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El Bardo y Su Reflejo
El Bardo y Su Reflejo
— ¿De verdad crees que <<El Bardo y su reflejo>> es…? ¿Cómo decirlo…? ¿Un
título… adecuado?
Liliana esperó alguna señal en los ojos de su mustio colega, editor, agente, comercial;
un chupa sangre vulgar y corriente. Al comprobar que lo que decía era cierto, que no
bromeaba, que la había citado en su despacho al final del día sólo para reírse del título
de su nueva novela y que siquiera aún se había pronunciado sobre lo arriesgado del
contenido, se acercó un poco al borde de la mesa con mirada agresiva, y desde el otro
lado, espetó:
— Es perfecto, cariño. Bardo; un poeta lírico.
— Sé qué es un bardo, pero no, dista bastante de la perfección. ¿Quién va a leer un
libro con un título tan flojo? Ni haciendo un Dalí con la portada lograrías captar
la atención de algún lector; sabiendo lo difícil que está el jodido mercado
editorial, ni poniendo miembros descuartizados en la portada venderías un
libro…― se rascó la cabeza, visualizando una imagen dantesca―. Bueno, a lo
mejor lo de los miembros puede que funcione si hay mucha sangre… ¡No! ―
aporreó la mesa― luego está lo incompresible de la… ¿novela?
— No necesito lectores, ni reconocimiento. Es el título de todo cuanto he vomitado
en estos últimos ocho meses. Estoy podrida.
— Y que lo digas. Pero todo lo vomitado apesta, más si es tuyo. Insisto. No es un
buen título y sin lectores no habrá dinero― dijo cruzado de brazos―. ¿Quién te
paga, Liliana, lo recuerdas? Se llama contrato, y debes cumplirlo. No eres más
que un producto, actúa como tal. Además, ¿en qué coño pensabas cuando la
escribiste? Es un auténtico lío… un follón atemporal; no le veo el sentido por
ningún lado, cojas por donde lo cojas, carece de estructura… de lógica…
— ¿Sabes, José?
— ¿Qué?
— Me das asco.
— Y tú deliras. No das una. Por favor… ¿El bardo y su reflejo? ¡Joder!
Liliana se puso de pie interrumpiéndole. Cogió el vaso de whisky que momentos antes
José había servido como cortesía y, vertiéndolo en el suelo, lo dejó vacío de líquido
conservando los hielos en su interior. <<Quince euros derramados en la puta
moqueta>> debió pensar José. Después levantó su falda, bajó sus bragas hasta los
tobillos y llevó el vaso entre sus piernas, posicionándolo en la cara interior y superior de
sus muslos, orinando en el vaso y llenándolo hasta la mitad, sin derramar una sola gota
fuera de éste, con insuperable perfección, ante la estupefacta mirada de José que tuvo
que reír en defensa propia.
— Jodida loca.
— Esto es lo que hay. Tu whisky es una auténtica mierda. Mejor destilado que este
que acabo de servirte no encontrarás otro. O lo tomas, o lo dejas.
— ¡Jodida loca!
— Insisto, cariño.
José intuyó, al llevar años leyendo las novelas de Liliana, que parecía estar fuera de sí.
Se levantó y se dirigió hacia el perchero donde tenía colgado su abrigo. Mientras se lo
ponía, Liliana avanzó con el vaso de orina hasta él, removiendo los hielos que se
derretían poco a poco. Indignada, le miró. José se armó de valor para salir de aquella
trifulca sin decir palabra y ella arrojó el líquido en su rostro.
— ¡Bastardo cabrón!
Agarró una pluma y la clavó en su pecho. La retorció. José no…
Carla se detuvo en seco, como si no se hubiera percatado del cambio a rojo del disco
de un semáforo. Dejó de escribir en el ordenador, paralizada y asustada, en cierta
manera, por lo que acababa de escribir: << ¿Mear en un vaso? ¡No puede ser!
Demasiado atrevido y… vulgar. Y… ¿matar a José? ¡Estás loca!>> pensó riendo.
De algún modo, Carla se estaba desahogando y vengando por lo que había vivido la
noche anterior. Todo lo relatado en su pequeño texto, era verdad, exceptuando que ella
no era Liliana y José, estaba vivo, y que bajo ningún concepto orinaría en un vaso como
describió. Lo único real era su novela, su reciente fracaso: <<El Bardo y su reflejo. >>
Un texto que había provocado las risas de su mustio colega José.
Carla se levantó al baño. Necesitaba refrescarse, eliminar todo pensamiento malvado.
Pero al mirarse en el espejo, sonrió: Liliana… qué guarra eres. Measte en el vaso. Es
hora de jugar, ¿jugamos?
2
Álter ego.
.
Pensó Carla. Sí; mi álter ego.
Y la idea de una escritora deplorable que escribiría lo que se le antojara, sin ataduras ni
reglas, lograba quitar y entorpecer su sueño. Después de todo, ella era ella y yo, ambas.
Mañana, con urgencia, se reuniría con José para zanjar determinados asuntos que urgía
tratar. Abrió su explorador, y fue directa a su cuenta de correo electrónico. Tecleó
Valjean, su contraseña, y una vez dentro, redactó el siguiente correo:
Estimado José,
Un cordial saludo.
Dejó el ordenador, agotada. ¿Un cordial saludo? Hace años que conozco a ese hijo de
puta. Qué asco de modales y formalidades, dijo. Fue al baño. Sentada en el retrete vio
su reflejo en el espejo largo que utilizaba para ver su figura entera cuando se probaba un
vestido y fantaseaba con causar impresión. Pero lo cierto es que pocos vestidos se
ceñían apropiadamente en Carla.
Le llevó tiempo liberar la orina y al relajar su cuerpo se le escapó una ventosidad. Rió.
Miró su reflejo: ¿Te atreverás a contar esto, Liliana? ― preguntó imaginando que quien
estaba dentro del espejo era su nueva criatura―. Tu nueva novela brillará por su
naturalidad. Debes despistar, enredar, y sobre todo, ensuciar… ¡ensuciar! ¡Liberté!
3
Amaneció. Una niebla espesa, fantasmagórica, se afianzaba entre las ramas de los
árboles, a las farolas, en las esquinas de los edificios, durmiendo en los semáforos,
consiguiendo aletargar el arranque de la Ciudad Muerta, tal y como la llamaba Carla,
que se desperezaba admirándola por el ventanal de su salón.
Se preparó una taza de café, de aroma intenso y amargo gusto al final con un ligero
toque afrutado que podía distinguirse sólo si uno se lo imaginaba. Encendió el
ordenador y fue a ver si José hubiera recibido el correo que le envió anoche y dignado a
contestarla. Nada. Iré igualmente, dijo. No necesito la confirmación de ese imbécil ni su
consentimiento. ¡Claro que no! Después de todo lo que se rió, después de cómo me
ofendió… y humilló… pero, antes, antes empezaré a escribir sobre Liliana; lo necesito.
¡Liliana! Es… ¿Cómo describirlo? Como… es como si hubiera roto aguas… he estado
con ella en mi vientre y ahora la voy a parir, de golpe. Y quiero que sea doloroso y
escandalosamente sucio, que sangre tantísimo que roce y bese a la mismísima parca.
Y así, Carla empezó a parir a Liliana, inspirada, como era de esperar, por el amanecer y
la niebla. Todo lo que escribiría Carla durante una hora no la llevaría a ningún lado.
Daba vueltas, imaginaba cosas, pero nada tomaba la forma esperada ni deseada.
Defraudada, sólo dejó el comienzo:
98
Era el número del portal de la agencia. Subió hasta el piso octavo. Tocó el timbre de la
puerta B. Abrió Isabel, la secretaria y recepcionista. Sonrió con levedad a Carla, pero
ella no devolvió el gesto.
— Buenos días.
— Hola, buenas; quiero ver a José.
— ¿Ha pedido hora?
— Sí.
— Muy bien, ahora mismo le comunico que usted está aquí.
— Gracias. Muchas gracias.
Al cabo de unos minutos Isabel reapareció riendo, como si guardara un discreto chisme
o secreto que habría compartido instantes antes con José. Le costaba mirar a los ojos a
Carla y cuando lo hacía soltaba una risotada. ¿Qué le habría dicho este a Isabel para que
se riera de ella? ¿Estaría José también riéndose cuando ella entrara?
— Señorita, me ha dicho que pase. Está al fondo, en su despacho. Donde siempre.
— Muy amable, gracias.
Carla entró sin vacilar, con ganas de guerra. Para hacer crecer su orgullo, caminó por el
despacho y se situó enfrente del espejo, colocando algunos mechones, imaginando ver a
Liliana en su interior. José no reía, y mantuvo el semblante, como si estuviera en jaque
por algún motivo incógnito. Se levantó para estrechar su mano y fue después al mueble
bar a servirse, a lo mejor, un vaso de whisky.
— ¿Recibiste mi email? ― preguntó Carla, curiosa.
— Claro que sí― contestó José, que de pronto, aguantaba la risa― ¿Quieres una
copa?
— Un poco temprano para el alcohol, ¿no crees, José? ¿Qué os hace tanta gracia a
ti y tu secretaria, si puede saberse?
— Nada, nada… es que… Bueno, a partir de las diez, ya se puede beber sin
prejuicios. ¿No?
— ¡No! Por favor… ¡Es demasiado temprano!
— Puede, aunque siempre, y todavía más si se presentan los atenuantes adecuados,
es un buen momento para mear, ¿eh?― dijo José clavando sus ojos en los de
Carla, y guiñando con sensualidad depredadora uno de ellos. Después elevó la
copa y vertió el contenido en el suelo, emulando e invitando a Carla a
representar una escena más que familiar. A continuación, se desternilló de risa.
Aterrada, como si se hubiera quedado desnuda y atada ante José, Carla salió corriendo
despavorida hasta la calle, donde la niebla, de nuevo, la engulló. Respiraba
entrecortadamente, le faltaba la respiración y el ritmo de su corazón se desbocó. Sólo
una pregunta se repetía en su mente. ¿Cómo?
Tirada en la acera de la calle, Carla aún podía escuchar las risas.