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Me desperté y vi la luz del amanecer en las mirillas de la persiana.


Salía de tan adentro de la noche que tuve como un vómito de mi mismo. El
espanto de asomar a un nuevo día con su presentación, su indiferencia
mecánica de cada vez; conciencia, sensación de luz, abrir los ojos, persiana,
el alba…

En ese segundo, con la omnisciencia del semi-sueño, medí el horror


de lo que tanto maravilla y encanta a las religiones: la perfección eterna del
cosmos, la revolución inacabable del globo sobre su eje. Náusea, sensación
insoportable de coacción. Estoy obligado a tolerar que el soy salga todos los
días. Es monstruoso, es inhumano…

Antes de volver a dormirme imaginé un universo plástico,


cambiante, lleno de maravilloso azar, un cielo elástico, un sol que de pronto
falta o se queda fijo o cambia de forma. Ansié la dispersión de las duras
constelaciones, esa sucia propaganda luminosa del Trust Divino Relojero.

Julio Cortázar
[Rayuela]

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