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Réquiem inmortal de Mozart

Quizá pueda parecer reiterativo tratar con cierto detalle una obra como el Réquiem de Mozart

Dentro del ciclo "Noches de Réquiem", con el que desde el pasado mes de agosto se presenta
el Coro del Estado de Jalisco y su director, el maestro Sergio Hernández, en el Templo
Expiatorio de Guadalajara, el próximo 3 de noviembre, en punto de las 20:30 horas, se
interpretará la misa de "Réquiem K. 626" de Wolfgang Amadeus Mozart.

Quizá pueda parecer reiterativo tratar con cierto detalle una obra como el "Réquiem" de Mozart,
pero es probable también que esto provenga del enfoque habitual con que se suele hablar de
éste, imbuido profundamente por el espíritu de la película "Amadeus" de 1984, que si bien tuvo
el acierto (quizá involuntario) de crear un interés hacia la vida y obra del genio austriaco, nos
muestra -como película de ficción que finalmente es- sólo una parte de la interesante biografía
de éste y, por cierto, quizás no la más relevante, ni la más fidedigna, aunque eso sí, la que más
morbo podía despertar.

Por lo tanto, si se deja de lado la todavía no debidamente documentada rivalidad con Antonio
Salieri o la identidad del oscuro personaje que realizó el encargo del "Réquiem", es mas
provechoso adentrarse un poco en la definición de éste como forma musical.

El réquiem es, propiamente dicho, una misa de difuntos, el servicio litúrgico de la Iglesia
católica que se lleva a cabo generalmente antes de la sepultura y también en las
conmemoraciones luctuosas. "Requiem aeternam dona eis" ("dales Señor el eterno descanso")
es la primera frase del "introito" de esta misa y de allí es que toma su nombre y, por extensión,
también la música compuesta para tal servicio.

Es importante señalar que este tipo de misa incluye variantes importantes respecto a la liturgia
ordinaria, por ejemplo, se suprimen partes "gozosas" como el "Credo", el "Gloria" y el "Aleluya"
y se incluye a manera de secuencia el "Dies irae" ("Día de ira"), un himno del siglo XIII
considerado uno de los mejores poemas en latín medieval, un texto en rima que habla sobre el
día del juicio final, la resurrección, la misericordia y el castigo eterno. Esta parte dejó de usarse
en la liturgia desde 1969, pero, lógicamente, la mayoría de los réquiem la incluyen.

Con todo esto esbozado podemos tener más claro lo que todo compositor que se vea ante la
tarea de escribir un réquiem deberá evocar y transmitir a través de su obra. La historia nos
muestra el sinnúmero de tratamientos distintos que han sido utilizados para tal efecto, en
estilos que van desde el canto gregoriano del medievo hasta el atonalismo del siglo XX.

Cuando Mozart recibió el encargo de esta misa a mediados de 1791 se encontraba debilitado
por la enfermedad y envuelto en intrigas de sus opositores; estaba trabajando en la ópera "La
flauta mágica", que le supondría un gran éxito, pero cuyos beneficios económicos fueron a dar
principalmente a las manos del empresario Schikaneder, sumiendo al compositor aún más en
la necesidad, en la depresión, obligándole a subsistir de las lecciones que impartía y a trabajar
de manera extenuante. Para terminar de agravar la situación, tiene tiempo ya obsesionado con
la idea de la muerte, se cree a veces víctima de un envenenamiento; su humor, sociable y
jovial, se torna gris, melancólico y carente de animosidad. Así que el encargo del "Réquiem",
que podría considerarse el estilo patético más elevado de la música religiosa, parece conjugar
perfectamente con sus ideas y pareciera también que atendiendo a este encargo lograra
canalizar y materializar aquellas negras obsesiones.

Mozart creó una obra grandiosa, o deberíamos decir "concibió", pues ésta es de su mano hasta
el "Lacrimosa" -algo así como la mitad-, ya que cayó gravemente enfermo en el otoño, víctima
-se cree- de una fiebre inflamatoria reumática, que le tenía postrado en cama hinchado de pies
y manos e incapaz de moverse sin sufrir fuertes dolores. Enfermedad que se agravó hasta
llevarlo a la muerte.
Así pues, el resto de la obra fue concluida por su discípulo Franz Xaver Süssmayer -quien tenía
ya algún tiempo asistiéndole en sus labores- siguiendo instrucciones verbales de Mozart y tras
la muerte de éste, recurriendo a apuntes, indicaciones e incluso a ciertos avances que su
maestro había dejado. Eso sí, Süssmayer compuso integramente el "Sanctus" y para finalizar la
obra utilizó los temas del "Introito" y el "Kyrie", cambiando solamente los textos a manera de re-
exposición.

Las primeras notas del "Réquiem" nos transmiten una dramática solemnidad, que
posteriormente a lo largo de la obra da paso a una gran cantidad de emociones, que van desde
el dolor hasta la esperanza; las partes corales son de una gran magnificencia, el uso de los
solistas destacando secciones bien definidas del texto y ejecutando pasajes escritos de una
manera delicada y elegante.

Destacan el "Kyrie" con su tratamiento fugado en el que podemos escuchar a los diferentes
registros del coro y de la orquesta alternando la exposición del tema. El dramático "Lacrimosa",
el sublime lirismo del "Tuba mirum" y la majestuosidad del "Rex tremendae". Pero es un hecho
que sólo escuchando de manera íntegra esta obra es que podemos apreciarla realmente en
toda su grandeza.

El "Réquiem" fue estrenado en 1793 en Viena precisamente en un concierto a beneficio de la


familia de Wolfang Amadeus, de quien por cierto, debido a la precaria situación económica en
la que murió el compositor, no se conoce el lugar exacto de su sepultura.

Nuevamente cuenta el público tapatío con la oportunidad de apreciar de manera directa esta
obra, de sentirla y sobre todo de maravillarse ante una de las piezas musicales más
extraordinarias de la historia -cabría decir- pese a su popularidad

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