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Óscar Colchado cuenta en su novela Rosa Cuchillo (1996) la historia de tres

personajes que se unen por las circunstancias de la guerra: 1) la historia de Rosa


Cuchillo, madre de Liborio, se desarrolla en primera persona; 2) la de Liborio,
senderista, en segunda persona; y 3) la de Mariano Ochante, rondero, también en
primera persona. Estos tres personajes, de extracción campesina, mueren como
consecuencia de los enfrentamientos entre las fuerzas del Estado y la subversión. Los
hechos se centran en el accionar de Liborio, a quien Colchado deifica. Este resulta un
severo crítico a los planteamientos de Sendero Luminoso y más bien asume una
interpretación mítica sobre las luchas campesinas. Según Liborio, acaso el yo narrador
de Colchado, el planteamiento ideológico de los subversivos no es autóctono. No
responde a las características de la realidad andina, como el respeto a los dioses y la
religiosidad. Tal crítica no es invención exclusiva de la novela, sino que en el medio
político ideológico ya se daba antes del inicio de la guerra. Se ha parafraseado tanto a
Mariátegui sobre ello: “Ni calco, ni copia”. Es una crítica sutil, a través de la novela, a
los maoístas. Mao para los chinos. Guamán Poma de Ayala para el Perú. Absolutamente
autóctono, ¿con odio incluido a los mestizos? ¡Raza impura estos! Solo la ¿raza?
autóctona salvará el Perú, pero no cualquier individuo, sino un mesías, el enviado del
dios andino. Ahora, fuera del mundo de la fantasía, en pleno siglo de cibernautas, este
discurso de que los autóctonos deben hacerse del poder, nacionalismo puro, campea en
el Perú dentro de la lucha de ideas. Esto, en la literatura, se hace posible con Rosa
Cuchillo.

¿Cómo se construyen o se hacen los héroes? ¿Existe la heroicidad de la colectividad?


¿O los héroes son los individuos? A diferencia de Julián Pérez, Colchado prefiere al
individuo al deificar a Liborio. Es el individuo andino que resalta por encima de la
comunidad, que finalmente es aplastado por las fuerzas del Estado. No es la guerra de
las comunidades andinas, sino la del individuo Liborio, un cristo andino. El colectivo
pasa a un segundo plano, aunque su organización es aprovechada en la guerra tanto por
los subversivos como por el Estado. Es un canto al individuo, que podría haberse
llamado Cantar de Liborio, aludiendo a Roldán, quien luego de haber sido muerto en
batalla no se le ve como el derrotado, sino como el héroe que vence incluso de muerto.
Algo de eso tiene Liborio al retornar a la tierra para organizar un nuevo orden.

1. Novela dantesca

Para contarnos su historia, Colchado hace uso de su conocimiento acerca de las


deidades andinas y sus lecturas sobre el mundo grecolatino. Así logra construir
detalladamente a su personaje Rosa Cuchillo, quien —así inicia Colchado su novela—
realiza un viaje al mundo de los muertos, como Dante, el personaje, en la Divina
Comedia, con la diferencia de que Rosa lo hace de muerta. Ella también hace su viaje
bajo la protección de su perro Wayra, “Un perrito negro, con manchas blancas
alrededor de su vista, como anteojos…” (11). Este, como Virgilio, es el que guía a Rosa
en el desconocido mundo de los muertos. Ella no (re)conoce ese mundo; en cambio,
Wayra sí. Sabe de los peligros y de cómo evitarlos. “Bien abrazada a Warya, que
braceaba dificultosamente, puede llegar por fin a la otra orilla…” (14). Es un
conocedor del nuevo espacio en que se desenvuelve Rosa. Su función es explicarle todo
lo concerniente a esa nueva situación. Cuando una de las almas en pena intenta
acercársele, Wayra se pone al frente. “Sin duda, quiere apoderarse de ti para salvarse;
pero no temas, lo disuadiré” (14). Debe defenderla ante los peligros para que llegue a la
morada de las deidades, de la cual ella es parte.

Al igual que en la obra de Dante, los castigos a los pecadores se diversifica según su
intensidad. Estos se encuentran en el Ukhu Pacha, comparable al infierno de la Divina.
“No es igual para todos, mamita, se abre distinto para cada quien. Yo estuve en un
lugar donde había que sentarse en piedras calientes. Después pasé a la casa de las
tinieblas. Otro tiempo permanecí entre cuchillo y objetos cortantes. También estuve en
la casa del hielo. Siempre vigilado por los demonios de las enfermedades” (66).
También encontramos el Paraíso, siguiendo la comparación con la Divina, o sea, el
Janaq Pacha, donde permanecen las almas purificadas, “allí donde están guiñando las
estrellas” (12). Ahí se dirige Rosa Cuchillo.

2. Carácter mítico de la guerra

La guerra que se libra contra el Estado es un intento de cambiar la organización de


la sociedad. La subversión le declara la guerra al Estado porque se hace necesario
“buscar justicia para los pobres” (90). Sin embargo, Liborio —hijo de Rosa, la diosa
en cuerpo de mortal, y de Pedro Orco, dios andino —, que se hace subversivo, cuestiona
los planteamientos de Sendero Luminoso. El poder, según Liborio, debe permanecer en
la gente de las comunidades y no en los de la de la ciudad. Rememora el pasado para
ensalzar a los grupos prehispánicas y su descendencia. Él mismo es consciente de su
ascendencia divina. “¡Padre jirka! ¡Taita! Hijo de Pedro Orcco soy pues” (169). Su
madre, quien ha rechazado repetidas veces a los hombres, al ser asediada por el dios,
que se presenta majestuoso, se entrega a él. “Al ver su barba rubia, su cabello largo
hasta los hombros. Ya no dudé que quien me estaba ordenando era el taita Pedro
Orcco, el dios de la montaña que daba protección a nuestro pueblo” (42). Rosa
Cuchillo, a su vez, no es una mortal cualquiera, sino es una diosa que ha bajado a la
tierra donde vivió junto a Wayra, en realidad el Dios del Viento, porque deseaba saber
de las sensaciones humanas. La diosa Cavillaca –Rosa Cuchillo - en su forma humana
procrea a Liborio. “Cuando habitábamos la mansión divina, tú, yo y otras deidades
más, le pedimos al Gran Gápaj volver una temporada a vivir no como dioses, sino
como simples mortales, que queríamos tener esa experiencia” (244). La actitud de
reordenar La actitud de reordenar el mundo toma un carácter divino, puesto que el
personaje principal, Liborio, es una deidad. Tiene la suficiente autoridad para construir
un mundo diferente frente al caos en que vivimos. Cuando le dan muerte en uno de los
enfrentamientos, las deidades lo regresan. “Estoy volviendo a la tierra… me envía el
Padre a ordenar el mundo… es necesario voltear el mundo al revés” (273). Nada en el
mundo está bien, incluso la subversión no se ha planteado bien, por lo tanto, todo debe
cambiar.

Liborio, aun en vida, ya cuestiona la ideología de los subversivos. No está de


acuerdo con ellos. Coincide en algunas cuestiones, pero encuentra vacíos en sus
postulados. Está convencido de que “la revolución tendría que ser propia, de los
naturales” (257), sin el apoyo de los “senderistas mistis” (167), para ello es necesario
encontrar un fundamento teórico que lo explique. En esa discusión constante entre él y
los integrantes de la columna de Sendero Luminoso, a la cual pertenece, logra ganarse la
confianza de algunos, incluso a uno de los mandos, la camarada Angicha, a quien se une
sentimentalmente, aunque al inicio, “también el pensamiento de ella era de misti”
(170). Ella “había encontrado la reseña de una crónica del amauta indio Guamán
Poma… Él también, como Marx, hablaba de cinco edades que había pasado la
humanidad…en las que cada cierto tiempo, que duraba quinientos o mil años, se
producirá un pachacuti para borrar todo vestigio de corrupción, de degradación
moral, de maldad, dando lugar a una nueva época, de hombres limpios, puros…” (257).
Liborio se considera un pachacuti. Los dioses le dan la razón a Liborio: no están de
acuerdo con la guerra que desarrollan los subversivos, por eso envían señales de
desaprobación que va calando en la mente de algunos, con quienes él intentará hacer su
propia revolución. “Antolino Páucar y Mallga estaban de acuerdo contigo en que los
dioses estaban furiosos... Clarito vieron en un resplandor que duró unos instantes,
alzarse sobre un nevado difuminándose hacia el cielo, el espantoso rostro del tamaño
de una montaña, de un hombre terrible, siniestro, que alargó sus tentáculos hacia el
techo bajo el que se refugiaban, dejándolo convertido en un montón de cenizas,
humeante” (169).

3. Presencia de Sendero Luminoso

El grupo que declara la guerra al Estado es Sendero Luminoso, que capta en sus
filas a Liborio. La definición del grupo armado se diversifica: terroristas, subversivos o
guerrilleros, dependiendo de quienes la usan. Para una madre que ha visto partir a su
hijo a la guerra será: “Terruco te has vuelto, hijo” (90). Para el hijo que se involucró
con el grupo armado: “Terruco no, mamita, guerrillero” (90). Para el rondero: “desde
que me balearon los senderos… los terrucos” (52). Para los sinchis, policía militar, “De
terroristas nos acusaban a todos… ¡Habla terruco de mierda!” (182). Cualquier
comunero es sospechoso de senderista para estos últimos.

En la novela, se presenta algunos personajes reales de Sendero que han sido muy
bien colocados dentro de la estructura de la obra para completar la construcción de los
personajes principales y la historia narrada. Mezziche, uno de los mandos históricos de
Sendero en su etapa inicial, aparece en el libro de Colchado. Su presencia causa
desconcierto en la comunidad. “Lo que más sorpresa nos causó a los comuneros fue
que… un gringo llamado Mezziche, se volviera más campesino…. De este hombre
decían que era doctor… En Lima tenía a su papá y hermanos que eran, como él,
doctores… que una vez vinieron a Andahuaylas a llevárselo a Lima, mas él se opuso…
Se casó con una muchacha pobre, campesina… estos hombres estarán locos decíamos
nosotros” (71). Otro hecho, que se lee en Rosa Cuchillo, es la presencia de la senderista
Edith Lagos, otro mando histórico de Sendero, y el increíble rescate, de la cárcel, que
hiciera Sendero, también parte de lo real de la guerra interna. “El Partido determinó
que se tomara a sangre y fuego la cárcel de Ayacucho para dar libertad a sus
militantes… como era el caso de Angicha, Edith (Lagos)...” (90). Cuando ella muere,
también se da un hecho no menos interesante, que consta en la historia de la guerra.
“Feliz la camarada Edith que fue acompañada en su entierro por cerca de diez mil
personas en Ayacucho” (174). Además encontramos, en el libro, la presencia de
Abimael Guzmán, “Gordo, de lentes, de mediana estatura, luciendo barba abundante,
apareció ante todos los delegados el Presidente Gonzalo” (246), descripción más bien
influenciada por los medios de información que divulgaron su figura luego de su
captura. En la novela, Guzmán dirige un Congreso, donde también se ha convocado a
Liborio, ya mando. Ahí se desilusiona aún más de cómo se encausa la guerra. Luego de
esa reunión, él mismo dirigirá una columna para concretar sus planteamientos. En ese
acto temerario pierde la vida.

4. Divide y reinarás

La presencia de los pueblos en la guerra no es uniforme. Hay comunidades que


apoyan casi incondicionalmente al grupo armado o al Estado. La subversión, en su
accionar, genera resentimientos en Ochante, quien no duda en apoyar a los sinchis
contra las columnas subversivas, aunque después de ser herido no recibe el apoyo de sus
nuevos amigos. “Si me ven los cachacos así como estoy con esta herida, son capaces
de decirme que seguro soy terruco, que he ido a hacer acciones en la noche y allí me
han herido… con esa acusación hasta me pueden hacer desaparecer” (54). A veces por
propia iniciativa o bajo amenaza de los representantes del Estado se van organizando los
ronderos que se enfrentarán a los alzados en armas, que tiene en sus filas muchos
comuneros. “Cerca de cien campesinos de las bases de apoyo de Víctor Fajardo
acompañaban a los pelotones de alrededor de cuarenta combatientes” (196). La
comunidad de Illaurocancha estaba siendo sitiada por los subversivos. “Vengaremos la
muerte de nuestros compañeros caídos” (194). Luego de lograr el objetivo son
interceptados por “los marinos al frente de doscientos ronderos” (203). Cuando ya casi
huían derrotados estos, les llegan refuerzos. “Por los cerros aparecen los policías del
puesto de Ocros con más civiles reclutados para enfrentarlos” (206). El resultado es
una masacre entre campesinos que deben pelear con honda, cuchillo y hacha a falta de
municiones. Luego de la batalla, como un premio a los ronderos, se les hace llegar un
poco de comida agenciada por el Estado.

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