terminaran de realizar el informe.

Varias piezas eléctricas encontradas el pasado verano en la zona donde cayeron los helicópteros

Mi pasión “enfermiza” por la investigación, me llevó el pasado verano a


localizar, junto con un grupo de amigos, encabezados por José Manuel Gómez
Domínguez, los restos de estos helicópteros que se fundieron en un amasijo de acero y
aluminio, entre el poblado forestal de Mazagón y el Instituto de Técnica Aeroespacial
(INTA).

A las 17:30 horas, bajo un sol de justicia, comenzamos a caminar por un


cortafuegos de arena, para luego adentrarnos en una zona de vegetación espesa, hasta
llegar a una explanada de arena en forma de círculo, donde no crece una hierba desde
aquella enorme explosión ocurrida hace cincuenta años. Íbamos preparados con
rastrillos y azadones, pero apenas los utilizamos, pues nada más mover la arena con el
pie empezaron a aparecer los primeros vestigios de aquel fatídico accidente.
Descubrimos numerosas piezas entre un amasijo de acero y aluminio fundido:
engranajes, rodamientos, resistencias, sondas, material eléctrico, hebillas de los
cinturones de seguridad, etc.

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Los restos de los helicópteros hallados en la zona donde cayeron. Llama la atención la esterilidad del
terreno, un área en círculo donde no crece la hierba desde hace 50 años

Este artículo fue publicado en la revista Marzagón en julio de 2014

José Antonio Mayo Abargues

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