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Apa, posse recrea en esta novela el destino secre- to de uno de los hombres mds extraordinarios de la con- assod Taa¥ quista espafiola. A pie, desnudo como un indié, sin cruces ni evangelios, Alvar Nuftez Cabeza de Vaca se lanzé a la caminata més descomunal de la historia, Ocho mil kiléme- tros a través de lo desconocido, de La Florida a Texas, has- ta México. Fue el verdadero descubridor de los Estados Unidos. De regreso a Espafia fue nombrado Adelantado y ‘Gobernador del Rfo de la Plata. En Paraguay y luché con- tra la poligdmia y la esclavitud de los indios. Lo devolvie- rona Espafia en cadenas. Viejo, arruinado pero no vencido, escribe en Sevilla tuna versi6n secreta de su odisea y de su fatima experien- cia de América, Pero entre los renglones del recuerdo i vuelve a filtrarse la vida real, con su llamado de amor ystt _ El largo atardecer del ee caminante ll sus $16.00 789500412193! 11.255 Jap saoapavyw O8.1v] 1 UID amenaza de muerte. Pasado y presente se conjugan para ‘un dramético y sorprendente desenlace. 2jUui paw EMECE IE eee Eee ee) eeeoReeE EES “Bn Abel Posse hay mucho talento, mu- chaisabiduria y mucha literatura; yono soy quién para decirselo a nadie, pero silo soy para pensarlo en voz alta.” Camilo José Cela, Premio Nobel de literatura “Posse ha extendido la novela de una nueva manera, fluida y sutil, desmon- tando el tiempo como Alejo Carpen- tier y rearmando las piezas en formas nuevas ¢ interesantes.” Alan Ryan, ‘The Washington Post “La recreacién tiene tal fuerza, sortea con tanta eficacia los inevitables ana- cronismos y emplea con una convie- ci6n aun mayor los estados de énimo del relator—un verdadero existencialis- ta yun trégico a la manera de los gran- des agonistas-, que El largo atardecer del ‘camtinante convence en igual medida.” Oscar Hermes Villordo, La Nacién “Aunque Abel Posse escriba en prosa, el sentido de ritmos y tiempos que va componiendo, asi como el color y el calor de su discurso, ponen en eviden- cia al artista que subyace en este na- nrador, la plasticidad pictérica y musi- cal de sus textos.” Ravil H. Castagnino, La Prensa Abe. Posse nacié en Cérdoba, Crecié y se educé en Buenos Aires. Diplomati co de carrera, vivi6 afios en Moscti, Li- ma, Venecia, Paris, Israel y Praga, don- de actualmente se desempefia como embajador argentino en Checoeslova- quia. Es autor de nueve novelas, entre ellas Los perros del paratso, que obtuvo en 1987 el V Premio Internacional R6- mulo Gallegos, maximo galardén life- rario de Hispanoamérica. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, italia- no, alemén, portugués, holandés, sue- co, checo, ruso y estonio. Este libro ha ganado el concurso Extremadura- América 92 convocado por la Comi- siGn Espafiola del V Centenario y do- tado con 150.000 délares de premio. ABEL POSSE El largo atardecer del caminante a : DEL MISMO AUTOR por mura el eo : ABEL POSSE LOS BOGAVANTES LABOCA DEL TIGRE nen El largo atardecer LOS PERROS DEL PARAISO. ements el caminante oa Speen LA PASION SEGUN EVA 1 EMECE EDITORES | | : sola ha do glordonad con cl Premio aertavonal xemadios- “fide Sconrecad pot Comin Fspaiol del V Cancer FL jaro eso pecs por cl exelent gobernador de Puerto Rio, no Rafael Flerindes Cab, y compuesto por le eserves Juan ‘Antonio Gabel y Gali, Jot Donoso, Arde Bree Echeniq, Jost “Caller ona, na Castedo actor Ether Test Diseo de tape: Ear Ras Copyrigie © 192 Noel Pose © Fret Ektors SA 1992 ‘sin 2082 Buenos Ales Argentina "impr: 2000 eerplaes Tempe en Tales Grficos LeograS RL. ‘Race 408, Velentn Aina, aro de 1999 Reservas ods as rechos- Queda igrosamenespribid, so Thanos xtitade les tulares del “Copyrighbjols sancione esableias es ee, a reproducién parc o rr de ies obra por cualquier media o procaimient, facil ‘epropael ratamieno inform E-mnikeditoral@emececomar Hap vrwwenece omar | MPRESO EN LA ARGENTINA / PRINTED IN ARGENTINA ‘ua hecho el dessa gue previene fey 11.723 TSB: 9900412195 Pinas En memoria de Carlos Barral, simbolo de aquella Barcelona mégica y subversiva de Jos afios 60, abierta a los escritores que Hega- bamos de una América critica y quebrada. NOTICIA DEL CABEZA DE VACA Se sabe poco porque sus libros eran para la Corte y el peligroso mundo de aquella Espafia grande terrible. Por elegancia natural o por una extrafi pasion subversiva, se separ6 del tipo human del “Conquistador”. A pie, desnudo como uh dela historia (ocho mil kilometros a través de 1 desconocido} tal vez. tratando de demostrarse si mismo que el hombre no es lobo del hombre, Fuie el verdadero descubridor de los Estados Unidos, pese al tendencioso interés de losinor teamericanos por preférir. un descubrido originario de Ja barbarie nérdica'y no catdli La Florida, Aiabama, Mississippi, Luisiana ta Galveston, Texas cruzando el territorio de I hoy tan populosa Houston, Nueva México, ¢ ‘Arizona hasta la regién de Mesa. Entrée ‘México por Sonora y Chihuahua donde se ges vo entre el pueblo de videntes, los Tarahu cuatro siglos antes que Antonin Artaud, Cuan: do lleg6 a la ciudad de México se dio cuenta qi ya tenia pie de indio: no le entraban las boas. De regreso(triunfal) a Espaia fue premiadp por Carlos V con el cargo de Adelantado y bernador del Rio de la Plata. ' Encuentra un Paraguay con tina guamnici6 militar y religiosa cor coma en las felicidades de la lujuria. Lucha contra el incesto y la poliga- mia generalizada. Suprime la esclavitud de los. indios. Les dice que “Sélo la fe cura. S6lo la bon- dad conquista.” Lo devuelven a Espafia en cade- nas acusado minuciosa y coordinadamente de todos Jos delitos que cometieron sus condena- dos. No habia entendido que los hombres prefie- rena veces el caos y no el orden. Se sabe que era aito, de musculos correosos, con barba valleinclanesca y aquijotado, Tengo Para mf que Cervantes, casi nifio, se lo cruz6 un par de veces por la calle Sierpes, cuando don Alvar vivia casi s6lo de salpicon y tenia raida la sefiorial boina de terciopelo. (La gente diria: “Ahi va el loco del Cabeza de Vaca”) Todo hombre tiene sus molinos de viento personales. Los de Cabeza de Vaca fueron la selva paraguaya, los desiertos a los que se hizo buscando més iniciaciones espirituales que te- soros, los vampiros, los curas erot6manos, los leguleyos que saben transformar 1a ley de la Corona en artero pufial, los mosquitos y sobre todo el mar: cada uno de sus embarques termin6 en naufragio. Henry Miller, que odiaba la ret6rica de la Conquista, escribié de Cabeza de Vaca que “su iluminacién borra las crénicas sangrientas de Pizarro y Cortés”. Era un nifio bien de Jerez. Naci6 rico y feliz {hacia 1490} y murié pobre y solo (pero segura- mente enamorado y en Sevilla) probablemente a fines de 1558. PRIMERA PARTE ‘Auvar Nowez Capeza Dé Vaca. ALAR NONEZ ¥ CABEZA DE Vaca, mi nombre resonaba en el espacio de mi celila como un verso homérico, poderoso, alto, claro. En ila penumbra del atardecer mis apellidos son como un gonfalén de esos que mueven los condottieri bajo el sol de Italia. Desde nifio, y tal vez por el orgullo de los relatos de mi madre, la jerezana, quise que mi vida fuese precisamente como colores de seda flameant sobre el gris de la mediocridad, —Tendrés que elegir: ser 'buey, 0 4guila como tu abuelo, el Vera que someti6:las Canarias... —dsjome una vez mi madre cuando yo me reponia del sargullitio febril que suele acometer a todo nifio' {habia omitido recordar a mi padre, s6lo se refirié al abuelo tetrible). Nunca olvidé esas palabras,'Ella mé queria fuerte, Aguila: En realidad no me daba mucho para elegir mas que entre los extremds. Ahora recuerdo la casa en Id finca de Extremadura. mafana fresca'y diamantina de invierho. El aire livia- no, el cielo como un azul de taza china. Crbo verel perfil de la madre, pero en realidad no lo te: iC6mo era su nariz? Es més presente su voz fitnje, como escondiendo desesperacién y temnura, y su pérfu- me de ropa mantenida entr¢ azucenas y lavanilas./ A través de Ja ventana se vefan limoneros y naranjos, mis alld los olivares parejos sobre la tierra ocre de la pravi cia dura y seca, Recuerdo que cre ver ese paisaje 5 durante la gran caminata, entre Sinaloa y Culiacan, cuando volvia del pais de los Tarahumaras y me habia asomado al conocimiento de la raza primigenia, la raza de los gigantes. Entonces crei ver en el espejismo del aire ardiente del desierto, la figura de mi madre que entraba con jazmines en el patio de Ia finca. Recuerdo que ella me miré y se rié del “Aguila”: yo era, si, un Aguila. Irrisoria, desplumada, huesuda, resecada por el aire de los paramos. Pero aguila. Alvar Niifiez Cabeza de Vaca, Ese apellido, que mi madre me hizo vivir desde la infancia como‘un destino heroico que debia ser cumplido sin vanidad, casi como una necesidad de la que ella no dudaba, De nifio mi nombre me impresionaba mucho. Imaginé siempre una cabeza de vaca separada del cuerpo, s6lo la cabeza, instalada en medio de un sal6n. Seria una tremenda presencia. Hay en la cabeza de vaca una imponencia de templo de puro hueso. Dicen que en Oriente la vaca es simbolo del Universo. Aqui, en estas Espafias, es dis- tinto, Soy espafiol, soy andaluz, soy extremefio. En todo caso, hombre de la Esparia profunda. De una casa con mis linaje y orgullo que riquezas; aunque siempre he- mos tenido en la olla mas carnero que vaca. En ella siempre pis6 més fuerte mi madre que mi padre, gene- ralmente ausente o indgciso y de quien la servidumbre solfa murmurar que no habfa demostrado estar a la altura del apellido. (Nada més negativo para un hombre que tener que vivir empefiado en alcanzar un destino itnpuesto o imaginado gor los otros.) En esa finca, mas alld del ‘patio de los limoneros, 16 ‘empezaban los regimientos de biblicos, retorcidos oli- vos. El tejado y los cobertizos de los jornaleros, La magica herreria con su fragua encendida en las mafia- nas de invierno cuando se herraba al percher6n, Los vitiateros, los labradores. En el reservado primer patio se alzaba la capilla que habia mandado edificar mi abuelo, el feroz Pedro de Vera a su regreso de Canarias y seguramente para alijar pecados, ‘Tenfamos un cura italiano, don Abundio, y un sa- cristn contrahecho que se decia habia sido engendrado por el terrible obispo de Jaén en una de sus cosrerias. Ellos.oficiaban para nosotros solos, para la familia, Se puede decir que de algin modo teniamos un Digs pro- pio. Era el Dios de mi madre (tal vez el mismo Dios que el Adelantado Vera us6 en Canarias). Un Dios mucho més cercano del todopoderoso Jeliova biblico que del Cristo crucificado. A este dios melancélico e inexplica- blemente bondadoso con los dudosos seres humanos, no se le hacia el lugar debido en nuestra casa! En la graciosa capilla de adobe que habiajentre el tercek patio y las huertas, los hortelanos y los palafreneros tenfan la posibilidad de volcar sui devocién hacia un jehorme Cristo de yeso, con su came de pintura amarilld y sus goterones de sangre bermellén. iad Nuestro dios era el Viejo olimpico y pagano) El Dios del Génesis. Admirable y minucioso creador, Adprador del sinsentido y del absurdo. Mas}preocupado por los infinitos espacios del costnos que de las nimieflades de esta Tierra, un planeta sin luz propia, Para'es¢ Viejo sublime la’rendicion de Jos hombres habrid $ido una ocurrencia de su hijo humanista. phi ‘Mi madre no vacilaba én repetir una frase del abuclo Vera, el Terrible: “Hay Un dios para salvat hofteras, 17 | | | | Mi jill hortelanos, rufianes y putas; y un dios para los sefio- res”, Pedro de Vera no habia dejado entrar al Crucificado en Canarias. S6lo habia exportado el dios terrible, el que le venia mejor a 1a Corona. Creci escuchando las historias de sus hazaftas. Se decia que ordenaba colgar a los caciques guanches de las orejas y de los pulgares contra el muro ardiente del castillo. Agonizaban hasta resultar s6lo pellejos salados por el aire del Atléntico, desgarrados por los buitres. En Canarias se invent el Imperio Atlantico que hoy goza nuestro” nuevo Rey, Imperio donde nunca se pone el sol, como tan atinadamente se dijo, Mi abuelo sefial6 el camino en Canarias que luego seguirian el genovés y sus herma- nos; y Cortés, los Pizarros y todos los otros. Como a las, Canarias, a América lleg6 s6lo el dios de los sefiores. La ‘inica cruz que refulgia por allé era la de las empufia- duras de las espadas toledanas. Alvar Nafiez Cabeza de Vaca. Néufrago eterno, peregrino desafortunado, caminan- te, He llegado a viejo y todavia no sé si estoy de parte de Dios 0 del Demonio. Los afios mas bien alejan de la sabiduria. ‘Algunas de estas cosas he tratado de explicarle a la adorable Lucinda. Su curidsidad por mi pasado termind por encender la mia, y asi fue como me fui cayendo hacia adentro de mi mismo, como buscéndome de una vez por todas. (Ahora que ya es tan tarde. Tengo sesenta ¥ siete afios y por momentos mi yo queda ya muy lejos de mi. Apenas si me recuerdo, ;quién era Alvar Nufiez en aquel entonces?) 18 i LucinpA, 1A BELLA, fue quien me recibiera cuando Hlegué a la nueva biblioteca de la Torre de Fadriqué. mucho mas agradable encontrarse con. su ro seguridad, el futuro de sus hijos. Es tiempo dd pura insensatez. Espafia sc indigesta de oro robado: magcaras rituales, aguamaniles, formas de dioses para nopotros desconocidos, vasos sagtados, collares de ‘prisfocsas vejadas y vendidas como putasa la soldadesca. Hay algo de fatal en todo esto y yo.creo que el nuevo Rey cuyo retrato vi recientemente entronizado en el ingreso dela Casa de Contratacién, tiene algo profundamente|fane- bre o fatidico. ;Por qué son tan tristes estos Austrias? Parecen amenazados de una catdstrofe inmin una atroz locura, Toda Espatia se est4 adornando con las vesti dioses muertos. | Asusté a la buena Lucinda con mi titulo de.juez del ‘Tribunal Supremo y le solicité ver esos mapasrecientes {habian dibujado uno de las costas de Florida) Me gusta iver cOmo los cartografos|van precisando la formna de \eierras que pisé como misterio. La discusién con el viejo insolente de Fernandez de Oviedo me levanté curiosidad por ver cémo seria aquella costa donde pasé tanto tiempo de mi juventud. Estampé mi nombre en el registro al recibir de Lucinda los rollos, Al leer mi apellido sus ojos se encen- dieron, —iYo bien conozco a Vuesamercé! —exclamé y enseguida se sonrojé—. ;Bien que tenemos aqui su libro! —Mis Naufragios, claro. S6lo nautragios y sobran ‘comentarios... —iLo he lefdo! Comprobé que casi no me quedaban retazos de vani- dad literaria alguna. Eso también era pasado, ‘Me acomodé en una mesa con buena luz y extendi los rollos de pergamino que fastidiosamente tendian a en- rollarse. Traté de seguir con la punta del dedo 1a casi obscena curva de La Florida, Habfan omitido sefialar la isla del Malhado. Era como si hubieran negado mi voluntad, como si me:hubiesen desautorizado entre el cart6grafo cortesano y el historiador Oviedo. Habian dibujado algunos islotes pequefios cerca de la costa, pero sin anotar el nombre. Al entollar el perganjino recordé a Hernando de Soto, Fue mi desafortunado gucesor en La Florida. Al volver del Perd lo hicieron Adelantado (fue uno de los tres capitanes de la matatiza de Cajamarca). Anduvo por aquellas tierras de mis andanzas. Iba llevado por los demonios: de crueldad/en crueldad. Por fin lo mat6 un cacique de menor cvaai y, sus hombres lograron res. catar el cadaver porqud los indios querian devorarlo — devorar asi su Coraje-+. Se impidié esta indigestion, Pues su maestro de ¢ampo lo metié én un tronco 20 ahuecado, bien enrollado y lo abandonaron Mississippi abajo, bogando dulcemente por el gran rio hacia el gran mar por donde habia Ilegado. Los indios se salvaron de comer demonios, de endemoniarse. 1 ‘Le entregué el rollo de mapas a la moza. —Volveré otro dia con més tiempo —le digo como justificéndome. Ella tiene preparado un ejemplar de mi libro y me pide que se lo dedique al canonigo 0 a la biblioteca. Estaba realmente leido, arrugado en las bor- des, —;C6mo te Hamas? | —Lucia de Aranha, Se escribe con una hache antes de de Aranha, en-el comienzo de nuéstra larg anqistad. Alvar Néfiez Cabeza de Vaca, el caminante que ng llega a ninguna parte”, Lucinda rie y protesta. DI ite un instante me quedé mirando mi mano. Es, ung piel arrugada, con manchas pardas, de viejas quemdduras solares, Es tan desagradable de ver por su flojetalcomo la piel del cogote de los pavos. Entregué'ld phma y retiré la mano comio con vergiienza. Prombti yolver otra vez, con tiempo, Pero Lucinda habia Ieido| ya la dedicatoria y protesté: i : —Me ha puesto Lucinda en vez de Lucia..| “Lucinda te sienta mejor... —Me mira ; & a & enojarse. Huele bien. Huele como huelen lasimujeres antes de ser una hembra, Todavia no naci6, Estdy|a mas Volvi caminando ni tan despacio como para que quienes me desprecian me consideren un viejo des- ocupado, ni tan répido como para impedirme el placer de gozar el atardecer. (Me incomodan los imitiles, en- fermos 0 fracasados que andan siempre por las calles, husmedndolo todo, y que se me acercan para que les cuente cosas de mis marchas y de América, Siempre tengo alguna excusa: "Me esperan en lo de mi pariente Cuéllar”, “Mis primos los Estopifién bautizan una criada”, En realidad me gustaria quedarmeentre ellos y aliviar unas horas de soledad. En casa cuido las flores, Jes doy de beber la mejor agua. Tomo mi vaso de vino, recaliento y como las sosas viandas que me prepara dofia Eufrosia.} Las calles de tierra, volviendo de Santa Clara, estén hechas un muladar. Hay chicos gitanos, desnudos, que se pelean con los cerdos. Espantoso olor deinmundicia, moscas y perros que ladran famélicos, con los ojos como brasas, Hay tantas moscas para espantar que uno extrafia el rabo que tuvieron los primeros hombres, Emboqué el inicio de la calle de las Sierpes donde cada dia aparece una tienda nueva. Al pasar por la fonda Calvillo encontré en una de las mesas de afuera al falso marqués de Bradomin, jcon sus barbas largas y ceni- cientas de astr6logo. Tiene este hombre algo fantastico y desdichado que ‘me atrac, Hay brillo en gus ojos pequeiios como agujas, entré burl6n y sarcéstico. Sin decir nada siento que sabe de mis falsos apuros, del ninguneo que padezco. Escribe incansablemente pero sin mayor fortuna: viaj6 a la villa y Corte de Madrid sin guerte, Su talento es grandilo- cuiente, esperpéntico. Pése a sus fracasos, su dominio del idioma es insuperable. Toma su invariable copa de 22, xerés con unas aceitunas. —jHa visto Vuesamercé? Estn llegando las naves de América, Tuvieron suerte: ni tifones ni corsarios. Pare- ce que traen una carga muy grande. ;Su oro, don Alvar! iE] oro de sus ciudades mégicas! No me gusta su tono de sarcasmo y no me siento, Me cuenta que el Duque volvié el domingo por la noche de Toledo y que cont que el Rey esté empefiado en construir un palacio gigantesco en ese lugar peligroso que llaman El Escorial. —iDesde alli gobernara al mundo! —dice el falso marqués. Me sondea para que diga algo contra el Rey, pero no le doy el gusto y sigo para mi casa, que cpmo siempre est completamente a oscuras y huele a| hu- medad encerrada. No le dije lo que sé: que El Escorial es un Ibgar maldito, embrujado. Un depésito de azufre y maléticas sales de hierro que hacen enloquecer la bréjula. El hue- vo Rey no sacaré nada bueno de alli, ni para é] ni para Espafia. I i HoY HE REVISADO MINUCIOSAMENTE MIS TRAIES, {h: como visitarme y recorrer mi propio pasado. os a bri encerrados en los dos arcones del entrepiso a dofia Eufrosia que los fuera subiendo a tea, Huelen mal, estan como asfixiados. Que espolypree flores de alhucema 0 romero 0 lo que fuere, pero|que haga algo urgente, Incluso fe sugeri que compre:clavo lil de olor o canela o alguna sal con aroma. Pero que haga, algo, porque huelen a muerto. ‘Me gustaria imundarlos con una damajuana de vino. Paseo frente a ellos, respirando el aire fino de Ja mafia- na, Estan extendidos sobre la pared de claraboya que es seca y los expone debidamente al sol. Siento que el aire entra por las mangas y las solapas. Siento que respiran, todavia. Trajes: vestiduras/investidura: posturas, COMO se quiera, pero ya parte de la vida, de la larga vida. Solo ocho afios he pasado desnudo, sin ellos. Los ‘ocho aftos famosos de mi descomunal caminata. Ocho afids como devuelto a mi mismo, fuera de los trajes. Pero es mejor no ser aquel ser. Mejor el ser de las investiduras-imposturas, como se quiera sPor qué uno no se desprende de estos cadaveres solemnes y prestigiosos? No es facil salirse de su tira- nia. Son los Gnicos cadaveres visibles de nuestras su- cesivas muertes. El cuerpo es ducho, masbien disimula sus muertes, S6lo van quedando los trajes, en su tonta honestidad de fantoches, como las vainas de aquellas, serpientes de Sinaloa,’ pieles resecadas perdiendo sus colores en el ardido desierto. Nuestros svcesivos noso- t10s, que se nos van miriendo por el camino. El arc6n vacio tiene un vago aroma de humedades malsanas, de tumba exhumada. Le pregunto a doiia Eufrosia si es el 2 de Noviembre, pero no entiende. Me mira perpleja, De mi armadura de los tiempos de Adelantado queda s6lo 1a coraza, el peto. Eufrosia la subié también y qued6 tendida junto a Jos trajes mostrando su acero con 24 cénceres olvidados y vetas de viejo éxido. Le cuelgan unas obscenas correas de cuero reseco que alguna vez tnvieron hebillas, Convexa, da la contradictoria sensa- cién de indefensién de un caparacho en forma de un pecho de pollo, como lo tienen los alfefiques. En cambio el casco de paramento tiene una cOmica presencia de vida con sus articulaciones atornilladas para la visera y el ventalle. Tiene las abolladuras que no se gané en batalla sino cuando rodaba en Ja sentina maldita de la nao Comuneros en cuya bodega me tfafan encadenado desde el Paraguay En el silencio de la noche aque! desdichado y I¢jano Alvar escuchaba desde la camareta-calabozo, de tablo- nes de lapacho mal clavados, las corridas de gu yelmo por la sentina de orines y podredumbres. Es bin ritmo negro, una eterna protesta. Cuando el barco sealzaba de ‘popa empezaba a rodar golpeando contra los tablones como una fiera encadenada hasta que se ahogaba una vez més en el agua inmunda, en la obscutidad del resumidero. Dofia Eufrosia limpi6 el acero oscuro del cascd con una mezcla de ceniza, piedra pomez y vinagre, después le pas6 aceite de oliva. Refulge bajo el sol en la payecita de la azotea que da a la Giralda. Lo miro y estoy s¢guro de que me mira desde la sombra de la visera rebatible, desde la oquedad del tiempo pasado. ‘Cuando frente a Brasil, en la costa de Santa Catalina, se levant6 el terrorifico temporal que duré cuatto dias, la Comuneros, a palo seco, empez6 a crujir aplastada por las olas. Es en esas ocasiones cuando los hombres fuedan desnudos ante su poca cosa, su casi,nada. El forror cambia a muchos. ¥ Alonso Cabrera, ini tortu- dior, mi verdugo, bajé en la oscuridad de la bodega, 25 f idl ke abrié los candados y se eché ante la piltrafa maloliente que era yo, para besarme y lamerme los pies como una bestia sumisa, vencida por su sentimiento de culpa ‘"Estese usted quieto, Cabrera, no sea usted loco aparte de criminal.” Pero el hombre gimoteaba y.com- prendf que habia perdido la raz6n. Me queria dar el comando de la nave con tal de que cesara el huracdn (como les llaman en América). Con su acblito empezo.a martillar para abrir los grillos que él mismo habia soldado con una risa hip6crita en Asuncién. Empujaba al marinero Manosalvas mientras gemie su pedido de perdén: “Setior, todo lo que he hecho es por dinero y por poder”, y sollozaba con chillidos de puta ‘Me pusicron en la cubierta como a un santo o un Angel guardian, Por suerte en no mas de dos o tres horas empez6 a amainar y se amontonaron a rezar como ovejas, como un hato de viejas beatas que se salvaron de la peste. Fue al mismo Manosalvas a quien mandé para que abriese la sentina y rescatase y lavase ese yelmo que refulge ahora sobre la pared que da a la Giralda, LA GERDA SE ADUENO DE TODO, Es el poder mas visible en esta ciudad de mi infancia, No queda casi nada de aquella Sevilla del orgullo de mi madre, los Cabeza de Vaca. Entre los oidores, leguleyos y cayatintas ha des. aparecido la vida sosegada y inoble de mi infancia. A veces paso por el palacip de mi familia. Ha sido dividi- 26 do. La casa principal ha sido comprada por un traficante flamenco de joyas. La parte del fondo, con los patios de sirvientes y esclavos, ha sido vendida a unos franceses que se dedican al curtido de pieles americanas que luego revenden por toda Europa. Proven a varias cortes de yaguaretés, zorros plateados, cibelinas y visones. Disimuladamente me trepé a unos bultos pteparados para la carga y desde alli, cerrandose ya la noche, traté de ver el limonero de la infancia que sefioreaba ‘aquel huerto claro donde vivi la aventuraide los imagirlarios combates y descubrimientos a la hora de la siesta Crei ver un tronco deshojado, rodeado de mesas de tablones, donde de sol a sol trabajan los curtidores. Recox/strui los espacios que alguna vez me parecieron isffinjtos y cargados de misterio. Creo que quedan los| migmos macetones pero transformados en depésitos dé liqhtidos abrasivos y de tinturas. El ambito de otrota ‘parece ahora increfblemente reducido. El recuerdo leo. grafia de ia infancia prevalece, y parece que'ld realidad es lo irreal. Me da la impresién que el limonero esta muerto 0 agoniza entre las malas aguas de te de los franceses. Me digo a mi mismo que muntea més me aventuraré por el lado'de ese difunto palacio|de la infancia... Varias veces me he metido por la Alcaicerfa, ¢ Yarrio de estos flamencos, alemanes, italianos y franceses; que no €s otra cosa que un suk moro: s6lo tiendas. $¢ ven las piedras preciosas de los rfos de América talladas a la vista por habilisimos judios retornados de Flandes y Génova, ahora entusiastas del catolicismo. Perlas en- garzadas, zafiros, aguamarinas, rubies. Laminiati él oro a7 | Li sil de las mascaras ritvales y de las momias y lo trabajan con suma habilidad, agregdndoles esmaltes homeados, a la manera de los de Toledo. Me gusta caminar horas por ese nuevo mundo movido por hombres eficaces que lucen camisas y jubones de seda, Tienen una guardia propia que los protege de robos y por la noche cierran el barrio, hasta la calle de los Francos, como una ciudad prohibida dentro de la ciudad. Pero lo mas notable es que esta legién de aprovechados conversos inunda Es- pafia y la Alcaiceria con su producci6n de terciopelos, brocados, sedas labradas, armas finas, perfumes orien- tales, copas de Bohemia. Hasta salchichas al pimiento, quesos fermentados y vinos espumantes que los cursis. franceses presentan como joyas. El oro que entra por el Guadalquivir sale por los Pirineos. Son los ricos nuevos de Sevilla, los de la Cerda Ro- sada, como yo digo cuando hablo con el Bradomin y sus amigos, los resentidos escritores. Hoy la Cerda manda en toda Europa, puede con los gobiernos. Cuando el nuevo Austria termine su palacio cerca de Madrid, tendré que invitar a la Cerda y sentarla a su mesa. Tendra que hablar otro idioma en su propia casa. Si de la Alcaiceria uno sigue hasta la calle de los Francos, uno comprende de qué modo la estupidez y la puteria se pudo haber|adueftado de este hervidero de vanidad que se Hama Europa, La Cerda Rosada. Los felices burgueses. Los sefiores de imitaci6n. No tienen molestias de honor. Les duelen més los juanetes que el honor. 28 EL Visjo OVIEDO LLEGO A SEVILLA PARA INDAGARNE, €fa €50 una ocurrencia casi final que deberta honrarme por la importancia que parecia concederme. ¥ digo-parecia porque a los tres meses de regresado a Madrid muri6. Me enteré de esto hace un par de semanas. Quedé jadeando, recuperdndose, cuando pubi6 los veinticinco escalones de mi modesta escaler4 de|lajas. Me traté como tantos otros, con una falsa ceremonia exterior que apenas ocultaba la mals opinién jue fe mt qued6, La creencia de que mi condena era blen inoti- vada, pese al posterior perd6n real, Oviedo me trataba con respeto formal y a la vez con intima conviccign de que mi descrédito era justificado, Habia cio a Oviedo cuando Hegué de México y narré mi gran ca- minata ante la Corte. Recuerdo sus ojos atentos y des- confiados como buscando! més mis ocultacipnes que mis hazafias. Es de natural ladino. Sabiendo yo que se habia sorprendido de que mi casa lindase con Ia juderia le dije: al sabe usted? Con los afios me siento méjor cerca de los moros y de los judfes. Esta casa la compré muy barata por su ubicacién, con el poto dinero que me qued6 después de las confiscaciones... Buena gente estos judios.... Estas casas caleadas, estos patios, bl fin de cuentas es lo mejor qué ya queda en esta ¢itldid de cagatintas, delatores y leguleyos... a El viejo Oviedo empezé a hablar como si ind hubiese | a9 | \ ido mis palabras. Dijo que tenia la muerte en los talones. Era como para advertirme que no tenia mucho tiempo que perder. Me explic6 que escribia mientras duraba la luz del dia, incluso ahorrandose la hora de comer. Es evidente que don Gonzalo Fernandez de Oviedo esté convencido de que la Conquista y el Des- cubrimiento existen s6lo en 1a medida en que él supo recuperar, organizar y relatar los hechos. Es el dueiio de Jo que se suele llamar ahora "la Historia”. Lo que él no registre en su chismosa relaci6n, 0 no existié 0 es falso... Le servi una copa de vino. Tiene la mano siempre enguantadaen demoniaco terciopelo negro por causa de no sé qué infeccién de Indias. Las visit6 en viajes ad- ‘ministrativos, sin embargo tiene el coraje 0 el despar- ajo de hablar con nosotros como si fuera hombre de espada y de conquista, En realidad es como esas muje- res que con los afios se tornan autoritarias y terminan mandando a su marido, sea un viejo almirante o un gran general. —Estoy seguro de que ésta es la tiltima vez que estaré en Sevilla —murmuré el viejo. Se sent6 en una de las dos sillas presentables que tengo. Sostenfa en forma inestable el copén de vino que le servi. Un historiador frente'a un conquistadorhace el triste papel de una cotorra enjrentada con un éguila. —iQué quiere de mi,\don Gonzalo? —le dije sin falsa bonhomia (como dicen jos franceses), —Usted sabe: soy ya tun hombre viejo y no me gusta- ria perder tiempo en circumloquios. Dicen que usted tiene una versién sccreta, una tercera version de su viaje o su caminata de acho aftos desde la Florida hasta México... Dicen que és una versién que usted s6lo 30 confiarfaal Rey, Pues he venido para tratar de que usted me diga algo sobre tan curiosa versi6n.... —Es simplemente falso. El informe oficial de mi jornada lo entreguéa la Real Audiencia y es el texto que usted recibi6 incluye parcialmente en sus escritos, segin me dijeron los amanuenses qué se adueflaron de mis memorias. Una segunda versiOn de ese texto, mejorada literariamente, es la que publiqué en Vill dolid para ganarme alguaos reales. Bicen que no el bo tan mal, la han traducido Oviedo me mira indagatoriamente, més bien ‘con sospecha. Es un tipico viejo cascarrabias que ya no tiene nada que perder ni justficar, Habla como si no| me hubiese ofdo: —pPero esa tercera versién se referiria a un viaje 0 visita secreta alas Siete Ciudades? {Cree usted don Gonzalo que si yo hubiese podide saqueat las Siete Ciudades de oro estaria viviendo en una casa comprada alos judios expulsadost —Esto le pareci6 convincente o concluyente. No sabia gue res- ponderme. —Cuando se leen sus Naufragios uno tiene la:sensa- cién de que usted oculta mas de Io que cuenta, cho atios son mucho tiempo para tan pocas pagitia, = contradicciones. Afios enteros solucionadas, 0 ¢sca- moteadios en pocos renglones... i Es un sabueso. Re ee querido terlerid de inquisidor, No tiene reparos al hablar. bal —Por ejemplo, y aunque le parezca un detall¢ menor. En Ia primera versién usted no habla de esa isla del Malhado. En Ja segunda: version Ja bautiza asi, pla inventa... i / —No hubo esa intencién, Simplemente qué mq ha- Heelad iy bia olvidado. Como usted bien , fueron muchos: ailos. Mis testigos estan todos muertos, no puedo pro- barlo mas que con mi afirmacién. Pero esa isla terrible donde vivi mi esclavitud se Ilamaba del Malhado... El viejo me observaba. En realidad queria tener una semblanza final de mi discutida personalidad. Para eso habfa venido y para ver si obtenia de mi elguna revela- cién secreta o sensacional de la realidad. Los duefios de la Cr6nica, sin excepci6n, me tienen por un ser sospe- choso. —Debo confesarle que a milo que mas me convencié de su relato es cuando usted habla de tres categorias diferentes: usted habla de cristianos, de indios y de un misterioso nosotros. ;Quiénes son esos misteriosos nosotros? —Me toma usted en frio. Me cuesta explicarlo... Es como si lo hubiera escrito sin haberlo rezonado debi- damente. Tal vez me haya querido referic a los que ya no podemos ser ni tan indios ni tan cristianos Oviedo me mira perplejo. —Si, ese nosotros, anda por su relato como un fan- tasma indeciso. —Tal vez si. Tal vez hubo un momento en que, en efecto, empez6 a hatler cristianos, indios y noso- tros... Nosotros, simplemente. El viejo apura el vitlo. Seguramente comprobé que ‘conmigo no se obtieneimas que resultados ambiguos y que no estoy muy lejositle merecer el descrédito que me labraron oidores y cort¢sanos. Por la ventana entra un provocador vaho de aceite de oliva frito. Los judios preparansucena, | 32 Ferndndez de Oviedo se despidié bastante deses- peranzado, malhumorado. Dos ayudantes lo suben a una especie de minimo palanquin y lo llevan hasta el final de la calle del Agua. En la penumbra me parece que se bambolea como a bordo de una piragua que va abriendo la penumbra hmeda de la noche recién.na- cida, Seguro que el viejo renueva su conviccién de ‘que los conquistadores y descubridores no'son la gente seria y circunspecta que debieran ser. No somos dignos del orden de sus cronicas. Oviedo, que escribe catorce horas por dia, ser el Conquistador de los conquistadores, iel depésitoide la verdad, El corral de hechos y personas. Hard con la pluma mucho mas de lo que efectivamente hicimos nosotros con la espada. Curioso destino, Pero JeHova mismo no seria Jehova si los judiog no lo hubidsen encerrado en un libro. Para bien o para mal, la nica realidad que queda ¢s la de la historia escrita. El mismo Rey termina por creer lo que dice el historiador en vez de lo que le cuenta quien conquisté el mundo a punta de éspada, | Todo termina en un libro ‘0 en un alvido. | ‘SOY UN VIEJO COMICO QUE NOSE (DA POR VENCIDO: me } 16, que la cara de Lucinda se iluininaba de alegria‘al vetme aparecer con mi traje negro|de terciopelo, ya bastante Is 33 inadecuado para este abril que entra caliente. —jVuesamercé, qué bien luce hoy! Pensé que no iba a terminar la semana sin que viniera... Lucinda no solo habia desplegado los mapas sino que con un papel de seda habia calcado los bordes de La Plorida y habia anotado la isla que le sefialara yo con el nombre de Malhado. Hizo un trabajo cuidadoso y no tuve meno’ que felicitarla, aunque su cuidado ahora me obliga a no desilusionarla y mirar los mapas como si realmente tuviera un gran interés, como si tuviese la mas remota intencién de refuta:al finado Fernandez de Oviedo y los. duefios de la verdad imperial. Lucinda me tiene preparada una sorpresa: una resma de papel imitacién pergamino, del que fabrica su tio de Cordoba. En cada folio hay un escudo de agua que transparenta la insignia de los Cabeza de Vaca. —Es para que Vuestramercé siga escribiendo, ya que me dijo la otra vez que lo que habia escrito no era verdad o era “la poca verdad...” Yo le haré de copista en cuanto me lo diga... —Tiene una mirada bondadosa y dada, Es en este papel que divago al atardecer. Es sobre este regalo de Lucinda donde escribo con eso nuevo y extrafio que llamaria libertad. Trato de llenar cada dia dos 0 tres cuartillas, Me pongo al atardecer en mi escritorio desvencijaido con el candil que me prepara dofia Eufrosia, Pero antes me visto con medias finas y alguno de los viejos trajes que exhumé, Me visto como para visitarme a rjmismo y dialogar con los otros ‘Alvar Niificz Cabeza de Vaca, los que ya murieron 0 merodean dentro de ini como almas en pena. Me sirvo una copa de xerés. Bastarfa hasta que me salude a mf mismo. i 34 ‘Mejor asi. Si tuviera que escribir para Lucinda seria algo tan mentido y empacado como mis Naufragios y Comentarios. Seria tan oficial y exterior, tan conveni- do, como una relaci6n al Consejo de Indias o al mismo Rey. He, pues, decidido que seguiré libre sobre este campo blanco, infinito, que a veces me hace acordar a aquellas mafianas licidas del desierto de Sinalda. La soledad salvae, la verdad, Libre: sin ningtin lector de oy. i No tengo mds remedio que mentitle a la buena y bella Lucinda. —No soy de pluma égil. Te ruego que me des tiempo. Una vez por semana vendria por aqui, para vér los ‘mapas y mantener un relato mas o menos coherente, ya que tantos afios pasaron. jNo vaya a ser que los histo- tiadores vuelvan a enojarse conmigo! Brillan los ojos de Lucinda, hace un mohin gracioso. Tal vez intuye que hago trampa, al ‘Me senté muy comodamente junto a la ventana, pero en ningin momento pude concentrarme, No tengo paciencia con la prest actitud. Més bien en algun momento me divert{ porque marqué con cruces los lugares donde me parecfa que hybian ocurrido mis naufragios. (De mi nunca alguien om acordarse como de “;Don Alvar el Navegante!”). Mi carrera naval fue francamente indecorosa, desafortuna- da, porque en esto del mar la suerte cuenta mucho mas que la habilidad. El Genovés, por ejemplo, era up. ex- traordinario navegante y ademés tenia suerte, Sobre todo tenia la serena y triste persistencia del judio, que vive la vida como una resignada condena de Ia\cual es menester sacar partido. “Don Alvar, el Naufiago’, sin dudas eso es lo correcto. Fui honesto al ponerly-titulo a | il a5 \ idl mi primer libro. Las cruces estan ahi, entre Cuba, la costa de México y La Florida. Mis naufragios precoces, infantiles, sin experiencia. Porque también tengo naufragios de la madurez, los pentiltimos, y por cierto que habra ese naufragio final, el serio, que sin dudas ya acecha en las correntadas de mi sangre. Desde la distancia se hacen ridiculos todos nuestros esfuerzos. La tragedia se torna Opera cémica, Somos cémicos. Bipedos tenaces, devoradores, invasores. Venciendo mil dificultades, sin paz ni sosiego. Escribo esto considerando y recordando esas noches de desas- tre: el agua violenta, con gusto y color de acero liquido. Gritos, imprecaciones. Los que se entregan y los que quieren organizar la catastrofe. El héroe que se ahoga tendiendo la mano al amigo y el que se salva dejando el hijo a la deriva, El que se hunde con sus pertenencias, por avaro y codicioso. El que se va al fondo por mante- ner la espada o la cruz 0 —las més de las veces— el arconcillo leno de ducados y maravedfes. En todo caso, yo que sobrevivi a varias de esas noches atroces, siem- pre tuve la sensaciOn que habia algo de justicia, una especie de aliviador sentimiento de que ‘a catistrofe y la muerte de tantos era simplemente un adelanto del juicio de Dios. ‘Desde joven tuve la sospecha de que pertenecemos a una especie profundamente degenerada y hasta peli- rosa. 1L08 ojos abiertos en 1a noche, la mirada ya puesta en otra dimensi6n de quienes, en el instante del abandono, ngs miran, Esas miradas no se olvidan: son los ojos de Corvalan que muchas veces se me aparecieron entre suefios. ¥ los ojos del grumete Gandfa, el joven pede- 36 rasta que acompafiaba y hacia de paje a Pénfilo Narvaez. Me cont6 Dorantes que éste le solté la mano, Horando. Luego, una gran ola verde se llevaria al mise- rable de Narvaez, mi jefe. : No omito un sentimiento de jocosidad sin alegria. Uno sinti6 alguna vez que, de haber seguido en vida, la mayoria de ellos hubieran sido tan miserables como toda esa gentuza que Espaia, las catacumbas rofiosas de las Espatias, vomitaron sobre América. i ‘No me siento sentimentalmente solidario. Por suer- te el tiempo no me ablanda como a un sastre of un notario de la Real Audiencia, Y si viviese 500 sie diria lo mismo. (Pero seguramente dentro de quiniet,tos afios ya no existira Espafia, como hoy no existe Ri y ae se acordaré de nosotros, que le dimos su gratide- za, Fingi tomar notas. Antes del mediodia, ya sir el cansancio en las piernas que persiste tanto en ‘edtas semanas, devolvi el material a Lucinda y le agradect de nuevo la resma de papel. —Debo decir a Vuestramercé que el sefior canénligo estd muy honrado de que usted visite nuestra bibligte- ca... —me dice. | jonrado? :Est4s segura? | Lucinda se sonroja un poco. Alma pura. —iSeguro de que esté honrado? No quiero que Lucinda sufra. Le sefialo un pajaro que canta en el naranjo del patio. El canénigo debe hat hecho algin gesto, alguna referencia a todas lag habla- durias, 2 esas ambigiedades que se hablan deimi.|La pobre Lucinda quiere ocultar las cosas. Debe set la i, [37 Vi UR \inica persona que tengo a mi favor en esta Sevilla ganada por aventureros, maricas flamencos y truhanes. Digo que volveré el proximo jueves. Cuando me fui de Santa Clara con la resma bajo el brazo, esquivando los charcos infectos del suburbio, no pensé que Lucinda me habia regalado, con inocencia, con sabidurfa, una posibilidad de existir, dereexistir. Al da siguiente, cuando me puse a escribir, comencé con cl tono de siempre, el estilo del sefor que a través de solemne notario s¢ comunica con su rey —que es el estilo frecuente y frecuentado. No sin trabajo fui rom- piendo las frases y los silencios convencionales. Mi brazo y mi mano se resistian. Por fin, ya seguro de que el mfo podria ser un libso absolutamente secreto, como lo serd, empecé a lograt que la punta de la pluma mas 0 menos calcase la voz interior. Empect a cacr en mf mismo, lo cual no es facil. Continuamente tuve que repetirme que ese libro seria como para ciegos: no habia ojos que amenazasen la libertad de expresarme; porque los ojos del otro son el fin de nuestro yo, de nuestra espontaneidad. Asi pude ir convenciéndome de que el otro no existiria, al menos hasta mucho tiempo des- pués de mi muerte. ¥ desembogué en e! lujo de la libertad. Una libertad de papel. Una nueva forma de caminar, de aventurarme por los desiertos, adecuada para el viejo que ya soy. En la semana pasada este Iujo adquirié un ritmo frenético. Vivi el vértigo de esa independencia a punta de pluma. Una exaltacida como la de aquella mafiana cuando decidimos dejar esta “civilizaciOn” de aventu- reros y tiranos y nos lanzamos desnudos, hacia el de- sierto, hacia cl espacio abierto. (Bueno, no por cierto la misma sensacién de aquel tiempo de frescura y juven- 38 tud cuando fui capaz de dar el mas osado ¢ insélito paso que cualquier caballero conquistador hubiese imagina- do, seguramente més importante que el famoso salto de Alvarado o la supuesta quema de las naves de Cortés'0 de la raya en la arena de la Isla del Gallo, Pero una enorme excitacién que por momentos me quita él sue- fo: me quedo pensando en Ia cama y s6lo puedo dok. ime al amanecer, i a xtenuado por mis corterfas EN LA aces DEL GUADALQUIVIR EL IMPERIO APARECE &} CARNE viva. Basta que uno se ponga a camin. Arenal, como laman a a costa de arena que fora el banco y donde se apoyan los muelles que siguen erd- ciendo, arruinando el viejo panorama que todavia sol capaz de recordar. Ya se completaron las naos. qui fueron legando de la Vera Cruz y acerca de las cuales tejieron tantas inquietudes. Los corsarios ingleses franceses no dan tregua, no dejan de robar ni expoliare paz a quienes tienen derechos papalmente acordadol para hacerlo. i Tenfa raz6n Bradomin, trajéron mucho oro y meta- les preciosos. Se ve que la plata del Potosi pasé p Cartagena y de alls fue llevada'a Vera Cruz, Desde el amanecer hasta la rioche hay un movimién- to frenético. Los sefiores que hasta hace poco todavi conservaban sus casas en la zona, ya las cea y conforman a no gozar el sefiorial fresco que entra { ‘il Ii el rio en los atardeceres t6rridos. Ya no quedan los vigjos faraones.... Es un incesante vocerio en todo lo que va, por ambas, costas, desde la Torre del Oro hasta el puente de barca- zas para pasar a Triana. Gracias a mi sello de miembro (virtual) del Tribunal Supremo pude superar la guardia y aproximarme a la Torre custodiada por un regimiento de lansquenetes alemanes 0 suizos. (De los mismos que custodian al Santo Padre.} Controlaban y volvian a lacrar los cajones de plata peruana y mexicana, La traen en lingotes ya sellados, Atentamente los cuentan esos voraces acree- dores de mirada de aguila que vienen de Génova 0 de Flandes, como los Fugger, que segiin dicen todavia se estan cobrando los 450,000 florines que aportaron para comprar hace décadas los grandes electores de Carlos Vv. Discuten en su lengua y se dirigen 2 los oficiales nuestros en ese espafiol breve y autoritario que se aprende hoy por todas partes, sobre todo para fines comerciales. Son hombres secos y concretos que por suerte —o por desgracia— nuestra tonta Espaiia actual no sabe producir. En la muy custodiada tarima puesta contra la Torre se ve un selecto regimiento de idolos de oro. Abollados dioses humillados que pasan de la sentina a la balanza, Se ven varias pilas de mAscaras, seguramente funerarias porque tienen manchas verdosas y oscuras de la corro- siva cadaverina de ca¢iques, guerreros-éguila 0 sacer- dotes que vieron violadas sus tumbas, vayase a saber en ‘qué lugar, en qué regidn mas transparente del aire.. Con urgencia —no pasaré de esta noche misma— cargarn ese “oro en forma”,.como lo llaman, y lo 40 levaran custodiado por el regimiento de suizos hacia est lugar secreto, que dicen que estd en el camino de Cordoba, donde muy especializados artesanos holande- ses lo refunden para transformarlo en. lingotes: de exactisimo peso, como debe ser un adecuado y sério ‘medio de pago aceptado internacionalmente. Segut mas allé, hacia el muelle de los_grantles bastimentos de Indias: azticar, arométicas especias, 'ca- cao, piedras medicinales, picles curtidas, plumas ex6- ticas y hasta sagradas —como las del quetzal— que, segtin dicen, las reclaman a cualquier precio las putas finas de Venecia y de la corte: borgofiona. Me gusta demorarme en es¢ muelle. Me apoyo contra los altos fardos de hojas Secas de tabaco y aspiro profundamenee el olor de aquella América. Las balas de goma latex, el susurro de las bolsas de porotos. Pero lo que has me gusta es hundir la mano abiertaen los granos decacdo y aspirar el aroma denso. Por esos muelles trajinan los mayoristas y transpor- tistas en eternas discusiones y acuerdos. Compran por diez las materias que luego volverén a Espafia eh forma de joyas, chocolates, ropa fina, abrigos principescos, y serén vendidos al precio de cien. ! Al fin del muelle que Haman “de ultramarings’, me encontré con la sorpresa de dos grandes jaulas fleicafta con grupos de indios que miraban sin comprendgr b que dormitaban echados, Se me dijo que venian de Yucatan. Cuando me aproximé, muy excitado como én cada ocasi6n en que encuentro americanos, pude tranquili- zarme y comprobar que tenian la frente achatada y eran muy cobrizos, indudablemente mayas. Pero pese af me senti suibita ¢ incontroladamente mal. La fierity se me cubri6 de transpiraci6n ypor las axilas corrian gdtas 4l frias. Temi una descompostura. En mi alta edad sudar es tan anormal como ver salir aceite de un adoquin. ‘Temia la inminencia de un fuerte marco. ¢¥ si alguna vvez me toque encontrar, entre estos desdichados, algu- no que yo pueda creer hijo mfo? Me apoyé en la viga del jaul6n y empecé a recuperarme. Tranquilicé al guardian con un guifio, Era cn realidad un responsable de la ‘AlhOndiga, Me explic6 que una jaula iria para Lovaina y Ja otra para Leipzig. Desde la sancién de la bula Sublimis Deus de Pablo WI, hay una enorme demanda para estudiarlos en las grandes universidades. El Santo Padre los dcclaré definitivamente humenos. Valen mu- cho porque pronto enferman y mueren sin que pueda descubritse la causa. Se quedan quietos, con la mirada fija y perdida durante dfas y dias, como afectados del famoso banzo que suele aquejar a los negros esclavos. ‘Terminan por morir sin pronunciar palabra o cantando alguna mdgica melopea. Muy pocos se adaptan. Algo parecido pasa con los tigres, los guacamayos grandes y las panteras de Guyana. Del otro lado del canal estaba amarinando el Cabo de Luz, que ya vi el afio pasado, antes de su travesta anterior. Estaban cargando para el fuerte de Cartagena esos cafiones bruftidos que labran en Bruselas como verdaderas joyas. Estibaban decenas de cajas de mos- quetes, mosquetones y alabardas de admirable artesania. En la punta del atracadero vi varios curas controlando planillas de carta. Santeria al por mayor. Enormes figuras de virgenes con sus miradas inexpresivamente iguales. Roperia eclesiéstica. No menos de dos docedas de impresionantes Cristos ta- ‘mafio natural, por suerte no consagrados, que los es- clavos moros del puerto llevaban hacia la bodega como 42 laboriosas arafiitas arrastrando un avisp6n muerto. Me puse a ver los retablos que olian a pintura fresca: los. hacen en San Bernardo al por mayor y les ponen firmas prestigiosas, como si viniesen de Florencia. Muchas cajas con misales y catecismos que embalan envueltos Pacientemente en papel encerado. Copones y custodias, de lat6n con pintura de oro, adecuados para produtir en misas lejanas ese Cristo un poco de segunda que los indios devoraran con uncién y obligacién. Me soapren- 4i6 ver las inconfundibles roscas de madera estacit de olivo de dos imprentas de regular tamafio. Dic han fundado universidades y editan ya libros. Delifi los curas, que terminan por creerse lo que predic Del lado de la isla de la Cartuja llegaban reli balidos, mugidos y hasta cacareos de los pobses. Jes que partian para su travesia de Indias, La bi un sano olor de bosta. Me pareci6 distinguir en ruidos resignados el bramido profundo y ameniaza alguno de esos toros de lidia que los ganaderos indianos empiezan a exportar para sus corridas o para cruda, Cientos de personas que seguirén trabajando ifcluso entrada la noche. Redes; guinches, cargas, |risas, martillazos, imprecaciones. Los sonidos =i ‘enla f corriente lacia del Guadalquivir, anochece. Destle los castillos de popa, contratnaestres tratando de hacerse ofr, contadores de lépiz atento y de vez en tyatdo la silueta de algin capitan que bosteza aburrido debajo de su tricornio con vistosas plumas arhericanas; | Quien vaya alguna vez por el Atenal podtd ire ha- ciendo una idea mas 0 menos clara del mundd dn que vivimos. ‘TENGO UN SOMBRERO DE FIELTRO NEGRO DE ALA PLEGADA, Con. penacho de plumas de los que ahora se estilan, natu- ralmente con los colores de mi casa. Dos plumas estén quebradas pero no se ven mucho, disimuladas en la mévil policromia, ‘Tengo también zapatos de hebilla de esos que llaman italianos y que lo hacen sentir a uno como si anduviese descalzo. Eso sera bueno en Florencia, pero no en esta Sevilla de malolientes lodazales. Esos zapatos slo sir- ven para gente de carroza o palanquin, no es mi caso. Yo siempre anduve con brutales botas militares 0 descalzo del todo. Ocho afios descalzo—o a veces con ojotas, que ¢s cl mejor calzado del mundo—. Ocho afios descalzo, con las plantas echando suelas de cuero amarillento, como una autodefensa. Verdaderos rebordes del mejor cuero del mundo, quees el cuero de uno, jAl servicio de Su Majestad el Rey y de la Santa Fe! Antes de llegar a México, cteo que en Culiazén, entré de nuevo en las botas después de limar con un indio entendido los pies de'salvaje que me habian crecido en aquellos afios. Las botas son como coturnos. Cotumos de esos de madera, que hacen caminar como muficcos a los acto- res y que retumban fuerte sobre el tablado de la escena. © son como zancos, también. Y uno se mueve oscilan- do en lo alto, como zancudo de feria, Uno se bambolea y hay que disimular. ‘En México-Tenochtitlén fui reci- 44 bido con mis botas-coturnos, creo que me los habia prestado el Gobernador. Cortés me miraba con sorna. Yo ya habia perdido la costumbre de ser soldado iespa- fiol (tal vez, incluso, de ser espafiol} y me bamboleaba ‘un poco como sientrase en zancos en el salén donde se me homenajeaba, Cortés tenta botas finas, de cabritilla y dicen que no se las sacé hasta su muerte. Diceh que fue enterrado con esas botas, El marqués de Oaxaca... Observo mis pies en esta tarde dominical. La tbrraza es el ugar més accesible de la casd. Se ven los en campanario. Dofia Eufrosia me’ puso una gran pa- Jangana de agua tibia y largamente he observ imparcialidad, mis fatigados pies. Casi no tien as de las viejas lastimaduras y quemaduras, Se Jos ve jOvenes, renovados. ¥ comio siempre, me parpeer| poco sblidos para el destino que tuvieron que cumplir: boste- ner al caminante. Llevar al hombre que més debefhaber caminado por esta tierra {y con tan poco resultadp). Son anfibios. Les place el agua: Estan| sumetgidos bajo la tibieza del sol comio dos lagartos de La Flbrida. Ciegos, obedientes, mediocres, nunca dicron; grandes disgustos ni grandes sorpresas. En este sentido'gon una de las partes mas claras y seguras del cuerpo, peligroso individuo que més bien nos tira estocadas, amenazas y bajunas traiciones a lo largo de toda la vida. La piel se Jes ha puesto transparente como un pergamino. En estos afios de prisiones y de pleitos han perdidd todo recuerdo de los caminos| y de los desicttos,/st han transformado en dos cagatintas palidos de esos que trabajan en la Real Audiencia. Lavé cuidadosamente los pies porque he mandado reservar en el burdel de “La Gitanilla” de Carmona, para esta noche. Como Me DI MI BANO QUINCENAL PROFUNDO, pude obser- varme en el espejo del cuarto de aseo. Lo que hice el otro dia con mis trajes, lo repeti ahora con su desganado relleno. Bien dicen que espejo antiguo no conoce susto. Curiosos seres, medio misteriosos, estos espejos que sin indigestarse devoran nuestras figuras y las escenas de nuestra vida. En este espejo veneciano —una de las pocas cosas que conservé de mi tltimo naufragio, cau- sado por la expoliaci6n de falsos influyentes y legule- yos— mi madre se vio antes de su casamiento. Ella también entré en su recuerdo como ya ahora. Tal vez desde e! otro ladode la capa de estafio esté mirindome con una sonrisa de tierna iron{a al ver lo que queda de su hijo {el éguila} Extrafio objeto leno de conocimientos pero conde- nado a la desmemotia. Nada puede sacarse de él: es como un lago quieto'en el que todos nos ahogamos y desaparecemos. {Uno se presentard ante Dios vestido? Prefiero creer Jo mejor, 1o més decdroso, aunque los grandes pintores de Flandes sigan pintando el Juicio Final con legiones de gente indecentemiente desnuda ante la mirada de Dios. Con los afios hasta los més tristes harapos son 46 mejores que nuestra piel. De frente la cosa mas 0 menos se disimula: el rostro alargado, la barba canosa pero nada enrulada y bastante parejamente cortada (por dora Euftosial; luego un pe- cho flaco, medio puntiagudo, de gallo viejo, en el que seguramente una doncella no lograrfa adormecetse ni apapacharse. Con cierto temor giro hasta quedar de costado. La barriga se fue cayendo mas de lo imaginado y tédo lo que parezca tener alguna vitalidad parece querer des- colgarse de la percha ésea. Arriba quedan los hom6- platos y las claviculas un poco como nostilgicas del tiempo de la carne. Por suerte este espejo veneciano es ambiguo como la misma gente de la Serenissima. Las formas se mezclan con una permanente niebla perlada, de atatdecer lacunar, una foschia. Es un espejo admirablemente confuso, elusivo, como esos embajadores qué manda Venecia para espiar la grandeza més bien bestial de nuestra Espafia. La carne va cayendo como el cebo de utia vela en extincin y se acumula sobre las ‘s6lidas columhnitas romanas de los muslos. Es una informe cantidad|de ser que pareciera querer cubrir desde’ arriba ese confuso follaje ralo, canoso y ceniciento, donde Iq bragueta cumple honestamente y sin mayor esfuerzo sh funcion, Urgia cubrir la vision: me eché la camisa cow rapide como quien pidicamente!cubre el cadaver de tun viejo amigo. ia cil Presiento que ese cuerpo est4 preparando duimuerte. Es l6gico que sea asi y deto aceptarlo, En las tardes me 47. suele acosar un cansancio insuperable que me obliga a sentarme en cualquier sitio y a respirar profundamente para recuperarme, Ayer mismo fue asf, Debf disimular ante dofa Eufrosia, Es un anuncio de que algo muy malo combinan los humores internos, Pero, contradictoria como siempre, esa vieja carne también me manda extraios mensajes de lozania. No puedo creer que sea efecto de la exaltacién de la escri- tura, pero desde hace mas de un mes me despierto muchas veces con fucrtes erecciones y creo salir de sucfios cargados de espesas voluptuosidades, como si acabara de ser expulsado de un burdel y no recordase absolutamente ningtin detalle, (Con todo el respeto que esa nifia merece, debo decir que un par de veces me Parecié que se asomaba Lucinda en esas confusiones nocturnales.) Es un inesperado retorno del ardor. Un curioso rena- cimiento de fuerzas que crefa perdidas. Orino con vigor y cierto escozor, En suma: que no sé si empiezo a morirme o si al cuerpo se le ha ocurrido otro ciclo de vida EL BURDEL DE “LA GITANILLA” ESTA EN LAS PUERTAS DE ‘Carmona. Habfa resetvado para el jueves, dia bien laico y jupiterino, ya que para mi cl viernes es dia de ayuno, Preparatorio de los ¢jercicios religioscs de sibado y domingo. Aunque mial cristiano, cristiano soy. (En la Catedral conservo nji sitial de privilegio, de Capitan General, y me arrodillo en el mismo lugar donde lo hacia mi abuelo,) Pasado el gran calor, salimos en la carroza de alqui- ler. Hacia unos seis meses que no tomaba la decision de insistir en esas cosas porque s6lo dejan sentimiento de desilusin y gastos. Pero uno lo hace por inconfesado orgullo, O para seguir sintiéndose en vida. Ademés, también, como honesta respuesta a ese renacido ardor al que me refers, Ningtin medio es més conservador de los Iejanos prestigios de nuestro pasado que el colegio de la infan- cia o el burdel. La Gitanilla, que es una vieja em- parchada y rellenada con cremas, polvos egipcios, me concedi6 reverencias de honor:como las debidas a un jefe de Estado o a un Borgia. Se ve que quedaron en la noche de Sevilla los recuerdos de mis correrias de hace treinta afios, o los de aquella fiesta burdelera que pagué para todos los oficiales y pilotos de mi flota de Adelantado, antes de zarpar hacia‘el|Para- guay. Podemos ser més famosos por el lado de nupstros pecados que por el de nuestras virtudes Me senté en el salon morisco bebiendo mi cuafto de xerés, Oi que la Gitanilla gritaba con entusiasrfjo|hacia el vestuario: “;Nifias, el Adelantado!”. |) Pasaban con tules de bailarinas moras, como Sefioras flamencas de sombrilla, un par de nionjitas’ variae "fernondinas”, esty e8 disfrazadas | generalmente de guerrero| como se dice que rey Fernando a la Bobadillh y a la Alaman. Elegf la inglesa: una pelirroja muy joven. Ari enorme precio con las meriores palabras posibles Ja Gitanilla me larg6 vari artes y 4 mi no me gust latinazos sobre ebas {Curiosamente en estos tiempos en que el espafiol se afirma como el tinico idioma universal, el latin clasico s6lo parece sobrevivir en los burdeles, curioso destino del espiritu pagano que lo engendrd.) Nos dieron la sala veneciana, preferencial. La “in- glesa”, aunque dijo lamarse Vazquez, era realmente bastante inglesa y como dijo la alcahueta, pelirroja real y completa. La ensarté firmemente por detras. La cosa no durd mucho: ascenso répido y rapida caida en el tedio de la hora, de la tarde, ‘Como siempre la repetida sensacion de haber Ilega- do, de haber estado muy brevemente y de haber sido expulsado de una patada hacia la vida de siempre. Acababa de vivir con la inglesa la parébola del pobre Adin, El camino de vuelta, ya entrando la noche, me pare- cid interminable. Es cuando uno hace las cuentas y sopesa la vana estupidez. Dada mi posicién tuve que fingir que el dinero es nada para mio que me sobra. ‘Tuve que ser magnénimo en propinas incluso con la jorobada que actuaba como moza de alumbres y permanganatos. Pero en realidad aquella salida —o en- trada— tan breve y ¢stépida me costaria pasar de car- nero. vaca. Ya la pobre Eufrosia la condenaba a un mes. de ensaimadas y salpicén. Siempre siempre predominaré la desilusi6n al volver del burdel. Sensacién de banalidad y humor sombrio. La convicciOn de queéun oportuno y sabio meneo hubie- se abreviado la penajy el gasto. De joven uno més bien iba al burdel para endontrarse las imégenes para futuros. coitos imaginarios. Es evidente que sigo teniendo una vida sentimental 50 mis bien pobre. Que no he aprendido casi nada en este campo. Yo que he entrado en tantas putas, judias, moras, barraganas e indias, me voy a morir sin haber conocido la came de una mujer decente de mi jerarqufa, Alguien como mi madre, digamos. ToMAN MucHO cacao, esta de moda. Sobre todo én las tabernas finas y en las hosterias donde van Ids comer- ciantes de la calle de los Francos. Lo venden carisimo, en tazones, aunque no tengan idea de c6mo Io prépara- ban los mexicanos. Los holandeses lo ofrecen| en table- tas que envuelven con papeles finos, dentro de'cajas.con etiquetas hechas a punta de pluma con esdenas mi- tologicas de Grecia y de la antigua Roma. Es'el iegalo que hoy estilan los nuevos ricos. | Para mf es un aroma evocador. Enseguida me remon- toa Vera Cruz, a las mafianas licidas de Tetochfitlan cuando todo me quedaba por delante y yo era el joven de “la gran hazaiia”. Pero sobre todo, el aroma del tacao me arrima al recuerdo de Amaria, | También se consume tabaco. Lo difunden jos brita- nos y los infaltables flamencos. Nosotros: Itichamos, descubrimos y transportamos. Ellos venden y ganan. Se quedan con los productos y con el oro con que debemos recomprérselos. Han sabido poner negocios para|vender tabaco y lo difunden por sus bondades para la salud. Los amariconados franceses que mercan en la Alcaiberia, 51 durante sus discusiones abren cajillas de marfil o de plata y aspiran tabaco molido, rapé. Muchos lo fuman también, como los caciques tupis en sus rituales, Ayer, en la casa Calvillo, el marqués de Bradomin que festeja- ba la anormalidad de un reconocimiento literario (como él dijo}, lanz6 pesadas pullas hacia la mesa del indiano o perulero enriquecido Fontén de Gomez, que habia encendido un formidable charuto apestando todo cl local. Festejaba la Ilegada sin averfas de su carga en la flota que legé el otro dia. Comi6 una enorme pata de chancho y después se puso a fumar. Es un nuevo caci- que pero que no pierde el tiempo en buscar el paraiso, el Yuv Maré Ey, Fontan de Gomez ya estd definitivamen- te instalado en él. Ahora s6lo le falta expulsar a Dios y todo seré mas fécil y agradable, Lo conseguir pronto. Orondo, se infla apaciblemente, Rosado, tirante, con sensatas manos de manteca que nunca perdieron tiempo empuriando espadas. Los gitanitos mendicantes se congregan junto a la ventana de su mesa para verlo fumar como a un extraio idolo de los tiempos nuevos. Es un brujo vacuo, un chamén de chaleco de brocado. Indiano butafumeiro. ‘Segiin los amigos de Bradomin, resentidos como todaigente de arte, Fontin de Gomez esti ala busca de palacio y escudo, Hace fuertes ofertas. Habria que tenerlo enjcuenta. No se distrajo jams en aventuras. Con el oro de tres cargas afortunadas pugo una fonda en Triana, un burdel para tropa del lado de §an Bernardo y unaletrina de esas, agas, cerca de la Catedral (los domingos gana mucho con los caballeros qué ya no mean contra los arbotan- tes} Comer, follar, cagar. Fonda, burdel, jamerdana, He aqui un hombre que opera exclusivamente en torno a la 52 esencia, como dijo el sarcdstico Bradomin. Son en reali- dad los tres verbos de esta nueva Espafia rica y podero- sa, Una Roma que pronto se iré deshaciendo en Babel. Bradomin es manco. Cuando bebe, como ayer en su festejo, cuenta historias disparatadas sobre la pérdida de su brazo. Ayer cont6 que lo enterrd solemnemente en Cuernavaca después de un terrible encuentro con los indios y que Alvarado y yo habiamos sido padrinos de ese velorio parcial y no tan triste como hubiese’sidd un entierro completo. . Bradomin es flaco, esmirtiado, con largas) batbas entrecanas de profeta furibundo ¢ insolente. Estuvo’ veces en prisién por deudas, o por adulterio, no|se bien. Seguramente terminara como carne dé Inqui- sicion porque su irreverencia es incontenible ¥ madamente talentosa. Estos'son tiempos en que pot un. adjetivo se puede perder la vida, y él preferira Sie ‘un buen adjetivo. 1 | ‘Como ocupo cl Lugar de honor de la mesa, lojten; mi lado. Estuve tentado, pero no me/atrevi, a comen- tarle esa exaltaciGn extrafia con que vivo esta|inespe- rada "jornada literaria” de mi vida y que se origina ep la resma de papel de Lucinda. Bradomin escrib¢:demabia- do bien y yo no escribo pot cosas dé estilo) sino para decirme verdades que resultan todavia inconffsables. Todo posible acercamiento entre nosotros ‘repultaria infructuoso, i ft Festivamente, Bradomin anuncié en su brindis que me dedicaria el nuevo librp. Parece que s¢ trata de aventuras imaginarias tambjén en México, cbn tirahos terribles y condesas debidanjente libidinosas! Dice ue se lo editard un supuesto vizconde de Calafell, un rico sefior con imprenta en Barcelona y en Florencia, un tal Barral o Berral. EL Rey ME HAsIa MANDADO A BUSCAR CASIEN SECRETO. {Por qué no contarlo? ; Puedo temer todaviaa la Inquisicién, a la Real Audiencia 0 al mismo Soberano? Con los afios uno termina por perder el temor hasta de Dios. Fue el 11 de septiembre del afto pasado que los cascos de los cuatro caballos atronaron el callejon de la Pi- mienta, inquietando a todo el vecindario tan curtido de terrores antiguos y de fuego de hoguera. Dotia Eufrosia, casi temblando, hizo pasar a un empenachado capitén que me esperé mientras yo me vestia adecuadamente, Me informaba que el Emperador queria verme en Yuste. Si yo “lo veia bien” pasarian a buscarme en una semana. Tuvimos unas jornadas ya no tan calientes. Me ale- gr6 cruzar los polvorientos caminos de la infancia que s6lo el recuerdo podia amenizar. Por entonces los olivares me parecian gigantes regimentados en esa tie- ra seca y dura de la Espafia profunda, Decfan que el viejo Emperador, al retirarse abdicando en favor de su hijo Felipe I, eligié Yuste, el monasterio de los JerGuimos, pata acomodar sus cuentas con Dios, y seguramente y en especial, la del saqueo de Roma en 1527. 54 Carlos, primero y quinto, el hombre més poderoso de Ja Tierra estaba alli, en esa hondonada umbria. Noso- tr0s, los Conquistadores, y la legion anonima de sus soldados, éramos la fuente de su grandeza. Fuente rese- cay olvidada. Fuente de esas donde s6lo abrevan los mulos, Aquel seguramente seria mi dltimo viaje por aque- Has tierras, ligadas al recuerdo de: mi infancia) y el Emperador estaba en las pentltimas curiosidadds del suyo. Tardamos cinco dias y no me fue penosd. Fui tratado segin mi dignidad, con inesperado vida tiene estas cosas: Dios deja que la mane) diablos juguetones. El Emperador se sobrevive en una edificacién Emperador debe comer muchas carnes rojas, Mariscos, ubres y mollejas que puedan segregar los 'aceit necesitan sus articulaciones resecas. ii ‘Me dejaron descansar debidamente en una telda am- plia y caleada que daba a un jardin florido, muti el Emperador, que desde la muerte de su querida madre, Juana la Loca, vive con las paredes|cubiertas; de seda negra, s6lo interrumpida por los esplendores de Tiziano. Fui vestido con mi discreto traje de juez del ‘Tribunal Supremo. En la antecémara, donde me reci- bid, estaba el superior del convento, el padre Angulo; el secretario del Emperador, Martin de Gazteld, y su mé- dico el doctor Comelius Mathys, Yo entré siguiendo al Chambelan, pero nadie me observ6. Todos miraban hacia donde miraba el Emperador desde su reclinatorio con almohadones. El Emperador tenfa la cabeza estira- da hacia el extremo opuesto del cuarto donde el maes. tro relojero, un tal Juanelo, estaba dedicado a la tarea semanal de dar cuerda al enorme reloj flamenco que marcaba las seis y diez de la tarde. El maestro ejecutaba cada vuelta con él mismo ritmo, como para no alterar 0 enojar las entrafias de acero de la maquina. S6lo se ofa el tuido de la cuerda al girar la manivela, el susurro Srabe de la fuente de agua y un jadeo sordo que proventa del pecho del Emperador. Se vefa que en ese palacio el tiempo era ya un objeto de extremo cuidado. El maese relojero hizo una reverencia y slid, El Emperador me observé largamente, Todos estaban. en silencio. Después de un rato se oy6 una quebrada voz administrada segan el criterio del menor esfucrzo: —Ti eres el famoso caminante... Ya ves, el Empera- dor casi no puede caminar. He vivido como preso, sf, preso. Incluso durante las cacerfas que era lo que mas me gustaba. Si hubiera caminado no estaria postrado. iPero dénde se puede ir dentro de un palacio? Ti ca- minaste ocho afios, digen... Una vez estuviste con no- sotros en Toledo, jno? jEras ta? Movi la cabeza asinticndo, Nuevamente se estable- cid el silencio y se oy6 el desagradable jadco en peligro- 80 contrapunto con él implacable tictac metdlico 56 del reloj. Ademas el Emperador raspa los dientes como para alinearlos antes de cada frase, ya que son flojos y no coinciden adecuadamente, —Ahora bien... ;Por qué has pagado aquella expedi- cidn al Rio de la Plata? ;Por qué insististe después de lo de México? ;Querfas corregirlos? ;Quisiste corregir el curso de la realidad? El paraiso de Mahoma... | Volvi a asentir, en silencio. Hubo una larga pausa. —He tratado de conocerlos a todos, al menos a) ios que pude, porque son muy pocos los que regresardn 0 no se volvieron locos o criminales... Ti eres uno de los menos claros, un caballero andante caido a Conqui dor. Estés en el otro extremo de ese demente, el Li la selva marafiona contra mi hijo... ¥ tampoco como tu abuelo Pedro de Vera que tanto bien hizo'a la Corona. Fue un hombre muy cruel y, muy efidaz: tca- baba con guanches 0 motos, segin dorjde se lo mandara, Vosotros, los conquistadores sois hombres demasiado poderosos. Sois, por naturaleza, de la raza de los glan- des. La Corona tiene que ganar tierras y almas, después sélo puede haber orden y obediencia, ;Pulede pedirsele a un le6n que sea ordenado y obediente? Su voz resonaba en la sala mas desde su prestigiofiue desde la real fuerza de sus gastados pulmones. —No vayas a creer que no sé de esas grandes perfitias que tt has visto ejecutar en Jas Indias, Abusaron y ain siguen abusando de la autoridad delegada {por Dios, no por mi, que no soy nada}, Se:necesitaron los conquista- dores para vencer a los indios. Ahora se prec regidores, cortegidores, curas y notarios, para domis los vencedores... He trabajado los viltimos diez afios de mi vida para dejarle a mi hijo un Reino donde|la gancia de los grandes capitanes quédase ahogada en un orden administrativo... Si, pensé, pero ese. arrogancia de los capitanes intrépi- dos ¢s la que hizo de reyes mortales, inmortales. Hubo otro espeso silencio que no incomodaba en nada a los cortesanos alli reunidos. Se veia que el Emperador, aunque echado, era incapaz de sacarse su largo cansancio. Ese convento-palacio no tenia otro objetivo que el de cobijar una gran muerte; madurar la ‘enorme muerte que correspondfa a una gran vida. Di- cen que el Emperador siente desde que llego a esta soledad que va a morir. Lo sabe por el ruido del segundero del reloj metélico que dice “escuchar como si fuesen campanadas” y por cl aliento fétido que lo persigue desde hace veinte afios. Es el famoso “aliento de leGn enfermo” como escribi6 el Contarini, el inso- lente embajador veneciano (no es malo que lo haya escrito porque es sabido que espiar es la tarea de los embajadores, lo malo es que su insolencia se haya conocido en todas las cortes de Europa). EL Emperador vive con su muerte. Ayer me cont6 un monje que ya ensay6 su propia misa de difuntos. Hasta pidié que lo ayudasen a meterse en el atatid instalado, como es usual, ante el altar. Como goloso de muerte se ‘eché y empez6 a dormitar arrullado por el céntico fiinebre de los monjes. Es un atatid de emperador: acolchado con tibia seda china de color damasco. El Emperador vive —o premuere— amenazado ya por esa peligrosa melancolia que enturbié a tantos de su fami- lia, a su abuela y a su'madre Juana. —Por la Corte decian que tii guardabas un gran se- creto que s6lo a mi o-a mi hijo el Rey confiarias. Me quedé mirando el suelo. Se ofa el tictac abru- 58 ban, mador, el blando murmullo de la fuente, el aire que pasaba a través de las flemas del pecho imperial. Su curiosidad era débil, como la vida que le quedaba. jIba a hablarle de las Siete Ciudades de barro y estiércol? jLe hablaria de iniciaciones y de segundos nacimientos? De mi crénica secreta? Era ya tarde, al menos con él. El Emperador entendi6 que yo no tenia nada que contes- tar. —Hias padecido, lo sé, pero mas 0 menos te heshos compensado... Creo que te han dado’ un puesto, :yer- dad? jHay algo que tongas que pedirme? ‘Mi demonio me sugiri6 solicitarle la restitucioy ad honorem de mis titulos de Adelantado y Capitén Ge- neral, Pero rechacé al tentador ni bien asomé sus fau- ces. No tengo nada que pedir, ni siquiera al Emperatlor. Lo m(o es tan claro que ni siquiera dudaron mis enémi- ‘g08: ni Irala, ni sus barraganas, ni aque! desdichado Alon- so Cabrera, mi torturador, que enloquecié lamigndgme los pies en la sentina dondeime Hevaban encadenado. ‘Ya era tarde para toda ret6rica. | —Absolutamente nada, Majestad —dije. El-hombre més poderoso de la Tierra ddsde| los tiempos de Augusto y de Trajano, habia saciadd su discreta curiosidad para conmigo, para con und de|no- sotros, Tuvo la ocurrencia de recordarme, the hizo venir y cuando llegué, ya selhabia desinteresado.... El hombre més poderoso no podria hacer lo que hace cualquier nifio: correr, refr, saltar, odiar, amar, Me fui retirando segin se estila, No sentia rencor alguno|por su larga indiferencia, Masi bien cierta Sompteaston, como si yo hubiese Ilegado & ser el padre de mi padre. 59 ilk ld Anoto estas paginas desde mi ventana que mira a la Giralda. El Emperador muri6 en Yuste, y las campanas, doblan acordes negros y broncos. Desde el patio del Alcézar, suenan los tambores cubiertos con un velo negro. La ciudad esta silenciosa como si su destino se hubiese detenido. Con él Sevilla fue caput mundis. El Emperador murié en el primer dia de un otofio que seguramente ser muy largo para toda Espafia Fue el gran protagonista de esta eterna comedia que representamos los comicos de la legua. En cada genera- ccidn estamos hermanados por haber pisado las mismas tablas, pese a la diferencia y la oposicion de los roles: Cortés, el conquistador feliz, el torvo Pizarro y sus hermanos y los Almagro; Orellana, Alvarado; Ponce de Leén que salié a buscar la magia de la eterna juventud y encontré la punta de una flecha envenenada, Y Atahualpa y Moctezuma, los desdichados y perplejos emperadores que comprendieron el sentido de la “civi- lizacion” cuando los degollaban o los llevaban al supli- cio. Protagonistas en una interminable represen- tacién, ¥ también, claro, el caminante, que a falta ya de buenas piernas, avanza por estas cuartillas siempre blancas, siempre nuevas, eternas, Hoy no parece azul el cielo sobre el que se recorta la Giralda, la diosa, hija de otro dios tan terrible como el nuestro. 60 I SEGUNDA PARTE FUI EL CONQUISTADOR DESNUDO, EL EATON. De todos los naufragios que narré sin vergiienza ni jactancia, hubo uno decisivo, merced al cual me convert{ en conquista- dor indigente, carninante. Fue en aquel 5 de noviembre en las costas maléficas del Mal-Hado. Bajaton los demonios para burlarse de m\, para j con sus manos de agua como gato con rat6n, sit quiera dignificarme con la muerte, Los demonic agua, entre juguetones y pétfidos. nos del agua. Nuestra barca, calafateada con resi os pinos y armada con clavos caseros, se iba d¢sar- mando en esa fiesta de demonios. Gritos, saplicas, blasfemias y plegarias. Los hombres ¢e ahogaban: asirse a una imaginaria cuerda de agua o a una indlife- rente orla del manto del) Senior. Algunos mantenerse de Ja borda y ton las plernas desallddas, quebradas, sangrantes. Trataban de alejar la bares} arrecifes. i Pi Era el agua enemiga, que yo bien conozco, & noches de naufragio. Fria ylespesa como acero) fin con una espuma salada que vuela en ¢l torbellifid pmo baba de una risotada demohiaca. (Ndda que ver can el agua inocente de los dias d¢ bonanzai) | jf En la noche helada de noviembre habiamo: de salvar las ropas, armas, yelmos y cbrazas, en la barca. Alli estaba todo el material fino, de guerrero de buena familia que se lanz6 como un Amadis a la aventura del mundo, despedido por la madre en el umbral de la casona de Xerés, Los diablos del huracén saltaban en el viento. Las olas cortas nos daban secos bofetones y latigazos. Uno se mareaba y trataba de mantener la cabeza fuera de la ‘marejada para respirar. Era un maligno endriago de corrientes bajas, encontradas y desencontradas en un laberinto de corales. Creo que cuando adverté el riesgo de ser aplastado contra los arrecifes, intui que era mejor abandonarse al destino y a la suerte de las aguas. Via Palacios debatiéndose desnudo con los calzoncillos diculamente bajados hasta los talones como una niestra burla de Belcebi, El oleaje me levant6 y me hundié, me arroll6 y me rescat6 del fondo, Me arrancé Ja camisa y hasta la venda que tenia por causa de un flechazo. En la penumbra vi entonces la destruccién de la barca y sentf la curiosa alegria de estar llegando al fin de algo. Se desarmé como un hato de lefia caido en el torrente, y asi fue al fondo mi primeca armadura. Era del maestro Foggin, de Florencia, y mi madre le habia encargado labrar el peto con el escudo familiar. Alli en Ja profundidad del mar de los Caribes siempre imagino, en el crepiisculo de los abismos, ese metal seguramente eterno, intitilmente eterno, que fue cayendo llevado por las corrientes, perdiendo las plumas del penacho, como un vencido gallo de rifias que nvuriera antes de su ataque. Las manotas de agua me echaban de aqui para allé, como a pelele. ¥ yo, en algiin momento afloje el cuerpo como para refrme con los labios, y a partir de allt todo fue distinto, Traté de agregarme a la fiesta de los de- 64 monios. Se me ocurrié no resistir el aquelarre. Me di cuenta de que el agua era mas caliente que el aire del amanecer, y hasta me parecié que tenia cierta acogedo- ta tibieza, Reflotaba coronado de espuma fosforescente. El azar quiso que el mar me levantase para luego arto- jatme sobre la playa, no sobre las piedras. La fiesta de los diablos habia terminado. Respiré entre cantos toda- dos, algas y caracoles. Mord{ esas algas que mé parecie- ron un manjar tibio y part{ con los dientes algunas conchas de berberechos y los mastiqué bien, Ei ese tiempo uno tenfa todos los dientes, todas lds gdnas. Todavia hoy recuerdo qué sent{ que habia sobrevivido por haberme sabido agregar sin resistir a la danza de las brujas. Asi resisten las gaviotas al furor del jnar, sin resistir, Estaba en calzoncillos ante la inmensidad de 14 no- che fria y estrellada, Habfa perdido vestiduras © investiduras. E} mar se habia tragado la espada y la cruz. I Quedabamos s6lo cuatro en el amanecer de aqlel 5 de noviembre. Sélo cuatro de la poderosa floth de Narvaez, ‘ Ese fue el verdadero naufragio: desnudo y'sin Espafia, j No puedo decirle las cosas a Lucinda tal como las conffo a la pluma en estos dias largos y sosegados de mi caminata por el papel. Pero ella me obliga'a fecordar més 0 menos ordenadamentte, siguiendo la letra de lo que ya escrib{ en los Naufragios,'Todo mé.siena episddico y exterior. Son losmeros hechos comb pata el Tribunal de Indias o el Emperador (o la misma Lutinda, tan paidica}. Los otros nos obligan més bien al silencio, | | 68 | ———__-—--_ 3-3 2 82 La verdad exige la soledad y Ia discrecién para no ir a car ala hoguera. a. = ‘Estamos tan fuera del hombre que toda verdad inti- ma y auténtica se transforma en un hecho penal. EN CAMBIO UN GRCLLO, UN SIMPLE GRILLO, PUEDE SALVAR wa rota —le digo a Lucinda que me mira sorprendida. Se rie, Tiene un delicioso lunar en la mejilla y justo alli se le forma un hoyuelo, un remolino de vello impercep- tible, como un valle en la piel de un melocotén Entonces le cuento lo que ocurrié con las naos de mi flota de Adelantado y Capitén General del Rio de la Plata. ‘Ocurrié que un grumete, casi un nifio, llamado Sandoval embarc6 un grillo escondido. Travesura, por- que esté prohibido agregar a las alimafias de a bordo, incluidos hombres, otras que normalmente no son viajeras. Basta y sobra con las cucaraches, pulgas, piojos y las infaltables ratas que.las més de las veces terminan sirviendo como reserva alimentaria antes de la muerte 0 de la costa feliz. Sandovalito escondié el grillo en la juntura de una cuaderna y cuando lo fue a buscar ya.no lo encontr6. Seguramente el grillo habia saltado porla borda para no sopoxtar el hedor humano. Después de dos meses alcanzamos la costa del norte de la tierra del palo brasil. Bogabamos en conserva proa al sur, llevados por fiierte viento de popa. En el silencio 66 de una noche en que s6lo se escuchaban los pasos y los trabajos de cubierta (gualdrapeos, escotas que silban con el viento que arrecia antes del amanecer, algin relincho trasnochado de algén caballo insomne}, en la bodega de proa se empezé a escuchar e! persistente canto del grillo. A los hombres les parecié que tenia una fuerza inusitada. No solo el animalito no se habia suicidado ni muerto sino que habia sobrevivido, sin hambre ni mareo, Fue entonces cuando el viejo Benalcézar, todavia mas judio que converso, salt6 fuera de sus suenios y agité a los hombres que dormian, y alert6a la guardia, “(El grillo slo canta si estd en tierra! ‘Peligro!” Se alerté a la cofa entre gritos alarmados.|Se escruté por babor y estribor y enseguida aparécieron entre los velos de inumedad los arrecifes del norte Brasil apenas a la distancia de un tiro de ballesta. EI piloto habia Ilevado mal el cumbo y tenia calculada su marcaci6n a tierra, se habia creido en alta mar. Se atroné con la bombarda para alertar desde|la carabela capitana a las otras naos y se loge6 enderezay el rumbo hacia el mar libre antes de caer en las corrientes atractivas. —iEl grillo! jEl grillot | Hicieron una pantomima. Le sirvieron vino tibio. con azticar. Le intentaron poner una coronita doradd yuna capita de terciopelo rojo. ' ' EI grillo siguié cantando ajeno a los honores hagta que las proas estuvieron bien entradas en el mar, | Dias después, cuando bajamos por agua fresca y pal- mitos, ordené que lo Ilevasen a tierra para preiniatlo segin su ancestral voluntad. Merecia lo que sedbamos. Pero nadie pudo encontrarlo... Lucinda se refa divertida y yo me senti exalt como sibitamente joven. ‘As{ era el azar 9 la voluntad enigmética de Dios. El ¢gtillo habia salvado a treinta caballeros y cuatrocientos hombres aparte de las naos que habfan costado toda mi fortuna familie a Lucind ee Lo que quise explicarle a Lucinda es que hay s¢ desafortunados, seres sin gillos. ¥ eso fue el desdicha- do de Panfilo Narvaez... Rematé mi triunfo oratorio ante Lucinda reciténdole esa especie de copla que escuché decir a uno de los poetas de la agitada mesa del marqués de Bradomin: “Miisica porque sf, misica vana Como la vana misica del grillo Mi corazén eglégico y sencillo Se ha despertado grillo esta mafiana...” MI PRIMER NAUFRAGIO, EL PADRE DE TODOS LOS OTROS NAU- FRAGHS fue el de haber tenido la mala suerte de haber seguido a un néufrago. Fue como un ciego que siguiese a otr0 ciego, y este ciego fue Pénfilo Narvaez. Lo que narré de la desgracia en la isla del Malhado fue el final, de una cadena de desgracias maritimas que comenza- ron cuando nos embarcamos en Sanlicar de Barrameda. Panfilo Narvéez. tenia mala estrella y para colmo habia elegido el peligroso rumbo del odio. La obsesion de su vida fue imitar, superar, vencer, aniquilar a Hernan Cortés a quién le dedicé ese rencor continuo € 68 ingenioso del que s6lo son capaces los cornudos. Un dia Jo queria liquidar por medio de la justicia, al siguiente por medio del pufial de los asesinos o los conjuros demoniacos. Generalmente embest{a de frente, como toro enardecido pero cegado por su propia sangre y por las moscas del odio. : Narvaez era bruto, valiente, desafortunado. Cutiosa- mente ahora, a tantos afios de distancia, lo recuerdo por un gesto y por el rostro que seguramente tuvo en el momento de su muerte, cuando se ahogaba, Hecho que ocurrié cuando yo estaba a varias millas de diana salvando mi propia piel de la garra marina, segdin conté. No lo veo en el castillo:de popa bajo ‘su sombrero empenachado de plumas tropicales sino cori los ojos saltones y desesperados de un ahogado que lucha cpnera lo ineluctable. Tuve la mala suerte de que varios de los allegados de mi poderosa familia lo congciesen y me enrolase En su expedicién haciendo asi mis primeras armas én el arte de Indias. ‘ : Narvaez habia sido derrbtado por, Cortés caramuza en la que el conquistador de Mékicol s6lo habia perdido dos hombres! No le quedé a Narvae mas remedio que buscarse un México propio. Era az que en poco tiempo consiguié montar una flota im- portante. Su México seria La Florida con su: ciudades de oro. El también venceria a un gran| rador, tendria sus malinches, aboliria idolos cos y seria recibido por el gran César Carlos 1] Pese a mi juventud y a mis escasos méritds milita- res, mis influencias me pérmitieron enrolarmd domo ‘Tesorero y Alguacil Mayou, seria practicamente ¢l se- gundo en jerarquia. i: es- Nos embarcamos el 17 de junio de 1527, y no anoto esta fecha en vano. Todavia no habian Iegado las noti- cias de las atrocidades cometidas en Roma en el mes anterior. No podiamos saber que ya partiamos malde- cidos por la voluntad de Dios. Habfan sido un mayo y un junio calientes. El més bello tiempo que pueda recordar enmi vida. Me gradua- ba de conquistador y mi exaltacién no tenfa limites. Dias de amor dolorido, de sensualidad con mi gitana trianera que hasta haba inventado disfrazarse de gru- ete y osado presentarse en los controles del muelle de la Contrataci6n, Con su olor pegido a mi cuerpo yo legaba hasta las naos para ocuparme del cargamento. ‘Aquellos gritos de los cargadores, el rechinar de las poleas, el ritmico arre! arre! de los esclavos moros que jalaban las cuerdas subiendo las lingadas de basti- mentos; ¢s la rmtisica mas bella que yo haya oido en mi larga vida, Es cuando la juventud levanta velas y se hace ala mar sin tiempo. Es cuando se parte de la rutina hacia el misterio. Dos dias antes de zarpar Iegé el carret6n tirado por bueyes con this pertenencias de conquistador lujoso, més dispuesto a instalarse en el palacio de un ‘Moctezuma que a conquistarlo a fuerza de espada y sufrimiento. Vii subir la lingada con la caja verde, florentina, con la flamante armadura regalada por mi madre y cuyo ptimer y tinico uso debe haberlo hecho algin gracioso delfin de la Florida. Mis paquetes de libros clasicos, los tomos salmantinos y la Biblia del abuelo Pedro de Vera el Terrible. Hasta las cajas en- ceradas con las cuartillas en blanco para mi cronica y para —seguramente— mi poema épico. El armario cala~ fatcado de mis trajes de gala tropical, inhumados en la 70 penumbra y oliendo a abundante romero y azahar es- polvoreado por las tias. Y mi tonel de aceitunas, los ‘quesos curados con pimentén, mis vinos, las avellanas ynueces de la finca de Extremadura y hasta el paquete ridiculamente rosado con las confituras y mermieladas preparadas por Petronila y sus moritas de Xerés bajo el Sone control de mi madre, Cinco navios y seiscientos hombres zarpamos en Reon solo cee ‘unos quince o veinte|desnu- s 0 harapientos después del dltimo naufragio, noviembre, que narré, ihe Habiamos descuidado los horéscopos, los ast los ardspices. Partimos con inocencia sin! gabe suerte del feo y tenaz Narvéez era moneda de compensacién del escandaloso saqueo de Rx - do nos despediamos del olor de los fazminesy atabare de los jardines del Alcazar, en Roma se ofa el fétido olor de la sangre y del humoide los incendios: S6lo mucho después supimos de la prisi6n del Santo Padre, de la lu- jurla y de las borracheras de los cae a rcena- tios y de los dos mil espafioles de tropa, Supimog que se abrieron las tumbas de santos y patriarcas y que hbo saqueo y profanacion de reliquias, Se utilizaton los crucifijos y custodias como blanco arca- buceros. Se viol6 a las monjas y hastaisé pretendi6 venderlas en mont6n a los traficantes moros de Ar- zel. __Pienso y anoto secretas coincidencias. Wno|de los jefes espafioles particip6 en el saqueo. Fueldon Pedro de Mendoza que me precedi6 como Adelaitadp en ef Rio de la Plata (pagando su expedici6n con ‘su parté. del robo). Fund6 Buenos Aires, que tuvo mal destino. Y a mi me tocé sucederlo, ;No estaba ya) eondena- da mi empresa? ‘Antes de pasar a la Florida, cuando recalamos en ‘Trinidad de Cuba con los dos navios a mi cargo, me ‘voc6 perderlos como lugarteniente y jefe, de la forma ‘més insOlita que pudiera imaginarse, Alli aman hura- cna unas tormentas de tal demoniaca violencia que no se conocen en el Mediterréneo ni en el mar del Norte. Creo que fue alli que comprendi que aquellas tierras en las que queriamos repetir nuestro mundo, eran en rea- lidad otro planeta, con leyes propias ¢ incomparables. Antes de desencadenarse el caos celestial se habia es- tablecido un clima caliente y paradisiaco, de modo que no entendfamos a esos indios que abandonaban sus pertenencias y partfan hacia las colinas interiores. Yo habfa quedado a bordo con los pilotos y por suerte la mayor parte de la gente habfa desembarcado. Sobrevino un viento alucinante que afortunadamen- te me sorprendié también en tierra, porque habia baja- do para asistir a misa, Se hizo noche de dia y cl agua cay6 a baldazos impulsada por este viento que transfor- maba las gotas en balas. Primero fueron las ramas y los techos de las chozas, después los mismos arboies y arbustos fueron arrancados de cuajo, las palmeras que- daron calvas, doblndose como juncos. Fue entonces, en esa obscuridad, que escuchamos las voces vivas de los demonios hablando y riendo salvajemente entre ellos. Eran legiGn, Bailaban en las réfagas que levanta- ban hasta las piedras y caracolas de la costa. Escucha- mos nitidamente una horrible orquesta de diablos que movia tamborinos, cascabeles, flautas y otros instru- mentos como de catedral infernal. Yo y tres 0 cuatro més sobrevivimos por haber encontrado una cueva de piedra cerca del poblado. Desde alli, en el tenebroso 72. amanecer, vimos desplomarse y caer la iglesia y las capillas. La torre se precipité con un tafiido de campa- yas muertas. Esa América era tierra de furias, Fue mi primera experiencia. El aire olfa como a azufre. Se respiraba en una humedad caliente y se jadeaba, porque era un aire viciado y enfermo como aliento de hiena. Después, extenuados de tanta amenaza y terror, creo que nos dormimos profundamente perdiendo nocién del tieth- po. | Cuando pudimos salir habia un silencio siniestio. Nada quedaba del poblado. El mar habia caurede fa algunas partes hasta las colinas y habia limpiado to presencia humana, Una milla adentro encontram| una faltia de una de las naos que no habia navegadosino volado hasta alli. Después los cuerpos irreconocibles los pilotos y a un cuarto de.legua de la bahia del silencio, vimos anclado entre los arboles de una coliha mi propio navio, que habfa sido Hevado en forma bas- tante cuidadosa, hay que decirlo, por los demonids, hasta ese lugar donde ya s6lo podria zarpar en direccifn al cielo y donde serviria como nido para pajaros en de peces. : Lucinda esta tan asombrada que no me cree. Del buscar en las paginas primeras de mi propio libjo que ella tiene tan anotado para mostrarle que todo esté ya dicho. I Lucinda me dijo algo asi como una reflexién,'en bl sentido de que, a pesar de todo, ella’ preferitia esas aventuras y esos peligros al aburrimiento de que hunca pase nada. Y mir6 en toro a los libros de la biblioté y 3 | bie Lvl Hl ii al candnigo que pasaba hacia su seguro almuerzo de los, viernes, con pescado y natillas. REALMENTE NOS HAB{AMOS CAfbo EN América. Eramos como indios entre los indios; tal nuestra pobreza, nues- tra falta de imperio y poder. Curioso destino: haber Megado con voluntad e investidura de conquistador y enseguida haber cafdo en una posicién inferior y mas penosa que la del dltimo conquistado. ‘Ademis, desde aquel terrible amanecer en la isla del Malhado, se puso en evidencia que sin los indios y sus artes eficaces y primitivas, no hubiésemos podido so- brevivir. Nunca podria comprender un oficial del Consejo de Indias que, desde un punto de vista estrictamente natu- ral, nosotros estibamos comparativamente disminui- dos frente a ellos. Simplemente eran mejores animales de la tierra. Sabian encontrar tunas, olfatear bayas, atrapar peces cuando se tiene solamente las manos y preparar trampas para veniados, que son tan desconfia- dos y huidizos, —iPero qué pas6? ;Qué fue de Vuesamercé y de sus compafieros? Le explico entonges a Lucinda que cuando estabamos muriéndonos de frio en las playas del desastre final, nos vimos radeados por'los dakotas adornados con sus terri- bles figuras en negro y rojo, sus colores de guerra, y que en vez ‘de matarnds, como tal vez hubiese ordenado 74 Narvaez de encontrarse en la situaciGn inversa, aban- donaron sus armas en la playa, nos rodearon, se arrodi llaron y empezaton a llorar a gritos para reclamar la atencién de sus dioses en favor nuestro. Era un ritual de compasién, de conmiseracién, tan sentido y desgatran- te que Dorantes supuso que eran verdaderos cristianos. Dibujé una gran cruz en la arena de la playa pero el jefe la mir6 con indiferencia, sin dejar de clamar a los cielos. Lagrimas como de Iluvia de verano corrian pot sus rostros pintarrajeados. Nuestro dolor, nuestro desam- paro, fue como absorbido por aquel gran gesto de pena ritual. Trat€ de explicarle que este hecho, del que no tenfa yo referencia que hubiese acontecido antes, pas6la te- ner una importanéia decisiva en mi vida. Al thenps en mi vida de “conquistador”. Era evidente que un diablo jugucton se habia ¢nsa- fiado conmigo: los barbaros —esos| que mataban por centenas hombres como Narvéez 0, Pizarro para blecer la verdadera fe—- eran quienes Horaban desamparo, condoliéndose de nuestra inhabilidad y desdicha. Nosotros, los dominadores del mundo id dos y sin coraza ni espada, deb{amps aprender’ salvajes a coger peces y rafces no venenosas, | ; iElcolmo fue que en ese mundo all revés de la isla del Malhado, fuimos nosotros; los civilizados, Jog qué nos descalificamos a la categoria de verdaderos monstruos Por causa de nuestro canibalismo! Ocurri6é que un gru- po de cinco naufragos de otra de las| barcas.que|hhbia- ‘mos construido y botado en la babfa de los Caballds, se refugi6 en una choza en otfa punta de la isla. | 75 Se fueron devorando entre si hasta que después de varias hinas qued6 uno solo, seguramente el mas astu- to. Los dakotas lo descubrieron en la atroz cabafia, solo, gordo, rodeado de huesos y con tiras de carne salada con sal de mar previsoramente colgadas del techo. Los dakotas se horrorizaron y comunicaron la nueva de semejante escéndalo incluso a las tribus enemigas, como si estuvieran ante una explosién de peste o ante un peligro de tal magnitud que los obligaba a aunar fuerzas, Eso fue muy malo para todos nosotros. Con ese hecho perdiamos predicamento ante gentes que habfan estado dispuestas a creer en la divinidad de todo barba- do que llegase por mar desde el Este, No olvidaré el nombre de los canibales sucesiva- mente devorados: Lopez, Corral, Palacios y Gonzalo Ruiz. Esquivel después prepararla en tasajo a Sotomayor y, segin confes6 meses después lorando, habfa también devorado a dos frailes que, habfan dado por muertos en manos de los indios. Lo indignante de Esquivel seria tal vez que hasta habia aumentado de peso. Recuerdo ahora, a la vuelta de tantos afios y tantas cosas, su mirada resbaladiza, viscosa, intoxicado de tanta condicién humana. Se instalé a vivir entre nosotros sin siquiera mucha culpa, como si més bien hubiera sido victima de una mala jugada del destino. Trataba de pasar inadvertido. Creo que los indios se asombraron de que nuestra justicia no lo hubiese condenado a muerte. Habian visto c6mo ajusticiébamos a hombres por desertar o por robar bastimentos y les escandalizé nuestra pasividad ante Esquivel. Supe que tiempo después, cuando ya nos habjan separado en varios grupos, los indios lo mataron porque 76 una mujer habia tenido el suefio premonitorio en el que lo vefa devorando golosamente a su nifio. Lo entre- garon a los feroces chacales. Nos REPARTIERON YA MAS COMO ESCLAVOS QUE COMO HOM- ares. Quedaba olvidada toda ilusiOn sobre la divinidad que nos habian atribuido, No éramos ni semidioses ni cuasi dioses. Eramos apenas humanoides indigentes, desconfiados y poco utiles para los trabajos de la in- temperie. Pero tuve suerte, fui adoptado por una familia de los que vivian en los montes interiores y que pronto parti- ria terminando su invernada en el Malhado. Fue el mismo cacique quien me estudié un poco, me miré profundamente a los ojos y sentencié que yo me que- darfa con ellos. Retornarian hacia el norte, entrindose en tierra firme, hacia el pafs de las vacas gigantes y de los venados corredores. Serian seis aftos de mi vida los que pasaria entre ellos. —iSeis afios asi como asi! —exclamé Lucinda cuan- do me vio més bien dispuesto al silencio répido con que habfa liquidado tanto tiempo en mis Naufragios. —iSeis afios! —-Su sorpresa es inocente pero tan l6gica como la manifestada por el desconfiado Fernandez de Oviedo cuando vino a visitarme. Releyéndome ahora, encuentro que mi silencio de seis afios resuelto con pagina y media de mi libro, es lo suficientemente descarado y evidente como para que 7 los estipidos inquisidores de la Real Audiencia y del Consejo de Indias no sospechasen nada, A los tontos hay que sorprenderlos con lo absurdo, que es lo que mas bien creen. Me ref de mi descaro: escribi que soporté seis afios de esclavitud porque esperaba que se repusie- se Lope de Oviedo, oficial de Narvaez, de su enferme- dad. Aparezco asi como el més abnegado caballero cristiano. Ya habfa visto morir a 585 de los 600 hom. bres de Narvéez. No era cosa de dar seis afios de mala vida y de esclavitud con riesgo de muerte por un hom- bre que apenas conocia y que cuando inicié o prosegut mi viaje hacia el poniente, a contra-Espafia, por asi decitlo, prefirié quedarse con sus barraganas indias y ensayando sus conocimientos de labriego con esperan- za de hacerse rico con frijoles. Nada de esto digo, por supuesto. —iCémo queria Vuesamercé a su amigo! —exclama Lucinda y supongo que sin ironia, porque es muy joven, e inocente. Pero no puedo contarle lo que no comprenderfa ni podria aceptar. S6lo a mi mismo me puedo contar mi verdadera vida, Esas vidas de ese otro que siempre anda escabulléndose y disfrazéndose como un gran delin- cuente buscado por todos los poderes y todas las bue- nas opiniones. ¥ me place ahora encontrarme con ese otro de aque- Ios dias, bajo el gran cielo despejado y desconocido. ‘parece y hasta creo que imagino las exactas formas de su cuerpo. Se me acerca en estas largas noches calientes de Sevilla en la azotea donde Ileno estas cuartillas a la luz del candil que me deja preparado doa Eufrosia "con, Ja carga justa para que no dé olor ni queme la mecha”. Creo que pude haber escapado de los indios marames 78 y después de la familia de los chorrucos. Pero ni lo in- tenté. Una secreta voz me tentaba para seguir andando detras del sol, en direcci6n opuesta a la de mi mundo. —Tu vales. Té puedes servir —me dijo el cacique en su lengua que ya empezaba yo a comprender con més detalle (esas lenguas de las diversas ‘tribus apenas di- fieren una de otra. Con el tiempo aprendi a dominar unas seis, casi una por aio...) i Eran un curioso pueblo. Estos hombres mantenian. en todas sus conductas un firme desprecio y descon- fianza por la condicién humana. La mayor parte de las nifias recién nacidas eran dadas como alimento a perros. La explicacién era clara: no correspondiendg el incesto, que degenera la raza, las mujeres terminaban por ser desposadas y fecundadas por hombres de otras razas y tribus. En todo caso se reproducirfan enemi seres hostiles. Tenfan el peor concepto de la mujer, en esto hay que elogiarlos, porque no diferian mucho de los espafioles. Las destinaban a los més duros trabajos y s6lo [les permitian descansar unas seis horas por dia, Crefan due era imprudente dejarles mucho tiempo para sus infa- mias. En lo que hace a los viejos, los chorrucos| se consideraban, no sin modestia, heredéros desurla sabi- duria ancestral; segin la cual lo conveniente era que muriesen lo antes posible. Sabian que todo hombeg que Hega a viejo ya esté muerto de algin modoiy quel si logr6 sobrevivir, es por sus dotes de maldad ying por|su benignidad. No habia ningtin pecado de redundan¢id si se mataba prontamente a Iqs viejos recargindolos|de trabajo. Sélo podian comer én caso de que sobtas¢ la comida destinada a los nifios. iil Estos americanos —desde Waldseemiller hay; que Wamarios asi—no le concedian mucha importancia a comer ni a sobrevivir. Esto tiltimo mis bien parecia cosa de mediocres. Un jefe guerrero o un gran sacerdote consideraba un honor no pasar los treinta aftos de vida {que ellos, por cierto, contaban de formamuy especial y ret6rica, pues no ticnen una nocién del tiempo y de la vejez que pueda compararse con la que tortura a los europeos). Para ellos lo importante son las danzas sagradas, la fiesta, sus arcitos interminablemente sensuales. Beben licor de rafces y de extraiias bayas y setas que les producen una ebriedad que se relaciona més con el rito y su fe que con la alegria simple de los borrachos catalanes 0 vascos. Los nifios que dejan sobrevivir (no son muchos}, son adorados como verdaderos diosecitos, Les dedican to- das las atenciones y privilegios hasta esa edad en que deberan asumir los colores y la gloria de la hombredad y del coraje. Estas iniciaciones son muy duras, Los que aspiren a ser jefes guerreros deberan infligitse heridas de gravedad mortal y luego tendran que saber curarse y reponerse por los propios medios, abandonados a la soledad de esos montes asperos. Muchos mueren, Los que sobreviven, mandan, En los buenos tiempos comen tiernos venados y vacas salvajes. En las malas épocas, sin queja ni comen- tario, se alimentan cle lo que circunstancialmente pue- da dar Ja tierra sin abundar en comentarios culinarios: huevos de hormigas, gusanos, lagartijes, culebras y hasta viboras de las especies mas venenosas. Si cuadra, también comen madéra blanda de corcezas rayadas, tierra de la negra y estiércol de venado. Cuando ni esto ‘encuentran, usan una|reserva de polvo de espinas de 80 | pescado y de huesos molidos que mantienen en tinajas. enterradas. Mezclan esto con polvo de hojas y de cés- caras y con ello cuecen una especie de caldo muy nutri- tivo. Son duros y espartanos en caso de guerra: durante! campaiia los guerreros guatdarén la propia mierda de cada dfa que ofrecerin los unos a los otros en caso necesario, Estuve seis afios, como dije, entre estos hombres. Su fuerza consiste en asumir el universo tal cual e$ y sobrevivir sin que importen mucho los afectos, la cfi- dad de los alimentos o las catastrofes de Dios 0 de fo: hombres. Es por esto que son fuertes, libres y todavia hoy, a varias décadas de tiempo, los evoco con cuitla- doso respeto. Bailan siempre: t Ex cactqus DUUAN st PROPONIA DEVOLVERME AL. GosMbs. Suporifa que yo tenia extraordinarios poderes y ai mientos y entonces no podia comprender mi ingapdci- dad fisica, mi melancolia, mi abstencin de bor era sagrada, Me pareci6 que estaba convencido de que yo estaba fuera del ritmo universal como un Pe Ato i zando fuera del agua. Segufamente esto lo mip¥id a cierta piedad activa, a un distreto paternalismo,| | Pasadas las semanas empeté a estar seguro de qile|yo no era objeto de engorde pard el sacrificio ritual|/Hasta noté de parte del cacique cierto afecto| Segurameatd al comienzo tuvo curiosidad | este ser legado! desde | 1 Lda ‘otro punto del universo y sobre los cuales se tenian, desde el mar de los Caribes, noticias muy contradicto- rias que oscilaban entre la creencia en un retorno de dioses barbados civilizadores —reencamacién de ‘Quetzalcéatl— y uma invasion de detestables y cri- minosos tzizimines, demonios enanos venidos del mar, capaces de todo crimen, acosados por una lujuria insa- ciable, entusiastes ladrones, guiados por un dios que haba sido condenado a muerte, mediante la tortura de la cruz, por algin motivo muy poco claro 0 por en- tonces muy malentendido, ya que ¢l mismo pucblo, segin la leyenda que repetian los blancos barbados, habia preferido dejar en libertad al ladr6n, al asesino, y noa él Me parece que Duljén empez6 a comprender después de minuciosas observaciones que fisicamente yo cum- plia més o menos las mismas funciones que él mismo y los suyos. Desde el punto de vista del dolor-placer y de conducta afectiva, yo no parecia ser extraordinariamen- te diferente. Al principio mi barba lo habia desconcerta- do mucho ya que ellos son preferentemente lampifios. ‘Un dia no pudo resistir la tentacién y le dio dos o tres tirones para saber si era 0 no agregada como esas barbas de utileria que usan los cmicos en sus representacio- nes, Sin embargo era en las ufias donde el cacique y sus asesores mas se habian demorado. Estaban desconcer- tados por su debilidad, sobre todo en lo que hace a la de los pies, que ellos: tienen fuertes y amarillas como colmillos de tigre. Mis ufias los maravillaban por su fragilidad. Para ellos serian como esas espadas de imi- tacién que hoy se venden para nuevos ricos como el Fontan de Gomez, que luego dicen que pertenecieron a un inexistente abuelo guerrero. Eran uiias que no po- 82 drian sostener el cuerpo trepado en la corteza de un ‘Arbol, ni podrian rascar una baya dura hasta conseguir su polvo alimenticio. Ademés ellos no comprendian que no me gustasen los gusanos verdes aplastados sobre tortillas de hojas que cuecen sobre piedras calienites y prefiriese la tortilla en seco. Tampoco entendian que yo matase los cangrejos de mar y los pelase antes de co- merlos. Ellos los masticaban vivos y hasta gozaban ¢on la breve lucha de los animalitos dentro de la boca. En cuanto a las cosas 0 costumbres afectivas creo que Pronto se convencieron de que no habia grandes dife- rencias en la forma en la que el mismo cacique Duljdn y yo mirabamos a su sobrina mayor cuando se inclinaba para levantar la cesta de moras 0 de tunas, Cedia yo a esa oscura tentacién que nunca contest que mis bien oculté cuidadosamente: aceptar mi si tuaci6n, despojarme de todo lo que podria sinterizar con la palabra Espatia. Era la tentacién como de huir de m{ mismo] La tentacién de todo nifio de aventurarse mas allé|del cercado de la casa de su infancia, aunque corra ¢! rigsgo de la catéstrofe, i i Duljén y su tribu inicié una largaiy festiya matcha hacia los montes de los chorrucos. Yolera el extfafid del grupo. Los nifios corrian en|bandadas a mi alrededor y gritaban y hactan morisquetas. No ¢ran hostiles. Las mujeres que caminaban muy cargadas miraljan fon atencién. Adelante iba la corte del cacique, con|sus brujos, herbolarios y estrategas. Se a¢ampaba cada'dos dias en lugares que parecian reconocer. No era un nuevo mundo, Era otro mundo. “Xo -eia en ellos a Los hombres en el Origen. Hos comprobaban en mf los peligros de un ser desbarranca: do en la antinaturalidad. A veces Duljan venia con sus consejeros y chamanes y hablaban en voz queda, como quien hace comentarios de carécter cientifico, obser- vandome como a una pieza de estudio. En una de esas ocasiones, Duljén se separ6 de los suyos y me dijo con voz muy lenta para que yo enten- diese bien sus palabras: —Te hemos observado: no ests tan perdido, Estis més bien. como entumecido, duro. Tu cuerpo como cuchillo olvidado bajo tierra. Ahora tienes que retornar porque si bien eres un dios o un casi-dios, has pagado mucho, estés degenerado... Estés como de espaldas... Te he observado: eres un hombre triste, no bailas. Cuando intentaste hacerlo con’ los tuyos, estabais muertos de miedo. Parecian mufiecos de madera. Mu- fiecos. Ademas ti no entras en nuestras bebidas sagra- das ni en nuestro humo: te quedas afuera, sin perder la mirada como quien siempre est4 apuntando con su arco hacia su presa... Pero no ests del todo perdido y me gustard alguna mafiana poder Iamarte hijo, como a todos los mfos. —Duljin me miraba con ojos muy firmes, Después se volvi6 hacia el magnifico paisaje serrano que anuncia el valle de los chorrucos y movié majestuosamente la mano cubriendo el horizonte que todavia hoy no olvido y dijo: —No es posible que insistas. No es posible que te pierdas la vida entumecido, sin poder bailar tu espfritu Por esas rocas y cafiadas de agua cristalina. No es posible que ya no puedas cntrar en este Palacio... Mi vida al revés, siempre al revés: yoera Moctezuma, yo era el indio. Yo recibia el “requerimiento” para 84 Ivarme en la nueva fe. (Por suerte Duljén iba a demos- ser mejor persona que el chanchero Pizarro, que sind a Atahualpa.) ERA UN ESPLENDIDO VALLE CERRADO por Montes no muy altos, cruzado por un rio estrecho y nervioso, de aguas tan puras como las de Castalia. Alli pasarfa gran parte de aquellos afios disimulados. En cada temporada levantaban nuevas chozas. Casi no conservaban nada de lo antiguo. Arman sus'ran¢hos con cueros sostenidos por unas pértigas que siempre evan consigo. Entierran los cueros de vacas'salyajes antes de partir de invernada. También esconden ense- res y utensilios, pero no las’ armas de guerra| qué no abandonan. De modo. que en los primeros ‘diag de nuestra Ilegada al valle, mi trabajo consistié en cavat Jos lugares donde los brajos habfan escondido ollas, hachas, cueros y piedras de cocinar. i Elegi un buen lugar para mi propia choza yila armé discretamente, casi con la libertad de un guetrerd sin familia. La levanté cerca del rio y me gust6 dormirme escuchando el susurro del agua, Mis trabajos de sobreviviente exigian continua astu- cia, Debia mantener cierto equilibrio politico entre la simpatia que me demostratja el cacique y los celos|y la sospecha que causaba mi extranjeridad en ciertos jefes y chamanes, sin descuidar' el solapado rencor mujeres casadas que, comd en todas partes, énvii ¥ conspiran porque se aburten y son maltratadas, ‘Armadas las chozas, todos los hombres, incluso los pocos esclavos de la tribu quevene, construimos una represa o piletén, en la parte més profanda del rfo, para atrapar peces. Al atardecer juntabamos lefia y hierbas frescas. Yo me desgarraba con las espinas y los guijarros. ‘Terminaba cada dia despellejado, aliviandome en las aguas del rio de Castalia (como yo lo bauticé, porque ellos no les ponen nombres a las cosas, pues mas bien no quieren ni apropiarselas ni dominarlas para siem- pre). Por mi inhabilidad yo sentia que me consideraban un pobre mediocre. Esto no era lo peor que podia pa- sarme, pues no conventa destacarse por cualidades muy fuertes, ni ser unz. mera bestia de trabajo, que uno puc- de matar o sacrificar en cualquier momento. Era evidente que, en comparaci6n con esos hombres de la tierra, yo estaba casi incapacitado para sobrevivira menos que me devolviesen al Paraiso Terrenal donde las frutas, incluso las manzanas de Eva, estaban al alcance de la mano, Pero lo que ellos no podian saber es que si bien era casi incapaz para valerme por mi mismo, en cambio conocia secretos para mejorar la vida. Tenia que ser muy prudente, Deberfa ir deslizando los conocimientos dle nuestra civilizacién sin mucha jactancia, més bien como si fueran descubrimientos de ellos mismos. No debia despertar la idea de que yo pudiese poser poderes 0 conocimientos sobrenatura- les. Aunque no son canfbales en el sentido alimenticio, como conté en relacién al espanto que les caus6 la golosidad de Esquivel, ellos cjercitan una especie de canibalismo magico 0 sagrado. A veces devoran ciertas partes de seres con cualidades destacadas, En el caso de 86 guerreros muy notables, parece que comen los pies y las manos, pero cociéndolos de manera muy especial. Yo temf que pudieran decidir comerme para absorber esos descubrimientos de nuestra civilizacién. De alguna manera uno est siempre amenazado. Sea por la Inquisicin, por los dominicos de Espafia, por estos chamanes emplumados, o por el poder rencoroso de! los alguaciles del emperador Carlos Quinto. El caniba- lismo debe de ser una enfermedad mundial. Lo pensé bien y después decid librarles el sec: mandar una carga de piedras porosas, de las qu¢ se encuentran en las estribaciones de la Sierra y quel los quevenes utilizan para tallar sus {dolos. Eso se polria cambiar por las setas aromaticas que tanto quieren los chorrucos y por las fresas salvajes que los otros juftan en el bosque. A Duljén le parecio increfble que pudiera conseguirse esos dones maravillosos a cambio de unos cuantos guijarros, Aunque dudaba de lo que le partcia mi ingenuidad, me dejé intentarlo. (Histéricamente muchas tribus marames habian invadido, causando muerte y destruccién en el valle chorruco, justamente para Hevarse esas piedras porosas con las que alli s6lo jugaban los nifios, porque ademés tienen la cualidall de flotar.) i Después de muchas discusiones y conciliébilos por fin parti una mafiana con una mochila de piel de ante cargada, : ei hacia el pate de-loe marames, en el igo |Ga- viota. ; Después de cuatro maravillosas jornadas de sol¢dad 87 | il sin miedo, ingresé sin mucha aprensi6n en el territorio marame. Los guardias me condujeron ante los jefes que me creyeron pura y simplemente un enviado del cielo, Se maravillaron de recibir lo que antes habian tenido que conquistar a punta de flecha y lanza, Me regalaron, corazones salados de venado y se sorprendieron de mi humildad cuando les pedi que me Henacan la mochila de setas silvestres y de esa jalea de fresas que las viejas de la tribu preparan para los nifios. ‘Me despidieron sonriendo y riendo, Sonriendo conio aun Angel que viene del cielo y riendo de un tonto blanquifioso y huesudo que cambia lo precioso por lo banal, y se siente encima contento. ‘TRATE DE EXPLICAR AL CACIQUE NUESTRA TEOLOGIA. Traté de ser lo més discreto y displicente posible, tanteando sus, reacciones. Porque nada despierta més los odios. —4Pero cual es vuestzo dios? Dices que creen en uno solo.. Expliqué como pude, que es uno pero que es tres, con el Hijo y el Espiritu Santo. Un ser que es padre e hijo a la vez. Duljan se ri6 con benevolencia. Esto me desarm6, me hacia sentir como un delirante y desisti de mis prop6si- tos de pedirle autorizaci6n para hablar de nuestra reli- gi6n entre su gente. Sin embargo se interesé mucho en nuestra versién de los primeros hombres, los primeros padres, Adan y Eva. Hablé del pecado, de la expulsion 88 {y clausura) del Paraiso Terrenal, de la condenacién etema de la especie humana, s6lo redimible por el bau= tismo y la verdadera fe. Repeti muchas veces mis pald- bras pues no tenfan equivalencia. El cacique escuchd mas bien regocijado. Por la noche, junto al fuego, me Ham6 hacia donde estaba con algunos temibles chamd- nes y jefes guerreros y me dijo: —Blanco venido del mar, cuéntanos esa historia de mujer bella y del primer hombre. Lo de la vibora y fruta roja... ‘Traté de repetir lo narrado pero me results muy dificil ante las miradas huraftas. Algunos se rieron el cacique. Yo no alcanzaba a transmitir la graveda biblica. Hicieron preguntas irréverentes. No les par necesario ni verosimil que Cristo hubiese tenide, q nacer de mujer virgen (y me parecié que hasta d Rocian ese término}. Atur, el jefe guerrero, se enfurect preguntando sobre el pecado otiginal. Creo que nd en! tendio ninguna de mis palabrés. Lo tomaba més bied como un insulto a su dignidad. }Por qué el hombre deb tener un castigo que no tienen el Aguila ni el tigre animales no menos crucles? | El momento mis critico db esa larga y pelignisd noche fue cuando el gran brujo|se levant6 y gritd da la horrorosa mascara de corteza pintada (nadie debe ¥e1 ‘Aunca su rostro, ni el cacique sabe quién esl: | | | —iPor qué el hombre ti ‘sefiorear sobre las aves, y los. ‘Tierra? ' | Yo no encontraba debidas respuestas, Era evi ‘que mi imprudencia pastoral habia ido démasiado yy yo estaba desarmado de las sutilezas teol6gicas di jesuita o de un doctor de Salamanca, Por suerte,:oi toda referencia al sacramento de la comuni6n. Después del incidente de Esquivel habria cafdo muy mal. Mife era algo claro y absoluto, indiscutible desde los dias del primer catecismo, Habia cometido un error al tratar de arriesgarla al duro y simple razonar de los barbaros. Por su parte el cacique, que con el tiempo me habia tomado verdadero [y seguramente piadoso) afecto, se esforzaba en intentar devolverme al ritmo césmico, Sus palabras eran muy complejas. Como tienen un lenguaje breve y casi saivaje, los mas doctos —si esto puede decitse de ellos— abusan de metéforas posticas que hay que descifrar, como ocurre con esos nuevos poctas que aparecen en Sevilla. A la vuelta de tantos afios no podria hoy recordar exactamente las palabras de Duljan. E] recuerdo deja un residuo esencial. No recor- damos lo que nos dijeron, lo que nos pasd, sino més bien, lo que creemos que nos dijeron y que nos pas6. —Saldremos juntos a la pradera —dijo el cacique—. Tui te has alejado. ‘Me pedia corer y hasta corria conmigo. Ellos corren ritmicamente, respirando de una forma serena y pareja, de modo que la carrera se torna movimiento normal, como el caminar. —En el hombre esta el pajaro, y la serpiente, y el Aguila y el pez. Tienes que olvidarte de tu peso de hombre y correr, correr livianamente, sintiendo el aire como el pajaro. No era facil. Duljanidictamin6 que mis huesos esta- ban muy hundidos en la tierra y que seria dificil le- vantarlos. 90 Tiempo después me ensefé a correr los venados corténdoles cl camino hacia su refugio, En poco tiempo aprendi a distinguir las hembras ¢ incluso las prefiadas. Ellos las respetan y solo en caso muy extremo las atacarian, Ni el hambre de un mal afio justificaria eso, Lleg6 el dfa en que corri habilmente, administrandd las fuerzas y logré lo que me hubiera parecido imposit ble: alcancé un venado y lo atrapé del cuello, Rodamo: en una polvareda y recibi varias patadas del animal mientras a o lejos veia al cacique que agitaba los brazo$ exultante. Yo no era ya un caso perdido para el cosmos Una noche, generosamente; me llevé hastd el medi

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