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Habitada por una belleza nrdica de simplicidad vehemente,

ondula tu mirada lejos de la esquiva ma.


Eres otoo sin nubes y claridad de
primavera francesa. Fuego del rtico es tu presencia
tan lejana y abierta por los profundos mares azules.
De nacimientos distantes, de hiervas amarillas
sobre los pensamientos fatuos y dismiles.
De contemplar otra luna nueva, de da;
de perecer por esa lechosa sonrisa ajena tuya del habla de Castilla.
Habla muda y queda, que no dijo nada nunca;
imagin algo al rozar los dedos de tu mano tibia de nieve.
Busco la palabra de accin para beber
agua cristalina del corazn sublime del alma femenina.
Contar los pasos y los silencios interpretados
dejar partir luego esa sensacin de comenzar la locura
y llegar a casa y cerrar las puertas
y negar oportunidades de fantasa del decir humano.
Queda slo cantar ensoaciones de la realidad
divina que reviste el
contorno sensual y mimado de tu figura.
La carne que te reviste es de formas de
manuales franceses sobre princesas
palaciegas, fras de mirada, de rizas tragadas
y goces tentadores.
De una sangre verdeazulada tan mestiza
como la pureza cndida de tus cabellos marrones
entre coloreados de islas centroamericanas
y tejidas por playas blancas de cacao.
La sangre de toda mujer es clida.
Su punto de ebullicin tie de bermejo
la topografa mstica y ensaada en tus sombras de valles y
el curso natural de tu cuerpo. La riqueza
de un continente de tu cuerpo, la riqueza
de un continente primitivo se pierde y apuesta
sus ros por conocer tu geografa entre nubes y tormentas;
y van sus pensamientos que miran palpando el aroma de
los efluvios y el desierto tuyo.
Son dunas mortales y cazadoras de incautos
apresurados al exotismo que desquicia
a los faunos americanos.
En el plido rosa de tus labios despert as
divagando la mente del loco
que acaso slo por decir algo
crey poder acuar tu natural figura
y luminar mirada para apreciar tu desconocida existencia.

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