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Primera parte:
III. En la década de los años ’30 estaba de moda el Grand Tour a la URSS, ya
no como visita diplomática sino como turismo revolucionario que servía de
propaganda y reforzamiento ideológico. Entre 1934-1938 llega al final este
curioso sistema de visitas autoritariamente guiadas: aunque los que vuelven ya
no son tan dóciles ni ingenuos como Welles o Benjamín (hablamos de Barbusse,
Rolland, Bloch, Friedmann quien denuncia el maquinismo y la explotación
stakhanovista). ¡Hasta el mismo Tintin tuvo su viaje iniciático desde la extrema
derecha! El punto de no retorno lo marcó André Gide con su “Retour de
l'U.R.S.S.” (1936), a quien le corresponde el honor de ser el primer escritor de
izquierdas que denuncia al capitalismo de estado de Stalin. Su libro explota ya
en medio de la Guerra Civil española. Es un “¡Yo acuso!” que hará época. El
viaje de Céline a la Rusia de Stalin es bien conocido en los círculos
“destouchianos” (y en la gran biografía de Gibault): su amistad con Aragon y su
mujer, Elsa Kagan Triolet (la hermana de Lily Brik, el gran amor de
Maiakovsky). Elsa había logrado que Aragon se afiliara al PCF además de
traducir por primera vez los poemas del gran poeta ruso en Occidente y tenía
gran ascendiente en la burocracia cultural de la Nomenklatura. Logró que se
proyectara una traducción al ruso de “Voyage…”, traducción que nunca finalizó.
En Rusia (y no sólo) había una especie de malentendido con respecto a Céline:
en el Iº Congreso de Escritores Soviéticos, celebrado en agosto-septiembre de
1934, donde participaron entre otros Malraux y el propio Aragon, se debatió el
enigma Céline y se leyeron ¡siete! comunicaciones sobre su obra (de figuras de la
época y del régimen, como Andrei Jdanov, Maxime Gorkii, Iourii Olecha, Vera
Inber). Sin duda la recepción de “Voyage…” fue un enorme error ideológico, un
equívoco de magnitud: Leon Trotsky le había hecho una recensión muy positiva;
incluso Sartre elegirá dos frases de “L’Eglise” como obertura a “La Nauseé”… ¡en
1938!
IV. Pero por lo pronto Céline está en Leningrado vía Estocolmo, aunque no se
conoce con precisión el momento de su llegada, sus recorridos (¿viajó a
Moscú?). Ya se sabe con los viajes: “El viaje es la búsqueda de esa nada, de ese
pequeño vértigo para bobos…”. La única pista es una postal enviada a sus
amigos (J. Bonvilliers y G. Paul) fechada 4 de septiembre de 1936 en
Leningrado, la cual comenzó con “¡Merde!”, y termina con su firma misteriosa
“Louis F.”. Céline posiblemente llegó a Rusia a fines de agosto, a título privado,
sin invitación oficial. Se hospeda en el “Grand Hotel Europe”, el más lujoso de la
ciudad, ayer y hoy. Céline lo recuerda: “en Leningrado, alrededor de los hoteles,
si uno va como turista, se empujan para comprarle a uno de los pies a la
cabeza”. No hay notas de prensa, ni noticias de su llegada en las revistas
literarias. Con visado especial, le colocan una guía de INTOURIST, Natalie,
dócil, educada y espía, sin dudas: entregaba un informe diario de la jornada.
Aparecerá en “Bagatelles…”: “Quand je dis que leur came aux Soviets c'est de la
pauvre ordure, je sais ce que j'avance. Je les ai faites toutes leurs boutiques,
des grandes rues, avec Nathalie ... C'est pas croyable comme immondice le
genre qu'ils exposent ...”. Se puede desplazar libremente por la ciudad y los
alrededores, lo que implica encontrarse con trabajadores, campesinos, beber y
comer fuera del circuito oficial, encontrarse con el populismo lírico de los bajos
fondos. Preguntarse metodológicamente, como Bardamu en “Voyage…”, por el
suplicio del pobre: “¿es así de interminable? ¿es más tenaz que su hambre?”
Yezhov, nuevo jefe de la NKVD no sabe a quién ha dejado entrar en la
madriguera. No son buenos tiempos: entre el 19 y el 24 de julio Zinoviev,
Kamenev, Smirnov y otros trece cuadros son juzgados por traición en Moscú. Es
el llamado “Primer Proceso de Moscú”, se les acusa de formar parte de un
“centro trotskista-zinovievista”, haber asesinado a Kirov en 1934, planear
atentados contra Stalin y toda la troika y colaborar con la GeStaPo. Los
condenados son ejecutados una hora después de la sentencia. Además 160
personas serán detenidas y ejecutadas en relación con este juicio mientras
Céline recorre la ciudad rumiando (“¡Las coaliciones aviesas! ¡Las
conspiraciones repugnantes! ¡Los procesos apocalípticos! ¡Hay que encontrar
demonios! ¡Chivos emisarios!... Sofocar la dura verdad: que no resulta el
‘hombre nuevo’… a los que no comprenden: se los fusila”). Volverá frenético.
Abordará un barco, el “Meknes”, el 21 de septiembre, ahora por Copenhague,
llegará al puerto de El Havre el 25. Desaforado le escribe a sus amigos. Sus
juicios son terminantes: “J'ai ete a Leningrad pendant un mois. Tout cela est
abject, effroyable, inconcevablement infect. Il faut voir pour croire. Une horreur.
Sale, pauvre, hideux. Une prison de larves. Tout police, bureaucratie et infect
chaos. Tout bluff et tyrannie”. ¿El paraíso socialista? ¿La aurora de la
humanidad? Todo no es más que un bluff y tiranía en estado puro. Su
testimonio será inolvidable e insoportable: vomitará su punto de vista en un
mes.
Hemos hablado del más grande escritor de la segunda mitad del siglo XX, el
doctor francés Louis Ferdinand Destouches, en un artículo sobre sus pamphlets
intratables y políticamente incorrectos. Tratamos de uno en especial, “Mea
Culpa”, su viaje a la URSS de Stalin. En la edición original de 1937, a
continuación, aparecía un raro caso extremo de re-escritura radical o, al revés,
de cómo un texto académico “neutro” se revuelve en una denuncia corrosiva a la
sociedad burguesa. ¿Una tesina médica subvierte y convulsiona la escritura? Si
en “Mea Culpa” el objeto es el stalinismo, en “Vida y Obra de Felipe Ignacio
Semmelweis” el objeto a destruir es el capitalismo liberal. ¿O todo el Zeit
burgués? Veamos su pequeña historia. En una primera parte de su vida Louis
Destouches quiso ser militar y heroico; en una segunda quiso tener una
honorable profesión liberal y se recibió de médico. En 1924 sostuvo su tesis de
doctorado en medicina en París con una investigación (premiada con medalla
de bronce y honores) sobre el trágico caso Semmelweis. La tesis incluía una
dedicatoria, la foto del sujeto en cuestión, una cita de Widal (¡un judío!),
prefacio y bibliografía obligatoria. Un dechado de formalismo académico. Dada
su calidad (incluso para la casta médica) fue publicado como Contraction de
thèse en la “La Presse médicale” en el Nº 51 (1924) con el enigmático título de
“Les Dernieres Jours de Semmelweis”. En 1936 Céline decidirá que este texto
académico (el único que hará en su vida) sea re-escrito o más bien, trazado en
nuevas formas. Su título volverá al original, el motto será “Je me manque ancore
vuelques haines. Je suit certain qu’elles existant” (“Todavía me faltan algunos
odios. Tengo la certidumbre de que existen”). Un antiprólogo avisa al
desprevenido lector que se ha equivocado de libro: “Esta es la terrible historia
de Felipe Ignacio Semmelweis… El lector intrépido será bien pronto
recompensado… Yo habría podido rehacerla desde el principio, adornarla,
volverla más atrayente. Era fácil, no he querido. La doy, pues por lo que vale…
La forma no tiene importancia, sólo en el fondo cuenta. Es aquí, supongo, todo
lo más rico que pueda pedirse. Nos demuestra el peligro de querer beneficiar
demasiado a los hombres. Es una vieja lección siempre nueva… Nada es gratuito
en este bajo mundo. Todo se expía, el bien como el mal, se paga, tarde o
temprano. El bien es mucho más caro forzosamente”. El texto será invertido,
una “Umkehrung” en la cual nace una revolución en el lenguaje político-
literario, hasta nos animamos a decir: un comunismo versión Céline.
¿Quién es este Semmelweis que puede tener un usage antiburgués radical, que
puede usarse como corrosivo de la mentira humana, revelador de las jerarquías
inútiles, de la miopía del poder del capital? ¿Ilustra algo su historia trágica? A
una amiga de Céline, Eliane Tayar, le explica el por qué de su elección:
“L'histoire de Semmelweis était faite pour lui, il ne goûtait que le desastre”. El
arte del biógrafo ¿no consiste justamente en la elección? Schwob repetía que los
biógrafos, como especie de divinidad inferior, saben elegir entre los posibles
aquel que es único. Céline sabe que Semmelweis es único también. Un
“perdedor iluminado”, un héros de l’après-coup o unhappy Hero lo llamaban
muchos de sus biógrafos. Seguramente Céline leyó la clásica biografía de
Sinclair de 1904, aunque podía leer perfectamente alemán y utilizar fuentes
primarias. Bruck llama a Semmelweis “un poeta de la bondad más activo que
otros”. Un filósofo de las ciencias, el positivista alemán Carl Gustav Hempel (del
famoso Wiener Kreis), cita el caso de Semmelweis (junto con Galileo y Pascal)
como el más ilustrativo y paradigmático de una investigación científica. El libro
se llama “Philosophy of Natural Science” (1966), “Filosofía de la Ciencia
Natural”, un clásico de la literatura. Philipp Ignaz, un médico húngaro, realizó
trabajos con respecto a la mortífera fiebre puerperal entre 1844 y 1848, en el
Hospital General de Viena. Su angustia por la muerte continua de mujeres que
habían dado luz es una de las páginas más fascinantes de la medicina moderna.
Semmelweis comenzó a examinar las explicaciones corrientes de la época,
explicaciones autorizadas, con aura científica y doctrinal, indiscutibles.
Semmelweis las refutó escandalosamente, ya sea por contrastación o por ser
incompatibles con los hechos. En 1847, por casualidad, Semmelweis
obsesionado tiene su hipótesis: la materia cadavérica en las manos sucias de los
médicos y parteras era la causa de la infección mortal de las parturientas.
Hempel concluye que Semmelweis realizó todos los pasos de implicaciones
contrastadoras para llegar, por inferencia inductiva, a una hipótesis científica
contrastada por observación y experimentación. Escribió un libro con las
prescripciones y la etiología de la fiebre puerperal que hubiera salvado cientos
de madres (y niños). ¡Cuarenta años antes que Pasteur! Las muertes eran bien
clasistas: la mayoría eran pobres, madres solteras de origen popular o
prostitutas encintas. La escoria humana. “La mayoría”, dice Céline, “son los
seres más abatidos, más reprobados por las costumbres intransigentes de la
época”. ¿A quién podría interesarle? Bardamu lo dirá más adelante: “La vida de
los sin recursos no es más que una larga negación en un largo delirio”. La lucha
fue en vano. Fue sucesivamente ignorado, burlado y despreciado, tanto
Semmelweis como su hipótesis. La época era revolucionaria. Él mismo
participará como revolucionario en su Budapest natal contra el imperio del
reaccionario Metternich. Lidera grupos entre las barricadas callejeras.
Derrotado el movimiento pasa hambre, exclusión, persecución. Sus amigos le
consiguen trabajo en una maternidad de Buda con la condición que permanezca
callado. Silenciosamente durante cuatro años redactará su obra “Etiología de la
Fiebre Puerperal” (1847), todavía hoy insuperable. Cuando ya en 1856 se lo
nombra director de la clínica, rompe su silencio con un panfleto violento:
“¡Asesinos! llamo yo a todos los que se oponen a las normas que he prescrito
para evitar la fiebre puerperal. "¡Contra ellos me levanto como resuelto
adversario, tal como debe uno de alzarse contra los partidarios de un crimen!”.
Pierde la razón o la locura lo invade. Para ser Semmelweis, contrapone Céline,
se necesita “de un entusiasmo más poético que el rigor del método
experimental”. Aquí es donde arranca Céline: cuando calla Hempel, el
positivista vienés.