La sangre de su amado se desparramaba por el suelo. Se
preguntaba cómo sucedió, por qué no pudo evitarlo. Ella era la única responsable del homicidio. La mano le temblaba y transpiraba con el revólver en la mano. Las lágrimas no le permitían ver. El dolor no le permitía sentir. Ya no podía salvarlo. La bala fue precisa, dio en el centro del corazón, cómo si hubiera calculado el tiro. Aunque todo sucedió en un instante y sin saber cómo. Simplemente se dirigió a la habitación y le disparó. Llamó a la ambulancia mientras él daba su último aliento. Todos estaban desconcertados. Era un muchacho muy querido en el pueblo. Ella no sabía qué decir, sólo repetía una y otra vez que lo amaba. Hasta el momento se desconoce el motivo por el cual ella lo mató, el muchacho le correspondía su amor, no tenía amantes e incluso quería casarse con ella. Ella llora desde la cárcel, sin entender qué fuerza la llevó a cometer ese crimen que le arrancó todo de su vida. Todos los años, en el aniversario de su suicidio manda una rosa roja a la tumba de su amado.