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Ahora, cinco siglos después del planisferio de Waldseemüller, (que bien parece un
modelo para armar), a lo largo del continente americano, país por país, desde Argentina
hasta Canadá, en un proceso interesantísimo los pueblos autóctonos van recuperando
sus derechos naturales como los señores originarios de las tierras que le fueron
arrebatadas o desconocidas por las culturas invasoras, que impusieron casi siempre a la
fuerza, su raza, credo, lengua y costumbres.
En el país que representamos se están creando nuevos modelos de
reconocimiento. Gran prueba de ello es la nueva Constitución de 1999, cuyo artículo 9
reza: «El idioma oficial es el castellano. Los idiomas indígenas también son de uso oficial
para los pueblos indígenas y deben ser respetados en todo el territorio de la República,
por constituir Patrimonio Cultural de la Nación y de la humanidad».
De esa manera, cartográficamente hablando, los huicholes, los kunas, los koguis,
los wiwas y los wayuu pertenecen a la región florística caribeña, los queros a la región
florística andina, los kayapós a la región florística amazónica, y, por último, los piaroas a
la región florística venezolano-guayanense.
Anatemizados o celebrados por los cronistas de las Indias, los señores naturales
fueron muy bien tratados por casi todos los cronistas visuales desde el comienzo de la
Conquista de América. Apenas un año después de que los portugueses ocuparon el
Brasil, un espléndido guerrero tupinamba representaba a Melchor, uno de los reyes
magos en un famoso altar portugués (circa 1501-1502). Y según entendemos fue John
White, el primer gobernador de la Virginia en lo que ahora es Estados Unidos, uno de los
primeros que retrató a los indígenas del norte de América. En el caso de la imagen que
nos interesa, de 1585-1587 es pues, según creemos, la primera representación de un
chamán. El personaje mercurial con un ave como tocado, es en realidad el fidedigno
retrato de un algonquino, que bajo el título de Indian conjuror, actualmente se exhibe en el
Museo Británico.
Por todo ello, los retratos de Antonio Briceño adquieren carácter de mitografía
visual, categorizando las fortalezas de la madre tierra.
Por ello, en dos salas de la Sala Mayor, en el sobrio pabellón diseñado por Carlo
Scarpa, están concentradas las potencias femeninas de las etnias piaroa, wichol, wiwa y
quero, que representan la agricultura, el tejido cósmico y cotidiano a la vez, y las aguas y
plantas mágicas. Todas encaran directamente el espectador luciendo los ornamentos y
atributos propios. Solo Pulowi esquiva el rostro en su paisaje natural, envuelta en el traje
tradicional wayuu, pues su mirada es mortífera y fulminante, como reseña el mito que
profesan los 300.000 miembros de esta nación indígena asentada en el desierto de la
Guajira, cruzada por la frontera que divide a Colombia y Venezuela.