Explora Libros electrónicos
Categorías
Explora Audiolibros
Categorías
Explora Revistas
Categorías
Explora Documentos
Categorías
2014-18
CAYETANO
BERNARDO
PALETTA
SANTOS VEGA
MÁS QUE UNA LEYENDA
Indagaremos sobre la leyenda de Santos Vega una persona de la cual se ignora todo.
PAYADA FINAL
3
El hallazgo de sus restos, coincide exactamente con los puntos geográficos que se mencionan al
momento de su muerte.
Monolito a Santos Vega y Rincón de las Tijeras, donde se hallaron sus restos.
4
CRONOLOGIA
FECHAS ESTIMADAS EN LA FECHAS SEGURAS DE JUAN
VIDA DE SANTOS VEGA GUALBERTO GODOY
1755 Nacimiento 1793 12 –Julio Nacimiento
1815 hay mentas que en Córdoba pierde 1817 Vende versos a pedido en una pulpería
una payada con un tal Trilleria de Dolores
1823 hay datos ciertos de su paso por 1819 Se alista para el Ejercito de los Andes,
Baradero intento fallido
1824 Payada con Juan 1820 Vuelve al Tuyú
Gualberto Godoy (Juan sin
1824 Payada con Santos Vega
Ropa)
1825 año de su muerte 1827 De vuelta en Mendoza edita la revista
“El Huracán”
1838 Mitre le escribe un poema
1830 Emigra a Chile
1945 Hallan sus restos
1864 Fallece
UNA VERSEADA
23 DE JULIO
DIA DEL PAYADOR
Ese testigo, al que no se identifica, dice que cuando contaba con 12 años de edad, en junio o
Julio de 1825 y encontrándose en la estancia de los Sáenz Valiente (hoy partido de General
Lavalle) presenció la llegada de Santos Vega que venía de Dolores, la que fue muy festejada por
el mayordomo Don Francisco, el capataz Pedro Castro y los peones, quienes le recriminaron
cordialmente el largo tiempo que no aportaba por esos lugares.
También cuenta que Vega estaba enfermo y se acompañaba de un muchacho de unos 10 años.
Al solicitársele que, por la noche hiciera oír alguna de sus decimas, se nos dice que respondió
“con mucho gusto si Dios quiere cantaremos”
10
Pero el destino no lo quiso, pues antes de la medianoche Santos Vega falleció, presa de
convulsiones, frente al estupor de aquella gente criolla que tanto lo admiraba.
Este artículo de La Prensa, en el cual Don Paulino no nos revela la identidad del pequeño testigo
de los hechos, exige ser complementado con otros dos, apareciendo el primero en el diario La
Nación del 16 de Octubre de 1949, con la firma de Elbio Bernández Jacques, y el segundo en
Clarín del 9 de Enero de 1966, titulado Santos Vega un mito de carne y hueso y salido de la
pluma de Cesar Jaimes.
De los mismos surge que el testigo de la muerte del payador Santos Vega no era otro que el
padre de Don Paulino, llamado Pedro.
Don Pedro Rodríguez Ocón, otro personaje con una vida singular, había nacido en Buenos Aires
el 1813 y descendía de una familia virreinal fundidores de oro y plata.
Integro la escolta de Rosas durante el sitio de Montevideo por el General Oribe, para luego
establecerse en Azul, donde fue proveedor de los ejércitos de Alsina y Roca durante la conquista
del desierto.
César Jaimes, en el artículo citado, se pregunta con razón porque motivo Paulino Rodríguez
Ocón no dijo, en su nota de “la Prensa” de l885 que el testigo era su propio padre.
Y ensaya dos o tres respuestas bastante atendibles, luego de entrevistarse en Las Flores con una
de las Hijas de Paulino, la Sra. Paulina teresa Rodríguez Ocón de López.
Una posibilidad -nos dice- es que la fuente corriente literaria de la época sólo admitía a Santos
Vega como personaje de leyenda. El mismo Obligado diría al respecto: “dejando orgullo y
modestia aparte, creo haber sido el primero que aprovecho este mito del pueblo argentino.
Antes que yo Ascasubi, en un cuento titulado Los Mellizos de la Flor, se ocupó del sujeto, pero
sin hondar nada. El general Mitre entrevió más, adivino mas, pero no aclaró el asunto.”
Otra hipótesis plausible es que como Pedro Rodríguez Ocón había sido soldado de Rosas podría
haber deseado mantenerse alejado de la escena pública, sin deseos de a parecer efectuando
declaraciones que podrían acarrearle problemas políticos.
Rafael Obligado publicó su poema en Enero de l885 (recordemos que la nota de Paulino es de
Julio del mismo año) con una tirada de 10.000 ejemplares. Es posible que esa masiva difusión de
Santos Vega como personaje de ficción motivara a Pedro Rodríguez Ocón, quizás acuciado por su
hijo Paulino, a referir el acontecimiento que hemos narrado.
11
Corría el año 1945, cuando vecinos nativos de General Lavalle se encontraban trabajando en los
hornos de ladrillos del Señor Echarren en el monte de Las Tijeras de la Estancia “El tuyú”. Eran
cuatro jóvenes Oraldo Echarren, Ismael Amestoy, Arnaldo Echarren y Damián Almada.
Al extraer tierra negra para fabricar ladrillos, encontraron, donde presumía Bernandez Jacques,
semienterrada una madera añeja, al levantarla un hueso resurgió que resultó ser un fémur
humano y al remover otro trozo de madera se descubrió un cráneo blanco.
El administrador de la Estancia Sr Federico Wisky envió los restos para ser investigados por
Bernardez Jacques.
Los restos óseos fueron analizados el prestigioso antropólogo José Imbelloni, quien dictamino
que pertenecían a un hombre y contaban con más de cien años de antigüedad.
El diario La Prensa de Buenos Aires, comentó sobre el libro “La muerte de Santos Vega “,
Demuestra el autor como las investigaciones permitieron comprobar la existencia real de Santos
Vega y como ahora el examen de sus restos hallados en los campos de su actuación, no hacen
dudar que le pertenezcan”.
Fue en el curso de una ceremonia a la que concurrieron más de 2000 personas, entre las que
figuran notables del ambiente, artístico, científico y literario.
Fueron los padrinos Amado B. O: Jacques y don Federico Leloir y los restos fueron bendecidos
por el presbítero Juan Villador. La comisión estaba integrada por Ismael Moya, Enrique Wdondo,
Enrique Candia, Carlos Ibarguren, Luis Perlotti, José N. Dibur, Alberto Ciarlo, Justo Sáenz, Benito
Quinquela Martin, Florencio Molina Campos, Santiago N. Roca, Silveiro Cabdra, Elbio Bernárdez
Jacques.
El lugar fue en el monte “las Tijeras”, hubo destreza criolla, asado, bailantas y varios artistas
folclóricos de renombradas actuaciones como Hugo del Carril, Fernando Ochoa y otros.
Nacido en el siglo XVIII, fue un arquetipo de gaucho Argentino que recorrió con su guitarra la
inmensidad de la Pampa y llegó con su voz en versos a las pulperías y esquinas de los “Real
Viejo” de Eulogio Jorge, “La Amistad “ de los Girados, “Esquina del Pozo”, etc. en la zona de Ajó.
La existencia de Santos Vega ha sido acordada como real en la zona.
En la Literatura
Bartolomé Mitre fue el primero que fijó por escrito el motivo de Santos Vega, inspirado en la
tradición oral del mismo. El poema «A Santos Vega, payador argentino» fue escrito en 1838 y
recogido en libro segundo de Rimas de 1854. Este poema destaca la tradición oral de la poesía y
la permanencia de los versos de Santos Vega en el pueblo y en la naturaleza, más allá del paso
del tiempo. Aquí se encuentra referido el lugar donde Santos Vega habría sido enterrado: bajo
un tala, en los campos del Tuyú:
es un símbolo venerado
en los campos del Tuyú."
En 1872 Hilario Ascasubi publicó en París Santos Vega o Los Mellizos de La Flor, un extenso
poema en el que Santos Vega desempeña el papel de narrador de la historia de los mellizos de
Luis y Jacinto. Santos Vega conoce en una pulpería a Rufo Tolosa quien lo invita a su rancho
donde le cuenta la historia de aquellos. Poco después, Eduardo Gutiérrez contó a la manera de
folletín la historia de Santos Vega y su amigo Carmona, perseguidos por la justicia. Rafael
Obligado, tras leer la obra de Gutiérrez, concibió su inmortal poema "Santos Vega" en 1885, una
de las obras cumbres de la literatura argentina. Manuel Mujica Láinez en su cuento "El Ángel y el
Payador" incluido en su obra "Misteriosa Buenos Aires" también relata la leyenda de Santos
Vega.
Está dividido en cuatro cantos: El Alma del Payador, La Prenda del Payador, El Himno del
Payador y La Muerte del Payador. No son cronológicos , en los primeros dos se presenta al
"fantasma" que habita la pampa, en el cuarto se relata la última payada; y el tercer canto fue
posterior en el que Santos Vega irrumpe en un partido de Pato para convocar a los gauchos a
unirse a la Revolución de Mayo
Se presenta el mito: una sombra triste que vaga por las lagunas de la pampa, que toca cualquier
guitarra olvidada cerca de los aljibes y culmina con una exaltación de la Argentina por parte del
yo poético:
En este canto predominan las referencias al viento. Santos Vega visita a su amada ("la prenda",
en el habla gauchesca) bajo la forma de un huracán.
14
El tercer canto no aparecía en la primera edición sino que fue agregado posteriormente. Difiere
de los otros tres en el estilo, ya que es mucho menos descriptivo y se detiene en las acciones y
en los diálogos; además, a diferencia de los anteriores, Santos Vega todavía no había desafiado
al diablo. Las descripciones se centran en el elemento de la Tierra (el campo y la patria).
En el cine
El cine argentino también reflejó el mito del payador invencible: en 1917 con la película «Santos
Vega» escrita y dirigida por Carlos de Paoli, según el poema de Rafael Obligado, con la
interpretación de José Podesta como Santos Vega e Ignacio Corsini como Carmona; en 1936 con
«Santos Vega», dirigida por Luis Moglia Barth, con guion de Hugo Mac Dougall en base a la
novela de Eduardo Gutiérrez; en 1947 Leopoldo Torres Ríos escribió y dirigió «Santos Vega
vuelve» según el poema de Rafael Obligado, con colaboración en la adaptación de Leopoldo
Torre Nilsson; y en 1971 Carlos Borcosque (hijo) dirigió «Santos Vega», una versión
protagonizada y cantada por José Larralde, con guion de Arturo Pillado Mathew hecho en base
al poema de Rafael Obligado, la novela de Ricardo Gutiérrez y el libro de Roberto Lehmann
Nitsche;
En el teatro
Como muchas novelas de Gutiérrez, "Santos Vega" fue llevado al circo criollo por los hermanos
Podestá, difundiendo la leyenda por todo el país. En 1893 Juan Carlos Nosiglia presentó una
versión teatral con manuscrito e interpretación de José Podestá; otra versión fue la de Domingo
Espíndola (1903-1904). En 1933 la compañía teatral de Pedro Gómez Grimau, estrena en el
teatro Onrubia de Buenos Aires, la «Fantasía en verso y cuatro cuadros de Santos Vega» escrita
por el actor. En la década del veinte, se conoce el poema gauchesco-teatral «Santos Vega», de
Serviliano Molina, que conserva los personajes y la adaptación de Espíndola. En 1964 se escribió
«Estampas de Santos Vega», versión realizada por Miguel Ángel Gani. Antonio Pagés Larraya en
1954 ganó el Primer Premio Municipal de teatro por su obra de teatro «Santos Vega, el
payador».
En San Clemente del Tuyú, Buenos Aires, cada año se lleva a cabo el «Encuentro Santosvegano
de Payadores».
En General Lavalle, Buenos Aires, se desarrolla la «Fiesta Nacional Semana de Santos Vega»
desde 1948, evento cultural que desde 1981 se lleva a cabo en el parque del Museo Regional
Santos Vega. Fue declarada Fiesta Provincial en 1989 y en 1998 se convirtió en Fiesta Nacional.
Declarada de Interés Turístico Nacional en 1997.
En Villa Gesell se realiza la «Fiesta Provincial por las Huellas de Fierro y Vega».
Walter Ciocca llevó el mito a la historieta, publicada alrededor de 1948 en forma de tira diaria
por el diario La Razón.
Mucho se ha dicho y se ha escrito sobre este sombrío trovador, cuya tradición no morirá nunca
en la asombrosa memoria de nuestros gauchos.
Sus trovas más sentidas y sus más tristes décimas se sienten en la campaña, allí donde suena
una guitarra, habiendo sido citadas muchas de ellas por nuestros más eminentes poetas, como
15
Al principio de su popularidad, Santos Vega era sólo conocido como el payador invencible, pues
no había hallado competidor en sus célebres payadas de tres o cuatro días con sus
correspondientes noches, tiempo en que vencía a todos los payadores de monta que se le iban
presentando.
Pero desde la muerte de su amigo Carmona, sus cantos cambiaron como cambió su carácter. De
alegre se volvió sombrío, y sus payadas se convirtieron en las tristes décimas y que hemos
recogido nosotros de la memoria de algunos paisanos viejos que lo conocieron y payaron con él.
El había tratado de acercarse a sus patrones y alternar con ellos: los ojos de más de una hermosa
mujer habían sido la inspiración de sus trovas, pero se había sentido despreciado por los
primeros, que lo trataron como a un peón ruin.
Y es que Santos Vega cargaba con el terrible anatema de ser gaucho. Así aquel tipo nacido para
el arte, como Santos Vega, va juntando en su corazón todo el odio que a él arrojan los que se
creen sus superiores, hasta que se lanza al camino de la venganza, pues los del honor le están
cerrados y el del crimen le repugna.
El no tenía más fortuna que su guitarra, su daga y un par de caballos; y con semejante bagaje no
se podía aspirar a alternar en la sociedad de la gente rica. Santos Vega concurrió desde entonces
al fogón y a la pulpería, cantando las amarguras de su vida en famosas payadas, la mayor parte
de las cuales viven hoy mismo en la memoria de los paisanos. Por eso entre sus más ligeros
cantos se solían escuchar sátiras llenas de amargura como ésta:
O elegías tiernísimas como esta otra, venían a mostrar la íntima sensibilidad de su alma infantil
y apasionada:
16
Santos Vega fue desgraciado en todos sus afectos, desde la pérdida de la mujer a quien quiso en
la vida, hasta la muerte, dada por su mano al amigo Carmona, que es una de las páginas más
dramáticas de su existencia novelesca. Bravo hasta lo novelesco como la mayor parte de los
gauchos, no era difícil hacerle desenvainar su facón, haciendo alarde de su destreza en el
manejo de aquella arma, sin herir a su adversario, marcando sólo con la empuñadura los golpes,
que habrían sido mortales a ser dados con la punta de la daga.
Santos Vega vivía siempre de rancho en rancho y de tapera en galpón, como decía Hidalgo.
Su domicilio era su propio recado, que le servía de cama, de montura, de silla, y hasta de carpa,
ayudado con algunos palitos con que solía armar.
Sus inseparables compañeros eran un caballo alazán tostado, famoso parejero del que no se
separaba un momento, y un potrillo guacho que seguía al parejero y a quien llamaba el
"Mataco" a causa de la redondez de la barriga.
El Mataco no tenía más amistades que su amo: relinchaba alegremente cuando lo veía ponerse
de pie a la madrugada y corría a mordiscones y manotones al que por broma se acercaba a su
amo durante el sueño.
El potrillo no tenía más misión que llevar encima dos maletitas que contenían los avíos de tomar
mate, la pava y una carguita de leña más o menos abultada, según el paraje donde los tres
compañeros habían hecho noche.
Tuvo tropillas importantes, pero al final de su vida, al quedar pobre, solo le queda un alazán
tostado que lo acompañó en sus últimas andanzas, evocando siempre correrías anteriores por
los pagos de Chascomús, la Magdalena, Luján, Baradero y Arrecifes.
Vencedor de todas las payadas, se entristeció en grado sumo. Fue vencido por quienes algunos
creían era el diablo, pero se ha comprobado que fue el periodista mendocino Juan Gualberto
Godoy.
Más tarde se produce su muerte en los campos de “El Tuyú” (cuando contaba alrededor de los
70 años) y su cuerpo depositado en cajón construido con madera de los barcos que naufragaban
en la Costa en un lugar denominado “Las Tijeras”.
17
canto, Vega tuviese entretenidos, días y noches, a todos los vecinos de un partido,
que como a una feria y fiesta extraordinaria, caían hasta con caballos de tiro a la
pulpería o la estancia donde se decía estaba don Santos.
Al principio de su popularidad, Santos Vega era sólo conocido por el payador
invencible, pues no había hallado competidor en sus célebres payadas de tres o
cuatro días con sus correspondientes noches, tiempo en que vencía a todos los
payadores de monta que se le iban presentando.
Pero desde la muerte de Carmona, sus cantos cambiaron como cambió su
carácter.
De alegre se volvió sombrío, y sus payadas se convirtieron en las tristes décimas
que todos conocen y que hemos recogido nosotros de la memoria de algunos
paisanos viejos que lo conocieron y payaron con él.
Santos Vega era un hombre superior por todas las condiciones de su carácter.
Poseía un corazón esencialmente artístico y conocía que su esfera de acción no era
el fogón de los ranchos, ni la cocina de los peones en las estancias. El había
tratado de acercarse a sus patrones y alternar con ellos: los ojos de más de una
hermosa mujer habían sido la inspiración de sus trovas, pero se había sentido
despreciado por los primeros, que lo trataron como a un peón ruin, y halló que las
segundas ocultaban como cosa vergonzosa el afecto que les había inspirado o la
impresión que sintieron escuchando sus amorosas décimas.
Y es que Santos Vega cargaba con el terrible anatema de ser gaucho, como si en
aquella raza sencilla e inteligente no se hallaran los caracteres más nobles y los
corazones más intrépidos.
Si actualmente el gaucho es perseguido por el solo delito de ser gaucho, calculen
ustedes lo que sucedería en el año 1820, época de la que arranca nuestro relato.
Hoy el gaucho es un elemento electoral que se lleva a los comicios, intimado por
el sable del comandante militar y la amenaza del juez de paz, verdadero señor de
vidas y haciendas.
Su derecho no alcanza ni aun siquiera a tener una opinión, ni a dejar de tenerla,
pues tiene que opinar siempre como se lo manda el comandante militar, árbitro del
partido.
Su misión sobre la tierra se reduce a votar en las elecciones y ocupar su puesto de
carne de cañón en los cuerpos de línea que guarnecen la frontera.
Para esto sobran motivos, y hasta lo es suficiente y grave, tener una mujer o hija
hermosa cuyo honor pretende hacer respetar, o haber negado al juez de paz su
mejor parejero o su vaca más lechera.
Este es un crimen monstruoso, es la violación de los derechos que posee cualquier
animal en la tierra, pero, ¿qué importa?
El gaucho no es ni siquiera un animal: es una propiedad del juez de paz del
partido.
Y tan habituado está a esta existencia miserable, que no se queja, pues sabe que su
palabra sólo servirá para enconar contra él a la justicia.
A veces sólo toma el camino de la venganza, como preferible al del suicidio.
Para él toda equidad y justicia ha desaparecido.
Si se bate en duelo leal, con todas las reglas de ese acto y da muerte a su
adversario, siempre es un homicida asesino para quien se abre la puerta de la
cárcel o del cuartel, mientras este género de duelo no está calificado ni penado así
19
vuelve a su pago contento como quien regresa de una fiesta, sin acordarse de la
pasada fatiga, ni aun de los sueldos que le debe el gobierno.
Ha cumplido con su deber de soldado, de hijo del país, como él dice, y se da por
satisfecho contando a su familia, al amor de la lumbre, las fatigas de las batallas.
Nunca tiene una frase para ponderarse a sí mismo, pues todas sus ponderaciones
son pocas para tributarlas al comandante o a su capitán, mozos más o menos
lindos, cuyo valor daba coraje.
Y es en ese hombre abnegado y noble en quien se ceba la justicia de paz, hasta el
extremo de convertirlo en un mártir o en un bandido.
A pesar de haber sido tachados de defensores del crimen, hemos levantado más de
una vez nuestra débil voz en defensa del gaucho de nuestra pampa, porque lo
hemos conocido de cerca y hemos podido apreciar las raras prendas de su corazón
y el temple formidable de su alma.
Y hemos visto, entristecidos, que el paisano era un hombre destituido de todo
derecho y de toda voluntad, sin otra defensa que abatir humildemente la cabeza y
sufrir el martirio a que ha sido condenada su raza, o alzarse como Moreira contra
la justicia, y morir de una manera fantástica, después de haber postrado a sus pies
a todo representante de ella, que se puso al alcance de su daga.
Y Santos Vega venía a la vida con aquella herencia terrible que lleva el gaucho en
su nombre.
Había luchado todo lo que le había sido posible, hasta que se entregó a seguir su
destino, como quiera que viviese. Al principio había tratado de huir del fogón del
rancho, pues se había sentido un ser superior y comprendía que aquel no era su
centro.
Pero ya lo hemos dicho: se había sentido despreciar en todas partes, hasta por los
mismos que él veía cautivos con su canto, sin otra razón que la supremacía del
dinero.
El no tenía más fortuna que su guitarra, su daga y un par de caballos; y con
semejante bagaje no se podía aspirar a alternar en la sociedad de la gente rica.
Las prendas de su corazón no valían nada, ni nada valía su espíritu esencialmente
artístico.
En su tirador no había onzas de oro ni reguera de patacones; en su apero no se veía
ni una sola virola de plata, y con esto no se puede dejar de ser un perdido
vagabundo.
Santos Vega vio todo esto y se refugió en su corazón donde juntó una buena dosis
de odio y desprecio a los que así lo habían tratado.
Santos Vega concurrió desde entonces al fogón y a la pulpería, cantando las
amarguras de su vida en famosas payadas, la mayor parte de las cuales viven hoy
mismo en la memoria de los paisanos.
De cuando en cuando solía preludiar un estilo y un cantar triste.
Entonces puede decirse que toda su alma se volcaba en su canto enamorado,
dejando entrever el lamento de una pasión desgraciada.
Y es que Santos Vega había amado con toda la intensidad de su alma ardiente;
pero según se desprendía de su canto, la jerarquía del dinero lo había apartado de
la mujer querida, en cuyo amor había soñado por un momento mitigar la orfandad
de afectos en que había vivido.
Los favores que en su esfera había prestado, habían sido pagados con el desprecio
21
y el olvido.
Por eso entre sus más ligeros cantos se solían escuchar sátiras llenas de amargura
como ésta:
Angel habló con BTI y nos contó de la payada que Santos Vega le dedicó a
nuestro pueblo y además habló de un tal Juan “el diablo” un famoso gaucho
muy habilidoso para la pelea con cuchillos al que venían de otros pueblos a
desafiarlo.
“Santos Vega yo cuando era más chico pensé que era una fabula, pero no,
realmente Santos Vega nació en General Lavalle pegadito a San Clemente
del Tuyu que prácticamente era toda esa zona la más campera y tradicional
26
del país. Santos Vega era un payador trovero, venía a los pueblos
acompañado de su guitarra, sus caballos- un caballo de tiro siempre- y su
perro y siempre venía con algún amigo, él tenía un amigo de apellido
Carmona.
(La muerte de Carmona se produce de propia mano de Satos Vega, lo que lo coloca como
fugitivo de la ley.)
27
“Si, en una época hubo un personaje en esta ciudad que se llamaba Juan el
diablo y era un tipo temible, era un tipo cuchillero, era muy rápido con el
cuchillo, la gente en esa época vivía en los boliches y si otro cuchillero de
28
otro pueblo se enteraba que había otro en este lugar venían y se querían
medir a ver como andaba y no se mataban se hacían un corte a primera
sangre, es decir paraban a la primera herida.
26 de Octubre de 2013
Gregorio Torcetta
El famoso payador Santos Vega fue derrotado por un forastero desconocido que se le presentó,
en vibrante desafío de guitarras y debajo de un tala, como Juan Sin Ropa, alias de Juan
Gualberto Godoy, un enviado del mismísimo Mandinga, de acuerdo a la siempre respetable
tradición gauchesca.
Juan Gualberto Godoy, el vencedor de la payada, era oriundo de la provincia de Mendoza. Había
nacido en el año 1793, hizo estudios en una escuela religiosa y era aprendiz de gramática latina.
Nadie, sino él, con tan ricos antecedentes, pudo ser el digno oponente del gaucho Santos Vega.
Los paisanos lo tenían por excelso improvisador merced a su condición de poeta, al punto de
llegar a componer sus versos en cartulinas para luego vendérselas a los gauchos.
El tradicionalista Bernárdez Jacques ha cotejado algunos datos que hacen presuponer, con un
grado ínfimo de error, que Godoy comercializaba sus versos escritos en una pulpería situada en
el Tuyú. Dice: “Es un viejo almacén que aún conserva su reja al mostrador y donde se me dijo,
existía hasta hace poco, un cuaderno de fiados del año 1816”.
Se dice que el final de Santos Vega se produce en una payada y ante Juan Sin Ropa (el
mendocino Juan Gualberto Godoy, reencarnación del Progreso y el Diablo). Un “forastero”
retratado como magistral compositor de piezas jamás oídas (tristes y cielitos, ambos sonidos
muy típicos de la provincia de Buenos Aires) que confundían a Santos Vega y asombraba a los
testigos de aquella payada memorable.
Santos Vega, el payador, dice aceptar la derrota a manos del mendocino Godoy.
La poesía de Rafael Obligado permite inferir que Vega se esfumó de la faz de la tierra, no
quedando siquiera rastros de sus cenizas, mientras el Progreso y Mandinga celebraban el
aquelarre, la destrucción del tradicionalismo a manos del progreso infernal.
Periodista y político
Juan Gualberto Godoy era un afamado político unitario, pero era a la vez en la pampa un temido
payador, que se batía, por medio de versos improvisados, en extensos duelos o payadas, que
concluían sólo cuando uno de los dos contendientes se quedaba sin nada que decir. Aunque las
dotes poéticas de Godoy eran inagotables, sus dotes políticas eran más bien escuetas, y así es
que las constantes tundas propinadas por los federales lo fueron alejando de las ciudades y
llevando hacia la pampa, donde terminó por montar una pulpería. Pero gran parte de su
desprestigio político se debía a la aguda ironía con que escribía sus rimadas opiniones en
periódicos y revistas, que la mayoría de la gente no supo o no quiso apreciar:
Versos impecables pero fuera del alcance de la mayoría de la gente.
El 22 de abril de 1827, Juan Gualberto Godoy saca el primer número de
El Huracán, con lema: “Una atmósfera cargada de miasmas, sólo la tempestad la bonifica” se
iniciaba el periodismo de lucha en donde todas las armas eran buenas”.
De esa época se rescata una composición denominada
Muchos de los materiales de El Huracán están redactados en verso, que “constituyen una galería
de retratos de personajes reales...Esto motiva que el gobernador Juan Corvalán y su ministro
Gabino García firmen un decreto el 22 de mayo de 1827, clausurando El Huracán porque
“…desacredita escandalosamente el uso útil que debe hacerse de la prensa en todo país culto y
civilizado...
Poeta anónimo de la tonada cuyana
Nació en Mendoza el 12 de julio de 1793. Hijo de Don Jacinto Godoy, destacada figura de los
círculos sociales y políticos de la época y de Trinidad Villanueva , descendiente de una familia
patricia. Aprendió a leer, siguiendo el método sintético empleado entonces, y después le enseñó
a leer un español comerciante de tabacos.
A los doce años desempeñó un puesto en la Tesorería de la Real Hacienda, puesto que conservó
hasta 1809, para atender la hacienda de su padre, quién debió ausentarse de la provincia.
Aunque su vocación no era la agricultura, coinciden sus biógrafos en atribuirle la innovación de
prácticas para mejorar la industria vitivinícola y la calidad de vino, con procedimientos nuevos.
Al respecto, dice Don Ricardo Rojas:“Hubiera podido lograr la riqueza, ya que fue, pero no
persistió con su vocación industrial porque se lanzó al entrevero de las guerras civiles y a la
tentación de las letras”.
Es posible que sus primeras obras poéticas fueran a parar a manos de los cantores populares, de
los jóvenes de su época que por entonces gestaban en la canción cuyana, la letra de la Tonada.
En el folklore musical cuyano, sobre todo en la Tonada, hay letras que, pese a su anonimia, tiene
un sello que las identifica como obras de poetas cultos como Leopoldo Zuloaga, José Manuel
Olascoaga, Nicolás Villanueva y Juan Gualberto Godoy, que amaba el pueblo. Le gustaba
entreverarse con él y cantar con él y para él.
El primer estudio de Juan Gualberto Godoy se debe a Domingo Fidel Sarmiento, Dominguito,
hijo de Domingo Faustino Sarmiento y la primera evaluación académica a Ricardo Rojas. Dice
Dominguito en su ensayo de 1889:“Pudo perfectamente figurar entre los poetas de la gloriosa
época formada por Echeverría, Ascasubi, Hidalgo, Lafinur y otros.
Apenas llegó San Martín a Mendoza el 10 de agosto de 1814, para ejercer como Gobernador
Intendente de las Provincias de Cuyo, Godoy formó parte de su escolta. Tenía 21 años. En 1817
visita Buenos Aires; vuelto a su provincia natal en 1819, se enrola en el regimiento de Cazadores
N° 5 con el deseo de participar en la Campaña Libertadora. Su deseo no pudo verse cumplido
debido al estallido anárquico que produjo la disolución de las Provincias de Cuyo y la caída del
Gobernador Luzuriaga, que lo obligó a quedarse en Mendoza para asegurar el orden.
De los payadores mendocinos de su siglo pasado, (nació en 1793 y murió en 1864) Juan
Gualberto Godoy, es el que ha dejado aquí y en Chile más obra literaria. Usó la forma genuina
del cantor gaucho, con lenguaje llano fustigó valientemente los defectos sociales de su época.
El mismo decía: "Mi inclinación predilecta es hacer versos burlescos contra todo lo que me
parece malo". Arrogante, con una audacia y valor sin límites, las causas nobles y justas lo
contaron entres sus defensores. Esgrimió con maestría la sátira mordaz contra el vicio, el
cinismo y la arbitrariedad. Supo poner en descubierto las heridas que lastimaban el organismo
social de su pueblo. Escribió para los gauchos cantores de su tierra, en lenguaje decidor y
expresivo, cartas, dedicatorias, tonadas, cuecas, serenos, gauchitos, etc.
34
Rincón gaucho
Cuando un personaje adquiere contornos de leyenda en el pueblo que busca una identificación
ideal, el transcurso del tiempo -que borra lo imperfecto- no hace más que alentar su dimensión y
fantasía. De tal laya es, sin duda, el payador Santos Vega, sea realidad o leyenda. La bibliografía
al respecto es profusa y valiosa. Seguramente, el general Mitre supo aprehender los relatos,
acaso deshilvanados, del gauchaje de fines de 1830, con su carga de admiración y pesadumbre,
para decir: "Cantando de pago en pago/ y venciendo a payadores/ entre todos los cantores/
fuiste aclamado el mejor." Lo que implica la existencia real de Vega e inspira el interés por
investigar esa azarosa vida del payador. César Jaimes, en su empeñosa investigación, refrenda
las certezas de Ventura Lynch en Cancionero bonaerense , acordes con Mitre. Es el hombre de
Azul, Paulino Rodríguez Ocón, quien narra la muerte de Vega en los pagos del Tuyú, en la
estancia de Pedro Sáenz Valiente, todo hilvanado con la diligente investigación de Elvio
Bernardes Jacqes y con la imagen que plasmó Luis Perlotti en un monumento. Podría decirse
que la culminación en el trazado del perfil de Vega es el trabajo de Roberto Lehman Nitsche, tan
identificado con los personajes de nuestra tierra.
Pero hay un Vega inmiscuido más allá de su existencia real. Para ello contribuyó la novela de
Ricardo Gutiérrez y la famosa payada con el diablo. El circo criollo, el teatro, el cine conformaron
esa dimensión. La primera versión teatral fue la de Juan Carlos Nosiglia y data de 1893. El
manuscrito original perteneció a José Podestá, primer intérprete, la segunda adaptación,
seguramente también con el mismo actor, dice: "Santos Vega, drama criollo de Domingo
Spindola (1903/1904)". Este personaje, interesante si los hay, cuya polifacética obra, como su
personalidad y aun la correcta grafía de su apellido (Espíndola) es acreedora a un estudio
particular. No tenemos conocimiento de la versión completa de Nosiglia, sí la de Espíndola,
atesorada por actores criollos o descendientes. En la versión del filme mudo, producido por el
empresario Luis Colombo, el protagonista también era José Podestá, en tanto Ignacio Corsini
interpretaba a su amigo Carmona. Ignoramos la razón por la que, siendo cantores ambos, la
payada -única parte oral de la película- se hizo con las voces de Raúl Romero como Vega y
Ramón Olmos, como el diablo. Hemos hablado de numerosas versiones de la obra. Pretendemos
obtener el mayor registro. Por ejemplo, que en 1933, la compañía teatral de Pedro Gómez
Grimau, actor y autor, estrena en el teatro Onrubia, ubicado en las calles Victoria y San José, de
la ciudad de Buenos Aires, la Fantasía en verso y cuatro cuadros de Santos Vega , de la que es
autor e intérprete, con un gran elenco, integrado, entre otros, por la familia Berón en lo musical
y las actrices Felisa Begué y Dina Franco. Recordemos que Gómez Grimau tuvo éxito radial con la
creación de su personaje gauchesco Don Braulio Lucero.
35
Por los años veinte, se conoce el poema gauchesco-teatral Santos Vega , de Serviliano Molina,
casado con la actriz y cancionista Amelia Lamarque. La obra conserva los personajes y la
adaptación de Espíndola. Una de las últimas versiones fue realizada por un integrante de una
famosa familia circense: el actor y cantor Miguel Angel Gani, que lleva por título Estampas de
Santos Vega , el original está fechado en Charata (Chaco) el 16 de septiembre de 1964. Al hablar
de las primeras versiones de Santos Vega, citan con frecuencia la de Juan Carlos Nosiglia.
Jacobo A. de Diego, uno de los más prestigiosos críticos teatrales, nos informó oportunamente
que con motivo del estreno de la versión de Antonio Pagés Larraya, el 10 de abril de 1953, con la
actuación protagónica de Francisco Martínez Allende, el actor chileno, en crónica de la revista
Mundo Radial dice que el personaje fue objeto, por parte de Juan Carlos Nosiglia, de dos
dramatizaciones en el mismo año, o sea, en 1894.
LA SALAMANCA
36
Dos poetas argentinos: Bartolomé Mitre, en sus "Armonías de la Pampa", y Rafael Obligado en
la más conocida de sus "Leyendas Argentinas" fueron quienes popularizaron la figura del
inigualable payador Santos Vega.
Su estampa varonil de gaucho, recorriendo los pagos desde el Tuyú montado en su alazán
tostado "antes muerto que cansado" y sobre todo, la voz incomparable con la que cantaba o
improvisaba sus coplas en memorables payadas, han impreso en nuestro corazón argentino
huellas indelebles.
Pero sabemos por coplas populares anónimas -que Mitre y Obligado citan- que "Santos Vega el
payador/ aquél de la larga fama / murió cantando su amor/ como el pájaro en la rama" y que
decía: "cantando me han de enterrar/ cantando me´i de ir al cielo" y esta extraña premonición,
que habla de amor y muerte es la que permite conjeturar sobre su vida y sobre su muerte.
Su muerte legendaria después de la payada fatal, ha quedado para siempre en los versos de
Mitre y de Obligado.
37
Como poeta y como mujer, me atrevo a conjeturar acerca del amor de Santos Vega y me
formulo la pregunta ¿quién fue, cómo era la "prenda" del payador?
La realidad histórica de una biografía que escapa a los documentos, evadiéndose en alas de la
leyenda, no puedo rescatarla.
Por eso me valdría de los mismos poetas que inmortalizaron la singular payada en la que el
extraño forastero -llámese Juan sin Ropa o Juan Gualberto Godoy- venció a nuestro querido
Santos bajo la sombra de un tala. Me valdré también de canciones populares que mencionan a
la amada del insigne payador. Poetas y canciones coinciden en el retrato físico de la hermosa
joven: sin duda, era morocha. La gentil "morocha argentina" que tipifica la antigua tonada
provinciana con letra y música de Adolfo R. Avilés, es la "negra" de los "ojazos" como soles, que
muy de madrugada brinda un "cimarrón" al noble gaucho en su amado rancho bajo la sombra
del ombú...
Morocha, joven, esbelta, gentil, bizarra, trenzas negras, ojos renegridos: así era, probablemente,
la amada de Santos Vega.
Pero ¿cómo correspondió al corazón de ese genial payador, que según las mentas "murió
cantando su amor/ como el pájaro en la rama?" Aquí las líneas tradicionales son divergentes. La
que recogen Mitre y Obligado, la muestra fiel y amante; Santos Vega muere a su lado, pulsando
la guitarra que ella besara, entonándole sus últimas endechas: "Adiós, luz del alma mía/ adiós,
flor de mis llanuras/ manantial de las dulzuras/ que mi espíritu bebía".
La segunda corriente tradicional, la más verosímil y artística, según creo, muestra a la prenda del
payador como quizás lo fue en realidad: una hermosa y sencilla paisanita cuyos ojazos negros
iluminaban el rancho junto al ombú solitario, pero que fueron incapaces de leer en el alma del
poeta payador la hondura de un destino trascendente. Y se apartó de él, temerosa de que la
arrebatara ese viento de eternidad, como un pétalo de flor indefensamente leve.
¿Y cuál es el dolor que a tal punto aflige a Santos Vega que quizás en vano intentan consolar las
acacias y sauces del camino inclinándose al paso del "centauro de las pampas", del "invicto
Payador"?
La respuesta no se hace esperar y con ella según "los que saben de amores escondidos",
concluye el vals cerrando el telón del drama con dos versos: "Sólo son culpables dos ojos
renegridos de aquella gran tristeza que aflige al trovador".
Este final parece convenir más a la leyenda de nuestro payador que pasa incólume por la muerte
de los pagos del Tuyú a los pagos del Cielo.
Tiende, el tiempo, añeja, el ala.../ sólo mentas nos quedaron/ de los gauchos que payaron/ bajo
el ombú o bajo el tala./ Más como Argentina gala,/ hasta nuestro pecho llega/ dulce voz de
Santos Vega/ hecho guitarra y dolor/ y ese misterio de amor/ que con su "prenda" nos lega. .
CAMPO
Santos Vega es el único personaje realmente simbólico nacido en este retazo del mundo. Su
significado es claro y no requiere demasiados comentarios: hubo una edad de oro y una plenitud
sin límites, pero para lograr "poner en acto" nuestro destino era necesario renunciar a ellas y
encarar el trabajo que simultáneamente es esclavizante y liberador. Consciente o
inconscientemente, Rafael Obligado vino a recrear con palabras y códigos criollos la parábola de
Adán, quien sólo se convirtió en hombre cabal al ser expulsado del Paraíso y adentrarse en las
penurias que definen al hombre. Por eso en el poema lo malo (la desdicha de Santos) es a la vez
lo bueno y se llama "Progreso", con mayúscula y todo.
Que es, asimismo, el demonio y en las perplejidades que esa duplicidad en el sentido de lo que
nos ha venido sucediendo es posible que vayamos a seguir embrollados -nosotros, los
argentinos- todavía por un buen rato. Aunque hay otras versiones sobre lo que pasó con Santos
Vega, consignadas en testimonios de compilación folklórica, cuando era posible obtenerlos, por
continuar aún vivo en las consejas populares el recuerdo legendario del gran payador. Hay uno
de Ventura Lynch, padre de ese tipo de investigación entre nosotros, quien a comienzos de los
80 del siglo XIX se explayó sobre el hábito campero de payar. Al respecto le contaron que Santos
Vega, yendo "de triunfo en triunfo", un día pasó al sur de la provincia Buenos Aires, única región
donde no era conocido.
39
Llegó a una pulpería y se retiró a un rincón con ánimo de descansar. "Un grupo de gauchos que
ahí copaba de lo lindo, miró con desprecio la humildad del forastero. Entre ellos un negro
altanero, mentao de malo y reconocido el primer payador de la comarca", se propuso
molestarlo. "Tomó la guitarra, preludió un cantar por cifra y le preguntó "quién era, de a'ónde
venía y pa dónde iba". Vega pulsó su guitarra y respondió: Yo soy Santos Vega,/ aquel de la larga
fama. Payaron tres días y tres noches, hasta que al fin, habiéndose entrado en temas religiosos,
el negro, cercado, estalló o reventó, porque en realidad era "el mesmo diablo en persona", final
muy semejante a cierta versión correntina en que Santos Vega se impone a Mandinga y hace
explotar "La Salamanca", que era su escondrijo.
Veinte años más tarde, Roberto Lehmann Nitsche halló que en los pueblos bonaerenses del
Norte la fama del payador se eclipsaba ante la de un tal Trillería, quien sí habría sido su
vencedor. Relata que Vega, después de vencer al diablo pasó a esa zona buscando con quien
medirse.
"Llegó una noche a un baile donde estaba Trillería, paisanito sencillo del que nadie se ocupaba."
Santos Vega hizo el reto de práctica y Trillería "sintió arder la sangre." Arrancó la guitarra a uno
de los cantores y contestó arrogante: Venga esa maula/ que yo me le he'afirmar. Dos días con
sus noches se habría payado en esa ocasión, hasta que Santos Vega rompió su guitarra
declarándose vencido. Y comenta el sabio alemán: "Esta contratradición, que ha invadido los
pueblos del Norte, fue inventada por los cordobeses, con ánimo de desvirtuar la tradición del
gaucho porteño".
Prestigio resguardado
Sea o no verdad eso de que cordobeses "ladinos" urdieron una patraña con la intención de
desmerecer a nuestro sumo payador, lo cierto es que por alguna razón oscura corría, muy desde
el comienzo, la especie de que Santos había sido vencido, sin que, curiosamente, ello
comprometiese su indiscutible y arquetípica preeminencia en el canto y en el contrapunto. Pues
cabría creer que si un gran payador es superado por otro, éste pasa a ser el primero, pero no ha
sido así en el caso que tratamos, con independencia de que el vencedor fuese el diablo o el
"paisanito" Trillería.
Ahora bien, esa historia de la derrota de Santos Vega no la traen los entusiastas iniciales -
Bartolomé Mitre e Hilario Ascasubi- y tampoco está en lo de Ventura Lynch, y, sin embargo, es
algo que ha prendido y que según el testimonio hallado "en el norte de la provincia" circulaba
quizá desde antes de que Rafael Obligado hubiese tramado sus décimas.
Pero al narrarse el triunfo de Trillería no pareciera que hubiera estado en juego sino una
primacía en inspiraciones y destrezas. Lo sustancial del aporte de Obligado fue el de relacionar el
resultado de esa payada con las transformaciones portentosas que en su tiempo -no en el del
hipotético Santos Vega- se registraban en nuestro ámbito clásico de payadas y payadores, y en
el de ubicar esa idea en la cercanía de un símbolo supremo de la cultura que compartimos. Por
ahí y casi sorpresivamente, lo que parecía ser mero cotejo de verseadores se sublima mediante
la contraposición de dos actitudes ante la vida.
40
Rincón gaucho
Es el París de 1832. El Sena se desliza bajo sus puentes, reflejando el característico manto del
cielo grisáceo, sobre la silueta multicelular de Notre Dame. Desde una ventana de su escritorio,
el gaucho "Aniceto, el gallo" -nuestro querido y admirado don Hilario Ascasubi- mira
ensimismado cómo se van encendiendo los faroles de la Ciudad Luz, a la que llegó para tratar de
mitigar una pena familiar.
Con la hospitalidad genuina del gaucho, lo invita a pernoctar en su rancho, ya que están
justamente en camino hacia él. En su rancho, pero no tan pobre para que no pueda albergar y
41
agasajar como es debido al payador. Con esto además colmará de alegría a su esposa. Allí el
payador podrá deleitarlos con el relato extenso de la historia de la estancia La Flor.
Llegados al rancho y recibidos por Juana Petrona, hermosa morocha argentina, de fresca
naturalidad, "prenda" fiel de Rufo Tolosa y admiradora del celebérrimo payador, el huésped es
agasajado, con generosidad, donde no faltaban ni el sabroso asado, ni el mate cimarrón que
pasa de mano en mano. Hay un lugar con un catre para el payador, y Santos Vega se queda unos
días en el rancho, porque la historia que canta con su voz melodiosa es muy larga y el
embelesado auditorio no quiere perder una sílaba hasta el final y le ruega que no interrumpa el
relato. Y el relato es la historia de los mellizos de la estancia La Flor.
Mientras el payador canta, Juana Petrona, sin dejar de escuchar atentamente junto a su esposo,
confecciona una labor. Con hacendosa premura, una prenda muy apreciada por los gauchos de
entonces que lucía asomándose bajo el chiripá, y que no todos podían poseer; unos calzoncillos
cribados, cuya terminación bordada en el tejido era un dibujo campero muy singular.
Cuando Santos Vega se aleja del rancho, llevará ese obsequio confeccionado por la destreza de
esas manos criollas.
En el relato de la historia de los mellizos, criados con amor por los dueños de la estancia La Flor y
que resultaron ser, ya hombres, como una especie de Caín y Abel pampeanos, se recrea la vida
de los últimos años coloniales, pero surge también, anacrónicamente, la visión de los primeros
años de la patria.
Por fin Santos Vega terminó su relato... "y mañana, si Dios quiere / me vuelvo para mi pago / de
esta casa agradecido / por lo bien que me han tratado"... El ya su gran amigo Rufo Tolosa le
ofrece como regalo el mejor parejero que tenía. Un obsequio tradicional para payadores que
honran cantando la vida del gaucho, las costumbres del campo y la ciudad con sus diversos
matices, la devoción sencilla del paisano especialmente por la Virgen de Luján... "Virgen Santa
de Luján / Madre de todos los gauchos"... Desfilan también los diferentes paisajes de los pagos
argentinos, de los diversos pueblos bajo el cielo celeste y blanco inundado de sol y por las
noches constelado de estrellas.
Don Hilario Ascasubi mira hacia el cielo de París, pero no las encuentra. Sólo las recupera cuando
sentado ante las hojas en blanco, deja correr la pluma y escribe lo que le dictan sus recuerdos.
Las hojas se amontonan sobre su mesa escritorio a medida en que acoplan sus recuerdos. Un día
termina el relato como Santos Vega cuando se despide del rancho de Rufo Tolosa y le pone un
título y una fecha: "Santos Vega o Los Mellizos de La Flor. París 1882"..
42
Juana Petrona. -Su disgusto. -Sus comparaciones. -Los burros. -Genaro Berdún. -El forzudo. -Los
blandengues
SANTOS VEGA
I
EL ALMA DEL PAYADOR
Santos Vega, mito de la pampa LA tradición por opulenta y bella que sea no puede heredarse; es
un bien del espíritu y supone una conquista, una vigilante actitud creadora. De parte del artista
que retoma sus huellas solicita un trabajo íntegramente nuevo, de radical intrepidez; una
contemporaneidad.
Por eso T. S. Eliot, entre sutiles insinuaciones criticas, reacciona contra una apreciación insuficiente
de esa mítica y seductora palabra "creación". La ve, más que como un hacer absoluto, como una
constante acomodación de matices o actitudes, y encuentra que, a menudo, "no solo las mejores
partes de su trabajo, sino las más individuales, pueden ser aquellas donde los poetas muertos, sus
antepasados, afirman su inmortalidad con más vigor." El mito de Santos Vega es uno de los pocos
que en las letras de Hispanoamérica adquirió una existencia viva, una tradici6n que se eslabona en
el curso de cinco generaciones y que, a la vez, seduce con un aire intemporal.
Domingo Faustino Sarmiento señaló en 1886 la profundidad histórica, que se remonta a una época
anterior a la Independencia, y la difusión popular de la fama de Santos Vega: "La fama de los
versos y fechorías de Santos Vega se dilataba por la inmensa pampa y llegaba a los confines del
virreinato, por un telégrafo cuyos hilos están rotos ya para no volver a reanudarse jamás: la
tropa de mulas o de carretas que viajaba de un extremo a otro, y en cuyos rodeos y alrededor
del improvisado fogón, se referían estas historias de que venía impregnada la atmosfera de las
pampas'.
Cada estilización del lirico personaje desde la elegía de Bartolomé Mitre hasta el folletín de
Eduardo Gutiérrez, y de esta a la tragedia contemporánea- no implica una amputación de los
esfuerzos anteriores. Al contrario: todas ellas adquieren una filosofía intransferible, una frescura
original. Lejos de supeditarse a un rígido canon, se suceden libres de encadenamientos
estrictamente históricos, respiran un aire coetáneo. Esta vez la palabra tradición no aparece
asociada a la idea de lo histórico arqueológico, de algo que se ha desposeído por obra del tiempo
de su integra vigencia estética. Potente mito de nuestra pampa, su vertiente no se ha diluido,
como tantas otras, bebida por las arenas del olvido. Sencillo en su enunciaci6n taxativa, su
significado se ensancha y retiene potencialmente un contenido de emociones y de ideas en las que
se va enhebrando esa tradici6n. Así, resguardado, fertilizado, integra un orden ideal que
sorprende a la vez por la continuidad de sus acordes más nítidos y por la infinita riqueza de sus
variaciones.
Bartolomé Mitre (1821-1906), poeta que desde joven poseyó la serena concentración del
humanista, fue quien primero recogió, en su florecimiento más intacto, la leyenda del payador
peregrino que disputó con el Diablo por la gloria del canto. No solo estilizó en verso el magnífico
tema, sino que lo acotó con algunas notas precisas que desde el punto de vista de su análisis
histórico-critico, constituyen indudablemente el mejor e inexcusable punto de partida para
cualquier indagación. Nunca sobreestimó Mitre sus creaciones poéticas. El alcance que el mismo
pudo imaginar para su Santos Vega es el que hoy le damos. Tomó la leyenda de sus fuentes
45
prístinas y dejó en palpitantes estrofas su versión del mito. Introdujo de tal manera la relación
entre asunto y autor que marca el instante exacto en que el tema gregario comienza a estilizarse
artísticamente.
Bello auto sacrificio estético el de Mitre -como el de otros creadores de nuestro romanticismo, en
el periodo de formaci6n de una literatura americana con raíces nativas. Escribían para el mañana,
eran los forjadores de un porvenir que convertiría sus propias creaciones en pasado... En 1838 esa
es la fecha del poema Mitre tenía solo diecisiete años.
Ya desde mucho antes el espíritu de Santos Vega, sus hazañas, su don de cantor; su legendaria
figura, presidian las alucinadas narraciones del fogón. Era ya un mito, pero basado en un ser de
carne y hueso; nadie lo vio nunca como una criatura de ficción o como una impostura del arte.
Existía intemporalmente: como luz errática, como notas de un canto melodioso que se escuchaba
bajo la copa del ombú o vagaban, incorpóreas, por la soledad de la pampa. "Símbolo venerado en
los campos del Tuyu", lo llama Mitre. Pero advierte también que su tradición se irradia a toda la
llanura: "Tu alma puebla los desiertos". La historia es de escueta sencillez: un cantor, "bardo
inculto de la pampa", espontaneo, famoso entre el gauchaje, a quien nadie pudo vencer en
payadas de contrapunto y que lleva la "rústica corona de la musa popular", muere después de
payar durante dos días con un joven desconocido, sin duda el Diablo, ya que ninguna criatura
humana pudo haberlo vencido. Murió de dolor y en el momento de apagarse su vida, saltaron
como en un gemido las cuerdas de su guitarra:
Aunque supiésemos mucho mas de lo que realmente sabemos del hombre que se llamó Santos
Vega, seria legitimo situarlo como criatura del arte, en el luminoso, inmarchito ámbito de la
fantasmagoría y la leyenda. Mitre lo sintió y lo advirtió perspicazmente; por eso destaca en la
46
primera nota que acompaña al poema su proyección mítica, la única que "sin perder de vista el
original lo ilumina con los colores de la imaginaci6n".
Hay así un reconocimiento intuitivo por parte de Mitre del potencial mitológico de la sencilla
historia y de la voluntaria independencia creadora del artista: por más que parezca demasiado
subjetiva y fantástica, supera todo cálculo externamente objetivo. Su enunciación literal es solo el
peldaño inevitable para su transposición ideal. Ignoro si quienes trataron el asunto después de
Mitre fueron totalmente conscientes de esa actitud, pero por fortuna, se situaron frente al mito
sin sofrenarse por un falso escrúpulo de autenticidad escenográfica o narrativa. Hilario Ascasubi,
Rafael Obligado, Eduardo Gutiérrez y los que más modernamente le dieron su propia entonaci6n,
sintieron esa contemporaneidad a que aludía al comienzo de esta nota. Ricardo Rojas ha razonado
con hondura, en un intenso capítulo de su magna Historia de la literatura argentina -el titulado
"Poesía épica de nuestros campos" , los motivos por los cuales la épica folklórica, expresión
augural de la conciencia de un pueblo, surge generalmente en medios rústicos, "en la vida
sensitiva de los campos y no en la vida intelectual de nuestras ciudades". Rojas no apela a la
romántica exaltación subjetiva de la naturaleza; documenta sus afirmaciones con los ejemplos de
Santos Vega, Facundo, Martin Fierro... "El hogar cristiano, la universidad escolástica, la iglesia
teocrática, el gobierno aristócrata, mantuvieron a su modo la atmósfera social de sus orígenes
europeos; mientras los gérmenes por ellos trasplantados, propagándose a la periferia rural, fueron
a mezclarse con el espíritu del indio, o a modificarse por la ley del nuevo ambiente, o a recobrar en
la naturaleza virgen la fuerza germinativa de sus propios orígenes. Por eso fue en las campañas
donde germinaron los elementos diferenciales de nuestro pueblo y de nuestro arte, marcándolos
con signos de indeleble originalidad". El razonamiento de Rojas descarta de raíz las exageraciones
de los exaltados panegiristas de una tradición que negaba las raíces milenarias de la cultura
occidental, pero también enfrenta a quienes solo ven una continuidad en la poesía gauchesca y no
el brote fresco de una corriente nueva de acento americano. Fue precisamente en un medio
rustico, donde la civilizaci6n parecía tan remota como el Paraíso, donde Mitre escuchó la leyenda
imperecedera. Ya sea en Carmen de Patagones, sobre las riberas del rio Negro, junto al Atlántico,
en aquella poblaci6n que era a la vez fortín de avanzada contra el indio; ya sea en la estancia de
Gervasio Rosas donde inició su aprendizaje gauchesco, las coplas del payador del Tuyú que
llegaban a los oídos atentos del poeta, andaban en labios de aquellos jinetes que veían en el
gaucho errante una imagen de su propio destino; nadie había escrito sus cantares, pero
parece exacta; mas aún, creo posible que haya escrito su elegía bajo la influencia deslumbradora
de "La Cautiva" de Esteban Echeverría.
Desde 1837 Mitre residía en Montevideo. "La Cautiva" -que formaba parte del volumen titulado
Rimas empezó a venderse en Buenos Aires en septiembre de 1837 y, en noviembre de ese mismo
año, Mitre publicaba en El Defensor de las Leyes de Montevideo un extenso artículo critico -que di
a conocer en 1843, sobre las Rimas de Echeverría. Motivos e imágenes de su tierra lejana,
animados por el color que les pone la distancia y la nostalgia, revivían en esa rauda evocación del
desierto argentino que Echeverría incorporaba por primera vez a nuestras letras. Mitre -como
tantos otros escritores de su misma generación encontró en "La Cautiva" un sendero a seguir.
Tal vez por eso, en 1854, después de Caseros, al ser derrocada por las armas la tiranía de Rosas,
cuando el poeta dejaba la lira de la mocedad para asumir las graves dignidades de la República
que renacía, puso al tomo en que reunió los poemas de su juventud el nombre de Rimas, el mismo
que diecisiete años antes usara Echeverría. Hay en el vasto cuadro de Echeverría -a pesar de la
ausencia de un autentico genio, lirico- un sabor genuino; un aliento cálido, fuerte.
Allí podía estar el inicio de una poesía americana y no en las odas neoclásicas, en las pálidas
acuarelas bucólicas, en las melosas anacreónticas y en otras habilidades retóricas de los rezagados
imitadores que en todos los tiempos y en todas las literaturas han existido.
Se siente en "La Cautiva" el viento de la pampa, el furor de los malones, el galopar salvaje de los
potros. Y sacudido por el entusiasmo que ese poema le despierta -"rasgos que fueron copiados de
la naturaleza sin ningún miserable atavío", llama a las imágenes de "La Cautiva", Mitre regresa
espiritualmente a la atmósfera de los fogones pampeanos, a las tradiciones que lo deslumbraron
en el despertar de su juventud y de su genio lirico, a Santos Vega, el gaucho payador, símbolo de la
esencia lirica de su tierra... De esas encariñadas memorias nacieron sus "Armonías de la pampa":
brota su inspiración del paisaje gauchesco y de la tradición vernácula, y busca expresar, como
aspiró a hacerlo años antes el fundador del romanticismo rioplatense, "las costumbres primitivas
y originales de la pampa".
En el poema de Mitre quedaba definido un tipo humano: el cantor -al que Sarmiento analizaría en
Facundo (1845), como una de las nítidas encarnaciones de la pampa-, y un mito estético: el del
hombre que se enfrenta a lo demoniaco y perece por la aflicción de su derrota. Pasarían solo
cincuenta años y Joaquín V. González, un hijo de la montaña, vería en Santos Vega "el tipo semi
divino de nuestra poesía nacional". En las mismas páginas de La tradición nacional (1888) que
aparecieron prologadas por Mitre, el primer forjador de esa "tradición"-, insiste bellamente en las
proyecciones del mito: "Entre los tipos de la leyenda nacional, la inmortal figura de Santos Vega
destella sobre el fondo inmenso de nuestra pampa como una inmortal aurora de poesía y
amor..." Mas adelante agrega: "De todo ese mundo ideal, de todo ese majestuoso poema
cantado en los llanos por el payador de otra edad, solo Santos Vega brilla sobre las ruinas con
luz imperecedera..." Llega a decir Joaquín V. González, a quien no se le puede reprochar falta de
mesura, que "Santos Vega es la musa nacional que canta con los rumores de la naturaleza".
González advirtió asimismo el papel que jugaba el Diablo en la leyenda como contraste sugestivo.
De ese choque de fuerzas universales -el don de la belleza y del canto, por una parte, el oscuro
designio de Satán por la otra, brotan las más bellas posibilidades del asunto. Carlos Octavio Bunge
48
aconsejaba, años más tarde, rescatar la tradición de Santos Vega y la leyenda de Lucia Miranda
como "dos hechos tan reales y tan evidentes como la victoria de Maipú y la declaración de la
Independencia." Además veía Bunge en el mito del payador una nueva afloraci6n de la fabula
edénica: Santos Vega representaría a Adán; su amada, a Eva; el ombú, al árbol del bien y del mal;
el Diablo, a la serpiente; la pampa, al paraíso terrestre, y la guitarra, a las ciencias y las artes de los
hombres... Inferencias legitimas sobre un enfrentamiento más radical: el arte y la inspiración del
payador, atributos de Dios, pasajera y trágicamente vencidos por el mal, representado por el
Demonio. Como puede apreciarse a través de estas glosas eminentes, la elegía escrita por Mitre'
con los recuerdos de aquellas comarcas bárbaras y distantes, dejaba grandes claros por los que
entraba una luz enigmática. Otros procurarían mirar a través de ella.
El poeta adolescente solo había ubicado el tema en su profundidad telúrica y en su proyecci6n
humana. Como los grandes asuntos universales Fausto entre los míticos, Juana de Arco entre los
históricos, posee una inagotable fecundidad estética. Es su vida; su sangre ideal. Las sugestiones
de esa tierra virgen que convertía a Santos Vega en alegoría, harían que, aun con el crecer de la
civilizaci6n, se agigantase su solitaria estampa. Mucho antes que González y Bunge, en 1856,
Miguel Cané había profetizado con sagaz intuición que cuando las generaciones venideras
hubiesen borrado la fisonomía remota de la pampa, los poetas que por entonces afloraban la
civilizaci6n buscarían "en las tradiciones de Santos Vega y de tantos otros cantores de las pampas
el colorido de las épocas primitivas y el tipo que habrá desaparecido bajo la máscara lustrosa del
hombre modificado por los usos de la vida civil".
El de Santos Vega es un mito fecundo. El poeta profeta había acertado en 1838 con un vaticinio
que el tiempo confirmaría largamente:
Duerme, duerme, Santos Vega,
que mientras en el desierto
se oiga ese vago concierto
tu nombre será inmortal
Presente en la memoria y la imaginación de sus paisanos, lo recogió constantemente la literatura,
desde las manifestaciones más modestas de la poesía rural hasta las inolvidables décimas de
Rafael Obligado, desde las alusiones chabacanas hasta la novela y el teatro. En 1872 Hilario
Ascasubi (1807-1875), el autor de las trovas de "Paulino Lucero" y de "Aniceto el Gallo", estaba
enfermo y nostalgioso, en Paris. Deseaba resumir en un inmenso fresco poético toda la vida y todo
el espíritu de su tierra. Retomó un viejo asunto cuya primera elaboración data de 1850, cerró los
ojos a las calles parisinas y empezó a vivir en su tierra. Escribió así más de tres mil versos con el
título de "Los mellizos de La Flor" y la aclaración de "rasgos dramáticos de la vida del gaucho en las
campañas y praderas de la República Argentina (1788 a 1808)". Pero no bastaba... y entonces
amparó el largo titulo con un nombre: Santos Vega, como quien nombrase la pampa, la tradición,
la poesía payadoresca, el ayer gauchesco, en una vastísima connotaci6n de realidades y
emociones.
En vano se buscara al Santos Vega legendario en la obra de Ascasubi; es simplemente un viejo
gaucho que narra a Rufo Tolosa y Juana Petrona el largo folletín. No se mezcla a la acción; es un
"payador mentao", se sabe que murió cantando. En lugar del "bardo inculto de la pampa" de
49
Mitre -sin duda ajustado a la realidad de aquellos espontáneos payadores-, aparece el gaucho
"concertador" que "privaba de escribido y de letor" ...
Poco es lo que Ascasubi agrega al mito de Santos Vega. Más populares, más rotundas e inspiradas,
las décimas posrománticas de Rafael Obligado, que todavía hoy se recitan y cantan en las escuelas
argentinas, volvían a la tradici6n de Echeverría, bajo cuya advocaci6n puso sus cantos:
Rafael Obligado (1851-1920) había recogido su versión del antiguo asunto de viejos pobladores de
la Vuelta de Obligado, en la costa del rio Paraná, lo que evidencia la dispersión geográfica que por
entonces había adquirido. Lo fue elaborando lentamente, desde 1877 hasta 1890; tiene
momentos de autentico lirismo, pero se empequeñece por una restringida concepci6n filosófica
que ve al Diablo encarnando el progreso y la inmigraci6n, vencedores del bardo ingenuo y
primitivo. Esto le quita belleza y amplitud humana al mito.
Ya el crítico del Anuario Bibliográfico observó en 1885 que se disminuía el carácter de la obra con
este "raro consorcio de Satán, tal como lo concibe la imaginaci6n popular, predicando una nueva
vida de adelantos y civilización".
Y más modernamente Carlos Alberto Lehmann señala con exactitud: "En cuanto a ver en Juan Sin
Ropa un símbolo de civilización es un error absoluto. Pudo formarse en una atmósfera
intelectual porteña impregnada de sociología europeísta".
Aun con estas limitaciones, el poema de Obligado es el que logró, dentro de la lirica, los mejores
aciertos; tiene vuelo, seducción, armonía. En el campo de la narrativa, Santos Vega aparece
identificado por Eduardo Gutiérrez (1851-1889) con sus gauchos perseguidos injustamente por la
adversidad y las partidas policiales, hermano de Juan Moreira y Juan Cuello. Los resplandores
liricos del personaje, el patetismo de su duelo con el Diablo, algo infunden al Santos Vega (1880-
1881) de Gutiérrez, pero entre las aventuras y desventuras amorosas y policiales poco es lo que se
filtra de la grandeza primitiva del asunto. Con todo, el relato de Gutiérrez contribuyó, más que
ninguna otra obra, a acrecentar la popularidad del personaje. Se escribieron más de diez
versificaciones de la novela completa, más de quince versificaciones de episodios especiales, y, de
esa narración ingenua, nacen las primeras versiones escénicas del asunto que comenzó siendo una
corta elegía, Santos Vega se asocia en esta forma a los pasos iniciales de la escena nacional.
No es mi intención reseñar todo lo que se ha escrito sobre Santos Vega.
Ya en 1917 el investigador Robert Lehmann-Nitsche dedicó un gran volumen -más de
cuatrocientas paginas- a estudiar sabiamente y con un formidable aparato erudito los orígenes y
las diversas derivaciones de la leyenda. A ese minucioso trabajo le siguieron numerosos estudios y
monografías que podrían formar una biblioteca de no pocos anaqueles. Por eso, cuando procure
sentirme contemporáneo del payador mítico, me aparte de toda esa acumulación libresca, para
ahondar el sentido trágico del personaje y devolverlo a la atmósfera primitiva y ruda donde se
gestó su leyenda, hacia el final del siglo XVIII.
50
La fantasía tejió la trama, pero la dictó esa realidad ya mítica. La figura del payador esta así
arraigada en su suelo, en el desnudo escenario de su andanza.
Sin embargo ante la escasez de personal, este salario no resultaba suficiente para convocar o
retener la mano de obra. Por dicho motivo, en 1815 el Gobierno central emitió un decreto por el
cual, todo hombre que no acreditara ante el Juez de Paz tener propiedades, sería reputado
como sirviente y quedaba obligado a llevar comprobantes de su patrón, visados cada tres meses,
so pena de ser considerado vago. Implicaba también vagancia transitar el territorio sin permiso
del mismo Juez.
Los declarados vagos sufrían cinco años de servicio militar en la frontera o dos años de trabajo
obligatorio en caso de no resultar aptos para servir en el ejército. Tenían que trabajar o proteger
las estancias.
El término gaucho se usó en las regiones del Plata, para designar a los jinetes de la llanura o
pampa, dedicados a las faenas ganaderas.
Se han propuesto varias etimologías para explicar el origen de la palabra, pero la voz gauderio
parece ser la más acertada.
El nombre gaucho se aplicó al hombre criollo o mestizo, no en un sentido racial, sino étnico, ya
que también fueron gauchos los hijos de inmigrantes europeos, negros y mulatos que adoptaron
esa forma o estilo de vida.
El hábitat del gaucho fue la llanura que se extiende desde la Patagonia hasta el Estado de Río
Grande del Sur en Brasil.
Se caracterizaban por su habilidad como jinetes, el manejo del ganado y destreza física.
Reservados y melancólicos, realizaban casi todas sus tareas a caballo, animal que se transformó
en compañero inseparable y toda su riqueza.
El enlazado, la doma y el rodeo de hacienda eran sus tareas principales.
A principios del siglo pasado, el concepto de gaucho evocaba al hombre de campo, pero fuera de
la ley. Posteriormente con el auge de la literatura popular que lo presentaba como un genuino
hijo del país, modificaron su concepto. El campo fue el principal escenario de su vida.
No sólo cumplía con las tareas de campo, sino que participó en las luchas heroicas para lograr
nuestra independencia.
52
CIMARRON Y CHURRASCO
Si bien la vestimenta fue variando en el tiempo, con la llegada del inmigrante, consistía en un
sombrero o chambergo, una camisa de mangas anchas, un pañuelo blanco anudado al cuello,
calzoncillos con flecos, chiripá, poncho. Calzaba botas de potro, hechas con los talones
del corvejón, dejando salir los dedos para sostenerse en el estribo, éste, formado por un nudo
de cuero. En la cintura lucía el cinturón adornado con una rastra de metal y un facón.
Su estado de gracia espiritual interna era una mezcla de cristianismo con supersticiones indias.
Su vida transcurría sin mucha compañía, como sucede generalmente con los habitantes de la
llanura ya en grupos de tiendas como las de los árabes o en grupos de ranchos. Hasta sus
mismos bailes eran lentos y acompasados como el "cielito", "gatos" y "pericón".
El gaucho fue muchas veces vituperado, olvidando lo que la Patria debe a su valor y sacrificio.
Hoy en día, el gaucho que habita nuestras tierras, conserva las características originales, pero
53
debido a las corrientes inmigratorias ocurridas en forma masiva, a fines del siglo pasado, se
gestó una suerte de simbiosis entre gringo y criollo. Éste es el gaucho que hoy ha echado raíces
en el ambiente rural argentino.
Su calidad de vida se ha modificado ya que la tecnología, que no ha dejado el campo de lado, ha
entrado en su ambiente, de la misma forma pausada en que transcurre su vida.
Las faenas tradicionales, como la doma, pialada, yerra, etc., se mantienen firmes como orgullo
propio de la estirpe gauchesca.
54