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Mozart
Mozart
“... yo le pido, ¿por qué no?, yo le pido, queridísimo fex, ¿por qué no?, que si escribe
usted a madame Tavernier, a Munich, escriba un cumplido de mi parte para las 2
mademoiselles Frysinger, ¿por qué no? -¡Curios!, ¿por qué no?- y a la más joven, que es
la señorita Josepha, le pido disculpas, ¿por qué no? -¿por qué no habría de pedirle
disculpas? -¡Curios!- ¿no sé por que no habría de pedírselas- le pido, pues, disculpas
por no haberle enviado hasta ahora la sonata prometida y que la enviaré lo antes
posible, ¿por qué no?. ¿Qué? -¿por qué no?- ¿por qué no he de mandarla? -¿por qué no
he de enviarla?- ¿por qué no?- ¡Curios! ¿no sabría por qué no? ¿por qué no habría de
hacérmelo?- ¿por qué no?- que no- ¿por qué no habría de hacérselo yo? ¡Curios! -¿por
qué no?- ¿no sabría por qué no?” (en carta a la prima, Maria Anna Thekla, del 31 de
octubre de 1777).
Las tres palabritas interrogativas son el bastón que marca el ritmo, y es absurdo
buscar algún sentido (semántico) en su repetición; Dice Hoesli: “Cuando el ¿por qué
no? aparece por segunda y tercera vez, con variaciones y ampliaciones, impulsa al
desaprensivo lector a tararear una melodía”. El efecto puede comparase con la
conversación de dos instrumentos, un contrapunto. El mensaje de estas líneas –
disculpas por el retraso de un encargo- está sutilmente desdibujado, y habrá que
sortear obstáculos y los por qué no para resolver el rompecabezas.
Susana Kuras explicó que, “en sus cartas, las musicalidad del lenguaje es lo que se
distingue. Como en la poesía y la música, lo que expresa es más del orden simbólico que
de la literalidad conciente”. Poético, infantil, rebelde.