Está en la página 1de 2

Ella habla en un lenguaje extraño.

Parece que le hablara al aire, al infinito, a


algo inmaterial frente a sus ojos. Sigue hablando, sigo sin entender a que hace
referencia. Nunca había escuchado esa lengua, ni se parece en el acento a
alguna en particular, no tengo idea de donde puede venir. Ella es visiblemente
bella: cabello largo, negro, brillante, liso. Sus cejas son gruesas, le otorgan un
aire de expresividad capaz de demostrar ternura y enojo con extrema facilidad.
Ojos negros. “De un café muy oscuro” como dirían otros. Su cuerpo es
llamativo. No es voluptuosa, no inspira malos deseos. Es parte de un conjunto.
Un conjunto suficientemente armónico como para mantener mi atención
cautiva en ella. Huele a lo que deberían oler los ángeles. Es una ilusión.

Menciona a Kafka. A alguien de apellido Samsa. No escucho el nombre, pero sé


de quien habla. Del bicho grande y desagradable que una vez fue humano. La
metamorfosis no fue solamente de él. Fue mucho más drástico el cambio de
actitud de su familia que el de su cuerpo trasmutando la especie. Él nunca se
repudió a si mismo. Convertirse en un insecto sucedió tan naturalmente para él
como pudo haber sido morir en un accidente. Su familia lo toleró de algún
modo al inicio. Terminó odiándolo. Pero ninguno tuvo el poder de matarlo.
Terminó dejándose morir de hambre.

Ella dirige su mirada hacia mí. Pero sus ojos no se posan en los míos. Van más
atrás, su mirada me atraviesa. Alguien vigila atentamente mi espalda. Debe
estar pensando en aprovechar este momento de distracción mientras pienso
en una mujer y un insecto para robarme. Quizá matarme. Debí cometer algún
crimen sin darme cuenta. Dejas un cigarrillo encendido y causas un incendio.
Das un disparo que crees que sólo lastimará el viento y terminas acabando una
vida. No lo sé. No lo recuerdo. Nunca he fumado y nunca he cargado un arma.
Tampoco he matado. Pero siguen observándome. Es sólo uno. Casi puedo
olerlo. Debe tener un puñal, de otro modo se hubiera mantenido a más
distancia para darme un disparo certero.

Volteo en el momento preciso para dar con su mano empuñada. La gente me


subestima al verme delgado e indefenso. Solitario vestido como un niño sano.
No logran entender que sé cómo partir brazos y causar dolor si es necesario. Él
lo comprende ahora. Su codo sangra, el puñal cae. Le doy un golpe certero en
el cuello. Sé que debí romperle la tráquea. Debe estar asfixiándose. No me
quedo para ver si muere o no, sólo me interesa la mujer. Pero ya no está.
Estaba alucinando, seguramente. No debería creer que un ángel puede venir a
alertarme. Miro a mi alrededor. El indigente sigue en el piso. Está muerto. No
hay puñal alguno sobre el pavimento, sólo un charco de sangre emanando de
su brazo todavía doblado en una posición extraña. Quiso acercarse a mí,
probablemente pedirme una limosna. Ahora soy un asesino de inocentes. Un
ejecutor involuntario de limpieza social.

Empiezo a caminar lentamente hacia algún lugar lejano. A cualquiera. Nadie


extrañará al indigente. Yo extrañaré mi inocencia. Aquella que perdí cuanto
maté a un hombre pensando en una mujer. La chica de mis sueños. La mujer
de mis delirios.

Eldanior

También podría gustarte