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Kant y la ética actual

El comportamiento ético actual en la cultura occidental,


en relación al planteo ético kantiano

Ponencia para el Liceu Maragall. Barcelona, 18 de febrero de 2006


Alejandro Volkoff

Introducción
El presente trabajo quiere analizar el estado actual del comportamiento ético, en
relación a la doctrina ética planteada por Immanuel Kant a fines del siglo XVIII. Aunque
partimos de la idea de la ética kantiana, el interés está en observar la situación actual
en su aspecto práctico, no en el teórico.
Para ello, haremos un breve resumen de las ideas de Kant al respecto, de la evolución
de la ética en los últimos dos siglos, y haremos un análisis de la situación en la
actualidad, desde los puntos del vista del individuo, los ámbitos de desenvolvimiento
cotidiano, y la sociedad en general.
Enfocaremos nuestro estudio en lo que se llama “cultura occidental”, abarcando Europa
y América principalmente, porque ésta es la cultura en la cual nos hemos formado y en
la cual vivimos. No obstante, creemos que, dada la situación de mundialización actual,
muchas de las situaciones descritas pueden ser perfectamente aplicables al resto de
culturas del planeta, dada la influencia de occidente en este último siglo, y también a
la adquisición por parte de occidente de aspectos de oriente y otras culturas.

El comportamiento ético según Kant


Immanuel Kant (1724-1804) representa para muchos el fin del período ilustrado así como
el nacimiento del idealismo alemán. Desarrolló su actividad intelectual durante la
segunda mitad del siglo XVIII, aunque la publicación de sus principales escritos está
comprendida entre los años 1781 y 1790. En cuanto a su idea de la ética y el
comportamiento, está tratada principalmente en la Fundamentación de la metafísica de
las costumbres (1785) y Crítica de la razón práctica (1788).
Fiel a su tendencia racionalista, para Kant el fundamento de la ética debe buscarse en
la razón. Después de un largo desarrollo, enuncia un único principio ético, al cual llama
imperativo categórico, y que se puede formular como “obra sólo según una máxima tal
que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”1.
Dicho en otras palabras, lo que Kant pretende indicar es que, para que una acción
pueda ser considerada éticamente buena o correcta, se debe realizar pensando que esa
misma acción sería también correcta si la hiciera cualquier persona de cualquier lugar y
cualquier época; o sea, que aquello que hago sea universalizable; o más sencillo aun,
que aquello que considero bueno para mí también debe ser bueno para cualquier otra
persona en mi situación. En buena medida, se puede considerar que esto no es más que
una reformulación de la regla de oro, aunque para llegar hasta aquí haya todo un
desarrollo previo.
1 Fundamentación de la metafísica de las costumbres, cap. II. Trad. M. García Morente.

1
Además, Kant puntualizaba que, para considerar moralmente bueno un acto, no sólo
debe cumplir el precepto anterior, sino que debe ser realizado a causa de dicho
precepto. Es decir, que debe ser efectuado pura y exclusivamente porque así lo manda
el imperativo categórico. Si realizo una acción que me beneficia o me produce placer,
aunque cumpla con dicho imperativo, Kant no la consideraría moralmente buena,
porque no se podría saber si la causa de realizarla es la obligación moral o bien el
beneficio que me proporciona. Vale aclarar que tampoco la consideraría moralmente
mala, sino neutra.
Este imperativo categórico va acompañado de un imperativo práctico, que se enuncia
como sigue: “obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la
persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente
como un medio”2.
En este caso, se podría explicar que pretende poner al ser humano siempre como fin en
sí mismo y nunca como medio para conseguir un fin. En este punto, Kant demuestra la
alta estimación que tiene de la dignidad humana.

Evolución de la ética en los últimos 200 años


En la época de Kant, la influencia cristiana era muy fuerte en Europa y no se podía
ignorar (de hecho, en el momento actual, a pesar de la aparente debilidad de la Iglesia,
todavía se siente con fuerza su influencia).
La ética religiosa cristiana, basada en el judaísmo y aplicable a las distintas sectas
cristianas (católicos, protestantes, ortodoxos, etc.), es también extensible al islam y al
budismo mahayana. Se basa en la revelación de Dios: lo bueno viene definido por la
divinidad que está por encima del hombre. Así, alguien que se rija por esa moral debe
creer en dicha revelación. Aquí hay que distinguir entre creencia y fe: para Ortega y
Gasset, en las creencias se está, mientras que las ideas se tienen. La creencia es
aquello que no se pone en duda, aquello con lo que se cuenta, y por tanto ni siquiera
llega a formularse; en cambio, las ideas -e incluyo a la fe religiosa entre estas- se
expresan e incluso pueden debatirse. Según la clasificación de Ortega, una persona
perteneciente a una religión podría creer en sus dogmas o bien adherir a sus ideas,
según el grado de internalización de dicho dogma. Yo agregaría, además, que la fe se
siente, y por supuesto no es exclusiva del ámbito religioso.
Kant no niega la aplicación de dicha moral -aunque se podría dudar seriamente de su
aplicación en esa época incluso por los representantes máximos del cristianismo- sino
que pretende elaborar unos preceptos acordes con su idea de un ser humano autónomo,
que es capaz de darse fundamento por sí mismo, mediante la razón.
El siglo XIX fue llamado el siglo de la sospecha, y con razón, pues se pone en duda tanto
los dogmas cristianos como los racionalistas, hasta su misma raíz. En este siglo, la idea
de una moral inmutable, de lo bueno y lo malo, comienza a diluirse. Esto está
expresado sintéticamente en el famoso “Dios ha muerto” de Nietzsche.
El siglo XX, a su vez, podría ser el siglo de la mundialización, pues el desarrollo de las
comunicaciones permite, por primera vez en la historia, que se pueda hablar de una
cultura humana, donde las similitudes empiezan a ser mayores que las diferencias. El
auge de ciertos nacionalismos y racismos no hace más que confirmar esta idea, pues son

2 Op. cit.

2
la respuesta de los sectores más resistentes al cambio inevitable que se está
produciendo.
Podríamos decir que hay una ética de tipo dogmática-divina, y una ética personal -no
necesariamente racional pura pero sí con intervención de la razón-. No obstante,
incluso la ética basada en los mandatos divinos es personal, por cuanto el individuo
elige, en mayor o menor medida, adherir a esos dogmas emanados de Dios. No vamos a
analizar hasta qué punto esa ética personal está influenciada por el medio social
circundante -el “paisaje humano” según Silo3-, nos vamos a limitar a destacar que cada
persona elige la moral que adopta.

La cultura occidental actual


Hoy día vivimos en un mundo de gran aceleración, con gran interconexión, donde se van
conformando bloques regionales -cuyo máximo exponente es la Unión Europea-, donde
existen unas Naciones Unidas, donde existe una red que nos conecta a todos llamada
Internet, donde la economía está globalizada, e incluso también las modas, las comidas,
los medios de comunicación y, por supuesto, las creencias.
Estas ideas globalizadas, estos dogmas, nos dicen que lo principal es lo material. Lo
espiritual no existe, lo que cuenta es lo tangible, y esto trae como consecuencia que el
máximo valor sea el dinero. ¡Vaya paradoja!, ya que justamente el dinero no tiene
ningún valor material, e incluso hoy día ni siquiera es tangible, ya que casi todas las
transacciones se realizan en ordenadores, sin intercambio de papelillos.
La economía global está dominada por unas pocas empresas –cada vez menos, gracias a
las sucesivas fusiones- y lo mismo ocurre con las ideas, difundidas desde unos pocos
medios de comunicación que también forman parte de esas mismas empresas. Por
último, esas pocas empresas son participadas mayoritariamente por grupos bancarios
multinacionales, que son los receptores y distribuidores del dinero generado por la
población.

La situación en la familia, el trabajo, el estudio, etc.


En los distintos ámbitos en que se desenvuelven las personas, la relación dominante es
la de competencia. En el ámbito laboral es donde se expresa con más fuerza, ya que lo
que antes eran compañeros hoy son competidores por un ascenso, o simplemente por el
mantenimiento del lugar de trabajo, habida cuenta la presión que ejerce el fantasma
del desempleo. Una consecuencia de esto es la cada vez más insignificante influencia de
los sindicatos en la sociedad.
Esta competencia también se manifiesta ya en la época estudiantil, pues quienes hoy
son compañeros de estudios mañana competirán por un puesto de trabajo, y esto ya se
sabe desde temprana edad.
Ya en la más temprana edad, se enseña a los niños a competir entre sí, bien sea en
cualquier juego o deporte, bien eligiendo al mejor alumno o mejor compañero.
También se compite en el arte, premiando películas, libros, pinturas, esculturas, etc.
Incluso la familia, baluarte de la civilización occidental y cristiana, se ve sacudida por

3 SILO . El Paisaje Humano, en Humanizar la Tierra. Ed. Planeta, 1988.

3
estos fenómenos. Esta se encuentra cada vez más disgregada, a causa de las
necesidades materiales pero también del egoísmo creciente. Los hijos compiten por el
amor de sus padres; los padres compiten entre sí por el amor de sus hijos, o bien por
demostrar quién aporta más a la relación. Mientras tanto, los más niños y los más
mayores, excluidos del circuito productivo omnipotente, se ven relegados a un tercer y
cuarto plano.

La situación de las personas


¿Qué diría Sartre hoy día sobre la libertad de los individuos? No cabe duda que, en estas
sociedades, tenemos más posibilidades que nunca de elegir: sólo basta pasearse por un
supermercado para observar la ingente cantidad de objetos presentes para nuestra
elección; sin embargo, paradójicamente, es esa misma proliferación de objetos la que
está atrofiando la capacidad de elección. Lo mismo que decimos de los objetos podemos
decirlo de las ideas, las ofertas culturales o todo tipo de servicios. Cada vez hay más de
dónde elegir, pero cada vez es más difícil hacerlo, por la uniformización de esta oferta y
por el bombardeo de estímulos al que vivimos sometidos, sin los recursos internos
suficientes para hacerle frente. “Paren el mundo que me quiero bajar” se cantaba en
los años sesenta; sin embargo, el mundo no sólo no se ha detenido sino que se ha
acelerado. Ya no hay dos bloques que pugnan por la supremacía mundial: ahora hay
multitud de frentes abiertos. Y el ser humano, el individuo, está en medio de todos
ellos.

La idea de la felicidad
Lo dicho anteriormente conforma una imagen de la felicidad. Si se le pregunta a un niño
qué quiere ser de mayor, ya no dirá bombero o médico; ahora muchos dirán millonario,
futbolista, estrella de cine o simplemente rico y famoso. Esto significa ser feliz hoy día,
una idea muy alejada de la virtud aristotélica, y también de las inclinaciones contra las
cuales luchaba Kant.

La idea del bien y del mal


Aceptando que lo bueno es aquello que me hace feliz, ¿qué es esto que me proporciona
felicidad? Habría que hacer una distinción entre lo que se dice que es bueno, y lo que en
la práctica se hace.
Hace unos 15 años, participé de una campaña masiva de encuestas, donde se le hacía
varias preguntas a las personas, relacionadas con aquello que consideraban que era el
máximo valor para los demás, y aquello que lo era para ellos mismos. Era curioso
observar cómo la gran mayoría opinaba que, para los demás, el máximo valor era el
dinero; en cambio, para ellos mismos, los valores eran la familia o la amistad,
mayormente. Yo me preguntaba: ¿dónde están aquellos para los cuales el dinero es lo
más importante?; ¿acaso no se paran a contestar la encuesta?
Hoy día, no existe el bien como tal; sólo existe lo que es bueno para mí. Vivimos con
una doble moral; la moralidad de las acciones se mide según quién las haya echo: si he
sido yo o alguien afín, seguramente la acción será catalogada como buena por mí; si ha
sido alguien contrario a mis intereses, entonces será valorada como mala.

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Así como hay una doble moral también hay un doble discurso, pues lo que se dice es
otra cosa -aunque cada vez hay más sinceridad en este aspecto-. La idea que prima es
“haz lo que yo digo mas no lo que yo hago”. Esto se puede observar en el plano personal
pero también, con mucha fuerza, en el plano social: se bombardea a las poblaciones en
nombre de la paz; se violan los mandamientos divinos en nombre de Dios; se someten
poblaciones en nombre de la libertad; se quita capacidad de decisión a los pueblos en
nombre de la democracia; en definitiva, se habla del bien común pero se actúa en
función del bien personal. Las palabras han perdido su significado. Por tanto,
distinguimos aquello que se dice que es bueno, de aquello que se actúa como bueno.

La moralidad actual
Hoy se escucha decir con frecuencia, a la gente mayor, que “se ha perdido la moral”.
Esto es falso: siempre existe una moral; cada individuo, haga lo que haga, justifica
moralmente su acción, aunque para otros sea reprobable. Lo que se ha perdido es
cierto tipo de moral, pero siempre y en todo individuo hay una justificación moral de
sus acciones.
La ética no es un tema sobre el cual la mayoría de la gente piense, ni sobre sus
consecuencias para los demás y para uno mismo; sencillamente se vive el día a día. Se
critica la conducta de los demás pero no se reflexiona sobre la propia. Incluso las
palabras ética y, sobre todo, moral, están mal vistas; casi nadie las utiliza, ya sea
porque pueden tener connotación religiosa o porque suenan naif.
La adhesión a los mandatos morales divinos es hoy muy escasa, muchísimo menos que la
adhesión “de palabra” a dichos preceptos; esta hipocresía actual es resultado, en buena
medida, de la conducta de aquellos que se supone habrían de servir de ejemplo,
aquellos que hablan de una cierta moral pero no la practican. En realidad, sí operan
como ejemplo, como modelo para los demás, pero no en el mejor sentido.
La moral religiosa prácticamente ha desaparecido, pero no ha sido reemplazada, como
deseaba y esperaba Kant, por el imperativo categórico, sino más bien por una ética
cercana a la aristotélica de búsqueda de la felicidad, con la diferencia que para
Aristóteles el medio de alcanzar la felicidad era el cultivo de la virtud, y en la
actualidad ese medio es el dinero. Podríamos decir que se trata de una ética
utilitarista, pero donde no se pretende maximizar el beneficio común sino sólo el
propio.
Como ya dijimos, hoy existe una doble moral, y ejemplos de esto hay muchos, pero
vamos a destacar unos pocos recientes:
La discusión sobre el Estatut de Catalunya: existe un partido, al cual prefiero no
nombrar, que ataca el acuerdo actual de Estatut, aduciendo que ello beneficiará a
Catalunya en desmedro de España; haciendo una abstracción de este criterio, podríamos
decir que, en una organización que agrupa distintos colectivos -el actual estado
español- uno de estos colectivos pretende, supuestamente, obtener beneficio a costa de
los demás. Sin embargo, recientemente, durante unas discusiones en el seno de la Unión
Europea, el gobierno español fue criticado por este mismo partido, por no defender los
derechos de España; es decir, por no privilegiar a España en desmedro de los otros
estados que componen la Unión. Lo que observamos es que ese partido juzga los
acuerdos en función del beneficio que obtendrá según sus intereses: cuando se trata de
la U.E., hay que beneficiar a una parte de esa Unión -España- y cuando se trata del

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estado español, hay que beneficiar al conjunto. Curiosamente, ¡esta misma conducta es
la que ellos critican de los catalanes! Por desgracia, este partido representa a un gran
número de ciudadanos, y por desgracia también, no es el único que tiene este tipo de
actitudes. Es más, entre los que apoyan los acuerdos, me pregunto cuántos hay que lo
hacen sólo porque beneficia sus intereses. Así, los propios intereses se transforman en el
principal criterio moral. No hace falta decir que esto es justamente lo contrario de lo
que proponía Kant. Pero no se puede decir que no haya moral en esta actitud, sino que
esta moral -la del propio beneficio- está oculta, y en cambio se aducen, para afuera,
otros motivos. En definitiva, éste es el modelo que se transmite desde los estamentos
de poder, sean políticos, empresarios, religiosos o periodísticos, con alguna honrosísima
excepción.
Otro ejemplo, mucho más burdo aun, es el del gobierno norteamericano, que juzga los
regímenes dictatoriales según convienen a sus intereses. Esto es fácil de ver para todo
el mundo, sobre todo fuera de Estados Unidos, pero a pesar de que se lo critique
mucho, es el modelo que se va imponiendo.
Un ejemplo reciente me pasó en un taxi: el taxista decía que no estaba de acuerdo con
la guerra de Irak, y que además apoyaba los matrimonios del mismo sexo, pero sin
embargo votaba al PP (que hizo la guerra de Irak y se opone a los matrimonios del
mismo sexo) porque, literalmente, “convenía a su bolsillo”.
Parafraseando a Kant, podríamos enunciar el criterio ético actual del siguiente modo:
“Actúa de modo que tus máximas universales se adapten a tus intereses en cada
circunstancia”.

Desafíos para el futuro


Este estado de la ética plantea no pocos desafíos para el futuro. Una sociedad con la
competencia y el egoísmo en crecimiento no parece augurar un buen futuro para la
mayoría de la población, y ni siquiera para esos pocos que, de momento, parecen
resultar beneficiados.
Para cambiar esta situación, no se podrá intentar volver a la vieja moral religiosa -ni
sería deseable- ni tampoco parece que el planteo kantiano tenga visos de extenderse.
Será necesario buscar nuevas imágenes de lo ético, imágenes que sean capaces de
conjugar la búsqueda de la felicidad -motor humano por excelencia- con una visión
universalista. No se tratará, entonces, de buscar la propia felicidad a costa de los
demás, ni tampoco de sacrificarse en pos de una idea de lo correcto.
Se dice con frecuencia que los niños son el futuro, y si queremos un mundo mejor, se
debe comenzar por la educación. Pero la educación de los niños es impartida por
adultos y más aun, los niños aprenden imitando las conductas de los mayores, no lo que
estos dicen sino lo que hacen; por tanto, si queremos que los niños tengan un concepto
moral diferente al actual, habrá que empezar por cambiar nosotros, los adultos, nuestra
conducta. Sólo así los niños se educarán de otra manera.
Será necesaria una nueva ética, basada en unos principios que definan un determinado
tipo de acción válida. Para esto, el individuo no sólo deberá acatar estos principios, sino
comprenderlos y sentirlos. Aquí, el individuo será juez de sí mismo. No se trata de una
moral externa sino interna al ser humano, donde confluyan el interés común, aquello
que creo que “debería” hacer, con la propia felicidad, y que estará basada en la regla

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de oro: “Cuando tratas a los demás como quieres ser tratado, te liberas”4.

4 SILO. La Mirada Interna, cap. XIII, en Humanizar la Tierra. Ed. Planeta, 1988.

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