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JOAQUIM M. MACHADO DE ASSIS CUENTOS SITUACIONES MACHADIANAS Macwavo bx Assis escribié doscientos cuentos. Entre ellos estan algunos de los mejores del idioma portugués, al lado de no pocas historias ancladas en las convenciones del romanticismo urbanizado de la segunda mitad del siglo XIX. El que prepara una antologia prefiere excluir la mayoria de estas ulti- mas, sin dada menos realizadas estéticamente, pero el estudioso no puede omitir el hecho: Machado de Assis fue también un escritor acostumbrado a las practicas de estilo de las revistas femeninas de la ¢poca, sobre todo en la década de 1860 a 1870. Fl joven cuentista se ejercitaba habil- mente en la convencidn estilistica de las lectoras de folletines donde jos modelos idealizantes enmascaraban una practica de clase perfectamente utilitaria. LA PREHISTORIA DE LA MASCARA: HISTORIA DE SOSPECHAS Y ENGANOS ¢Queé significa la convergencia de formas antiguas y valores nuevos en el primer Machado de Assis? En Cuentos flauminenses y cn las Historias de Medianoche la mayor angustia, oculta o patente, de ciertos personajes, est4 determinada por el horizonte del status; horizonte que ya se aproxi- ma, ya se escapa, a la mira del sujeto. La condicién fundamental se llama carencia, Es necesario, es impe- rioso, suprimirla, ya sea mediante la obiencién de un patrimonio, fuente de los biencs materiales por excelencia, ya por la consecucién de un matrimonio con un socio mds acaudalado: “;Dénde encontraré yo a una heredera que me quiera por marido?’, resume el inguieto Gomes, caza- dor de dotes de "El secreto de Augusta”. ix En el primer caso, Ia herencia debe ser negociada mediante parientes tices, tfos o padrinos prefcriblemente, que podrian, si quisiesen, hacer testamento a beneficio del sujeto. Esa rselacién entre el candidate a here- dero y el testador potencial, combina un interés econdmico innegable con una téctica de aproximacién y envolvimiento afectivo del segundo por parte del primero. La relacién es por lo tanto crudamente asimétrica: si en cl testador existe alguna disposicién afectiva, ésta no existe en el interesado sino en gestos calculados. Viceversa: el cdlculo existe, de hecho, solamente en el interesado. Igual asimetria de intereses y sentimientos opera cuando el plan tiene como fin el matrimonio. El pretendiente, o la pretendiente, aparece en una situacién de status inferior o periclitante; es la hora de que asome la figura salvadora de una novia o un novio. Objetivamente, la situaci6n matriz es siempre el desequilibrio social, Ja desigualdad de clases de estratos, que solamente el patrimonio y el matrimonio podran compensar. Subjetivamente, el narrador acentia la composicién necesaria de la mascara mediante Ia persona del pretendiente y, como correlato fatal, los sentimientos de decepcién que el beneficiador terminara experimen- tando cuando la mdscara ya no serd tan necesaria y, detrds de ella, se divise Ia ingratitud, o incluso Ja traicién. Si ese es el proceso en su totalidad, no por eso se vera actualizado por el narradcr en todos los cuentes en que aparece como significado. El narrador puede dislocar el énfasis de un momento a otro de] proceso, 0 detenerse en uno solo, abriendo la pesibilidad de que el cuento sea prin- cipalmente el relate de un episodio (la anécdota de un matrimonio frus- trado, por ejemplo), 0, sobre todo, el retrate moral de una de las partes afectadas; caso en el cual Machado sondea la ambigiiedad peculiar de esa relacién asimétrica entre los personajes. De todos modes, el enfoque ideolégico de los cuentos iniciales tiene todavia un grado bajo de conciencia de esa ambigiiedad. Todavia fun- ciona, en muchos casos, la divisién de las almas en cinicas y puras. To- davia se castiga romdnticamente al muchacho que finge sentimientes de amor Cen “Luis Soares”, en “El secreto de Augusta’), o se trata de apar- tar cualquier sospecha de interés en la conducta del futuro beneficiado C'Miss Dollar”). El énfasis en este ultime caso hace dificil medir el grado de desconfianza del “punto de vista” en relacién a los vaivenes reales de la trama. En suma, a la primera lectura: o hay evidencia de mala fe o hay evidencia de sinceridad. Sin embargo, no por eso algunos de los Cuentos fluntinenses dejan de ser historias de sospechas y engafios. En “Miss Dollar” hay una viuda hermosa y rica, Margarita, la primera de una larga serie machadiana de viudas disfrutables. Luego aparece un pretendiente, Mendonga, a quien la buena suerte le hace encontrar a x Miss Dollar, la perrita que estima la joven. Esta ya habia rechazado va- rias proposiciones de nucvo matrimonio, porque en todas entrevela como motivo la codicia que, ademds, habia descubierto en el marido muerto. A pesar de ello, termina por amar a Mendonga, y lo acepta. Se casan; pero el novio, conocedor de las sospechas de Margarita, rehtisa la vida conyugal mientras cxistan dudas sobre su desinterés. Sin embargo todo termina bien; la sospecha se diluye con el tiempo. Mendonga habia hallado Ja riqueza, ia perrita Miss Dollar, y habia sabido noblemente restituirla: con Jo cual la gand para siempre. “La mujer de negro” cuenta la historia de una traicién, pero involun- taria, Estévao ama a la mujer de un amigo, ignorando su estado civil, Se aleja al saberlo, después de haber reunido a la pareja. La traicién ¢s una salida que el cuento abre y cierra dos veces: primero mostrande que “la mujer de negro” repudiada por el marido, era inocente de la mancha de adulterio; después, mostrando Ia pasién de Estévao, aunque dejando clato que él renuncié inmediatamente al conocer 1a situacién de Ja mu- chacha. Por lo tanto, parece que Machado necesitaba al mismo tiempo, entreabrir y exorcizar la posibilidad del engatio. E] espectro del engafio ronda también Jas “Confesiones de una viuda joven”, historia de una mujer casada que se deja cortejar por el mejor amigo del marido, aunque resista a sus proposicioncs de consumar ¢l adulterio. Como ella misma dice al amado: “Amo, si, pero deseo seguir siendo a sus ojos Ia misma mujer, amante es verdad, pero hasta cierto punto... pura’, Muerto el marido, nada obstaculizaria la unidn de los amantes; asi lo espera la viuda, pero en vano: el antiguo apasionada vuelve, confesindose hombre de hdbitos opuestos al matrimonio. “Era un seductor vulgar”. El engario ejecutado a medias resulta, al final, un engafio total, Los Cuentos fizntinenses fueron escritos bajo la obsesi6n de la men- tira. Esta, sin embargo, o es castigada 0 se comprueba que es una sds- pecha falsa. ¢Serd acaso porque su autor es un moralista todavia romdn- tico dispuesto a predicar casos ejemplares? No, por lo que se verd més adelante: Machado nunca fue, en rigor, un romdntico Cel Romanticismo est4 a su espalda) aunque si lo es por el gusto moralista de la f4bula que implica, al final y en las entrelineas, una Ieccién por extraer. En las Historias de Medianoche (1873), por primera vez el engafiador iriunfa. Véase el cuento “El pardsito azul”. Lo gue en él sucede, a pesar de la amenidad general del tono casi regionalista, es simplemente lo si- guiente: ef héroe finge, el héroe miente, el héroe despista para conquistar a la amada y al padre de ella. Y el contezto lo dice claro: él no triunfa- ria si no mintiese. Camilo Seabra comienza la vida en Paris, seduciendo la fe del “buen viejo”, un hacendado goiano * que lo mantiene creyén- * Relativo o perteneciente al estado de Goiaz. (N. de la T.). xr dolo un estudiante aplicado mientras que éf vive como bohemio y pard- sito. Ya de regreso a Brasil, Camilo pasa de ese engafio a otros, Al primer amigo que encuentra, Leandro, le roba la amada, Isabel. Esta, a su vez, rechaza a todos sus pretendientes, parece un enigma, pero en realidad es el tipo de la falsa ingenua que encubre el deseo de casarse con el me- jor de los partidos posibles. ¢Quién mejor que el mismo Camilo Seabra, médico, hacendado y futuro diputado, ademds de su enamorado de in- fancia? No obstante, Isabel sabe que es necesario fingirse fria y distante para excitar el gusto de la conquista en su casanova goiano egresado del “Boulevard des Italiens’. El hablar de Ja joven, insinia Machado, era “oblicuo y disfrazado”. Pero el autor, también oblicuo y disfrazado, alivia con intermedios novelescos la dosis de cdlculo que va diseminando en la cabeza de los protagonistas. La resistencia de Isabel es un plan que el pretendiente vence con otro plan, Camilo finge suicidarse lo que preci- pita el “si” de la joven, ya dispuesta a proferizlo. El cuento, largo y muy convencional en el estilo tiene su moraleja: los apasionados son mutua- mente engafadores y, en Ja medida exacta en que saben trampear, alcan- zan la meta de sus deseos. La mascara es idilica, pero el meolle es realista-burgués. E] narrador de las Historias de medianoche ya est transitando hacia un “tempo” moral en el cual lo que seria cdlculo frio 0 cinismo Csegdin la concepcién de Alencar, por ejemplo) se comicnza a tomar come prac- tica y cotidianidad, hasta en el corazén de Jas relaciones basicas. La necesidad de la mdscara con Ja cual el interesado desempefiard su papel ante los amigos y ante el futuro cényuge, es un dato nuevo en la historia de la ficcién brasilefa. No es casual que se dé en la década del 70, momento de arranque de las transformaciones sociales del II Imperio rambo a la modernizacién burguesa de Jas costumbres y los valores. El joven Machado introduce la nueva economia de las relaciones hu- manas que también comienza a regular, conscientemente, los midviles de la vida privada. Por consiguiente, es en el tratamiento de les perso- najes donde la novedad toma una forma ostensiva. En los otras aspectos canstitutives de la narracién, Machado se mantiene fiel, sobriamente ficl, a las instituciones literarias. Las descripciones de paisajes y de interiores, Ia secuencia de los eventos, el sentido del tiempo e, incluso, los rasgos metalingiiisticos de esos cuentos, ya estaban en Macedo, en Manuel An- tonio, en Alencar. Machado ser4, tal vez, mds neutro, més seco, mas esquematico, mas vigilado en todo ese trabajo de composicién narrativa que él capté, cuando no imité, de otros contextos. El lastre de la con- vencién no sera jamds subestimado por ese escritor, el tinico brasilefio que los gramaticos puristas de comienzos del siglo xx juzgaron digno de equiparar a los cldsicos portugueses del seiscientos. En realidad, no se trataba solamente de respeto a la convencién lin- giilstica. La deferencia respecto al sector institucional de las Letras y de XII la Sociedad, es norma en Machado, y significa el reconocimiento de lo fuerte por parte del débil. Después de todo, la institucién es el espacio histérice donde se abrigan y se satisfacen las necesidades basicas de los grupos humanos. Y, en todas las acepciones del término, su lugar comin. El lugar comim no necesita ser bello ni sublime, le basta la utilidad, como al papel moneda. Esa conciencia del juego y de la mascara institucional todavia no es tan aguda en los cuentos juveniles, aunque seguramente se haya acre- centado en las Historias de medianoche respecto a los Cuentos fluminen- ses. También crefa en la misma década del 70, en las novelas La mano y el guante y laid Garcia, obras de compromiso entre dos lugares comu- nes: el del romanticismo idealista y el del nuevo realismo utilitario, hacia el cual van inclindndose los personajes femeninos, capaces de sofocar los sentimientos de Ja “sangre” en nombre del calculo, de la “fia eleccién del espiritu”, de la “segunda naturaleza tan imperiosa como la prime- ra”. La segunda naturaleza del cuerpo es el status, la sociedad que se incrusta en la vida. La interpretacién de Lucia Migucl-Pereira! es francamente psico- social. Me parece una buena lectura no sélo de la génesis de las tramas y los tipos machadianos sino, sobre todo, de la base ideolégica que los sustenta y los legitima en nombre de los “célculos de la vida”. A pesar de todos los riesgos y limites que el biografismo implica, el andlisis de Ja autora pone el dedo en la ilaga existencial del hombre Machade que pasa de una clase a otra coriando Jos lazos que lo amarraban a la infan- cia pobre. El pasaje, Ja ruptura y la conciencia de la ruptara darian el soporte a sus personajes femeninos mds ambiciosos (Guiomar, de La mano y el guante; laid Garcia, de la novela homénima). En el quinto capitulo de La mano y el guante, que se titula “Ninez”, encuentro una confirmacién plena de la hipétesis de Liicia Miguel- Pereira. Guiomar, niiia pobre, huérfana de padre, vive con su madre cuya mayor tristeza es verla padccer, a veces, de ciertos extrafios des- mayos acompafiades de actitudes reflexivas y concentradas. En ese con- texto, Machado introduce un episodio revelador de un destino. A través de una grieta en el muro que separa Ja casa de Guiomar de una granja vecina, la nifia ve, como en un suefio, la imagen de la riqueza gue no la abandonard nunca mds, Hay un muro, pero hay una hendidura grande a través de la cual pasaria una persona: “La primera vez que esta gravedad de la nifia se hizo mds patente fuc una tarde en que habia estado jugando cn el patio de Ja casa. El muro del fondo tenia una larga grieta, a través de Ja cual se veia parte de Ja granja que pertenecia a una casa vecina. La grieta era reciente, y Guio- mar se acostumbré a ir para contemplar el lugar con sus ojos ya serios * Licia Miguel-Pereira. Machado de Assis, §, Paulo, Cia, Editora Necional, 1936. XML y pensativos. Aquella tarde, mirando hacia los mangos, codiciando tal vez ios dulces frutos amarillos que colgaban de sus ramas, vio aparecer delante de ella, repentinamente, a cinco o seis pasos del lugar donde estaba, a un grupo de muchachas, todas bonitas, que arrastraban sus vestidos entre los drboles y hacian lucir a los ultimos rayos del sol po- niente las jayas que las adornaban, Ellas pasaron alegres, descuidadas, felices; quizds una le dispensé algiin halago a otra; pero se fueron, y con ellas los ojos de Ja inteligente pequefia, que alli quedé largo tiempo absorta, ajena a s{ misma, viendo todavia en la memoria el cuadro que habia pasado. Llegé la noche; la nifia se recogié pensativa y melancdlica, sin explicar nada a fa solicita curiosidad de la madre. “;Qué podria explicar ella si mal podia comprender Ia impresién que las cosas le dejaban?”. Pocas lineas mds abajo, vemos a Guiomar al amparo de su madrina, una baronesa, gracias a la cual se enriquecerd y de quien heredera sus bienes. Mas tarde, se casara con un hombre ambicieso a quien se ajusta como Ja mano al guante. Primero el patrimonio, después el matrimonio. Hay un muro entre las clases, pero ese muro tiene sus grietas. Es posi- ble pasar de un lado para el otro, no precisamente mediante el trabaja, sino disfrutando de las relaciones “naturales”. ;Quién no recuerda la escena en que Capitu, escribiendo su nombre y el de Bentinho en el muro que separa Ia casa de ambos, da inicio evidente a! idilio prehibide? Capitu se quedaba “agujereando el mero” (D. Casmurro, capitulo XIII). Es asi como, mucho después de haber pasado el momento de las novelas juveniles, Machado continué escribiendo historias de sospechas y engafios. CUENTOS-TEORIAS Todos conocen la importancia de las Memorias péstumas de Brds Cubas y las reconocen come el divisor de aguas de la obra machadiana, La critica egé a hablar de Machado de Assis como de uno de esos raros escritores “twiceborn”, nacido dos veces, a la manera de Ios grandes convertides: San Agustin o Pascal. Quien recorre los cuentos y, paralelamente, las novelas de la década del 70, esta preparado para encontrar la resolucidn de un desequilibrio. El vino nuevo rompe los odres viejos. A medida que en e! escritor crecia la sospecha de que el engaiio es necesidad, de que la apariencia funciona universalmente come esencia, tanto de la vida publica como de la intimi- dad del alma, su narrativa es Ilevada a asumir una perspectiva més general y, al mismo tiempo, mds problemdtica, mds amante de los con- trastes. Interiormente se rompe el punto de vista todavia oscilante de los primeros cuentos. XIV A partir de las Memorias Cy de los cuentos reunidos en los Papeles sueltos) su intencién es acufiar Ja formula que capte la contradiccién entre parecer y ser, entre la mascara y el deseo, entre el rite, claro y¥ publico, y la corriente oculta de la vida psicoldgica; le interesa sondear, no el romintico desespero de Ja diferencia, sino la gris conformidad, la fatal adecuacién, la melancélica entrega del sujeto a la apariencia do- minante, Machado vive hasta el fondo la certeza postromantica (burguesa, “tar- dio-capitalista” como diria un socidlogo italiano) de que ¢s una ilusién suponer la autonomia del sujeto. Y, peor que ilusién, un grave riesgo para el mismo sujeto parecer diferente del promedio general consentido. Por curiosas que sean [as volteretas del pensamiento y extrafias las fan- tasfas del desea, no hay otro modo de sobrevivir en lo cotidiano sino aga- rréndese bien firme a las instituciones: éstas y sdlo éstas, le aseguran al frdgil individue el pleno derecho a la vida material y, de alli, el dulce ocia que Je permitizd, incluso, balancearse sobre esas volteretas y fan- tasias. En los cuentos maduros de Machado, escritos después de los cuarenta afios, veo un riesgo en Jos arabescos de sus “teorias”; bizarras y parads- jicas teorias que, en verdad, persiguen el sentido de las relaciones socia- les mds convunes y revelan algo como la estructura profunda y recurrente de las instituciones. CEn las grandes novelas, Memorias pdstumas, Quincas Borba y Don Casmurro, las instituciones cardinales son el Matrimonio y el Patrimo- nio; y complementariamente, ¢l Adulterio y el Lucro, del latin: Inerum). E] tono que penetra esos cuentos-teorias no es, riguresamente, el sar- casmo del satirico, ni la indignacién, la santa ira del moralista, ni la impaciencia del utdpico. Diria, m4s bien, que es a amargura de quien observa la fuerza de una necesidad objetiva que une el alma mudable y débil de cada hombre al cucrpo, uno, sdlido y ostensible, de la Ins- tituein. Machado acaba consumiendo la substancia del “yo” y del “hecho mo- ral” considerados en si mismos; pero deja viva y en pie, como verdad basica, la relacién de dependencia de! “mundo interior” frente a la apa- riencia dominante. Es de esa relacién, en cambio, de la que se ocupa el narrador. Como dice el més sabio de los bonzos: “Si pusiereis las mas sublimes virtudes y los mas profundos conoci- mientos en un suieto solitario, ajeno a todo contacte can otros hombres, ser4 como si ellos no existiesen. Los frutos de un naranjo, si nadie los gusta, valen tanto como el brezo y las plantas salvajes y, si nadie los ve, no yalen nada; 0, en otras palabras mds enérgicas, no hay espectaculo sin espectador” (“El secrete del bonzo"). La mévil combinacién de deseo, interés objetivo y verdad social, otor- ga materia a esas extrafias teorias del comportamiento que se aman xv “El alienista”, “Teoria del figurén”, “El secreto del bonzo”, “La Sereni- sima Republica”, “E] espejo”, “Cuento alejandrino”, “La iglesia det Diablo”, Acercéndonos més a los textos, se ve que la vida social, segunda natu- raleza del cuerpo, en Ja medida en que exige la mascara serd también, irreversiblemente, mAscara universal. Su ley, no pudiendo ser de la yer- dad individual reafirmada, serd la de la mascara individual expuesta y generalizada. Ei triunfo del signo publico. Se da la corona a la forma estipulada y se cubren de laureles las cabezas bien peinadas por la moda. Todas las vibraciones interiores se callan, se degradan hasta la veleidad y se rehacen para entrar en consonancia con la conveniencia publica y soberana. Fuera de esa adecuacién, sélo hay estupidez, imprudencia o locura. La necesidad de triunfar en la vida —resorte universal— sélo es sa- tisfecha mediante la unién armoniosa del sujeta con la apariencia domi- nante, ¢Acaso se debe culpar al pobre ¢ inerme sujeto porque ascendié con la marca de su tiempo para no ahogarse en la pobreza, en la oscuridad y en la humillacién? Machado no quicre entablar un proceso a los “adaptades” (y la sagacidad de Liicia Miguel-Pereira levanté aqui la punta dei velo autobiogréfico); no quicre acusar al sujeto incapaz de ser héroe. El perfil de tantas conciencias precarias y venales es apenas un efecto, muchas veces cémico, del sistema machadiano. Su critica tiene un blanco mayor: es el proceso al Proceso. El anuncio del Fatum vale por una denuncia. En ese orden de ideas interpreto cl delirio de Bras Cubas. En él, la Naturaleza, fuente primera de toda la historia de jos hombzes, aparece fria, egoista, sorda a las angustias de aquellos que ella misma generd. “Si, egoismo, no tengo otra ley. Egoismo, conservacién”. La mascara es, por Ie tanto, wna defensa imprescindible, que viene de lejos, de muy lejos, como la piel del oso y la cabafia de palos reunidos por el salvaje para protegerse del sol, del viento y de la Muvia... Si toda civilizacién es un esfuerzo de defensa contra la madre-madrastra (“Soy tu madre ¥ tu enemiga”) ¢por qué negar al desheredado social el derecho de abri- garse a la sombra del dinero y del poder? . XX es porque la vida social tampoco tolera que se desnude el rostro ni si- quiera por un minuto. La mascarada es seria. En “La Screnisima Repiblica” se narra el momento en que nace una institucién politica. El cuento es, segin confesién del mismo Machado, una parodia del pacto electoral brasiletio. El narrador construye de forma bizarra el enfoque de la enunciacién: quien habla es un candnigo, especialista en arafas y lector atento de Biichner y de Darwin, a quienes considera sabios de primer orden, ex- cepto en cuanto a las “teorias gratuitas y erréneas del materialismo”. La capa aparente del enunciado se da en el discurso inicial del canénigo Vargas que comunica a los oyentes de su charla el resultado del descu- brimiento notable que hizo en el mundo de jas avafias: habia encontrado una especie dotada del uso del habla. El recurso de Machado es “filos6- fico”, a la manera de los fabuladores y satiricos de la literatura clésica: hablar de los animales (o de pueblos exsticos) prestando al enfoque na- rrativo el punte de vista distanciado de un puro observador. De esta ma- nera, el texto podrd producir un efecto de sorpresa al narrar situaciones corrientes en la sociedad a la que pertenecen, no tos animales, sino los lectores. Y esa es la zona escondida o semivisible en el texto. De te famula narratur. Cuando el lector percibe el juego, la sorpresa cede Iugar a la risa del desenmascaramiento. Es el modo de ver de Swift, por ejcmplo, en las Aventuras de Gulliver. El canénigo, dowblé de cientifico, primero domina la lengua de sus araenidos; entendida esta Ultima, empieza a inculcarle a las arafias ma- yores el arte de gobernar. La ciencia no se conforma con Ja observacidn: quiere disciplinar desde afuera la vida de los seres observados, aumen- tando su fuerza de coaccién con el poder sacerdotal: “Fueron dos, espe- cialmente, las fuerzas que sirvieron para congregarlas: el empleo de su idioma, desde que pude discernirlo un poco, y el sentimiento de terror que les infundi. Mi estatura, mis largas vestiduras, el uso del mismo idioma, les hicieron creer que yo era el dios de las arafas, y desde entonces me adoraron. ¥ ved el beneficio de esta ilusiém. Como las habia acom- pafiado con mucha atencién y delicadeza, anotando en un libro las ob- servaciones que hacia, presumicron més que cl libro era el registro de sus pecados, y se fortalecieron atin mds en la practica de las virtudes”. En el pequefio mundo vigilado de Jas arafas se instala la moral del terror. ¥, con ella, el pacto politica no creado espontdaneamente o por necesidad interna; el régimen publico, pues, se impone desde afuera, a partir del contexto de coaccién tramado por la ciencla manipuladora de este candénigo pre-behaviorista, Tal como el miedo, y sélo el miedo de desapradar al poder externo, es el origen de la vida publica de las arafias, asi la practica electoral se convertira en un juego complicado cuya forma es democrdtica y cuya sustaneia, oligérquica y fraudulenta. Machado pone el acento en el lado KI de la forma (lo importante es que el régimen muestre una cara limpia), pero deja entrever que esa faz es un disfraz. Las arafias, obligadas a rea- lizar ef sorteo de los candidatos por medio de la extraccién de bolas de una bolsa, encuentran mil modos de viciar el praceso, ya sea corrompien- do a los funcionarios, ya intexpretando maliciosamente los resultados. Hasta ja filologia es convecada para dirimir dudas a favor de los candi- datos derrotados, El régimen instanrado se reproduce y se perpettia me- diante la fuerza que lo habia propiciado (el sagrado terror infundido por el candnigo-cientifico), y por la confianza que en él depositan los ciuda- danos circunspectos de la Serenisima Republica. En an primer tiempo se articulan el miedo y el pacto politico; cn un segundo tiempo, ya instituido el régimen de representacién, concurren el fraude, recurrente en todas las elecciones, y la conciencia moral, juridica e idealista, que siempre espera el perfeccionamiento del sistema democra- tico. Es ella la que dice a las arafias tejedoras: “Vesotras sois la Penélope de nuestra republica; tenéis la misma castidad, paciencia y talentos. Re- haced Ja bolsa, amigas mias, rehaced la bolsa, hasta que Ulises, cansado de vagar, venga a ocupar entre nosotros el lugar que Je cabe, Ulises es La Sapiencia”. E] progresismo cree en la evolucién de Jas costumbres politicas de las araiias y de los hombres, los cuales, después de pasar por las fases del terror teolégico y de las oligarquias maliciosas, Iegardn un dia hasta la Sabiduria. Pero, nétese lo siguiente: el modelo de la buena meral politica se completa curiosamente en la figura del mas astuto de los gricgos: Uli- ses, Cuando Ulises Hegue ¢estara la mascara consagrada para siempre? Las araftas habrén pasado definitivamente a su segunda naturaleza, al pacto social impuesto aunque al final interiorizado, y Penépole, guardiana fiel de la democracia, podra finalmente descansar. La tension existe en cuanto las dos naturalezas, la interna y la externa, no se encuentran en el punto ideal de fusién. Este punto solamente se da cuando el individuo se transforma en su papel social. La norma, hipos- tasiada en el comportamiento y en Ja conciencia de cada uno, es la unica garantia de uma tranquila autoconservacién, La norma sin faltas ni excesos. “Et secreto del bonzo” es una variante del cuento filosdfico del siglo xvut. Se da como un “capitulo inédito de Fernao Mendes Pinto”, el cro- nista portugués que visité China en la época de los descubrimientos, sobre la cual escribié sus curiosas Peregrinaciones. El enfoque narrativo es el de un observador curioso y perplejo delante de un mundo extrafio: el reino de Bungo. Extrario por el contenido de Jos discursos que hacen sus benzos en la plaza pitblica, y més extratio adn por Ja reverencia y entu- siasmo con que sus naturales reciben tales discursos. Un bonzo, de nombre Patimau, decia que los grillos se engendran del aire y de las hojas de cocotere bajo la luna nueva. Otro llamado Languru, ensefiaba que el principio de ta vida futura estaba oculto en cierta gota XXII de sangre de vaca. Y tanto uno como el otro eran mantenidos y exaltados por la gente de Bungo que los escuchaba. Los dos casos sixven de prélogo y motivacién a la palabra del tercero y més sabio de los bonzos, Pomada, quien se digna zevelarle al narrador la esencia de la verdad. La esencia es la apariencia. O, en Jas palabras del maestro: “No os podéis imaginar qué fue lo que me dia la idea de la nueva doctrina; fue nada menos que la piedra de Ja luna, esa insigne piedra tan luminosa que, puesta en la cima de una montafia 0 en lo alto de una torre, da claridad a una campifia entera, aun a la mds inmensa. Una piedra semejante, con tal cantidad de luz, no existié nunca, y nadie jams Ja vio; pero mucha gente cree que existe y mds de uno diria que la vio con sus propics ojos. Consideré el caso y pensé que, si una cosa puede existir en la opinién, sin existir en la realidad, y existir en la realidad sin existir en Ja opinién, la conclusién cs que de las dos existencias para- lelas la tnica necesaria es Ia de Ja opinién, no la de la realidad, que tan sdlo es conveniente”. Esa es la sabiduria de Pomada; cosa dificultosa seria, en esta época, escapar a la tentacién inocente de apuntar el isomorfismo que une el nombre del bonzo con la doctrina que él pregona: pomada es Jo que se unta sobre !a piel, tal como la apariencia que recubre Jo real. Machado, ademds, explica en una nota: “El bonzo de mi escrito se llama Pomada, y pomadistas, sus sectarios. Pamada y pomadistas son locuciones familia- tes de nuestra tierra: ¢s el nombre local del charlatan y del charlata- nismo”. Pero vuelvo a la historia, Los oyentes, convertidos en pomadistas con- victos, resuelven poner a prueba la nueva ensefianza, ahora movidos tam- bién por el amor al Iucro o a Ja fama. E1 cuento-teoria se ilustra en el cuento-ejemplo. Las experiencias son tres, y todas perfectamente reales. Mediante una propaganda bien elaborada, los pomadistas Hevan a los ciudadanos del reino de Bungo, primero, a comprar en masa las més viles alpargatas que uno de elles fabrica y después a aclamar con delirio una musica para flauta ejecutada mediocremente por otro, Los dos casos ya dicen bastante respecto a la carga asestada por el narrador contra el consumo de la ilusién. Pero todavia conviene esperar la cabal ilustracién de la teoria mediante un tercer caso. Es la historia de las narices enfer- mas y de las narices metafisicas. Con su autoridad de médico, el amigo del cronista logra comprobar que no solamente es posible, sino también altamente ventajoso para los que padecen de una horrible deformacién nasal, cortar el drgano enfermo y sustituirlo por otro que, aunque nadie lo vea, existe en Ja condicién trascendental, que es ademas propia de todo ser humana. La opinién alcanza aqui el extremo de tener poderes mégicos: ella crea de la nada no sélo la esencia de Ja nariz sino también su apariencia. Los enfermos mutilados continuarén sonando sus narices metafisicas. No hay lugar para una velcidosa “verdad subjetiva’: los stib- XXIII ditos, por lo menos, no concen otra verdad que no sea la pura conformi- dad de los débiles con los poderosos. “El espejo”, quizds el més famoso de Jos cuentos-teoria de Machado de Assis, embiste contra las convicciones del “yo” roméntico. Qué dice la narracién? Que no existe “unidad” previa del alma. La conciencia de cada hombre proviene de afuera; pero este “afuera” es discontinuo y oscilante, porque discontinua es la presencia fisica de los otros, y oscilante su apoyo. Jacobina conquistara su “alma”, o sea la autoimagen perdida, solamente cuando se haga un tedo con el uniforme de Alférez que lo constituye como persona. El uniforme es simbolo y es materia del status. El “yo”, investide del status, puede sobrevivir; despojado, pierde pie, se dispersa, se divide, se esfuma. No tiene forma, por lo tanto no tiene unidad. Tener status es existir en el mundo en estado sdlido. Pero el cuento dice algo mds. Dice que no basta con vestir el uniforme. Es necesario que los otros lo vean y Io reconozcan como tal. Que haya ojos para mirarlo y admirarlo. La mirada de los otros: primer espejo. Cuando a Jacobina le falté esa mirada, cuando se vio solo en la hacienda de la tia de donde hasta los esclavos desertaron, él buscé su propia mirada. EI ojo que no siente el aura dulce de Ja mirada de su semejante, va en busca del espejo. E] espejo dira lo que el yo parece ser. Pero Jacobina esté sin uniforme; le falta la apariencia del ‘status; tan solo la apariencia, dirian los romanticos; sf, y por eso le falta la realidad, el ser, sefiala Machado. Suprimienda Ia mirada del otro, el espejo reproduce con fidelidad el sen- tido de esa mirada, Sin uniforme, no es alférez; no siendo alférez, no es. “El alférez elimindé el hombre”. El estado sdlido del status se licua, se evapora. Jacobina viste el uniforme, Jacobina se mira en el espejo: el espejo le restituye la alferecidad, y jJacobina vuclye a existir para si mismo. Reencontrada el “alma exterior”, ella absorbe a la interior, asi como, al comienzo de Ja historia, las velas de la casa de Santa Teresa “enya luz se fundia misteriosamente con la luz de ja luna que venia desde afuera”. La vela y la luna. No podria haber sida mas profunda la teoria del papel social como formador de la percepcién y de la conciencia. “El espeio” habria hecho las delicias de un contempordneo de Machado, cl socidlogo Emile Dur- kheim, y de todos los positivistas que identifican el “yo” con su funcién. Para el “alma interna” no hay otra salida sino la integracion, a toda costa, en la Forma dominante. Jacobina, que en el momento de contar su vida es un cuarentén “capitalista”, “astuto” y “cdustico”, habia sido un “mu- chacho pobre”; “tenia veinticinco afios, era pobre, y acababa de ser nom- brado alférez de la guardia nacional”. Lo que separa el tiltime estado del primero, el narrador del objeto narrado, es, simple y vulgarmente, el paso de clase, el aprendizaje de las apariencias. El momento en que Jacobina subio del primer grado al segundo, fue el momento decisivo en que vistié XXIV para siempre el “alma externa”, el uniforme. “De alli en adelante, fui otro”. Machado construye Ja narrativa de tal modo que la entrega de la vida psiquica al estado civil se vuelve un acto de supervivencia. El proceso de composicién del “Espejo” sc halla en las antipodas de la novela de Pirandello El difunto Matias Pascal, donde el protagonista busca la sal- vacién pretendiendo escamotear ef estado civil: se finge muerto y borra los rastros de su nombre de familia, de la profesidn, del status, en fin, de todas las relaciones sociales que lo cercenan desde la infancia. Pero el sentido de ambos textos converge hacia el mismo punto: la imposibili- dad de vivir fuera del espacio civil. El tono se bifurca: Pirandello se queja patéticamente del callején sin salida en el que termina el proyecto andrquico de Matias Pascal. Machado tan sdélo confirma la necesidad de la méascara. Histéricamente, Machado y Pirandello expresan el reconocimiento de la soberania que ejerce Ja forma social. Esto es: la aceptacién postroman- tica de la impotencia del sujeto cuando lo desampara Ja mirada consen- sual de] otro. En este fin de siglo se consolida una triste concepcién es- pecular de la vida personal burguesa, precisamente cuando la misma cultura, en violento proceso dialéctico de auto-escisidn, quiere penetrar en los laberintos del Inconsciente y del Suefio. Pero el realismo de la narracién de Machado esta atento a ja ley de la méscara, a la ley de la segunda naturaleza, “tan imperiosa como la primera”. El sueno, cuando surge, persigue la situacién de Ja vigilia y, en vez de liberacién, proper- ciona la imagen del status anhelado tomado de la vida social: “En los sueiios, vestia mi uniforme, orguilosamente, en medio de Ja familia y de los amigos que elogiaban mi garbo, que me Hamaban alférez; venia un amigo de familia y me prometia el puesto de teniente, otro el de capitan o mayor; y todo eso me hacta vivir’, Otro no es cl sentido, aunque mu cho més dramatico, del delirio de Rubido, en Quincas Borba: son las dul- ees promesas del placer que las méscaras de Ia vigilia le habian rchusado. En términos de construccién, “El espejo” delega la voz narrativa cen- tral a la primera persona. Con el apoyo de este procedimiento, el tema del acceso y de la entrega a la Apariencia dominante cst4 tratado no como un hecho curioso, digno de un malicioso cuento “filoséfico”, sino como la experiencia viva y capital de un destino. En “El espejo”, el régimen de Ja opinién soberana es visto desde dentro, en un instante de extrema dramaticidad que compromete todo el futuro del “yo” narrador. Esa den- sidad subjetiva es el modo confesional que Machado encuentra para ha- biar del paso que la mayoria de los hombres debe cumplir: de la inexpe- riencia o la ingenua franqueza a la mascara adulta. Modo de la memoria y del auto-andlisis Cque se amplia en las Memorias péstumas, en D. Caswturro y en el Memorial de Aires), se contrapone al modo velada- RXV mente satirico de los cuentos filosdficos, mas distantes del objeto, tal como conviene a la ficcion de un observador imparcial. DEL LADO DEL SUJETO: EL ENIGMA DE LOS CARACTERES “El espejo” es la matriz de una conviccién machadiana que podria formu- larse de la siguiente manera: slo hay estabilidad en el ejercicio del pa- pel social; fuera de la escena publica el alma humana es indecisa y velei- dosa. Ahora bien, si el lado intimo del comportamiento no ofrece con- gruencia, la descripcidn de las personas se convertira fatalmente en un problema. El narrador ya no cuenta con Ia sdlida base de los tipos. Estos quedaron atrds, en: la tradicién moralista de los caracteres, de los retra- tos, de los figurones. O en la vieja comedia de Jos avaros, de los hipé- critas, de los engafiadores, de los ingenuos.. . La experiencia capital de “E] espejo” sdlo permite la fijacién tranquila de la mascara perfecta, del uniforme victorioso, del papel que absorbié perfectamente al hombre. La otra cara, la que se habia dividido o esfu- mado delante del vidrio, sigue siendo un enigma. Fs el cuerpo opaco del miedo, de los celos, de la envidia; en otras palabras, el enigma del deseo que se niega a mostrarse desnudo a la mirada del otro. El narrador, dis- creta pera firmemente, hace las veces de esa mirada. Quien entrevé lo que pasa detrds de la mascara de la tercera persona ya fue primera per: sona, ya se mird en el espejo. La veleidad de probar sentimientos profundos y eternos de amistad y de amor entretiene a dona Benedicta en un vaivén de encantos y delicias que se desvanecen. En realidad, esos “sentimientos’ no son indispensa- bles a la supervivencia social de dofia Benedicta; por eso se encienden y apagan como fuego Fatua. E] retrato de esa dama del Segundo Imperio, uno de Jos mas imponderables que se hayan escrito en idioma portugués, capta la espuma efervescente de un alma que no conoce otra dimensién mas alld de la superficie. E] cuento, gracias a su final casi aleg6rieo, en el que aparece el hada Veleidad, podria aproximarse al género “pintura de un cardcter”. Paradéjicamente, ese cardcter no Nega a asumir los con- tornos necesarios a la censtruecién del tipo e, igual que la figura que surge al cierre de la historia para asombrar a dofia Benedicta, él es vago, “vestido de nubes, adornado de reflejos, sin contornos definidos, porque todes morian en el aire”. En “Dofia Benedicta” el tema es, abiertamente, Ja inconsistencia del sujeto. Otros cuentos encadenardn situaciones objetivas donde la misma realidad se dird de modos diversos. Al Maestro Roman, personaje principal de “Cancién de esponsales”, le gustaria componer una hermosa musica, Es buen maestro, sabe tocar el clavicordio, pero no logra traducir en notas nuevas su deseo de canto. XXVE Y Ia melodia que perseguia hacia afios, desde la boda, la caneién de es- ponsales que habia dejado tan sdlo esbozada, es completada sorprenden- temente por una joven en luna de miel, unos minutos antes de que el Maestro Roman muera. La belleza no es obra de ia voluntad sino don, gracia del Azar que apremia a quien quiere y no a jos que Ja quieren. El sujeto, aqui, no es veleidoso como Dofia Benedicta: es impotente. El narrador advierte: todo cuanto no llega a la apariencia de la forma, no existe. Parece que hay dos tipos de vocacién, las que tienen lenguaje y las que no lo tienen. Las primeras se realizan; las ultimas representan wna lucha constante y estéril entre el impulso interior y la ausencia de un modo de comunicacién entre los hombres. La de Roman era de estas ultimas. La naturaleza parece no ser ni mds justa ni més igualitaria que Ja sociedad; y Machado hizo pasar de una esfera a otra la distribucién aleatoria de los bienes. Uno de sus cuentos mas perturbadores, “Cliusula testamentaria”, tiene como centro la herida de Ja designaldad entre los dones y dotes recibidos por log hombres. Y Jo que parece tan sdlo el vivo figurén de un cardcter mérbido CNicolds, el envidioso} es una reflexién del mecanismo de la vida social como espacio de diferencias gratuitas, pero fatales, ya dadas al hombre desde que Hega a este mundo, Machado hace nacer a la envi- dia como percepcién y sentimiento atroz det desnivel y al mismo ticmpo, como deseo compulsive de compensarlo mediante la destruccién de todo cuanto confiere a lo envidiado su intolerable superioridad. Nicolas de- testa al m4s rico, al mas hermoso, al mds elegante, al mas gracioso, al mas talentoso, al mas famoso. El cuento est4 orientado de tal manera que hace imposible hablar de la simple ambicién de este o de aquel bien sino del mévil del odio de Nicolas. Su caso seria de envidia pura, una aversién ontolégica a la superioridad. Esto parece indicar que el cuento se organiza como Ja pin- tura de un tipo: “Si, querido lector, vamos a entrar en plena patologia”. "€...) ese nifio no es un producte sano, no ¢s un organismo perfecto. Por cl contrario desde Ios mas tiernos afios manifesté, con actos reite- rados, que hay en él algtm vicio interior, alguna falla orginica”. Y el cufiado de Nicolds hace, incluso, un diagndstico exacto: ¢s un gusano en el bazo. Sin embargo, ya lo sabemos, las “tcorias” machadianas estan Tlenas de paradojas que mal esconden la experiencia de la cotidianidad mas simple. De esta manera, Ia envidia de Nicolas, es menos “metafi- sica” de lo que parece: ella se inicia en la historia de su vida, cn Ja serie de actos de destruccién cometides por el niiio, el primero contra los juegos mds refinados o mds raros de los compafieros. El motive de la me- destia ccondémica cstd puesto discretamente entre paréntesis al comienzo de la biografia de Nicolas: “cl padre era un honrado negociante 0 comi- sario (la mayor parte de las personas de aqui que se dan el nombre de XXVIE comerciantes decia el marqués de Lavradio, no son mas que unos sim- ples comisarios)...”. Igual que otras veces, ese origen modesto Iuego es superado; la fami- lia vivir en Ja holgura, “con cierto esplendor", y el mismo Nicolds serd elegido Diputado a Ja Constituyente de 1823, aunque lamente no com- partir el alto destino de ser “un exiliado ilustre”, coma tantos otros poli- ticos del Primer Imperio. Al episodio infantil de los juegos le sigue otro muy significative, pues en él entra la envidia que Nicolds siente por un uniforme. Un elegante uniforme de... alférez, que un padre competidor habia consegnido para su_ hijo. De los juegos pasé a las ropas, y de éstas a Jas caras de Jos nifios mds bonites, a los libros de los més adelantados en el estudio. El cuento se articula mediante la unidn de episodios que ilustran el comportamiento de Nicolds, cada vez més irritable y violento, ahora como contrapartida de su conducta amable y hasta dulce para con las naturalezas bajas, vul- gares y subalternas, a quienes les distribuia mimos y les confiaba el alma. Ahora bien, parece que es en esa otra cara de Nicolas, simpatica sdlo a los antipaticos, donde el retrato del envidioso cldsico sufre una nueva determinacién: la envidia como deseo de compensar las diferencias alea- torias que Ja naturaleza produce y que la sociedad consagra ®. Habria una terrible y paraddéjica “justicia” reparadora en esa aversién de Nicolds res- pecto a los seres reconocidamente superiores sumada a su atraccién por aquellos publicamente inferiores, Nicolds invierte el orden del acaso: cas- tiga a los bien dotados por la suerte y premia a los que son olvidados por ella. Es con cl fin de decirmos este que el narrador encabeza el cuento con Ja ultima cldusula del testamento de Nicolds respecto al atatid en el que deseaba ser enterrado: el atattd debia ser construido por el carpin- tere més rudo y despreciado de la ciudad: “... ITEM, es mi ultima vo- Tuntad que el cajén en que mi cuerpo habra de ser enterrado, sea fabri- cado en casa de Joaquin Soares en la calle de la Alfandega. Deseo que éf tenga conocimiento de esta disposicién, que también ser4 publica. Joaquin Soares no me conoce; pero es digno de la distincién, por ser uno de nuestros mejores artistas, y uno de Jos hombres mas honrados de muestra terra. ..”, Nicolas, el envidioso, como Lucifer en el cuento “La iglesia del Dia- blo”, es rebelde a la opinién corriente del mundo y desea cambiar el orden de sus partes: que los viles sean alabados y Jos nobles agredidos; que las virtudes sean tenidas por vicios y los vicios por virtudes. El envi- * Al respecto, me remito a un ensayo de Fritz Heider sobre la envidia como proceso de teequilibrio (Psicologia das Relagées Interpessoais, trad. de Dante Mo- tetra Leite, $, Paulo, Pioneira, 1970, pp. 316-328). Detrds del psicdloga Heider percibo fas especulaciones de moralistas y filésofos que trataron de esa pasién fundamental de] alma: La Rochefoucauld, Nietzsche, Max Scheler. XXVIIT dioso y cl diablo quieren invertir los signos de la convencién, no la Ley en si, sino solamente tos criterios de juicio y de recompensa. Como alter- nativas malditas, sus acciones aparccen bajo formas grotescas y todas se reducen al resentimiento del inferior que Ildmese Nicolis o Lucifer, quiere destruir lo gue no consigue heredar. Pero queda la premisa de que la desigualdad es un hecho universal y al mismo tiempo una fuente de dolox y humillacién. Si el paso para el seguro reinado del consenso es el camino de la nor- malidad, una sombra de culpa o de demencia cae sobre Jos que no saben © no quieren recorrerla. Pero si el contraste con la Forma dominante es nocive, tampaco en la pura identificacién hay paz y felicidad. En el limite de cada una: la identidad forma cinicos, canallas y traidores siem- pre atentos a su propia conservacién; Ia diferencia produce Iecos y mar- ginales, Machado, historiador, comprueba gue la primera es la via real, gris pero protegida y Ja ultima es un camino de ilusiones que leva al desprecio y a la burla. Su obra, en conjunto, tolera la ambigiiedad de ver un lado a través del otro, como si alguien que ya hubiera cruzado el Ingar que lleva a la orilla de ta seguridad todavia cargara, en algiin xin- cén escondido de la memoria, los fantasmas de Ja otra oriila. La pintura de los caracteres exige zonas de luz y zonas de sombra; pero el proceso se simplifica cuando ésta se inclina hacia uno de los extremos. Un cuento compacte y claro como el de “Anéedota pecunia- ria” dibuja en pocos trazos la figura del adorador de oro, antiguo tipo de comedia que viene desde Plauto hasta Balzac pasando por Moliére. E] juego entre la ética de los buenos sentimientes de nuestro avaro Fal- cén y el interés por el dinero es rapido, sirviendo apenas de estimulo para exhibir mejor las maniobras de Ja razon burguesa antes de rendirse indefectiblemente a la tentacién de la posesién. Machado se complace en mimar el fetichismo de Ja moneda rehaciendo tos gestos de la idola- tria. El héroe, presa del “erotismo pecuniaric”, “va muchas veces hasta la caja de caudales, que est4 en Ja alcoba, con el unico fin de hartar sus ojos en las barras de oro y en les manojos de titulos’. La pintura de] tipo usa aqui colores tan fuertes que parecen enfrentarnos a la actuali- zacién de un mito. El mito de Midas. El avaro Faleén, a partir de cierto momento, todo lo que toca lo convierte en oro hasta las sobrinas que habia tomado como hijas adoptivas y que acaba cediendo, una tras otra, a cambio de diez mil escudos o de una coleccién de monedas extranjeras: “montes de oro, de plata, de bronce y de cobre”. En el capitalismo hay una fase en que la acumulacién cede a la inversién: uno de los moviles de a historia es el alza de las acciones en la Bolsa; entonces, Midas se desentierra tan perfectamente que seria superfluo tencr eseripulos ar- queolégicos. Para el sistema simbdlico de Machado, el nuevo Midas, el capitalista brasileio, forma parte de les que pueblan por intima voca- cién, el reino del poder y de sus glorias, el “mundo” exorcizado por les XXIX padres primitivos y ahora consagrado como el tinico espacio de salvacién. Falcén es el arquetipo de una insigne familia de adoradores de oro, los canallas de las grandes novelas: Lobo Neves de las Memorias Postumas; Palha, de Quincas Borba; Escobar, en Don Casmurro. La reduccién al mito es, sin embargo, un procedimiento que sdlo ex- cepcionalmente puede ser aplicado a los personajes de Machado. Lo més comin es esa mezcla de luz y sombra dentro de las conciencias divididas entre la moral de los sentimientos, de las relaciones basicas y la nucva moral triunfante, que tal vez sec pucde Hamar “realista” o utilitaria, ya que “burguesa” es demasiado genérico. El paso de una moral a otra, con todo el proceso de adaptaciones de la conciencia que ello implica: éste seria el sentide de muchas de los cuentos de Machado a partir de los Papeles sueltos. Hoy se puede suponer que el cambio se haya debido a la expansién de las nuevas relaciones econémicas y sociales en el Brasil de fin de si- glo. Adelantemos, pues, términos como “modernizacién”, “laicizacién”, “aburguesamiento de Jos valores”. Machado, como el Alencar urbano de Sefiora (pera con marca ideolégica contraria) percibié situaciones nue- vas y asumid nuevas formas de considerar la vida privada. Todo indica que Machado no tenia las condiciones ideales para son- dear y comprender su tiempo con criterios historicistas 0 socioldégicos. Puede observar bien sin interpretar, a la luz de las tensiones sociales, el objeto de su observacién. Lo que atribuimos a la ldgica interna del capi- talismo en ascenso, a la moral de la competencia, para Machado seria més bien un modo de actuar segiin la naturaleza: esa naturaleza egoista y darwiniana, amoral, por ello inocente, que asoma en el delirio de Bras Cubas, Machado, igual que la capa mAs representativa de la cultura do- minante en Occidente, reducia ia lucha social a Jas manifestaciones bio- légicas, Ei principio de base es siempre la seleccién final del més fuerte © del més habil. Naturalizando la sociedad veia la feroz carrera hacia el peder como un proceso comin a ambas instancias. Con eso, quedaba en, cierto modo comprendida, si no justificada, la soherania de los inte- reses inmediatos que guian muchas acciones humanas. Como su deter- minismo no necesita de Jas razones y de los discursos prepiamente “na- turalistas” y “cientificos’ de la época, él se articula y se expresa en un lenguaje fatalista mds antiguo, que viene del Eclesiastés, de los estoicos, de los cinicos, de los moralistas franceses, de Maquiavelo. Es un natu- ralismo arcaico o clasico, Un naturalismo moral. En los cuentos en los que se confrontan pares es frecuente ver a los sujetos dispuestos en relaciones asimétricas alrededor del bien deseado. En esa confrontacién, es mds débil y fracasa, siempre, aquel que actia abierta y desprotegidamente en su relacién con el prdjimo. En cambio el vencedor es aquel que persigue firmemente el placer individual, el status, y quien, en Jas situaciones riesgosas, jamds dejé caer Ia mascara. XXX En “Noche de Almirante”, ef dio es un par de enamorados: Genoveva y Deolindo. El muchacho, un marinero debe viajar por algin tiempo, pero no parte antes de jurar fidelidad y de obtener de la amada igual promesa. Hasta ahi la simetria del amor mutuo, ratificado por la pala- bra solemne de Ia despedida: “Jura por Dios que est4 en el cielo; si no que la laz me falte en la hora de la muerte”. El narrador comenta: “es- taban celebrando el contrato”. El marinero regresa meses mds tarde, des- pués de haber resistido a tedas las tentaciones y de haber confiado sola- mente en el juramento de amor. Pero encuentra a Genoveva unida a un vendedor ambulante. El interés del cuento no esta en la vulgar situacién del amante traicio- nado; esté en la reaccién de Genoveva cuando es interpelada por Deo- lindo; estA en su “mezcla de candor y cinismo, de insolencia y simplici- dad, que desisto de definir mejor”. Genoveva no se arrepiente; mas bien confiesa abiertamente que, es verdad, habia jurado, “pero que vinieron otras cosas. .."; y esto es todo, Parece no haber conciencia de culpa, y es el mismo narrador quien, al final, interviene para explicar Ja actitud de Genoveva a los lectores, quizds asombrados de tanta inconsciencia: “fijaos que aqui estamos muy cerca de 1a naturaleza”. La situacién del juramento bruscamente se volvié asimétrica. El trato verbal fue roto por uno de los lados, y el bien supremo que éste sellaba —el amor de Genoveva— ella misma Jo transfirié a un tercero, quizas mas atractivo y por cierto menos pobre. La realidad era asi, ¢para qué negarla? “Una vez que el vendedor vencié al marinero, la razén era del yendedor, y cumplia declararlo". Esa “simplicidad”, ese “candor” mante- nido detras de la traicién le parece a Machado “muy cercano a la natura- jeza”, la cual no concceria pecado, ni culpa ni remordimientos, sino tan sdlo necesidades. Falta saber si el punto de vista explicito del autor da cuenta de la com- plejidad de la narracién. Cabria preguntar: ¢¥ el marinero Deolindo? ¢¥ su amor fiel y su fe en el contrato y en su cumplimiento? ¢Serfa acaso menos natural que el comportamiento de Genoveva? ¢Qué es natural y qué es social en el plano de los sentirsientos? Ambos juraron y, como garantiza e] narrador, ambos lo hicieron sinceramente. eCudal es la dife- rencia? El narrador, asuniendo el punto de vista de Genoveva, trata de suprimir esa diferencia, mostrande que tampoco Deolindo hubiera padido cumplir siempre su palabra. Asi, el marinero, desesperado en cierto momento le dice a Genoveva que se matard por ella; pero no se mata; y la muchacha, escéptica, comenta: “jQué val No se mata, no. Deo- lindo cs asi; dice las cosas pero no las hace. Ta verds que no se mata. Pebre. Son celos”. La palabra —simbolo de Ja relacién interpersonal— es una cosa; otra es el peso de la autoconservacién, el eterne retorno del egoismo. Esta seria la “razén” naturalista y fatalista que Machado com- parte con gran parte de la cultura de su tiempo. Esta visto que ella XXXL participa como poderosa organizadora del sentido de la “Noche de Almi- rante”; la ideologia se hace trama y personaje. Pero no es preciso que el lector, hov, asuma la misma perspectiva filo- sdfica del narrador. Seria duplicar, cn el momento de Ja interpretacién, la ideologia del texto interpretado. Volviendo al mismo cuento: su eje es la mentira, el engafio, la ruptura de la palabra dada, el juramento profanado. Ahora bien, ningtin tema es menos “natural”, cn la medida en que la naturaleza no puede jurar ni mentir y no hace pactos ni Jes rompe, La mentira Casi como la vergitenza que Deolindo siente cuando calla su_caso a los compafieros) es un signo, no un epifenédmeno del cuerpo. Ella aparece sélo cuando Jo “natural” (la mirada, Ja voz, el pes- to} penetra en Ja esfera de la interpersonalidad y en el campo de la conyunicacion. En “Noche de Almirante” Genoveva no mintié al hablar con Deolindo, no porque fuese cdndida o porque fuese naturalmente incapaz de mentir, sino simplemente porque ya habia mentido lo sufi- ciente traicionando la promesa jurada cuando tuvo que escoger uma alter- nativa més atrayente: el vendedor. En Ia nueva posicién, protegida, en que se halla al recibir al antiguo enamorado, Genoveva se siente segura y enfrenta la decepcién de Deolindo como vencedora. Ella ahora estd bien, no necesita del marinero, tiene un nuevo y mejor amante. Fl ma- rincro, a su vez, no habia mentido en el juramento de amor, pero tam- poco levar4 a cabo su propésito de matarse, concebido en un momento de amargura; al final, al volver tristemente al barco, “prefirié mentir” a los compafieres oculténdoles la traicién de la enamorada: “parece que tuvo vergtienza de la realidad". Fn Genoveva, Ja secuencia es: mentira y verdad; en Deolindo: verdad y mentira. Después de la simetria inicial, en que los amantes se juran mutua lealtad, viene la asimetria segim la cual uno traiciona micntras que el otro permanece fiel. Al final de todo, la simetria se invierte, por- que Ja mentirosa sustenta Hanamente la tracién (que es su “verdad”), y el veridico sc avergiienza de Ja buena fe, y prefiere esconderla a los ojos de Ios otros, mintiendo. En esas acciones y reacciones, pues, no estamos tan cerea de la natu- raleza, como lo sugiere el narrador. Por Jo contraria, la historia se sitta y se desarrolla en pleno reino de las relacioncs simbélicas entre tas per- sonas: mundo de juramentos y de perjurios, mundo capciaso del signo cambiado y del sentimiento escondido por Ia palabra y por el gesto: “El respondia a todo con una sonrisa satisfecha y discreta, una sonrisa de alguien que ha vivido una gran noche. Parcee que tuvo vergiienza de la realidad y prefirié mentir”. Si el autor no logra imponernes el fatalisme de los instintos en el que parece creer, nos comunica, de algvin modo, la fuerte sospecha de que la sociedad (o esa sociedad, por lo menos) es un encuentro de signos ora transparentes Ccuando Ja palabra expresa la realidad viva), ora opacos XXXII Ccuando la palabra la esconde): lo que es otra manera de decir que Jas personas mezclan sinceridad y engafios en sus relaciones con los otros y consigo mismas. Si la sociedad imita a la naturaleza, ésta no es tan simple como supone el naturalismo. Véase el cuento “Unos brazos”. Es la pasién adolescente del empleado per la mujer del patrén y la atraccién-relémpago de ella por el empleado; atraccién que estalla en un beso cuando ella lo ve durmiendo y que luego se acaba con la despedida de éste, ciertamente sugerida al marido por ella misma, ya arrepentida o temerosa de su gesto loco. Aunque la tra- ma encadena pasiones, el tema del cuento no es la pasién, sino su nece- sario ecultamiento. Ignacio no puede hacer ostensible su fascinacién, por Dofia Severina, por los brazos de Dofia Sevecina, ni ella ni su marido pueden saberlo. Dofia Severina, a su vez, percibe la seduccién que ejerce y se complace en ella, pero no puede revelar lo que sospecha ni a Igna- cio ni, naturalmente, al marido. El despiste es perfecto porque termina envolviendo a los mismos enamorados. La escena del beso (que les reve- latia a ambos el sentimiento mutuc) se da al mismo tiempo en el suefio de Ignacio (dl suefia que Ja besa) y fuera del sueno Cella lo besa mien- tras él duerme); pero como ella huye r4pidamente y él continta dur- miendo, ni el uno ni el otro sabra que fue besado. La pasién nunca sobre- pasaré Ja vida intima de les amantes imposibles: “él mismo exclama a veces, sin saber que se engafia: —“|Y fue un suefio! {Un simple suefio!” El miedo estampé en ambos la méscara de la inocencia; les protegié del marido y los protegi6 a uno del otro. Sin embargo, una vez mas, la narracidn explora el desnivel final de los pares. En “Noche de Almirante”, Genoveva no quiere volver al paso inicial del cuenta y, bien instalada con su segundo hombre, despide al primero sin demoras ni esperanzas. El dio Ignacio-Dofia Severina tam- bién es asimétrico: el criado sera indefectiblemente despedido. Hay una primacia de] contexto sobre las veleidades del afecto y sobre los pactes fugaces que el ardor de la pasién propicia. En esos relatas de encuentro y desencuentro, la interaccién de los “duos” y de los “trios” revela mejor la fuerza de fa situacién final —de la “verdad afectiva” de Maquiavelo—, que el hipotético fondo moral o carécter sustantivo de Jos personajes. Sigo notando que no importa mu- cho para nosotros, hoy dia, saber que el contexto condicionante sca cx- plicado por el narrador en términos de un estado natural del hombre. En realidad, si optames por el otro extremo del proceso, viendo en la com- petencia social el mévil de las asimetrias, tal vez podamos algun dia es- cribir las debidas interpretaciones, sin olvidar que Marx quiso dedicarle a Darwin Ei Capital y que fue este Ultimo quien no acepté. Machado de Assis parece haber fundido la naturaleza y la sociedad en la misma ima- gen; y hasta en Ja ultima palabra, cuando habla de “cdlculos de la vida” (La mano y el guante). XENILI En este orden de ideas, jqué audaz y extrafio cuento es “Evolucién”, uno de jos tiltimos que Machado escribid! El figurén que, en otro cuento, un padre cuidadoso quiso hacer del hijo ensefidndole Ja teoria cierta, aparece ahora en acto, a Ja edad exacta de Jos cuarenta y cinco afios, dis- puesto a repetir todos los fugares comunes del mundo y a hacer una sélida carrera de diputado sin ideas. O més bien, con una sola idea, no propia, sino surgida de una conversacién absolutamente casual con el narrader de la historia. Si yo fuese estructuralista, diria que el sistema de este cuenta se disloca alrededor de un eje pronominal: tw-nosotros-yo. Si no, veamos: Benedicto, el figurén, viaja con el narrador en la diligencia que va de Rio a Vassouras. En el viaje, leno de “trivialidades graves y sdlidas”, “dichas para disipar el tedic del camino”, Benedicto oye de boca del compaiiero estas palabras que elogian el progreso de las vias férreas: “yo comparo Brasil con un nifio que esté gateando; empezard a caminar sélo cuando tenga muchas vias férreas”, En Ja escena siguiente, ambos se vuelven a ver en uta cena; la opinién del narrador llega oportunamente, pero es citada por Benedicto con un enfatico: “como el sefior decia’. Segundo momento. Ambos se encuentran en Paris donde Benedicto ha ido a resarcirse de la decepcién de un fracaso electoral. Este se queja de que los partidos no se interesaban por 1o principal, es decir por desarro- lar las fuerzas vivas de Ja nacién. ¥ la frase del Brasil gateando mien- tras no vinieran las salvadoras vias férreas vuelve a los labios de Bene- dicto, ahora precedida de un amplio y coral: nosotros deciamos. La tra- vesia pronominal del ## al nosotros traslada la idea luminosa hacia Ja primera persona del plural. Tercer encuentro: Benedicto, Finalmente diputado, prepara su discurso inaugural en el Parlamento. En el exordio brilla la misma idea solar: “y aqui repetiré lo que hace algunos atios decia yo a un amigo, en viaje por el interior. ..”. El nombre del cuenta se ilumina: del ta hacia el nosotres; del nosotros hacia el yo; esta fue la evolucién de Benedicto. Evalucién es Ja apropiacién bien hecha, cuyo resultado final se Hama posesién. Asi en la Historia como en la Natuzaleza. El hecho de que el objeto de esa apropiacién sea una idea, una frase, o una simple metd- fora, apenas refina el proyecto de autoconservacién. Sin embargo, la apropiacién no acostumbra a satisfacerse con las ideas o las frases del interlocutor mds brillante. Sus formas corrientes son més vampirescas. Quiere la carne y la sangre, la mujer y los bienes. El ameno Machado sabe ser cruel en cuentos tan agrios como “La causa secreta”, “El enfermero”, “Pilades y Orestes”, “El episodio de Ja vara” y “Padre contra madre”. En esas historias encuentro los lindes extremos de natu- raleza y de sociedad cosidos por el hilo negre del mal. En “La causa secreta”, el mal parece congénito: Fortunate tiene un caracter maligno; y tenemos que aceptar sin reservas que aqui Machado clava los ojos, tran- XXXIV quilamente, en la cara del instinto de la muerte. Fortumato, quien se divierte con las convulsiones del dolor y de la muerte, es un caso par- ticular de perversién universal que estd presente en el poema “Suavi Mari Magno”: “Recuerdo que, cierto dia, en la calle, al sol del verano, solitario moria un perro envenenado. Jadeaba, espumaba y reia, con risa espuria de bufén vientre y piernas sacudia en la convulsion. Ningiin, uingzin curioso pasaba, sin atender, silencioso, junto al perro en agonia como si sintiera gozo al verlo padecer”. (de Occidentais) La sociedad humana, “sintaxis de la naturaleza” como queria el sabio del “Cuento alejandrino”, dispone de una especie de poder combinatorio sobre los instintivos que en si, sin embargo, parecen misteriosos e indes- tructibles, En “El episodio de Ja vara” y en “Padre contra madre”, el mal se pro- duce en las junturas del sistema esclavista del imperio brasilefio: nace y crece dentro de una estructura de opresién. Los esquemas de las nove- las juveniles se reproducen con mayor sutileza pero no con menor vio- lencia: para sobrevivir, el pobre tiene que ser frio, tiene que ebedecer a las leyes de la segunda naturaleza, “tan legitima ¢ imperiosa como la primera”. En los actores implacables se realiza “la plena armonia de los instintos con la sociedad” (La mano y el guante). “El episodio de Ja vara” y “Padre contra madre” dan testimonia tanto de la bajeza de sus protagonistas como de la ldgica que rige sus actos. Las “tendencias del alma” y los “cdlculos de la vida” se suman en la lucha por Ia auteconservacién. Ambos tienen en comin la situacidn del hombre juridicamente libre, pero pobre ¢ independiente, gue esta un grado, pero sdlo un grado, por encima del esclave. A esa condicién toda- XAXXV via le falta utilizar al esclavo, no directamente, ya que no puede com- prarlo, sino por vias transversales, entregdndolo a la furia del sefior, delatandolo o capturéndolo cuando se rcbcla o huye. El sefor se desdobla en dos frentes: no séle es duefo del camino, también es duefio del cau- tivo, también es duetio del pobre libre, en la medida en que lo reduce a policia del esclavo. “La esclavitud —decia Joaquin Nabuco— nos quité el habito de tra- bajar para alimentarnos” 3. Y Machado, en “Padre contra madre”: “Pues bien, capturar esclavos evadidos era un oficio de la época”. Candido Neves, pobre pero blanquisimo, hasta en el nombre, se casa con Clara y, para sobrevivir, “cede a la pobreza”, haciéndose capturador de los negros huidos, que vuelve a llevar al sefior por una buena gratifi- cacién, Nabuce: “la esclavitud no permite, en lugar algune, clases obreras propiamente dichas, no es compatible con el régimen de salario y Ja dignidad personal del artesano. Inchiso éste, para no quedar por debajo del estigma social que ella imprime a los trabajadores, trata de marcar la distancia que lo separa del esclavo, y se embebe de un sentimiento de superioridad, que es solamente bajeza de alma, en quien salié de Ja con- dicién servil o estuvo en ella por sus padres” 4, Candido es pobre, pero no se somete a ningdn oficio porque todos tienen algo de esa “condicién servil’ de Ia que habla Nabuco, y que el narrador especifica: tipégrafo Cla primera profesién de Machado po- bre...), cajero de pequefia tienda, portero en una seccién, cartero. . . “La obligacién de atender y servir a todos lo heria en la cuerda del orgu- Ilo”. En Ja practica de perseguir esclaves el orgullo no saldré herido; mas bien se excita la safia del cazador que encuentra en la caza un medio propicio que reafirma su condicién de mas libre y mds fuerte. “Capturar esclavos evadidos le deparé un placer nuevo”. Al escasear la caza y aumentar la competencia entre los perseguido- res, Candido se ve en apuros y resuelve entregar cl hijo recién nacido a un hospicio. Pero este padre desesperado sorprende en una esquina a wna esclava fugitiva, Arminda, que hace tiempo buscaba en vano. La mu- lata estd encinta y le swplica picdad, si no por ella, por lo menos por el nifio que esta por nacer, El cazador, sin embargo, no vacila: arrastra la presa hasta la casa del amo, donde ella aborta. Padre contra madre. Des- pués de recibir la gratificacién, Candido vuelve a su casa con e} hijo que pudo salvar del hospicio. Una primera tentativa de andlisis sugiere la correlacién de dos niveles: uno natural y otra social. El natural aparece en las relaciones de pater- *Véase Joaquin Nabuco, O abolicionismo, 44 ed. Rio, Vozes, 1977, pag. 195. La primera edicién de Ja obra es de 1883. *Nabuco, op. cit., pig. 160. XXXVI nidad y maternidad. Candido es padre. Arminda es madre. Son hechos paralelos que, en el plano natural, coexisten sin ningtin conflicto. Las relaciones sociales que presiden cl encuentro de Candido y de Arminda son, contrariamente a las primeras abiertamente antagénicas: Arminda es esclava fugitiva, Candido es libre y perseguidor de cautivos. Por lo tanto los niveles no se encuentran yuxtapuestos. La superviven- cia de las relaciones (padre-hijo, madre-hijo} depender4 de la solucién del nudo formado por e! oficio de Céndido, buscador de esclavos. Si él dejara a Arminda en libertad, perderia al hijo; si la capturara, quien corveria el peligro seria el hijo de Arminda. El conflicto, que no se daba absolutamente en el nivel del mero parentesco, se vuclve drama de san- gre asumido por la segunda naturaleza, “tan legitima e imperiosa como ja primera’. Podriamos inclinarnos a suponer que el nudo final sea, integralmente, lo que el titulo declara: padre contra madre. Pero ese dilema es tan sdlo un momento de la historia. Un segundo antes de haber visto la esclava fugitiva, Candido ya habia aceptado separarse definitivamente de su pro- pio hijo, dejandolo en una casa de recogidos; entre una situacién econd- mica mds holgada y el fruto de la sangre, entre lo social y lo natural, él ya habia escogido lo primera. Fue al ver a la esclava cuando, sin em- hbargo, sc da cuenta de que el dilema puede deshacerse y que, sirviendo al amo de ella, puede reintegrarse a la condicién de padre amoroso; con- citiar, finalmente, el dinero y Ja sangre, ambas naturalezas. Pero en esta Edad de Hierro en que vivimos pocos son los que pueden disfrutar de esa dulce conciliacién. El biencstar de unos parece fundarse en la desgracia de otros. La acumulacién de bienes vitates y econdmicos Cpor baja que sea en términos cuantitativos, puesto que a fin de cuentas, Candido es pobre) exige la expoliacién del otro. La ley es simple: mors tna vita mea. E] pobre, si es libre, hace que el esclavo vuelva a las cadenas, puesto que éste, huyendo hacia la libertad, competird con él en la disputa de los intereses. EJ antagonismo no se fija solamente en los extremos del pri- mero y del diltimo de Ja cadena; hay una “guerra de todos contra todos” que recorre los eslabones de punta a punta; aqui la vemos comunicarse del pemiltime al Gltimo. Ahora bicn, si alguien quisiera saber si Machado de Assis tenia con- tiencia critica del proceso que con tanta agudeza representaba, Ja res- puesta fendria que ser machadianamente oscilante: si y no; como si su obra se hubiese producido en dos niveles de la conciencia. El primero, de aspecto ideoldgico, segtin el cual se insintia que los comportamientos tienen su raiz en los instintos de conservacién: lo que desemboca en el fatalismo o en ef escepticismo ético y politico, Las reflexiones pesimistas def Consejera Aires en el Memorial de Aires, ulti- ma novela de Machado, pueden ser consideradas como el dpice de esa visiin del mundo. Por otra parte, se trata de la moneda del progresismo XAXNVIE burgués, el lado “maduro” o tardio, el momento crepuscular segin el cual el Tiempo y la Historia dejan de ser el lugar de la evolucién para mostrar el “eterno retorno de lo mismo”. Y las voces vienen de las inspi- raciones mas dispares: de Schopenhayer y de Flaubert, de Darwin y de Nietzsche, de Durkheim y de Machado de Assis. Insisto en ver en el delirio de Bras Cubas, con su tratamiento leopardians de la Naturaleza y de la Historia, la figura ejemplar de esa ideologia. Es una cabalgata a través de los tiempos en que, sintomaticamente, la direccién cronold- gica va del presente hacia el pasado y vuclve vertiginosamente del pasado hacia el presente, sin revelar en ningtin momento la dimensién del fu- turo. No hay otro apocalipsis que el del instante presente en que el delirio termina y Bras Cubas despierta, para moriz inmediatamente después. La Historia como pesadilla. EI segundo nivel, de extraccién contra-ideolégica, trabaja a contrapela la realidad social en Ja que toman cuerpo las tramas y los personajes. En el texto machadiano Ja contra-ideologia sélo puede ser captada cuando él finge esconderla. Su moda principal es el tone pseudo-conformista, en realidad escarnecedor, con el cual discurre sobre la “normalidad” bur- guesa. Hablando del oficio de perseguir esclavos, se explica asi: “Pues bien, capturar esclavos evadidos era un oficio de la época, No seria noble, pero por ser instrumento de Ja fuerza con la cual se preservaba Ia ley y ia propiedad, poseia esa otra nobleza implicita de las acciones reivindi- cadoras”, La union de la fuerza Caqui, Ja fuerza bruta) y la nobleza implicita da la medida del sarcasmo. El tono es subterrdéneo y, por eso, su violencia se esconde, se contiene, se sofoca. Pero este no es el tinico indicador. Machado encuentra otro modo, mas patente, de desenmascarar la ideclogia que todo lo justifica. Para que la jornada de los vencedores transcurra placida, sin estorbos ni remordimientos, sus historias nos muestran cudntos engaiios y aute enga- fios, cudntos crimenes se hacen necesarios. Llevando lo cotidiano hasta situaciones-limites, Machado es testigo del pensamiento conformista se- gan el cual el orden de Ja sociedad es un orden natural, o providencial; y ambos forman el mejor de los drdenes posibles en este mundo. El andlisis de los cucntos-teorias sugiere exactamente lo contrario: la con- vencidn, esto es, la practica de las relaciones sociales cotidianas es, mu- chas veces, producto del fraude que el poder ejerce para instalarse y perpetuarse. La verdad publica es una astucia muy bien lograda. La salvaje dicotomia entre fuertes y débiles se reproduce en el contraste civilizado entre poderosos y humildes, astutos e ingenuos. ¢Cémo juzgar el punto de vista del narrador si en él converge lo ideo- Kigico del fatalismo y lo contra-ideolégico del escarnio? Machado cierta- mente no es utépico ni revolucionario, en la medida en que este nombre se acerca al drea de la utopia: él nada propone, nada espera, nada cree. XAXVUI Pero tampaco es conformista, como muchas veces podria parecerlo: el narrador no escamotea Ja crudeza inkumana de la cual se vale el sistema para reproducirse en los sufrimientos que causa a los vencidos. No olvi- demos las paginas finales de Quincas Borba. Ni utépica ni conformista, 1a razén machadiana escapa a las propo- siciones cortantes del xe y del sé; ilumina y cnsombrece al mismo tiempo; refleja esfumando; y construye fingidas teorias que mal encubren las fracturas reales. La perspectiva de Machado es ja de Ja contradiccién desorientadora. Es necesario mirar hacia la mascara y hacia el fondo de Jos ojos que el estrecho corte de la mascara permite, a veces, entrever. Pero ese juego tiene un nombre bien conocido: se Hama humor. ALFREDO Bost XXAEX CRITERIO DE ESTA EDICION Los cuenTos de esta antologia fueron tomadas y traducidos de la Obra Completa de Machado de Assis organizada por Afranio Coutinho (Rio de Janeiro, Companhia José Aguilar Editora, 1962, vol. II, segunda edicién). Las titulos de los siete libros de cuentos que Machado vio publicados son los si- guientes: Contos Fluminenses, Rio, Gamier, 1872; Histérias da Meia-Noite, Rio, Garnier, 1873; Papéis Avulsos, Rio, Lombaerts & Cia., 1882; Histérias sem Data, Rio, Garnier, 1884; Varias Histérias, Rio, Laemmert, 1896; Paginas Recolhidas, Rio, Garnier, 1899; Religuias de Casa Velha, Rio, Garnier, 1906. Machado publicé muchos otres cuentos (el doble de los reunidos en Jes titwios mencionados) en revistas y diarios, principalmente de Rio de Janeiro. Prefirié, sin embargo, dejarlos en esos periddicos en vez de reunirlos en libro. Los eruditos y amantes del gran escritor recogieron y republicaron en nuevos volimenes esas historias esparcidas. A partir de 1956, gracias a Raimundo Magelhaes Jr., aparecieron los siguientes titulos que retinen los cuentos omitidos por el autor: Contos Esquecidos, Contos Avulses, Contos Recolhidos, Contos Esparsos, Contos sem Data, Didlogos ¢ reflextes de um. Relojoeire, Contos e Crénicas, todos editados por la Civilizacién Brasilena de Rio de Janeiro. KLI CUENTOS CUENTOS FLUMINENSES MISS DOLLAR CAPITULO ft Ev RELAtTO exigiria que el lector permancciera largo tiempo sin saber quién era Miss Dollar. Pero por otro lado, sin la presentacién de Miss Dellar, el autor se veria obligado a extensas digresiones, que Henarian el papel sin hacer progresar la accién. No hay duda posible: voy a pre- sentarles a Miss Dollar. Sj el lector es un muchacho y propenso a la melancolia, se imaginard que Miss Dollar cs una inglesa pilida y delgada, escasa de carnes y de sangre, abriendo a flor de rostro dos grandes ojos azules y agitando al viento unas largas trenzas tubias. O bien presumira que Ja muchacha en cuestién debe ser vaporosa e ideal como una creacién de Shakespeare; debe ser la antitesis del roastheef britanico, con que el Reino Unido nu- tre su libertad. Una Miss Dollar asi debe conocer al poeta Tennyson de memoria y leer a Lamartine en el original: si sabe portugues, debe gozar con la lectura de los sonetos de Camées ! o los Cantos de Gongalves Dias. El té y la leche deben ser la alimentacién de semejante criatura, adicio- nandosele algunos bocadillos y bizcochos para salir al paso de las urgen- cias del estémago. Su voz debe ser un murmullo de arpa eolia; su amor un desmayo, su vida una contemplacién, su muerte un suspiro. La figura es poética, pero no es ja de la heroina de este relato. Supongamos que el lector no sea dado a tales devaneos y melancolias; en ese caso, imaginard una Miss Dollar totalmente diferente de la otra. Esta vez serd una robusta americana, con las mejillas arrebatadas por la sangre, formas redondeadas, ojos vives y ardientes, mujer hecha, s6- lida y perfecta. Amiga de la buena mesa y del buen trago, esta Miss Dollar preferiré un cuarto de cordero a una pagina de Longfellow, cosa naturalisima cuando el estémago protesta, y nunca Ilegard a compren- der ia poesia del atardecer. Ser4 una buena madre de familia segtin la 1 Poeta brasilefic. Nacié en 1823 y fallecié en 1864. CN. del T.). 3 doctrina de algunos clérigos-maestras de la civilizacién, o sea, fecunda e ignorante. Ya no sera del mismo parecer el lector que haya transpueste la se- gunda juventud y vea ante si una vejez sin rceursos. Para él, la Miss Doligr verdaderamente digna de algunas paginas scria una inglesa de cincuenta afios, dotada de unas mil libras esterlinas, ¥ que, habiendo Negado al Brasil en busca de tema para cscribir una novela, realizase un verdadero romance 2, casdndose con el lector en cuestién. Semejante Miss Dollar seria incompleta si no tuviese antcojos obscuros y un gran mechén de pelo gris en cada sien. Guantes de encaje blanco y sombrero de lino en forma de calabaza, serian los toques finales de este magnifico tipo de ultramar. Mas avispado que otros, acude un lector que dice que la heroina det relato no es ni fue inglesa, sino brasilefia por Jos cuatro costados, y que el nombre de Miss Dollar responde simplemente al hecho de que la mu- chacha es rica. El descubrimiento seria oportunisimo si fucra exacto; desgraciada- mente ni ésta ni las otras apreciaciones lo son. La Miss Dollar del relato no es la nifia romdntica ni la mujer robusta, ni la vieja literata, ni la brasilefia tice. Falla esta vez la proverbial perspicacia de los lectores: Miss Dollar es una pecrita galga. Seguramente, la indole de Ja herofna determinard que algunas perso- nas picrdan el interés por el relato. Error incxcusable, Miss Dollar, a pesar de no ser mas que una perrita galga, tuvo el honor de ver su nom- bre en los diarios, antes de encontrar su lugar en este libro. ZI Jornal do Comércio y el Corréio Mercantil publicaron en la columna de los avisos las siguientes lineas reverberantes de promesas: Se extravid una perrita galga, en la noche de ayer, 30. Responde al nombre de Miss Dollar. Quien la haya encontrado y quiera Ilevarla a ia Rua de Mata-Cavalos N°. .., recibiré doscientos mil réis 4 de yrecom- pensa. Miss Dollar tiene un collar en et cuello cerrado por un candado en el que se leen las siguientes palabras: “De tout mon coeur’. Todos los que sentian la necesidad apremiante de obtener los doscien- tas mil réis y tuvieron la felicidad de leer aquel anuncio recorrieron con extrema atencin las calles de Rio de Janeiro, tratando de ver si daban con la fugitiva Miss Dollar. Galgo que aparecia a lo lejos era perseguido con tenacidad hasta que se verificaba que no era el animal buscado. Pero toda esta caceria de los doscientos mil réis era completamente inutil, ya que, el dia que salié el aviso, Miss Dollar estaba alojada en la casa de un individuo que vivia en Cajueiros y que se dedicaha a coleccionar perros, ? Aqui Machado de Assis realiza un yuego de palabras (irreproducible en espanol ) Ya que en portugués el género literario y la relacién amorosa se designan con el mismo vocablo: romance. CN. del T.). * Ell rei Crey, en castellano) fue lz moneda que circulé en Brasil ya en tiempos de la colonia y hasta la implantacién del cruzeiro, que la reemplazé. (N. del T.). 4 CAPITULO II Las razones que indujeron al Dr. Mendonca # coleccionar perros son algo totalmente imponderable; unos opinaban que no se trataba de otra cosa que pasién por ese simbolo de la fidelidad o del servilismo; otros crefan, més bien, que sintiéndose profundamente decepcionado por los hombres, Mendonca encontré consuelo en Ja adoracién de los perros. Sean cuales fucran las razones, lo cierto es que nadie contaba con una coleccién mas bonita y variada que él. Los habia de todas las razas, ta- mafios y colores. Los cuidaba como si fuesen sus hijos; si alguno se le moria se ponia melancélico, Casi podria decirse que, en el cspiritu de Mendonca cl perro pesaba tanto como el amor, segin una expresién célebre: sacad del mundo al perro y el mundo serd un yermo. El lector superficial concluixa de Jo que decimos que nuestro Men- donca era un hombre excéntrico. No Jo era. Mendonga eta un hombre comim; le gustaban Jos perros como a otros les gustan jas flores. Los perros eran sus rosas y violctas; los cultivaba con similar esmero. Tam- bién le gustaban las flores; pero le agradaban en tanto las viese en las plantas donde nacian: poder un jardin o enjaular un canario le parecia idéntico atentado. Era el Dr. Mendonca hombre de treinta y cuatro afies, bien parecido, de modales francas y distinguides. Se habia gtaduado en Medicina y se dedicé algin tiempo a la clinica; su trabajo ya habia alcanzado relevan- cia cuando sobrevino una epidemia en la capital; el Dr. Mendonea inventé un elixir contra la enfermedad; y tan excelente era el clixir que el autor gané un buen par de contos de réis. Ahora ejercia la medicina como afi- cionado, Tenfa cuanto necesitaba pata si y para su familia, La familia estaba integrada por los animales arriba citados. En Ia memorable noche en que se extravid Miss Dollar, volvia Men- donca a su casa cuando tuvo la ventura de encontrar a la fugitiva en el Rocio. La perrita empezd a seguirlo a él, advirtiendo gue el animal no tenia duefio visible, Ja Ilevd consigo a Cajzeiros. Apenas llegé a su casa, examiné a la galga cuidadosamente. Miss Doltar era realmente una joyita; tenia las formas estilizadas y graciosas de su hidalga raza; los ojos castafios y célidos parecian expresar la mds completa felicidad de este mundo, tan alegres y serenos eran. Mendonga la contemplé y examiné cuidadosamente. Leyé el distico del candado que cerraba el collar, y se convencié finalmente que era un animal muy querido por parte de quien quiera que fuese su duefio. —Si no aparece el ducio me quedaré con ella—, dijo é1 entregando Miss Dollar al muchacho encargado de los perros. El muchacho traté de darle de comer a la perrita mientras Mendonga planificaba un buen future para la nueva huésped, cuya raza debia per- petuarse en la casa. E} plan de Mendonga duré Jo que duran los suefios: el espacio de una noche. Al dia siguiente, Jeyendo los diaries, vio el aviso trascrito lineas arriba, prometiendo dascientos mil réis a quien entregase 1a perrita ex- traviada. Su pasién por los perros le dio Ja medida del dolor que debia padecer el duefio o la dueiia de Miss Dollar, ya que Jlegaba a ofrecer doscientos mil réis de gratificacién a quien devolviese a la galga. Conse- cuentemente, decidié devolverla, con enorme congoja de su corazén. Llegé a vacilar por algunos instantes; pero al final vencieron los senti- mientos de probidad y compasién, que eran el rasgo distintivo de aguella alma. Y, como si le costase despedirse del animal, todavia reciente en la casa, se dispuso a entregarlo personalmente, y para tal fin se apronté. Almorzé, y después de averiguar bien si Miss Dollar lo habia hecho tam- bién, salieron ambos de casa en direccién a Mata-Cavalos. En aquel tiempo, el Barén de Amazonas todavia no habia logrado la independencia de las repiblicas platenses mediante la victoria del Ria- chuelo, nombre con el cual més tarde la Camara Municipal designé a la Rua de Mata-Cavalos. Regia, por jo tanto, el nombre tradicional de la calle, que por lo demas no respondia a nadie especifico, La casa cuyo ntimero aparecia indicado en el aviso tenia agradable aspecto e¢ indicaba cierta opulencia por parte de quien en ella vivyia, Ya antes de que Mendonga golpease las manos en el corredor, Miss Dollar, reconeciendo el Iugar, empezé a saltar de alegria y a proferir unos soni- dos alegres y guturales que, si hubiese entre los perros literatura, debian conformar un himno de accién de gracias. Se acercé un muchachito a ver quién era; Mendonca dijo que venia a restituir la perrita perdida. Se ilumind el rostro del jovencite, que corrié @ anunciar la buena nueva. Miss Dollar aprovechando un descuido, se precipité escaleras arriba. Se disponia Mendonca a partir, cumplida como estaba su misién, cuando el muchachito regreso para decirle que subiese y aguardase en el salon. En el salén no habia nadie. Hay quienes, contando en sus residen- cias con salas elegantemente dispuestas, suelen dar a sus visitas tiempo suficiente como para que las puedan admirar, antes de ingresar en ellas para saludarlas. Es bien posible que esa fuese la costumbre de los duefios de aquella casa, pero en esa oportunidad de muy otro modo ocurrieron las cosas, ya que apenas el médico traspuso la puerta del corredor, se recosté contra el marco de otra, interior, una anciana con Miss Dollar en los brazos y Ja alegria estampada en el rostro. —Tenga usted a bien sentarse—, dijo ella sefialdndole una silla a Mendonga. Me demoré lo menos que pude— dijo el médico senténdose—. Vine a traer la perrita que estd conmigo desde ayer... —No puede imaginarse lo afligidos que estdbamos aqui en casa debide a la ausencia de Miss Dollar. . . 6 —Le aseguro que puedo imaginarlo perfectamente, sefora; yo tam- hién amo a los perros, si uno de Jos mios me faltase lo sentiria profun- damente.. . —jPerdén!— interrumpié la anciana—; Miss Dollar no es mia, cs de mi sobrina. -—jAh!... —Aqui esta ella. Mendonea se incorporé en cl preciso instante en que entraba a la sala la sobrina en cuestién. Era una muchacha que aparentaba unos yeintiocho afios, en la plenitud de su belleza; una de esas mujeres que permitian prever una vejez tard{a e imponente. El vestido de seda oscura eonferia singular realce al color inmensamente blanco de su piel. Era juvenil el vestido, lo cual aumentaba la majestad del porte y de la estatura. El corpifio descendia hasta su falda pero se adivinaba por de- bajo de la seda un hermoso tronco de marmot modelado por un escultor divino. Los cabelles castafios y naturalmente ondulados estaban peina- dos con esa simplicidad casera, que es la mejor de todas las modas cono- cidas; ornaban graciosamente su frente como una corona donada por la naturaleza. La extrema blancura de la piel no presentaba el menor matiz sonrosado que armonizara o contrastara con ¢l. La boca era pe- quefia, y tenia una cierta expresién imperativa. Pero el rasgo distintivo por excelencia de aquel rostro, lo que mas atrapaba la mirada de quien lo contemplase, eran los ojos; imaginense dos esmeraldas nadando en leche. Mendonga nunca habia visto ojos verdes en toda su vida; dijéronte que existian ojos verdes, y él sabia de memoria, a propésito de ellos, unos versos célebres de Goncalves Dias; pero hasta entonces tales ojos seguian siendo para él lo mismo que el ave fénix de Jos antiguos. Un dia conversando en ronda de amigos a propédsito de esto, afirmaba que si alguna vez encontrase un par de ojos verdes huiria de ellos con terror. — a la que no concurriese; montaba caballos de calidad, y enri- quecia con gastos extraordinarios los bolsillos de algunas damas célebres y de varios pardsitos oscuros. Usaba guantes de la letra E y botas nt- mero 36, dos cualidades de las que sc jactaba ante todos sus amigos, que no bajaban del nimero 40 y de la letra H. La presencia de ese gentil pimpollo salvaba, a juicio de Mendonga, Ia situaci6n. Mendonca queria dar esta satisfaccién al mundo, o sea, a la opinidn de los ociosos de Ja ciudad. :Pero bastaria eso para tapar Ia boca de los ociosos? ‘El Alcdzar fue, durante la segunda mitad del siglo pasado, uno de los show- clubs mds importantes y afamados de Rio de Janeiro. En é] se daban citas los ee pss adinerados de la ciudad, artistas, extravagantes, politicos y literatos. el T. 13 Margarita pavecia indifercnte a las interpretaciones de la sociedad como a la asidwidad del muchacho. ¢Serfa ella indiferente a todo lo demds en este mundo? No; amaba 2 su madre, adoraba a Miss Doliar, le gustaba la buena muisica, y leia novelas. Se vestia bien, sin sex es: tricta en cuestiones de moda; no era aficionada a los valscs; a lo sumo bailaba alguna cuadrilla en los saraos a los que era invitada. No ha- blaba mucho, pero se expresaba bien. Sus modos eran graciosos y vivaces, pero sin imposicion ni picardia. Cuando Mendonga aparecia por alli, Margarita lo reeibia con visible satisfaccién. El médico se ilusionaba siempre, a pesar de estar acos- tumbrado a semejantes manifestaciones. De hecho, a Margarita le env cantaba ja presencia del muchacho, pero no parecia concederle impor: tancia suficiente como para contentar su corazdn. Le complacia verlo como complace ver un lindo dia, sin morir de amores por el sol. No era posible soportar demasiado tiempo la situacién en la que se encontraba el médice. Cierta noche, mediante un esfuerzo del que hasta aquel momento no se hubiera considerado capaz, Mendonga dirigié a Margarita esta pregunta indiscreta: —iFue feliz con su marido? Margarita fruncid el cefho con asombro y clavd sus ojos en los del médico, que parecian prolongar tacitamente la pregunta. —Si —dijo ella al cabo de algunos instantes. Mendonca no dijo nada; no contaba con aquella respuesta. Confiaba demasiado en la intimidad que reimaba entre ambos; y queria descubrir por algtin medio la causa de ja insensibilidad de la viuda. Fallé al célculo; Margarita permanecié seria durante algun tiempo; la Wegada de dofia Antonia Ie evité a Mendonca una situacién incémoda. Poco después Margarita estaba recompuesta y la conversacién volvié a ser animada ¢ intima como siempre. La Ilegada de Jorge amplié ain mas la animacion de ia charla; dofia Antonia, con ojos y oides de madre, creia que su hijo era el muchacho mds encantador del mendo; pero Jo cierto es que no habia en la cristiandad espiritu mds frivolo. La madre se reia de todo cuanto el hijo decia; el hijo calmaba, ¢I solo, ed espacio de toda la conversacién, refiriendo anécdotas y repiticnda dichos y hechos del Aledzar. Mendonca veia todos estos aspectos del muchacha, y lo soportaba con resignacién evangélica. La entrada de Jorge, al animar la charla, aceleré el transcurso de las horas; a la diez se retird el médico, acompafiado por el hijo de dofia Antonia, que salia a cenar. Mendonca rechazé Ia invitacién que le hizo, y se despidid de él en la Rua do Conde, esquina de la do Lavradio. Esa misma noche resolvié Mendonca dar un golpe decisivo; resolvid escribirle una carta a Margarita. Si ya cra una iniciativa temeraria para quien conociese el cardcter de la vinda, con los precedentes menciona- dos, era lisa y Nanamente una locura. Sin embargo, el médica no vacilé 14 en recurrir al papel, confiando en que alli diria las cosas de mejor manera que hablando. La carta fue escrita con febril impaciencia; al dia siguiente, apenas terminado el almuerzo, Mendonca guardé la carta dentro de un volumen de George Sand, y lo envié con un mensajero a Margarita. Le viuda rompié el envolterio de papel que cubria el volumen, y puso el libro sobre la mesa de la sala; media hora después volvid y tomé el libre para leerlo. Apenas lo abrié, Ja carta cayé a sus pies. La abrié y leyé lo siguiente: Sea cuat fuere la causa de su comportamiento esquivo, to respeto, no me réebelo contra él. Pero si no me es dado rebelarme, jtampoco mte serd permitide quejarme? Habrd Ud. comprendido mi amor, del mismo ntodo que yo he comprendido su indiferencia; pero por mayor que sea esa indiferencia, esta lejos de poder cotejarse con el amor pro- finde e iimperioso que se apoderdé de mi corazén cuando ya mids lejos me creia de estas pasiones de los primeros atios. Nada le diré de los desvelos y las ldgrimas, las esperanzas y los desencantos, paginas tris- tes de este libro que el destino pone en las ntanos del hombre para que dos aimas Io lean. Todo ello ie es indiferente. No me atrevo a interrogarla sobre los motivos de su conducta evasiva en relacién a mi; zpero por qué motives se extiende esa conducta es- guiva a tantos mds que a mi? En la edad de las pasioues fervientes, ornada por el cielo con una belleza rara spor qué motivo quiere escon- derse del mundo y negar a ia naturaleza y el corazén sus incoutestables derechos? Perdéneme el atrevimiento de la pregunta; me encuentro frente a2 un enignia que mi corazon desearia descifrar. Pienso a veces que ui gran deber la atormenta, y quisiera ser el médico de su cora- zén; ambicionaba, confieso, restaurarle alguna ilusién perdida. Quiero creer que nada hay de ofensivo en esta ambicion. Si, empero, esa conducta evasiva denota tan sélo un sentimiento de orgullo legitimo, perdéneme haber osado escribirle cuando sus ojos expresamente me lo prokibieron. Deshdgase de esta carta que nada puede valerle como recuerdo ni mucho menos servirle como arma. EI tone de la misiva era decididamente reflexivo; la frase fria y medida no expresaba cl fuego del sentimiento. Sin embargo, no habra escapado al lector Ja sinceridad y la simplicidad con que Mendonga pedia una explicacién que Margarita probablemente no podia dar. Cuando Mendonea dijo a Andrade que le habla cscrito a Margarita, el amigo del médico se largé a reir a carcajadas. —Hice mal? —pregunté Mendonga. —FEchaste todo a perder. Los otros pretendicntes empezaron tam- bién con cartas; fue justamente el certificado de defuncién de sus aspi- raciones amorosas. 15 -—Paciencia, dijo Mendonga encogiendo Ios hombros con aparente resignacién—; por lo dems, me agradatia que dejaras de compararme a sus pretendientes; yo mo soy un pretendiente en el sentido que lo son ellos. — No querias casarte con ella? —Sin duda, si fuese posible —respondid Mendonca. —Pues eso cra lo que los otros querian; si pudieras te casarias y entrarias en la tranquila posesidén de lo que cupiese en herencia y que asciende a mas de cien contos ®. Si me refiero a los pretendientes, mi querido, no es para ofenderte, ya que uno de los cuatro pretendientes rechazados fui yo. —aTu? —As{i es; pero no te preocupes, no fut el primero, ni siquicra el Ultimo. —éLe escribiste? —Igual que los demas; y como ellos, no obtuve respuesta; o sea, obtuve una: gue me devolviera la carta. Por la tanta, ya que le escri- histe, espera el resto; verds si lo que te digo es 0 no exacto, Estas per- dido, Mendonga; hiciste muy mal. Andrade tenia esta costumbre de no omitir ninguno de los colores sombrios de una situacién, con el pretexto de que a los amigos se les debe siempre la verdad. Pintado el cuadro, se despidié de Mendonca y se alejd, Mendonga regresé a su casa, donde pasd la noche desyelado, CAPITULO Vil Se equivocs Andrade; la vinda respondiéd a la carta del médico. La carta de ella se limité a esta: Le perdono todo; no le perdonaré si me vuelve a escribir. Mi esqui- vez_no tiene ninguna causa; es una cuestidn de temperamento. El sentido de la carta era todavia mds lacénico que la expresién. Mendonga Ja leyé muchas veces, tratando de completarla; pero fue un esfuerzo inatil. Algo, sin embargo, no tardé él en inferir; algtin conflicto oculte era el motivo por el cual Margarita se negaba al casamiento; después infi- uid otra cosa, y era que Margarita Je perdonaria una segunda carta si él se la escribiese. La vez siguiente que Mendonca fue a Mata-Cavalos se sintié incé- modo pensando de qué modo debia dirigirse a Margarita; 1a viuda disipé su. molestia, tratandolo como si nada hubiese ocurrido. Mendonca no tuvo ocasién de aludir a las cartas debido a la presencia de dofia An- ‘Cada conto equivalia a diez mil réis. (N. del T.). 16 tonia; de todos modos no supo qué dirfa en el caso de que los dos se encontraran a solas. Dias después, Mendonga le escribid una segunda carta a la viuda y la hizo Hegar por la misma via que Ja primera. La carta le fue devuelta sin respuesta. Mendonga se arrepintié de haber desobedecido fa orden de la muchacha, y resolvié de una vez por todas, no volver mds a la casa de Mata-Cavalos. No se sentia con dnimos como para aparecer por alli, ni crefa conveniente estar junto a uma persona que amaba sin esperanza, Al cabo de un mes, no se habia disipado en él ni siquiera una par- ticula del sentimiento que nutria por Ja viuda. La amaba con idéntico ardor, La ausencia, como él habia pensado, intensificd su amor, como el viento atiza un incendio. Intitilmente leia o buscaba distraerse su- mergiéndose en la vida agitada de Rio de Janeiro; empez6é a escribir un estuclio sobre Ja teoria del oido, perc la pluma se le eéscapaba en dircc- cién al corazén, y en el escrito que resulté sc mezclaron los nervios y los sentimientos. Gozaba por entonces de notable nombradia el libro de Renan sobre la obra de Jestis; Mendonca abarroté su estudio con todos los trabajos publicados al respecto y entré a investigar profunda- mente el misterioso drama de Judea. Hize cuanto pudo para absorber su espiritu en el tema y olvidar a la esquiva Margarita; le resulté imposible. Una manana aparecié en su casa el hijo de dofia Antonia; lo traian dos motives: preguntarle por qué no habia vuclto por Mata-Cavalos y mostrarle unos pantalones nucvos. Mcndonga aprobé les pantalones, y se disculpé come pudo de su larga ausencia, diciendo que andaba suma- mente atareado. Jorge no era un alma capaz de comprender Ja verdad oculta por debajo de una palabra convencional; viendo a Mendonca suimergido en un mar de libros y folletos, le pregunté si estaba estu- diando para ser diputado. jJorge exa capaz de creer que para ser diputado habia que estudiar! —No, —respondié Mendonga. —Lo cierto es que mi prima también anda todo e] dia entre libros, y mo creo que pretenda ingresar a la Cémara. —éTu prima? Asi es. Créeme; no hace otra cosa. Se encierra en su habitacién y se pasa los dias leyendo. Informado por Jorge, Mendonga supuso que Margarita era nada me- nos que una mujer de letras, alguna modesta poeta que olvidaba el amor de los hombres en jos brazos de las musas. La suposicién, sin embargo, era gratuita e hija de ese mismo espiritu enceguecido por el amor que era el de Mendonga. Hay varias razones para leer mucho sin tener comercio con Jas musas. —Pero fijate que mi prima nunca leyé tanto; ahora se le dio por hacerlo de esa manera, —dijo Jorge sacando de Ja cigarrera un magni- 1? fico habano de tres centavos, y ofreciendo otro a Mendonga—. Prueba esto, prosiguié él, fiimalo y dime si hay alguien que venda los cigarros que vende Bernardo, Consumidos los cigarros, Jorge se despidié del médico levandose ia promesa de que éste iria a Ia casa de dofia Antonia apenas sus ocupa- ciones se lo permitiesen. Al cabo de quince dias, Mendonga, volvié a Mata-Cavalos. Encontré en Ja sala a Andrade y a dofia Antonia, que lo recibieron con vivas. Mendonca pazecia, en efecto, salir de una tumba; habia adelgazado y empalidecido. La melancolia imprimia a su rostro una expresién de mayor abatimiento. Aludid a excesos de trabajo, y se puso @ conversar alegremente como antes. Pero esa alegria, como se com- prende, era forzada. Al cabo de un cuarto de hora, la tristeza se apoderé otra vez de su rostro. Durante ese lapso, Margarita no aparecié en la sala; Mendonca, que hasta entonces no habia preguntado por ella, no sé por qué raz6n, viendo que ella no aparecia, quiso saber si estaba enferma. Dofia Antonia le respondié que Margarita estaba un poco indispuesta, La indisposicién de Margarita duré unos tres dias; era un simple dolor de cabeza, que su primo atribuyé a su excesiva dedicacién a la lectura, Al cabo de unos dias més, dofia Antonia fue sorprendida per un co- mentario de Margarita; la viuda queria pasar una temporada en el campo. —iTe disgusta la ciudad? —pregunté la buena anciana. Un poco, —respondié Margarita—-; quisiera pasar un par de meses en el campo. Dofia Antonia ne podia negar nada a lq sobrina; estuvo de acuerdo en ir al campo, y empezaron los preparatives. Mendonga se enteré del viaje estando en el Rocio, mientras por alli paseaba una noche; se lo dijo Jorge que se hallaba en camino hacia el Aledzar. Para el muchacho era una bienaventuranza aquel traslado, porque Jo libraba de Ja unica obligacion que todavia le restaba en este mundo, que era la de ir a eenar con la madre. A Mendonga no Jo sorprendié en absoluto la resolucién; cualquier decisién de Margarita empezaba a parecerle factible. Cuando volvié a su casa encontrd una nota de dofia Antonia con- cebida en estos términos: Nos vamos afuera unos meses; espero que venga a despedirse de noso- tras antes de que partamos. Salimos el stbada; yo quisiera encargarle algo. Mendonga bebié un té y se dispuso a dormir. No pudo, Quiso leer; no lo logré. Al rato, salié. Insensiblemente, dirigid sus pasos hacia Mata-Cavaios. La casa de dofia Antonia estaba cerrada y silenciosa; evi- dentemente ya estaban durmiendo. Mendonca pasé frente a ella, y se 18 detuvo junto a la verja del jardin adyacente a la casa. Desde donde se encontraba podia ver la ventana de ia habitacién de Margarita, poco elevada, y que daba al jardin. Adentro habia luz; naturalmente, Marga- rita estaba despierta. Mendonca dio algunos pasos mds; la puerta del jardin estaba abierta. Mendonca sintié que su corazén le latia con un vigor desconocido. De pronto, en su espiritu surgid una sospecha, No hay corazén crédulo que no tenga desfallecimientos de este tipo; pero, por lo demas, éserfa errdnea su sospecha? Mendonga, sin embargo, no tenia ningtin derccho a la viuda; habia sido rechazado categéricamente. Si alguna obligacién tenia cra la de la retirada y el silencio. Mendonca quiso mantenerse dentro de los limites que le habian sido asignadas; la puerta abierta de] jardin podia responder a un olvide por parte de Jos sirvientes. El] médico puso todo su empefio en pensar que todo aquello era fortuito, y haciendo un esfuerzo se alejé det lugar. Unos metros més alla se detuvo y recapacité; habia un demonio que lo empujaba a transponer aquella puerta. Mendonca volvié y entra cen precaucién. Habia dado apenas unos pasos cuando se enfrenté con Miss Doilar que empezé a ladrar; parece que Ja galga habia logrado salir de la casa sin ser advertida; Mendonga la acaricié y Ja perrita parecié reconocer al médico, porque dejé de ladrar y empezé a hacerle ficstas. En la pared del cuarto de Margarita se dibujé una sombra de mujer; era la vinda que se aproximaba a la ventana para ver a qué respondia el albo- roto. Mendonca se fundid como pudo a unos arbustos que crecian junto a Ja verja; no viendo a nadie, Margarita volvid a entrar. Transcurridos algunos minutos, Mendonca salié del lugar en que se encontraba y se dirigié hacia el lado de Ja ventana de la viuda. Miss Dollar lo acompatié. Si bien alli el jardin era mds alto, ahora no podia ver el aposento de la muchacha. La perrita, apenas Jlegaron a ese sitio, trepé dgilmente a una escalera de piedra que comunicaba el jardin con la casa; la puerta del cuarto de Margarita quedaba justamente en el corredor en el que desembocaba la escalera; la puerta estaba abierta. E] muchacho imité 2 la perrita; subid los seis peldanos de piedra lenta- mente; cuando puso el pie en el ultimo oyé a Miss Dollar que saltaba en la habitacién y venia a ladrar a la puerta como avisindole a Mar- garita que se aproximaba un extraiio. Mendonca dio un paso mds. Pero en ese momento cruz6 ef jardin un esclavo que acudia extrafiado por los ladridos de Ja perrita; el es- clave examiné el jardin, y no viendo a nadie se retiré. Margarita se acercé a la ventana y prepunté qué ocurria; el esclavo se lo explicd y la tranquiliz6 diciéndole que no habia nadie. Justamente cuando ella salia de Ja ventana aparecia en Ja puerta la figura de Mendonga. Margarita se sintiéd sacudida por un estremeci- miento nervioso; se puso mas palida de lo que ya cra; después, concen- 19 trando en Ios ojos el monto total de indignacién que puede contener un corazén, le pregunté con voz temblorosa: —¢Qué hace aqui? Fue en ese momento, y sdlo en él, que Mendonea reconocié toda la bajeza de su procedimiento, 0 para decirlo con mas exactitud, la pro- funda alucinacién de su espiritu. Le parecié ver en Margarita a la figura de su propia conciencia, reprobdndole tamafia indignidad. El pobre muchacho no traté de disculparse; su respuesta fue sencilla y verdadera, —Sé que cometi una accién infame, —dijo él— no tenia ningiin motivo para hacerlo; estaba loco; ahora me doy cuenta de la magnitud de mi mal. No le pido que me disculpe, dofia Margarita; no merezco su perdén; merezco sélo su desprecio: jadiés! —Comprendo, sefior, —dijo Margarita—; quiere persuadirme por Ja fuerza del descrédito publico cuando no puede obligarme por el co- razin. No cs de caballeros. —jOh, nol... Je juro que no fue esa mi intencién... Margarita cayé en una silla; parecia Morar. Mendonca dio un paso para entrar, ya que hasta entonces na se habia movide de la pucrta; Margarita alz6 los ojos cubiertos de Idgrimas, y con un gesto imperioso le indicé que saliese. Mendonga obedecié; ni el uno ni el otro durmicron esa noche. Am- bos se curvaban bajo el peso de [a vergiienza; pero, para honra de Men- donga, el suyo era mayor que el de ella, ya que el dolor de Ia muchacha estaba lejos de alcanzat la intensidad del remordimiento del médico. CAPITULO VIII Al dia siguiente estaba Mendonga fumando uno tras otro, los habanos reservados para las grandes ocasiones, cuando un carruaje se detnvo ante la puerta de su casa, Minutes después se apeaba de él la madre de Jorge. La visita, al médico, Ie parecié de mal agiiero. Pero apenas la anciana hubo entrado, su recelo se disipé. —Creo, —dijo dofia Antonia—, que mi cdad me permite visitar a un hombre soltero. Mendonga traté de responder a la broma con una sonrisa; pero no pudo. Invité a la buena sefora a sentarse, y se sentd él también espe- rando que ella Ie explicase los motivos de la visita. —Ayer le escribi, —dijo ella—, para que fuese a verme hoy; pre- fert venir hasta aqui, temiendo que por algin motivo no se decidiese usted ir a Mata-Cavalos. —iQuerla encargarme algo? 20 —En absoluto, —respondid la anciana sonriendo--; le hablaba de un encargo como podria haberlo hecho de cualquier otra cosa; lo que deseo es informarlo. ——¢Informarme? —iSabe quién tuvo que guardar reposo hoy? --¢Doiia Margarita? —Asi es; amanecié un poco decaida; dijo que pasé una mala noche. Yo creo que sé cudl es la razén de ello, —agregé dofa Antonia son- viendo con picardia a Mendonga. —2¥ cual Je parece que es la razén? —pregunté el médico. —Acaso no se da cuenta? —No. —Margarita lo ama. Mendonga se levantd de la silla como impulsado por un resorte, La declaracién de la tia de la viuda era tan inesperada que al muchacho le parecié estar sofando. —Lo ama —repitié dofia Antonia. —No creo, —respondié Mendonca tras un silenciso—; usted debe estar engafada. —jEngafio! dijo la anciana. Doyia Antonia te conté a Mendonca que, intrigada por las vigilias de Margarita, quiso conocer su causa y descubrid en la habitacién de la muchacha un diario de impresiones, escrito por ella, a imitacién de no sé cuantas heroinas de novelas; ahi habia leido la verdad que acababa de decirle. —éPero si me ama, —observé Mendonca, sintiendo que un mundo de esperanzas inundaba su alma— si me ama, por qué rechaza mi co- razon? —E] diario lo explica; se lo aseguro. Margarita fue infeliz en su ma- trimonio; el marido no aspiré a otra cosa que a gozar de su riqueza; Margarita tuvo Ja seguridad de que nunca seria amada por lo que ella era sino por las bienes que poseia; atribuye a Ja codicia todo amor que despierta. gSe da cuenta? Mendonga traté de poner sus reparos. ~-Es inutil que insista, —dijo dofia Antonia—, yo creo en la since- ridad de su afecta; hace ya mucho que lo percibi; ¢pero cémo con- vencer a un corazén desconfiado? —wNo lo sé —Ni yo, —dijo la anciana—, pero para eso vine hasta aqui; le rucgo que vea qué puede hacer para que mi Margarita vuelva a ser fe- liz, si es que en algo puede influir el amor que usted le tiene. —Creo que es imposible... Mendonga estuvo tentado de contar a dofia Antonia el episodio de la vispera; pero se contuvo a tiempo. al Dofia Antonia se fue poco después. La situacién de Mendonca, que por un lado se habia vuelto mds clara, por otro era mds compleja que antes. Todavia era posible intentar algo antes del episodio de la habitacién; pero tras él, Mendonga consi- deraba imposible lograr nada. La indisposicién de Margarita duré dos dias, al final de los cuales la viuda abandoné la cama y la primera cosa que hizo fue escribir a Mendonga pidiéndole que fuese a verla. A Mendong¢a la invitacién Je sorprendié profundamente y concurrié de inmediato a la casa de la muchacha. —Despucs de lo que sucedié hace tres dias, —le dijo Margarita—, cotuprendera usted que ne puedo permanecer expuesto a la maledi- cencia... Usted dice que me ama: pues bien, nuestro casamiento es inevitable. jInevitable! La palabra amargé al médico, que por lo demds no podia negarse a una medida conciliatoria. Recordaba, al mismo tiempo, que era amado; y si bien esa idea iluminaba su espiritu, otra venia a disipar ese instantaneo placer, y era la desconfianza que Margarita nutria a su. respecte, —Fstoy a sus drdenes, —respondié 4. Se sorprendié dofia Antonia de la prontitud con que se resolvid el casamiente, cuando Margarita sc lo anuncié ese mismo dia. Supuso que el muchacho habia realizado un milagro, Tiempo después neté que los novios tenfan més cara de entierro que de casamiento. Interrogé a la sobrina acerca de ello; ebtuvo una respuesta evasiva. Fue modesta y reservada la ceremonia del casamiento. Andrade oficié de padrino, dofia Antonia de madrina; Jorge Je hablé en el Aledzar a un Cura amigo suye para que celebrara la ceremonia. Dofia Antonia quiso que Ja pareja residiera con ella. Cuando Men- donga estuvo a solas con Margarita le dijo: —Me casé contigo para salvar tu reputacién; no quiero forzar por la fatalidad de las cireunstancias a un corazén que no me pertenece. Seré sélo y siempre tu amigo; hasta mafana. Salié Mendonga después de este speech, deiando a Margarita vacilante entre la opinién que tenia de él y Ja impresién que le produjeron sus recientes palabras. No habia situacién mas singular que la de estos cényuges separados por una quimera. El dia mas hermoso se convertia para ellos en un dia de desgracia y soledad; la formalidad del casamiento fue simplemente el preludio del divorcio mds completo. Menos escepticismo por parte de Margarita, mds caballerosidad por paxte del muchacho, hubieran evi- tado el desenlance sembrio de aquella comedia del corazén. Vale mds imaginar que describir las torturas de aquelia primera noche de cagados. 22 Pero aquello que el espiritu del hombre no logra derrotar, ha de ven- cerlo el tiempo, a quien cabe la razén final. El tiempo persuadié a Margarita de que su suspicacia era gratuita, y coincidiendo con é su corazén, pudo consumarse el casamiento recientemente celebrado. Andrade ignoré todo esto; cada vez que encontraba a Mendonga, lo Ilamaba Colén del amor; tenfa Andrade la mania de toda persona a quien las ideas se le ocurren trimestralmente; apenas daba con alguna mds o menos ingeniosa, la repetia hasta la saciedad. Los dos esposos son tedavia novios y prometen serlo hasta la muerte. Andrade se metiéd en la diplomacia y se perfila como uno de los luceros de nuestra representacién internacional. Jorge sigue siendo un incurable farrista; dofia Antonia se apronta para despedirse del rmundo. En cuanto a Miss Doller, causa indirecta de todos estos sucesos, un dia, al salir a Ja calle, fue atropellada por un carruaje; fallecié poco después, Margarita no pudo retener algunas légrimas por la noble perrita; el cuerpo fue enterrado en Ja quinta familiar, a la sombra de un naranjo; cubre la sepultura una lapida con esta simple inscripcién: A Miss Dottar. 23 EL SECRETO DE AUGUSTA CAPITULO 1 Son Las once de Ia mafiana, Doma Augusta Vasconcelos esta reclinada sobre un sofa, con un libro en la mano. Adelaida, su hija, deja correr los dedos por el teclado del piano. —éPapd ya se desperté? —pregunta Adclaida a su madre. —No —responde ésta, sin levantar los ojos del libro. Adelaida se incorporé y se acercé a Augusta. —Pero Mama, ya ¢s muy tarde, —dijo ella—-. Son las once. Papa duerme demasiado. Augusta dejé caer el libro sobre su regavo, y mirdndola le dijo a Adelaida: —Sucede que tu padre ayer sc acosté muy tarde. —Ya me di cuenta que nunca puedo despedirme de papé cuando me voy a acostar, Siempre estd afuera. Augusta sonrid: —Eres una campesina, —dijo ella— duermes como las gallinas. Aqui son otras las costumbres. Tu padre tiene mucho que hacer de noche. -—¢Son cuestiones de politica, mama? —pregunté Adelaida. —No lo sé —respondid Augusta. Empecé diciendo que Adelaida era hija de Augusta, y esa informa- cién, necesaria para el relato, no lo era menos en Ja vida real en que tuvo lugar el episodio que voy a narrar, porque a primcra vista nadie dirfa que quienes alli estaban eran madre ¢ hija; parectan dos herma- nas, tan joven cra la mujer de Vasconcelos. Tenia Augusta treinta afios y Adelaida quince; pero comparativa- mente la madre parecia mds joven que la hija. Conservaba la misma frescura de los quince afios, y tenia ademds lo que le faltaba a Ade- laida, que era la conciencia de la belleza y de la juventud; conciencia que seria loable si no tuviese como consecuencia una inmensa y pro- 24 funda vanidad. Su estafura era mediana pero imponente. Era muy blan- ca y sonrosada. Tenia los cabellos castafios, y los ojos garzos. Las manos largas y bien dibujadas, parecian criadas pata las caricias del amor. Augusta, sin embargo, daba a sus manos mejor destino: las calzaba en tersa cabritilla. Todos los encantos de Augusta estaban en Adclaida, pero en embridn. Se podia presentir que a los veinte afios Adelaida iba a competir con Augusta; pero por ahora habia en la nifia ciertos restes de infancia que atenuaban el realce de los atributos de que la naturaleza la habia dotado. Sin embargo, era perfectamente capaz de despertar el amor de un hombre, sobre todo si él fuese pocta, y le gustasen las virgenes de quince afios, fucluso porque era un poco pdlida, y los poetas en todas las épo- cas tuvieron siempre debilidad por las criaturas de piel desvaida. Augusta vestia con suprema elegancia; gastaba mucho, es verdad; pero aprovechaba bien los enormes egresos que realizaba, si es que a lo que hacia podia considerarselo unm aprovechamiento. Debe, empero, hacerse justicia a un hecho; Augusta ne regateaba jams; pagaba el precio que le pedian por cualquier cosa, Ponia en ello su grandeza, y creia que el procedimiento contrario era ridicule, y de baja condicién. En este punto Augusta compartia los sentimientos y servia los inte- veses de algunos mercaderes que entienden que es una deshonra hacer cualquier tipo de rebaja en el precio de sus mercaderias. El proveedor de telas de Augusta, cuando hablaba a este respecto, solia decirle: —Pedir un precio y entregar la mercaderia por otro menor, es con- fesar que se tenia la intencién de estafar al cliente. El proveedor preferia realizar la estafa sin confesarla. Otro hecho incuestionable al que cabe hacer justicia, era que Au- gusta no ahorraba esfuerzos en su afan de que Adelaida llegara a ser tan elegante como ella. No era pequefio el trabajo. Desde los cinco afios, Adelaida habia sido educada en el campo, en casa de unos parientes de Augusta, mas dados al cultivo del café que a los menesteres de la moda. Adelaida fue criada en la prdctica de tales hdbitos e ideas. Por eso, cuando Negé a la Corte 1, donde se reunié con su familia, se produjo en ella una verdadera transformacién. Pasaba de una civilizacién a otra; vivid en poco tiempo una larga serie de amos. Lo que le sirvié de mucho fue tener en su madre una excelente maestra. Adelaida sc transformé, y el dia en que comienza este relato ya era otra; todavia, sin embargo, distaba mucho de ser como Augusta. 2 Machado de Assis se refiere, maturalmente, a Rio de Janeiro, sede de Ja corte de Pedro I. CN. del T.3. 25 En el momento en que Ila madre respondia a la curiosa pregunta de su hija acerca de las ocupaciones de Vasconcelos, un carruaje se de- tuvo ante su puerta. Adelaida corrié hacia la ventana. ~~Es doiia Carlota, mama, —dijo la nifia volviendo hacia adentro—. Pocos minutos después entraba en la sala de estar la referida senora. Para dar a conocer este nuevo personaje a los lectores bastard con de- cirles que era un calco de Augusta; hetmosa como ella; elegante como ella, vanidosa como ella, Todo esto significa que eran ellas las mas afables enemigas que pue- de haber en este mundo. Carlota venia a pedirle a Augusta que fuese a cantar a su casa, donde iba a realizarse un concierto, organizado en su honor para que estrenase un magnifico vestids nuevo. Augusta, de muy buen grado, accedié al pedido. —<¢Cémo esta tu marido? —pregunté ella a Carlota. —Salié a caminar; gy el tuyo? —El mio duerme. —eCome un justo? —pregunté Carlota sonriendo maliciosamente. —Asi parece —respondiéd Augusta. En ese momento, Adelaida que a pedido de Carlota habia ido a eje- cutar un nocturno al piano, regresé junto a las dos mujeres. La amiga de Augusta le pregunté: —éMe equivoco si pienso que ya tienes algin novio en vista? La nifia se sonrojé mucho, y balbuced: —No diga eso. — (Seguro que si! O entonces estarés muy cerca del momento en que habrds de tener un novio, y yo ya profetizo que ha de ser buen mozo. . . —Es muy temprano —dijo Augusta. —jTemprano! —Si; todavia es una niffia; se casara cuando Hegue el momento, y ese dia aun esta lejos... —Ya sé, —dijo Carlota riendo—, quieres prepararla bien... Aprue- bo tus intenciones. Pero si es asi no le quites las mufiecas. —Ya se las saqué. --Entonces no te resultara facil alejar a los pretendientes. Una cosa reemplaza a la otra. Augusta sonrio, y Carlos se incorporé para salir. —eY¥a te vas? —dijo Augusta. Debo irme; adids. —Adiés, Intercambiaron besos y Carlota partié de inmediato. 26 Casi en seguida Megaron dos mandaderos: uno con vestidos y el otro con una novela; eran compras hechas en la vispera. Los vestides eran carisimos y la novela tenia este titula: Fanny, por Exnesto Feydean. CAPITULO II Hacia la una de la tarde de ese mismo dia se levanté Vasconcelos de la cama. Vasconcelos era un hombre de cuarenta aiios, bien parecido, dotado de un maravilloso par de suizas grisdceas, que le daban un aire de diplo- miético, actividad de Ia que estaba alejado por io menos unas buenas cien leguas. Tenia una cara risuefa y una actitud extrovertida: todo él res- pizaba una robusta salud. Era duefo de una considerable fortuna y no trabajaba, o sea trabajaba mucho en la destruccién de dicha fortuna, obra en la que su mujer colaboraba concienzudamente. La observacién de Adelaida era veridica; Vasconcelos se acostaba tar- de; siempre se despertaba después del mediodia; y salia al anochecer para volver a la madrugada siguiente. Quiero decir que efectuaba con regularidad cortas o breves excursiones a la casa de sus familiares. . Una sola persona tenia derecho a exigir de Vasconcelos una mayor asiduidad en su casa: era Augusta; pero ella nada le decia. No por eso se llevaban mal, porque el marido, a cambio de la tolerancia de su esposa, no le negaba nada, y todos les caprichos que ella pudiera tener eran satisfechos con prontitud. Si ocurria que Vasconcelos no podia acompafiarla a todos los bailes y paseos, se encargaha de ello un hermano de Vasconcelos, comenda- dor de dos érdenes, politico de la oposicién, excelente jugador de tre- sillo, y hombre amable en sus horas libres, que eran pocas. F] hermano Lorenzo era la que se puede lamar un hermano terrible. Obedecia a todes los deseos de Ja cufada, pero na le ahorraba, de vez en cuando, un sermén al hermano. Buena semilla que no germinaba. Desperté, pues, Vasconcelos, y desperté de buen humor. La hija se alegré mucho al verlo, y él mostré una gran afabilidad hacia la mujer, que le retribuyé del mismo modo. ——¢Por qué te despiertas tan tarde? —pregunté Adelaida acarician- do las suizas de Vasconcelos. —Porque me acuesto tarde. — iY por qué te acuestas tarde? —jEso ya es mucho preguntar! —dije Vasconcelos sonriendo. ¥ prosiguié: —Me acuesto tarde porque asi lo exigen las necesidades politicas. Ti no sabes qué es la polftica; es una cosa muy fea, pero muy necesaria. 27 ~jYo si sé qué es la politica! —dijo Adelaida. —iNo digas? Explicame entonces qué crees que es. —Alld en el campo, cuando le rompieron Ja cabeza al jucz de paz, dijeron que habia sido por cuestiones politicas; a mi me parecid muy rare perque Ie politico hubiera sido que no le rempieran la cabeza... Vasconcelos se rid mucho con la observacién de la hija, y se dirigia al comedor para almorzar, cuando entré su hermano, que ne pudo de- jar de exclamar: —jA buena hora almuerzas tui —Ya empiezas con tus reprimendas. Yo almuerzo cuando tengo hambre... No trates, ahora, de esclayizarme a las horas y a las forma lidades, Lldmalo almuerzo, o lunch, lo cierto es que estoy comiendo. Lerenzo le contesté con una mueca. Terminado el almuerzo se anuncié la Hegada del Sr. Batista. Vascon- celos fue a recibirlo en la privacidad de su estudio. Batista era un muchacho de veinticinco afios; era cl tipo acabado del farrista; excelente compafiero en una cena integrada por personas de dudosa calafia; nulo comensal en una mesa de honcsta sociedad. Tenia chispa y cierta inteligencia, pero era preciso gue se sintiese en el clima adecuado para que se manifestaran tales cualidades, Por to demés, era apuesto; tenia un lindo bigote; calzaba botines de Canrpas 2, y se vestia con excelente buen gusto; fumaba tanto como un soldado y tan bien como un lord. —Apuesto a que recién te despiertas, —dijo Batista mientras en- traba al escritorio de Vasconcelos. —Hace tres cuartos de hora; recién termino de almorzar. Sirvete un cigarro. Batista acepté el cigarro, y se estiré en una silla americana, mien- tras Vasconcelos prendia un fésfaro. —éViste a Gomes? —pregunté Vasconcelos. —Ayer lo vi, Gran novedad: rompié con la sociedad. —iEs cierto? ~—Cuando le pregunté por qué motivo no se Io vela desde hacia: um mes; te respondio que estaba pasando por una transformacién, y que del Gomes que habia sido no quedaba mas que el] recuerdo. Parece mentira, pero el muchacho hablaba con conviccién. —Lo dudo; pienso, mas bien, que se trata de alguna broma que nos esté preparando, ¢Qué novedades hay? —Nada; mejor dicho, eres ti quien debiera saber algo... —Yo no sé nada... —iVamos! ¢No estuviste ayer en el jardin? —Ast es; hubo una cena... *Se refiere Machado de Assis a una casa de calzado muy de moda en Rio de Janeiro, hacia fines del siglo pasado. (N. del T.). 28 —Una reunidn familiar, efectivamente. Yo fui al Alcdzar. «A qué hora terming Ia reunién? —A las cuatro de la mafiana. .. Vasconcelos se extendid en wna reposera, y la conversacion prosiguid en ese fono, hasta que un sirviente vino a avisarle a Vasvoncelos que en el salén Io aguardaba el senor Gomes. —jHe aqui a nuestra hombre! —dijo Batista. —Dile que suba —ordené Vasconcelos. E] sirviente bajé para transmitix el mensaje; pero Gomes aparecié recién quince minutos mas tarde; se habia demorado abajo conversando con Augusta y Adelaida. —Quien est4 vivo siempre aparece —dijo Vasconcelos al avistar al muchacho. —Ustedes no me buscan..., —dijo él. —Perdén, pero yo estuve en tu domicilio dos veces, y me dijeron que babias salido. —Fue pura casualidad; yo casi nunca salgo. —éAsi que te has convertido en un perfecto ermitafio? —Estoy hecho una crisdlida; voy a reaparecer transformado en ma- riposa, —dijo Gomes sentdndose. ——Tenemos poesia... Atencién, Vasconcelos... El] nuevo personaje, este Gomes tan buscado y tan oculto, aparen- taba tener unos treinta afios. El, Vasconceles y Batista eran la trinidad del placer y de la disipacién, unida por una indisoluble amistad. Cuan- do Gomes, cerca de un mes antes, dejé de frecuentar Ios circulos habi- tuales, Ilamé la atencién de todos, pero solo Vasconcelos y Batista lo lamentaron de verdad. Sin embargo, no se empefiaron demasiado en arrancarlo a la soledad, ya que consideraron que Ia actitud del mucha- cho bien podia responder a algiin propdsito determinado. Gomes fue, por lo tanto, recibido como un hijo prédigo. —éPor dénde anduviste metido? ¢Qué quicres decir cso de la cri- sdlida y la mariposa? gTe parece que yo soy del campo que tienes que hablarme asi? —Las cosas son tal como se las transmito, mis amigos. Me estan saliendo alas. —-jAlas! —dijo Batista sofocando una carcajada. —A menos gue sean alas de gavildn para caer sobre. . . —No; estoy hablando en serio. Y, en efecto, Gomes mostraba una actitud seria y convincente. Vasconcelos y Batista se miraron. ~—Pues, si es verdad lo que dices, explicanos de una vez de qué alas se trata, y sobre tode hacia dénde quieres volar. A estas palabras de Vasconcelos, agregé Batista las siguientes: 29 —5i, debes darnos una explicacién, y si nosotros, que formamos tu consejo de familia, consideramos que 1a explicacién es satisfactoria, la aprobaremos; de lo contrario quedards sin alas y volverds, a ser lo que siempre has sido... —Totalmente de acuerdo —refrendé Vasconcelos. —Fues bien, es muy sencillo, me estan saliendo alas de angel, y quiero volar al cielo del amor. —jDel amor! —exclamaron los dos amigos de Gomes. — Asi es, —prosiguié Gomes—. ¢Qué fui yo hasta hoy? Un verda- dero disipado, um perfecto calavera, derrochando mi fortuna y mi cora- zon. ¢Pero cs ello suficiente para Menar una vida? Creo que no... —Hasta ahi estoy de acuerdo... eso no basta; es preciso que haya algo mas; la diferencia est4 en la manera de... —Exactamente, —dijo Gomes—, exactamente; es natural que uste- des picnsen de otra manera, pero yo creo que tengo razén en decir que sin el amor casto y puro la vida no es mas que un desierto. Batista dio un salto. Vasconcelos clavé Jos ojos en Gomes. —Apuesto a que te vas a casar —le dijo. ~-No sé si me voy a casar; sé si que amo, y espero terminar cas4n- dome con ta mujer que amo. —jCasarte! —exclamé Batista. Y dejé escapar una carcajada estridente. Pero Gomes hablaba tan seriamente, insistia con tamatia gravedad en aquellos proyectos de regeneracién, que los dos amigos tcrminaron por ofrle con igual seriedad. Gomes hablaba un lenguaje que eta extrafio, y enteramente nuevo en boca de un muchacho que habia sido el mas loco y ruidoso en ios festines de Baco y de Citera. ~~¢De modo, entonces, que nos dejas? —pregunté Vasconcelos. —<¢Yo? Si, y no; me encontraran en los salones que hasta hoy fre- cuentamos; en los hoteles y las casas equivecas, nunca mds. —De profundis... —-canturreé Batista. —Pero al fin de cuentas, —dijo Vasconcelos—, dénde esta tu Ma- rion? ¢Se puede saber quién es ella? -—No es Marin, es Virginia... Pura amistad al principio, despucs afecto profundo, hoy pasién verdadera. Luché mientras pude; pero rendi las armas ante una fuerza mayor, Mi gran temor cra no tener un alma capaz de ser ofrecida a esa gentil criatura. Pues bien, la tengo, y tan fogosa y tan virgen como cuando tenia dieciocho afios. Sdlo la casta mirada de una virgen podria ser capaz de descubrir cn mi lodo esa perla divina, Renazco mejor de lo que era... 30 —No cabe duda, Vasconcelos, cl muchacho est4 loco, enviémoslo a Praia Vermelha; y como puede tener un nuevo brote aqui mismo, yo me voy... Batista tomd su sombrero, —éAdénde vas? —le dijo Gomes. —Tengo que hacer; pero pronto me tendrd4s por tu casa; quiero ver si alin hay algo que pueda hacerse para arrancarte a ese abismo. ¥ salid. CAPITULO Hl Los dos se quedaron solos, —Entonces es cierto que estés enamorado? —Completamente. Yo bien sabia que ustedes dificilmente podrian creer en ello; yo mismo no lo creo todavia, y sin embargo, es verdad. Termino por donde td empezaste. gSera peor o mejor? Yo creo que es mejor. —Quieres mantener oculto el nombre de la persona? —Lo oculto por ahora a todos, menos a ti. —Es una prueba de confianza. .. Gomes sonrid. —No, —dijo él— es una condicién sine qua non; tu, por sobre cualguier otro, debes saber quién es la elegida de mi corazdn; se trata de tu hija. —;Adelaida? —pregunté Vasconcelos pasmado. —Si, tu hija. La revelacién de Gomes cayé como una bomba. Vasconcelos ni de lejos sospechaba semejante cosa. —jApruebas nuestro amor? —je pregunté Gomes. Vasconcelos reflexionaba, y tras algunos minutes de silencio, dijo: —Mi corazén aprueba tu eleccién; ercs mi amigo, cstés enamorado, y si ademas ella te ama... Gomes iba a decir algo, pero Vasconcelos prosiguié, sonriendo: — Pero, y la sociedad? — Qué sociedad? —La sociedad que nos considera libertinos, a ti y a mi, es natural que no aprucbe cl respaldo que te doy. —Ya veo que es un rechazo, —dijo Gomes entristecido. —jQué rechazo ni rechazo, tonto! Es una objecidn que ii podras destruir diciende: la sociedad es una gran calumniadora y una famosa indisereta. Mi hija es tuya con una condicién: —Cual? —A condicién de que sea un amor reciproco. (Ella te quiere? 31 -—-No sé, —respondié Gomes. — Pero la sospechas. . . ——No lo sé; sé que la atmo y daria mi vida por ella, pero ignoro si soy correspondido. —Lo serds... yo me encargaré de cxplorar el terreno. Dentro de dos dias te haré conocer el resultado de mis indagaciones. ;Quién iba a decirlo! jTener que Iamarte mi yerno! La respuesta de Gomes fue caer en sus brazos. La escena ya adquiria ribetes de comedia cuando dieron las tres de la tarde. Gomes recordé que tenia un rendez-vous con un amigo; Vasconcelos, a su vez que te- mia que escribir algunas cartas. Gomes se retiré sin hablar con las mujeres. A eso de las cuatro, Vasconcelos se disponia a salir, cuando le avi- saron que habia venido a visitarlo el Sr. José Brito. Al oir este nombre Vasconcelos fruncié el entrecejo. Poco después entraba a su escritorio el Sr. José Brito. El Sr. José Brito era para Vasconcelos un verdadero fantasma, un eco del abismoe, una voz de la realidad; era un acreedor. —No contaba hoy con su visita, —dijo Vasconcelos. —Me sorprende, —le respondié el Sr. José Brito, con una placidez que desconcertaba—, porque hoy es 21. —Crei que era 19 —balbuced Vasconcelos. —Antes de ayer lo fue, en efecto; pero hoy es 21. Mire, —prosi- guid el acreedor tomando el Jornal do Comércio que estaba sobre una silla— jueves 21. ~—¢Viene a busear el dinero? —Aqui est4 su letra —dijo el Sr, José Brito, sacando la billetera de] bolsilio y un papel de la billetera. —Por qué no vino mds temprano? —pregunté Vasconcelos, tra- tando asi de retrasar Ia cucstién fundamental. —Vine a las ocho de la matiana, —respondié el acreedor—, usted estaba duxmiendo; vine a las nueve, idem; vine a las once, idem; vine al medicdia, idem. Quise venir a la una de la tarde, pera tenia que man- dar un hombre a la carcel y no me fue posible terminar temprano. A las tres comi algo, y a las cuatro estuve aqui. Vasconcelos mordisqueaba el cigarro mientras trataba de ver si se le ocurria alguna buena idea que Ie permitiera escapar al pago con que no habia contado, No se le ocurria nada; pero el propio acrcedor le ofrecié una alter- nativa. —Por Jo demds, —dijo l—, poco importa la hora, ya que yo estaba seguro que usted me iba a pagar. —Ah, —dijo Vasconcelos—, creo que usted se equivoca; yo no con- taba con que usted viniese hoy, y no consegui cl dinero... 32 —Pero, entonces, gqué piensa hacer? --preguntd el acreedor con ingenuidad. Vasconcelos sintié que su alma se Henaba de esperanza. —Nada mas simple, dijo; espere hasta mafiana... —Majiana quisiera presenciar el embargo de un individuo al que hice procesar por una larga deuda; no puedo, .. —Perdén, pero yo podria llevarle el dinero a su casa... —No habria problema si los asuntos comerciales se arreglasen asi. Si fuésemos dos amigos es natural que yo me contentase con su pro- mesa, y todo terminarfa maviana; pero yo soy su acreedor, y sdlo me importa salvar mis intereses... Por lo tanto, cree que lo mejor seré que usicd me pague hoy... Vasconcelos se pasd la mano por los cabellos. ~-jPero ya le he dicho que no tengo!— dijo él. —Es algo que sin duda debe resultarle muy molesto, pero que a mi no me causa la menor impresién... aunque, sin embargo, debiera inquietarme, ya que su situacién actual es precaria. —2Mi situacién? ~-Asi es; sus casas de la Rua da Imperatiz estin hipotecadas; la de la Rua de Sao Pedro fue vendida, y la suma obtenida hace mucho se evaporé; sus esclavos han ida desapareciendo, uno tras otro, sin que, al parecer, usted lo haya advertido, y los gastos que hace poco tuvo usted que enfrentar para equipar la casa de una cierta dama de socie- dad de reputacién algo dudosa, son inmensos. Yo sé todo; sé mds que usted... Vasconcelos estaba visiblemente aterrorizado. Lo que el acreedor decia era cierto. —Bueno, —dijo Vasconcelos—, zqué propone que hagamos? —Una cosa simple; duplicamos Ia deuda, y usted me entrega ahora un depdsito a cuenta. —jDuplicar la deuda! pero esto es un... —EFs una tabla de salvacién; soy moderado. Vamos, dése cuenta y acepte mi propuesta, Entrégueme el depdsito, y destruimos la letra. Vasconcelos ain quiso hacer alguna objecién; pero era imposible convencer al Sr. José Brito. Firmé el depdsito por dieciocho contes 3. Cuando el acreedor se fue, Vasconcelos se puso a pensar seriamente en su vida. Hasta entonces habia gastado tanto y tan ciegamente que no habia advertido el abismo que ¢l mismo fue cavando bajo sus pies. Vina, sin embargo, a prevenirlo la voz de uno de sus verdugos. Vasconcelos reflexioné, caleulé, yeconsiderd el monto de sus gastos y obligaciones, y verificé que de la fortuna que creia poseer le quedaba en realidad menos de la cuarta parte. *Véase nota 6 de pdg. 16. 33 Para vivir como hasta alli habia vivido, aquello cra nada menos que la miseria. ¢Qué hacer en tal situacién? Vasconcelos recogiéd su sombrero y salié. Iba cayendo la noche. Tras andar algtm tiempo por las calles absorto en sus meditaciones, Vasconcelos entré en.el Aledzar. Era una forma de distraerse. Alli encontraria a sus relaciones habituales. Batista vino al encuentro de su amigo. — Qué cara es esa? —le dijo. —No es nada, me pisaron un callo —respondié Vasconcelos, que no encontraba mejor respuesta. Pero un pedicuro que se encontraba cerca de los dos oyé sus pala- bras y a partir de ese momento no perdid de vista al infeliz Vasconcelos, a quien cualquier insignificancia podia molestarlo. La mirada insistente del pedicuro lo turbé tanta que Vasconcelos termindé por irse de allt. Entré al Hotel de Mild para cenar. Por mayor que fuera su preo- cupacién, sintié que no podia desatender las necesidades de su estémago. Pues bien, en mitad de la cena se acordé de aquello que en ningdin momento debié haber salido de su cabeza: el pedido de casamiento que esa tarde le habia hecho Gomes. Fue un rayo de luz. “Gomes es rico”, pensé Vasconcelos; “la forma de evitar disgustos mayores es ésta; Gomes se casa con Adelaida, y como es mi amigo no me negard nada de lo que yo necesite, Por mi parte, trataré de recu- perar lo perdido... jQué oportuno fue acordarme del casamiento!”. Vasconcelos comié alegremente, volvid después al Alcdzar, donde al- gunos muchachos y otras personas le hicieron olvidar campletamente sus infortunios. A las tres de la mafiana, Vasconcelos entraba a su casa con la tran- quilidad y regularidad habituales. CAPITULO IV Al dia siguiente, lo primero que hizo Vasconcelos fue consultar el cora- z6n de Adelaida, Queria, empero, hacerlo en ausencia de Augusta. Por suerte, ésta tenia que ir a la Rue da Quitenda a ver unas telas muevas, y salid con su eufiado, dejandolo a Vasconcelos en total libertad de accién. Como los lectores ya saben, Adelaida queria mucho a su padre, y era capaz de hacer cualquier cosa por él. Tenia, ademds, un excelente corazén, Vasconcelos contaba con esas dos fuerzas. —Ven aqui, Adelaida, —dijo él entrando al salén de estar—; gsa- bes cndntos afios tienes? 34 —Tengo quince. —Sabes cudntos afios tiene tu madre? —iTiene veintisiete, verdad? —Tiene treinta; vale decir que tu madre se casé a los quince afos—. Vasconcelos hizo un silencio, a fin de apreciar el efecto que producian sus palabras; pera fue indtil la expectativa; Adelaida no entendié nada. El padre prosiguié: — No has pensade en casarte? La nifia se sonrojé notablemente, traté de permanecer callada, pero como su padre insistiese, respondid: —jPero papa! Yo no quiero casarme... —-¢Que no te quieres casar? |Eso si que es bueno! ¢¥ por qué? —Porque no tengo ganas, y viva bien aqui. -—Pero th puedes casarte y seguir viviendo aqui... —Es cierto, pero no tengo ganas. —Vamos,.. Amas a alguien, confiésalo. —No digas eso, papa... yo mo amo a nadic. Adelaida era sincera y Vasconcelos no lo dudo. “Elia dice la verdad”, pensé él; “es indtil intentar por ese lado... .”. Adelaida se senté a sus pies, y dijo: —Te pido, papito, que no hablemos mds del asunto. . . —Hablemos, hija mia; hablemos; tt eres uma nifia, no sabes ser previsora. Imaginate que tu madre y yo desaparezcamos mafiana. ¢Quién te ha de amparar? Sdlo un marido. —Pero a mi no me gusta nadie... ——Por ahora es asi; pero ya habras de enamorarte si el novio es un apuesto muchacho, de buen corazén... Yo ya elegi uno que te ama mucho, y a quien ti seguramente Hegaras a amar. Adelaida se estremecid. —Yo? dijo ella. Pero... gquién es? —Gomes. —-Pap4, yo no Jo amo... —Eso sélo es cierto por ahora; pero no me negards que él es digno de ser amado. Dos meses bastaran para que te enamores de él, Adelaida no dijo una palabra, Incliné la cabeza y empezé a retorcer entre los dedos una de sus trenzas pobladas y negras. El pecho se le contraia y dilataba con fuerza; la nifia tenia los ojos clavados en la alfombra. —iY? Estds de acuerdo, gverdad? —pregunté Vasconcelos. —Pero papé y esi Negé a ser infeliz?... —Fso es imposible, hija mia; serés muy feliz ; y amards mucho a tu marido. —Oh, papa, —le dijo Adelaida con los ojos bafiados por el Nanto—, te suplica que no me cases todavia... 35 —Adelaida, el primer deber de una hija es obedecer a su padre, y yo soy tu padre. Quiero que te cases con Gomes; en consecuencia, te casard4s con él, Para que estas palabras alcanzaran todo ¢l efecto esperado, debian dar lugar a una retirada rapida. Vasconcelos lo comprendié y salid del salén dejando a Adelaida sumida en la desolacién. Adclaida no amaba a nadie. Su rechazo no se apoyaba en la defensa de ningin otro amor; tampoco era el resultado de ninguna aversién particular hacia su pretendiente. La nifa sentia, simplemente, una total indiferencia por el mucha- cho. En estas condiciones el casamiento no dejaba de ser una odiosa imposicién. gPero qué haria Adelaida? ¢A quién recurriria? Recurrié a las ldgrimas. En cuanto a Vasconcelos, subid a su estudio y escribié las siguientes Itneas a su futuro yerno: Todo marcha bien; te autorizo a venir para hacerle la corte a la nitia; puedes empezar cuando quieras y espero que dentro de dos meses la fecha de casamiento esté fijada. Cerré la carta y Ja enyié, Poco después regresaron de la calle Augusta y Lorenzo, Mientras Augusta subié al cuarto de la toilette para cambiarse de repa, Lorenzo fue a ver a Adelaida, que estaba en el jardin. Advirtié que los ojos de ella estaban enrojecides, y pregunté por la causa, pero ia muchacha negé haber Ilorado. Lorenzo no creyé en las palabras de la sobrina, y la insté a que le dijera la verdad acerca de Jo ocurrido. Adelaida tenia una relacién extrafa con su tio, debido en gran par- te a esa franqueza de cardcter de la que ahora mismo le daba pruebas. Al cabo de algunos minutos de resistencia, Adelaida contd a Lorenzo Ia charla que habia tenido con su padre. -~¢Asi que por eso estas llorando, querida? —2Y qué te parece? ¢Cémo haré para librarme del casamiento? No te aflijas, no te casardn; yo te promete que ese matrimonio no se realizara... La muchacha sintié un estremecimiento de alegria. —éTio, me prometes que lo convencerds a papa? —Le convenceré o lo venceré, poco importa; ti no te casards, pue- des estar segura. Tu padre es un tonto. Lorenzo subid al escritorio de Vasconcelos, exactamente en cl mo- Mento en que éste se disponia a salir. —iSales? —-le pregunté Lorenzo. —Asi es. —Debo hablarte. 36 Lorenzo se sent6, y Vasconcelos, que ya tenia el sombrero en la ca- beza, esperd de pie que él hablase. ——-Siéntate —dijo Lorenzo, Vasconcelos se sentd. —Hace dieciséis aos... —Empiezas yéndote muy lejos; trata de abreviar por lo menos media docena de afios, sin lo cual no te prometo ofr Jo que vas a decirme. —Hace diccis¢is afios, —prosiguid Lorenzo—, decias que acaba- bas de encontrar un paraiso, el verdadero paraiso, y fuiste durante dos © tres afos un marido ejemplar. Despnés cambiaste completamente; y el paraiso se hubiera convertido en un verdadero infierno si tu mujer no fuese tan indiferente y fria como es, evitande de ese modo terribles escenas domésticas. éPero Lorenzo, me puedes decir qué tienes ti que ver con todo eso? ~—Nada; ni de eso vengo @ hablarte. Lo que me interesa es que no sacrifiques a tu hija por un capricho, entregindola a uno de tus com- pafieros de juerga. . . Vasconcelos se puso de pie: —jEstds loco! —dijo él. —Te aseguro que estoy perfectamente cuerdo, y te day el prudente consejo de que no sacrifiques una hija a un libertino. —Gomes no es un libertino; tuyo una vida de muchacho, es verdad, pero gusta de Adelaida, y se ha transformado completamente. Es un buen casamiento, y por eso creo que todos debcmos aceptarlo. Es mi deseo y en esta casa mando yo. Lorenzo traté de seguir hablando, pero Vasconcelos ya se habia ale- jado. “sQué hacer?’, pensd Lorenzo, CAPITULO VY a oposicién de Lorenzo no impresionaba demasiado a Vasconcelos. FI podia inculcar a su sobrina ideas de resistencia; pero Adelaida, que era un espiritu débil, cederia ante el ultimo que hablase, y Jos consejos de un dia serian derrotados por Ia imposicién def dia siguiente. No obstante, era conveniente obtener cl apoyo de Augusta. Vascon- celos pensé en ocuparse de eso cuanto antes. Urgia, sin embargo, organizar sus negocios, y Vasconcelos bused un abogado a quien cntregd todos los papeles y la informacién necesaria, encargandole que lo orientase pata enfrentar las necesidades que le im- ponia la sitvacién, como por ejemplo Io atinente a los recursos legales a que podria apelar en caso de reclamo por deuda o hipoteca. 37 Nada de esta hacia suponer, por parte de Vasconcelos, una reforma de sus costumbres. Se preparaba apenas, para proseguir su vida anterior. Dos dias después de la conversacién con cl hermano, Vasconcelos fue en busca de Augusta, para hablar francamente con ella sobre el casa- miento de Adelaida, Ya en ese lapso, el futuro novio, siguiendo el consejo de Vasconcelos, empezé a cortejar a la muchacha. Era posible que si el casamiento no je hubiera sido impuesto, Adelaida terminase gustando del muchacho. Gomes era un hombre hermoso y elegante; y ademds, conocia todes Ios recursos a los que se debe apelar para impresionar a una mujer. éHabria Augusta advertido la asidua presencia del muchacho? Tal era la pregunta que Vasconcelos formulaba a su espiritu en el momenta en que entraba al toilette de la mujer. —éVas a salir? —preguntd él. —No; tengo visitas. —jAh! :Quién? —lLa mujer de Seabra —dijo ella. Vasconcelos se sentd, y buscé una forma de empezar a hablar del asunto principal que alli Io habia leyado. —jEstas muy linda hoy! — De verds? —dijo ella sonricndo—. Sin embargo, hoy estoy como siempre; me llama la atencién que me lo digas hoy... —No; realmente hoy estds mds linda que habitualmenie, a tal punto que hasta soy capaz de ponerme celoso. .. —jPer favor! —dijo Augusta con una sonrisa irénica. Vasconcelos se rascé la cabeza, sacd el reloj, le dio cuerda; después empez6 a acariciarse la barba, tomé una hoja de diario, leyd dos o tres avisos, arrojé Ja pagina al suelo, y por fin, al cabo de un silencio ya demasiado prolongado, Vasconcelos creyé mejor atacar la cuestién de frente. —He estado pensando mucho en Adelaida ultimamente —dijo él. —jGrandc! —exclamé Augusta—, es una nmifia... —jAja! gpor qué? —Ya es grande... —Ya es mayor de lo que tt eras cuando te casaste. . . Augusta arrugé ligeramente Ia frente. —Si... ey entonces qué? —Bueno, yo quisicra hacerla feliz y feliz a través del casamiento. Un muchacho digno de ella en todos Ios érdenes, me la pidié hace dias, y yo le dije que si. Sabiendo de quién se trata, aprobaras mi eleccién; me reficro a Gomes. ¢Te parece bien? —jNo! —respondié Augusta. —-~Cémo no? 38 —Adelaida es una nifia; no tiene ni la madurez ni ta edad adecuada para casarse,.. Lo hard en su debido momento. —En su debido momento? Ta crees que el novio esperara ese momento impreciso? —Si no espera, paciencia —dijo Augusta. — Tienes alguna objccién que hacerle a Gomes? —Ninguna. Es un muchacho distinguido; pero no le conviene a Adelaida. Vasconceles no estaba seguro si le convenia seguir insistiendo; le pareeia que nada habria de lograr; pero el recuerdo de la fortuna le dio fuerzas para proseguir, y entonces él pregunté: —¢Por qué? — Estas seguro que es el hombre que le conviene a Adclaida? —in- quirié Augusta, eludiendo la pregunta del marido. —Digo que si. —Le convenga o no, nuestra nifa no debe casarse todavia. --2¥ si clla lo amase?... —¢Qué importa? jlgual deberia esperar! —Sin embargo, Augusta, no podemes prescindir de este casamien- to... Es una necesidad fatal. —iFatal? No comprendo. .. —Me explicaré. Gomes tiene una buena fortuna. —También nosotros tenemos una... —Ahi te equivecas —interrumpié Vasconcelos. —Qué quieres decir? Vasconcelos prosiguis: —Més tarde o mds temprano tenias que Hegar a saberlo, y yo me alegro de que haya surgido la oportunidad de decirte toda Ja verdad. fa verdad es que si no estamos pobres, estamos arruinados. Augusta oyé estas palabras con les ojos desorbitades por ¢] espanto. Cuando é] termind, dijo: —jNo es posible! —jDesgraciadamente es verdad! Hubo un momento de silencio. “Todo cstd arreglado” pensd Vasconcelos. Augusta rompié cl silencio. —Pero, —dijo ella—, si nuestra fortuna est4 menguada, creo que debieras estar haciendo algo més util que conversar; debieras estar re- construyéndola, Vasconcelos hizo con su cabeza un movimiento de asombro, y como si ese ademdn fuese una pregunta, Augusta se apuré a responder: —No te sorprendas; creo, sinceramente, que tu deber es reconstruir nuestra fortuna. 39 —No es eso lo que sorprende; me sorprende que me Jo recuerdes de esa manera. Se diria que la culpa es mia... ~— Bien! —dijo Augusta, ahora vas a decir que Ia culpable soy yo... —La culpa, si es que de culpa se trata, la tenemos ambos, —¢Por qué? ¢Qué he hecho yo? ——Tus gastos enloquecidos contribuyeron cn gran parte a Ilegar a donde Hegamos; yo nada te negué ni nada te nicgo, voesa cs mi culpa. Si esa es la afrenta que me echas en cara, la acepto. Augusta se encogid de hombros con un gesto de despecho; y le dirigié a Vasconcelos una mirada de tamasio desdén que bastaria para iniciar un juicio de divorcio. Vasconcelos percibia tanto el gesto coma la mirada. —EI amor al lujo y a lo superfluo, —dijo él—, siempre producird estas consecuencias. Son terribles, pero explicables, Para conjurarlas es necesario vivir con moderacién. Nunca pensaste en eso. Al cabo de seis mescs de casados, empezaste a vivir en el torbellino de la moda, y el pequerio arroyo de Jos gastos se convirtid en un rio inmenso de desper- dicios. ¢Sabes lo que me dijo una vez mi hermano? Me dijo que la idea de mandar a Adelaida al campe te fue sugerida por Ja necesidad de vivir sin ningiin tipo de ataduras. Augusta se habia incorporado y dio algunos pasos; estaba temblorosa y¥ palida. Vasconcelos proseguia con sus recriminacioncs, cuando 1a mujer lo interrumpié diciendo: ——¢Pero por qué motivo no evitaste esos gastos que yo hacia? —No queria perturbar la paz doméstica. —jNo! —clamé ella—; lo que t& qucrias, por ty parte, era tener una vida libre e independiente; al ver que yo me entregaba a tanto derroche, imaginaste que podias comprar con tu tolerancia mi toleran- cia. Ese es el verdadero motivo; tu vida no sera igual a la mia, pero €s peor... Si yo gastaba mucho en casa, tu te dedicabas a derrochar en Ja calle... Es imitil gue lo niegues, porque yo Jo sé todo; conozco de nombre, a todas las rivales que sucesivamente me diste, y munca te dije una unica palabra, ni ahora te censure, porque seria inutil y tarde. fa situacién habia cambiado, Vasconcelos habia empezado constitu- yéndose en juez y pasaba a la condicién de reo también él. Negar era imposible; discutir era arricsgado e iniitil, Opté por los sofismas. —Si asi fuera Cy yo no discuto ese punto}, en todo caso la culpa de ello seria mutua, y no encuentro razén para que me la arrojes en la cara. Debo reconstituir nuestra fortuna, concuerdo; hay un medio, yes éste: el casamicnto de Adelaida con Gomes. —-jNo! —dijo Augusta. 40 —Bien; seremos pobres, llegaremos a estar peor de lo que estamos ahora; venderemos todo. . . —Perdén, —dijo Augusia—, yo no sé por qué razén no has de ser ti, que eres fuerte, y tienes la responsabilidad mayor en el desastre, quien consagre su empefic en reconstituir 1a fortuna destruida. —Fs un largo trabajo; y de aqui hasta entonces Ja vida prosigue y se consume. El medio mas adecuado, ya te lo dije, es éste; casar a Ade- laida con Gomes. —jNo quiero! —dijo Augusta—, no consiente en semejante casa- micnta. Vasconcelos iba a responder, pero Augusta, tras proferir estas pala- bras, salié precipitadamente de la habitacién. Vasconcelos hizo lo mismo unos minutos después. CAPITULO VI Lorenzo no se enteré de la discusién habida entre su hermano y la curia- da, y después del empecinamiento de Vasconcelos decidié no decir nada més; mientras tanto, como queria mucho a Ja sobrina, y no deseaba verla entregada a un hombre de costumbres que él reprobaba, resolvié esperar que la situacién tomase un cardcter mds definido para asumir un papel mas activo. Pera, a fin de no perder tiempo, y poder contar con algdn argumento de peso, Lorenzo se dispuso a iniciar una investigacién minuciosa me- diante la cual pudiese recoger informaciones precisas sobre Gomes. Este consideraba que el casamiento era algo decidido, y no perdia un solo minuto en su afén de conquista de Adelaida. Noté, sin embargo, que Augusta se iba volviendo més fria e indife- rente, sin que él fuese capaz de explicarse cl motivo de semejante acti- tud; asi fuc como se aduefié de su espiritu la sospecha de que pudiera surgir de ella alguna oposicién. En lo que atame a Vasconcelos, desalentado por la escena del toilette, esperé mejores dias, y conté sobre todo con el imperio de la necesidad. Un dia, sin embargo, exactamente cuarenta y ocho horas después de la gran discusién con Augusta, Vasconcelos se formulé esta pregunta: “Augusta rechaza la propuesta de ofrecer la mano de nuestra hija a Go- més, jpor qué?” De pregunta en pregunta, de deduccién en deduccidn, se abrié en el espiritu de Vasconcelos campo para una sospecha dolorosa. “:Lo amard?’ se preguntdé él. Después, como si cl abismo atrajcse al abismo, y una sospecha se hilva- nase a otra, Vasconcelos se pregunté: “¢Habran sido amantes durante algdn tiempo?” 41 Por primera vez, Vasconcelos sintié que Ja serpiente de los celos mor- dia su corazén. De los celos, digo yo, por usar un eufemismo; no sé si aquello era celos; tal vez fuera amor propio herido. éSerian fundadas las sospechas de Vasconcelos? Debo decir Ja verdad: no lo eran. Augusta era vanidosa, pero era fiel a su infiel marido; y eso por dos motives: uno por conciencia, otro por tem- peramento, Aun cuando ella no estuviese convencida de sus debercs de esposa, Io cierto es que nunca habia traicionado el juramento conyugal. No estaba hecha para las pasiones, a no scr Jas pasiones ridiculas que impone la vanidad. Ella amaba por sobre todo su propia belleza: su mejor amigo era aquel que le dijera que ella cra la mds hermosa de las mujeres; pero si le daba su amistad, no le entregaba, en cambio, su cora- zon; eso la salvaha. La verdad es ésta epero quién se la diria a Vasconcelos? Una vez que sospeché que su honor pudiese haber sido afectado, Vasconcelos empezd a recapitular toda su vida. Gomes frecuentaba su casa desde hacia seis aiios, y tenia en ella plena libertad. La traicién era fAcil, Vasconcelos empez6 a recordar las palabras, gestos, las miradas, todo Io que hasta entonces le habia resultado indiferente, y que en aquel momento to- maba wn cardcter sospechoso. Dos dias anduvo Vasconcelos entregado a estos pensamientos. No salia de su casa. Cuande Gomes Ilegaba, Vasconcelos observaba a su mujer con desusada persistencia, la misma frialdad con que ella recibia al muchacho era, a los del marido, una prueba del delito. Estaba en esto, cuando en Ja maviana del tercer dia CVasconcelos ya se levantaba temprano) entré Lorenzo a su escritorio, siempre con el aire salvaje de costumbre. La presencia de su hermano, desperté en Vasconcelos el deseo de con- tarle todo. Lorenzo era un hombre sensato, y en caso de necesidad era un punto de apoyo. E] hermano oyé todo cuanto él le contd, y al haber terminado éste de hablar. rompié su silencio con estas palabras: —Todo eso es una tonteria: si tu mujer rechaza el casamiento serA por algiin otra motivo; cualquiera menos ése. —Pero es el casamiento con Gomes a lo que ella se opone. ——Claro, porque le hablaste de Gomes; hdblale de otro ¥ va verds que reacciona de igual modo. Debe haber otro motivo; tal vez Adelaida me lo cuente, tal vez ella le haya pedido a su madre que se opusiera, por- que tu hija no ama al muchacho, y siendo asi no se puede casar con él. —WNo se casard. —No sdlo por eso, sino que ademds... —éAdemas qué? 42 -—Sino que ademas este casamicnto es una especulacion de Gomes. — Una especulacién? preguntd Vasconcelos. —Tgual a la tuya, —-dijo Lorenzo—. Tu le entregas a tu hija con log ojos puestos en su fortuna; él acepta con sus ojos puestos en la tuya... —Pero él tiene... —No tiene nada; esté arruinado como td. Estuve haciendo averigua- ciones y supe la verdad. Quiere naturalmente proscguir con la misma vida disipada que tuvo hasta hoy, y tu fortuna es un medio. . . — Estas seguro? —jSegurisimo!. . . Vasconcelos se sintié aterrorizado. En medio a tantas sospechas, le quedaba todavia la espcranza de ver su honor a salvo, y realizado cl negocio que Je daria una excelente situacién. Pero la revelacién de Lorenzo lo maté. —Si quieres una prueba, manda a Jlamarlo y dile que estas en la ruina, y que por eso te niegas a entregarle tu hija; obsérvalo bien, y verds el efecto que tus palabras habrén de producir en él. No fue necesario que mandara a llamar al pretendiente. Una hore después él sclo se presenté en casa de Vasconcelos. Vasconcelos ordend que se Jo hicieran subir a su escritorio. CAPITULO VH Tras los primeros saludos, Vasconcelos dijo: —Jba a hacerte avisar que vinieras. —Ah, si? ¢Por qué? —pregunté Gomes. —Para que conversdrames sobre el... casamiento. — Qué pasa? :Hay algdn problema? —Siéntate y hablaremos. La expresién de Gomes se volvidé sombria; presintié alguna dificultad grande, Vasconcelos tomé la palabra. —Hay circunstancias que deben quedar bien claras, para que poda- mos comprendernes bien. . . —Claro, estoy de acucrdo... —Amas a mi hija? —,Cuéntas veces quieres que te lo repita? —iTu amor esté por sobre todas las circunstancias? ——Absolutamente, salvo aquellas que comprometan Ja felicidad de Adelaida. —Dehemos ser francos; ademas del amigo que siempre fuiste, eres ahora casi mi hijo... La discrecién entre nosotros seria indiscreta... 43 -—jSin duda! —respondié Gomes. --Acabo de enterarme que mis negocios andan muy mal; los gastos que hice, aiteran profundamente Ia economia de mi vida, de modo que ne te miento diciéndote que estoy en Ia ruina. Gomes reprimié. una mueca, —Adelaida —prosiguié Vasconcelos—, no tiene fortuna, ni siquiera tendra dote; es apenas una mujer lo que te doy. Lo que te aseguro es que te Ilevas un angel, y que ha de ser una excelente esposa. Vasconcelos se callé, y su mirada clavada en el muchacho parecia querer arrancarle de las facciones las impresiones de su alma. Gomes debia responder; pero durante algunos minutos hubo entre ambos un profundo silencio. Por fin el pretendiente tomé Ia palabra. ~Aprecio, —dijo A—, tu franqueza, y con igual franqueza te ha- blaré, —No pido otra cosa. . . —No fue ciertamente el dinero quien me inspird este amor; creo que tendrds a bien reconocer que mis propésitos y sentimientos estan por sobre semejantes consideraciones. Por lo demés, el dia que te pedi Ja mano de Ia querida de mi corazén, yo creia ser rico. —Creias? —Oyeme. Recién ayer mi procurador me comunicé el estado de mis negocios, —¢Es malo? ~~Ojala no fuera mds que eso: Imaginate que hace seis meses que vivo gracias a los esfucrzos inanditos que realiz6 mi procurador para conseguirme algtn dinero, ya que no se sentia con fucrzas coma para decirme la verdad. }Ayer supe todo! —jNo me digas! —jPuedes imaginarte hasta qué punto Mega la desesperacién de un hombre que cree estar bien, y un buen dia reconoce que no tiene un centavo! —-Me doy perfecta cuenta por lo que ha ocurrido conmigo. ——Llegué alegre aqui, porque la alegria que aun me resta proviene de esta casa; pero lo cierto es que estoy al borde de un abismo. La suerte nes castigé simultaneamente.. . Después de este relato, que Vasconcelos oyé sin pestaficar. Gomes se concentré en el punto mas dificil de Ia cuestién. —Agradezco tu Franqueza, y acepto a tu hija sin fortuna; tampoco yo la tengo, pero atin me restan fuerzas para trabajar. ——¢La aceptas? —Esctichame. Acepto a Adelaida con una condicién; que ella quiera esperar algun tiempo, a fin de que yo rehaga mi vida. Tengo Ja inten- cin de dirigirme a} gobierno y solicitar algiin cargo, creo que todavia 44 recuerdo algo de lo que aprendi en la escuela... Apenas esté en condi- ciones, vendré por ella. ¢Te parece bien? —-Si ella est de acuerdo, no tengo nada que objetar, —dija Vascon- celos aferrdndose a esa ultima tabla de salvacion, Gomes prosiguid: —Bien; hdblale de esto mafiana y hazme saber la respuesta. jAh, si yo tuviere ati mi fortuna! ;Fsta hubiera sido la circunstancia ideal para probarte mi afecto! —-Bueno, estamos de acuerdo. —Espero tu respucsta. ¥ se despidieron. Vasconcelos se quedé sumido en esta reflexign: “De todo lo que dijo lo tmico que me parece cierto es que no ticne nada. No hay nada que esperar: no hay que pedirle peras al olmo”. Gomes por su parte, bajé Ja escalera diciéndose a si mismo: “Lo que me parece notable es que estando en la ruina me lo haya dicho asi, justamente cuando mi propia fortuna esta perdida, Me espe- rarés initilmente: dos mitades de caballo no forman un caballo”. Vasconcelos bajd: Tenia intenci6n de comunicarle a Augusta el resultado de ia con- versacién que sostuviera con el pretendientc de su hija. Una cosa, sin embargo, se lo impedia: era cl empecinamiento con que Augusta se habia opuesto al casamicnto de Adelaida, sin dar ninguna explicacién del rechazo. En eso estaha pensando cuando, al pasar frente a ta sala de visitas, oyd voces que provenian de alli. Augusta y Carlota conversaban, Iba a entrar cuando estas palabras llegaron a sus oidos: -—Pero Adelaida es muy nifia. Era la voz de Augusta. — Qué va a ser muy nina! —exclamé Carlota. —Enxactamente, yo creo que no ticne edad para casarse. —Yo, en tu lugar no pondria trabas al casamiento, aun cuando se lo realizase sdlo dentro de unos meses, porque Gomes me parece un exce- lente muchache.. . —Puede ser; de todas maneras, no quiero que Adelaida se case. Vasconcelos pegd cl cido a Ja cerradura, pucs no queria perderse una sola palabra del dialogo. —Lo que no entiendo, —dijo Carlota—, cs tu obstinacién. Mas tarde o mas temprano, Adelaida terminard por casarse. —jDios quiera que sea Jo més tarde posible!, —dija Augusta. Hubo un silencio. Vasconcelos empezé a impacientarse. —jAh! —prosiguiéd Augusta—, si supieses el terror que me produce la idea del casamiento de Adelaida... 45 —¢Por qué? No ecntiendo... —é¢No te das cuenta, Carlota? ti piensas en todo menos en una cosa. iEl terror me lo inspiran sus hijos, que serdn mis nictosi La idea de ser abuela es horrible, Carlota. Vasconcelos respiré aliviado, y abrié la puerta: —ijAh, eres tu! —dijo Augusta. Vasconcelos saludé a Carlota, y apenas ésta se hubo retirado, se volvié hacia su mujer y dijo: Escuché lo que estuviste hablando con esa sefiora... —No era ningun secreto, pero ¢qué oiste?. . . Vasconcelos respondid sonriendo: —Pude enterarme de la causa de tus terrores. No me imaginé munca que el amor a Ja propia belleza pudiese llevar a semejante egoismo. El casamiento con Gomes no se realizara; pero si Adclaida llega a enamo- rarse de alguien, no sé cémo Je negaremos nuestro consentimiento. . . —Bueno... ya veremos, —respondiéd Augusta. Llegados a este punto dejaron de hablar. No era mucho Jo que tenfan para decirse aquellos dos consortes que vivian tan distanciados: uno entregado a los placeres ruidosos de la juventud, la otra absorta en un exclusivo interés por si misma. Al dia siguiente Gomes recibié una carta de Vasconcelos redactada en estos términos: Queride Gomes: Ha ocurrido aigo inesperado: Adelaida no se quiere casar. Initilmente empleé mi Idgica; no pude convencerla. Tuyo, Vasconcelos. Gomes doblé Ia carta y prendid con ella un cigarro; luego se puso a fumar haciendo esta profunda reflexién: “7Dénde encontraré yo una heredera que me quiera por marido?” Si alguien lo sabe, tenga a bien avisarle. Después de lo que acabamos de contat, Vasconcelos y Gomes se en- cuentran a veces en la calle o en el Alcdzar; charlan, fuman, caminan tomados del braze, exactamente como dos amigos, cosa que nunca fue- ron, 0 como dos bellacos, cosa que si son. 46 PAPELES SUELTOS EL ALIENISTA CAPITULO | DE COMG ITAGUAI OBTUVO UNA CASA DE ORATES Las crénicas de la villa de Itaguai dicen que en tiempos remotos habia vivido alli un cierto médico, el Dr. Simén Bacamarte, hijo de la nobleza de Ja tierra y el mas grande de los médicos del Brasil, de Portugal y de las Espafias. Habia estudiado en Coimbra y Padua. A los treinta y cua- tro afios regresd al Brasil, no pudiendo lograr el rey que permaneciera cn Coimbra al frente de la Universidad, o en Lisboa, encargdndose de los asuntos de la monarquia que eran de su competencia profesional. —La ciencia, —dijo él a Su Majestad— es mi compromiso exclu- sivo; Itaguai es mi universo. Dicho esto, retornd a Itaguai, y se entregé en cuerpo y alma al estu- dio de Ja ciencia, alternando las curas con las Iecturas, y demostrando los teoremas con cataplasmas. A los cuarenta afios se casé con dofia Evarista da Costa e Mascaren- has, sefiora de veinticinco afios, viuda de un juez-de-fora, * ni bonita ni simpatica. Uno de sus tios, cazador de pacas ante el Fterno, y no menos franco que buen trampero, se sorprendié ante semejante eleccién y se lo dijo. Simén Bacamarte le explicé que dofia Evarista reunia condiciones fisioldgicas y anatémicas de primer orden, digeria con facilidad, dormia regularmente, tenia buen pulso y excelente visia, estaba, en consecuen- cia apta para darle hijos robustos, sanos e inteligentes. Si ademas de estos atributos —unicos de preocupacién por parte de un sabio—, dofia Evarista era mal compuesta de facciones, esa era algo que, lejos de lasti- marlo, él agradecia a Dios, porque no corria cl riesgo de posponer Jos intereses de la ciencia en favor de la contemplacién exclusiva, menuda y vulgar, de la consorte. Dojia Evarista desmintid las esperanzas del doctor Bacamarte: no le dio hijos, ni robustos ni fragiles. La indole natural de Ja ciencia cs la 1 Juer-de-fora: Antiguo cargo de Ja magistratura brasilefia en tiempos de la co- lonia. (N. del T.). 47 longanimidad; nuestra médico esperé tres aiios, luego cuatro, después cinco. Al cabo de este tiempo, hizo un estudio profundo de Ja materia, releyé todos los escritos drabes y otros que tenia en sit poder y que habia traido a Itaguai, realizé consultas con Jas universidades italianas y ale- manas, y terminé por sugerir a su mujer un régimen alimenticio especial. La ilustre dama, nutrida exclusivamente con la tierna carne de cerdo de Itaguai, no atendié [as amonestaciones del esposa; y a su resistencia, —explicable pero incalificable—, dehemos la total extincién de la dé nastia de los Bacamartes. Pero Ja ciencia tiene el inefable don de curar todas las penas; nuestro médico se sumergié enteramente en el estudio y en la practica de la me- dicina. Fue entonces cuando uno de los rincones de ésta le Hamé espe- cialmente Ja atencién, —-el drea de lo psiquico—, el examen de la patologia celebral. No hab{a en Ja colonia, y ni siquiera en el reino, una sola autoridad en semejante materia, mal explorada o casi inexplorada. Simén Bacamarte comprendié que Ia ciencia lusitana y, particularmente, la brasilefia, podia cubrirse de “laureles inmarcesibles” —expresién usa- da por éi mismo, en un impulso favorecido por la intimidad doméstica; exteriormente era modesto, como conviene a los ilustrades. —la salud del alma, —proclamé él—, es la ocupacién més digna del médica. ~-Del verdadero médico, —agregé Crispin Soares, boticario de la villa, y uno de sus amigos y comensales. Entre otros pecados de los que fue acusado el Ayuntamiento de Itaguai por los cronistas, figura el de ser indiferente a los dementes. Asi es que cuando aparecia algtin loco furioso se lo encerraba en una habitacién de su casa y, ni atendido ni desatendido, alli se lo dejaba hasta que la muerte lo venta a defraudar del beneficio de la vida; los mansos en cambio andaban sueltos por Ja calle. Simén Bacamarte se propuso desde un comienzo reformar tan mala costumbre; pidié autorizacién al Ayun- tamiento para dar abrigo y brindar cuidades, en el edificio que iba a construir, a todos los dementes de Itaguat y de las demds villas y ciu- dades, mediante uma paga que el Ayuntamiento [e daria cuando la familia del enfermo no Jo pudiese hacer. La propuesta excité la curio- sidad de toda la villa, y encontrd gran resistencia, tan cierto cs quc dificilmente se desarraigan los habitos absurdos o aun malos, La idea de meter a todas los locos en la misma casa, viviendo en comin, parecié en si misma un sintoma de demencia, y no falté quicn se lo insinuara a la propia mujer del médico. —Mire, dofia Evarista, —le dijo el padre Lopes, vicario del lugar—, yo creo que a su marido le convendria hacerse un pasco hasta Rio de Janciro. Eso de estar estudiando un dia tras otro sin pausa, no es nada buenc; terminaré por enloquecerlo. 48 Dofia Evarista se sintié aterrorizada, fuc a hablar con su marido, Ic dijo que tenia “algunos deseos”, uno principalmente, el de ir a Rio de Janeiro y comer todo lo que a él le pareciese adecuado al logro de cierto fin. Pero aquel hombre, con la rara sagacidad que lo distinguia, com- prendié la intencién de la csposa y le respondié sonriendo que no tuviese miedo. De alli se dirigid al Ayuntamiento, donde los concejales deba- tian la propuesta, y la defendid con tanta elocuencia, que la mayoria resolvié autorizarlo a realizar lo que propusiera, votando al mismo tiempo un impuesto destinado a subsidiar el tratamiento, alojamiento y manu- tencién de los locos pobres. No fue facil determinar sobre qué recaeria el impuesto; ya no quedaba nada en Itaguai que no fucse pasible de tributo. Después de largos estudios, se decidid permitir el uso de dos penachos en los caballos de los entierros. Quien descase emplumar los caballos de una carroza funeraria pagaria dos tostdes * al Ayuntamiento, repitiéndose tantas veces esa cantidad cuantas fuesen las horas transcu- rridas entre la del fallecimiente y la de la altima bendicién en la sepul- tura. El notario se perdié en jos calculos aritméticos del rendimiento pasible de la nueva tasa; y uno de los concejales que no creia en la empresa del médico, pidié que se relevase al notario de un trabajo indtil. —-Los cdlenlos no son precisos, —dijo él—, porque el doctor Baca- marte no propone nada concreto. Por lo demas édénde se ha visto meter a todos los locos en la misma casa? Se engafiaba el digno magistrado; el médico demostré saber muy bien lo que queria. Una vez en poder de la licencia, inicié de inmediato la construceién de la casa. Esta se alzaria en la Rua Nova, Ia calle mas hermosa de Itaguai en aquellos tiempos; tendria cincuenta ventanas de cada lado, un patio central y numercsas habitaciones para los interna- dos. Como gran arabista que era, recordé que en cl Cordn, Mahoma consideraba venerables a los locos, por el hecho de que Ald les habia arrebatado el juicio a fin de que no pecaran. La idea le parecid bonita y profunda, y él la hizo grabax en el frontispicio de la casa; pero como le temia al vicario, y por extensién al obispo, atribuyd el pensamiento a Benedicto VIII, mereciéndose por este fraude, por lo demas piadoso, que el padre Lopes le contara, durante el almucrzo, la vida de aquel pontifice eminente. Casa Verde fue el nombre dado al asilo, por alusién al color de las ventanas, que eran las primcras en ese tong que aparecian en Itaguai. Se inauguré con inmensa pompa; de todas las villas y poblados vecines, y hasta distantes, incluso de la mismisima ciudad de Rio de Janeiro, acudié gente para asistix a las ceremonias, que duraron sicte dias. Mu- 2 Fl tostio, o testém en castellano, fue una moneda brasilefia que circulé en tiempos de la colonia, es decir hasta la segunda década del siglo XIX aproximada- mente. El testén era de plata y equivalia a 10 centavos de ré# que cra la unidad monetaria de la época, CN. del T.). 49 chos dementes ya estaban intcrnados; y Jos paricntes (uvieron oportuni- dad de ver cl carifio paternal y Ja caridad cristiana con que se les iba @ tratar. Dofia Evarista contentisima con la gloria alcanzada por su marido, se vistid lujosamente, cubriéndose de joyas, flores y scdas. Ella fue una verdadera reina en aquellos dias memorables; nadie dejé de ir a visitarla dos o tres veces, a pesar de Ias costumbres caseras y recatadas del siglo, y no sdlo Ja alababan, sino que también la enaltecian; ello porque, --y el hecho es un testimonio altamente honroso para la socie- dad de la época—, porque veian en ella a la feliz esposa de un alte espiritu, de un varén ilustre, y, si le tenian cnvidia, era la santa y n0- ble envidia de los admiradores. AI cabo de siete dias expiraron las fiestas puiblicas; Itaguaf tenia fi- nalmente una casa de Orates. CAPITULO Ii TORRENTE DE LOCOS Tres dias después, en una charla franca con ef boticario Crispin Soares, Je abrié el alienista el misterio de su corazén. —La earidad, sefior Soares, entra por cierta en mi procedimiento, pero enira como la salsa, como la sal de Jas cosas, que es asi como inter- preto el dicho de San Pablo a los Corintios: “Si yo conozco cuanto se puede saber, y no tengo caridad, no soy nada”. Lo principal en, esta obta mja de la Casa Verde, es estudiar profundamente la locura, sus grados diversos, clasificar sus casos, descubrir en fin la causa del fenémeno y el remedio universal. Este es el misterio de mi coraz6n. Creo que con esto presto un buen servicio a la humanidad. ~-Un excelente servicio —agregé el boticaric. —Sin este asilo, —-prosiguié cl alienista—, poco podria hacer; es él quien le da mucho mayor campo a mis estudios, —Sin duda —enfatizé el otro. ¥ tenta razén. De todas las villas y aldeas vecinas afluian locos a la Casa Verde. Eran furiosos, eran mansos, eran monomaniacos, eran toda la familia de los desheredados del espiritu. Al cabo de cuatro meses, la Casa Verde era una poblacién. No bastaron las primeras habitaciones; se mandé a anexar una galeria de treinta y siete mds. El padre Lopes confesé que nunca hubiera creido que habia tantos locos en el mundo, y menos atin que fyeran hondamente inexplicables ciertos casos. Por ejemplo ese del muchacho burdo y ristico, que todos los dias después del almuerzo, pronunciaba regularmente un discurso académico, ornado de tropos, de antitesis, de apdstrofes, con sus recamos de griego y latin, y sus borlas de Cicerén, Apuleyo y Tertuliano. El vicario no podia ter- 50 minar de creerlo. Pero jcdmo era posible! Aguél era un muchacho a quien él habfa visto, tres meses atras, jugando al boliche en la calle. —No digo que no, —le respondia el alienista—; pero Ja verdad es lo que Vuestra Eminencia pucde ver aqui. Esto ocurre todos los dias. —En Jo que a mi respecta, —prosiguié el vicario—, esto que aqui vemos sélo se puede explicar por la confusién de tenguas que tuvo lugar durante la construccién de la Torre de Babel, segtin narra la Escritura; probablemente confundidas las lenguas en la antigiiedad, es facil inter- cambiarlas ahora, desde que la raz6n no trabaje... —Esa puede ser, efectivamente, la explicacién divina del fenédmeno, —dijo el alienista, después de reflexionar un instante—, pero 9 es imposible que haya también alguna razén humana, y puramente cienti- fica; eso es justamente lo que trato de averiguar. .. —Me parece bien, me parece bien. jY ojalé Iegue Vuestra Merced adonde se propone! Los locos de amor eran tres o cuatro, pero solo les resultaban asom- brosos por la curiosa indole de su delirio. Uno de ellos, un tal Falco, muchacho de veinticinco afios, suponia ser la estrella del alma, abria los brazos y las piernas para darles cierto aspecto de rayos, y sc quedaba asi horas preguntando si el sol ya habia nacido, de forma que él pudiera retirarse. Fl otro anda siempre, siem- pre, siempre, de sala en sala y dando wuelias por el patio, a lo largo de los corredores, en busca del fin del mundo. Era un desgraciado, a quien su mujer habia abandonado para seguir a un perdulario. Apenas des- cubrié la faga, se armé de un trabuco, y salid tras sus Imellas; los en- contré dos horas después, a orillas de una laguna, y los maté a ambos con tal despliegue de crucldad que su crimen fue memorable. Los celos se vieron aplacados, pero el vengado se volvid loco. Y en- tonces empezé a devorarlo aquella ansiedad de ir al fin del mundo en pos de los fugitives. La mania de grandeza contaba con exponentes notables. El] mas eu- rioso era un pobre diablo, hijo de un ropavejero, que narraba a las paredes Cporque jamas miraba a una persona) toda su gencalogia, que era ésta: —Dios engendré un huevo, el hueva engendré la espada, la espada cengendré a David, David engendré la purpura, Ja pirpura engendré al duque, el duque engendré al marqués, cl marqués engendré al conde, que soy yo. Se daba una fuerte palmada en la frente, hacia estallar los dedos, y repetia cinco 0 seis veces seguidas: —Dios engendré un huevo, el huevo, etcétera. Otro de su misma especie era un notario que se hacia pasar por mayordomo del rey; también habia un boyero de Minas, cuya mania era distribuir ganado entre todas los que Jo rodeaban, le daba a uno 51 trelnta cabezas, seiscientas a otro, mil doscientas a otro, y no terminaba hunca. No hablo de los casos de monomania religiosa; apenas me referiré a un individuo que, Ilamandose Juan de Dios, decia ahora ser el dios Juan, y prometia el reino de los cielos a quien lo adorase, y las penas del infierno a los restantes; y ademds de éste, el licenciado Garcia, que no decia nada, porque imaginaba que el dia que Ilegase a proferir una sola palabra, todas las estrellas sc desprenderian del cielo y abrasarian ja tierra, tal era el poder que habia recthido de Dios. Asi Jo escribié él en el papel que el alienista mandé entregarle, me- nos por caridad que por interés cientifico. Lo cierto es que la paciencia del alicnista era atin mas notable que todas las manias alojadas en la Casa Verde y tan asombrosa como ellas. Simén Bacamarte empezé por organizar al personal de administracién; y aceptando esa sugerencia del boticario Crispin Soares, le acepté tam- bién dos sobrinos, a quienes incumbié de ta cjecucién de un régimen, aprobado por el Ayuntamiento, de la distribucién de la comida y de la ropa. Era lo mejor que podia hacer, para ne tener sino que ocuparse de lo que especificamente le interesaba. —La Casa Verde, dijo él al vicario, es ahora una especie de mundo, en el que hay un gobierno temporal y un gobierno espiritual. ¥ el padre Lopes se reia de esta hroma inconsciente —y agregaba—, con el iinico fin de decir también algo gracioso: —Ya verd usted; lo haré denunciar ante el Papa, Una vez liberado de los problemas adininistrativos, el alienista pro- cedié a una vasta clasificacién de sus enfermos. Los dividié primera- mente en dos clases principales: los furiosos y los mansos; de alli pasé a Jas subclases, monomanias, delirios, alucinaciones diversas. Hecho esto, dio inicio a un estudio tenaz y Constante; analizaba los hdbitos de cada loco, las horas en que se producian las alucinaciones, las aversio- nes, proclividades, las palabras, los gestos, las tendencias; indagaba la vida de los enfermos, profesién, costumbres, circunstancias de la reve- laci6n mdérbida, traumas infantiles y juveniles, enfermedades de otra especic, antecedentes familiares; una pesquisa, en suma, que no la rea- lizaria cl mds compuesto corregidor. ¥ cada dia efectuaba una observa- cién nueva, an descubrimiento interesante, un fendédmeno extraordina- rio, Al mismo tiempo estudiaba el mejor régimen, las substancias me- dicamentosas, los medios curativos y los recursos paliativos, no sdlo los que provenian de sus amados drabes, como los que él mismo habia des- eubierto, a fuerza de sagacidad y paciencia. Pues bien todo este tra- bajo le insumia lo mejor y la mayor parte de su tiempo. Dormia poco y apenas se alimentaba; y aun cuando comia era como si trabajase, por- que o bien interrogaba un texto antiguo, o rumiaba una cuestién, e iba 52 muchas veces de un cabo a otro de la cena sin intercambiar una sola palabra con dofia Evarista. CAPITULO III DIOS SABE LO QUE HACE! La ilustre dama al cabo de dos meses, se sintiéd la mds desgraciada de las mujeres; cay en profunda melancolia, sc puso amazrilla, adelgazé, comia poco y suspiraba constantemente. No osaba dirigirle ninguna queja o reproche, porque respetaba en él a su marido y sefior, pero padecia callada, y se consumia a ojos vistos. Un dia, durante la cena, habiéndose preguntado el marido qué le ocurria, respondié tristemente que nada; después se atrevié un poco, y fue al punto de decir que se consideraba tan viuda como antes. Y agregé: —Quién iba a decir que media docena de lunaticos, . . No termind la frase; o mejor, Ja termind alzande los ojos al techo, -—-los ojos que eran su rasgo mas insinuante— negros, grandes, lavados por una luz hiimeda, como les de la aurera. En cuanto al gesto, era el mismo que habia empleado el dia en que Simén Bacamarte la pidio en casamiente. No dicen las crénicas si dofa Eyarista blandié aquel arma con el perverso intuito de degollar de una vez a la ciencia, o, por lo me- nos desceparle las manos; pero la conjetura ¢s verosimil. En todo caso el alicnista no le atribuyé otra intencién. ¥ no se irrité el gran hombre, no quedé ni siquicra consternado. El metal de sus ojos no dejé de ser el mismo metal, duro, liso, eterno, ni la menor arruga vino a alterar la superficie de Ja frente, quieta como el agua de Botafogo, Quizds una sonzisa Je abrié los labios, por entre los cuales se filtré esta palabra suave como el accite del Cantico: —Estoy de acuerdo con que vayas a pasear un tiempo a Rio de Ja- neiro. Dofia Evarista sintié que le faltaba cl piso debajo de los pies. Jamas de los jamases habia visto Rio de Janeiro, que si bien no era ni una palida sombra de lo que es hoy, ya era sin duda algo mds que Itaguai. Ver Rio de Janeiro, para ella, equivalia al suefio del judio cautivo. Sobre todo ahora que el marido se habia asentado en aquella villa del interior, ahora que elle habia perdido las ultimas esperanzas de respirar Jos aires de nuestra buena ciudad; justamente ahora se ja invitaba a realizar sus deseos de nifia y muchacha. Dosa Evarista no pudo disinu- lar el placer que le produjo semejante propucsta. Simén Bacamarte la tomé de una mano y sonrid, —una sonrisa algo filosdfica, ademas de conyugal—, en la que parecia traducirse este pensamiento: 53 “No hay un remedio cabal para los dolores del alma; esta sefiora se consume porque le parece que ne la amo; le cfrezco un viaje a Rio de Janeiro y se consuela”. Y siendo, como era, hombre estudioso tomé nota de la observacién. Pera un dardo atravesé el corazén de dofia Evarista. Se contuvo sin embargo; limitdndose a decirle al marido, que si él no iba, ella tampaco lo haria, porque no estaba dispucsta a arriesgarse sola por los caminos. —Iraés con tu tia —contesté cl alienista. Notese que dofia Evarista habia pensado en eso mismo; pero no que- tia pedirselo ni insinvdrselo, en primer lugar porque seria imponerle grandes gasios al marido, y en segundo lugar porque era mejor, mas nitido y racional que la propuesta viniera de él. -—jOh, pero habré que gastar tanto dinero! —suspiré dona Evarista sin conviccidn. — Qué importa? Hemos ganado mucho, —dijo el marido—. Justa- mente ayer el contador me presenté cuentas. ¢Quieres ver? Y la Hevd hasta donde estaban los libros. Dofia Evarista se sintid des- lumbrada. Era una via lictea de algoritmos. Y después la condujo hasta las arcas, donde estaba el dinero. jDios! eran pilas de oro, eran mil cruzados sobre mil cruzados, doblo- nes sobre doblones; era la opulencia. Mientras ella devoraba el oro con sus ojos negros, el alienista la con- templaba, y le decia al oido con la més pérfida de Jas intenciones: —Quién diria que media docena de hundticos. . . Doiia Evarista comprendid, sonrié y respondid con mucha resignacién: —iDios sabe lo que hace! Tres meses después tenia lugar la partida. Dofia Evarista, la tia, la mujer del boticario, un sobrino de éste, un cura que el alienista habia conocido en Lisboa, y que se encontraba casualmente en Itaguai, cinco pajes, cuatro mucamas, tal fue la comitiva que la poblacién vio salir de alli cierta mafiana del mes de mayo. Las despedidas fueron tristes para todos menos para cl alicnista. Si bien las lagrimas de dofia Evarista fue- ren abundantes y sinceras, no llegaron a conmoverlo. Hombre de cien- cia y séfo de ciencia, nada lo consternaba fuera de la ciencia; y si algo lo preccupaba en aquella oportunidad, mientras él dejaba correr sobre la multitud una mirada inquicta y policiaca, no era otra cosa que la idea de gue algtin demente podria encontrarse alli, confundido con la gente de buen juicio, —jAdiés! —sollozaron finalmente las damas y el boticario. Y partié la comitiva. Crispin Soares, al volver a su casa, traia la mirada perdida entre las dos orcjas del ruano en que venia montado; Simén Bacamarte dejaba vagar los suyes por el horizonte lejano incumbiéndole al cabailo ja responsabilidad del regreso. jImagen viva del penio y del vulgo! Uno 54 mira el presente, con todas sus lagrimas y nostalgias, otro indaga el fu- turo con todas las auroras. CAPITULO IV UNA NUEVA TEORIA Mientras dovia Evarista, bafiada en ligrimas, iba en busca de Rio de Ja- neiro, Simén Bacamarte estudiaba minuciosamente una idea atrevida y nueva, adeeuada, al parecer para ensanchar las fronteras de la psicologia. Tode el tiempo libre que Ie dejaban los cuidados exigides por la Casa Verde, era un poco para recorrer las calles ¢ andar de casa en casa con- versando con la gente, sobre treinta mil asuntos, y subrayando las pala- bras con una mirada que metia miedo a los mas firmes. Una mafiana —tres semanas mis tarde— estando Crispin Soares ocupado en la preparacién de un medicamento, vinieron a decirle que el alienista lo mandaba a Hamar. —Se trata de un asunto importante, segiin me dijo—, agregé el mensajero. Crispin empalidecié, ¢Qué asunto importante podia ser sino alguna triste noticia de la comitiva y especialmente de la mujer? Porque cste tépico debe quedar claramente definido, ya que en él insisten los cro- nistas: Crispin amaba a su mujer, y en los treinta afios que levaban casades no se habian separado un solo dia. Asi se explican los mondlo- gos en que andaba ahora y que sus sirvientes cian muchas veces: “jPues ahora agudntatela! @Quién te mandé consentir en el viaje de Cesaria? jAdulador, torpe adulador! Lo hiciste todo nada mds que para adular al doctor Bacamarte. Pues ahora agudntatela; si, tendras que aguantar- tela, alma de lacayo, cobardén, vil, miserable. ¢Dices amén a todo, ver- dad? jAhi tienes el resultado, belitre!”". Y muches otros nombres feos, que uno no debe decir a otros, y mucho menos a si mismo. De aqui a imaginar el efecto del mensaje no hay mds que un paso. Apenas él lo recibid dejé a un lado Jas drogas y volé a la Casa Verde. Simén Bacamarte lo recibid con la alegria propia de wm sabio, una alegria almidonada en circunspeccién hasta el cuello. —Estoy muy contento —dijo él. —iNoticias de nuestra gente? —pregunté el boticario con voz tem- blorosa. FI alienista hizo un gesto prandilocuente, y respondid: —Se trata de cosa més alta, se trata de una experiencia cientifica. Digo experiencia, porque no me atrevo a asegurar desde ya mi idea; ni la ciencia es otra cosa, sefior Soares, que una investigacién constante. Se trata pues, de una experiencia, pero de una experiencia que va a 35 transformar la faz de la tierra. La locura, objeto de mis estudios, era hasta ahora una isla perdida cn el océano de Ja razén; empiezo a s0s- pechar que es un continente. Dijo esto y se callé para saborear cl asombro del hoticario. Después explicd detalladamente su idea. En su concepto, la enajenacién mental abarcaba una amplia superfecie de cerebros; y desarrallé esto con gran cantidad de razonamientos, de citas, de ejemplos. A los ejemplos los encontré en Ia historia y en Itaguat; pero siendo como cra un espiritu poco vulgar, reconocié el peligra de citar tados los casos de Itaguaf, y se refugié en la historia. De tal modo, sefialé algunos personajes célebres, Sécrates, que decia tener un demonio familiar; Pascal, que veia un abismo a su izquierda; Mahoma, Caracala, Domiciano, Caligula, etc., un alud de casos y personas con las que se entremezclaban entidades adiosas, y entidades ridiculas. Y dado que el boticario se mostré descon- certado ante semejante promiscuidad, el alienista dijo que todo era lo mismo, y agregd sentenciosamente: —La ferocidad, sefior Soares, es lo verdaderamente grotesco. —jGracieso, muy gracioso! —exclamé Crispin alzando las manos al cielo. En cuanto a la idea de ampliar el territorio de la Jocura, el boticario la encontré extravagante; pero Ia modestia, principal atributo de su es- Piritu, no le permitié confesar otra cosa mas alld de un noble entusias- mo; Ja deciaré sublime y verdadera y apregé que era una nueva “digna de matraca”. Esta expresién no tiene equivalente en el estilo moderno. En aquellos tiempos, Itaguai, que como las demds villas y aldeas y po- blados de Ja colonia, no disponia de imprenta, tenia dos modos de divul- gar una noticia: o mediante carteles manuscritos y clavados en las puertas del Ayuntamicnto y de la matriz; o por medio de la matraca. He aqui en que consiste el segundo recurso. Se contrataba a un hom- bre, por uno o mds d‘as, para que tecorriera las calles del lugar, con una matraca en la mano. De rato en rato tocaba la matraca, se reunia la gente, y él anunciaba Io que les incumbia —un remedio para las fiebres, la existencia de tierras aptas para el cultivo, un soneto, un donativo eclesidstico, la me- jor tijera de la villa, el mds bello discurso del afio, etcétera. El sistema pexturbaba en parte el sosiego puiblico; pero era conservado por Ja gran fuerza de divulgacién que poscia. Por ejemplo, uno de los concejales —aquel, justamente, que mds se habia opuesto a la creacién de la Casa Verde—, gozaba de la reputacién de perfecto educador de cobras y monos. sicndo que, en verdad, una tmica vez 6] habia domesticado uno de esos animales, pero tenia el cuidado de hacer trabajar la matraca todos los meses. Y dicen las erénicas que algunas personas afirmaban haber visto cascabeles bailando en el pecho del concejal; afirmacién perfecta- mente falsa, pero sélo debida a Ja absoluta confianza en el sistema que 56 la propalaba. Asi es, asi es; no tadas jas instituciones del antiguo régi- men merecen el desprecio de nuestro siglo. —Hay algo mejor que anunciar mi idea: ponerla en practica, —res- pondié el alicnista a la msinuacién del boticario. Y el boticario que no divergia sensiblemente con este parecer, le dijo que si, que lo mejor era comenzar por su ejecucién. —Siempre habré tiempo de darle a la matraca —-concluyé el. Simén Bacamarte, reflexiond todavia un instante mas y dijo: —Suponiendo que el espiritu humano fuese una vasta concha, mi propésito, sefior Soares, es ver si puedo extraer la perla, que es la razén; en otros términos, demarquemos definitivamente los limites entre la ra- zon y la locura. La razén es el perfecto equilibrio de todas las faculta- des; fuera de ella, todo es insania, insania, y nada mds que insania. E] vicario Lopes, a quien él confié la nueva teoria, confesé Hanamente, que no Negaba a entenderla, que era una obra absurda y, si no era absurda, era de tal modo colosal gue no valia la pena comenzarla. Con la definicién actual, que es la de todas los tiempos, agregé, la locura y la razén estan perfectamente discernidas. Se sabe dénde termina una y dénde empieza la otra. «Para qué trasponer la cerca? Sebre el labio fino y discrete del alicnista sobvevolé la vaga sombra de una intencién de sonrisa, en Ja que cl desdén iba unido a 1a conmisera- cién; pero ninguna palabra broté de sus egregias entrafias. La ciencia se contenté con extender la mano a la tcologia, con tal se- tiedad, que Ja teologia no supo finalmente, si debia creer en s{ misma o en la otra. Itaguai y el universo se ubicaban asi al borde de una revolucion. CAPITULO V EL TERROR Cuatro dias después, la poblacién de Itaguai oyé consternada la noti- cia de que un cierto Costa habia sido recluido en la Casa Verde. —jImposible! —jQué imposible ni imposible! Les digo que esta mariana lo recur yeron. —Pero por qué? El no se lo merecia... jAdemds es un hombre que ha hecho tanto!... Costa era uno de los ciudadanos més estimados en Itaguai. Habia heredado cuatro mil cruzados en buena moneda del rey Don Juan V, dinero cuya renta bastaba, segtin le declaré el tio en el testamento, para vivir sin preocupaciones “hasta el fin del mundo”. 57 Apenas tuvo la herencia en sus manos comenzé a dividirla en prés- tamos sin usura, mil cruzados a uno, dos mil a otro, trescientes a éstos, ochocientos a aquél, a tal punto, que al cabo de cinco afios no le quedaba un centavo. Si la miseria hubiese Iegado de golpe, el asembro de Ita- guai habria sido enorme; pero legd despacio, fue pasando de la opu- lencia a la sobreabundancia, de la sobreabundancia al medio término, del medio término a la pobreza, de la pobreza a la miseria, gradual- mente. Al cabo de aquellos cinco atios, todos los que hasta entonces se habian quitado el sombrero al verlo pasar, apenas él aparecia, sobre el final de la calle, ahora le palmeaban cl hombro sin ninguna discrecién, Je hacian morisquetas, bromas de mal gusto. Y Costa siempre tranquilo, risuenio. Ni se le ocurria pensar que los menos corteses eran justamente tos que atin mantenian deudas con él; al contrario, era a esos a quienes parecia saludar con mayor placer, y m4s sublime resignacién. Un dia, como uno de esos incurables deudores le hiciese una burla pesada, y él mismo se riese de ella, observé un tercero con cierta perfidia: —Tu soportas a este tipo para ver si te paga—. Costa no vacilé un instante. Fue a lo del deudor y le perdond la deuda. —No tiene nada de sor- prendente —respondié el otro—; Costa deié escapar una estrella que estd en el ciclo—. Costa era perpicaz, él entendié que negaba todo valor a su acto, atribuyéndole la intencién de desprenderse de fo que nunca habia de Megay a su bolsillo. Era también pundonoroso e imaginativo: dos horas mds tarde encontré un medio de probar que no le cabia se- mejante mancha; tomé algunos doblones, y se los envid en préstamo al deudar. “Ahora espero que...” pensé él sin concluir la frase. Este ultimo gesto de Costa persuadié a crédulos e inerédulos; nadie mds puso en duda los sentimientos caballerescos de aquel digno ciuda- dana, Las necesidades més ocultas salieron a la calle, fueron a golpear su puerta, con sus chinelas viejas y sus capas remendadas. Un gusano mientras tanto roia el alma de Costa: era el concepto del desagradeci- mienio. Pera eso mismo terminé; tres meses més tarde vino su antigua dendor a pedirle unos ciento veinte cruzados con la promesa de testi- tuirselos de alli a dos dias; poco mds o menos, era el residuo de la gran herencia, pero cra también un noble remate: Costa le presté el dinero de inmediato y sin intereses. Desgraciadamentc, no tuvo tiempo de que le pagaran; cinco meses después era recluido en Ia Casa Verde. No es dificil imaginarse Ja consternacién de Itaguai, cuando se en- teré de lo ocurride. No se hablé de otra cosa, se decia que Costa habia enlogquecido durante el almuerzo; otros que de madrugada; y se narta- ban los accesos, que eran furiosos, sombrios, terribles —o mansos, y hasta graciosos segun las versiones. Mucha gente corrid a la Casa Verde, y encontré al pobre Costa tranguilo, un poco asombrado, hablando con mucha claridad y preguntande por qué motivos le habian Mevado alli. 58 Alganos fueron a ver al alienista. Bacamarte aprobaba tales sentimien- tos de estima y compasién, pero agregaba que la ciencia era la ciencia, y que él no podia dejar en la calle a un mentecato. La ultima persona que intercedié por él (porque después de lo que voy a contar nadie més se atrevié a recurtir al terrible médico) fue uma pobre sefiora, prima de Costa, El alienista le dijo que aquel digno hombre no estaba en sus cabales, para lo cual bastaba ver el modo cémo habia disipada los bie- nes que... —jEso no! jEso no! —interrumpié Ja buena sefiora con energia—. Si é] gasté tan répidamente lo que recibid, Ja culpa no fue suya. — Ah, no? No, sefor. Yo le diré a usted que es lo que ocurrié. Mi difunto tio no era un mal hombre; pero cuando estaba furioso exa capaz de no sacarse el sombrero ni ante el Santisimo. Pues bien, un dia, poco tiem- po antes de morir, descubrié que un esclavo le habia rohade un buey; imaginese como se puso. Su cara parecia un pimentén; temblaba de pies a cabeza, echaba espuma por la boca, me acuerdo como si fuese hoy. Entonces un hombre feo, melenudo, en mangas de camisa, se acercé a él y le pidié agua. Mi tio (jDios lo tenga en la gloria!) le respondié que fuese a beber al rio o al infierno. El hombre lo miré, abrié la mano en un gesto de amenaza, y le lanz6 esta maldicién: —jTedo su dinero no habra de durarle més de siete afos y un dia, tan cierto como que ésta es la estrella de Salomén!" *. Y mostré la es trella de Salomén que tenia tatuada en el brazo. jFue eso, sefior, lo que desencadend todo! jFue la plaga de aquel maldito! Bacamarte clavé en la pobre sefiora un par de ojos agudos como pu- fales, Cuando ella termind, le extendid Ja mano educadamente como si lo hiciese a la mismisima esposa del virrey y la invité a ir a hablar con al primo. La miserable le creyé; él la Tlevé a la Casa Verde y la encerrd en la galeria de !os alucinados. La noticia de esta alevosia del ilustre Bacamarte Wend de terror el alma de la poblacién. Nadie podia terminar de creer que, sin motivos, sin enemistad, el alienista enclaustrase en la Casa Verde a una sefiora perfectamente equilibrada, que no habia cometido otro crimen que el de interceder por un infeliz. Se comentaba el episodio en todas las esquinas, en las barberias; se hizo circular un supuesto romance, algu- nas atenciones apasionadas que el alienista otrora habia tenide con Ia prima de Costa, la indignacién de Costa y el desprecio de la prima. De alli la venganza. Era claro. Pero Ja austeridad del alicnista, la vida con- sagrada al estudio que llevaba, parecian desmentir semejantes hipdtesis. 2 Ea estvella de Salomén era una especie de talisman o amuleta, a veces un ta- tuaje como en este caso, constituide por dos tridngulos entrelazados, formando la estrella de seis puntas que tradicionalmente se conoce con el nombre de "Estrella del rey David”. CN. del T.). 59 jPuras habladurias! Todo esto, sin embargo, era segun otros, la piel de oveja que encubria al lobo. Y uno de los mas crédulos ilegé a insi- nuar que estaba al tanto de otras cosas pero que no iba a decirlas, por no tener total seguridad sobre ellas, pero que las conocia y que casi podia jurar que eran ciertas. —Tit que eres intimo suyo, deberias decirnos qué es lo que ocurre, qué sucedié, cudles fueron los motives. . . Crispin Soares se derretia de vanidad. Ese interrogatorio de la gente inquieta y curiosa, de los amigos aténitos, era para 4 una consagracién publica. No habia duda: toda la poblacién sabia por fin que el hombre de confianza del alienista era él, Crispin, el boticario, el colaborador del gran hombre y de las grandes empresas, por eso la corrida de la gente a la botica. Todo eso se reflejaba en la carota jocunda y en la risa discreta del boticario, en la risa y en ed silencio, porque dl no decia nada; uno, dos, tres monosilabos, cuando mucho, sueltos, secos, encu- biertos por la fiel sonrisa, constante e insinuada mas que abierta, Hena de misterios cientificos, que €l no podia, sin deserédito ni peligro, con- fesar a ningin ser humano. “Algo hay”, pensaban los més desconfiados. Uno de ellos, se limité a pensarlo, se encogié de hombros y se fue. Tenia cuestiones personales que resolver, Acababa de constrnir una casa suntuosa. La casa por si sola era motivo suficiente para congregar a la gente; pero habia algo mas —el moblaje, que él habia mandado a traer de Hungria y de Holanda, segtin contaba, y que se podia ver desde la calle, porque las ventanas vivian abiertas—, y el jardin que era una obra prima de arte y de buen gusto. Este hombre que se habla enriguecido con la fabricacién de albardas, habia nutrido siempre el suefio de una Casa magnifica, jardin pomposo, moblaje exquisito. No abandoné el ne- gecio de las albardas, pero descansaba de él en la contemplacién de Ja casa nueva, la primera de Itaguai, mds imponente que la Casa Verde, mas noble que la del Ayuntamiento. Entre Ia gente ilustre de la villa habia protestas y gestos de indignacién, cuando se pensaba, se hablaba 9 se elogiaba la casa del albardero, jun simple albardero, Dios del cielo! “Ahi esta él, boquiabierte”, comentaban los transeuntes, por la manana. Mateo tenia, efectivamente, la costumbre de echarse de bruces en el jardin, con los ojos extasiados en la contemplacién de su casa, enamo- rado, durante una larga hora, hasta que venian a Hamarlo para almor- zax. Los vecinos, si bien Io saludaban con cierto respeto, se reian de él a sus espaldas que era un contento. Uno de ellos llega a decir que Ma- teo seria mucho mds econémico y rico, si fabricase las albardas para si mismo; epigrama ininteligible, pero que hacia reir a todos a carcajadas. —Ya estd alli Mateo, siendo contemplado, ~decian por la tarde. La razon de esta otra expresién era que, por la tarde, cuando las familias salian a pasear Ccenaban temprano), Matco solia apostarse en la ven- 60 tana, bien a Ja vista de todas, sobre un fonda oscuro vestido de blanco, en actitud sefiorial, y asi que se quedaba dos o tres horas hasta que anochecia complctamente. Puede creerse que Ja intencién de Mateo era ser admirado y envi- diado, aunque é1 no la confesase a nadie ni siquiera al boticario, ni al padre Lopes, sus grandes amigos. Y sin embargo, no fue otra la argu- mentacién del boticario, cuando el alienista le dijo que quizds el albar- dero padeciese del amor de las piedras, mania que él, Bacamarte, habia descubierto y que estudiaba hacia algun tiempo. Eso de contemplar la casa... —Nbo, sefior —intercedié vivamente Crispin Soares. — No? —Perdéneme usted, pero tal vez no sepa que él de mafiana examina la obra, no la admira; de tarde som los otros quienes los admiran a él y a la obra. ¥ contd las costumbres del albardero, todas las tardes, desde temprano hasta el anochecer. Una voluptuosidad cientifica iluminé los ojos de Simén Bacamarte. O él no conocia todas las costumbres del albardero, o interrogando a Crispin, quiso nada mds que confirmar alguna informacién incierta o una sospecha vaga. La explicacién lo satisfizo; pero come tenia las alegrias propias de un sabio, concentradas, nada vio cl boticario que hiciese sospechar una intencién siniestra. Al contzario, era de tarde, y el alienista le pidié el brazo para ir de paseo. jDios! era la primera, vez que Simén Bacamarte le daba a su confidente tamaho honor, Crispin se sintié estremecer, atarantado, y dija que si, que estaba listo. En ese momento legaron dos o tres personas de la calle, Crispin los mandé mentalmente al infierno; no sélo retrasaban el paseo, como podia Hegar a ocurrir que Bacamarte cligiese a alguna de ellas para acom- pafiarlo, y prescindiese de G. {Qué impaciencia! jQué angustia! Por fin, salieron. El alienista sugirié ir hacia el lado de Ja casa del alabar- dero, lo vio en la ventana, paséd cinco, seis veces frente a él, despacio, deteniéndose, estudiando las actitudes, 1a expresién del rostro. El pobre Mateo, apenas advirtié que era objeto de la curiosidad o admiracion de la primera figura de Ttaguai, enfatizé su actitud, dio otro relieve a la expresién... jLamentable! jLamentable! No hizo mds que condenar- se; al dia siguiente fue recluido en la Casa Verde. —lLa Casa Verde no es mds que una carcel privada, —dijo un médico clinico. Nunca una opinién repereutié y se propaléd tan r4pidamente. Carcel privada; eso era lo que se repetia de Norte a Sur y de Este a Oeste en Itaguai, con miedo, es verdad, porque durante la semana que siguid a la captura del pobre Mateo, veintitantas personas, —dos o tres de consideracién—, fueron encerradas en la Casa Verde. El alienista decia que sélo eran admitidos Jos casos patoldgicos, pero muy pocos lo 61 eteian. Se acumulaban las versiones populares. Venganza, ambicién econdmica, castigo de Dios, monomania del propio médico, plan secreto de las autoridades de Rio de Janeiro con el propésito de destruir en Itaguai cualquier germen de prosperidad que pudicse brotar, desarro- liarse, florecer, en desmedro y mengua de aquella ciudad, mil otras explicaciones, que no explicaban nada, tal era el producto diario de la imaginacién publica. En eso estaban las cosas cuando regresé de Rio de Janeiro la esposa de] alienista, la tia, la mujer de Crispin Soares, y tedo el resto de la comitiva —o casi toda— que algunas semanas antes habia partido de Itaguai. El alienista fue a recibirla con el boticario, el padre Lopes, los concejales y algunos otros magistrados. El instante en que dofia Evarista puso Jos ojos en Ja persona de su marido es considerado por los cronistas de la época como uno de los mas sublimes de ja historia moral de la humanidad, y ello en virtud del contraste entre las dos naturalezas, ambas extremas, ambas egregias. Dofa Evarista dejo esca- par un grito, balbuceé unas palabras, y se arrojé sobre su consorte, con un gesto que no puede ser mejor definido que compardndolo con una mezcla de pantera y tértola. No asi el ilustre Bacamarte, frio como un diagnéstico, sin desgonzar por un instante la rigidez cientifica, exten- did los brazos 2 su sefiora, que cayé en ellos y se desmayé. Corto inci- dente; al cabo de dos minutos, dofia Evarista recibié los saludos de los amigos, y la cemitiva se puso en marcha. Dofia Evarista era la esperanza de Itaguat; se contaba con ella para atenuar el flagelo de la Casa Verde. De alli las exclamaciones publi- cas, la enorme multitud que colmaba las calles, los banderines, las flo- res y damascos en las ventanas. Con el brazo apoyado en el det padre Lucas, —porque el cminente Bacamarte habia confiado su mujer al vicaric, y los acompafiaba con paso meditativo—, dofia Evarista volvia la cabeza hacia un lado y hacia otro, curiosa, inquieta, halagada. EI vicario la interrogaba sobre Rio de Janeiro, ciudad adonde él no habia vuelto desde el virreinato anterior; y doa Evarista respondia, con en- tusiasmo, que era la cosa mds hermosa que podia haber en la tierra, El Paseo Publico estaba terminado, un paraiso, adonde clla habia ido muchas veces, y la Rua das Belas Noites, el Chafariz de las Ocas... jAb!, jel Chafariz de las Ocas! Realmente, eran ocas, estaban hechas en metal y echaban agua por los picos. Algo realmente elegantisimo. El vicaria decia que si, que Rio de Janeira debia estar ahora mucho més lindo. {Si ya lo era en otro tiempo! Lo cierto cs que no habia de qué sorprenderse, mas grande que Itaguai, y ademas sede del gobierno. .. Pero no se puede decir que Itaguai fuese feo; tenia hermosas residen- cias, la de Mateo, el edificio de la Casa Verde. . . 62 —-A propdsita de la Casa Verde —dijo ck padre Lopes deslizin- dose hdbilmente hacia el tema en cuestién—, usted va a encontrarla repleta de internados. —éNo me diga? —-Asi es. Uno de los que esta alli es Mateo... — EI albardero? —EI albardero, dofia Evarista; y ademas, Costa, la prima de Costa, y Fulano, y Zutano, y.. . —Tedes locos? —O casi locos, —asintié el vicario. —¢Pero qué pasd E] vicario torcié las comisuras de Ia boca, a la manera de quien no sabe nada, o no quiere decir todo lo que sabe. A dofia Evarista la sor- prendié muchisimo que toda esa gente perdiera el juicio; uno u otro, vaya y pase, {pero todos! Por otra parte le costaba ponerlo en duda; su marido era un sabio, no iba a encertar a nadie en la Casa Verde sin pruebas evidentes de su locura. —Sin duda... sin duda... —repetia el vicario. Tres horas después, cerca de cincuenta comensales se sentaban en torno a la mesa de Simén Bacamarte; era la cena de bienvenida. Dona Evarista fue el motivo obligado de todos Ios brindis, discursos, versos de ocasién, metaforas, alusiones, apologias. Ella era la esposa del nuevo Hipdcrates, la musa de la ciencia, angel, ser divino, aurora, caridad, vida, consuelo; traia en Jos ojos dos luceros segin la versién modesta de Crispin Soares, y dos soles, en ef concepto de un concejal. Et alie- nista ola todas esas declaraciones con cierta incomodidad, —pere sin dejar transparentar ninguna impaciencia. Cuando mucho decia al oido de su mujer, que sélo la retérica podia permitir semejantes tiradas sin ninguna significacién. Dofia Evarista hacia esfuerzos por adherirse a esa opinién del marida; pero aun descontando tres cuartas partes de las lisonjas, quedaba mucho para Ienarle el alma. Uno de los oradores, por ejemplo, Martin Brito, muchacho de veinticinco afios, petimetre acabado, curtido de noviazgos y aventuras, pronuncié un discurso en el que el nacimiento de dofia Evarista era explicado del mode mis singular que pueda imaginarse, “Dios, dijo ¢l, después de dar al uni- verso el hombre y la mujer, ese diamante y esa perla de Ja corona divina (y el orador arzastraba triunfalmente esta frase de una punta a otra de Ia mesa), Dios quiso vencer a Dios, y cred a dofia Evarista”. Dofia Evarista bajé los ojos con ejemplar medestia. Dos sefioras que encontraron el galanteo excesivo y audaz, interrogaron Jos ojos del duefio de casa; y en verdad, el gesto del alienista les parecié ensombre- cido por la desconfianza, las amenazas, y posiblemente, la sangre. El atrevimiento fue grande, pensaron las dos damas. Y una y otra pedian a Dios que evitase cualquier desenlace tragico, o que por lo menos Jo 63 postergase hasta el dia siguiente. Si, que lo postergase. Una de ellas, la més piadosa, Hegé a admitiz para sus adentros, que dofa Evarista no podia ser objeto de ninguna sospecha, tan lejos estaba de ser atrayente © bonita. No era mds que agua tibia. Verdad es que, en cuestién de gustos no hay nada escrito. Esta idea la hizo temblar nuevamente, aunque menos, menos porque cl alienista sonreia ahora a Martin Brito, y mientras todos se incorporaban, se aproximé a él y le habld del dis- curso. No le negé que era una improvisacién brillante llena de matices magnificos. ¢Realmente era suya la idea relativa al nacimiento de dofa Evarista, 0 la habrd encontrado en algiin autor que...? No, sefor; era cfectivamente de él; la encontré en aquella oportunidad y le habia parecido apropiada para una alecucién de circunstancia como aquélla. Por lo demés, sus ideas, eran siempre més atrevidas que ticrnas 0 joco- sas. Tenia facilidad para Ie épico. Una vez, por ejemplo, compuso una oda a la caida del marqués de Pombal, 4 en que decia que ese ministro era “el dragén aspérrimo de la Nada”, aplastado por las “garras ven- gadoras del Todo”; y asi otras, m4s o menos fuera de lo comun; le gustaban las ideas sublimes y ravas, las imagenes grandes y nobles. . . i“Pobre muchacho"! pensé cl alienista y prosiguié diciéndose: “Se trata, es cvidente, de un caso de lesién cerebral; fendmeno que no reviste gravedad pero que si es digno de estudio. ..”. Dofa Evarista quedé estupefacta cuando supo, tres dias después, que Martin Brito habia sido internado en la Casa Verde. jUn mucha- cho que tenia ideas tan encantadoras! Las dos sefioras atribuyeron la decision de Bacamarte a sus celos. No podia ser otra cosa; realmente, el pronunciamiento del muchacho habia sido demasiado audaz. éCelos? zComo explicarse, entonces, que poco después fuesen ence- rrados José Borges do Couto Leme, hombre bien visto, Chico® das Cambraias, holgazin emérito, el escribano Fabricio, y algunos otros? Fi terror se acentudé. No se sabia ya quién estaba sano y quién demen- tc. Las mujeres, cuando sus marides salian, mandaban encender una vela a Nuestra Sefiora; y no todes los maridos se sentian seguros; algu- hos no s¢ animaban a salir sin uno o dos guardaespaldas. Decidida- mente, aquello era el terror. Quien podia emigraba. Uno de esos fugi- tives Iegé a ser detenido a doscientos pasos de la villa, Fra un mu- chacho de treinta afios, amable, conversador, educado, tanto que era incapaz de saludar a nadie sin evar su sombrero hasta los pies; en la calle, era frecuente verlo recorrer una distancia de diez a veinte brazas pata ir a estrechar la mano de un hombbre grave, uma sefiora, 0 a veces un nifio, como habia sucedido con el hijo del juez-de-fora. Su pasion 4El marques de Pombal fue la figura politica fundamental de Portugal durante el reinado de José I. Vivid entre los afios 1699 y 1782 y se desempeiid como pri- at aes durante varias décadas. Fue partidario del despotismo ilustrado. N. del * Chico: diminutive portugués de Francisco. Equivale a nuestro Paco. (N. del T.). 64 eran las gentilezas. Por lo demds debia su buen nombre en la sociedad, no sdlo a sus dotes personales, que eran realmente excepcionales, como a la noble tenacidad que le permitia perseverar ante uno, dos, cuatro, seis rechazos, caras feas, etcétera. Lo que sucedia era que cada vez que entraba a wna casa, no Ja dejaba mas, ni los de la casa Jo dejaban a él, tan encantador cra Gil Bernardes. Pucs bien, pese a saberse tan estima- do, Gil Bernardes tuvo miedo cuando Je dijeron un dia, que el alie- nista lo tenia entre ojos; a la mafiana siguiente huyd de la villa, pero Io apresaron de immediato y lo recluyeron en Ja Casa Verde. —jDebemos terminar con esto! —jEsto no puede seguir asi! —_jAbajo Ja tirania! —jDéspota! ;Violento! ;Golias! No eran gritos callejeros, eran susurros de entrecasa, pero la hora de los gritos no estaba lejana. El terror crecia; se avecinaba la rebelidn. La idea de una peticién al gobierno para que Simén Bacamarte fucse capturado y deportade, anduvo por algunas cabezas, antes que cl barbe- ro Porfirio la hiciese piiblica en su local, con grandes gestos de indig- nacién. Advigrtase, —y esta es una de las paginas mds puras de esta sombria histeria—, adviértase que Porfiric, desde que la Casa Verde empezé a poblarse tan extraordinariamente, vio crecer sus beneficios a raiz de la aplicacién constante de sanguijuelas que de alli le pedian; pero el interés particular, decia él, debe ceder al interés publico. Y agregaba: —jHay que derrocar al tirano!—. Adviértase, por lo demds, que él emitié este grito justamente el dia que Simén Bacamarte habia hecho recluir en la Casa Verde a un hombre que portaba con él una demanda, el sefior Coelho. —jNo me van a decir que Coelho es loco! —vaciferé Porfirio. Y nadie le contestaba; todes repetian que cra un hombre perfecta- mente normal. El barbero conocia esa demanda. Versaba acerca de unos plebeyos de la villa y era hija de la oscuridad de una cédula real, y no de la codicia o del odio, Una excelente persona, Coclho. Los tnicos enemigos que tenia, si asi puede decirse, eran algunas personas que, diciéndose descreidas, o alegando estar con prisa, apenas Io veien de lejos doblaban en la primera esquina, entcaban a algin negocio, etcétera, En verdad, a él le encantaba la buena charla demo- tada, realizada entre tragos, y asi es que nunca estaba solo, prefiriendo a los que sabian decir dos palabras, pero sin desdeiiar jamas a los otros. E] padre Lopes, que frecuentaba a Dante, y era uno de los enemigos de Coelho, no habia vez en que lo viese separarse de alguien que no decla- mase y repitiese este fragmento: 65 La bocca sollevd dal fiero pasto Quel “peccatore”. . .5 pero quienes lo escuchaban, o bien conocian el resentimiento del cura, o bien pensaban que se trataba de una oracién en latin. CAPITULO VI LA REBELION Cerca de treinta personas se unieron al barbero, redactaron y pre- sentaron una mocién ante el Ayuntamiento. EI Ayuntamiento se negé a aceptarla, declarando que la Casa Verde ¢ra una institucion publica, y que la ciencia no podia ser enmendada por votacién adminisirativa, menos atm por protestas callejeras. —Volved al trabajo, —concluyé el presidente—, es el consejo que os damos. La irritacién de los disconformes fue enorme. El barbero declardé que de alli en mds izarian la bandera de la rebelidn, y destruirian la Casa Verde; que Itaguai no podia seguir sirviendo de cadaver para los estudios y experiencias de un déspota; que muchas personas estima- bles, algunas incluso distinguidas, otras humildes pero dignas de apre- cio, yacian en los cubiculos de la Casa Verde; que el despotisme cienti- fico del alienista se entremezclaba con el afan de Iucro material, visto que los locos, o los asi Hamados, no eran tratados gratuitamente; las familias, y cuando éstas no podian, el Ayuntamiento, pagaban al alie- nista... —Es falso —interrumpié el presidente. —¢Falso? —Hara unas dos semanas recibimos un oficio del ilustre médico, en el gue nos declara que, tratando de efectuar experiencias de alto valor psicoldgico, renuncia al estipendio que con ese fin le entregé por votacién el Ayuntamiento, asi como tampoco recibird nada mds de los familiares de los enfermos. La noticia de cste acto tan noble, tan puro, apacigué en parte el alma de los rebeldes. Seguramente el alienista podia estar equivocado, pero ningun interés ajeno a la ciencia lo instigaba; y pata demostrar el error era preciso algo més que tumulto y clamores. Eso fue lo que dijo el presidente con aplauso de todo el Ayuntamiento. El barbero, tras algunos instantes de meditacién, declaré que estaba investido de un mandato publico, v no restituiria la paz a Itaguai antes de ver por * Machado de Assis pone aqui, en boca del padre Lopes, parte de los dos primeros versos del Canto XXXIIT del Inferno, de la Divina Commedia. (N. del T.). 66 tierra la Casa Verde, —“esa Bastilla de la razén humana—, expresién que oyera a un pocta local, y que él repitié con mucho énfasis. Asi dijo y a una sefial suya todos salieron tras él. Imaginesc el Iector Ja situacién de los concejales; urgia impedix la reunién, la rebelién, Ia lucha, ei derramamiento de sangre. Para colmo de males, uno de los concejates, que habia apoyaco al presidente, oyen- do ahora Ja denominacién dada por ef barbero a la Casa Verde “Bas- tilla de la razén humana”, la encontré tan elegante que cambid de parecer. Dijo que consideraba de buen tino decretar alguna medida que redujese la Casa Verde; y cuando el presidente, indignado, mani- fest en términos enérgicos su desconcierto ante semejante pedido, el concejal hizo la siguiente reflexion: —Nada tengo que ver yo con la ciencia; pero si tantos hombres a quienes suponcmos razonables son recluidos por demencia, ¢quién pue- de asegurarnos que el alienado no sea el alienista? Sebastiin Freitas, el concejal disidente, tenia cl don de la palabra y hablé unos minutos m4s, con prudencia pero firmemente. Sus colegas estaban aténitos; el presidente le pidié que por lo menos, diese el ejem- plo del orden y de respeto a Ja ley no ventilando sus ideas en la calle, para no dar cuerpo y alma a la rebelion, que era, por el momento, un torbellino de dtomos dispersos. Esta figura corrigiG un poco el efecto de la otra: Sebastian Freitas prometié eludir cualquier accién, reser- vandose el derecho de solicitar por los medics legales la reduccién de log atributos de la Casa Verde. Y se repetia a si mismo encantado: “Bas- tilla de Ja razén humana”. Mientras tanto, el alborote crecia. Ya mo eran treinta sino trescientas las personas que secundaban al barbero, cuyo apodo familiar debe ser mencionado porque dio nombre a la revuelta; lo llamaban el Canjica 7, y el movimiento se hizo célebre con el nombre de rebelién de los Can- jicas. Su accién podia ser restringida, ya que muchos, por temor a pru- ritos de educacidn, no salian a la calle con espiritu de protesta, pero el sentimiento era undnime, o casi undnime, y los trescientos que marcha- ban hacia la Casa Verde, —dada la diferencia existente entre Paris e Ttaguai—, podian ser comparados a Jas que tomaron la Bastilla. Dofia Evarista tuvo noticias de la rebelién antes de que Ilegase a las puertas de Ja Casa Verde: vino a traérselas una de sus crias *. Ella se estaba probando, en ese momento, un vestido de seda -—uno de los 7 La canjica es un revuelto de maiz molido, locro o pré de maiz, al que se le agrega azticar, leche de coco y canela. Se trata de un plato muy popolar en Brasil, ¥ seguramente a esa misma popularidad debe el batbero Porfirio su apodo. (N. el F.). * Crias se Ylamaba, en el Brasil del sighe XIX, a las personas pobres o de origen muy humilde, que eran criadas en casa de otra de mayores recursos, y sobre las que ésta ejercia un tutelaje muchas veces despético. CN. del T.>. 67 treinta y siete que se habia traido de Rio de Janciro— y no quiso creer To que le decian. —Ha de ser alguna broma, —dijo ella mientras cambiaba de lugar un alfiler—. Benedicta, fijate si el dobladillo est4 bien hecho. .. —Si, sefiora —respondiéd la esclava arrodillada en el suelo—. A ver... si la sefiora pudiera darse vuelta un poquito... Asi. Est4 muy bien, scfiora. —No es ninguna broma, scfora; ellos vienen hacia aqui gritando: jMuera el doctor Bacamarte! jMuera el tirano! —decia el muchachito asustado, —jCallate la boca estiipido! j|Benedicta, fijate alli, del lado izquierdo; me parece que la costura estd un poco torcida. La raya azul no sigue hasta abajo; asi queda muy feo; hay que descoserlo para que quede parejito, y... —jMuera el doctor Bacamarte! jMuera cl tirano!, —vociferaban afuera irescientas voccs. Era Ja rebelién en la Rua Nova. A dofia Evarista se le congelé Ja sangre. En un primer momento no pudo dar un solo paso, hacer un unico gesto; el terror la petrificé. La esclava corrid instintivamente hacia la puerta del fondo. En cuanto al muchachito, a quien dona Evarista no diera crédito, tuvo un instante de triunfo, un cierto movimiento subito, imperceptible, entrafiahle, de sa- tisfaccién moral, al ver que la realidad venia a refrendar sus palabras. ~—jMuera el] alienistal —vociferaban los mds cercanos. Dona Evarista si bien no resistia f4cilmente las conmociones acarrea- das por el placer, sabia afrontar los momentos de peligro. No se des- mayo; corrié a la habitacién interior donde su marido estudiaha. Cuando alli entré precipitada, el ilustre médico escrutaba un texto de Averroes; sus Ojos, empafiados por Ja meditacién, ascendian del libro al techo, y descendian del techo al libro, ciegos a la realidad exterior, sdlo atentos a los profundas trabajos mentales. Dofia Evarista amd al marida dos veces, sin Iograr que éste le prestase atencidn; la tercera fue fda y él le pregunté qué ocurria, si se sentia enferma. —iNo oyes esos gritos? exclamé la digna esposa bafiada por Jas 14- grimas. Entonces el alienista prestd atencién; los gritos se escuchaban cada vez mas cercanos, terribles, amenazadores; é1 comprendié todo. Se ie- vanté de la silla con respaldo, cerré el libro y, a paso firme y tranquilo, fue a depositarlo en el estante. Como la intraduccién del volumen desor- denase un poco la linea de disposicién de dos tomos contigues, Simén Bacamarte traté de corregir esc defecto minimo y, por demés, revelador. Despues le dijo a su mujer que permaneciera en su cuarto y que pasara lo que pasara no se moviera de alli, —No, no, —-imploraba la digna sefiore—, quiero morir a tu lado. ,. 68 Simén Bacamarte se negé terminantemente a que su esposa lo acom- pafiara, diciéndole que era descabellado creer que estaban ante un ries- co de muerte; y aun cuando asi fucra, la intimaba, en nombre de la vida, a que permaneciera donde él le habia ordenado, La infeliz dama inclind la cabeza obediente y Horosa. —jAbajo la Casa Verde! —gritaban los Canjicas. EI alienista se encamind hacia el baleén delantero, y salié a él en el momento en que la muchedumbre Iegaba y se detenia ante la casa; con sus trescientas cabezas rutilantes de civismo y sombrias de desesperacién. —jMuera, muera!— vociferaban desde todos los lados apenas el alienista se asomé al balcén. Simén Bacamarte hizo un gesto pidiendo silencio; los revoltosos respondieron con gritos de indignacién. Enton- ces el barbero, agitando cl sombrero, a fin de imponer silencio a la turba, consignié aquietar a sus compafieros y le dijo al alienista que podia hablar, pero agregd que no abusase de la paciencia del pueblo como jo habia hecho hasta entonces. —Seré breve, y atm mas que breve. Deseo saber primero qué pedis. —No pedimos nada, —replicd enardecido ef barbero—; ordenamos que la Casa Verde sea demolida, 0 por lo menos liberados los infelices que alli estén. —WNo entiendo. —Entendéis bien, tirano; queremos la libertad para las victimas de vuestro odio, arbitrariedad, y sed de lucro... El alienista sonrié, pero la sonrisa de ese gran hombre no fue cosa visible a los ojos de la multitud; era una concentracién leve de dos o tres mutsculos, nada mds. Sonrié y respondid: —Sefiores mios, la ciencia es cosa seria y merece ser tratada con se- nedad. No dey razén de mis actos de alienista ante nadie, excepcién hecha de los maestros y de Dios. $i queréis enmendar la administracién de la Casa Verde, estoy dispuesto a oiros; pero si exigis que me niegue a mi mismo, no ganaréis nada. Podria invitar algunos de vosotros, en representacién de los restantes, a venir conmigo para ver a los demen- tes recluides; pero no lo hago porque seria daros la razén de mi sistema, lo que no haré ante legos ni rebeldes. Dijo esto el alienista, y la multitud quedé aténita; era evidente que no esperaba tanta energia y menos atin tamafia serenidad. Pero el asom- bro crecié mds atin cuando el alienista, haciendo ante la multitud una reverencia con suma gravedad, Ie dio la espalda y desaparecié en el interior de la casa. El barbero se repuso de inmediato y, agitando el sombrero, invitd a sus compaficros a demoler la Casa Verde, pocas y débiles vaces Je respondicron. Fue en ese momento decisive cuando ek barbero sintié despertar en si la ambicién de pader; le parecié entonces que demoliendo la Casa Verde, y neutralizando la influencia del alie- nista, Megaria a apoderarse del Ayuntamiento, dominaria las restantes 69 autoridades y se constituirfa en el sefior de Itaguai. Hacta ya algunos afios que él se empefaba en ver su nombre incluido en las listas de can- didatos a concejal, pero era rechazado por no tener una posicién com- patible con tan digno cargo. La oportunidad era ahora o nunca. Por lo dems, ya habia Mevado tan lejos el tumulto, que la derrota equivaldria a prisién, 0 quizds la horca o el destierro. Desgraciadamente, la res- puesta del alicnista habia amenguado el furor de sus seguidores. El barbero ni bien se dio cuenta de ello, sintié que lo ganaba la indigna- cién, y quiso gritarles: —jCanallas! jCobardes!— pero se contuvo, y hablé de este mode: —jCompatieros, luchemos hasta el fin! La salvacién de Itaguai est4 en vuestras manos dignas y heroicas, Destruyamos Ja carcel de vuestros hijos y padres, de vuestras maces y hermanas, de vuestros parientes y amigos, y de vosotros mismos. ;O moriréis a pan y agua, tal vez a lati- gazos, en las mazmorras de este miserable! La multitud se agité, un murmullo la recorrié a lo largo y a lo ancho, vociferé, amenazé, cerré filas alrededor del barbero. Era la rebelién que volvia a crecer, tras el ligero sincope, y amenaza arrasar la Casa Verde. —jVamos! —bramé Porfirio agitando el sombrero. —-jVamos! —yepitieron todos. Un incidente, empero, los detuve: era el cuerpo de dragones que, al trote de sus caballos, entraba en la Rua Nova. CAPITULO VH LO INESPERADO Cuando Tos dragones se detuvicron ante los Canjicas, hubo un ins- tante de estupefaccién: los Canjicas no querian creer que se hubiese mandado contra ellos a la fuerza publica; pero el barbero comprendié todo y esperé. Los dragones se detuvieron, el capitén intimé a la multi- tud a dispersarse; pero si bien una parte de ella estaba dispuesta a hacerlo, la otra apoyé firmemente al barbero, cuya respuesta fue for- mulada en estos términos rotundos: —No nos dispersaremos. Si queréis nuestros caddveres, podéis to- marlos; pero sdlo los caddveres; no tendréis nuestro honor, nuestros principios, nuestros derechos, y con ellos la salvacién de Itaguai. Nada mds imprudente que esta respuesta del barbero; y nada més natural, Era el vértige de las grandes crisis. Tal vez fuese también un exceso de confianza en la abstencién de nso de Jas armas por parte de log dragones; confianza que el capitdn se encargé de disipar en seguida, ordenando cargar sobre las Canjicas. El momento fue indescriptible. La multitud bramé enfurecida, algunos, trepindose a las ventanas de la 70 casa, o corriendo hacia las calles laterales, lograton escapar; pero la ma- yoria permanecié donde estaba, vociferando de cdlera, indignada, alen- tada por el barbero. La derrota de los Canjicas era inminente, cuando un tercio de les dragones —haya sido cual fuere ei motivo, ya que las crénicas no lo aclaran— pasé siibitamente a engrosar las filas de la rebelién. Este inesperado refuerzo reanimé a los Canjicas, al mismo tiempo que desalenté a las tropas legales. Los soldados ficles no tuvieron coraje de atacar a sus propios compa- fieros y, uno tras otro, fueron uniéndose a ellos, de modo que, al cabo de algunos minutos las cosas habfan tomado un curso totalmente dis- tinte. El capitan estaba de un lado, con algunos hombres, contra una masa compacta que lo amenazaba de muerte. No tuvo mds remedio que declararse vencido, y entregé su espada al barbero. La revolucién triunfante no perdié ni un solo minuto; alojé a los heridos en casas vecinas, y se dirigié hacia el Ayuntamiento. Pueblo y tropa confraternizaban, daban vivas al rey, al virrey, a Itaguai, al “ilus- tre Porfirio”. Este encabezaba la marcha, empufando tan diestramente la espada, como si ella no fuese mds que una navaja un poco més larga que las habituales. La victoria circundaba su frente con una aureola mis- teriosa. La dignidad del gobierno empezaba a enhestarle el porte. Los concejales, asomados a las ventanas, viendo la maltitud y la tropa, creyeron que ésta habia capturado a los rebekdes, y sin mas conmisera- cidén, volvieron a entrar y votaron una peticién al virrcy para que orde- nase dar un mes de sueldo extra a los dragones, “cuyo denuedo salvé a Itaguai del abismo al que Io habia lanzado una cafila de rebeldes’. Esta frase fue propuesta por Sebastian Freitas, el concejal disidente, cuya defensa de los Canjicas tanto habia escandalizado a sus colegas. Pero Ja ilusién no tardé en desvanecerse. Los vivas al barbero, los muera a los concejales y al alienista vinieron a traerles Jas nuevas de Ja triste realidad. El presidente no se desesperé: “cualquicra sea nuestra suerte”, dijo él, “recordemos que estamos al servicio de su Majestad y del pue- blo”. Sebastién Freitas insinué que mejor se podia servir a Ja corona y a la villa saliendo por los fondos y yendo a conferenciar con el juez-de- fora, pero el Ayuntamiento rechazé en pleno esta propucsta. Inmediatamente, el barbero acompafiado por algunos de sus tenien- tes, entraba al salén de la Concejalia, c intimaba a sus integrantcs a dimitir. El Ayuntamiento no se resistié, sus integrantes se entregaron y fueron trasladados a la prisién. Entonces los amigos del barbero le pro- pusieron que asumiese el gobierno de la villa en nombre de Su Majes- tad. Porfirio acepté el cargo, aunque no desconocia, aclaré, las espinas que el ofrecimiento traia consigo; agregé que no podia dispensar el con- curso de los amigos allf presentes; quienes de inmediato le ofrecieron su colaboracién. El barbero se acercé a la ventana, y comunicé al pue- blo esas resoluciones que el pueblo ratificé aclamando ai barbero, quien 71 pasé a ser llamado “Protector de la Villa en nombre de Su Majestad y del pueblo”, Se expidieron de inmediato varios edictos importantes, co- municaciones oficiales del nuevo gobierno, una exposicidn minuciosa al virrey, con muchas expresiones de acatamiento a las érdencs de Su Ma- jestad; finatmente, una proclama al pueblo, corta pero enérgica: TAGUAYENSES! Un Ayuntamiento corrupto y violento conspiraba contra los intereses de su Majestad y del pueblo. La opinion yiblica lo habia condenado; un pufado de ciudadanos, fuertemente apoyados por ios braves Drago- nes de su Majestad, acaba de disolverlo ignominiosamente, y por und- nime consenso de la villa, me fue confiade el mando supremo, hasta que su Majestad se sirva ordenar lo que le pareciere mejor a su Real Servi- cio. jltaguayenses! No os pido sino que me rodeéis de confianza, que me ayudéis a restaurar la paz y la Hacienda Publica, tan dilapidada por el Ayuntamiento que acaba de ser disuelto por vuestras manos. Contad con wi sacrificio, y estad seguros de que la Corona estard con nosotros. El Protector de la Villa, en nombre de Su Majestad y del pueblo. Porfirio Caetano Das Neves Todo ef mundo advirtié el absoluto silencio de esta proclama con respecto de la Casa Verde; y, segtin algunos, no podia haber més vive indicio de los proyectos tenebrosos del barbero. Fl peligro era tanto ma- yor cuanto que, en medio de estos graves sucesos, el alienista habia encerrado en la Casa Verde unas siete u ocho personas, entre ellas dos sefioras, y un hombre que estaba emparentada con el Protector. No era un refo, un acto intencional; pero todos lo interpretaron de esa manera, y la villa respiré con la esperanza de ver, en veéinticuatro horas a lo sumo, al alienista entre rejas, y a la terrible cdrcel derruida. E] d’a terminé alegremente. Micntras el heraldo de la matraca iba recitando de esquina en esquina la proclama, e! pueble sc velcaba a las calles y juraba morir en defensa del ilustre Porfirie. Y fueron pocos los gritos contra la Casa Verde, prueba de confianza en la accién de go- bierno, El barbero hizo expedir una proclama declarando feriado aquel dia, y entablé negociaciones con cl vicario para la celebracién de un Te Deum, tan conveniente resultaba a sus ojos la conjugacién del poder temporal con el espiritual; pero el padre Lopes se negé abiertamente a prestar apoyo a tal fin. —Supongo que Su Eminencia no se alistaré entre los enemigos del gobierno, —le dijo al barbero dando a su expresién un aspecto tenebroso. 72 A lo que el padre respondié sin responder: — Cémo alistarme, si el nuevo gobierno no iicne enemigos? El barbero sonrié, era la pura verdad. Salvo el capitan, los conccjales y los principales de la villa, toda la gente lo aclamaba. Incluso los prin- cipales, si bien no lo aclamaban era igualmente cierto que no se habian pronunciado en contra de él. No hubo un unico almotacén que no se presentara para recibir sus érdenes. Por lo general, las familias bende- cian el nombre de aquel, que por fin, iba a liberar Htaguai de la Casa Verde y del terrible Simén Bacamarte. CAPITULO VII LAS ANGUSTIAS DEL BOTICARIO Veinticuatro horas después de los sucesos narrados en el capitulo ante- rior, el barbero dejé el palacio de gobierno —tal la denominacién dada al recinto del Ayuntamiento— en compafita de dos auxiliares, y se diri- gié a la rcsidencia de Simén Bacamarte. No igroraba Porfirio que era mas decoroso para el gobierno mandar a Ilamarlo; el recelo, empero, de que el alienista no obedeciese, lo obligé a aparccer tolerante y mo- derado, No describo el terror del boticario cuando oyd decir que el barbero iba a Ja casa del alienista. “Va a detenerlo”, pensé di. Y sus angustias se multiplicaron. En efecto, la tortura moral del boticario en aquellos dias de xevolucién excede toda descripcién posible. Nunca un hombre se encontré en circanstancias mds apremiantes: las funciones desempefia- das junto al alienista lo obligaron a permanecer a su lado, la victoria del barbero por su parte lo atraia hacia su causa. Ya Ja simple noticia de la sublevacién habia producido una fuerte conmocién en su alma, porque él estaba al tanto de lo undnime que era el odio de todos hacia el alie- nista; pero la victoria final fue también el golpe final. La esposa de Crispin Soares, sefiora de fuerte temperamento, amiga personal de dofia Evarista, le decia que su lugar estaba junto a Simdén Bacamarte; su corazén, sin embargo, le gritaba que no, que la causa del alienista estaba perdida, y que nadie, por propia voluntad hace alianza con un cadaver. “Lo hizo Catén, es cierto, Sed victa Catoni”, pensaba él, recordando algunas de las frecuentes prédicas del padre Lopes; “pero Catén no se até a una causa vencida; era él su propia causa vencida, la causa de la epublica; su acto por lo tanto, fue el de un egoista, el de un misero egoista: mi situacién es otra’. Insisticnde, empero, la mujer, no encon- trd Crispin Soares otra salida, en semejante crisis, que enfermarse; se declaré enfermo y se metid en Ja cama. 73 —En este momento, Porfirio se dirige a la casa del doctor Bacamarte, —le dijo la mujer al dia siguiente, acercd4ndose a su lecho— lo acom- pana un grupo. “Lo van a detener”, pensd el boticario. Una idea trae la otra; el boticario imaginéd que, una vez encarcelado el alienista, vendrian de inmediato a buscarlo a él, en calidad de cém- plice. Esta idea fue el mejor de los reconstituyentes. Crispin Soares se incorpord, dijo que ya se sentia bien, que iba a salir; y pese a todos los esfuerzos y protestas de su consorte, se vistié y salid. Los ecronistas de ese entonces son undnimes en decir que la certeza de gue el marido iba a unirse noblemente al alienista, consolé a la esposa de] boticario; ¥ anotan, con muchas perspicacia, el inmenso poder moral que puede Ile- gar a tener una ilusion; y dicen ilusién porque el boticario se cncamindé resueltamente hacia el palacio de gobierno y no hacia la casa del alic- nista. Una vez alli, se mostré sorprendido de no encontrar al barbero, a quien deseaba expresar sus respetuosos saludos y testimoniarle su adhesién; y Ie dieron a Crispin Soares muestras de esmerada atencidn; Je aseguraron que el barbero no tardaria; Su Sefioria habia ido a la Casa Verde, por asuntos de gobierno, pero no se demoraria. Le ofrecieron una silla, lo invitaron con refrescos, le dispensaron elogios; le dijeron que fa causa del ilustze Porfirio era la de todos los patriotas; a lo que el boticario repetia que asi era, efectivamente, que nunca habia pen- sado otra cosa y que asi pensaba declararlo ante Su Majestad. CAPITULO 1X DOS LINDOS SINTOMAS No debié aguardar mucho el barbero para que lo recibiese el alienista; quien le declaré que no tenia medios para oponérsele, y que por lo tanto estaba listo para obedecerle. Sdlo una cosa le pedia, y era que no Jo obligase a asistir personalmente a la destruccién de la Casa Verde. —Se engaiia Vuestra Merced, —dijo cf barbero tras una pausa—, se engafia al atribuir al gobierno intenciones vandélicas. Con razén o sin ella, la cpinién general entiende que la mayor parte de jos locos alli recluidos estén en su més sano juicio, pero el gobierno reconoce que la cuestién es puramente cientifica, y no pretende resolver con medidas drasticas asuntos que sélo son competencia de Ja ciencia. Por Jo demas la Casa Verde es una institucién publica; asi la aceptamos de manes del Ayuntamiento ahora disuelto, Hay, empero, necesariamente debe ha- cerlo, un criterio capaz de restituir el sosiego al espiritu publico. 74 F] alienista apenas podia disimular su asombro; confesé que esperaba otra cosa, la demolicién del hospicio, su prisién, ¢] destierro, todo, Tnenos. .. —EI desconcierto de Vuestra Merced --lo interrumpié gravemente el barbero—, se funda en el desconocimineto de la grave responsabili- dad det gobierno. El pucblo, dominado por una ciega piedad, que le provoca en tal caso legitima indignacién, puede exigir del gobierno cierta prioridad en sus actos; pero éste, com la responsabilidad que le incumbe, no los debe practicar, al menos integralmente, y tal es nuestra situacién. La generosa revolucién que ayer destituyé un Ayuntamiento vilipendiado y cortupto, pidié con altas voces la demolicién de la Casa Verde; gpero puede entrar en el dnimo del gobierno eliminar la locura? No. 2¥ si el gobierno no la puede eliminar, esta al menos apto para discriminarla y reconocerla? Tampoco. Ello es materia de la ciencia. Por lo tanto en asunto tan melindroso, el gobierno no puede, no debe, no quiere dispensar €l concurso de Vuestra Merced. Lo que le pide es que arbitremos un medio para contentar al pueblo. Undmonos, y el pue- blo sabré obedecer. Uno de los recursos posibles, a menos que Vuestra Merced, proponga otro, seria el de hacer retirar de Ja Casa Verde a aquellos enfermos que estuvieren casi curados, asi como los mamiacos de poca monta, etc. De tal modo, sin gran peligro, mostraremos alguna tolerancia y benignidad. —-¢Cuantos muertos y heridos hubo ayer en la refriega? —pregunté Simon Bacamarte al cabo de tres minutos. Al barbero Jo sorprendid la pregunta, pero respondié de inmediato que once muertos y veinticineo heridos. -—jQnce muertos y veinticinco heridos! —repetid dos o tres veces el alienista. Y luego expresé que el recurso propuesto no le parecia bueno, pero que ya iba él a arbitrar algiin otro, y que en les préximos dias le daria una respuesta. Y le hizo varias preguntas sobre los sucesos de la vispera, ataque, defensa, adhesién de los dragones, resistencia del Ayuntamiento, eteétera, a lo que el barbere iba respondiendo con gran abundancia de informacién, insistiendo especialmente en el descrédito en que el refe- tido Ayuntamiento habia caido. El barbero confesé que el nuevo go- bierno no contaba atin con el voto de los principales de la villa, y que el alienista podia hacer mucho en lo referente a este punto. E] gobierno, concluyé el barbero, se alegraria si pudiera contar no ya con Ja sim- patia, sino con Ja benevolencia del mas alto espiritu de Itaguai, y segu- ramente del reino. Pero nada de eso alteraba la noble y austera fisono- mia de aquel gran hombre que ofa callado, sin desvanecimiento, ni modestia, impasible como un dios de piedra. —-Once muertos y veinticinco heridos, —repitié el alienista, después de acompafiar al barbero hasta Ia puerta—. He aqui dos lindos sintomas 75 de enfermedad mental. La dualidad y descaro de este barbero Jo son positivamente. En cuanto a la necedad de quienes lo aclamaron no es necesario otra prueba que Ios once muertos y los veinticinco heridos. -——jDos lindos stntomas! —Viva el ilustre Porfirie, —exclamaban unas treinta personas que aguardaban al barbero en la puerta. E] alienista espid por la ventana, y alcanzé a oir este fragmento de la arenga que dirigié el barbero a Jas treinta personas que lo aclamaban: —..-porque yo velo, podéis estar seguros, por el cumplimiento de ia voluntad popular. Confiad en mi; y toda se hard de la mejor manera. Sélo os recomiendo orden. El orden, mis amigos, es la base del gobierno. —jViva el ilustre Porfirio! —clamaron las treinta voces, agitando los sombreros. — Dos lindos sintomas! —murmuré el alienista. CAPITULO X LA RESTAURACION Cinco dias después, el alienista encerré en la Casa Verde cerca de cin- cuenta aclamadores del nuevo gobierno. El pueblo se indigné. El go- bierno, aturdido, no sabia cémo reaceionar. Juan Pina, otro barbero, decia arbitrariamente en las calles, que Porfirio estaba “vendido al oro de Simén Bacamarte”, afirmacién que congregé a su alrededor a la gente més decidida de Ja villa. Porfirio, viendo a su antiguo rival de la navaja al frente de la insu- rreccién, comprendiéd que estaba ixremediablemente perdido, # menos que diese un gran golpe; expidié entonces dos decretos, uno abaliendo Ja Casa Verde, otro desterrando al alienista. Juan Pina mostré clara- mente, con grandes frases, que las medidas de Porfirio no eran otra cosa que demagogia, un cebo que el pueblo no debia morder. Dos horas des- pués, Porfirio caia ignominiosamente, y Juan Pina asumia la dificil tarea de gobernar. Como encontrase en los archives las minutas de pro- clamacién, de Ja exposicién al virrey y de otros actos inawgurales del gobierno anterior, se dio prisa en hacerlos copiar y expedir; agregan los cronistas, cosa que por lo demas se subentiende, que él les cambid los nombres, y donde el otro barbero habia hablado de un Ayuntamiento corrupto, se refirié éste a “un intruso influido por las malas doctrinas francesas, y contrario a los sacrosantos intereses de Su Majestad”, etc. En eso estaban las cosas cuando entré a la villa una fuerza coman- dada por el Virrey, y restablecié el orden. El alicnista exigid, de inme- diato, que le entregaran al barbero Porfirio, asi como a unos cincuenta y tantos individuos, a quienes declaré mentecatos; y no sélo le entrega- 76 ron a todos los que solicité, sino que ademds prometieron poner a su disposicién diecinueve secuaces mas del barbero, que convalecian de las heridas recibidas en la primera rebelion. Este punto en cl desarrollo de ta crisis de Itaguai marca también el grado maximo de influencia alcanzado por Simén Bacamarte. Todo cuanto quiso, le fue facilitado; y una de las mds vivas pruebas del po- der del ilustre médico la encontramos en la prontitud con que los con- cejales, restituidos a sus funciones, consintieron en que Scbastidn Frei- tas también fuese recluido en el hospicio. El alienista, al par de Ja extra- ordinaria inconsistencia de las opiniones de ese concejal, entendid que era un caso patoldgico, y pidid que se lo entregaran. Lo mismo ocurrid con el boticario. El alienista, una vez cnterado de la momenténea adhe- sién de Crispin Soares a la rebelién de los Canjicas, la cotejé con et apoyo que siempre habia recibido de él, atin en la vispera del levanta- miento y ordené finalmente que lo capturaran. Crispin Soares no negé el hecho, pero lo explicé diciendo que habia cedido a un movimiento de terror, al ver la rebclién triunfante, y dio como prueba la auscncia de cualquier otro acto snyo en ese mismo sentido, agregando que de inmediato, tras la visita que efectuara al Ayuntamiento, habia vuelto a la cama, cnfermo. Simén Bacamarte no lo contrarié, dijo, empero, a quienes en esa ocasién se hallaban alli presentes, que el terror también es padre de la locura, y que el caso de Crispin Soares le parecia de los més caracteristicos. Pero la prueba mds evidente de la influencia de Simén Bacamarte fue la docilidad con que el Ayuntamiento le entreg6 a su propio presi- dente. Este digno magistrado habia declarado, en plena sesién, que no se contentaba, para lavar la afrenta que le habian causado los Caujicas, con menos de treinta almudes de sangre; palabras que Ilegaron a los oides del alienista por boca del secretario del Ayuntamiento, entusias- mado con la energia de la que daba pruebas el presidente. Simén Baca- marte, empezd por encerrar al secretario en la Casa Verde, y de alli se fue a la sede del Gobierno ante la cual declaré que el presidente padecia de “demencia taurina’, un gémero que él pretendia estudiar, con gran beneficio para los pueblos. El Ayuntamiento al principio vacilé, pero luego terminé cediendo. De alli en mas, fue una secuencia desenfrenada de reclusiones. Un hombre no podia dar origen o curso a Ja mentira mds simple del mun- do, incluso a una de esas que ivonizan al propio inventor o divulgador, que ya lo metian en la Casa Verde. Todo era Jocura. Los cultores de adi- vinanzas, los inventores de charadas, de anagramas, los maldicientes, los que curioseaban en la vida ajena, los que dicen necedades, uno u otro almotacén presuntuoso, nadie escapaba a los emisarios del alie- nista. El respetaba a las muchachas enamoradas pero no a las seducto- ras que mariposeaban yendo de una relacién a otra, dicienda que las 77 primeras cedian a un impulso natural, y las segundas a un vicio. Si un hombre era avaro 9 prédigo terminaba de igual modo en la Casa Verde; de alli se inferia que no habia regla que pudiese establecer la completa sanidad mental. Algunos cronistas creen que Simon Bacamarte, no siempre procedia con lisura, y citan en abono de la afirmacién Cque no sé si puede ser aceptada) el hecho de haber lograde que el Ayuntamiento aprobase una peticién autorizando el uso de un anillo de plata en el dedo pulgar de la mano izquierda, por parte de toda persona que, sin otra prueba docu- mental o tradicional, declarase tener en las venas dos o tres onzas de sangre goda. Dicen que el fin secreto del consentimiento de los conce- jales fue enriquecer a un platero, amigo y compadre del alienista: pero, si bien es cierto que el platero vio prosperar su negocio después de la nueva ordenanza municipal, no lo es menos que esa peticién una vez aprobada, dio a la Casa Verde una multitud de inquilinos; por lo cual no se puede definir, sin que sea una temeridad, la auténtica finalidad del ilustre médico. Cuanto a la razén determinante de la captura y re- clusién en la Casa Verde de todos los que usaron el anillo, es uno de los puntos mas oscuros de la historia de Itaguai; la opinién mds verosi- mil es que todos ellos fueron encerrados por andar gesticulando como tontos, en las calles, en las casas, en Ja iglesia. Nadie ignora que los laces gesticulan mucho. En todo caso es una simple conjetura; de posi- tivo no hay nada. —iAdénde ira a parar este hombre? —decian los principales de la tierra—. jAh, si hubiésemos ayudado a Jos Canjicas.. .! Un dia de mafiana —dia en que el Ayuntamiento debia ofrecer un gran baile— la villa entera fue conmovida por la noticia de que ja propia esposa del alienista habia sido encerrada en la Casa Verde. Na- die lo creyé; debia de ser algiin invento de algin tunante, Pero no: era la pura verdad. Dofia Evarista habia sido recluida a las des de la mafiana. El padre Lopes corrié a lo del alienista y io interrogé discre- tamente acerca de Io ocurrido. —Ya hace algin tiempo yo tenia mis sospechas, —dijo gravemente el marido—. La modestia con que ella habia vivido en ambos matrimo- nios era inconciliable con cl furioso interés por las sedas, los terciopelos, tejidos y piedras de que dio sobradas pruebas a su regreso de Rio de Janeiro. Desde entonces empecé a observarla, Todas sus conversacio- nes giraban en tornc a esos objctos; si yo le hablaba de antiguas cortes, preguntaba en seguida por la forma de los vestides de las damas; si la visitaba alguna sefiora, en mi ausencia, antes de decirme cual habia sido el objeto de la visita, me describia su atuends, aprobando unas prendas y criticando otras. Un dia, y creo que Vuestra Reverendisima ha de recordarle, me propuso hacer anualmente un vestida para [a ima- gen de Nuestra Sefiora de la Matriz. Todos estos simbolos cran graves; 78 esa noche, empero, irrumpié la demencia total. Habia clegido, preparado y adornado el atuendo que evaria al baile del Ayuntamiento Municipal, sélo vacilaba entre un collar de granate y otro de zafiros. Anteayer me pregunté cudl me parecia a mi que debia Mevar; le respondi que ambos le quedaban muy bien. Ayer, durante el almuerzo, me repitid la pre- gunta; poce después de la cena la encontré callada y meditativa. —gQué te ocurre?, —le pregunté. --{Pensaba ponerme el collar de granates pero el de zafiro me parece tan lindo! —Pues entonces ponte el de zafiros. —St, pero entonces tendré que dejar el de granates—-. Pues bien, entre esas ideas y vueltas pasd el resto de la tarde. Hacia el atardecer comi- mos algo liviano y después nos acostamos. En plena noche, a eso de Ia una y media, me despicrto y no la veo; me incorporo, voy al cuarto de vestir, y la encuentro ante los dos collares, probandoselos alternativamente ante el espejo, primero uno, después el otro. Era evidente su demencia, la encerré de inmediato. El Padre Lopes no se satisfizo con la respuesta, pero no objeté nada. El alienista, empero, percibié su disconformidad y le explicé que el caso de dofia Evarista se inscribia dentro de Ia llamada “mania suntuaria’, no incurable, y en todo caso digna de estudio. Espero tenerla recuperada en seis scmanas—, concluyé él. La abnegacién del ilustre médico aboné en favor suyo. Conjeturas, inventos, suspicacias, todo cayé por tierra, desde que él no dudd en internar en la Casa Verde a su propia mujer, a quien amaba con todas Jas fuerzas de su alma. Nadie mds tenia el derecho de oponérsele, me- nos atin el de atribuirle intenciones ajenas a la ciencia. Era un gran hombre austero, Hipdcrates recubierto por los ropajes de un Catén. CAPITULO XI EL ASOMBRO DE ITAGUAI Y ahora preparese el lector para sentir el mismo asombro que se apoderdé de Itaguai al enterarse wn dia que todes los locos de la Casa Verde iban a ser puestos en libertad. — (Todos? —Todos. —Fs imposible, algunos puede ser; pero todos... —Todos. Asi lo dijo él en el comunicado que envid esta mafiana al Ayuntamiento. De hecho, ¢] alienista habia informado a las autoridades que: 1°) Habiendo verificado que las estadisticas de la villa y de la Casa Verde evidenciaban que cuatro quintas partes de la poblacién estaban 79 alojadas en aquel establecimiento; 29} que este disloque de la poblacién lo habia inducido a examinar los fundamentos de su teoria sobre las molestias cerebrales; teoria que excluia de los dominios de la razon todos los casos en los que ef equilibrio de las facultades no fuese per- fecto y absoluto; 3°) que de ese examen y del hecho estadistico habia resultado Ja conviccién de que la verdadera doctrina no era aquella sino la opuesta y que por lo tanto se debia admitir como normal y ejemplar el desequilibrio de las facultades, y como hipétesis patoldgicas todos los casos en que aquel desequilibrio fuese interrupto; 4%) que teniendo en cuenta todo lo dicho, declaraba al Ayuntamiento que iba a poner en libertad a todos los reclusos de la Casa Verde y a proceder a acoger a las personas que se encontraban en las condiciones ahora expuestas; 5°) que tratando de descubrir la verdad cientifica, no ahorraria esfuerzos de ninguna naturaleza, esperando de las autoridades igual dedicacién; 6°) que restituia al Ayuntamiento y a los particulares la suma total del importe recibido para el alojamiento de los supuestos locos, descontada ja parte cfectivamente invertida en alimentacién, vestimenta, etc.; in- versiones cuyo monto las autoridades podrian verificar en los libros y arcas de la Casa Verde. El asombro de Itaguai fue grande; no fue menor la alegria de los parientes y amigos de los reclusos. Cenas, bailes, fuegos artificiales, can- ciones; de todo hubo para celebrar tan fausto acontecimiento. No des- ctibo los festejos porque no interesan a nuestro propésito; pero fueron espléndidos, conmovedores y prolongadas. iAsi son las cosas humanas! En medio del regocijo producido por el comunicado de Simén Bacamarte, nadie advirtié en Ja linea final de la cuarta clausula, una frase que dejaba entrever cudles serian los sucesos futures. CAPITULO Xii EL FINAL DE LA CUARTA CLAUSULA Se apagaron los fuegos de artificio, se reconstituyeron las familias, todo parecia recolocado sobre sus antiguos carriles. Reinaba el orden, el Ayun- tamiento cjercia otra vez el gobierno, sin ninguna presién externa; hasta el mismo presidente y el concejal Freitas volvieron a sus puestos. El barbero Porfirio, aleccionado por [es acontecimientos, habiéndolo “pro- bado todo”, como cl poeta dijo de Napoleén, y algo mas todavia, por- que Napoleén no probé la Casa Verde, el barbero, digo, creyé preferi- ble la gloria oscura de la navaja y de la tijera a las calamidades brillantes del poder; fue, es cierto, procesado; pero la poblacién de ia villa imploré la clemencia de Su Majestad; y el perdén fue concedido. Juan Pina fue 80 absuelto, atendiéndose al hecho de que él habia derrocado a un rebelde. Los cronistas piensan que de este hecho nacié nuestro proverbio: Ls- drém que reba a un ladrén, tiene cien afios de perdén; proverbio inmo- ral, es cierto, pero enormemente util. No sélo cesaron las quejas contra el alienista, sino que ni la menor sombra de resentimiento cmpafié el alma de nadic a raiz de [os actos por él cometidos; agréguese a esto que los reclusos de la Casa Verde, desde que él los declarara en uso pleno de razén, se sintieron ganados por un profundo recanocimiento y ferviente gratitud. Muchos entendie- ron que cl alienista merecia una demostracién especial, y le organizaron un baile, al que siguieron otros bailes y cenas. Dicen las crénicas que dofia Evarista habia tenido en un comienzo la idea de separarse de su consorte, pero el dolor de perder la compafia de tan gran hombre pudo més que cualquier resentimiento de amor propio, y la pareja pasd a ser, incluso, mas feliz que antes. No menos fntima fermind siendo la amistad entre el alicnista y el boticario. Este concluyé, tras conocer el comunicado de Simén Baca- marte, que la prudencia es la primera de las virtudes en tiempo de revo- lucién, y aprecié mucho la magnanimidad del alicnista que, al darle libertad, le extendié su mano de viejo amigo. —Es un gran hombre, —le dijo él a su mujer—, refiriéndole aquella circunstancia. No es preciso hablar del albardero, de Costa, de Coelho, de Martin Brito y de los otros, especialmente nombrados en este escrito; basta decir que pudicron ejercer libremente sus habitos anteriores. El propio Martin Brito, recluido por un discurso en el cual habia elogiado enfati- camente a dofia Evarista, hizo ahora otro en honor del insigne medico —“cuyo altisime genio, elevando sus alas mucho mas alld dek sol, dejs debajo de si a los restantes espiritus de la tierra”. —Le agradezco sus palabras, —le respondié el médico—, y si de algo no me arrepiento es de haberle restituido la libertad. Mientras tanto, el Ayuntamiento que habia contestado ¢l comunicade de Simén Bacamarte, con la salvyedad de que oportunamente se pronun- ciaria con respecto al final de la cuarta clausula, traté, finalmente, de legislar sobre ella, Fue sancionada, sin debate, una ordenanza autori- zando al alienista a acoger en la Casa Verde a las personas que se cu- contraban en gece del perfecto equilibrio de sus facultades mentalcs. Y porque la experiencia del Ayuntamiento habia sido hasta alli penosa en tales menesteres, establecié él una clausula quc especificaba que la autorizacién era provisoria, vdlida por un solo afo, a fin de que pudiera ser experimentada la nueva teoria psicolégica, pudicndo cl Ayuntamien- to, antes de cumplido el referido plazo, mandar a cerrar la Casa Verde, si a eso fuese inducido por motivo de orden publice. El concejal Freitas propuso también que se decretase que en ningin caso fuesen los conce- 81 jales cncerrados en el asilo de alienados: cléusula que fue aceptada, votada e incluida en la ordenanza, pese a las protestas del Concejal Gal- vao. El principal argumento de este magistrado era que el Ayuntamiento, legislando sobre una experiencia cientifica, no podia exchuir a las per- sonas de sus miembros de las consecuencias de la ley; Ia excepcién, dijo, era ediosa y ridicula. Apenas habja proferido estas duras palabras, co- merizaron los concejales a vociferar contra la audacia y la insensatez del colega; éste empero, los oyé sin inmutarse y se limité a decir que votaba contra Ja excepcidn. —La concejalia, —concluyé él—, no nos da ningiim poder especial ni nos excluye de la naturaleza humana. Simén Bacamarte acepté el decreto con todas las restricciones. Cuanto a la exelusién de los concejales, declaré que se sentiria profundamente dolido si se viese obligado a recluirlos en la Casa Verde; la clausula em- pero, cra la mejor prueba de que ellos no padecian del perfecto equili- brio de sus facultades mentales. No sucedia lo mismo con el cancejal Galvao, cuyo acierto en la objecién formulada, y cuya moderacién en la respuesta dada a las invectivas de los colegas mostraba, de su parte, un cerebro bien organizado; por io que rogaba a la Cémara que se lo en- tregase. La CAmara, sinti€ndose atin agravada por el proceder del con- cejal Galvae, puso a consideracién el pedido del alienista y voté und- nimemenie por la entrega. Se comprende que, de acuerdo a la nueva teoria, no bastaba un hecho o un dicho, para recuir a alguien en la Casa Verde; era preciso un largo examen, una minuciosa indagacién del pasado y del presente. El padre Lopes, por ejemplo, sdlo fue detenido y encerrado treinta dias después del decreto, y la mujer del boticario recién a las cuarenta dias. El encie- tro de esta sefiora Ilenéd a su consorte de indignacién. Crispin Soares salié de su casa rojo de célera, y diciendo a todos los que con él se cru- zaban que iba a arrancarle Jas orejas al tirano. Un hombre, adversario del alienista, oyendo en la calle esa amenaza, olvidé los motivos de disi- dencia que tenia con el médico, y corrié a la casa de Simén Bacamarte para informarlo del peligro que corria, Simén Bacamarte supo mostrarse reconocido al viejo adversario por su gesto, y pocos minutos le bastaron para reconocer Ja rectitud de sus sentimientos, su buena fe, su sensi- bilidad hacia el prdjimo, Ia generosidad; le estreché calurosamente am- bas manos y lo encerré en Ja Casa Verde. —Un caso de estos cs rara, —dijo él a su mujer, que lo miraba pasmada—. Ahora esperemos a nuestro Crispin. Crispin Soares entrd, EI dolor habia vencido a la rabia y el boticario no le arrancé las orejas al alienista. Este consolé a su auxiliar, asegu- randole que no era un caso perdido; tal vez la mujer tuviese alguna lesién cerebral; iba a examinarla con mucha atencién; pero antes de hacerlo no podia dejarla en libertad. Y pareciéndole ventajoso reunirlos, 82 porque la astucia y bellaqueria del marido podrian de cierto modo curar la belleza moral que él habia descubierto en [a esposa, dijo Simén Ba- camarte: —Usted trabajaré durante el dia en la botica, pero almorzard y ce- naré con su mujer, y aqui pasard Jas noches, los domingos y dias santos. La propuesta celocdé al pobre boticario en la situacién del asno de Buridan. Queria vivir con Ja mujer, pero temia volver a la Casa Verde; y en esa lucha estuvo algin tiempo, hasta que dofia Evarista lo sacé del atolladero, prometiéndole que se encargaria de ver a la amiga y ofi- ciar de mensaijera entre ellos. Crispin Soares le besé las manos agrade- cido. Este ultimo rasgo de egoismo pusilénime le parecié sublime al alienista. Al cabo de cinco meses estaban recluidas unas dieciocho personas; pero Simén Bacamarte no aflojaba; iba de calle en calle, de casa en casa, acechando, interrogando, estudiando; y cuando atrapaba un enfermo, se lo Nevaba con la misma alegria con que otrora los arrebafiaba a doce- nas. Esa misma desproporcién confirmaba Ja teoria nueva; habia cncon- trado por fin la verdadera patologia cerebral. Un dia logeé encerrar en la Casa Verde al juez de fora; pero procedia con tanto escripulo, que no lo hizo sino después de estudiar minuciosamente todos sus actos, € interrogar a los principales de la villa. Mas de una vez estuvo a punto de recluir personas perfectamente desequilibradas; fue lo que ocurrid con un abogado, en quien reconocié un haz tan rico de cualidades mo- rales y mentales, que era peligroso dejarlo cn libertad. Ordené detenerlo; pero el agente, desconfiado, le pidié autorizacién para hacer una prueba; fue a ver a un compadre, demandade por un testamenta falso, y le dio como consejo gue recurriese a los servicios del abogado Salustiano, que asi se llamaba la persona en cuestién. — Pero te parece?... —Sin duda: anda a verlo, confiésale todo, toda la verdad, sea cual fuere, y confiale la causa. Fi hombre fue a ver al abogado, le confesd haber falsificado el tes- tamento, y terminG pidiéndole que se hiciese cargo de la causa. No se negé e] abogado, estudié la doecumentacién, reflexiond largamente, y probé a todas luces que el testamento era mds que verdadero. La ino- cencia del reo fue solemnemente proclamada por el jucz, y la herencia pasé a sus manos. El distinguido jurisconsulto debié a esta experiencia su libertad. Pero nada escapa a un espiritu original y penetrante. Simén Bacamarte, que desde hacia un tiempo notaba cl celo, la sagacidad, la paciencia, la moderacién de aquel agente, reconocié la habilidad y el tino con que él habia Hevado a cabo una experiencia tan delicada y com- pleja, y determiné que se lo encerrara inmediatamente en !a Casa Verde, ofreciéndole, empero, una de las mejores habitaciones. 83 Los alienados fueron alojades por clases, Se instaurd una galeria de modestos, 0 sea de locos en Jog que predominaba esta cualidad moral: otra de tolerantes, otra de sinceras, otra de sencillos, otra de leales, otra de magnanimos, otra de sagaces, otra de rectos, etc. Naturalmente, las familias y los amigos de los reclusos protestaban fervientemente contra Ig teoria; y algunos intentaron presionar sobre el Ayuntamiento para in- habilitar la licencia. Lag autoridades, empero, no habian olvidado las palabras del concejal Galvdo, y si se dejaba sin efecto Ia licencia, le darian la libertad y habria que restituirle el cargo, razén por la cual se negaron a prestar ofdos a los disconformes. Simdén Bacamarte efectud entonccs una penencia ante les concejales, no agradeciendo, sino Felici- tandoles por ese acto de venganza personal. Desengafiados de Ja Icgalidad, algunos de los principales de Ja villa recurrieron secretamente al barbero Porfirio y le garantizaron todo el apoyo en términos de gente, dincro e¢ influencia en la Corte, si Al se pusiese a la cabeza de otro movimiento contra el Ayuntamiento y el alienista. EI barbero les respondié que no; que la ambicién lo habia llevado, ya una vez a transeredir las leyes y que ¢l ahora habia apren- dido Ja leccién, reconociendo su error y la poca consistencia de la opi- nién de sus propios secuaces; que el Ayuntamiento habia entendido que debia autorizar la experiencia del alienista, por un aio; cabia pues esperar el agotamicnto de plazo, o en su defecto requerir del Virrey el empleo de un recurso que él vio fallar en sus manos, y eso a cambio de muertos y de heridos que serian su remordimiento eterno. —iNo me diga! —exclamé el alienista cuando un agente secreto le conté la conversacién del barbero con los principales de la villa. Dos dias después, el barbera era recluido en la Casa Verde. —jSi no te encarcelan por tencr perro te encarcelan por no tenerlo!— gimid el infeliz. Llegé a su fin el plazo, ia Camara antorizé una prolongacién suple- mentaria de seis meses para aplicacién de medics terapéuticos. El desen- lace de este episodio de la crénica itaguayense es de tal orden, y tan inesperado que mereceria por lo menos dicz capitulos de exposicién; pero me contento con uno, que sera el remate de Ja narrativa, y uno de tos mas bellos ejemplos de conviccién cientifica y abnegacién humana. CAPITULO XHI iPLUS ULTRA! Habia llegado el momento de poner a prueba la terapéutica. Simon Ba- camarte, activa y sagaz para descubrir enfermos, se empefd atm mas en Ja diligencia y penetracién con que empezé a tratarlos. En este punto 84 todes los cronistas estan de acuerdo: el jlastre alienista logré efectuar curas sorprendentes, que provocaron la mas viva admiracién en IJtaguai. Efectivamente, era dificil imaginar sistema terapéutico més racional. Al estar los locos divididos por clases, segiin la virtud moral que en cada uno de ellos excedia a las demas, Simmén Bacamarte se empefid en atacar de frente la cualidad predominante. Tomemos por caso un modesto, E] le aplicaba la medicacién que pudiese infundirle el sentimiento opuesio; y no aplicaba de inmediato las dosis maximas, —las graduaba, de acuerdo al estado, 1a edad, el temperamento, la posicién social del paciente. A veces bastaba una casaca, una cinta, una peluca, un bastén, para res- tituirle la razén al alienado; en otros casos la modestia era mds rebelde: recurria entonces, a los anillos de brillantes, a las distinciones honori- ficas, etcétera. Hubo un enfermo, poeta, que resistié a todo, Simén Ba- camarte empezaba a desesperar de la cura, cuando tuvo la idea de man- dar a propalar por medio de la matxaca, que él era un auténtico rival de Gargao y de Pindaro. —Fue un santo remedio, —-contaba la madre del infeliz a una co- madre—; fue un santo remedio, Otro enfermo, también modesto, opuso la misma resistencia a la me- dicacién; pero no siendo escritor Capenas si habia firmar), no se le podia aplicar el remedio de Ja matraca. A Simén Bacamarte se le ocurrid entonces solicitar para él el cargo de secretario de la Academia das enco- berto * establecida en Itaguai. Los cargos de presidente y secretarios eran conferidos directamente por el rey, una gracia especial establecida por el finado rey Don Juan V, e implicaban el tratamiento de Excelencia y el uso de una placa de oro en el sombrero. El gobierno de Lisboa negd la concesién del diploma; pero teniendo en cuenta que el alienista no lo pedia como premio honorffico o distincién legitima, sino solamente como un medio terapéutico para un caso sumamente dificil, el gobierno cedid excepcionalmente a la stiplica; y aun asi no lo hizo sin un extraordinario esfuerzo del ministro de marina y ultramar, quicn venia a ser primo del alienado. Fue otro santo remedio. —-jRealmente es admirable! —se decia en Jas calles, al ver la expre- sién sana y ensorbecida de los dos ex dementes. Tal era el sistema. Imaginese el lector el resto. Cada rasgo de belleza moral o mental era atacado en el punto en que la perfeccién parecia mas sélida; y el efecto era acertado. No siempre, sin embargo, Jo era. Hubo casos en que la cualidad predominante resistia a todo; entonces el alie- nista atacaba otra parte, trasladando a la terapéatica el método de la *Siguiendo una costumbre muy difundida en Portugal, los poetas y escxitores buedlicos del Brasil —es decir los que preludiaxon el romanticismo del siglo XIX— sé agrupaban en academias, sociedades que més que de diferencias o especificidades estéticas, resultaban de la afinidad personal de sus integrantes. CN. del T.). 85 estrategia militar, que toma la fortaleza por asalto desde un punto, si por otre no lo puede lograr. Al cabo de cinco meses y medio la Casa Verde estaba vacia; jtodos curados! El concejal Galvao, tan cruelmente torturado por la moderacién y la equidad, tuvo Ja felicidad de perder un tio; digo felicidad, porque el tio dejé un testamento ambiguo, y él obtuvo los abultados beneficios de una interpretacién textual que para erigirse en verdadera no vacilé en corromper a los jueces, y estafar a los otros herederos. La sinceridad de] alienista se manifests en esa oeasién; confesd ingenuamente que no tuve parte en la cura; todo fue obra de la simple vis medicatrix de la naturaleza. No sucedié lo mismo con el padre Lopes, Sabiendo et alie- nista que él ignoraba olimpicamente el hebreo y el griego, le incumbid realizar un analisis critico de la versién de los Setenta; el cura acepté el encargo, y en buena hora lo hizo; al cabo de des meses tenia escrito un libro y obtenida la libertad. Cuanto a Ia seriora del boticario, no per- manecié mucho tiempo en la habitacién que le fue asignada, y donde, por lo demas, no Ic faltaron atenciones y cuidades. —iPor qué Crispin no viene a visitarme? —decia ella todos los dias. Le respondian ya una cosa, ya otra; finalmente le dijeron Ja verdad entera. La digna matrona no pudo contener la indignacién y vergiienza. En las explosiones de cdlera se le escaparon expresiones como estas: —jExplotador!... jbellaco!... jingrato!... Un tunante que ha construido casas a costa de ungiicntos falsificados y matolientes. . . jAh! jexplotador! Simon Bacamarte advirtid que aun cuando no fuese verdadera la acu- sacién contenidas en esas palabras, bastaban ellas para mostrar que a la excelente sefiora se le habia por fin restituide el perfecto descquilibrio de las faculiades; y prontamente se le dio de alta. Ahora bien, si imagindis que cl alienista estaba radiante al ver salir al ultimo huésped de la Casa Verde, mostrdis con eso que atm no co- nocéis a nuestro hombre. Plus Uléra era su divisa. No le bastaba haber descubierto la verdadera tcoria de la Jocura: no Io contentaba haber establecido en Itaguai el reinado de la razén, jPlus Ultra! No se le veia alegre, sino preocupado, cabizhajo; algo le decia que la nueva teoria guardaba, en si, otra y novisima teoria. “Yeamos”, —pensaba €l— “veamos si Hego por fin, a la verdad postrera”. Decia esto paseandose a lo largo de la amplia sala, donde fulguraba la biblioteca mas rica de Jos dominios ultramarinos de Su Majestad. Una amplia bata de damasco, sujeta a la cintura por un cordén de seda, con borlas de oro Cobsequio de una universidad) envolvia el cuerpo majes- tuaso y austero del ifustre alicnista. La peluca le cubria una ancha y noble calya adquirida cn las meditaciones cotidianas. Los pies, que no eran ni delgados y femeninos ni grandes y toscos sino proporcionales al 86 resto del cuerpo, aparecian resguardados por un par de zapatos cuyas hebillas no eran sino de modesto y simple latén. Ved ja diferencia: Sélo denctaba lujo en él lo gue era de origen cientifico; lo que provenia de su persona en sentido estricto, trata el color de la moceracién y la simplicidad, virtudes por demas adecuadas a la persona de un sabio. Asi era como I iba, el gran alicnista, de una punta a la otra de la vasta biblioteca, ensimismado, ajeno a tedo lo que no fuese el tenebroso problema de la patologia cerebral. De pronto se detuvo, De pie, ante una ventana, con el cedo izquierdo apoyado en la mano derecha, abierta, y el montén en Ja mano izquierda, cerrada, se pregunté a si mismo: —Pero ¢realmente habrdn estado locos tados ellos, y fueron resta- blecidos por mi, 6 lo que parecié cura no fue mds que el descubrimiento del perfecto desequilibrio del cerebro? E indagando mds y més, he aqui el resultado al que Hegé: los cere- bros bien organizados que él acababa de curar eran tan desequilibrados, camo los otros. Sf, se decia a si mismo; yo no puedo tener Ia pretensién. de haberles infundido un sentimiento 6 una facultad nueva; una y otra cosa existian en estado latente, pero cxistian. Habiendo alcanzado esta conclusién, el ilustre alienista tuvo dos sen- saciones antagénicas, una de placer, otra de abatimiento. Ja de placer fue por haber visto que al cabo de largas y pacientes meditaciones, cons- tantes trabajos, lucha ingente con el pueblo, podia afirmar esta verdad: no habia locos en Itaguai; Itaguai no contaba con un solo mentecato. Pero tan pronto como esta idea apacigué su alma, otra aparecié, que neutralizé el primer efecto; fue la idea de la duda. ¢Pero entonces qué? éNo habfa en Itaguai un solo cerebro reconstruido? Esta conclusién tan absoluta, ¢no seria, precisamente por eso, errémea, y no venia por lo tanto, a destruir el amplio y majestuoso edificio de la nueva doctrina psicolégica? La angustia del egregio Simén Bacamarte es definida por los cronis- tas itaguayenses como una de las mds tremendas tempestades morales que se hayan abatido sobre hombre alguno. Pero las tempestades sdlo aterrorizan a los débiles; los fuertes saben hacerles frente y mirar cara a cara al trueno. Veinte minutos después se ilumind la fisonomia del alienista con uma suave claridad. “Si, no puede ser otra cosa”, pensd di. Tal cual. Simén Bacamarte encontrd en si mismo las caracteristicas del perfecto desequilibrio mental y moral; le parecié que poseia la saga- cidad, la paciencia, la perseverancia, la tolerancia, la veracidad, el vi- gor moral, la lealtad, todas las cualidades, en suma, que pueden cons- tituir a un mentecato, Dudé en seguida, es cierto y Ilegé incluso a la conclusién de que era una ilusién; pero siendo hombre prudente, resol- vid convocar un consejo de amigos, al cual interrogé con franqueza. La opinién fue afirmativa. 87 —iNingtin defecto? —Ninguno —dijo a coro la asamblea. —¢Ningun vicio? —Nada, ~—; Perfecto en todo? —Absolutamente en todo. —jNo, imposible! —exclamé el alienista—. Digo que no siento en mi esa superioridad que acabo de ver definida con tanta magnanimidad. La simpatia es la que os hace hablar de esa manera. Me estudio y nada encuentro que justifique los excesos de vuestra bondad. La asamblea insistié; el alienista se resistid; finalmente el padre Lo- pes explicd todo con este concepto digne de un observador. —Os diré cual es Ja razén por la que no veis las elevadas cualidades que todos nosotros admiramos en vos. Ello es asi porque tené¢is una cua- lidad que realza las restantes: 1a modestia. Fue algo terminante. Simén Bacamarte incliné la cabeza, simultdnea- mente triste y feliz, y aun mas feliz que triste. Acto seguido se interndé en la Casa Verde. En vano la mujer y los amigos le dijeron que no lo hiciera, que estaba perfectamenite sano y equilibrado: ni ruego ni su- gestiones ni ldgrimas Jo detuvieron un solo instante. —lLa cuestién es cientifica, —decia él—; se trataba de una doc- trina nueva, cuyo primer ejemplo soy yo. Retino en mi mismo la teoria y la practica. ——{Simén!, jSimén!, j|Mi amor! —le decia la esposa con el rastro arrasado por las lagrimas. Pero el ilustre médico, con ojos encendidos de conviccidn cientifica, no presté oidos a la desesperacién de la mujer, y blandamente la re- chazé, Cerrades los portones de la Casa Verde, se entregé al estudio y a la cura de si mismo. Dicen los cronistas, que muridé diecisiete meses mas tarde, en el mismo estado en que entré, sin haber podido avanzar en sus investigaciones un sole paso mds. Algunos Hegan al extremo de insinuar que en Itaguai el imico leco que hubo fue él; pero esta opi- nién, fundada en un rumor que circulé desde que el alienista expird, no apoya su presunta validez en ofra cosa que ese rumor; y rumor dis- cutible, pues se lo atribuyen al padre Lopes, que con tanto énfasis real- zara las cualidades del gran hombre. Sea como fuere, se efectud el entierro con mucha pompa e infrecnente solemnidad. 88 TEORIA DEL FIGURON CDidlogo> —TIENES sUENO? —WNo, sefier. —Ni yo; conversemos un poco. Abre Ja ventana. ¢Qué horas son? —Las once. —Ya se fue el ultimo invitado a nuestra modesta casa. Asi que has Hegado, mi querido muchacho, a tus veintiiin anos. Hace veintiin afios, el dia S de agosto de 1854, tt veias la luz, un chiquille insignificante, y ahora ya eres un hombre, largos bigotes, varios enredos amorosos. . . —Papa... —-No nos pongamos formales y hablemos como dos amigos. Cierra esa puerta; voy a decirte cosas importantes. Si¢mtate y conversemos. Veintitin afios, algunas pélizas, un titulo, puedes ingresar al parlamento, a la magistratura, al periodismo; iniciarte en la agricultura, en la in- dustria, cl comercio, las letras o las artes. Tienes ante ti incontables carreras. Veintitn afios, mi muchacho, forman apenas la primera silaba de nuestro destino, Ni siquiera los Pitt y los Napoleén, aun cuando precoces, lo fueron todo a los veintitin afios, Pero sea cual fuese la pro- fesién que elijas, mi deseo es que Iegues a ser grande e ilustre, 0 por lo menos notable, que rebases el oscuro nivel de la mediania. La vida, querido, es una gran loteria; los premiados son pocos, los malogrados incontables, y con los suspiros de una generacién se amasan las espe- ranzas de otra. Asi es la vida; no hay plegarias ni maldiciones que val- gan, sdlo cabe aceptar las cosas tal como son, con sus cargas y tropiezos, glorias y descréditos, y seguir adelante. —Si, sefior. —Sin embargo, asi come es de buen tino guardar un pan para la vejez, asi también es de buena practica social conocer mds de un oficio ante la eventualidad de que aquel que elijamos no resulte, o no com- 89 pense suficientemente los anhelos de nuestra ambicién. Es esto lo que te aconsejo hoy, dia de tu mayoria de edad. —Se lo agradezco, créamelo, pero ¢padria usted decirme cudl es ese oficio eventual? —-Ninguno me parece més util y adecuado que el de figurén. Ser figurén fue el suefio de mis afios mozos: me faltd, empero, Ia sabia orientacién de un padre, y terminé en esto que ves, sin mds consuclo y estimulo moral que el de depositar en ti mis esperanzas. Oyeme bicn, mi querido hijo, dyeme y entiende. Eres joven, tienes, naturalmente, el ardor, la exhuberancia, los impulsos inherentes a tu edad; no los re- chaces pero modéralos, de modo que a los cuarenta y cinco afios puedas entrar francamente en el régimen de la circunspeccién y la mesura. El sabio que dijo: “la gravedad es un misteric del cuerpo”, definié el tem- ple que debe caracterizar al figurén. No confandas esa gravedad con aquella otra que, aunque resida en el aspecto, es un puro reflejo o emanacién del espiritu; ésa es del cuerpo, tan sdlo del cuerpo, una sefial de la naturaleza o una expresién de la vida. Fn cuanto a la edad de cuarenta y cinco afios... —Es verdad, spor qué cuarenta y cinco afios? —No es, como puedes suponerlo, un limite arbitrario, hijo del puro capricha; es la edad en que normalmente se produce el fenédmeno. Ge- neralmente, el auténtico figurén comienza a manifestarse entre Ios cua- renta y cinco y les cincuenta afios, aun cuando haya algunos ejemplos entre los cincuenta y cinca y Jos sesenta; pero son excepciones. Los hay también de cuarenta afios, y otros mds precoces, de treinta y cinco y de treinta; ne son, sin embargo comunes. Ni que hablar ya de los veinti- cinco afios: semejante madrugar es privilegio del genio. —Fntiendo. —Vayames a lo principal. Una vez ingresado en la carrera, debes poner todo tu cuidado en las ideas que habrdés de nutrir tanto para uso ajeno como propio. Lo mejor ser4 no tenerlas absolutamente; cosa que entenderds del modo debido, imaginando, por ejemplo, a un actor im- posibilitado de usar uno de sus brazos. El puede, mediante un artificio milagroso, disimular su defecto a los ojos de la platea; pero no cabe duda que lo mejor seria disponer de los dos. Lo mismo ocurre con las ideas; se puede, con violencia, ahogarlas, esconderlas hasta la muerte; pero ni esa habilidad es tan comin, ni un esfuerzo tan constante con- vendria al ejercicio de la vida. —Pero quién le dice a usted que yo... —Tt, hijo mio, si no me engafio, pareces dotado de la perfecta inopia mental, que exige ef buen desarrallo de este noble oficio. No me refiero tanto a la fidelidad con que repites en una reunién las opinio- nes oidas en una esquina, y viceversa, porque ese hecho, aun cuando atestigite cierta carencia de ideas, bien puede pasar de una mera trai- 90 cién de Ja memoria. No; me refiera al gesto correcto y perfilado con que estilas ofrendar francamente tus simpatias o antipatias acerca dek corte de un chaleco, Jas dimensiones de un sombrero, el crujit o el suave deslizar de las botas nuevas. He ahi un sintoma elocuente, he ahi una esperanza. Sin embargo, pudiendo ocurrir que, con los afios, lleguen a agobiarte algunas ideas propias, urge equipar debidamente el espiritu. Las ideas, por su naturaleza, son esponténcas y siibitas; por mds que las sufrimos, ellas irrumpen y se precipitan. De alli la precision con que el vulgo, cuyo olfato es extremadamente delicado, distingue al figu- zén cabal de aquel que no lo es. —Presumo que asi sea; pero un obstaculo de tal indole es invencible. —No lo es; hay un medio; consiste en recurrir a un régimen debili- tante; leer compendios de retérica, oir ciertos discursos, etcétera. El tresillo, el domind, y el whist son remedios aprobados, El whist tiene incluso la rara ventaja de habituar al silencio, que es la forma extrema de la circunspeccién. No digo lo mismo de Ja natacién, de la equitacién y de la gimnasia, si bien ellas estimulan el reposo del cerebro; pero, por lo mismo que favorecen su descanso, le restituyen las fuerzas y el dina- mismo perdidos. El billar, en cambio, es excelente. ——iCémo puede sex? ¢Acaso no es también un ejercicio corporal? —wNo digo que no, pero hay cosas en que la observacién desmiente a la teoria, Si te recomiendo excepcionalmente el billar es porque las estadisticas mds escrupulosas muestran que Jas tres cuartas partes de Jos frecuentadores del taco comparten en todo los mismos pareceres. El pasco por las calles, especialmente por aquellas que estimulan la distrac- cién e inducen a detenerse de tramo en tramo, es utilisimo, siempre y cuando no las recorras solo, porque Ja soledad es f4brica de ideas, y el espfritu abandonado a si mismo, aun en medio de la multitud, puede sentirse proclive a semejante actividad. —2Pero y si yo no encuentro el amigo adecuado y dispuesto a salir conmigo? —No importa; te queda el valeroso recurso de frecuentar a los vagos, junto a los cuales todo el polvo de la soledad se disipa. Las librerias, sea a causa de Ja atmdsfera del Jugar o por cualquier otra razén que se me escapa, mo son propicias a nuestro fin; es, no obstante, conveniente entrar de vez en cuando a ellas, no digo disimuladamente sino en forma abierta, Puedes resolver la dificultad de un modo simple: ve alli a hablar del rumor del dia, del chiste de la semana, de un contrabando, de una calumnia, de un cometa, de cualquier cosa, siempre que no prefieras interrogar directamente a los lectores de las bellas crénicas de Mazade; 75 por ciento de esos estimables caballeros te repetiran las mis- mas opiniones y semejante monotonia es enormemente saludable, Con este régimen, durante ocho, diez, dieciocho meses —supongamos dos afios—- reduces el intelecto, por més prédigo que sea, a la sobriedad, a 91 la disciplina, al equilibric comin. Nada digo del vocabulario, ya que todo lo que a él atafie estd subentendido en el uso de las ideas; ha de ser naturalmente simple, tibio, apocado, sin notas fulgurantes, sin colo- res estridentes. — {Vaya limitacién! No poder adornar cl estilo, de vez en cuando... —Puedes hacerlo; puedes emplear unas cuantas figuras expresivas, Ja hidta de Lerna, por ejemplo, la cabeza de Medusa, el tonel de las Danaides, Jas alas de Icaro, y otras, que romanticos, clésicos y realistas emplean con donaire, cuando las necesitan. Sentencias latinas, dichos histéricos, versos célebres, expresiones juridicas, maximas, cs de buen tono esgrimirlos en los discutsos de sabremesa, de felicitacién o de agra- decimiento. Caveant, consules cs un excelente cierre para un articulo politico; diré lo mismo del Sivis pacem para bellum. Algunos suelen renovar el sabor de una cita intercal4ndela en una frase inédita, origi- nal y bella, pero no te recomiendo ese artificio: seria desnaturalizar su gtacia arcana. Mejor que todo eso, empero, que al fin de cuentas no pasa de mero adorno, son las frases hechas, las locuciones convencio- nales, las formulas consagradas por los afios, incrustadas en la memoria individual y colectiva. Esas férmulas tienen la ventaja de no obligar a los otros a un esfuerzo intitil. No las enumero ahora, pero lo haré por escrito. Por lo demds, el mismo oficio te ir4 ensenando a reconocer los elementos de ese dificil arte de pensar Io pensado. En cuanto a la uiili- dad de un sistema semejante, basta figurarse una hipétesis. Se promulga una ley, se la ejecuta, no produce efecto, subsiste ef mal. He ahi una cuesti6n que puede acicatear las curiosidades desocupadas, motivar una investigaclén pedante, inducir a un acopio fastidioso de dacumentos y observaciones, andlisis de causas probables, causas ciertas, causas posi- bles, un estudio infinito de las aptitudes del sujeto reformado, de la naturaleza del mal, de la manipulacién del remedio, de las circunstan- cias de la aplicacién; materia, en fin, para todo un andamiaje de pala- bras, conceptos y desvarios. Ti puedes ahorrar a tus semejantes todo ese inmenso caudal, diciendo simplemente: jAntes de las leyes, reformemos las costumbres! Y esta frase sintética, transparente, limpida, tomada al patrimonio comin, resuelve mds rapido el problema, penetra en los cs- piritus como un chorro stbito de sol. ~—Creo percibir, padre, que usted condena toda y cualquier aplica- cién de procesos modernos, —Entendimonos. Condeno Ia aplicacién, celebro la nomenclatura. Lo mismo digo de toda Ja reciente terminologia cientifica: debes mero- rizarla. Teniendo en cuenta que el rasgo peculiar del figurén debe ser una cierta actitud propia del dios Término, y que las ciencias son obra del movimiento humano, conviene, ya que tendrds que ser un figurén en el futuro, que tomes las armas de tu tiempo. Y una de dos: o ellas serdn usadas y divulgadas dentro de treinta aiigs, o se conservaran nue- 92 vas: en el primer caso, te pertenecen por derecho propio; en el segundo, puedes presumir esgrimiéndolas, para mostrar que también son tuyos los atributos del pintor. De a poco, con el tiempo, iras sabiendo a qué leyes, casas y fenémenos responde toda esa terminologia; porque el mé- todo de interrogar a los propios maestros y portavaces de la ciencia, en sus libros, estudios y memorias, ademds de tedioso y cansador, acarrea el peligro de Ia inoculaci6n de ideas nuevas, y es radicalmente falso. Agrega a esto que el dia en que vengas a ensofierearte del espiritu de aquellas leyes y férmulas, serés probablemente Hevado a emplearlas con tamafia mesura, como Ja costurera —vivaz y muy de moda—, que, se- gin un poeta clasico, Cuanto mds pafio tiene, retacea mds el corte y menor es el montén en que alardean los retazos; y estc fenémeno, tratandose de un figurén, no tendria nada de cienti- fico. La publicidad es una dama cogueta y distinguida, que ti debes seducir mediante pequefias atenciones, golosinas, cojines, cosas menu- das, que mds que atrevimiento y ambicién, expresan la constancia del afecto. Que Don Quijote solicite sus favores mediante acciones heroicas 0 costosas es una fatalidad propia de ese ilustre lundtico. El verdadero figurén adopta otra politica. Lejos de inventar un Tratado Cientifico de la Crianza de los Corderos, compra un cordero y se lo ofrece a sus ami- gos en forma de una cena, cuya realizacidn no puede pasar desapercibida a sus conciudadanos. Una noticia trae la otra; cinco, diez, veinte veces ponen tu nombre ante los ojos del mundo. Comisiones o diputaciones para felicitar a un agraciado, a un benemeérite, a un visitante extran- jero, suelen dar Jugar a singulares distinciones, de igual modo los aga- sajos ofrecidos a hermandades y asociaciones diversas, sean mitoldgicas, cinegéticas o coreograficas. Los sucesos de cierto orden, aunque de poca monta, pueden merecer destacarse siempre que pongan de relieve tu persona. Me explico. Si te caes de un coche, sin otro dafio que el susto, es util divulgarlo a los cuatro vientos, no por el hecho en si, que es insignificante, sino para lograr que se recuerde un nombre que goza de consenso general. Te das cuenta? —Perfectamente. —Se trata de una publicidad constante, barata, facil, cotidiana; pero hay otra. Sea cual fuere Ja teoria de fas artes, es indudable que el sen- timiento de la familia, la amistad personal y la estima publica incitan ala reproduccién de los tasgos de un hombre amado o henemérito. Nada absta que seas objeto de una distincién semejante, principalmente si la sagacidad de los amigos no encuentra rechaze de tu parte. En tal caso, no sdlo las reglas de Ja mds vulgar educacidn aconscjan accptar cl re- trato o ef busto, como seria inapropiado impedir que los amigos lo 93 expusicsen en recinto publico. De esta manera, el nombre queda vincu- lado a la persona; quienes hayan leido tu reciente discurso Csuponga- mos) en Ja sesién inaugural de la Unidén de Peluqueros, reconocerdn en Ta compostura de las facciones al autor de esa obra grave, en quien la “palanca del progreso” y cl “sudor del trabajo” vencen a los “colmillos hambrientos” de la miseria. En el caso de que una comisién Meve a tu casa el retrato, debes recibir el obsequio con un discurso Heno de gra- titnd y un vaso de agua: es de buen uso, razonable y honesto. Invitards entonces a los mejores amigos, a los parientes y, si fuera posible, una o dos personas representativas. Mas atin. Si ese dia es un dia de gloria © regocijo, no veo cémo podr4s, decentemente, negar un lugar en tu mesa a los reporters de los periddicos. En todo caso, si las obligaciones de esos ciudadanos les impiden concurrir, puedes ayudarlos de cierta mancra, redactando ti mismo la noticia de la fiesta; y, si llevado por tal o cual escripulo, por lo demds comprensible, no quieres con tu propia mano anexar tu nombre a los calificativos dignos de él, encarga la redac- cion de la noticia a algin amigo o pariente. ~-Le aseguro que lo que usted me ensefa no es nada facil. —WNi yo digo que lo sca. Es dificil, demanda tiempo, mucho tiempo, insume afios, paciencia, trabajo jy felices de quienes logran entrar en ja tierra prometidal A aquellos que alli no llegan, los devora la oscuri- dad. jPero estan los que triunfan! Y ti triunfards, créeme. Verds caer jas murallas de Jericé al son de las trompetas sapradas. Sélo entonces podras decir que has alcanzado tu meta. Comienza hoy mismo fu etapa de ornamento indispensable, de figura obligada, de rétulo, Basta ya de vivir a la espera de las ocasiones propicias, de comisiones, de cofradfas; ellas vendrdn por ti con su aire pesado y crudo de sustantives desadie- tivados, y th serds el adjetive de esas oraciones opacas, el odarifero de Jas flores, cl ailado de los cielos, el solicita de los ciudadanos, el nove- doso y suculento de los relates. Y ser eso es lo principal, porque el adje- tive es el alma del idioma, su porcién idealista y metafisica. El sustan- tivo es la realidad desnuda y cruda, es el naturalismo del vocabulario. —

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