realidades animicas en nosotros 0 tendencias neuréticas que
enrafzan en profundos condicionamientos psfquicos. Seremos
asi capaces de descubrir, incluso con gran asombro, cémo por
un error de éptica nos exigimos mucho en lo que no tiene
razon de ser y quizd estamos siendo excesivamente permisivos
con nosotros mismos en mezquindades o ruindades que si
deberfamos tratar de corregir.
No pasemos por alto que, en psicologia, a menudo lo
que parece ser es lo que no es y hay que indagar tras el escena-
rio de lo aparente, para llegar a ese nticleo cadtico y confuso
que configura nuestro inconsciente y del que surgen tantos
errores bdsicos y tantos condicionamientos que frustran nues-
tro proceso de madurez y nuestra evolucién consciente. En la
busqueda interior descubriremos que la peor atadura es nues-
tra propia mente ofuscada.
Pero en la medida en que seguimos con alguna constan-
cia el triple entrenamiento: de virtud, de concentracién men-
tal y de sabidurfa, iremos obteniendo una claridad mental que
nos ayudard a ir viendo con constructiva precisién dentro y fue-
ra de nosotros.
15317. Autocomplacencia
El verdadero antidoto de la autoexigencia es la
autoaceptacién consciente, pero nunca la autocomplacencia,
que es otro error bdsico de la mente y que induce a la apatia,
la resignacién fatalista, las justificaciones y pretextos falaces y,
en suma, al autoengafio. Por eso el antidoto de la autocompla-
cencia tampoco es la autoexigencia, sino el conocimiento de
uno mismo, la diligencia, el sentido del esfuerzo correcto y el
entrenamiento para el sano desarrollo personal sin compulsién
ni segtin modelos idealizados 0 narcisistas.
El ser excesivamente complaciente con uno mismo detie-
ne el proceso de evolucién y maduracién. La persona muy
autocomplaciente siempre encuentra el modo de engafiarse a
s{ misma y de disculparse por no asumir la responsabilidad de
sus actos equivocados o por hallar todo tipo de burdas o suti-
les justificaciones y pretextos para desplazar su responsabilidad
y no corregir sus fallos, ni siquiera sacar ensefianza de los mis-
mos.
Detrds de esa autocomplacencia puede a menudo palpi-
tar un sentimiento de dolorosa resignacién, miedo al riesgo,
apatia y, por supuesto, temor al fracaso. La mejor manera de
no enfrentarse con el fracaso, aunque suponga un rasgo neu-
rético y de un elevado coste psiquico, es hacer componendas o
composturas que eviten el enfrentamiento con uno mismo 0
con las situaciones, previniendo asi todo tipo de autocriticas;
pero esto es un continuo jugar con uno mismo al escondite...
sélo que no se puede jugar siempre, porque, al final, uno se
154topa dolorosamente con uno mismo. La autocomplacencia
excesiva nos hace psicoldgicamente «fofos», herrumbra el dni-
mo y nos desvitaliza.
Quererse bien a uno mismo no quiere decir ser auto-
complaciente, todo lo contrario. Quererse bien es cuidarse a
uno mismo y poner los medios para mejorar la calidad de vida
externa y la calidad de vida psfquica.
A veces todos somos capaces de tejer una colosal y refi-
nada urdimbre de autoengafios a fin de no emerger de nuestra
situacién o estado y acomodarnos resignadamente. La volun-
tad se debilita en exceso y la conciencia se abotarga. No es ésa
una pasividad constructiva o creativa, sino que merma las mejo-
res energias internas, -porque se colapsa el proceso de mejora-
miento. La autocomplacencia excesiva permite que vayan ger-
minando en nosotros las raices de lo insano y los innumerables
errores basicos de la mente, puesto que no nos decidimos a
superarlos y menos atin a poner los medios para hacerlo. La
autoexigencia es un extremo y la autocomplacencia otro, y en
ninguno de los dos lados hay sabidurfa. La persona no tiene
por qué resignarse a su inmadurez, su desorden mental, su
minoria de edad emocional y espiritual. Se pueden poner
medios, actitudes y conductas para desarrollarse y mejorar la
reaccién con uno mismo y con los otros, y poder obtener una
mejoria tanto cotidiana como espiritual. La autocomplacencia
que se recrea en el autoengafio y que evade toda disciplina se
torna una enemiga y frustra la liberacién de las ataduras de la
mente.
Debemos vigilar nuestras marcadas, y muchas veces neu-
réticas, tendencias de autoexigencia y autocomplacencia e irnos
reeducando a través del discernimiento claro para situarnos en
un punto de equilibrio desde el que sepamos aplicar el esfuer-
zo correcto para el mejoramiento humano en los diferentes
Ambitos de la existencia, sin ser implacables con nosotros y, a
la vez, sin ser desmesuradamente indulgentes.
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