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Mientras ella adivinaba y amaba en mi al dios, oculto por los velos de mi sombra en forma humana, que se amontonaban unos

sobre otros, yo penetraba su simiesco y pintado rostro, la muerte viviente de su flccida piel y de su horrendo esqueleto, hasta llegar a una gran Diosa, exraan, perversa, famlica, implacable, y ofrecia mi alma divinidad y humanidad aniquiladas con un simple golpe de su zarpa sobre su altar. Asi, amndola, regocijndome porque ella me haba aceptado como su esclavo, su bestia, si vctima, su complaciente, el librico el rostro de mueca simiesca, la demacrada desvergenza de su pecho liso la insolencia de la muerte abrindose camino a travez de la endeble cortina de la carne

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