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El Mercurio

Cartas

Miércoles 27 de Mayo de 2009

Ana Frank

Señor Director:

En su visita a Holanda, la Presidenta Bachelet ha comparado su estadía en


Villa Grimaldi el año 1974 con el encierro de Ana Frank en su refugio de
Amsterdam. No es aceptable que ello pase inadvertido. Algunas precisiones
indispensables:

a) El año 1975, Michelle Bachelet estuvo detenida algunos días; después


viajó a Australia, pero dejó ese país libre para establecerse por propia
elección en Alemania Oriental. Ana Frank estuvo encerrada dos años, sin sol,
mal comida y luego fue asesinada con su gente.

b) Ana Frank era una niña y fue perseguida sólo por haber nacido judía,
tremendo pecado. Michelle Bachelet era mayor de edad y ya manifestaba
opciones políticas antes de 1974. Su prisión fue abusiva, pero sobrevivió y
prosperó.

c) Michelle Bachelet se refugió en el último reducto del socialismo


marxista, socio y cooperante activo del nazismo a lo menos entre agosto de
1939 y junio de 1941, mientras rigió el acuerdo Von Ribbentrop-Molotov,
exactamente la época en que Holanda fue invadida por la Alemania Nacional
Socialista. Michelle Bachelet vivió en Alemania Oriental y estudió allí.

d) La justificación del viaje a Holanda era que se trataba de un "asunto de


Estado". Las vicisitudes personales de la Presidenta no llegan a ser asunto
de Estado. Son otra cosa y su utilización no es más que un recurso
psicológico seguramente concebido por el famoso equipo de propaganda
instalado en La Moneda, cuya mantención cuesta a los contribuyentes chilenos
dinero que podría tener un mejor destino.

Expreso mi profundo y sincero rechazo al aprovechamiento indebido de la


trágica vida de Ana Frank para el conflicto político interno de nuestro
país.

Carlos Larraín Peña

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El Mercurio

Carlos Peña
Domingo 31 de Mayo de 2009
Habla la derecha

Alguien atribuyó a Bachelet haber hecho una analogía entre su propia


situación y la de Ana Frank.

Eso bastó.

Carlos Larraín escribió entonces una carta. Enumeró las diferencias entre
una y otra situación y se quejó, al final, que la analogía era una burda
maniobra de propaganda.

Si se tratara de una carta de un lector común y corriente, el asunto sería


inofensivo. Pero ocurre que quien la firma es un importante dirigente
político, uno de quienes flanquean a Piñera en sus aspiraciones
presidenciales, el presidente de Renovación Nacional. Y eso justifica de
sobra que se la analice y se la discuta.
Desde luego, la carta parece desconocer en qué consiste exactamente una
analogía.

Cuando se argumenta por analogía (como en el caso que erizó a Larraín) se


equiparan realidades que no son iguales en todos sus aspectos, pero que
coinciden en alguna característica relevante (que es la que importa para la
argumentación). Es obvio que Ana Frank no es Bachelet en un sinnúmero de
aspectos.

Pero en algo coinciden: ambas fueron víctimas de abusos en razón de su


identidad (étnica en un caso, política en el otro). Y ambas son sólo una de
las miles de víctimas que, en diversos grados, padecieron lo mismo. Y esa
equivalencia es la que justifica la analogía: bajo ese respecto -el abuso de
que fueron víctimas por parte de quienes monopolizaban la fuerza-, ambas
situaciones merecen la misma evaluación moral y quienes la ejecutaron, la
misma condena.

Por supuesto no es eso lo que piensa Carlos Larraín y tampoco es eso lo que,
en el fondo de su corazón, piensa la derecha.

El dirigente de Renovación Nacional afirma que los casos son incomparables


porque mientras Ana era una niña a la que se persiguió por ser judía,
Bachelet era "mayor de edad y ya manifestaba opiniones políticas". Es
difícil entender por qué esa sería una diferencia relevante desde el punto
de vista del abuso que vivieron la una y la otra. ¿Acaso no es igualmente
reprochable perseguir a alguien por su origen que hacerlo por las ideas que
defiende?, ¿no es igualmente repugnante infringir los derechos básicos de
una niña que los de una mujer adulta?, ¿no es quizás igual maltratar a una
por lo que es y a otra por lo que cree?

Por supuesto que es igual.

Salvo, claro, que usted piense que mientras Ana no tuvo culpa en lo que le
ocurrió, Bachelet (y los miles que padecieron lo que ella) sí.
Y eso es -me temo- lo que, al final del día, piensan amplios sectores de la
derecha en Chile.

La derecha cree -aunque no se atreva a confesarlo con la claridad con que lo


hace Carlos Larraín- que en las violaciones a los derechos humanos cometidas
por la dictadura nadie sería totalmente culpable, por la sencilla razón de
que nadie, tampoco, sería totalmente inocente. A fin de cuentas -parece
pensar la derecha- las víctimas no lo son tanto: se trataría de personas
que, en alguna medida, y a diferencia de Ana Frank, se hicieron merecedoras
de lo que les ocurrió.

Esa íntima convicción es la que explicaría -después de la carta de Carlos


Larraín se entiende- la renuencia de la derecha a condenar de manera tajante
las violaciones cometidas en dictadura y la facilidad con que se deja
dominar por quienes fueron sus altos funcionarios. Después de todo -piensa
la derecha-, en un mundo en el que las víctimas no son inocentes, los
victimarios tampoco son culpables.

Se trata de un curioso ejercicio de teología política: como todos estamos


sucios del pecado original, nadie puede acusar a nadie.

Es también increíble que Larraín incluya dentro de la categoría de las


"vicisitudes personales" el que alguien haya sido víctima de abusos. Decir
eso no muestra falta de sensibilidad, sino algo peor: una grave confusión
intelectual entre la esfera pública y la privada. ¿Habrá que enseñar ahora
que los atropellos por razones políticas son cuestiones privadas regidas por
el pudor y no en cambio asuntos relativos a la vida cívica? ¿Que las
violaciones a los derechos humanos son una mera vicisitud de las víctimas y
no un problema que debe interesar a todos?

No hay que quejarse entonces por el hecho de que un dirigente critique a la


Presidenta o escriba cartas al diario. De eso se trata la política
democrática. Lo que merece escándalo es lo que la derecha piensa de los
derechos humanos y que Carlos Larraín, con involuntaria sinceridad, puso de
manifiesto en esa carta

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