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“Louis –Ferdinand Céline político”

Por Nicolás González Varela


(fliegecojonera@gmail.com)

Primera parte:

Destouches en el Pais de los Soviets

I. El panfleto es un género literario muy


moderno, además de periodístico. Libelo
difamatorio u opúsculo de carácter agresivo, nos
avisan los guardianes de la ideología lingüística.
Es el arte de manipular y subvertir. Estamos en el
mundo de la baja literatura: el brulote
difamatorio, la sátira antirreligiosa, el Flyer
político, la estampa licenciosa; todos ellos
circulan haciendo malabares con los
pseudónimos, las falsas atribuciones y las firmas
paródicas. El libelo pertenece a los pertrechos
básicos de la literatura de combate; su lema es:
“Nihil inultum!”, nada sin castigo. ¿Ha sido la
antorcha del abrazo revolucionario de la
modernidad? Sin duda. Generalmente es corto y
virulento, ataca el orden de las cosas, el “status
quo” establecido. Según la clasificación
burocrática de la UNESCO no debe ser menor a
las 5 ni exceder las 48 páginas. La etimología es incierta y nebulosa. Proviene
según unos del antiguo griego: así Saint-Laurent en su Dictionnaire
encyclopédique usuel descubre su empleo nada más ni nada menos que por
Sófocles, incluso por el gramático y retórico Ateneo de Naucratis, quienes
utilizan la palabra “pamphlectos”, de “pan”: todo y de “phlégo”, quemar o arder.
Ojo que también pamphilus del griego quería significar bondadoso, calmoso,
lento para pagar deudas. Metáforas incendiarias. Otros buscan su partida de
nacimiento en un origen latino lejano: Pamflette será citado por Dirk van
Asenede en su traducción neerlandesa de una comedia en verso latina del siglo
XII titulada “Pamphilus seu de Amore”. Los italianos lo derivan del inglés, del
vocablo pamphilet o panflet (de la forma anglolatina: panfletus), diminutivo del
personaje del poema popular Pamphilus (con lo que volvemos al punto de
partida). Si en las lenguas romances hay tanta duda y oscuridad, si a los ingleses
no les molesta su origen, para clarificar las palabras está el alemán con su
relación exacta entre cosa y concepto. Panfleto es “Flugblatt” o “Flugschrift”,
algo así como un escrito volador (en Austria se le llama wittgenstianamente
“Flugzettel”) y se lo define como un medio de protesta primario. Ya existía como
tal en 1488. La sabia y complicada lengua alemana prefiere destacar la
volatilidad de la escritura que la temperatura pasional de quién lo forjó. Además
panfleto no debe confundirse ni con la sátira, ni con la polémica. El término
“pamphlet” aparece por primera vez oficialmente como tal en Francia en 1824
por el panfletario par excellence: Paul-Louis Courier : Le Pamphlet des
pamphlets. El panfleto está determinado (fatalmente) entonces por su carácter
temporal, intencional, estilístico y circunstancial. Yves Avril lo dice con claridad:
“Escrito de circunstancia, que ataca, más o menos violentamente,
unilateralmente a un individuo, una idea o un sistema ideológico, del cual el
escritor revela, bajo una presión urgente y liberadora, la impostura”. El
panfletista declama una evidencia o una carencia; se ve obligado a usar un
lenguaje maximalista, patético e hiperbolizado, ya que anuncia una catástrofe o
la muerte de cualquier cosa (una noción, un valor, una moral…); el panfletista
no necesita argumentos, ni aporta pruebas, pues busca la acción sin
mediaciones. El motor inmóvil del “Flugblatt” es, dicho de otra manera, el
desenmascaramiento cínico.

II. En sus clarividentes “Strahlungen”, los diarios de guerra del


nacionalbolchevique, entomólogo y fumador de opio Ernst Jünger (memorias
de la ocupación alemana de Francia en la cual participaba como capitán en el
Estado Mayor de von Stülpnagel y Speidel) en la entrada correspondiente a
París del día 7 de diciembre de 1941 anota: “Por la tarde en el ‘Instituto Alemán’.
Allí, entre otros, Merline, alto, huesudo, robusto, un poco tosco; pero vivaz en la
discusión, mejor dicho, en el monólogo. Habla con el gesto concentrado del
maníaco y los ojos hundidos y brillantes… se tiene la impresión de que este
hombre camina hacia una meta desconocida… (me dice) ‘si los bolcheviques
estuvieran en París les enseñarían cómo se hace, cómo se depura a la población
barrio por barrio, cómo se peina casa por casa’…” Jünger se sorprende de este
escritor francés que le exige a los propios alemanes más dureza de la voluntad
en su guerra de exterminio en el Ostfront. Y no le parecía suficiente la
brutalidad de la Ordenanza de los Comisarios (la infame “Richtlinien für die
Behandlung der politischen Kommissare”) que había sacado a las tropas
soviéticas de la Convención de Ginebra. ¿Pero quién era este antibolchevique
iracundo? El “Merline” jüngeriano no es otro que Louis-Ferdinand Destouches,
(nom de plume Louis-Ferdinand Céline), simplemente Céline, el médico-
escritor más revulsivo del siglo XX. Revulsivo no sólo por su primera formidable
anti-novela, “Voyage au bout de la nuit” de 1932 (¡112.000 ejemplares
vendidos!), sino por el uso y abuso de sus propios y peculiares “Flugblatt”,
panfletos que todavía hoy no han sido re-impresos ni siquiera en Francia (por
interdicción en vida del propio Céline y luego de su viuda, Lucie Almansor-
Destouches). Uno de ellos se titula “Mea culpa suivi de La Vie et il'œuvre de
Semmelweis”, técnicamente un “pamphlet” de acuerdo a la Bibliographiei dei la
France. El editor Denoël et Steele (una novel editorial creada en 1930) declara
que se imprimieron 180 ejemplares numerados y una tirada normal de 28.435
ejemplares. El formato es de 19 cm. y pertenece a una colección,
“Communisme”, dirigida por André Bernot. El registro editorial es de 1936, y es
puesto a la venta el 2 de enero de 1937. Tendrá traducciones casi simultáneas en
inglés, alemán y español (en la editorial Sur). “Mea Culpa” ocupa las primeras
27 páginas, pero antes nos enteramos que del mismo autor se anuncia “Casse-
Pipe. Honny Soit”. El primer insert nos informa que Céline ha hecho un viaje a
Rusia, que su espíritu trágico revelará las realizaciones comunistas en la URSS,
y que sus blasfemias hacia los nuevos dioses no son distintas a las que les aplicó
a los antiguos. Seguramente se ha hecho de nuevos enemigos, pero Céline jamás
busca amigos. Un Témoignagei de resonancia mundial, concluye el publicista
de solapas. La editorial edita sin cortapisas a Mussolini (un éxito de ventas) o al
Néstor de la extrema derecha, Leon Daudet junto con el freudismo más
ortodoxo de la princesse Marie Bonaparte, al propio Freud y Stalin, o al
stalinista Louis Aragon y a nuestro comisario de la Policía Federal, Don Julio
Alsogaray, narrando una historia de la prostitución en Argentina. El editor,
Robert Denoël, será asesinado misteriosamente en Paris en 1945 por un
desconocido de la Resistencia.

III. En la década de los años ’30 estaba de moda el Grand Tour a la URSS, ya
no como visita diplomática sino como turismo revolucionario que servía de
propaganda y reforzamiento ideológico. Entre 1934-1938 llega al final este
curioso sistema de visitas autoritariamente guiadas: aunque los que vuelven ya
no son tan dóciles ni ingenuos como Welles o Benjamín (hablamos de Barbusse,
Rolland, Bloch, Friedmann quien denuncia el maquinismo y la explotación
stakhanovista). ¡Hasta el mismo Tintin tuvo su viaje iniciático desde la extrema
derecha! El punto de no retorno lo marcó André Gide con su “Retour de
l'U.R.S.S.” (1936), a quien le corresponde el honor de ser el primer escritor de
izquierdas que denuncia al capitalismo de estado de Stalin. Su libro explota ya
en medio de la Guerra Civil española. Es un “¡Yo acuso!” que hará época. El
viaje de Céline a la Rusia de Stalin es bien conocido en los círculos
“destouchianos” (y en la gran biografía de Gibault): su amistad con Aragon y su
mujer, Elsa Kagan Triolet (la hermana de Lily Brik, el gran amor de
Maiakovsky). Elsa había logrado que Aragon se afiliara al PCF además de
traducir por primera vez los poemas del gran poeta ruso en Occidente y tenía
gran ascendiente en la burocracia cultural de la Nomenklatura. Logró que se
proyectara una traducción al ruso de “Voyage…”, traducción que nunca finalizó.
En Rusia (y no sólo) había una especie de malentendido con respecto a Céline:
en el Iº Congreso de Escritores Soviéticos, celebrado en agosto-septiembre de
1934, donde participaron entre otros Malraux y el propio Aragon, se debatió el
enigma Céline y se leyeron ¡siete! comunicaciones sobre su obra (de figuras de la
época y del régimen, como Andrei Jdanov, Maxime Gorkii, Iourii Olecha, Vera
Inber). Sin duda la recepción de “Voyage…” fue un enorme error ideológico, un
equívoco de magnitud: Leon Trotsky le había hecho una recensión muy positiva;
incluso Sartre elegirá dos frases de “L’Eglise” como obertura a “La Nauseé”… ¡en
1938!

IV. Pero por lo pronto Céline está en Leningrado vía Estocolmo, aunque no se
conoce con precisión el momento de su llegada, sus recorridos (¿viajó a
Moscú?). Ya se sabe con los viajes: “El viaje es la búsqueda de esa nada, de ese
pequeño vértigo para bobos…”. La única pista es una postal enviada a sus
amigos (J. Bonvilliers y G. Paul) fechada 4 de septiembre de 1936 en
Leningrado, la cual comenzó con “¡Merde!”, y termina con su firma misteriosa
“Louis F.”. Céline posiblemente llegó a Rusia a fines de agosto, a título privado,
sin invitación oficial. Se hospeda en el “Grand Hotel Europe”, el más lujoso de la
ciudad, ayer y hoy. Céline lo recuerda: “en Leningrado, alrededor de los hoteles,
si uno va como turista, se empujan para comprarle a uno de los pies a la
cabeza”. No hay notas de prensa, ni noticias de su llegada en las revistas
literarias. Con visado especial, le colocan una guía de INTOURIST, Natalie,
dócil, educada y espía, sin dudas: entregaba un informe diario de la jornada.
Aparecerá en “Bagatelles…”: “Quand je dis que leur came aux Soviets c'est de la
pauvre ordure, je sais ce que j'avance. Je les ai faites toutes leurs boutiques,
des grandes rues, avec Nathalie ... C'est pas croyable comme immondice le
genre qu'ils exposent ...”. Se puede desplazar libremente por la ciudad y los
alrededores, lo que implica encontrarse con trabajadores, campesinos, beber y
comer fuera del circuito oficial, encontrarse con el populismo lírico de los bajos
fondos. Preguntarse metodológicamente, como Bardamu en “Voyage…”, por el
suplicio del pobre: “¿es así de interminable? ¿es más tenaz que su hambre?”
Yezhov, nuevo jefe de la NKVD no sabe a quién ha dejado entrar en la
madriguera. No son buenos tiempos: entre el 19 y el 24 de julio Zinoviev,
Kamenev, Smirnov y otros trece cuadros son juzgados por traición en Moscú. Es
el llamado “Primer Proceso de Moscú”, se les acusa de formar parte de un
“centro trotskista-zinovievista”, haber asesinado a Kirov en 1934, planear
atentados contra Stalin y toda la troika y colaborar con la GeStaPo. Los
condenados son ejecutados una hora después de la sentencia. Además 160
personas serán detenidas y ejecutadas en relación con este juicio mientras
Céline recorre la ciudad rumiando (“¡Las coaliciones aviesas! ¡Las
conspiraciones repugnantes! ¡Los procesos apocalípticos! ¡Hay que encontrar
demonios! ¡Chivos emisarios!... Sofocar la dura verdad: que no resulta el
‘hombre nuevo’… a los que no comprenden: se los fusila”). Volverá frenético.
Abordará un barco, el “Meknes”, el 21 de septiembre, ahora por Copenhague,
llegará al puerto de El Havre el 25. Desaforado le escribe a sus amigos. Sus
juicios son terminantes: “J'ai ete a Leningrad pendant un mois. Tout cela est
abject, effroyable, inconcevablement infect. Il faut voir pour croire. Une horreur.
Sale, pauvre, hideux. Une prison de larves. Tout police, bureaucratie et infect
chaos. Tout bluff et tyrannie”. ¿El paraíso socialista? ¿La aurora de la
humanidad? Todo no es más que un bluff y tiranía en estado puro. Su
testimonio será inolvidable e insoportable: vomitará su punto de vista en un
mes.

V. “Mea Culpa” lleva a cabo el programa de investigación científica de Bardamu:


desenmascarar. No le cuesta mucho hacer un acto de fe en su confrontación con
la URSS. La tonalidad emotiva la da el exergo del libro: “Todavía me faltan
algunos odios. Tengo la certidumbre de que existen”. El odio es el leit-motiv del
pamphlet. ¿No fue antes el odio contra la guerra absurda, las jerarquías y el
ejército, los ricos y el dinero, contra el cinismo de la vida burguesa, contra el
falso amor burgués, contra el colonialismo y los pueblos sin historia, contra el
americanismo y el fordismo? ¿este odio no abría brecha a la vida? El explícito
referente del odio à lá Bardamu es el stalinismo (el antijudaísmo está latente
esperando otra ocasión). Pero el stalinismo es, sans phrase, comunismo
desplegado. Se denuncia una culpa, aquella de la mentira institucional y tal la
tarea: destruir sin consideraciones todo esquema que se alimente de ella. El
inicio, como decía Heidegger, es significativo: “Lo que seduce del Comunismo,
la inmensa ventaja, a decir verdad, es que va a desenmascararnos al Hombre,
¡por fin!” Desenmascarar al hombre, re-ligar la separación entre ser y
apariencia, tema muy cercano a Schopenhauer (filósofo celiniano, si lo hay). El
mundo como Mayá, pura ilusión, la liberación de la apariencia. Esta era la
promesa del marxismo, su crítica materialista a Hegel, la que fracasa
miserablemente en Rusia. No es lo común: es la impostura de “individualismos
coaligados, no fundidos en una existencia social”. El fracaso del comunismo es
que cree ser completamente materialista y no lo es en profundidad. Ignora el
último individualismo, el esencial que lleva todo a la farsa, a pesar de todo: “el
egoísmo rabioso, de hiel, gruñón, invencible, satura, penetra, corrompe ya esa
atroz miseria, exuda a través, la hace más hedionda todavía”. No se puede decir
que Céline se desilusionó en el viaje, como sostienen muchos biógrafos; ya en
1934 en una carta se autodefinía así: “Je suis anarchiste depuis toujours, je n'ai
jamais vote, je ne voterai jamais pour rien ni pour personne. Je ne crois pas aux
hommes [ ...]. Je n'ai rien de commun avec tous ces chatres - qui vociferent leurs
suppositions balourdes et ne comprennent rien. Vous voyez-vous penser et
travailler sous la ferule du supercon Aragon par exemple ?”. No es un
anarquista, sino un Anarka, al decir de Jünger. Ni droit, ni gauche: allí está la
tentación fascista de los literatos franceses del ’30.

El optimismo antropológico de la ideología stalinista hace a la mentira mucho


más colosal todavía: “El hombre es todavía muy otra cosa, mucho más turbia y
vomitiva que la cuestión de la olla”. Es la otra parte del método: una “no-
doctrina”, como Dostoievski. No hay ni debe haber presupuestos espirituales,
pero el stalinismo sigue enmascarando tanto al hombre como a la vida. Pero es
un enmascaramiento más peligroso, como dirá en una entrevista en 1933,
porque si la locura es peligrosa, la locura como ideología de estado colectivista
es inmensamente destructiva. El comunismo en 1936 se le presenta como una
variante, la penúltima, de mistificación materialista, que no alcanza a
aprehender la complejidad de la totalidad, y mucho menos de la vida. “La
miseria persigue implacable y minuciosamente al altruismo y las más gentiles
iniciativas son impíamente castigadas”, es el mensaje de Céline-Bardamu que
resuena en la bóveda injuriosa del “Mea Culpa”. Pero la URSS tiene otra mentira
aplicada: el maquinismo, el taylorismo (la versión leninista: el stakhanovismo)
más feroz y explotador que en las propias usinas Ford de Detroit (en la cual
trabajó). “Para el espíritu, para la alegría, en Rusia, hay la mecánica… La
máquina es la infección misma ¡La derrota suprema!... Yo he sido médico en la
Ford y sé lo que digo ¡Todos los Fords se parecen, soviéticos o no!”. Se ríe a
carcajadas de la figura del mito soviético al trabajo: el minero Aleksei
Grigorievich Stakhanov (“¡Minero! ¡La mina es tuya! ¡Desciende! ¡Ya no harás
más huelga! ¡Ya no te quejarás nunca más!”). Concluye: “un sistema comunista
sin comunistas. ¡Tanto peor! ¡Pero que nadie de afuera se de cuenta! ¡El que lo
diga será ahorcado!”. El hombre está derrotado en toda la línea: “toda la Rusia
vive al décimo de un presupuesto normal, menos Policía, Propaganda y
Ejército”. La injusticia disimulada bajo una nueva nariz, más poética, “mucho
más terrible que la antigua, mucho más anónima, perfeccionada, intratable”. La
dictadura del partido único con la ideología de legitimación del DiaMat produce
un régimen totalitario más perfecto: la capacidad industrial de legitimación de
masas privando a la multitud de la voluntad de rebelión. Y la burocracia, ya
insolente, autoritaria, mortal y prepotente: “El Hombre… ve pasar al Comisario
en su Packard no muy nuevo… ¡Ah! ¡ha sido reemplazado el patrón! ¡Han
subido al estrado nuevos rufianes! ¡No se ha precisado mucho tiempo!... ¡He
aquí los nuevos apóstoles!”. Celine concluye: “una Revolución sólo hay que
juzgarla veinte años más tarde”, pero el diagnóstico es certero: “¡Mirad… en esa
URSS como la guita se ha rehabilitado rápido! ¡Cómo el dinero ha readquirido
inmediatamente toda su tiranía! ¡Y todavía al cubo!”. La violencia verbal,
inaudita, sin medida, sólo es una via regia para demostrar la decadencia
histórica. Ayer del capitalismo; hoy del stalinismo. Ninguna diferencia, nada ha
cambiado desde la perspectiva celiniana…

VI. Céline también fue malentendido durante la guerra. Y después de ella.


Imbuido de la Kriegsideologie (que había vislumbrado un materialismo
superior al del marxismo) intentó, como Drieu La Rochelle, encontrar una base
popular, fundir lo social en lo nacional. Encontrar “la inspiración popular del
fascismo”, un socialismo fasciste. No hablaremos aquí de sus años negros en la
Francia de Petain, del contrabando de ideas eugenistas y racistas a través de la
medicina, del racismo higienista y pasteurienne, de su candidatura con Pierre
Laval como Comisario aux affaires juives, etc. Fue huyendo a través de Francia
hasta establecerse con el gobierno de Vichy en el exilio en Sigmaringen. Víctima
principal de la rabiosa Épuration, junto con Brasillach, Drieu de la Rochelle,
Giono, Maurras, Morand, De Montherlant y otros. Se le acusó de
colaboracionista con la ocupación nazi. Algunos serían fusilados. Otros
buscarán la salida en el suicidio. Céline se refugiará en Dinamarca. El ministerio
público lo juzgó no por convivencia con el enemigo, sino por el delito menos
grave de “actos de naturaleza que perjudicaban la defensa nacional”. El proceso
se celebró por contumacia en febrero de 1950; Céline en su exilio lo llamó “un
caso Dreyfus al revés”. Fue condenado a un año de prisión, multa, confiscación
de la mitad de sus bienes y degradación de por vida; al año siguiente fue
amnistiado. Parece que el burocrático tribunal no relacionó el Destouches del
expediente con el enorme y polémico Céline. Nunca trató de parecer correcto o
presentable. En este momento los panfletos de Céline parecen haber sido
perdonados: en 1984 el prefecto de París autorizó la colocación de una placa
conmemorativa en el domicilio donde vivía durante la ocupación alemana. El
mismo departamento que fue incendiado por una turba y en la cual se perdieron
varios capítulos de su novela “Casse-Pipe”. En mayo de 2002, el primer
manuscrito de “Voyage…” fue subastado en París por casi un millón ochocientos
mil dólares. Las 876 páginas del original –llenas de tachaduras y correcciones–
quedaron en Francia ya que la Bibliotèque Nationale interpuso su derecho
prioritario para que el texto no salga del país. La suma superó el monto en que
fue subastado el manuscrito “En busca del tiempo perdido”, de Proust, otro
clásico, rematado en 2001 por Christie’s en poco más de un millón de dólares.
Se pagó con parte de los fondos públicos más la donación de… un comerciante
de armas millonario saudita llamado Akram Ojjeh. El enigma Céline es
simplemente la revelación de que la verdad es un agonía que nunca acaba. En su
retiro voluntario en Meudon, Céline sabía que realizaba ad litteram la extraña
profecía de Bardamu: “Amamos nuestro infortunio… Yo había partido en una
dirección de inquietud. Uno toma su papel y su destino muy en serio, sin darse
cuenta, y luego, cuando te vuelves, es demasiado tarde para cambiar. Te has
vuelto inquieto y es así para el resto de la vida”.
Segunda parte:

Política de la re-escritura: “Semmelweis”

¿Vieron en forma mítica los poetas aquello que luego


los hombres de ciencia descubrieron por vía
experimental? ¿Hubo (hay, habrá) ingenios que
combinaron mito y conocimiento discursivo en un único
apetito, aunque sea ambiguo, de esfinge, de quimera o
invocando a Moloch? Hay escritores con un doble
ontológico, inflamados de contradicción, “Doppelgänger”
pero ya no romántico, una bivalencia demasiado
pecadora para la medianía,
incomprensibles/incomprendidos. Malditos pero en el
sentido de padecer una enfermedad, castigados con la
pestilent disase de la licantropía. Escritores
inclasificables que confirman aquello que el doctor Marlowe (primero entre los
primeros) declaró en el “Doktor Faustus”: que el infierno está en nosotros.
Céline estaría seguramente en esta pavorosa lista de condenados, una suerte de
Medardus, que bebió un diabólico elixir, no otro que el veneno de la verdad,
influjo del cual nunca pudo escapar. Contradictorios, violentos, delirantes, así
son los escritos celinianos. No puede esconderse (ni siquiera detrás de los
fantasmas de los estereotipos: fascismo, antijudaísmo, incorrección política) la
belleza salvaje de su gran Stil. La tensión del desdoblamiento azuza su filo
crítico. “Atormentado por el infinito” (como Robinson) una parte de su persona,
intentando asirse a la nausée; la otra una pulsión crítica sin límites, jansenista
radical, absoluto (como Semmelweis, como Bardamu). Los dos personajes
centrales de su gran novela (¿o tratado de filosofía práctica?) conviven
malamente en esos tensos años ’30. Generalmente la aparición en la literatura
del desdoblamiento de personalidad viene antecedida por un trance.
Trataremos de contar esta condition seconde, avizorar la lógica crítica a partir
del trance celiniano: la historia de la vida y obra de Felipe Ignacio Semmelweis.

Hemos hablado del más grande escritor de la segunda mitad del siglo XX, el
doctor francés Louis Ferdinand Destouches, en un artículo sobre sus pamphlets
intratables y políticamente incorrectos. Tratamos de uno en especial, “Mea
Culpa”, su viaje a la URSS de Stalin. En la edición original de 1937, a
continuación, aparecía un raro caso extremo de re-escritura radical o, al revés,
de cómo un texto académico “neutro” se revuelve en una denuncia corrosiva a la
sociedad burguesa. ¿Una tesina médica subvierte y convulsiona la escritura? Si
en “Mea Culpa” el objeto es el stalinismo, en “Vida y Obra de Felipe Ignacio
Semmelweis” el objeto a destruir es el capitalismo liberal. ¿O todo el Zeit
burgués? Veamos su pequeña historia. En una primera parte de su vida Louis
Destouches quiso ser militar y heroico; en una segunda quiso tener una
honorable profesión liberal y se recibió de médico. En 1924 sostuvo su tesis de
doctorado en medicina en París con una investigación (premiada con medalla
de bronce y honores) sobre el trágico caso Semmelweis. La tesis incluía una
dedicatoria, la foto del sujeto en cuestión, una cita de Widal (¡un judío!),
prefacio y bibliografía obligatoria. Un dechado de formalismo académico. Dada
su calidad (incluso para la casta médica) fue publicado como Contraction de
thèse en la “La Presse médicale” en el Nº 51 (1924) con el enigmático título de
“Les Dernieres Jours de Semmelweis”. En 1936 Céline decidirá que este texto
académico (el único que hará en su vida) sea re-escrito o más bien, trazado en
nuevas formas. Su título volverá al original, el motto será “Je me manque ancore
vuelques haines. Je suit certain qu’elles existant” (“Todavía me faltan algunos
odios. Tengo la certidumbre de que existen”). Un antiprólogo avisa al
desprevenido lector que se ha equivocado de libro: “Esta es la terrible historia
de Felipe Ignacio Semmelweis… El lector intrépido será bien pronto
recompensado… Yo habría podido rehacerla desde el principio, adornarla,
volverla más atrayente. Era fácil, no he querido. La doy, pues por lo que vale…
La forma no tiene importancia, sólo en el fondo cuenta. Es aquí, supongo, todo
lo más rico que pueda pedirse. Nos demuestra el peligro de querer beneficiar
demasiado a los hombres. Es una vieja lección siempre nueva… Nada es gratuito
en este bajo mundo. Todo se expía, el bien como el mal, se paga, tarde o
temprano. El bien es mucho más caro forzosamente”. El texto será invertido,
una “Umkehrung” en la cual nace una revolución en el lenguaje político-
literario, hasta nos animamos a decir: un comunismo versión Céline.

¿Quién es este Semmelweis que puede tener un usage antiburgués radical, que
puede usarse como corrosivo de la mentira humana, revelador de las jerarquías
inútiles, de la miopía del poder del capital? ¿Ilustra algo su historia trágica? A
una amiga de Céline, Eliane Tayar, le explica el por qué de su elección:
“L'histoire de Semmelweis était faite pour lui, il ne goûtait que le desastre”. El
arte del biógrafo ¿no consiste justamente en la elección? Schwob repetía que los
biógrafos, como especie de divinidad inferior, saben elegir entre los posibles
aquel que es único. Céline sabe que Semmelweis es único también. Un
“perdedor iluminado”, un héros de l’après-coup o unhappy Hero lo llamaban
muchos de sus biógrafos. Seguramente Céline leyó la clásica biografía de
Sinclair de 1904, aunque podía leer perfectamente alemán y utilizar fuentes
primarias. Bruck llama a Semmelweis “un poeta de la bondad más activo que
otros”. Un filósofo de las ciencias, el positivista alemán Carl Gustav Hempel (del
famoso Wiener Kreis), cita el caso de Semmelweis (junto con Galileo y Pascal)
como el más ilustrativo y paradigmático de una investigación científica. El libro
se llama “Philosophy of Natural Science” (1966), “Filosofía de la Ciencia
Natural”, un clásico de la literatura. Philipp Ignaz, un médico húngaro, realizó
trabajos con respecto a la mortífera fiebre puerperal entre 1844 y 1848, en el
Hospital General de Viena. Su angustia por la muerte continua de mujeres que
habían dado luz es una de las páginas más fascinantes de la medicina moderna.
Semmelweis comenzó a examinar las explicaciones corrientes de la época,
explicaciones autorizadas, con aura científica y doctrinal, indiscutibles.
Semmelweis las refutó escandalosamente, ya sea por contrastación o por ser
incompatibles con los hechos. En 1847, por casualidad, Semmelweis
obsesionado tiene su hipótesis: la materia cadavérica en las manos sucias de los
médicos y parteras era la causa de la infección mortal de las parturientas.
Hempel concluye que Semmelweis realizó todos los pasos de implicaciones
contrastadoras para llegar, por inferencia inductiva, a una hipótesis científica
contrastada por observación y experimentación. Escribió un libro con las
prescripciones y la etiología de la fiebre puerperal que hubiera salvado cientos
de madres (y niños). ¡Cuarenta años antes que Pasteur! Las muertes eran bien
clasistas: la mayoría eran pobres, madres solteras de origen popular o
prostitutas encintas. La escoria humana. “La mayoría”, dice Céline, “son los
seres más abatidos, más reprobados por las costumbres intransigentes de la
época”. ¿A quién podría interesarle? Bardamu lo dirá más adelante: “La vida de
los sin recursos no es más que una larga negación en un largo delirio”. La lucha
fue en vano. Fue sucesivamente ignorado, burlado y despreciado, tanto
Semmelweis como su hipótesis. La época era revolucionaria. Él mismo
participará como revolucionario en su Budapest natal contra el imperio del
reaccionario Metternich. Lidera grupos entre las barricadas callejeras.
Derrotado el movimiento pasa hambre, exclusión, persecución. Sus amigos le
consiguen trabajo en una maternidad de Buda con la condición que permanezca
callado. Silenciosamente durante cuatro años redactará su obra “Etiología de la
Fiebre Puerperal” (1847), todavía hoy insuperable. Cuando ya en 1856 se lo
nombra director de la clínica, rompe su silencio con un panfleto violento:
“¡Asesinos! llamo yo a todos los que se oponen a las normas que he prescrito
para evitar la fiebre puerperal. "¡Contra ellos me levanto como resuelto
adversario, tal como debe uno de alzarse contra los partidarios de un crimen!”.
Pierde la razón o la locura lo invade. Para ser Semmelweis, contrapone Céline,
se necesita “de un entusiasmo más poético que el rigor del método
experimental”. Aquí es donde arranca Céline: cuando calla Hempel, el
positivista vienés.

¿Descubrió Céline la verdad en el invernadero académico leyendo los manuales


sobre infecciones puerperales? ¿Se terminó de asfixiar entre practicantes,
burocracia indiferente, castas profesorales, arribistas, investigadores con caspa
y positivistas dogmáticos? Ahí está su desprecio por el pequeño burgués
estudiante de carreras liberales, ese “burgués jovencillo”: “En los estudiantes
sus deseos eran siempre los mismos, sólidos y rancios, ni más ni menos
insípidos que antaño, los tiempos en que yo los dejé…Se concedían veinte años
de adelanto, doscientos cuarenta meses de tenaces economías para fabricarse
una felicidad. Era una estampa de Epinal… reclamaban bohemia, más bohemia
para aturdirse, esa especie de desesperación en forma de café con leche”. La
medicina, quintaesencia del carrerismo liberal, es un engaño más: “no es más
que un sentimiento, una piedad más activa que las otras”. Semmelweis encubre
a Bardamu, le anuncia a Céline su destino, su predestinación: “Los que deben
crear cosas admirables no pueden pedir a uno o dos afectos particulares las
fuerzas afectivas en que han de abrasarse sus formidables destinos. Vínculos
místicos los atan a todo lo que existe, a todo lo que palpita, los preservan y a
menudo los encadenan en un entusiasmo sagrado”. No era un investigador
positivista enarbolando la bandera de la ciencia neutra, todo lo contrario: “no
poseía ese afán por la verdad pura, que anima a los investigadores científicos.
Puede decirse que nunca se habría lanzado por el camino de las investigaciones,
de no haberle arrastrado una ardiente piedad por la angustia física y moral de
sus enfermos.” Y lo confiesa el mismo doctor Semmelweis en una carta
desesperada a un amigo: “Mi querido Markusovsky, mi buen amigo, mi suave
apoyo. Debo confesarle que mi vida fue infernal, que desde siempre la idea de la
muerte de mis enfermos me resultó insoportable, sobre todo cuando esa muerte
se desliza entre las dos grandes alegrías de la existencia, la de ser joven y la de
dar la vida”.
Semmelweis, un atípico producto plebeyo, ya no duerme: “No puedo dormir ya.
El desesperante sonido de la campanilla que precede al sacerdote portador del
viático, ha penetrado para siempre en la paz de mi alma. Todos los horrores, de
los que diariamente soy impotente testigo, me hacen la vida imposible. No
puedo permanecer en la situación actual, donde todo es oscuro, donde lo único
categórico es el número de muertos”. Céline rodeado de cadáveres de jóvenes
sacrificados en una guerra interimperialista absurda, sucia, sin gloria.
Semmelweis rodeado de cadáveres de madres. De cientos, miles de cadáveres de
jóvenes mujeres. Muertes inútiles, innecesarias, sacrificiales, sin sentido,
engrasando la rueda del progreso. Semmelweis importa en cuanto a cómo la
civilización burguesa hace expiar a los buenos e inocentes. Cómo reduce a polvo
a sus poetas de la bondad.

¿Fue la vivencia de guerra de Céline, el Geist des Frontkämpfertums, la que


dormitaba esperando la inspiración, sea de Musas o hastío? Sí, esa experiencia
en la Primera Guerra Mundial lo transformó, “la guerra mueve todo tu interior”,
para siempre y sin retorno. La guerra pone a la muerte en primer plano, es
meditatio mortis. La muerte es todo, es la absolute Situation. Semmelweis,
como Céline, ha visto y tocado la Mort. Es la muerte la que permite una
profundidad del alma a la que es extraña la superficialidad bourgeois. Una
comunidad materialista profunda, que supera y cancela, como experiencia
emocional, al liberalismo y al marxismo. Incluso la visión positivista y
vulgarmente materialista de la ideología del progreso. “La Razón no es más que
una pequeñísima fuerza universal”. Los que no vivieron esa comunidad
primordial no entienden nada: “La guerra, al no haber afectado su quinta, nada
había movido en ellos” dice Bardamu. La obertura de Semmelweis comienza con
su caída en un mundo en guerra, Céline interfiere el discurso académico con un
dispositivo poético violento: Europa en plena guerra napoleónica y la falsa paz
anuncian la llegada al mundo de Semmelweis. Es un mundo enfermo,
convaleciente de sangre y matanzas. Falso, lleno de máscaras, de patética
seguridad para los ricos, la banal y filistea república de los años ’20 y ’30. Esa
feria de la Zivilisation decadente y sin remedio: iluminismo utilitario y
filantropía de la felicidad en el consumo. Un Grand Guignol de miedo y muerte.
La Kulturkritik de Céline toca el nervio de la racionalidad del capital.

El alma turbia, proletaria y revulsiva del Asfalto. Si la ciencia (humanidad)


avanza es como subproducto. El progreso burgués no es otra cosa que
accidentes, resultados no intencionales del egoísmo individual, la codicia, el
Mal. Azar y Destino. Céline nos lo recuerda: “¡Las audacias del progreso son
frágiles!”. En este magma irracional (plagado de víctimas y verdugos)
Semmelweis es el héroe negativo, uno más. Su pathos es anticonvencional
(“impetuoso diletante”): Céline nos describe su origen plebeyo, su enorme
atracción por el verdadero universo de la vida: la Calle. Como Bardamu,
Semmelweis es un producto predestinado a la santidad que ha construido su
vida interior “en uno de los lugares más meditativos de nuestra época, en
nuestro santuario moderno: la Calle”. En “Voyage…” también: “No vale la pena
debatirse, basta con esperar, puesto que todo acaba en la calle. En el fondo, sólo
ella cuenta. No hay más que decir. La calle no espera. Tendremos que decidirnos
a bajar a la calle, no uno de nosotros, ni dos, ni tres, sino todos”. Ahí está la
clave: todos debemos bajar a la Calle, perdernos en el fin de la noche. En al calle
se sueña, en la calle se escucha (al que desee oírlo) la canción del Pueblo (“la
verdadera”) que como la gran música, hace comprender lo Divino. Semmelweis
es anti-institucional: aborrece la educación formal, el autoritarismo, la
mediocridad. Sigue sin entusiasmo las clases de liceo. Un día sigue un curso de
medicina en un hospital, abandona derecho. El destino lo empuja a ir mucho
más lejos que la Verdad. Su único defecto: no engañarse a sí mismo, ser brutal
en todo (en especial consigo mismo), querer “quebrar” a los hombres en su
necedad y, en especial, querer forzar todas las puertas rebeldes del status quo.
Se contacta con cirujanos y obstetras; su amor a la vida, inconmensurable y
callejero, le acerca al dolor y la muerte. Es un ángel bondadoso, justo en una
sociedad donde “la bondad no es sino una pequeña corriente mística entre los
otros, cuya indiscreción difícilmente se perdona”. Empieza a trabajar con
cirujanos (recordemos que en esa época nueve de cada diez operaciones
terminaban con la muerte del paciente, mayormente por infección).
Semmelweis escribe indignado: “Todo lo que se hace aquí me parece
completamente inútil, los decesos se suceden con simplicidad. Se sigue
operando… sin tratar de saber a ciencia cierta por qué tal enfermo sucumbe…”.
Nada habrá de detenerlo de aquí en adelante. Ni la burocracia, ni el dinero, ni
los cargos, ni la opinión pública…

Semmelweis no lo sabe pero es un hombre con una misión. La crítica ideológica


al capitalismo, desde la nueva Droit, apuntaba a recuperar la evocación del
Destino, oponiéndolo a la “causalidad” instrumental, a la racionalidad y al
cálculo capitalista, al pensamiento mecánico. En este sentido, el destino, la
predestinación como estado de gracia laico, no se puede definir con las
categorías formales del cálculo o la lógica instrumental, sólo puede ser
avizorado, comporta un grado de secreto e irracionalidad inaccesible e
incomprensible para el ethos burgués. El honor más sagrado es obedecer el
Destino. Algo insoportable para la cultura de seguridad y comodidad del
burgués medio. Destino es opuesto a Zivilisation (identificada con la ideología
del cálculo). Destino es concepción trágica de la vida, un llamado que no se
puede evitar: “¡Entra en rebelión, emprende el camino de la luz!”. ¿Un solo
hombre puede enfrentarse a la ideología dominante de la civilización
occidental? Ni siquiera en este caso, con un descubrimiento “tan luminoso, tan
útil a la felicidad humana”. Por más alto que vuestro genio os coloque, resume
Céline, por más puras que sean las verdades enunciadas, por más vidas que os
afanéis en salvar, “¿se tiene el derecho de desconocer el formidable poder de las
cosas absurdas?”. La conciencia de las almas bellas no es, en el caos del mundo
del capital, más que una pequeña luz, “preciosa pero frágil. No se enciende un
volcán con una bujía. No se hunde la tierra en el cielo con un martillo”.
Semmelweis exige una revolución de un nuevo tipo. Ya no en el modelo
leninista-staliniano (fallado y copiado a su hermano bastardo, el capitalismo), se
buscará un comunismo con alma (la frase es de Céline), con ánima racial y
nacional, un socialismo ya nacionalista que destruya la vanidad de la existencia
bourgeois. Aquí Destino se amoldará a nueva comunidad, a sentido de
sacrificio: “Sólo él se rebela contra el Destino y no es aplastado”. Semmelweis lo
reconocía en una carta: “El destino me ha elegido para ser el misionero de la
verdad…”.

“El hombre es un aprendiz, el Dolor es su maestro”. Céline también descubre


esta pulsión (una de las Musas), única e insustituible, en Semmelweis. El Dolor,
que agudiza y radicaliza, que rebela al alma, ha sido anestesiado y excluido. El
hombre –y esta definición tiene un eco soreliano– “es un ser sentimental. No
hay grandes creaciones fuera del sentimiento, y el entusiasmo se agota pronto,
en la mayoría de los hombres, a medida que se alejan de su sueño”. Aunque
Céline nunca se jactó, ni intentó ser un “bien pensador”, todo Semmelweis es
filosofía en estado puro, pero no de profesores de filosofía. Su denuncia es del
horror nihilístico de la sociedad burguesa, de una forma de vida que necesita
para autoafirmarse de la absoluta infelicidad humana. El asalto de Prometeo al
cielo (y ahí está la Revolución Francesa, ahí está la URSS) concluye siempre en
la venganza, el egoísmo disfrazado y la expiación. La emancipación puramente
política es una emancipación abstracta y más encubridora que la anterior.
Ninguna de esas comunidades falsas (formales) incluye mecanismos catárticos
extremos y resolutorios referidos a valores supremos. Generaciones completas
de alienados producen un pesimismo filosófico que no asusta ni a Semmelweis,
ni a Céline: “No hay más que guerra en el corazón de los hombres”, éste es el
fundamento ontológico en que debe basarse para romper el conservadurismo y
la inercia de las masas educadas en la ética analítico-utilitarista.
Si la antítesis vida-muerte, o mejor decir, si la hipótesis materialista más fuerte
es central, lo es como antítesis vida-poesía. Por supuesto: la respuesta al
problema de la muerte y la finitud no la dará Céline superada en el mecanismo
salvífico-sublimador de la tradición occidental cristiana, mucho menos en la
filosofía académica (“Filosofar es un modo como cualquier otro de tener miedo y
no conduce más que a cobardes simulacros”). Ni hablar de los trillados caminos
políticos a disposición en la Europa de entreguerras. Pero va más allá: usando
elementos contra-ideológicos, algunos comunes y otros alternativos al
marxismo de los años ’20 (Kriegsideologie, antirracionalismo, revisión
antimaterialista, anticartesianismo, pesimismo antropológico, síntesis
nacionalsocialista, etc.) con un nuevo estilo y una retórica ensayística todavía
insuperable.

Parece que incluso se llegó a infectar deliberadamente a parturientas para


demostrar la falsedad de las propuestas de Semmelweis. Lo atacan la
corporación académica, los políticos, la burocracia municipal, sus propios
colegas, la supersticiosa incredulidad del hombre medio, la prensa, incluso su
familia. Lo insultan en el hospital las enfermas, estudiantes y enfermeros. Una
hostilidad absoluta se opone a cualquier decisión suya. Decide no escribir más
tratados de medicina. Un Bartebly dolido. Sus ideas no son acogidas en el
extranjero como esperaba. Pierde su trabajo, la lucidez y la razón. Sus escritos,
en vez de buscar argumentos técnicos o científicos que corroboren sus teorías
son largas e injuriosas parrafadas contra todos los profesores de obstetricia y el
sistema médico clasista. En su desesperación llega a pegar pasquines en las
paredes de Buda advirtiendo a las familias que no deben consultar con los
“agentes de la muerte”, médicos y comadronas oficiales. Sus palabras se vuelven
rabiosas, incoherentes, impolíticas. Su cuerpo se inclina. Camina tambaleante.
Busca tesoros secretos escondidos en las paredes de la casa. La locura se
apodera de su alma. Vagabundea por la ciudad entre risas. Tiene alucinaciones
que le provocan terrores y violencia. Corre a la calle a perseguir a sus
aparecidos. En una de sus crisis, aparece en medio de la sala de disección de la
Facultad. Ante los ojos espantados de los alumnos, coge un escalpelo y desgarra
los tejidos del cadáver. Escarba con los dedos. Nadie se atreve a detenerle. Con
un brusco gesto se corta deliberadamente. Sangra, grita, amenaza. Logran
desarmarle. Se infecta mortalmente. Su agonía durará aún tres semanas,
recorriendo todas las fases que él tan bien conocía en sus parturientas pobres:
flebitis, linfagitis, peritonitis, pleuresía, pericarditis, meningitis. Su pieza
proletaria se puede hoy visitar. El realismo socialista le dedicó una película. La
última escena de Semmelweis es la más intensa de toda la literatura europea:
“El 16 de agosto por la mañana la Muerte lo tomó por el cuello. Se ahogó”. Tenía
cuarenta y siete años. (Nicolás González Varela)

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