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¿CÓMO COMPRENDER LA MUERTE?

La experiencia cercana a la muerte, abre siempre a una posibilidad de


arrebatamiento, de separación y de desapego… Cuando rondaba los veinte años,
supe lo que era la muerte del otro-amado, de mi padre. Desde aquél día hasta hoy
he ido des-cubriendo que aquel a quien no hemos dejado de amar, se convierte en
una especie de bóveda palpitante, invisible, pero presentida o mejor dicho post-
sentida. Bien conocida es la frase de Marcel: “decirle a otro te amo, es decirle tú no
morirás”. Cada quien elige el modo como quiere que la persona que muere siga en
su vida: lo mismo puede ser una figura contaminante y aterradora, que una
presencia purificante e inspiradora. Es conmovedor, tanto el hecho de que cualquier
persona puede desaparecer y no pasa nada; así como el suceso de que si alguien es
amado por otro, aquél no morirá jamás.

Los sucesos dolorosos, en cuanto situaciones límite, terminan confrontando


nuestra existencia concreta y relacional. Aquella mañana la vida me puso en
situación, me descubrí a la intemperie, nada podía cubrirme, la vida me mostraba
que no era de hierro, que era un joven como todos los demás y que la enfermedad
y la muerte que habían amenazado a mi padre los últimos años, me rodeaba a mí
amenazadoramente. Sin embargo, a su vez, me abrió a la realidad de la fe, a un
vivir que me puso en camino hacia cuyo pórtico versaba en sus dinteles: la fe no es
una afirmación proferida, sino la certeza “yo soy”.

En mi sufrimiento, yo era una presencia, una poderosa afirmación de mí


mismo, que paradójicamente me situaba en un ámbito relacional; ¡no estás solo,
sigo aquí, contigo! me pareció escuchar de pronto. Entonces me sentí participando,
participando profundamente con el mundo, en el ámbito de los que viven y ya no
vemos y que aún así nos interpelan y comprometen, y de los que aún viven
pidiendo una mirada de fe y de amor. Al caer la tarde, una brisa suave venida del
cielo me susurró otra palabra: ¡gratitud!

Comprendí que la vida es una, y que la muerte en realidad es tan sólo un


nuevo modo de existir que exige un nuevo modo de relación, un nuevo modo de
decir “tú”, y de decir “nosotros”. Descubrí que ser-en-situación era estar
abierto a otras personas. Así, en lo más profundo de mí, ahí donde nada procede de
mí, nació un grito: ¡aquí estoy!

Contemplar la muerte a la luz de la fe, no debe llevarnos a la conclusión del


aniquilamiento y disolución en la nada, sino que nos debe poner en situación de
“ser-caminantes”, pasantes (no paseantes) en cuanto experiencia de paso, de
pascua. En fin, sin perogrulladas, ha de movernos a contemplar y vivir la vida como
“proceso vivificante…”.

Cuando pensamos en la muerte después de la vida, parecería que ésta es


contradicción, y más aún, contradictoria; sin embargo, la vida es paradójica, ¡qué
distancia hay entre contradicción y paradoja! Pensar que la vida es contradicción,
es pensar que la vida es aniquilación.

Termino con otra cita de Gabriel Marcel que leí en algún lugar: “no es posible
que hayas tenido que desaparecer simplemente como una nube que pasa y se
desvanece; admitir tal cosa, sería una traición”.

Juan Agustín Hoil Ucán.

Segundo curso de Teología

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