No. pels pab a
MARANA A MARANA, tarde a tarde, vefan chmo la obra
“grilesa del edificio iba creciéndo: primero los fosos de
los cimientos para plantar la raiz de la construccién; en.
seguida el concreto, el varillaje de fierro para darle fir-
Meza a ese concreto, asegurando estabilidad en caso de
terremoto porque se trataba de un edificio de gran ca-
tegoria. Luego el primer piso, la losa, el ruido infernal
de la maquina mezcladora, las risas y gritos del enjam-
bre de obreros que corriendo por el terraplén de tablo- |
nes acarreaban mezcla en carretillas para verterla en
cajones verticales, donde al endurecerse formaban las
pilastras destinadas a afianzar los muros que iban su-
biendo, hilera tras hilera de ladrillos colorados, dejando
vanos de lineamiento transitoriamente impreciso para
las ventanas y las puertas; después otro piso mas, y
otro, hasta alcanzar dentro de unos meses —era de su-
poner— la altura proyectada.
Este edificio se estaba alzando en una de las calles
arboladas més tranquilas de la parte madura de los bue-
nos barrios residenciales, sombreada por platanos y
ceibos, al atardecer frescas de jardines regados y fra-
gantes de jazmin, fipa y césped recién cortado. Los
vecinos no veian con buenos ojos la aparicién de un
edificio de departamentos en el barrio donde hasta aho-
Ya, por suerte, no existfa ninguno, porque en primer
lugar obstruiria la vista, y, en segundo, porque traeria
gente inclasificable a esta calle hasta ahora habitada
por gente de toda la vida. Por qué aqui, se pregunta.
ban algunos, irritados por esta insinuacién de cambio,
Por qué justamente aqui y no en alguno de los barrios
nuevos mas de moda, de més arriba? Los vecinos, en
todo caso, no llegaron a convencerse del lado positivo
del asunto, aunque el constructor, pero sobre todo el
95ron a los intrépidos que fueron a consultarlos, que se
trataba de departamentos de gran lujo. No quedarian
descontentos con el resultado, les dijeron: se trataba
de un edificio de proporciones discretas, para gente muy
seleccionada que no estropearia el ambiente armonioso
de las buenas casas del barrio que habia ido adquirien-
do cierta patina, por decirlo asf, con sus Arboles inmen-
sos, sus prados, sus _matorrales inexpugnables defend
dos por rejas de fierro y mastines..., el simpatico alarife
agregé que se diera por descontado que un paisajista
rodearfa el nuevo edificio con agradables areas verdes
segtin lo mandaba la ley vigente en este sector, ahora
que las cosas en el pais parecian haber terminado por
ordenarse.
Los més molestos eran Francisco Castillo y su mu-
jer, BI Castillo de Castillo: Tas Ventanas traseras
del edificio se abrian justo sobre su jardin, donde el ci
bo, por desgracia, no quedaba al lado que debia para
ocultar su residencia de la curiosidad de los futuros
vecinus. No iban a dejar de ver a Blanca hecha un
cachafaz bajo su chupalla, trabajando en los macizos
de peonias, delphiniums, centaureas y caléndulas que
con su magnifico estallido de color durante todo un
mes de primavera alegraban el coraz6n..., si, lo alegra-
ban aun antes, esperando ese mes, prepardndolo con
podas, trasplantes, injertos, almécigos. En la Exposi-
cién de Flores de octubre, no pocas veces Blanca Cas-
tillo habia conseguido galardones importantes —por sus
peonias rojas sobre todo, casi negras, que eran sober-
bias; nadie las tenfa como las suyas—, premios que
eran su orgullo porque por su trabajo los merecia. Aho-
ra, en vista del edificio que por el momento no pasaba |,
de ser un antipatico esqueleto hediondo a cemento
Inimedo, se alegraba de que Pia se hubiera casado cua-
tro aflos antes y tuvira casa propia y,su propio jardin
para asolearse en el estado de desnudez que 86 Tea
tojara. De otro modo hubiera resultado insoportable
que no sélo los obreros que hormigueaban sobre la
arquitecto que era una persona conocida, les asegura-
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creciente estructura, sino futuros vecinos, se dedica-
Fan a fisgonear para ver a su hija, tan larga, tan delga.
da, tan morena, desde detras de hipotéticas cortinas de
pésimo gusto.
El matrimonio de Pia,con la brillante recepcién que
se extendié desde la terraza en que habitualmente se
reunjan a tomar tragos, hasta las mesitas arregladas
en el jardin, ahora era algo firmemente establecido
en el pasado. En cambio, a Blanca y a Francisco Cas-
tillo les habia costado una semana completa, después
del reciente matrimonio de su hijo Andrés, volver a
adquirir el ritmo normal de sus vidas. No es que du-
rante esta ceremonia fuera muy complicado el papel de
los padres del novio —al contrario del papel de los pa-
dres de la novia, que por experiencia sabian que era
tuna locura; Andrés se habia casado con la hija, precio-
sa y muy inteligente por otra parte, de gente que ellos
no conocian, y Andrés, sensato y carifioso, no les exigia
que los conocieran mas—, pero cuando las personas Ile-
gan a cierta edad siempre se agitan més de lo necesa.
rio, y prefieren lo que siempre han conocido,
Andrés se cas6 un sdbado. Sélo al lunes subsiguien-
te, Francisco, con su bastén —una coqueteria sentadora
@ Sus afios y al dejo de cojera debida a causas dema-
siado borrosas en el pasado para recordarlas—, y Blan-
ca, después de comer tranguilamente, pudieron retomar
su costumbre de sacar a dar su paseo alrededor de la
manzana, bajo los Arboles, a la perra cocker spaniel
dorada que Pia habia bautizado con el absi mn
de Marlene Dietrich: ¢l-resultado fue que las emplea-
das, especialmente la(Rita,) que era de Chanco, la la-
maban con fonemas sdte-remotamente parecidos a los
del nombre de Ja estrella germana. Sin embargo, Marle.
ne Dietrich los comprendia perfectamente, sobre todo
si se trataba de su hora de comer.
Para las personas maduras, estos_minimos rituales ‘
£otidianos, como sacar a la perra despiiés de comida, ad.
quieren tn delectable caracter de hitos reguladores que."
van dandole homogeneidad y prolongando ef tiempo, an- °
7|tes de instaurar el miedo de que comience a escasear.
‘Cuando Hega la edad en que uno sigue trabajando so-
bre todo para probarse que es capaz de seguir, cuando
los hijos se van, levandose todas las preocupaciones,
son cosas como el aroma nocturno de los arboles y el
rumor del agua refrescando las hojas después del. bo-
chorno del dia, lo que parece fundamentar la esperanza
de cualquier forma de renacimiento.
Francisco Castillo pensaba, cerrando la reja de su
casa para sacar a Marlene Dietrich, que este deleite
tan modesto que era caminar alrededor de la manzana
del brazo de su mujer, jugueteando con su bastén inne-
cesario, reverdecia la emocién de una pareja afianzada
por enfocar con preferencia las peripecias positivas,
aunque fueran minimas, enriquecidas por el coraje de
incluir también lo que no fue bonito. Después del ma-
trimonio de Andrés, instigados por la intrusién del edi-
ficio vecino, consideraron fugezmente la posibilidad de
vender su casa, ahora demasiado grande para dos per-
sonas. Pero Blanca concluyé que por ningin motivo
ella moriria en un departamento; estaba acostumbrada
a sus flores y a sus drboles y a sus empleadas; franca-
mente, no vefa raz6n para privarse de estos gustos. Ade-
més, asintié Francisco caminando lento tras Marlene
Dietrich que husmeaba los Arboles y plantas de la ve-
reda, no tenfan ninguna necesidad de vender. [Andrés
mismo, que después de una adolescencia facil florecié
en una juventud de compromiso real con los temas
econémicos tipicos de la nueva generacién, les dijo que
en este momento el precio de las propiedades era bajo
debido a la recesién mundial, y serfa tonto, pudiendo
hacerlo, no “esperar hasta él afio siguiente cuando las
perspectivas serfan més auspiciosas. |
Era necesario tener un poco de paciencia, se repe-
tian. Pero a Blanca y a Francisco los molestaba la nue-
va construccién, vigilante, hiimeda, inestable y transito-
ria, no sabfan por qué, y la incomodidad del gentio que
atraia a esa calle: los gritos, la efervescencia de los
muchachones que acarreaban material, la mezcladora
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bulliciosa, los camiones que descargaban piedreci
arena obstruyendo la vereda, montones de sacos deco.
mento, la calzada con frecuencia atascada por vehiculos
demasiado grandes, y en la tarde la alegre partida de
los obreros —zcémo se las arreglaban para andar tan
Timpios y bien trajeaditos, pensaba Blanca recordando
Jos harapos de los obreros de antes; canturreando al
partir con sus chaquetas y bolsones de falso cuero, re-
ign lavados después del trabajo, el pelo negro mojado
¥ Telamido?—, contentos como’ toda la gente joven
Y también como alguna gente ya no tan joven, capaz
de sentir que unos sencillos pascos nocturnos bajo los
arboles son ingredientes no desdefables de lo que,
le todo, con la humildad *
conocer como felicidad. ee
Velour
De Pronto, de un dia para otro, la construccién veci
se detuvo. No soné la infernal maquina messladoee Ne
legé el hormigueo de trabajadores en la mafiana, Ni se
oyeron sus gritos ni los bocinazos de los camiones ni el
bullicio. Quedaron los tres pisos de la obra gruesa rezu
mando humedad, etizados de varillas de fierro que asp
raban a la mayor altura del proyecto completo, y hasta
Jos montones de arena y piedras y ladrillos, y los sacos
de cemento desaparecieron de la vereda, que quedo line
pia, Se Ilevaron las herramientas, las maderas, desar.
maron la casucha del cuidador y la transportaron a otra
arte, y los baldes y las palas y los harneros y la ma-
quinaria menor, relegando toda traza de actividad al
pasado. Los habitantes del barrio slo recordaban un
Vago temor de verse invadidos. Tan vacia quedé la obra
gruesa que no cerraron a Ia calle los tres pisos del edi
ficio inicialmente destinado a tener cinco: un cascarén
fe ladrillo y cemento completamente hueco, con sue-
le tierra que no se termin:
de boguetes abiertos al clean" S*e8" Tasparente
99,