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Última sinfonía: el suicidio

¿Oyes la música Angélica?


La música que hemos elegido para lanzarnos
Como lo hacen las hojas al cumplir un ciclo
Como lo hace también, el rocío de las flores
Al clarear el día.

Por la cortina entreabierta nos saluda el alba


Nuestros cuerpos, como dos peces
Regresando al río de la infancia,
Curiosos asoman sus pieles
Se buscan en la inmensidad de la casa
Abren puertas y ventanas
Esperando hallar, del otro lado,
Un puñado de tierra ahorcajado entre las manos de algún amigo.

Entelequia

Angélica,
la risa idiota de las bandurrias descascarando tu piel a picotazos
es el único recuerdo,
la única imagen que me queda
de las muchas que repasamos algún día deshojando el álbum de fotos
sentados junto al fuego y los gritos de nuestros hijos.
Me pesan los años Angélica
y la violencia de los historiadores
que han construido la mentira de un país irresoluto
sobre tus pechos colmados de cianuro que estoy presto a beber.
Se me antojan tu voz,
tus manos,
el peso tuyo tendido sobre el costado izquierdo de la cama,
se me antojan éstas y otras cosas
mas prefiero la incertidumbre
y el dolor de la poesía
a vivir en un país inventado para poder amarte Angélica,
cualquier cosa prefiero
antes que la invención de un país.

La puerta.

Abramos esta puerta Angélica


Estoy harto de oír tu voz del otro lado
No me basta con saberte de memoria:
De pie con tu mano en la manilla
No me basta Angélica.

Aquí afuera el invierno se chorrea por el zinc


El jardín de la casa y sus hormigas
Intentan coronarte de hojas secas
Mas tu ausencia lo colma todo Angélica
Con tus nudillos de mujer indeleble
Con ese delantal al que nunca se le acaban las primaveras
Porque el agua de la loza sucia
Todo lo hace fértil en tu vientre:
El huerto,
El pan amasado,
La cuchara de palo revolviendo la sopa
El vapor adherido a las ventanas de un domingo cualquiera.

Abramos, Angélica, esta puerta


Y hagamos que al girar ambos del sentido contrario de su cerradura
Los hijos que nunca tuvimos salgan disparados a la calle
A jugar con sus amigos
A bailar bajo el chubasco con paraguas de mercurio lloviéndose al pavimento
En este país que hemos inventado para poder amarnos en silencio.

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