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EL PAGO DE CHILE Como tena una voluntad de oro, muchos se aprovechaban y no trepidaban en pedirle algn favorcillo: " por

favor Ren, cmprame una cajetilla de cigarros. Ren, podras darme una manito limpiando esta oficina que est inmunda. Ren, sabes, s paleteado y prstame un poco ms de plata. "Hasta que Ren, no se sabe el por qu, desapareci sin decir nada. Entonces todos comenzaron a echarle de menos y a preguntarse qu bicho le habra picado. As, al cabo de un ao, muy pocos haban olvidado al servicial Ren, aunque le daban por perdido. Pero un da apareci nuevamente Ren por la oficina, flaco y desgarbado, con claras muestras de haber cado en desgracia y de sufrir una miseria espantosa. Esto, como es de suponer, produjo en todos los presentes una consternacin inmediata, un mirarse los unos a los otros en silencio, indecisos. Y slo al final, despus de un rato - seguramente empujados por esa indolencia atroz tan arraigada en nosotros los humanos - cuando se atrevieron a mirarle a los ojos, nadie se apiad de aquella reconocida alma generosa y a quien tantos le deban, sino que al contrario, todos se hicieron los desentendidos, y llamaron al guardia para que lo expulsara del edificio.

EL PAGO DE CHILE Como tena una voluntad de oro, muchos se aprovechaban y no trepidaban en pedirle algn favorcillo: " por favor Ren, cmprame una cajetilla de cigarros. Ren, podras darme una manito limpiando esta oficina que est inmunda. Ren, sabes, s paleteado y prstame un poco ms de plata. "Hasta que Ren, no se sabe el por qu, desapareci sin decir nada. Entonces todos comenzaron a echarle de menos y a preguntarse qu bicho le habra picado. As, al cabo de un ao, muy pocos haban olvidado al servicial Ren, aunque le daban por perdido. Pero un da apareci nuevamente Ren por la oficina, flaco y desgarbado, con claras muestras de haber cado en desgracia y de sufrir una miseria espantosa. Esto, como es de suponer, produjo en todos los presentes una consternacin inmediata, un mirarse los unos a los otros en silencio, indecisos. Y slo al final, despus de un rato - seguramente empujados por esa indolencia atroz tan arraigada en nosotros los humanos - cuando se atrevieron a mirarle a los ojos, nadie se apiad de aquella reconocida alma generosa y a quien tantos le deban, sino que al contrario, todos se hicieron los desentendidos, y llamaron al guardia para que lo expulsara del edificio.

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