Hay algo que est en el aire y no podemos identificar con claridad.

Lo sentimos cuando nos encontramos con los amigos en un lugar pblico y alguna situacin de inters comn sale a flote. Lo palpamos cuando llegan visitas a nuestro hogar y, contra los dictados del Manual de Carreo, tocamos algn tema que tenga que ver con el manejo de la cosa pblica. Es el miedo, reaccin natural de cualquier ciudadano. Es el temor a que nuestras opiniones sean tergiversadas o que sirvan como un boomerang que regrese en algn momento y nos golpee, donde ms nos duele: nuestra integridad y tranquilidad. Por eso, entiendo, muchos nos guardamos nuestros pareceres sobre estos temas, (importantes, por comunes a la vida en sociedad) o los conversamos solo ante nuestro crculo ms ntimo, aquel cuyos fuertes lazos evitaran cualquier desliz. En cambio, hemos visto, (con asombro al principio, ya con naturalidad) como el ciudadano presidente Rafael Correa, todos los sbados, aparte de pontificar sobre innumerables temas, ridiculiza o sataniza, segn el caso, a quien supone, son obstculos en el camino que ha trazado para su revolucin. Pero esos obstculos no son cosas. Son ciudadanos. Y ante todo, personas que merecen, como todas, el respeto a su dignidad, a su buen nombre. O al menos ste ltimo, hasta que la administracin de la justicia determine lo contrario. Comprendemos, entonces que las mejoras que se han dado en esta administracin no han venido sin costos. Entendemos que, en algn instante en estos lustro largo, perdimos algo a lo cual an no hemos dado nombre y que trasciende a la conculcacin de uno o dos derechos ciudadanos. El estado, es decir, la forma en la que la sociedad se organiza para autogobernarse, necesita de ciertas condiciones, sin las cuales su existencia a largo plazo se colocara en entredicho. Una de esas condiciones es la libertad de expresin, con las debidas limitaciones que solo la decencia pblica impone. Libertad para expresar lo que pensamos, libertad para emitir nuestras crticas razonadas sobre cualquier funcionario. Libertad para pensar diferente, contra la uniformidad ideolgica que cualquier sistema poltico nos quiera imponer. Aunque voy ms all. Como parte de una sociedad, a la que solo los ermitaos no le deben nada, y conociendo que es puntal indispensable para su sostenibilidad, estamos obligados a expresarnos. Entonces para un buen ciudadano, ms que un derecho, ejercer la libertad de expresin en forma sabia, es una obligacin.