Creo que una experiencia pedagógica, para ser fecunda, debe asumir sus propios riesgos,
desafiar permanentemente a los artistas, cuestionar sus paradigmas y a partir de ese
cuestionamiento permitir que se desarrollen y evolucionen, resguardando y cualificando
sus primeros impulsos: el impulso de dar, de probar, de ver más allá, de transformar,
aceptando la inestabilidad como una condición para crecer; el impulso de transgredir,
de descubrir y experimentar, y también, el impulso de diferenciación, el derecho a la
diversidad, a la rebeldía y a la no- estandarización de las ideas, caminos, corrientes,
metodologías y concepciones para la vida y práctica artística.
Aprender, es una forma de recordar, y recordar como plantea Eduardo Galeano, viene
de re – cordis, volver a pasar por el corazón: Entonces, en un mundo cada vez más
escindido y fragmentario, aprender y enseñar, debería ser en primer lugar reintegrar la
conexión entre el cuerpo, la cabeza y el corazón. Un proceso compartido de creación e
intercambio, una experiencia liberadora que permita a las personas involucradas
recuperar y construir su condición de individuos, es decir, según la acepción planteada
por Jerzy Grotowski, su condición de personas integradas, diferenciadas, in-divisas.
Pero para construir, en el arte y la pedagogía, hay que estar dispuesto a destruir:
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La cita de Picasso es más extensa, pero me gustaría completarla hacia el final de esta
ponencia.
Henry Matisse decía: “No pinto las cosas, sino las relaciones entre las cosas”. Y Zeami,
el padre del antiguo teatro Nö del Japón, plantea en sus escritos para la transmisión del
arte del actor, que éste debe ejercitarse para aprender a mostrar lo invisible, danzar en
la quietud y abarcarlo todo en el vacío. Sólo haciendo puedes aprender, y sin embargo
debes aprender a no hacer nada.
En esta forma de teatro altamente desarrollada, no se enseña cómo actuar o danzar. Se
enseña a ser y estar con absoluta plenitud en el espacio-tiempo escénico para poder
ser actuado y danzado. El artista es por un lado un ejecutor, un generador y por otro,
igualmente importante y complementario, un canal, un puente, un conector.
Dije al comenzar que la pedagogía artística debe asumir riesgos y que debe asimismo ser
una experiencia compartida entre maestros y alumnos, una experiencia que resguarde y
cualifique los impulsos esenciales que llevan a una persona a decidir su vocación por el
arte, en un medio en el que esta profesión es por lo general subvalorada e
incomprendida. Esto supone una relación dinámica entre identificación y crítica, entre
continuidad y ruptura, entre conservación y cambio, entre herencia y re-generación.
Si no asumimos con amplitud esa relación y sus consecuencias, como parte natural de
todo proceso que evoluciona, entonces caemos en una conducta e institucionalidad
pedagógica esquizoide: personas o instituciones que en la teoría cuestionan por ejemplo,
el autoritarismo o el racionalismo, o el etnocentrismo occidental, o el carácter
excluyente de nuestra sociedad, o los vicios y el carácter despótico, mercantilista y
discriminatorio del poder mediático; pero que sin embargo en la práctica reproducen de
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manera implícita esos modelos e inducen a sus estudiantes a adaptarse, aceptarlos y
perpetuarlos en nombre de la modernidad, de la competitividad profesional o de la
inserción en el mercado laboral.
De esta manera el sentido crítico y los impulsos de renovación, propios de los inicios,
quedan constreñidos a la vida estudiantil y son reducidos a un simple ejercicio para el
“alivio de las tensiones propias de la juventud o de la inexperiencia”. En el fondo,
aunque la imagen externa diga otra cosa, en muchos casos, existe un gran
conservadurismo que se auto-protege y propende principalmente a la asunción de
patrones evasivos, de acomodo y permisibilidad. Como planteó Erick Fromm, tendríamos
que analizar, en el contexto de una sociedad e instituciones, por decir lo menos, poco
saludables, quiénes son los sanos, dónde está lo patológico: en las personas que se
adaptan, reprimiendo y enmascarando su disconformidad o en aquellos que se resisten,
proponen nuevas posibilidades y son capaces de expresar a contracorriente sus puntos de
vista y necesidades, recusando el carácter fatal e inamovible del orden establecido.
Es indispensable trabajar no sólo con lo que se ve, sino también con lo medular, aquello
que no se ve directamente pero que determina, muchas veces sin que lo sepamos, la
forma, el color, el aroma y la fecundidad de la flor.
¿Deben ser los espacios de formación artística, espacios convencionales y pasivos para la
transmisión de conceptos y metodologías o podrían convertirse en espacios para la
investigación y experimentación, para la generación de nuevas posibilidades en la
evolución de las artes?
¿Y qué es en esencia enseñar, formar a los artistas?. Para mí es fundamentalmente, un
viaje creativo en el que lo planeado se complementa con lo imprevisto, la seguridad
danza con la inestabilidad, un viaje de ida y vuelta en el que son las peripecias y el
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juego de los contrarios los que más nos permiten aprender. Una experiencia de
construcción y descubrimiento compartidos, que sólo puede con el tiempo rendir sus
frutos, si nos movemos en una situación de riesgo, de sistemático juego entre certeza e
incertidumbre y de absoluto rigor y honestidad - de ida y vuelta.
Pienso que en el teatro (y esto puede ser extensible a las otras artes) la experiencia
pedagógica, se mueva o no en el registro de lo académico, debería basarse en procesos
no repetitivos, para formar artistas con capacidad autodidacta, es decir, personas que
aprendan a aprender y que sean conscientes de la necesidad de seguir generando, luego
de las primeras etapas formativas, procesos de investigación y aprendizaje para la
evolución personal y artística en el contexto de una profesión que también cambia y
evoluciona en permanente interacción con los procesos sociales, personas autónomas,
con gran autodisciplina profesional, diferenciadas, críticas, dispuestas al riesgo,
capaces no sólo de aplicar métodos aprendidos sino de recrearlos y reinventarlos
permanentemente, de ir más allá y aún de contraponerse creativamente a sus primeros
referentes. Artistas que no estén formados para adaptarse, adocenarse y moverse
pasivamente en aquel sistema que en sus obras cuestionan. Artistas que sepan valorar
los procesos y no sólo los productos, que sean capaces de reconocer la complejidad y
riqueza de la interculturalidad y de articular diferentes disciplinas con su trabajo
artístico, que es también un vehículo para el conocimiento. Personas capaces de
respetar, dialogar y enriquecerse con propuestas y alternativas diferentes a la suya.
Creadores dispuestos a retornar cada cierto tiempo al principio, al no saber.
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Pero todas estas posibilidades, no sólo tienen que ver con buenas intenciones. Tienen
que ver como mencionamos anteriormente, con las actitudes, con los paradigmas,
intereses y estrategias que se manejan para concebir y operativizar los procesos de
enseñanza y aprendizaje, de producción cultural y de construcción social.
¿Podemos hablar entonces de métodos ideales, únicos, mejores e inamovibles para la
formación artística?.
¿Dónde se pueden guardar las verdades de los hombres?, ¿cuántos colores tienen las
verdades?, ¿existen verdades blancas y verdades negras?, ¿existen como entre los
animales, las verdades camaleónicas?, ¿y qué hacemos con las verdades jaspeadas?,
¿caben las verdades de los hombres en un sólo verso, en una sola imagen, en un sólo
movimiento?, ¿por qué cuando una verdad se guarda durante mucho tiempo, se
marchita?, ¿cuando nos entregan las verdades “universales”, se preocupan de ponerles
fecha de expiración?, ¿y qué hacemos con las verdades a las que les han echado
preservantes?
“Sólo de una nueva ética surgirán unas nuevas técnicas”, repite constantemente el
maestro brasileño Antúnez Filho, de quien tuve la suerte de ser aprendiz. La pedagogía
artística supone entonces un encuentro y una consecuencia entre los fundamentos
técnicos y los principios éticos, independientemente del tipo de arte por el que
transitemos, del estilo y de las opciones personales, cuya diversidad considero una
fuente de enriquecimiento para cualquier movimiento cultural.
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desarrollar el sentido crítico, a diferenciarnos y generar nuestros propios perfiles, aún
contraponiéndonos a lo establecido, está bloqueado y esta muerte que nos paraliza y nos
aleja del ejercicio de nuestros derechos y responsabilidades, muchas veces se gesta día
a día, por inercia, inconsciencia y a veces por opción, en instituciones y espacios que
deberían estar llamados justamente a resguardar la vida y promover el espíritu de
cambio y evolución con herramientas artísticas y fundamentos éticos sólidos para
cuestionar esa cultura y sistemas de producción de basura y construir otras alternativas
a partir de un enfoque distinto, crítico y provocador de la modernidad, un enfoque que
tenga como eje al ser humano y su red de vínculos y reciprocidades, el ser humano como
sujeto creador, no estandarizado, con su complejidad, diversidad y multiplicidad de
posibilidades.
Para concluir, quisiera repetir y completar la cita de Pablo Picasso y aprovechando los
recursos del teatro, jugar y hacerlo dialogar con el director teatral inglés Peter Brook,
uno de los más lúcidos artistas y pensadores del teatro contemporáneo, citando textos
de su libro “La Puerta Abierta”. Para eso, tomaremos literalmente sus palabras, pero las
montaremos como un diálogo imaginario. Eso es lo que nos permite el arte, traspasar
barreras, conectar, crear e imaginar siempre nuevas posibilidades.
Les invito a vincular sus palabras no sólo a la pintura y el teatro, sino también a la
pedagogía artística:
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OBSERVA CON GRAN CONCENTRACIÓN, SABE QUE ESTE ES UN ENCUENTRO QUE TAL VEZ
NUNCA SE REPITA, ¿O TAL VEZ SI?)
Peter Brook: “ Podemos decir que el verdadero artista está siempre dispuesto a realizar
cualquier sacrificio por alcanzar un momento de creatividad.
Peter Brook: “El artista mediocre prefiere no correr riesgos, por eso es convencional..
Todo lo que es convencional, todo lo que es mediocre, está relacionado con ese miedo.
.. Para abrirse se han de derribar todos los muros...el auténtico proceso de construcción
implica al mismo tiempo una especie de demolición”.